Anda di halaman 1dari 106

LOS JUEGOS DEL

PLACER

1
2
PARTE I: PREPARACIÓN

3
4
Sara, la tribuna del Distrito 1, se encontraba junto a David, uno
de sus tantos amantes.
Los Juegos del Placer, convocados anualmente, eran un
concurso donde se decidía, por sorteo, el tribuno de cada
Distrito que participaba en él. Eran unos juegos en los que,
simple y llanamente, el último en correrse era el vencedor. Los
diferentes tribunos hacían todo lo posible por hacer que se
corriesen los demás participantes. Para ello hacían alianzas,
traiciones, utilizaban sus habilidades, se vestían de forma
provocativa, etc.
Hasta ese momento se habían convocado veintitrés
veces los Juegos, y los rumores contaban que se iniciaron
debido a que el Presidente del Capitolio nunca aceptó de sí
mismo que era un eyaculador precoz, y que, por lo tanto, se lo
hizo pagar al resto de los Distritos. Eran sólo rumores, puesto
que ningún Distrito tenía acceso a tanta información del
Capitolio. Sin embargo, los rumores se tenían por ciertos, pues,

5
cuando el río suena, agua lleva.
No había suficientes alimentos ni recursos para todos
los Distritos, así que, según iban quedando en la clasificación
de los Juegos, se les distribuían en esa proporción.
El Distrito 1 llevaba ganando los Juegos desde hacía
muchos años y, por lo tanto, eran los que disponían de más
recursos, lo que los hacía que fuesen los más aptos para que
fuesen los vencedores en la siguiente convocatoria de los
Juegos. Disponían de tantos recursos que, con el beneplácito
del Capitolio, instalaron en cada hogar de cada Distrito
cámaras ocultas con tal de poder observar y analizar lo que le
ponía a cada uno de los tribunos. Tenían una base de datos de
miles de horas de grabación, que la guardaban protegida en dos
enormes edificios custodiados por Agentes de la Paz, brindados
por el mismo Capitolio.
Sara tenía cinco subalternos, los cuales, como ratas de
biblioteca, seleccionaban concienzudamente los minutos más
sugerentes de la base de datos del resto de tributos. Luego, en
la intimidad, Sara los visualizaba y trazaba estrategias y
posibles alianzas. Se lo tomaba muy en serio. De su resultado
en los Juegos dependía el bienestar del resto de los Ciudadanos
de Distrito 1.

6
Y, como anunciaba al inicio, Sara, la tributa del Distrito 1, se
encontraba junto a David, uno de sus tantos amantes.
Para ir lo más satisfecha posible a los Juegos, cuando
no estaba tramando estrategias, estaba en la cama. Se propuso
correrse las máximas veces posibles antes de los Juegos, por si
algo se torcía en ellos. Y ésta era otra de tantas.
En cuanto llegó David, Sara ya lo esperaba desnuda. Le
abrió la puerta de su casa y, tras cerrarla, David comenzó a
desvestirse. Sabía a lo que venía, y sabía que tenía sólo media
hora para llevarlo a cabo.
Entre Sara y David sólo había sexo. Frío y mecánico
sexo. David había sido asignado a Sara tras un concurso en el
que valoraron sus habilidades y su madurez sexual. De
setecientos dos participantes, sólo diez iban a salir escogidos.
David quedó en tercer lugar y, desde entonces, disfrutaba de
una vida más apacible. Desde entonces su única misión iba a
ser la satisfacción de Sara. Se convirtió en un Profesional.
Cuando David ya se encontraba sin ropa, ambos se
dirigieron hacia la cama de Sara, quien no quería cansarse,
pues, después de David, iban a venir cuatro Profesionales más,

7
cada uno con su media hora correspondiente.
El miembro de David se puso erguido muy rápido. Sara,
desde que fue anunciada como la próxima tribuna, se había
convertido en una figura cuasi mítica, y sólo estar a su lado ya
era estimulante. El sector masculino, y parte del femenino, del
Distrito 1, soñaba con ella. Incluso había tráfico en el mercado
negro de imágenes sugerentes suyas. Sara lo sabía, puesto que
ella lo había visto en otros años, pero no decía nada. Le
agradaba. Era su momento de gloria.
David, quien ya conocía a la perfección el cuerpo de
Sara, comenzó con las penetraciones. En un inicio, las realizó
lentas y sin meter el miembro del todo, pero, poco a poco, fue
aumentando la velocidad y la profundidad de las acometidas.
Tenía el tiempo calculado. Los primeros quince minutos
eran de preparación, de puesta en marcha; los siguientes siete
eran la aproximación al clímax, que, para hacerlo aún más
extático, David le pellizcaba los pezones a Sara en esos
momentos. Luego venían siete minutos de bajar, poco a poco,
el ritmo. Tras esto, se marchaba, sin decir adiós ni hasta luego.
Y esta vez no fue diferente. Sucedió todo según lo
estipulado, y Sara tuvo su orgasmo.
Luego vinieron los otros cuatro Profesionales

8
asignados, y repitieron el mismo proceso, uno tras otro.

Sara se las tenía todas. Los Profesionales del Distrito 1 habían


sido escogidos los mejores de entre los mejores, y los
Ciudadanos del Distrito 1, al tener una vida más holgada, no
como el resto de los distritos, eran los mejores en la cama —a
excepción, quizá, de los Ciudadanos del Distrito 6—, puesto
que disponían de más tiempo para ello. Por lo tanto, Sara
habría puesto la mano en el fuego por su victoria.

Sara, tras su sesión de orgasmos, decidió seguir trazando


estrategias. Tenía nuevo material seleccionado por sus cinco
subalternos. En total: tres horas y cincuenta y dos minutos.
Abrió el proyector, puso el disco en el DVD y se sentó
en el sofá junto a su libreta, para tomar sus respectivas notas.
La primera en aparecer fue Blanca, la tribuna del
Distrito 2. Ya la había visto en otros materiales seleccionados,
pero, hasta ahora, no la había sacado nada en claro. Su
sexualidad parecía muy normal. A veces con hombres, y a
veces con mujeres.

9
Blanca era la única a la que no sabía cómo enfrentarse a
ella. Todos los demás tribunos —a excepción de la tribuna del
Distrito 6— tenían algún tipo de fetiche secreto del que hacer
uso para su derrota. En cambio, hasta ese momento, Blanca
había sido una auténtica incógnita.
En cuanto Sara comenzó a ver el nuevo material, se le
abrieron los ojos como platos. ¡Al fin la tenía!
Al minuto y medio de grabación, hizo aparición en la
pantalla un sujeto que Sara no había visto antes. Era un hombre
ya entrado en años, alguien que, según los cánones del
Capitolio, ya no era atractivo.
En cuanto hizo aparición el nuevo sujeto, Blanca
comenzó a correr en dirección contraria a donde se encontraba
dicho sujeto, y éste comenzó a perseguirla. Corretearon por la
casa, de un lugar a otro, hasta que el sujeto la atrapó. La
inmovilizó contra el suelo, estampando sus brazos en él.
Sara creía que se encontraba ante el registro de una
violación, pero, cuando se fijó con más detalle, pudo observar
cómo Blanca se mordía el labio inferior del gusto.
El vídeo continuaba, y Sara estaba llenando varias hojas
de su libreta con anotaciones. Sus cinco subalternos habían
hecho un muy buen trabajo.

10
El sujeto, tras forzar a Blanca a darse la vuelta, a
ponerla de cara al suelo, e inmovilizarle los brazos tras la
espalda, se sacó unas cuerdas y se los comenzó a atar. Blanca
ofrecía resistencia, pero lo hacía sólo como simulacro, sin
tratar realmente de desasirse.
El sujeto, cuando ya la tuvo a su entera disposición, se
puso a Blanca sobre el hombro, y se la llevó a la habitación. En
cuanto llegó, la dejó caer como un saco de patatas sobre la
cama, sin miramientos.
Tras esto, le rompió la ropa con sus propias manos,
dejándola totalmente desnuda, y comenzó a amarrarle los pies a
las patas de la cama.
Blanca se movía hacia un lado y hacia el otro, como si
tratase de desasirse, cuando, en el fondo, lo que quería notar
era cómo estaba amarrada por las cuerdas. Notarse presa y
vulnerable a merced del sujeto.
A continuación el sujeto procedió a penetrarla y,
mientras hacía esto, le suministraba a Blanca una buena dosis
de cosquillas. Blanca se debatía entre el placer y el alegre
dolor, gritando a los cuatro vientos mientras tanto.
Como esta escena parecía alargarse sin fin, Sara fue
avanzando la reproducción. Todo parecía seguir el mismo

11
curso. Llevó hasta el final de la reproducción de esta tribuna.
En total: treinta y siete minutos. Había llenado seis hojas de
anotaciones.
Tras esta visualización le dio al pause. Le iba a dedicar
veinte minutos a estudiar y memorizar lo que había anotado. Se
preparó un café y se puso a ello. Entre sorbo y sorbo,
subrayaba lo esencial, lo que permitiría su victoria en los
Juegos.
Se estuvo cinco minutos más de lo previsto, que los
dedicó a planear si hacer alianza con ella o no. No encontró
con qué podría ayudarla en su victoria, así que lo dejaría al
azar. De todas maneras, si Blanca le proponía alianza, no
dudaría en traicionarla. Y ya sabía cómo...
Tras acabar con el estudio de Blanca, se tomó un par de
minutos para olvidarse de ella y, así, estar en disposición de
abordar el nuevo tribuno.
Cerró los ojos y se dedicó durante dos minutos a
respirar profundamente. Cuando lo hizo, los volvió a abrir, y le
dio de nuevo al play, con su bloc de notas en la mano.
El siguiente turno de visualización era para Roca, el
tribuno del Distrito 3. Lo comenzó a ver, y ya supuso que esta
recopilación no le iba a aportar nada nuevo.

12
A Roca sólo le gustaban los hombres. Tenía una fuerza
descomunal, por lo que Sara ya había planeado una alianza con
él. Roca se iba a encargar del trabajo sucio.
Fue pasando a ritmo acelerado la grabación. Era lo
mismo de siempre. Roca no tenía, al parecer, ningún secreto
oscuro, ninguna nueva pasión oculta. Simplemente le gustaban
los hombres, y rellenar los culos de sus amantes.
Cuando acabó la visualización de Roca, Sara sintió que
necesitaba un descanso, que le diese el aire, ni que fuese unos
cuantos minutos, antes de continuar.
Apagó el proyector, se puso en pie, y salió a la calle.
Aún no era alta noche, por lo que había bastante gente en ella.
Los comercios de nivel 1, los que se dedicaban a la propia
administración del Distrito, ya habían cerrado; en cambio, los
comercios de nivel 2, los que se dedicaban a ofrecer servicios a
los Ciudadanos, aún les quedaba, por lo menos, una hora de
estar abiertos.
Este segundo tipo de comercio ofrecía todo tipo de
servicios, desde comida de todos los tipos, hasta alta clase de
bisutería, pasando por el amplio espectro que se encontraba
entre medio.
Los comercios que no obtenían los suficientes

13
beneficios para poder mantener el negocio eran ayudados por
los Dirigentes del Distrito; en cambio, los comercios que se
pasaban con creces en sus ganancias, daban parte de sus
beneficios a los Dirigentes. De este modo, la distancia entre
pobres y ricos era mucho menos que en otros Distritos y,
además, se evitaba el monopolio de un solo comercio. Una vez
ocurrió, y acabó poniendo precios desorbitados, que los
Ciudadanos tenían que pagar, puesto que era el único comercio
que lo vendía. Aprendieron de ello, y crearon un Decreto Ley
ad hoc para que no volviese a ocurrir.
En cuanto a los comercios de nivel 1, éstos no
funcionaban según la oferta y la demanda, ni bajo la premisa de
obtener beneficios. Su misión era el buen funcionamiento del
Distrito. Llevaban la burocracia e informaban de los cambios
propuestos por los Dirigentes. Si no fuese por este tipo de
comercios, no podría haber tan complejo Aparato del Distrito y,
como en otros Distritos, reinaría la anarquía o alguna que otra
secta de tendencia religiosa.
Sara entró en un comercio de nivel 2, uno de los de más
alto rango, uno famoso y con pingües beneficios que servía la
mejor comida del Distrito.
En cuanto hizo aparición en él, la reconocieron. Por

14
supuesto, estaba invitada. Su prosperidad dependía del
resultado de ésta en los Juegos y, por esto mismo, como en el
resto de comercios, sus deseos fueron órdenes realizadas
fervientemente.
Sara hizo una cena copiosa junto a un par de copas del
mejor vino de la casa y, todo esto, bajo la atenta mirada del
resto de los comensales. Cuando acabó, se despidió de ellos
con un gesto de su mano y, tras decir que había sido una cena
exquisita, salió del lugar.
Sara decidió dar un pequeño rodeo antes de volver al
trabajo. Se dirigió hacia la Calle Principal, y la atravesó de
arriba a abajo. Tras esto, giró hacia la derecha en un estrecho
callejón y, hacia el final de este mismo, escuchó un jaleo nada
común en esas horas de la noche. Fue hacia allí a ver qué
ocurría.
Se encontró con un corro de gente haciendo cola para
penetrar, por detrás, a Culito.
Culito, antes llamada Jacqueline, fue una tribuna de los
Juegos hacía quince años. Por aquellos entonces, el Distrito 1
no era tan rico en recursos como en ese momento. Era como el
resto: vivía en la escasez. El Distrito vio en Jacqueline un
sinónimo de posible abundancia, pues, sin ganaba los Juegos,

15
pasarían a ser el Distrito con más recursos. Por esto mismo
focalizaron tales recursos en ella. Era la única Ciudadana que
no pasaba hambre, la única que disponía todos los amantes que
quería a su disposición, la única que no tenía que someterse a
trabajos forzados, etc. En fin, Jacqueline se convirtió en una
figura cuasi mítica, y era tratada como tal.
Y llegaron los Juegos. Todos los pronósticos y apuestas
auguraban que iba a ser ella quien iba a resultar victoriosa.
Pasaban los días y cada vez tenía menos contrincantes. Su
estrategia: encaramarse a un árbol y dejar que el resto de los
tribunos follasen entre sí. Nadie había advertido su presencia
hasta que, llegando al final de los Juegos, quedaron dos
hombres. Estos hicieron un pacto entre sí, pues, entre ellos,
estaba emergiendo un pequeño romance. Juraron que, antes de
que cayese ninguno de ellos dos, harían correrse a Jacqueline.
La buscaron durante dos jornadas sin descanso. No la
encontraron por ningún sitio. Mientras tanto, Jacqueline se iba
deshidratando. No encontraba el momento, ni la valentía, de ir
en busca de agua, a pesar que habían una pequeña balsa a
apenas una cincuentena de metros. Al final no pudo más y
descendió de las anchas ramas de donde se encontraba y, así,
agachada bebiendo agua, la encontraron los otros dos tribunos.

16
Fueron hacia ella con sigilo y, mientras que uno le inmovilizó
el cuello, el otro comenzó a penetrarla por la puerta trasera.
Aguantó poco más de diez minutos antes de correrse y, tras
esto, los dos tribunos hicieron el amor. Dejaron que el destino
fuese quien escogiese el vencedor. Fue todo un espectáculo que
pasó a la historia. Jamás se había visto algo así en unos Juegos
del Placer.
Y Jacqueline... Jacqueline, tras su derrota, tuvo que
volver al Distrito 1. Si hubiese sabido la vida que le iba a
esperar, se lo hubiese planteado unas cuantas veces eso de
volver.
Jacqueline creía que, dado que había estado recubierta
bajo una aureola mítica antes de los Juegos, esto mismo la
protegería a su regreso. No fue así. Nada más llegar, justo al
bajarse del tren, había una fila infinita con todos los
Ciudadanos que se habían quitado comida de su propia boca
para dársela a ella.
—¿Así que te gusta que te den por ahí, no?— dijo el
Ciudadano que tenía Jacqueline más cerca.
Y, tal y como habían hecho los dos últimos tribunos con
ella, la amarraron del cuello y la obligaron a inclinarse hacia
delante.

17
Le estuvieron perforando el trasero, uno tras otro, sin
descanso, durante treinta y seis horas y media. Le hicieron
pagar su desliz.
Desde entonces, a Jacqueline la llaman Culito todos los
Ciudadanos del Distrito 1 y, cuando quieren, disponen a la
fuerza de su culo.

Por esto es por lo que no te puedes permitir perder, se dijo


Sara. Tampoco estaba en sus planes. Hacía muchos años ya que
el Distrito 1 no perdía ni un solo Juego. Desde que implantaron
las cámaras ocultas en las viviendas de los diferentes Distritos,
su victoria estaba prácticamente asegurada. Aún así, un
estremecimiento, un profundo frío, recorrió el cuerpo de Sara.
Observó un rato más cómo los Ciudadanos abusaban de
Culito, y se dirigió de nuevo a su casa. Tras este encuentro, aún
tenía más ganas de seguir viendo la selección de sus
subalternos.
Y eso fue lo primero que hizo en cuanto llegó. La
siguiente a quien analizar era a Ana, la tribuna del Distrito 12.
Sara ya sabía suficiente de ella, y el vídeo no hizo más
que confirmarlo.

18
Ana tenía el fetiche de atar a sus amantes antes de
follárselos. En todos los datos recogidos de ella ocurría esto
mismo. Nunca había visto Sara a Ana practicar el sexo sin
cuerdas entre medio.
El Distrito 12 era semi nómada. No tenían vivienda fija
y, acostumbrados a la escasez extrema, pues nunca habían
ganado unos Juegos, tuvieron que aprender a buscarse la vida
fuera de los pocos recursos brindados por el Capitolio. Entre
otros quehaceres, se dedicaban a la caza y domesticación ilegal
de animales. Y es por esto mismo por lo que los Ciudadanos
del Distrito 12 tenían tal destreza con las cuerdas. Era gracias a
ellas que podían domesticar a los animales. Su subsistencia
dependía de ello.
Tal destreza era por todos conocida, pero, Sara, presa
por la curiosidad, encargó a tres de sus cinco subalternos que
investigasen por qué, para Ana, las cuerdas se habían
convertido en algo erótico. Y no sólo para ella. Muchos
Ciudadanos del Distrito 12 las usaban para este fin.
Los tres subalternos estuvieron varias semanas
recabando información, utilizando, incluso, para ello,
infiltrados en el Distrito. Se dedicaron a tiempo completo a esta
tarea, descansando de ella solamente para comer y dormir.

19
Jamás preguntaron a Sara el porqué de tales pesquisas, aunque
para ellos fuese algo muy extraño el dedicar tantos recursos y
durante tanto tiempo a investigar a una tribuna, la cual, según
las estadísticas, no suponía, bajo ningún concepto, ninguna
amenaza. Lo que los subalternos no sabían, y jamás Sara lo iba
a reconocer ni hacer público, era que Ana le había removido
algo por dentro. Algo en su forma tan salvaje, tan natural, de
vivir, le despertó algún tipo de simpatía a Sara.
El informe realizado por los tres subalternos versó,
primero, sobre el origen histórico de la utilización de las
cuerdas. Éstos eran muy diversos y remotos. No habían logrado
encontrar el origen del uso de las cuerdas, pero, desde tiempos
inmemoriales, su uso siempre había sido el mismo: inmovilizar.
Al inicio se utilizaron para inmovilizar seres inertes, ya fuesen,
por ejemplo, tablones de madera con tal de hacer barcas para
navegar o cercas para que no se escapasen los animales que,
atraídos por algún reclamo, acudían a la trampa. Luego se
utilizaron, también, para inmovilizar a dichos animales, ya
fuese con la finalidad de capturarlos, matarlos o curarlos.
Luego vino una época de cruentas guerras, de las que surgieron
el Nuevo Orden, con la sociedad distribuida en trece Distritos y
un Capitolio. En las guerras se descubrieron multitud de cosas

20
y, dada la naturaleza de la investigación, destacaron la
siguiente: a los humanos se los podía domesticar también,
como a los animales. Desde este descubrimiento se creó una
figura nueva, llamada “preso” y, para mantener a los presos
siendo presos, entraron en acción las cuerdas.
Ahora bien, ¿en qué momento pasaron dichas cuerdas a
ser algo erótico? Éste era el fin de tal investigación, y a ello
debían dar cuenta los tres subalternos. Su hipótesis, aún no
confirmada, era la siguiente: en la domesticación de seres
humanos se encontró algo que iba más allá de la propia
domesticación, algo que, de algún modo, hacía cambiar al
sujeto por completo. Llegaron a tal hipótesis siguiendo el
siguiente razonamiento: a los sujetos a los que se les aplicaba
la domesticación quedaban domesticados, esto es, se creaba
una nueva categoría de ser humano, el sujeto domesticado.
El sujeto domesticado ya no necesitaba estar preso
exteriormente. Tras un tiempo de sujeción, éste, por decirlo de
algún modo, se “sujetaba” interiormente. Es como si siempre,
pese a no estar atado, siguiese atado.
Los tres subalternos quisieron llevar el estudio hasta el
final. Hicieron una solicitud al Capitolio con tal de que se les
dejasen consultar los Archivos Históricos. Era un almacén

21
olvidado lleno de polvo, del que ya nadie sabía qué contenía.
Tardaron dos días en concederles el acceso. En él encontraron
datos sorprendentes. Durante un tiempo se habló mucho de este
nuevo sujeto domesticado. Hubieron incluso varios tratados
sobre ello. En uno de ellos, que acabó convirtiéndose en todo
un manual de referencia, se exponía cómo utilizar tal nuevo
sujeto para crear un Nuevo Orden. Siguiendo sus métodos, un
grupo de personas, a las que luego se las llamó Capitolio,
estratificaron la sociedad en trece Distritos.
Aquí dejaron la línea los tres subalternos, pues no era la
finalidad del estudio, pese a lo interesante del tema. Siguieron
esta línea porque, en un capítulo del manual de referencia
anunciado, exponía la repetida observación que, parte de que
los sujetos se sometiesen a este régimen era porque, en el
fondo, les gustaba. Había algo en la domesticación que hacía
que los sujetos domesticados gozasen de serlo. Si no, no se
explicaba cómo era que seguían siéndolo pese a no llevar
cadenas. Y es este mismo goce, el que usado de una forma
pertinente, podía convertirse en algo erótico.
Los argumentos de este último apartado del estudio eran
muy vagos y con apenas referencias. Sostenían que, cuando el
sujeto era domado y gozaba de ello, dejaba de sentir el peso de

22
la existencia, dejaba de sentir la angustia que la elección libre
provocaba.
En un epílogo, los subalternos hacían saber a Sara que
sus conclusiones habían sido apresuradas, y que hubiesen
necesitado más tiempo para desarrollarlas, pero que, dada la
cercanía de los Juegos, no lo veían pertinente.
El estudio había arrojado más luz a Sara de la que ésta
esperaba. No imaginaba que unas simples cuerdas hubiesen
podido tener tal influencia. Su inquietud, en un inicio, era
meramente para comprender la sexualidad de Ana, pero, tras
leerlo, sus miras se habían ampliado. Deseaba saber más,
mucho más. Sin embargo, como le habían recordado sus
subalternos en el epílogo, los Juegos estaban próximos.
Continuó con la selección de material grabado.
Durante una media hora, Sara pudo ver a Ana atando,
con extraordinaria velocidad y destreza, a siete personas.
Cuatro hombres y tres mujeres. También se estaba preparando
concienzudamente, al parecer.
Era por todos conocidos que el Distrito 12 no
representaba ningún peligro, pero, Sara, tras leer el estudio,
comenzó a ver una competidora en Ana. Y no una menor.
Anotó en su libreta que, con Ana, tendría que aliarse. Utilizaría

23
sus dotes a la hora de amarrar a personas con tal de irse
quitando competidores de en medio. Además, Ana seguro que
aceptaría tal pacto, pues, dado la diferencia de nivel entre
Distritos, si no lo aceptaba, su Distrito jamás se lo perdonaría.
Cuando quedasen pocos competidores, Sara apuntó que la
traicionaría. No quería que fuese la última a vencer.
Tras anotar la estrategia que seguiría con Ana, Sara se
tumbó en el sofá con tal de volver a reflexionarla. Era alta
noche ya y, a los diez minutos, se quedó dormida.

Se despertó tarde, con la libreta apoyada en su vientre, y con la


televisión sin apagar. Dejó la libreta encima de la mesa y, tras
echarle un vistazo, la cerró. En breve iban a hacer aparición
dos hombres para follársela.
Comió lo primero que encontró, junto con un largo café,
que se lo bebió en dos tragos, y se fue directa a la ducha. Como
aún estaba medio dormida, decidió ducharse con agua helada,
por lo que ésta apenas duró un par de minutos.
Cuando salió de la ducha, ni tan siquiera se vistió. ¿Para
qué, si en veinte minutos se la iba, o se la iban, a quitar?
Decidió tumbarse en el sofá, aún con el pelo mojado, a esperar

24
que llegasen, mientras miraba por la ventana. Eran
prácticamente los únicos minutos que no tenía programados
durante el día, así que se dedicó a no pensar en nada y
simplemente respirar.
Cuando llamaron los dos hombres, Sara casi se había
vuelto a dormir.
El sexo para Sara se había convertido en algo
puramente mecánico. Por muy atractivos que fuesen sus
amantes, por muy fornidos y experimentados que estuviesen,
para Sara simplemente se trataba de una cosa: acumular
orgasmos. Cuantos más, mejor. Su idea era tener tantos
orgasmos, de tantos tipos, que los acabase aborreciendo. Que,
al final, le aburriese disfrutar del sexo. Que le entrasen arcadas
nada más pensar en ello. Así, cuando se encontrase en los
Juegos, no habría forma de que consiguiesen que se corriese.
Y fue por esto mismo por lo que Sara no disfrutó con
sus dos amantes. Se corrió, eso sí. Tres veces, pues eran
hombres realmente hábiles. Pero, lo que se dice disfrutar, Sara
no disfrutó. Es más, siguió pensando estrategias para los
Juegos mientras la penetraban por un sitio y por otro.
En cuanto acabaron de la sesión, los dos hombres
desaparecieron de la vista de Sara, quien aprovechó para

25
vestirse, perfumarse y adornarse como una figura celestial
inalcanzable. A esas horas la calle estaría repleta de
Ciudadanos con sus quehaceres, y era parte del protocolo que,
a estas horas, guardase las apariencias.
Cuando salió a la calle, constantemente la estaban
mirando, observando, analizando, murmurando a su paso. Sara
lo sabía, y le agradaba. Había olvidado con mucha rapidez los
tiempos en la que era ella una Ciudadana común. Había
olvidado cuando era ella la que miraba y murmuraba con
admiración cuando veía pasar, ante sí, algún tribuno. Siempre
había soñado con ser uno de ellos, con ser el centro de todas las
miradas y todos los deseos, y al fin lo había logrado.
La finalidad de que Sara saliese a la calle era la visita al
único comercio sexual de todo el Distrito. Aunque pueda
parecer extraño, dicho comercio se trataba de un comercio de
nivel 1. Para el Distrito 1 era tan importante la sexualidad que
no concebía que un comercio dedicado a esto estuviese sujeto a
las leyes de la oferta y la demanda. No. Para el Distrito 1, tal
comercio debía estar protegido de los vaivenes del deseo
efímero y, por lo tanto, dedicaba parte de su Presupuesto al
mantenimiento e investigación de y en tal comercio.
En el comercio había una persona dedicada a la

26
investigación y preparación de aparatos para dar placer. Era su
único cometido, y lo hacía con total vocación y dedicación. Sus
artilugios, una multitud de veces, habían sido totalmente
decisivos en los Juegos para la victoria del propio Distrito. Y
era justamente por esto mismo por lo que Sara se había dirigido
a dicho comercio.
—Adelante, tengo algo que le va a encantar— dijo el
investigador cuando Sara hizo aparición en el comercio. La
trataba de igual a igual, acostumbrado a tratar con tribunos.
Sara siguió al investigador a través del enorme
comercio, hacia su sala de trabajo.
—Mire. He estado trabajando en esto desde los Juegos
de año pasado. Con esto tiene la victoria asegurada.
El investigador introdujo un código de ocho dígitos en
una caja fuerte reforzada. Cuando acabó de marcarlos, se
escuchó un enorme clic que retumbó por toda la habitación. La
puerta se abrió de forma automática, revelando en su interior
una caja negra.
—Ábrala— le indicó.
Cuando Sara lo hizo, no entendió el porqué de tanto
misterio. Se trataba, simplemente, de una bola negra de unos
cuatro centímetros de diámetro.

27
—¿Esto es todo?— preguntó.
—No se deje engañar. Esconde un gran secreto en su
interior. ¿Quiere saber cuál?
—Evidentemente. No he venido hasta aquí para ver una
simple esfera.
—Déjela caer a sus pies.
—¿Cómo?
—Simplemente déjela caer a sus pies. Ella hará el resto.
Sara, un poco incrédula, hizo lo que el investigador le
decía. Dejó caer la esfera a sus pies. Cuando lo hizo, ésta se
desplegó y, de ella, comenzaron a salir tentáculos que
inmovilizaron a Sara. Entonces, los tentáculos comenzaron a
estimular todas, absolutamente todas sus zonas erógenas. Sara
chilló de placer como nunca antes había chillado. Se corrió
escandalosamente en menos de veinte segundos y, tras esto, los
tentáculos volvieron al interior de la esfera, y ésta se cerró de
nuevo, mostrándose como un objeto totalmente insulso e
inofensivo.
—¿Qué le parece?— preguntó el investigador tras dejar
un tiempo para que Sara se recompusiese.
—Uau... Esto es... ¡Simplemente increíble!— respondió
ella, llena de admiración.

28
—Me alegro que le agrade.
—¿Le importa que me lo lleve conmigo? Puede
venirme muy bien para mis entrenamientos.
—Adelante. Es suyo.
Sara salió del comercio con una enorme sonrisa en la
cara. El invento que tenía en su bolsillo iba a decidir el
resultado de los Juegos. ¡Y era suyo! El nerviosismo por la
posible derrota instalado en ella la noche anterior por ver el
trato por parte de los Ciudadanos a Culito, se le acababa de
disipar. Estaba segura al fin de su victoria, y eso por dos
razones: la primera, porque nadie podría resistirse a tanto
placer y, segunda, porque, gracias al invento, se iba a correr
tantas veces antes de los Juegos que nadie podría conseguir,
por mucho que lo intentase, su eyaculación.
De repente Sara se sintió muy aliviada. Caminaba con
ligereza y, por primera vez desde que la anunciaron como la
próxima tribuna, disfrutó realmente de serlo. No tendría que
preocuparse tanto por trazar estrategias ni alianzas, ni por follar
sin parar con una persona y con otra. Realmente, a partir de ese
momento, podría convertirse en una ociosa, aprovechar su
estatus en el Distrito de tribuna.
Lo primero que hizo en cuanto llegó a casa fue cancelar

29
las siguientes cuatro sesiones de sexo. Las tendría con su
esfera.
Pensó en ir a comer al comercio de anoche, a disfrutar
de sus exquisitos platos, pero pensó que sus apariciones en
público no tenían que ser tan seguidas. Si no, el halo de
misterio que la envolvía podría verse afectado. Los Ciudadanos
tenían que sentirse agradecidos de que ella decidiese mostrarse
y, por lo tanto, había que hacerlo como si de un cuentagotas se
tratase. Por esto mismo, comenzó a prepararse ella misma su
propia comida, la cual, pese a todo, había sido seleccionada
entre la de más alta calidad del Distrito, especialmente
escogida para ella.
Se deleitó preparándola. Por fin tenía todo el tiempo
necesario para recrearse en ello, para poder cocinar a fuego
lento, dejando reposar los alimentos con tal de que cogiesen el
suculento saber de las especias.
Cuando terminó de comer, hizo algo que no hacía ni
cuando no era tribuna. Decidió echarse una siesta. Una larga,
profunda y reparadora siesta. Había comido en exceso, y el
sueño hizo mella en Sara, por lo que se dijo: ¿Por qué no?
Estuvo tres cuartos de hora durmiendo.
Cuando se despertó se sintió más fresca, más

30
descansada que nunca. Solamente en el Distrito 12 había
noticias de que se tuviese tal costumbre de hacer esto.
Sara, a pesar de que jamás lo reconocería ante nadie,
cuanto más sabía del Distrito 12, más lo admiraba. Era el
Distrito más pobre, con menos recursos, el más olvidado por el
Capitolio y, sin embargo, a ojos de Sara, el que sabía vivir
mejor. Por supuesto, Sara jamás cambiaría el Distrito donde
había nacido, pues estaba acostumbrada a vivir con excesos de
todo tipo, pero, sin embargo, no por eso dejaba de sentir
admiración.
Sara salió de la cama y volvió a dirigirse a la cocina, a
prepararse una gran taza de café. Cuando ya estuvo preparada,
la cogió y se la llevó hacia donde se encontraba el proyector
con el material seleccionado por sus subalternos. Tras darle un
par de sorbos, le dio al play.
Era el turno de Joel, el tribuno del Distrito 4. Sara ya lo
había visto con anterioridad en varias ocasiones y, hasta hacía
no mucho, le generaba una gran simpatía.
Joel, pese a pertenecer al género masculino, podría
pasar perfectamente por el femenino. Su forma de moverse, de
gesticular, su gracilidad, en fin, su forma de ser, era de mujer.
Le encantaban los hombres fuertes y rudos, los hombres que

31
podían hacer lo que quisiesen con él sin miramientos. Se
derretía cuando tenía a un hombre de esas características
delante (o detrás) suyo. Cuando esto sucedía, le encantaba
hacerse la víctima, la sorprendida, para que, literalmente, lo
forzasen. Para él era algo sublime el saberse tan objeto de
deseo que sus amantes rudos perdiesen los estribos.
Y, como es algo normal en la condición humana, tenía
partes ocultas, las cuales sólo sabían de ellas quien las padecía,
esto es, sus víctimas.
A Joel también le gustaba cambiar los roles. También le
gustaba ser a él el hombre rudo y violento por el que tan
predilección tenía. Sacaba tal lado oscuro, como no, con lo que
él mismo era. Lo sacaba ante jóvenes mujeres vulnerables y
delicadas. Cuando las encontraba, tras asegurarse que no iba a
ser descubierto por nadie, las forzaba salvajemente. No es que
disfrutase sexualmente haciéndolo, pero, sin embargo, el
poderío que sentía al hacerlo hacía que mereciese la pena
correr el riesgo.
Para llevar a cabo tal práctica sin repercusiones, Joel se
había convertido en el Guardián de la Salud Mental de su
Distrito. Era toda una institución, y sus diagnósticos ni tan
siquiera se cuestionaban.

32
Cuando Sara se enteró de esto, como en su Distrito no
existía tal figura, quiso saber más. Y, por esto mismo, encargó
otro estudio sobre dicha profesión. Esa vez encargó solamente
a dos subalternos a realizarla, y con una sola semana de
duración. Los subalternos, como no, hicieron un buen trabajo
de investigación.
El Distrito 4, antes de ser Distrito 4, esto es, antes de las
Guerras, era un poblado con grandes tendencias religiosas. Casi
todos sus miembros seguían la misma directriz. Para ello se
habían erigido Siervos que conducían las inclinaciones
religiosas del poblado. Su única tarea era esta misma: disipar
las disidencias. Se inventaron, para ello, un mundo
infraterrenal donde, los que no seguían la corriente principal,
irían a parar cuando muriesen. Un sufrimiento eterno. Pensaron
que, bajo esta genial idea, no habían más ovejas descarriadas.
Se equivocaron. Tal partición del mundo tuvo la consecuencia
de que las ovejas descarriadas lo fuesen con aún más fuerza.
Para serlo, tenían que enfrentarse, en su interioridad, a tal
metafísica y, una vez hecha esta lucha interior, los pocos que
salían victoriosos, lo hacían con una tremenda fuerza y
valentía. Al darse cuenta de esto, como consecuencia y, para
hacer oposición a tales disidencias, se crearon los Protectores

33
de la Verdad que, básicamente, estaban legitimados a someter a
los disidentes a cualquier tipo de suplicio con tal de hacerles
ver que se encontraban en el Error. Entonces fue cuando tuvo
lugar la Guerra. Para conseguir el apoyo del poblado, el
Capitolio le dio gran poder a los Protectores de la Verdad. La
única condición que les puso fue la de que se adaptasen a los
nuevos tiempos que iban a venir: tiempos donde la técnica y la
racionalidad científica sería lo principal. Aceptaron. Tras unas
décadas, los Protectores de la Verdad se pasaron a llamar
Protectores de la Salud Mental, pese a que, en el fondo, seguían
dedicándose a la misma tarea: perseguir la disidencia.
Cambiaron la idea de un Dios Verdadero por la de una Salud
Mental Verdadera, y se otorgaron el poder de hacer todo lo
necesario para que los Ciudadanos siguiesen bajo sus esquemas
de lo que era la Salud Mental.
Joel era uno de estos Protectores. Había accedido a tal
cargo para dar satisfacción a sus pulsiones más oscuras. Nadie
sabía de ellas, pues, si alguna de sus pacientes hablaba, se
justificaba haciendo un diagnóstico que sostuviese que si
víctima se hallaba ante un delirio y que, por lo tanto,
necesitaba, por su propio bien, más tratamiento.
Cuando Sara se acabó tal estudio, ya no le cayó tan

34
simpático Joel. Se juró que lo haría correrse de los primeros y,
a poder ser, el primero. Y ya había anotado cómo...
Tras esto, Sara tenía media tarde por delante. Se
terminó sin ninguna prisa el café, alternando sorbos con
estiradas en el sofá. Cuando se lo terminó, se dijo a sí misma
que ya era hora de las corridas.
Se desnudó, dejando la ropa cuidadosamente encima del
apoyabrazos del sofá, caminó hasta la mitad del salón, con la
esfera en la mano y, en cuanto llegó, la dejó caer. Como había
sucedido en el comercio, se abrió, y de ella salieron tentáculos
presurosos a inmovilizarla y a estimularle todas sus zonas
erógenas. De nuevo se corrió en menos de medio minuto.
Cuando lo hizo, los tentáculos dejaron libre a Sara y volvieron
a introducirse dentro de la esfera, volviendo a cerrarse y a
parecer un simple objeto inofensivo.
Sara, pese a ser la segunda vez que lo probaba, no salía
de su asombro. Con esta esfera era con lo que había sentido
mayor placer en su vida. La miraba con ojos atentos, como si
tal aparato fuese un misterio irresoluble.
Sara descansó un minuto, recomponiéndose de tan
tremendo orgasmo, y la volvió a dejar caer. Obtuvo otra casi
inmediata corrida, más intensa si cabe que la anterior.

35
Volvió a dejarla caer una y otra vez, con cada vez
menos tiempo para descansar entre orgasmo y orgasmo.
Incluso perdió la noción de cuánto tiempo llevaba repitiendo
este proceso. Su cuerpo le pedía más, y ella se lo daba.
Los orgasmos fueron tan intensos que Sara se olvidó
que los tenía como forma de entrenamiento para ser la
vencedora en los próximos Juegos. Se habían convertido en un
fin en sí mismos, algo a lo que su propia existencia, por sí sola,
era suficiente justificación.
Sara tuvo cientos y cientos de intensos orgasmos. Hacia
el final, cuando ya se acercaba a una cifra con tres ceros,
decidió, muy a su pesar, parar. Ya no había luz natural en la
calle, y el estómago estaba empezando a llamarle la atención.
Cuando al fin consiguió parar —le costó unos quince
orgasmos más detener tal inercia—, se descubrió a sí misma
más cansada que si hubiese dedicado todo ese tiempo a
practicar sexo. Su cuerpo se contraía tan salvajemente con los
orgasmos, que parecía que Sara hubiese ido a hacer deporte
extremo. Estaba tan absolutamente cansada que ni tan siquiera
llegó al sofá. Se quedó tumbada en el suelo alrededor de media
hora, totalmente despatarrada.
Cuando consiguió volver a moverse, lo hizo muy poco a

36
poco y con cuidado. Tenía todo el cuerpo dolorido.
Lo primero que hizo fue entrar en la ducha. Tal y como
se encontraba, no estaba como para salir a la calle. Necesitaba
resguardar su halo de misterio, hacer creer a los demás que ella
estaba más allá del simple y mundano placer carnal. Necesitó
más de una hora bajo el agua para ello. Al salir, necesitó media
hora más para acicalarse, perfumarse y retocarse. Parecía una
mujer totalmente nueva.
Se dirigió al comercio de restauración de renombre con
tal de cenar copiosamente. Se lo había ganado. Mientras lo
hacía y, para variar, los Ciudadanos que aún quedaban por la
calle la miraban como si de un ser excelso se tratase. Sólo los
niños se atrevían a hacer comentarios en voz alta, a los que,
automáticamente, los padres los hacían callar, no fuese a ser
que tal comentario molestase a la próxima tribuna.
En el restaurante, Sara tenía ese día la mesa más lujosa
reservada para ella. Estaba en una sala aparte, y adornada con
profusión con una docena de caros cuadros, además de unos
enormes ventanales que daban a una preciosa fuente iluminada
en el exterior.
Pidió lo mismo que la otra noche. Su plato favorito. Y
se lo trajeron al momento, pues siempre tenían uno acabado de

37
preparar por si la tribuna decidía congraciarles con su
presencia.
Cuando dio el primer bocado a tan suculenta cena, el
hambre acumulada por tan intensa tarde hizo aparición. Se tuvo
que contener para no tragarse a cena sin tan siquiera masticarla.
De nuevo, tenía que mantener las apariencias.
Cuando acabó, quiso repetir, pero no lo hizo por lo
dicho. Era imperioso mantener su halo. Se arrepintió de no
haber cenado en su propia casa. Allí podría comer cuanto
quisiese, sin tener que representar un papel ante nadie.
Cuando llegó, de nuevo, a casa, miró el reloj. Era un
poco tarde, pero, aún así se planteó un par de minutos si
visualizar otro tribuno del material seleccionado por sus
subalternos. Acabó decidiendo que sí, que uno, que sólo uno.
Se sentó en el sofá, esta vez sin su taza de café, y le dio al play.
Era el turno de Virginia, la tribuna del Distrito 5. Eligió
a ésta ya que era la que menos quebraderos de cabeza le iba a
dar. Pertenecía al Distrito, sexualmente hablando, más aburrido
de todos. Era un Distrito donde la sexualidad sólo existía,
cuando rara vez lo hacía, con fines reproductivos. La virginidad
era vista como algo cuasi divino, una flor, la cual sólo podía
entregarse cuando se encontraba alguien compatible con la que

38
formar una familia. Los ropajes de los Ciudadanos del Distrito
5 recubrían por completo los cuerpos e, incluso, a la hora de
practicar el coito, se llevaban puestos. Solamente, en tal
Distrito, se ve un cuerpo desnudo cuando nace y, desde tal
momento, se le cubre para el resto de su vida.
Virginia era una mujer ejemplar en tal Distrito y, a
diferencia del resto de los Distritos, en el 5 era un castigo ser
tribuno. Todo el mundo iba a ver en directo cómo tendría un
orgasmo. Quedaría marcada de por vida como una lujuriosa,
como alguien que había disfrutado con la sexualidad.
Y era evidente que Virginia iba a perder. Nadie daba
nada por la tribuna del Distrito 5. Siempre perdían, y eran de
los primeros en caer. Esto era debido por dos razones: la
primera, porque no sabían cómo dar placer y, por lo tanto,
cómo derrotar a otro tribuno; la segunda, como jamás habían
disfrutado de su propio cuerpo, en cuanto eran tocadas para
darle placer, no tenían ningún tipo de defensa, corriéndose
muertas de vergüenza al momento.
Sara, cuando acabó la visualización de Virginia, ni tan
siquiera tomó notas ni trazó estrategias. No representaba, bajo
ningún concepto, una amenaza.
Paró de nuevo el vídeo y se fue a su cama. El día

39
siguiente sería otro día.

Cuando despertó, Sara se quedó un buen rato dando vueltas en


la cama. Por un lado, había vuelto a cancelar las citas sexuales
concertadas para esa mañana y, por otro lado, tenía agujetas de
la tarde anterior. Cada vez que movía cualquier músculo, sentía
un tremendo dolor, tanto en el mismo como en los de alrededor.
Se estuvo en cama más de una hora y, cuando consiguió
salir de ella, fue directa a la cocina a prepararse un café.
Mientras desayunaba, Sara pensó que los Juegos
estaban próximos, que tenía la victoria asegurada gracias a la
esfera que tenía en su posesión, pero que, aún así, aún le
quedaba trabajo por hacer.
No se veía con fuerzas de hacer otra sesión de orgasmos
esa mañana, pues, como había podido comprobar la tarde
anterior, cuando se utiliza la esfera, un orgasmo llama a otro, y
a otro, y es prácticamente imposible parar la cadena en un
tiempo relativamente moderado. Fue por esto mismo por lo que
decidió, dado el tan penoso estado en el que se encontraba, que
lo mejor sería continuar viendo el material seleccionado por
sus subalternos. Caminando con lentitud por el dolor de las

40
piernas, llegó al sofá, se sentó, y le dio al play.
Era el turno de Magdalena, la tribuna del Distrito 6.
Magdalena pertenecía al Distrito de las hetairas. Era el
Distrito que proveía, bajo un módico precio, siempre
negociable, Ciudadanos para la satisfacción sexual de los
miembros del Capitolio. Este Distrito representaba un
verdadero rival en los Juegos, pues sus tribunos eran personas
altamente especializadas en proporcionar placer. Pero también
tenían un gran defecto, el cual les había hecho perder multitud
de veces en los Juegos: no sólo eran expertas en dar placer,
sino que, también, sus cuerpos habían seguido una dura rutina
para recibirlo, disfrutando enormemente de ello. Y este era el
punto que Sara iba a explotar.
Repasó todas las notas del resto de los tribunos
buscando las posibles combinaciones y estrategias con tal de
vencer a Magdalena. Se estuvo así hasta la hora de comer, y
hacia el final parecía haber llegado a algún tipo de conclusión.

Como sabía lo que le esperaba por la tarde, Sara comió


copiosamente y en exceso, además de beberse un poco más de
un litro de agua fresca.

41
Tras comer se dirigió a su cama, donde durmió,
agradecida por poder hacerlo, alrededor de una hora y media.
Fue un sueño totalmente reparador, del que se despertó, pese a
que aún tenía agujetas, como si hubiese dormido sin descanso
alrededor de tres jornadas.
Antes de iniciar su interminable sesión de orgasmos
junto a su misteriosa esfera, se preparó otro café, que se lo
tomó, sorbo a sorbo, en el sofá, mientras seguía repasando y
sistematizando sus notas sobre el resto de los tribunos.
Subrayaba las notas especialmente relevantes, y unía los puntos
fuertes a los débiles de los diferentes tribunos. Al final, la
libreta parecía una algarabía sólo entendible por la propia Sara.
Antes de iniciar su segunda sesión con la esfera, respiró
profundamente.
La tarde siguió el mismo esquema que la anterior:
interminables y contínuos orgasmos prácticamente sin
descanso entre uno y otro.
Tras esto y, como la noche anterior se quedó con
hambre, decidió cenar en su propia casa. Repitió tres veces. Tal
fue el estado en el que quedó.

42
Los días que siguieron, los días previos a los Juegos, tuvieron
la misma sintonía. Sara recibió otra selección de sus cinco
subalternos, y la fue estudiando, intercalando el estudio con
largas sesiones de orgasmos esfériles, de los que Sara nunca
parecía tener suficiente. Las salidas a la calle se redujeron
drásticamente, aumentando, así, el halo de misterio que
envolvía a Sara.
Y, al fin, llegó el tren a buscarla. Todo el Distrito se
reunió en la estación a despedirla y a desearle lo mejor. Los
Agentes de la Paz tuvieron que contener a las masas para que
no la ahogasen. Tal era su estado de locura cuando la vieron
por última vez.
El tren partió, y Sara se despidió de su Distrito con la
mirada, viéndolo alejarse, y prometiéndose que, cuando
volviese, lo haría como Vencedora.

43
44
PARTE II – LAS REUNIONES

45
46
Sara estuvo treinta y dos horas en el tren. Cada tribuno tenía su
propio vagón independiente del resto, por lo que no era posible
la comunicación entro ellos. También, cada vagón, poseía su
propio restaurante, baño y sala de entrenamiento, totalmente
diferente una de otra. Estaban pensados y fabricados
especialmente para cada tribuno.
Conforme avanzaban en el trayecto, los paisajes fueron
cambiando paulatinamente. Pasaron por desiertos, estepas,
junglas y manglares a una velocidad trepidante, de la que los
pasajeros ni siquiera podían hacerse una idea.
Y, como no podía ser de otro modo, llegaron a los
terrenos del Capitolio, lugar donde, en breve, se iban a celebrar
los Juegos del Placer.
Al llegar, los tribunos se vieron rodeados por docenas
de cámaras y centenares de personas, que los vitoreaban. Los
Juegos era el mayor entretenimientos que tenían los
Ciudadanos del Capitolio y, como sólo se convocaba una vez al

47
año, esperaban su llegada con ansia.
Cuando bajaron del tren todos los tribunos, pese a la
distancia que los separaba —estaban a unos veinte metros unos
de otros—, se miraban entre sí. A excepción de Sara, ningún
tribuno sabía nada de los otros, y cada fracción de tiempo
corrida era una invitación a sacar información de su oponente.
En breve se encontrarían todos en la Arena y, cuanta más
información tuviesen de sus oponentes, mayores posibilidades
tendrían de ganar.
Pero, pese a todo, no todos los tribunos escudriñaban a
conciencia a sus adversarios.
A Virginia le daba vergüenza alzar la vista. Sabía lo que
iba a suceder en la Arena e, interiormente, lo negaba.
Básicamente, en su cabeza no paraba de sonar como un mantra:
si no miro no existe.
En cambio, Sara, no miraba por tres razones: la primera,
porque ya sabía todo lo que tenía que saber sobre ellos. Las
cámaras implantadas en sus hogares, además de la gran labor
de sus cinco subalternos, habían conseguido que sus oponentes
no tuviesen ya ningún secreto para ella. Traía un plan infalible
de casa, e iba a seguirlo al pie de la letra. La segunda razón era
que, al no mirar, y como el Distrito 1 hacía ya muchos años que

48
ganaba los Juegos, los otros tribunos la verían aún más segura
de sí misma, y que, por lo tanto, todos querrían hacer un pacto
con ella. La tercera y última razón tenía que ver con su
misteriosa esfera. Desde que la tuvo, su victoria estaba
asegurada, compitiese contra quien compitiese. Por esto
mismo, a Sara no le hacía falta volver a analizar a sus
oponentes, aunque estuviesen, por primera vez, en vivo y en
directo.
Estuvieron alrededor de cinco minutos dejándose grabar
por las cámaras del Capitolio, que se transmitían en directo en
todos los Distritos. Virginia escondía su cara entre las manos y,
en cambio, Magdalena se contoneaba, aprovechando la
circunstancia para hacerse publicidad. Las hetairas del Distrito
6, las que participaban en los Juegos, quedasen en la posición
en que quedasen, eran muy demandadas, y los precios de sus
servicios subían exorbitantemente.
Luego los acompañaron a sus aposentos, donde también
había cámaras. Desde su llegada al Capitolio, hasta su salida,
todos los movimientos de los tribunos iban a ser registrados y
retransmitidos en directo. Eran unos aposentos muy amplios y
lujosos, como sólo los había en el Capitolio. Tenían un par de
horas antes de comenzar las reuniones entre los tribunos, con

49
tal de que hiciesen sus posibles negociaciones. Todos los
Distritos las iban a ver, pero los tribunos no sabrían de qué se
iba a hablar en ninguna reunión que no fuese la suya.
Sara dedicó estas dos horas a repasar las estrategias que
tenía anotadas, con tanto esmero, en su libreta.

—¿Así que quieres una alianza?— preguntó Sara haciéndose


de rogar. Fue lo primero que le propuso Blanca, lo primero que
dijo nada más iniciar la reunión.
—Sí, por favor— suplicó ella.
—¿Y qué me ofreces a cambio de aliarme contigo, si
puede saberse?
Blanca se quedó pensativa. No sabía qué contestar a esa
pregunta.
—En la unión está la fuerza— sentenció rezando que
esto convenciese a Sara.
—Mmm... déjame pensar...
Sara, en sus anotaciones, había escrito que la posible
alianza junto a Blanca dependería de cómo fuese la
negociación, de ver si podía sacar algo de ella que le acercase a
la victoria. Lo único recibido de su parte fue una manida

50
sentencia y, por lo tanto, con ella, había dejado claro que no le
podía ofrecer nada jugoso.
—No— sentenció Sara—. No acepto tu ofrecimiento.
Fin de la reunión.
Automáticamente se abrieron dos puertas, una a cada
lado de cada tribuna. Significaba que había terminado la
reunión, y que tenían que salir por ellas, donde las esperaba
otro tribuno para la siguiente reunión.
Sara fue la primera en salir. Lo hizo inmediatamente; en
cambio, Blanca tardó un poco más. Aliarse con Sara era el
único modo de alargar su estancia en los Juegos y, como no
había habido pacto, estaba sentenciada. Lo primero que le vino
a la mente fue su Distrito, pues, si se corría de las primeras, les
esperaba un duro año de escasez por lo que se refiere a los
recursos que distribuía el Capitolio.
Sara entró en la siguiente sala, donde se encontraba
Roca, el tribuno del Distrito 3. En directo su apariencia era
mucho más descomunal, es que esto era posible, que en las
visualizaciones del proyector del salón de Sara.
Roca miró directamente a los ojos, cuando se sentó, a
Sara. En ningún momento apartó su penetrante mirada. Sara no
se amilanó. Le mantuvo la mirada veinte segundos antes de

51
comenzar a hablar.
—¿Tienes alguna intención de quedar entre los
finalistas?— preguntó sin rodeos.
—Sí— respondió Roca de forma seca.
—Yo también. Juntos seremos invencibles. Te vengo a
proponer una alianza. ¿Aceptas?
—Sí— volvió a responder de forma seca.
—¿Alguna pregunta?
—No.
—Bien. Nos veremos en la Arena. Fin de la reunión.
Roca cumplía la imagen que Sara se había hecho de él:
un hombre tan fuerte como tonto. Lo manejaría como quisiese,
pensó. Él le haría todo el trabajo sucio.
De nuevo se abrieron las puertas, y ambos fueron a las
salas contiguas. Era el turno de Ana, la tribuna del Distrito 12.
—Muy buenas— dijo Sara. Era con la primera tribuna
con la que no abordaba lo esencial desde un inicio.
—Hola.
—¿Cómo estás?
—Con ganas de empezar...
Esto sorprendió a Sara. Su Distrito nunca ganaba, así
que, ¿por qué tenía tantas ganas de que comenzasen los

52
Juegos? Sara habría querido saber más, pues Ana la intrigaba,
pero como tenían veinte minutos como máximo para hablar,
decidió ir al grano.
—Te vengo a ofrecer algo que no puedes rechazar.
—¿Y es?
—Un pacto, una alianza conmigo.
—¿Y qué saco yo a cambio?
Sara se quedó de piedra. Eso si que no se lo esperaba.
Suponía que Ana estaría deseosa de pactar, de aliarse, con ella.
En cambio, le había preguntado que qué ganaba si lo hacían.
Y, Sara, sorprendiéndose a sí misma, entró en el trapo.
—Ir en los Juegos conmigo. Pertenezco al Distrito 1, el
favorito por excelencia. Junto a mí te asegurarías estar entre los
finalistas.
Tras este pequeño discurso, Sara esperaba la aceptación
incondicional de Ana, que pactase con ella sin preguntar por las
condiciones. En cambio, su respuesta fue la siguiente:
—No me interesa eso.
—¿Y qué te interesa?— preguntó Sara incrédula.
Quería saber más de Ana, pues se había convertido en todo un
misterio para ella.
—Que juegues conmigo hasta el final. Si lo haces,

53
pacto contigo; si no, no.
¿No era eso lo que se suponía que se hacía en los
Juegos, jugar hasta el final? Sara sintió que Ana estaba
representando un papel ante las cámaras, pero, como de todas
formas las habilidades de Ana le podían ir muy bien en los
Juegos, aceptó.
—De acuerdo, jugaré contigo hasta el final. Fin de la
reunión.
Y se abrieron las puertas.
El siguiente tributo era Joel, del Distrito 4. Ya la estaba
esperando en el sillón. Nada más verlo, a Sara se le revolvieron
las tripas. Recordar los suplicios a los que hacía pasar a sus
“pacientes” hizo que le fuese imposible estar a su lado, así que
lo primero y único que dijo fue:
—Fin de la reunión.
Y se abrieron las puertas que no hacía ni cinco segundo
que se habían cerrado.
Joel se quedó con una cara descompuesta. No entendía
qué había ocurrido, por qué Sara había actuado así.
Automáticamente, a modo de defensa, la diagnosticó con
personalidad evitativa y, al hacerlo, respiró más tranquilo.
Siempre utilizaba el mismo recurso ante situaciones que no

54
seguían sus esquemas.
El siguiente turno fue para Virginia, la tribuna del
Distrito 5. Sara tenía claro que no iba a pactar nada con ella,
pero, aún así, decidió ser cortés.
—Hola— dijo.
Virginia no respondió. Se la veía muy nerviosa y
avergonzada ante tanta cámara. Sabía lo que le iba a venir
encima, y aún estaba en estado de negación.
—¿Hay alguien?— insistió Sara. Virginia seguía sin
responder.
—Como quieras. Fin de la reunión— concluyó.
El siguiente turno era para Magdalena, la tribuna del
Distrito 6. Menudo contraste, pensó Sara.
—Hola— dijo Sara.
—Hola, cariño— contestó Magdalena coquetamente.
—¿Pacto?— Fue directa al grano.
—Contigo lo que sea, guapa.
—Fin de la reunión.— Sara no quería seguirle el juego
a Magdalena. Necesitaba sus dotes de hetaira, pero no quería
contribuir a hacerle publicidad.
El resto de las reuniones duraron lo mínimo posible.
Para Sara ya no tenían importancia. Había pactado, como no,

55
con quien quería pactar.
A los pocos minutos de finalizar la última reunión, se
hicieron votos para ver lo que más le había gustado al público.
Sara esperaba que fuese una de las suyas, seguramente la
mantenida con Ana, del Distrito 12, pues, después de todo, Sara
era la favorita. Sin embargo y, para sorpresa suya, no fue así.
Sara miró el gran televisor de la sala central, donde se
encontraba y, con asombro, observó que había sido la
mantenida entre Magdalena y Virginia. A continuación, la
volvieron a retransmitir.
Magdalena entró en la pequeña sala, para variar,
contoneándose. Se sentó en su respectiva butaca, delante de
Virginia, sin parar de observarla, seductoramente, de arriba a
abajo. Virginia, en cambio, miraba tímidamente hacia el suelo.
Nunca se había encontrado ante una persona que hiciese tanto
alarde de su sexualidad, ni tan descaradamente.
—¿Cómo quieres que te de placer?— le dijo
Magdalena, sin apartar la mirada.
Virginia, cómo no, no contestó. Seguía negándolo todo.
—Vaya...— prosiguió Magdalena—. ¿Se te ha comido
la lengua el gato? Espero que, por lo menos, sepas usarlas. Me
gustaría notarla en mi piel...

56
Virginia se puso totalmente roja.
—¿Así que te ruborizas? Vaya, vaya...— dijo
Magdalena poniéndose de pie y comenzando a acercarse a
Virginia. Dio un par de vueltas a su alrededor, mientras
Virginia estaba totalmente petrificada, se agachó, puso su boca
al lado de la oreja de ella y, entre susurros, lo suficientemente
altos como para que las cámaras los captasen, profirió:
—Me voy a encargar de ti... Te voy a lamer todo tu
coño como nunca antes te lo han lamido... Vas a dar gritos de
placer... Y todos los Distritos lo van a ver...
Virginia dejó de respirar. Sin poder evitarlo, tales
imágenes se le instalaron en su mente, y la perturbó
profundamente. Tras unos momentos de silencio, los cuales no
eran casualidad, pues Magdalena los había previsto, dijo:
—Fin de la entrevista. Hasta pronto.
Y se apagó el televisor.

Eran las nueve de la noche. Al día siguiente iban a comenzar


los Juegos del Placer, y ya sólo les quedaba a los tribunos la
cena por delante que, por supuesto, la harían en cubículos
individuales.

57
Esa noche todos los tribunos, a excepción de Virginia,
cenaron copiosamente. No sabían qué les iba a esperar al día
siguiente.

58
PARTE III – LOS JUEGOS

59
60
—¡SE DAN INICIO LOS VIGESIMOTERCEROS JUEGOS
DEL PLACER!
El pistoletazo de salida había sido anunciado por todos
los megáfonos de la Arena y, tal como anunciaba, se iniciaron
los Juegos. Se abrieron las compuertas de los doce tribunos y
comenzaron las carreras. Los tribunos de los Distritos 2, 4, 7, 8,
9, 10 y 11 salieron corriendo, cada uno en una dirección. Los
tribunos de los Distritos 1, 3, 5, 6, y 12 que, a partir de ahora se
iban a conocer como Equipo Sara, se reunieron. En cambio, la
tribuna del Distrito 5, Virginia, se quedó el su cubículo,
acurrucada en una esquina.
—Vaya, vaya... ¿A quién tenemos aquí?— dijo
Magdalena en cuanto se acercó, junto al resto del Equipo Sara,
a donde se encontraba Virginia.
Ésta se mecía como una niña asustada en plena noche.
—¿Qué hacemos con ella?— preguntó Roca—. ¿La
hacemos que se corra ya?

61
—Mmm... Me gustaría jugar antes un poco con ella...—
respondió Magdalena—. Lo prometido es deuda.
—Sí, entretengámonos con ella— añadió Sara—. Aún
es pronto para comenzar...
Sara no quería que Virginia se corriese. Tenía una
venganza personal con Joel. Quería que fuese él el que se
corriese primero y, a poder ser, desmontando su tapadera para
abusar de sus pacientes. Miró a Virginia de nuevo, y tuvo una
ocurrencia.
—Estaría genial— prosiguió Sara— poder transportarla
con nosotros. Así, si nos aburrimos, tendríamos
entretenimiento... ¿A alguien se le ocurre con qué poder
hacerlo?
Evidentemente, Sara hacía referencia a las cuerdas que
Ana llevaba en su mochila, pero ésto no lo podía decir, pues, si
no, se haría evidente que los habría espiado, y para otros
Juegos el Distrito 1 ya no jugaría con esta ventaja. Jamás se lo
perdonarían.
—Yo puedo cargarla al hombro— propuso Roca.
—Yo tengo algo mejor...— dijo al fin Ana abriendo su
mochila—. Mirad. ¿Qué os parece?
Todos asintieron ante tamaña sorpresa. Estaban

62
encantados.
—De acuerdo, pero con una condición— expuso
Magdalena.
—¿Cuál?— respondieron.
—Dejádmela, cuando esté desnuda y atada, unos
minutos. Prometo que no dejaré que se corra.
—Me parece razonable— sentenció Sara en nombre de
todo el equipo.
—¡Manos a la obra, pues!
Dicho esto, Roca, de un fuerte tirón, le rompió la
camiseta a Virginia, dejándola desnuda de cintura para arriba.
Virginia se tapó con sus brazos sus virginales pechos.
—Mantenle los brazos tras la espalda— exigió Ana a
Roca, quien lo hizo encantado.
Ana procedió a amarrárselos con las cuerdas. Mientras
tanto, Virginia estaba en shock. Trató de taparse los pechos con
el pelo, inclinando la cabeza hacia delante, pero no tenía el
largo suficiente. Trató de utilizar sus brazos, pero ya estaban
totalmente inmovilizados y le resultaba imposible. Estaba a la
total merced del Equipo Sara y, para colmo, como remate final,
Ana le hizo un collarín para tirar de ella, como si se tratase de
una perrita doméstica.

63
—Dejadme quitarle los pantalones a mí— dijo
Magdalena, a la que le había llegado su turno.
El resto del Equipo Sara se apartó un par de metros con
tal de dejarle el espacio necesario para que Magdalena actuase
con tranquilidad.
Cogiendo y estirando un poco la cuerda que Virginia
tenía al cuello, Magdalena comenzó a decir:
—Bien, bien... Como te prometí en la reunión, te voy a
hacer gozar... Además— y dio un tirón a la cuerda para que
Virginia se acercase a escasos centímetros de la boca de
Magdalena—, a mí no me engañas con tu puritanismo. Sé que,
en el fondo, eres como yo, una perra, y te lo voy a demostrar...
Las chicas como tú me encendéis... No te llegas a imaginar
cómo... Y cuando yo me enciendo... enciendo todo lo que hay
alrededor. Ahora lo vas a comprobar.
Dicho esto y, tras dejar que Virginia tragase saliva,
Magdalena procedió a desabrocharle el cierre de los
pantalones.
Entonces, la situación era la siguiente: a Virginia se le
aguantaban los pantalones de milagro, por lo que, si se movía,
ni que fuese un ápice, se le iban a caer. Magdalena la observó
con una sonrisa maliciosa, y dijo:

64
—Ahora tú vas a elegir hasta dónde quieres que te
toque. Sólo voy a estimularte la parte de piel a la que le pueda
dar el viento, así que, yo que tú, si tan remilgada dices que
eres, me mantendría muy, muy quietecita...
Evidentemente, Virginia ya había llegado a la misma
conclusión por sí sola, por lo que hasta casi había dejado de
respirar. Tenía los ojos y la mandíbula cerrados con fuerza,
intentando irse a un mundo totalmente diferente al que se
encontraba. Sin embargo, pronto le recordó Magdalena en cuál
se encontraba.
Comenzó a besarle el cuello muy suavemente,
apartándole antes, para ello, el pelo a un costado. Virginia
resopló, echando todo el aire que tenía en sus pulmones. Sin
embargo, no se movió, ni para ladear la cabeza con tal de
cubrirse de los besos de Magdalena.
Magdalena siguió besando el cuello de Virginia,
mientras que, con sus manos, comenzó a acariciarle los brazos,
el vientre, los pechos... Virginia comenzó a temblar y, muy
poco a poco, le fue descendiendo el pantalón, milímetro a
milímetro, mostrando, así, más superficie a la que acariciar.
Evidentemente, Magdalena se dirigió, son sus manos, a esta
nueva zona de piel, virginal hasta el momento.

65
En cuanto Magdalena se la tocó, el temblor de Virginia
aumentó cuantitativamente, provocando la caída del pantalón.
—Como desees— profirió Magdalena en cuanto el
pantalón llegó a los pies de Virginia, a quien los temblores se le
habían convertido en algo prácticamente patológico.
Acto seguido, Magdalena se colocó frente a Virginia y,
simulando una serpiente, se puso en cuclillas frente a ella.
Comenzó a lamerle los muslos, cada vez más cerca de la
entrepierna.
Virginia no pudo más y, perdiendo fuerza en las piernas,
se cayó al suelo. Como no pudo parar la caída con las manos,
pues las tenía atadas tras la espalda, se dio de bruces contra el
suelo. Por suerte, pudo girarse un poco antes de la caída, con lo
que amortiguó el golpe.
—Lo sé. Soy irresistible...— se mofó Magdalena.
Se la quedó mirando unos momentos y, acto seguido, le
dijo a Roca:
—¿Te importaría agarrarle los tobillos? Sí, así, con las
piernas bien abiertas.
Por supuesto, Roca lo hizo inmediatamente.
Magdalena se colocó a cuatro patas entre las piernas de
Virginia y los robustos brazos de Roca y, muy lentamente, fue

66
avanzando hacia su Monte Venus. En cuanto llegó a él, le
comenzó a dar pequeños besos por encima de las anchas
bragas.
Virginia intentó zafarse, pero, como era evidente, no
pudo mover ni un ápice de sus delgados tobillos, que eran
prácticamente del mismo tamaño que las muñecas de Roca.
Virginia permaneció en silencio, con la mandíbula
fuertemente apretada, hasta que Magdalena le dio el décimo
beso en la entrepierna. Entonces Virginia sintió algo que no
había sentido nunca, se asustó, y comenzó a gritar que la
dejase, que, por favor, que la soltase, que haría lo que
quisiesen, pero que la soltase.
Magdalena no tenía intención de parar. Sabía que
acababa de descubrirle a Virginia lo que era el placer, el goce
del propio cuerpo y, dado su entrenamiento de lllevarlo hasta su
culmen, no estaba en su naturaleza detenerse. Por eso le sentó
como un jarrón de agua fría cuando Sara dijo:
—Es suficiente, Magdalena. Tengo mejores planes para
Virginia. La utilizaremos como cebo, como reclamo.
Aún así, Magdalena dio un par de besos más en el
Monte Venus de Virginia.
—Gracias, gracias. Haré todo lo que me pidas, Sara. Te

67
debo la vida— agradeció Virginia aún altamente trastornada.
—Ponte en pie, pues. Vamos de caza— ordenó Sara. El
semblante del Equipo Sara cambió notablemente. Hasta ese
momento, todo había sido diversión, olvidándose de por qué
estaban ahí. Las palabras de Sara los volvió a poner en
situación.
Roca se encargó del transporte del cebo, de Virginia.
Para ello tenía agarrada la cuerda que le sujetaba el cuello e,
inmisericorde, tiraba de ella, obligándola a seguir el ritmo del
grupo.
Por supuesto, no la habían vuelto a vestir. Su único
ropaje eran unas braguitas y las cuerdas que la amarraban.
—Por ahí— indicó Sara, quien se había fijado hacia
dónde se había ido Joel. Iba a ser su primera víctima.
Sin ningún tipo de discusión, el Equipo Sara cambió el
rumbo. Sin saber nadie cómo, Sara se había erigido como la
líder de este mismo.
Al poco se internaron en un espeso bosque, en el que,
Ana, dada sus dotes de semi nómada, podía rastrear el camino
que había tomado Joel. Para ella esto era muy fácil, pues estaba
acostumbrada a la caza de animales infinitamente más
discretos.

68
Ana se fijaba en las ramas rotas, en las hojas caídas sin
estar lo suficientemente caducas como para hacerlo, en los
trozos de camino aplastados... Iban veloces, pero no más de lo
que debería de ir Joel.
—En algún momento habrá tenido que hacer una parada
en el camino— aseguró Ana—. Y no debe de estar muy lejos...
Caminemos con más sigilo.
Todo el Equipo Sara hizo lo que Ana había dicho.
Virginia no. Sólo podía andar con sigilo si iban mucho más
despacio, y no podían permitirse ese lujo, pues supusieron que
Joel no estaría eternamente descansando. Fue por esto por lo
que Roca se colocó a Virginia al hombro, como si de un saco
de patatas se tratase, y prosiguieron el rumbo marcado por Ana.
—Debe estar por aquí— afirmó Ana al cabo del rato—.
Los pasos hace rato que ya no van en línea recta, por lo que ha
debido de buscar un sitio donde pararse. Esperadme aquí, que
averiguaré dónde se encuentra.
—De acuerdo— respondieron.
Mientras Ana seguía con mucho sigilo el rastro, el resto
del Equipo Sara se sentó en unas raíces de los altos árboles que
tenían a su alrededor. Sorprendentemente, Roca bajó a Virginia
hasta una de estas grandes raíces con mucha delicadeza.

69
No hablaron entre ellos. Restar en silencio era parte
esencial de la sorpresa. Magalena cruzó sugerentemente las
piernas, mostrando, así, a las cámaras, su terso y trabajado
muslo. Roca tenía la mirada fija en ningún punto, con los
músculos en una leve tensión. Virginia tenía las piernas
cerradas con fuerza, y la espalda curvada hacia delante, como
si, de este modo, fuese a tapar algo su desnudez. Sara, en
cambio, estaba alerta a la espera de la menos señal de la vuelta
de Ana. No sabía por qué, pero confiaba en ella. Algo le decía
que no los iba a abandonar y esconderse hasta que los tribunos
fuesen haciéndose correr entre sí. Le había dado su palabra de
semi nómada y, en su cultura, esto era inquebrantable.
Como estaban en silencio, se dieron cuenta de que no
estaban solos en el bosque, que no eran los únicos animales que
lo habitaban. Antes, con el ajetreo de la marcha, no se habían
dado cuenta, pero en ese momento escucharon el ruido de los
pájaros volando y posándose en las ramas. Así como los ojos,
tras unos minutos de oscuridad, se acostumbraron a ella, los
oídos se estaban acostumbrando al silencio del mismo modo.
Y fue por esta misma nueva capacidad auditiva
descubierta que escucharon la llegada de Ana antes de que
apareciese. No pudieron evitar preguntarse si Joel le habría

70
pasado lo mismo. De todos modos, que no hubiese sonado
ningún cañonazo— que indicaba que algún tribuno se había
corrido— era una muy buena señal. Ana sabía lo que se hacía.
—Está a unos treinta metros hacia el oeste— dijo en
voz baja Ana en cuanto llegó—. ¿Tenéis algún plan?
—Sí— respondió rápidamente Sara.
Sara, gracias a la selección del material de las
grabaciones realizado por sus cinco subalternos, sabía las dos
debilidades de Joel. Por un lado, le gustaba que lo dominasen
hombres fuertes y rudos y, por otro lado, le encantaba dominar,
por no decir maltratar o abusar, a jóvenes mujeres indefensas.
Sara ya tenía pensada la estrategia desde que vio a Virginia
atada, por lo que preguntó:
—Virginia, ahora has de cumplir tu palabra. ¿Lo harás?
—Sí— respondió. No quería volver a sufrir los
suplicios de Magdalena.
—De acuerdo. Roca, ven. Haremos lo siguiente...

Virginia comenzó a caminar en la dirección que le habían


indicado Ana, donde se suponía que se encontraba descansando
Joel. Caminaba muerta de miedo, como si un pie le pidiese

71
permiso al otro para hacerlo. A cada paso que daba, sus pechos
daban un pequeño bote, algo que intentaba evitar, pero que
acabó dejando por imposible.
Al cabo del minuto de caminar en dicha trayectoria,
Virginia entró en el campo de visión de Joel, a quien se le
iluminaron los ojos como si Dios hubiese decidido hacer
aparición en la Tierra con tal de revelar el sentido de la
existencia. Inmediatamente, miró en derredor para ver si se
trataba de una trampa. No se veía a nadie, por lo que se pudo
percibir en la mueca que puso la maldad que habitaba en su
interior.
—¡Al fin encuentro a alguien!— dijo Virginia—. ¿Le
importaría desatarme? He conseguido escapar de milagro. Qué
mal lo he pasado...
Las palabras de Virginia parecían totalmente sinceras.
De hecho, para ella lo eran. La súplica fue real.
—Sí, por supuesto. Acércate y te desato— respondió
Joel, incapaz de creer la buena suerte que estaba teniendo.
Virginia se olía que algo iba a salir mal, pero aún así
fue. Temía más a Magdalena que a Joel. Después de todo, al
menos él era un hombre. En su Distrito no le iban a perdonar
que se corriese jamás, pero aún habría más escarnio si lo hacía

72
junto a una mujer.
Joel vio en Virginia alguien quien, si hubiese
pertenecido a su Distrito, habría acabado siendo una “paciente”
suyo. El temor que segregaban todos los poros de la piel de
Virginia, unido a su virginal cuerpo, hacían que se desatasen
todas las fantasías de Joel. Y no solo eso. ¡Además había
venido por su propio pie y atada! No podría encontrar a nadie
en mayor estado de vulnerabilidad.
En cuanto Virginia se le puso a su alcance, a Joel se le
instaló un rictus que indicaba que algo dentro de él había
cambiado por completo. Se olvidó de todo su alrededor, de que
estaba en los Juegos, y de que había cámaras por doquier que
lo estaban grabando y retransmitiendo en directo en todos los
Distritos, incluido el suyo.
Agarró a Virginia y se abalanzó sobre ella. En un
instante le estaba sobando todo el cuerpo. Le faltaban brazos y
bocas.
El Equipo Sara había acordado que Virginia tenía que
chillar con tal que Roca pudiese acercarse por detrás de Joel sin
que lo descubriese. Virginia cumplía el plan a rajatabla, pero
esto era pura casualidad. Desde que vio la transformación de la
cara de Joel se había olvidado de dicho plan. Sin embargo, el

73
resto del Equipo creía que sí que lo estaba siguiendo, medio
asombrados de la sangre fría que estaba demostrando tener
Virginia.
Roca salió del escondrijo en el que se encontraba
mientras Joel tiraba al suelo a Virginia y la aplastaba con su
peso. Estaba totalmente desquiciado, actuando por pura
pulsión.
Joel se había sacado ya el miembro del pantalón con tal
de perforar a Virginia cuando, justo en el momento que se
disponía a retirarle, o más bien arrancarle, las bragas, una
fuerte mano lo agarró por la parte posterior del cuello y lo
elevó hasta que sus pies no tocaron el suelo.
—Parece que te gusta abusar de jóvenes que no se
pueden defender, ¿no? ¿Qué tal si cambiamos las tornas?—
dijo Roca con una voz tan fría y grave que a Joel se le pusieron
los pelos de punta, y no sólo de miedo.
Joel se revolvía intentando zafarse. Al inicio quería
realmente hacerlo, pero, poco a poco, esas ganas por salir de
las garras de Roca fueron convirtiéndose en un simple
simulacro. Le daba morbo la situación. Podía notarse porque, a
través del pantalón de Joel, podía intuirse su miembro
totalmente erguido. Y no sólo porque Roca lo forzase. Era la

74
situación al completo, el que, por un lado lo dominasen y, por
otro lado, tener frente a él a una joven en total estado de
vulnerabilidad e inmovilización. Todos sus deseos, no por
casualidad, se habían materializado frente y tras él.
Roca, de un fuerte tirón y, manteniendo a Joel en el aire,
le destripó los pantalones. Hizo lo mismo con los calzoncillos.
Sí. Las intuiciones eran totalmente correctas. Joel tenía
el miembro en su máximo esplendor, con líquido preseminal,
incluso, en la punta del prepucio.
Roca no esperó más. Las órdenes dadas eran claras:
“haz que se corra”. Le insertó el miembro sin miramientos en
el trasero de Joel. Y, tras unos minutos —pocos— de
acometerlo, se corrió escandalosamente, jugando a intentar
escapar de las fuertes y robustas garras de Roca.
Automáticamente, en el mismo momento en el que Joel
se corrió, sonó un megáfono anunciando la baja de un tribuno
por todo el distrito. En unos segundos aparecieron dos Agentes
de la Paz para llevárselo.
Uno menos, pensó Sara, quien, junto al resto del
Equipo, se dirigía hacia donde había tenido lugar la acción.
—¿Estás bien?— preguntó Ana a Virginia en cuanto la
tuvo al lado. Era la única que se había preocupado por ella. El

75
resto del Equipo Sara estaba celebrando la victoria de su primer
combate.
—Bueno... Todo esto es demasiado para mí, la verdad.
No entiendo por qué estamos obligadas a participar en este
macabro juego.
Sara, en ese momento, había comenzado a prestar
atención a la conversación que estaban manteniendo Ana y
Virginia. Estaba muy extrañada. Virginia, aunque fuese desde
su inocencia, había hecho una crítica directa al Capitolio, y
nadie que lo hubiese hecho anteriormente había salido bien
parado.
—Quién sabe... Quizá es el último— sentenció Ana
guiñándole el ojo. Lo había dicho en voz alta y sin temor, por
lo que era toda una declaración de intenciones hacia el
Capitolio, la cual había sido escuchada en directo en todos y
cada uno de los Distritos. A Sara se le desencajaron los ojos.
¿Quién era esta Ana que parecía no tener temo al Capitolio?
Cuanto más sabía de ella, cuanto más tiempo pasaba a su lado,
más la asombraba.
Mientras seguían con la celebración, se escuchó otro
cañonazo por los megáfonos. Otro tribuno se habían corrido.
¿Quién? Hasta la noche no lo sabrían.

76
Este nuevo cañonazo les recordó que se encontraban en
los Juegos, y volvieron a poner un semblante serio.
Habían estado varias horas en busca de Joel, por lo que
ya era tarde. Debatieron durante un buen rato sobre si ir en
busca del próximo tribuno. No llegaban a un claro acuerdo,
cuando, de golpe, sonó otro cañonazo. Los envolvió el silencio.
Decidieron entonces, esta vez sin mucho debate, pasar
la noche ahí. Estuvieron recogiendo hojas un buen rato con tal
de apilarlas en el suelo para dormir sobre ellas.
Cuando ya llevaban alrededor de una hora tumbados,
una pantalla gigante apareció en el cielo. Anunciaba las bajas
que habían tenido lugar en ese día. En total: tres. Habían caído
los tribunos de los Distritos 4, 7 y 9.
—Sólo quedamos nueve— dijo Sara.
En ese momento, a todos los miembros del Equipo Sara
los invadió la sospecha. Aún era pronto para comenzar con las
traiciones, pues quedaban varios competidores por derrotar,
pero, sin embargo, tarde o temprano tendrían que hacerlo si
querían ganar el Juego. Comenzaron a lanzarse furtivas
miradas los unos a los otros, las cuales apenas se podían
percibir debido a la escasa luz que los envolvía.
—¿Preparo unas trampas, a ver si cae algún animal en

77
ellas? Así tendríamos algo que comer cuando nos despertemos,
aprovechando la poca luz que aún queda— propuso Ana con tal
de relajar el tenso ambiente que se había instalado entre ellos.
—Me parece muy acertado. ¿Necesitas ayuda?— le
respondió Sara.
—De acuerdo, no me irá mal.
Se alzaron ambas. Ana se puso su mochila llena de
cuerdas a la espalda, y se pusieron en movimiento. En el
campamento efímero e improvisado se quedaron Roca,
Magdalena y Virginia.

—Fíjate en estos pequeños caminos— le indicó Ana a


Sara cuando ya estaban suficientemente lejos del campamento
como para que las escuchasen—, es el camino que han creado
los conejos. Suelen tener unas rutas marcadas de tanto pasar
por ellas.
Ana se puso en cuclillas a un lado del pequeño camino,
e indicó con un gesto para que Sara hiciese lo mismo. Observó
unos segundos el mejor lugar donde colocar la trampa y,
cuando decidió el mejor, abrió su mochila con tal de sacar una
pequeña cuerda.

78
—Mira, le hago un nudo corredizo y la coloco así —lo
hizo— para que el conejo pase por ella. Cuando lo haga, la
cuerda se estira y... ¡Zas! Lo deja preso hasta que volvamos a
por él.
—Impresionante— dijo Sara tras observar tal ingenioso
y a la vez simple mecanismo. Desde luego, en su Distrito se las
apañaban muy bien, visto lo visto.

Y en el campamento, mientras que Sara y Ana colocaban las


ingeniosas trampas, también estaban ocurriendo cosas.
Magdalena, en el momento que Roca se durmió —que
fue al cabo de poco—, y que Sara y Ana se perdieron de vista,
se arrastró hacia donde se encontraba Virginia, quien ya estaba
a punto de dormirse, también. Lo primero que hizo, par alejarla
del abrazo de Morfeo, fue darle un largo beso en la boca.
—Hola, cariño. ¿Me echabas de menos?— Fue lo
primero que dijo Magdalena en cuanto Virginia abrió los ojos.
De nuevo volvió a sentirse presa por las cuerdas, sin
posibilidad de huir ni de defenderse, y se comenzó a poner
nerviosa, preguntándose si volverían pronto Sara y Ana.
Magdalena, deslizando su dedo índice por el vientre de

79
Virginia, prosiguió:
—¿Cuándo fue la última vez que te estimularon los
pezones, esos preciosos pezones rositas que tienes?
Virginia no respondió, temiéndose lo peor.
—¿No respondes? Vaya, con lo que me gustaría
escuchar tu voz. Voy a ver si, con un poco de estimulación, te
la consigo sacar.— Virginia tragó saliva, cerrando de nuevo los
ojos.
Y, Magdalena, dándole besos desde la barbilla hasta los
pechos, llegó a los pezones. No le pasó desapercibido que a
Virginia se le había puesto la piel de gallina. Una pena, pensó,
pues las cámaras no lo podrían capturar. Estaba demasiado
oscuro para ello.
Magdalena, pasándola la humedecida lengua llena de
saliva por ambos pezones a Virginia, se los mojó y, a
continuación, procedió a soplárselos, alternativamente.
Mientras lo hacía, con sus manos, juntaba los pechos, como si
tuviese un miembro en medio y tratase de que le hiciese una
cubana.
Virginia, a quien le habían vuelto los temblores, todavía
le aumentaron más cuando Magdalena procedió a estimularle
los pezones. Mientras que con la boca le estimulaba uno, con

80
una mano lo hacía con el otro, y con la otra le acariciaba toda
la parte del cuerpo de Virginia que tenía a su alcance.
Magdalena se dedicaba a ello con esmero y con total
dedicación. Era a lo que se había dedicado desde que, en su
Distrito, pasó a ser considerada como mujer —sobre los trece
años—. Eran años de experiencia puesta en dar placer a
Virginia, en hacerla sentir lo que se negaba tanto a sentir, algo
que, para Magdalena, se había convertido en todo un reto
personal, en toda una misión a cumplir al precio que fuese,
pasase lo que pasase.
Y, pese a la resistencia que Virginia ofrecía frente a la
estimulación de Magdalena, volvió a sentir lo que, por primera
vez, había sentido esa mañana, esto es, placer.
Volver a sentir esto mismo, el placer, y de esta manera,
a través de los pechos, le provocó a Virginia la sensación de
sentir que el cuerpo era algo más de lo que había pensado hasta
ese momento. En su Distrito no estaba permitido sentir el
cuerpo de ese modo, y eso provocó en Virginia una reacción
contradictoria. Por un lado lo rechazaba, no lo quería sentir y,
por otro lado, quería más, que no parase. Y Magdalena no tenía
ninguna intención de parar...
Virginia agradeció que ya casi no hubiese luz. Tras unos

81
minutos con Magdalena estimulándole los pezones, ya no era
capaz de disimular que le estaba gustando. De hecho, el placer
ya no estaba concentrado en esa zona solamente. Se le había
extendido por todo el cuerpo y, donde más, en la entrepierna, la
cual, por primera vez, estaba deseando que alguien se la tocase,
quien fuese.
Y no solo era esto. Virginia comenzó a sentir cómo todo
su cuerpo se excitaba violentamente. Cada vez con más fuerza.
Tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no gemir ni
chillar, puesto que eso sí que lo registrarían los micrófonos de
las cámaras. Magdalena sabía que Virginia no iba a aguantar
mucho más sin hacerlo, y le comenzó a dar pequeños
mordiscos, intercalándolos con lametones y succiones.
Como Virginia ya arqueaba la espalda, Magdalena
decidió comenzar con la segunda fase. La mano libre que
utilizaba para acariciar el cuerpo de Virginia, la cual no se
dedicaba a estimular el pezón que no era estimulado por la
boca, la comenzó a descender hacia su entrepierna. Lo hizo
hasta que llegó a las bragas de ésta. En cuanto las tocó, se
detuvo, y comenzó a jugar con ellas. Las estiraba y las movía
con tal de que éstas se incrustasen en la vagina de Virginia, la
cual estaba bastante húmeda, dejando marcas en las bragas.

82
Magdalena siguió jugando a este juego un par de minutos más,
sin parar de estimularle los pezones, por supuesto.
Por ese entonces era ya evidente que Virginia estaba
pronta a correrse. Evidente para todo el mundo que estuviese
en su piel, excepto par ella misma. Como no se había corrido
nunca, no sabía que el placer ascendente que tenía constaba de
un clímax, también conocido como orgasmo o corrida, y que,
cuando lo tenía, se acababa el Juego.
Magdalena, en esos momentos, no quería nada más en
el mundo que Virginia se corriese. Si no hubiese sido por la
llegada de Sara y Ana al campamento, lo hubiese hecho sin
dudarlo ni un solo segundo. En cuanto escuchó los pasos de
ellas, paró de estimular a Virginia y, antes de volver a su sitio,
le dijo:
—En breve tendrás más, mi amor.— Y se hizo la
dormida de forma inocente.
Virginia, en cambio, esa noche apenas durmió. La
nueva perspectiva de descubrir su propio cuerpo como posible
fuente de placer exquisito la mantuvo en vilo. La excitación le
duró alrededor de una hora, y notó cómo el cuerpo le pedía la
cercanía de Magdalena, como si, al no estar ésta junto a ella,
piel con piel, le faltase algo. Por primera vez —ese día, para

83
ella, habían sido muchas primeras veces— se sentía
incompleta.

Amaneció y el primero en abrir los ojos fue Roca. En cuanto se


ladeó con tal de ponerse en pie hizo crujir las hojas en las que
estaba recostado y, de este modo, despertó al resto del Equipo
Sara, donde ninguno de sus miembros estaba teniendo un sueño
profundo.
—¿Vamos a mirar las trampas?— dijo Ana tras pasarse
las manos por la cara.
—¿Os importa que os acompañe?— preguntó Virginia,
temerosa de volver a quedarse junto a Magdalena. Ahora la luz
del día revelaría que lo que ésta le hacía le gustaba, y no sabía
hasta cuándo podría disimular.
—¡Ningún problema! Vamos a ver si han picado—
respondió Sara, permitiendo, de este modo, que Virginia
volviese a poder respirar con normalidad.
Se pusieron Ana, Sara y Virginia en pie. A ésta última la
tuvieron que ayudar para ello. E iniciaron el mismo trayecto
que recorrieron la noche anterior.
Magdalena, que se había quedado a solas junto a Roca,

84
comenzó a mirarlo —y admirarlo— de arriba a abajo.
—¿Pasa algo?— preguntó Roca un poco incómodo por
la tan exagerada atención recibida por parte de Magdalena.
—Nada, nada... No te me sulfures, bonito. Simplemente
me estaba preguntando si eres un desperdicio total, lo cual sería
una auténtica pena o, si aún tienes algún tipo de solución, a la
cual me lanzaría encantada.
—¿Cómo?
—Que sé que te gustan los hombres. Sé que cuando
hiciste que Joel se corriese, lo hiciste con gusto. Y con ese
cuerpo que Dios te ha dado... Créeme, sería una auténtica pena
que sólo te gustasen los hombres. ¿Me dejas probar si la otra
mitad de la población tenemos alguna posibilidad de gritar
entre tus brazos?
Magdalena, quien, mientras decía esto se había
acercado hacia Roca, acarició con sus manos los fuertes y
robustos brazos de éste.
Y, Roca, tras mirarla con un asco profundo, la apartó de
un fuerte empujón, el cual tuvo la consecuencia de que entre
ellos se estableciese una distancia de tres metros.
—Ni con un palo dejaría que me tocases —amenazó
Roca—. Las mujeres me dais asco, y más las que sois como tú.

85
—¿Las que somos como yo?
—Sí. Las que no sabéis controlar vuestros instintos. Me
provocáis arcadas.
—Créeme, si no controlase mis instintos, cariño mío,
esta noche habría cogido las cuerdas de Ana, te habría atado
con ellas y, en menos de cinco minutos, habrías abandonado los
Juegos.
—¿Quieres ver cómo abandonas tú los Juegos en cinco
minutos?
—Oblígame.
Dicho esto, Roca comenzó a caminar hacia donde se
encontraba Magdalena, quien lo esperaba relamiéndose los
labios. La sola idea de ver a Roca enfadado forzándola ya la
encendía y, además, tenía pensado ofrecer resistencia. Una
resistencia que le hiciese a Roca replantearse sus gustos
sexuales.
—¿Qué hacéis?— preguntó Sara, quien salía de entre
los arbustos con tres conejos, interrumpiendo, así, la disputa
entre Roca y Magdalena.
—Nada, nada— respondió veloz Magdalena—. Me
estaba explicando Roca cómo caminan en su Distrito cuando
están enfadados.

86
—Bueno, es igual— dijo Sara restándole importancia
—. Mirad, ¡traemos desayuno!
—¡Genial! Tengo un bastante hambre.
—¿Alguien sabe hacer fuego?
—En unos minutos está hecho— respondió Ana al
tiempo que apilaba las hojas más secas que iba encontrando.
Entre encender el fuego, cocinar y comerse los tres
conejos, estuvieron alrededor de dos horas, en las cuales
estuvieron debatiendo, siempre con Sara como la voz cantante,
lo que harían el resto del día.
Decidieron que, en cuanto acabasen con el desayuno,
irían en busca de la próxima víctima. No tenían ni idea de
dónde se encontraba ésta, pero, dado que al inicio de los Juegos
cada cual tiró por una dirección, dedujeron que, fuesen hacia
donde fuesen, tarde o temprano se encontrarían con algún
tribuno.
Ana propuso que se dirigiesen hacia el este, puesto que,
si seguían esa dirección, pronto dejarían atrás el bosque, y sería
más fácil vislumbrar a su próxima víctima, que la verían desde
la distancia. Todos asintieron ante tal razonamiento.
Así que, en cuanto se acabaron los conejos y
extinguieron el fuego, se pusieron en movimiento.

87
Como bien había anunciado Ana, al cabo de la hora
vieron el fin del bosque, el cual, sorprendentemente, se
extinguía en unos escasos diez metros, demostrando, así, toda
su artificialidad.
Al cabo de media hora más encontraron una enorme
balsa llena de agua. Debatieron un rato si beber de ella o no,
pero, dado que hacía muchas horas que no bebían, acabaron
haciéndolo. En un inicio lo hicieron tímidamente, como
esperando si les daba algún malestar o retortijón, pero, cuando
dejaron pasar un buen rato y esto no sucedía, bebieron con
ansia hasta estar bien saciados. Nadie sabía cuándo sería la
próxima vez que podrían beber. Sin embargo, se les quedó bien
grabado dónde se encontraba tal balsa, por si tenían que volver
por no encontrar más fuentes de agua en la Arena.
Prosiguieron la búsqueda de su próxima víctima, ahora
sí, totalmente saciados y con el estómago lleno. Tenían reservas
para otro día, por lo menos.
Al cabo de la media hora de haber hecho la parada en la
balsa, Ana descubrió un rastro en el suelo y, al parecer,
transitado hacía menos de una hora, pues el viento aún no había
borrado del todo las huellas, las cuales, ella era la única que las
podía distinguir.

88
Roca le pidió que le explicase cómo lograba verlas,
pero Sara recomendó que no se entretuviesen, que ya se lo
explicaría cuando acabasen con el tribuno al cual pertenecían
tales huellas. Lo que sí que le dijo, ya en camino, era que
pertenecían a una mujer.
Conforme avanzaban, las huellas eran más nítidas y
claras, anunciando su creciente proximidad y, mientras las
seguían, sonó un cañonazo por los altavoces.
—Uno menos— anunció Magdalena—. Una pena, la
verdad...
Sara, que no entendía por qué Magdalena se apenaba
por tener un competidor, o una competidora, menos, en vez de
alegrarse, le preguntó:
—¿Por qué una pena?
—Porque me gustaría haber sido yo quien le hiciese
morirse de placer...
—Eres incorregible, Magdalena— dijo Sara riéndose.
—No te imaginas cuánto... Lo único que deseo es que
no haya sido la tribuna que estamos siguiendo. Esa la quiero
para mí.
—Bueno, bueno. Eso ya lo decidiremos sobre la
marcha. De todos modos, si es la tribuna a la que seguimos, el

89
cañonazo indica que no se encontraba sola, por lo que,
obligatoriamente, habría de haber, como mínimo, otro tribuno
junto a ella.
—Mmm... Tienes razón. Me lo pido, también.
Sara no pudo evitar reírse. Cada vez le caía mejor
Magdalena. En su Distrito no había mujeres tan dicharacheras
ni, por supuesto, tan fogosas. No pudo evitar el plantearse si en
el Distrito 6 eran más felices que en el que ella pertenecía. No
todo eran recursos brindados por el Capitolio, después de todo,
pensó.
Siguiendo el camino trazado por las huellas, Ana indicó
que no hablasen, que la tribuna a la que perseguían debía de
estar cerca. Las huellas estaba recién pintadas.
A un kilómetro, más o menos, había un montículo con
un poco de vegetación. Ana indicó que las huellas estaban un
poco más separadas, por lo que, quien las hizo, tuvo que
acelerar el paso. Se dirigían hacia el montículo, sin duda
alguna.
Antes de llegar a él decidieron separarse en dos grupos,
donde cada uno entraría al montículo por el lado opuesto al
otro. De este modo, no tendría escapatoria posible. Un grupo
estaba compuesto por Sara, Ana y Virginia y, el otro, por Roca

90
y Magdalena. Se separaron y quedaron que se encontrarían en
la cima del montículo, en caso de que no encontrasen a nadie
en él.
Como habían acordado, cada grupo entró por un
costado del montículo, y fueron avanzando en él muy
sigilosamente. No sabían si los habían visto desde la distancia.
Suponían que no, puesto que, en el montículo había mucha
vegetación y era muy difícil ver, desde él, el exterior. Pero
igualmente fueron muy precavidos y siempre miraban en
derredor un par de veces antes de dar un paso.
A los dos minutos de haber entrado, Roca dio un fuerte
grito diciendo que la habían capturado. Que vinieran a donde
se encontraban. Sara, Ana y Virginia corrieron, esta vez sin
importar el ruido que hacían, hacia el lugar de donde procedía
la voz de Roca.
En cuanto llegaron estas tres, vieron el panorama. Roca
tenía inmovilizada a Blanca, la cual ya no tenía la parte
superior de su ropa, e intentaba, de forma totalmente inútil,
zafarse de los brazos de Roca. Mientras tanto, Magdalena
jugaba con los pezones.
La primera reacción de Virginia al ver esto fue la de
sonrojarse. Los recuerdos de la noche anterior, estando ella en

91
lugar de Blanca, la invadieron.
En cuanto Sara la vio, la reconoció. Le vino a la mente
las debilidades de Blanca gracias al material seleccionado por
sus cinco subalternos, por lo que ya sabía qué hacer con ella.
—Ana, ¿la atas? Así nos aseguramos que no escape.
—En un minuto está hecho— respondió sacando un par
de cuerdas de su mochila.
Como había prometido Ana, en menos de un minuto,
Blanca estaba lista.
Blanca, al verse totalmente atada, no pudo evitar el
encenderse. Sin embargo, trató de disimularlo todo lo que
pudo, pese a que constantemente le venían recuerdos junto a su
maduro amante haciéndole exactamente lo mismo.
—¿Y bien?— preguntó Magdalena—. ¿Me la dejáis ya?
—Toda tuya— le respondió Sara—, pero yo también te
ayudo. Roca, quítale los pantalones e inmovilízale las piernas.
Roca lo hizo sin dilación y, una vez hecho, Magdalena
procedió a masturbar a Blanca, quien, desde un primer
momento, dio muestras de placer.
Sara miraba el panorama a un escaso metro, esperando
el momento oportuno para intervenir. Observaba cómo Blanca
intentaba controlar su placer haciendo retardar lo inevitable. Le

92
encantaba sentirse en esa posición de poder, de saber que, por
mucho que lo intentase evitar, Blanca se iba a acabar corriendo,
y más cuando ella entrase en acción.
A los tres minutos Blanca ya estaba resoplando.
Magdalena, que era toda una experta en dar placer, tanto a
hombres como a mujeres, lo hacía con total dedicación,
perdiéndose en el movimiento de su muñeca. En cambio, Roca,
quien tenía totalmente inmovilizadas las piernas de Blanca,
permanecía impasible. Las mujeres no le decían absolutamente
nada, es más, sentía hasta cierta repulsión ante lo que tenía
delante suyo, razón por la cual puede entenderse el porqué de
apartar la mirada contínuamente hacia un lado y hacia otro.
Hacia los siete minutos, Sara creyó que ya era el
momento oportuno de entrar en acción. Se deslizó hacia donde
Blanca tenía la cabeza y, estirando sus brazos hacia los
costados de ésta, comenzó a hacerle cosquillas a través del
vientre y de las costillas.
Blanca no pudo reprimirse más. Arrancó en gritos en los
que se mezclaban risas y jadeos de placer. Se dijo, mientras se
lo hacían, que no, que no podían saber de sus debilidades, que
esto era pura casualidad. Y, sin embargo, se lo estaban
haciendo... Era como si la hubiesen estado espiando...

93
En menos de dos minutos se corrió, y sonó el
correspondiente cañonazo. En nada se presentaron en el lugar
los Agentes de la Paz para llevársela. Abandonaba los Juegos.
Cuando se la llevaron, el Equipo Sara, junto a Virginia,
se quedó en silencio. Había una competidora menos, y pronto
tendrían que enfrentarse entre sí. Aparte de ellos, sólo
quedaban tres tribunos más en los Juegos.
—¿Tenéis algún plan?— preguntó Sara, rompiendo, así,
el silencio.
—Podríamos esperar aquí a que apareciese algún
tribuno. Podría atraerlo el cañonazo— planteó Roca.
—¿Y qué os parece volver a la balsa?— preguntó Ana
—. Es la única fuente de agua que hemos visto desde que
entramos en la Arena y, por lo tanto, tarde o temprano tendrán
que ir allí.
—Me parece muy buena idea— la apoyó Sara—. ¿Os
parece bien hacer esto último?
A todos les pareció bien y, tras reposar unos minutos
con tal de recomponerse, se volvieron a poner en movimiento.
Ya conocían el camino, por lo que lo recorrían sin
problemas. Decidieron, no sin intenciones ocultas por parte de
Sara, separarse en dos grupos. La idea subyacente a esta

94
separación fue la siguiente: si algún tribuno de los que
quedaban descubría las huellas, vería menos peligro si captaba
un grupo de dos o tres que de cinco. Un grupo fue el de Sara y
Ana, y otro el de Virginia, Roca y Magdalena. Caminaban a un
centenar de metros, por lo menos, el uno del otro.
—Ana, ¿verdad que me dijiste que pactabas conmigo si
jugaba hasta el final?— preguntó de repente Sara.
—Sí, así es.
—Tengo una propuesta...
—Te escucho.
Mientras seguían caminando, Sara le expuso lo que
había pensado hacer en cuanto llegasen a la balsa. Ana le
prometió que la ayudaría, que estaba en el grupo por y para
ella, y que esperaba con impaciencia el momento de hacerlo.
Tras media hora más de camino llegaron a la balsa. Se
volvieron a unir los dos grupos en ella y, pese a que habían
bebido en abundancia por la mañana, volvían a estar sedientos.
Tanto caminar bajo el sol había hecho mella en el Equipo.
Tal y como habían hablado Sara y Ana en el camino,
dejaron que bebiesen primero Virginia, Roca y Magdalena.
Mientras lo hacían, Ana iba sacando cuerdas de su mochila.
Mientras Roca continuaba bebiendo, Sara y Ana se

95
acercaron a él, sigilosamente, por detrás suyo. Para mantener el
equilibrio y no caerse en la balsa, Roca tenía ambas manos
hacia atrás, haciendo contrapeso. Aprovecharon a máximo esta
circunstancia.
Ana había preparado dos anchas cuerdas con nudos
corredizos, como los que utilizaba para cazar conejos, y ella se
había quedado con una de estas cuerdas, y le había dado otra a
Sara.
Cuando Sara asintió con la cabeza, Ana le inmovilizó
las manos tras la espalda a Roca, y Sara hizo lo mismo con los
pies. Tuvieron que sujetarlo para que no se cayese al agua, del
susto que le habían dado.
Cuando se giró, pudieron ver en él la enorme cara de
sorpresa que se le había instalado. No podía creer que lo
estuviesen traicionando.
Magdalena y Virginia se los quedaron mirando
pasmadas. A Magdalena los ojos se le convirtieron en pura
perversión; en cambio, a Virginia, los ojos sólo expresaban
confusión. En su mente pura no había lugar para tales
traiciones, y le costaba aceptar lo que estaba viendo delante
suyo.
Roca optó por permanecer en silencio. Se dijo que había

96
sido culpa suya, que era culpable por haber confiado en esas
dos pérfidas mujeres, y que, bajo ningún concepto, iba a
mostrar debilidad ante ellas, pasase lo que pasase.
—Magdalena, ¿quieres hacer los honores?— le dijo
Sara elevando la mano, la cual apuntaba hacia Roca.
—Creí que jamás me lo pedirías— respondió ella,
relamiéndose los labios.
Magdalena se recogió el pelo, muy teatralmente, y
comenzó a caminar hacia Roca.
—Cariño, te voy a dejar más seco que el desierto al
medio día— le advirtió, y se puso de rodillas ante él. Si
conseguía que se corriese, que se corriese, supuestamente un
hombre al que le daban repulsión las mujeres, su popularidad
iba a crecer como la espuma, y en el Capitolio pagarían lo que
pidiese con tal de pasar una noche junto a ella.
Sin que Roca pudiese hacer nada por evitarlo,
Magdalena le bajó los pantalones y los calzoncillos, dejándolos
arrugados a sus pies. Evidentemente, no tenía el miembro
erguido, algo que Magdalena tenía intención de ponerle
remedio lo antes posible.
Inmediatamente, Magdalena introdujo el miembro de
Roca entre sus labios, y comenzó a succionar como alma

97
llevada por el diablo.
Sara y Ana, que miraban la escena desde la distancia,
decidieron que era el momento de llevar a cabo el segundo
paso de su plan. De nuevo Ana sacó dos cuerdas, esta vez no
tan gruesas, de su mochila, y les hizo el correspondiente nudo
corredizo. Tras esto, comenzaron a acercarse por la espalda a
Magdalena, quien, dada la labor que estaba llevando a cabo, no
se dio cuenta de esto.
Y cuando lo advirtió, ya era demasiado tarde. Se
encontraba, también, fuertemente amarrada de pies y manos.
Pese a todo, no extrajo el miembro de Roca de su boca. Cuando
comenzaba un trabajo, nunca lo dejaba a medias, y ahora
tampoco iba a ser una excepción.
Virginia estaba totalmente paralizada. Tener ante sí a
Roca y a Magdalena más atados que ella, se le antojaba como
algo irreal. Parpadeaba contínuamente para cerciorarse que no
estaba delirando. Y aún se sobresaltó más cuando vio lo que
pretendían hacer a continuación Sara y Ana.
Como con Roca no podían, pues pesaba demasiado,
simplemente lo tumbaron en el suelo boca arriba. A Magdalena
la desnudaron completamente y, a continuación, le dieron la
vuelta y la pusieron encima de Roca. El miembro de éste

98
quedaba a la altura de Magdalena, y la vagina de Magdalena
quedaba, con un poco de esfuerzo por parte de Roca, a la altura
de su boca. Una vez colocados en esta posición, Ana procedió a
amarrarlos el uno a la otra de forma que no pudiesen moverse.
Cuando lo hizo, Sara dijo:
—Bien, de ahí no vais a salir. ¿Quién será el último en
caer?
Como si esto hubiese sido un pistoletazo de salida,
Magdalena comenzó a succionar. En un inicio, Roca no hizo
nada, pues las tenía todas consigo que Magdalena no iba a
conseguir excitarlo, pero, para sorpresa suya, a los cinco
minutos, eso mismo fue lo que sucedió. Sin saber ni cómo, el
miembro de Roca comenzó a cobrar vida bajo los
experimentados labios de Magdalena.
Como un rayo y, a pesar del profundo asco que le daba
hacerlo, Roca comenzó a lamerle la vagina a Magdalena, lo
que provocó que ésta, utilizando la excitación que le
provocaba, succionase con aún más ahínco.
En poco rato, el forzado 69 se había convertido en toda
una batalla campal. Los dos estaban profundamente excitados,
y luchaban porque el otro lo estuviese aún más.
Sara y Ana se sentaron, una a cada lado de la batalla, a

99
contemplar el panorama. No pudieron evitar excitarse, también.
En cambio, Virginia seguía petrificada en la misma posición,
incapaz de creer que alguien pudiese albergar tanta maldad en
su interior.
Tanto Roca como Magdalena estaban ya jadeando
escandalosamente, intentando, muchas veces en vano, que los
jadeos no impidiesen seguir estimulando a su competidor.
Evidentemente, Magdalena tenía mucha más
experiencia, por lo que, si no fuese Roca su oponente, haría
rato que habría ganado. Pero a Roca las mujeres le revolvían el
estómago, por lo que la excitación del placer carnal iba
acompañada con un revulsivo psicológico, lo que explicaba por
qué estaba consiguiendo aguantar tanto.
Sin embargo, todo tiene un límite y, al final, el placer en
Roca venció al asco, provocando en él un orgasmo como no
había tenido nunca. Como el placer tuvo que hacerse paso entre
todas las defensas que Roca tenía forjadas bajo fuego contra las
mujeres, fue cogiendo una fuerza tremebunda al hacerlo, como
un dique se se rompe ante una cantidad ingente de agua
acumulada durante meses y meses. Esto provocó que las gritos
de Roca fuesen prácticamente inhumanos.
Sonó el cañonazo a través de los altavoces por toda la

100
Arena, anunciando que acababa de sucederse otro orgasmo,
otra corrida.
Magdalena pudo respirar, al fin, con tranquilidad. Un
solo minutos más y ella también habría caído.
Llegaron los Agentes de la Paz, cortaron las cuerdas que
unían a Magdalena con Roca, y se llevaron a este último. Ya
sólo quedaban seis tribunos en los Juegos.
Dejaron a Magdalena atada. Tenían mejores planes para
ella que desatarla. Sin embargo, le dijeron que podía colaborar
y disfrutar, o resistirse y abandonar los Juegos ya.
Evidentemente, decidió colaborar. Para ella, el placer siempre
era lo primero.
Hablaron Sara y Ana de esperar, sin moverse del sitio,
la aparición del próximo tribuno. Era por esto por lo que habían
decidido ir a la balsa, porque, tarde o temprano, tendrían que
venir. Decidieron estar al acecho, escondidas tras la pared que
contenía el agua, la llegada de la siguiente víctima. Virginia y
Magdalena, ambas atadas e inmovilizadas, se escondieron
también junto a ellas.
Mientras esperaban, Sara se debatió intensamente sobre
si usar su misteriosa esfera o no. Desde luego, podía serle muy
útil para vencer en un santiamén al tribuno que se presentase.

101
Sin embargo, había visto las habilidades combativas de Ana, y
no las tenía todas consigo que pudiese con ella, por lo que llegó
a la conclusión de que utilizaría la esfera sólo en caso de
necesidad, si no, la guardaría como arma secreta contra Ana.

Cuando llevaban alrededor de un par de horas


escondidas, ya un poco aburridas, vieron, a lo lejos, un poco de
movimiento. No sabían si se trataba de una persona o no, pues
aún estaba a mucha distancia, pero, conforme fue avanzando,
se dieron cuenta que sí que lo era.
Se resguardaron en la parte contraria a donde llegaría su
nueva víctima, sin hacer ningún tipo de ruido, incluso
conteniendo la respiración. Ana había preparado ya un par de
sus anchas cuerdas —anchas por si acaso, pues aún no sabían si
se trataba de un hombre o una mujer— para cuando llegase y
se inclinase para saciar su sed, la cual, debería de ser mucha,
supusieron.
Tardó alrededor de viente minutos en llegar el hombre.
Cuando lo hizo, antes de inclinarse a beber agua, hizo un
pequeño análisis a su alrededor, por si había alguien. Como no
vio a nadie, creyó que se encontraba a solas, y se inclinó a

102
beber, también con las manos hacia atrás para hacer
contrapeso.
Sara y Ana se acercaron, como ya habían aprendido a
hacer con Roca, por su espalda y, antes de que pudiera advertir
nada, ya estaba preso.
Lo primero que hicieron con él fue desvestirlo. Lo
dejaron sin camiseta y sin pantalones. A continuación fueron a
buscar a Magdalena, quien, observando desde el otro extremo
de la balsa, ya intuía qué iba a ocurrir a continuación.
La llevaron donde se encontraba el nuevo tribuno y los
volvieron a atar haciendo un 69.
Magdalena aún estaba bastante encendida por lo
acontecido con Roca, por lo que, presurosa, comenzó a
succionar con ansia el miembro del tribuno. Si quería resultar
vencedora de este combate contra reloj, tenía que ser rápida,
muy rápida. El nuevo tribuno, viendo la situación, también
comenzó a succionar la vagina de Magdalena.
Fue una lucha feroz y encarnizada, en la que, de nuevo
y por segundos, salió victoriosa Magdalena.
Sonó el cañonazo y los Agentes de la Paz se llevaron al
tribuno del Distrito 10 fuera de los Juegos.
Ya sólo quedaban cinco tribunos. Los que estaban ahí

103
presentes, y uno más.
La tensión entre Sara y Ana se podía palpar. Sólo
quedaba un tribuno para que se tuviesen que enfrentar entre
ellas. Sara estaba agarrando ya su misteriosa esfera, cuando, sin
previo aviso, Magdalena anunció que alguien se acercaba.
Dirigieron la vista hacia donde ella indicaba y, evidentemente,
un hombre se dirigía hacia la balsa.
Volvieron a esconderse las cuatro tribunas en el costado
contrario de por donde se acercaba.
Cuando el tribuno llegó, Sara y Ana tenían pensado
hacerle lo mismo que al anterior, por lo que, en cuanto se
inclinó para beber agua, se apresuraron por su espalda.
Sin embargo, el tribuno no había acudido ahí a beber.
Había ido por el cañonazo, que lo había advertido de que ahí
tenía que haber gente. Fue por esto mismo por lo que sólo
simuló que estaba bebiendo agua.
Cuando Sara y Ana estuvieron lo suficientemente cerca
de él, el tribuno se giró e golpe y agarró el brazo de Sara, y la
atrajo hacia sí. Le pasó el brazo por el cuello, y le dijo a Ana:
—Si te acercas la ahogo.
Ana se mantuvo en tensión a una distancia prudencial, y
el tribuno del Distrito 11 procedió a meter la mano que tenía

104
libre dentro de los pantalones de Sara.
Sara no tenía alternativa. Nadie podía, ni suponía que
nadie querría, hacer nada por ella. Fue por esto por lo que, sin
que se diese cuenta el tribuno que la tenía agarrada, deslizó su
mano a su bolsillo y extrajo la esfera. La tiró a los pies de él, y
la esfera hizo de las suyas.
Antes de que el tribuno pudiese darse cuenta, los
tentáculos lo tenían inmovilizado y, en unos quince segundo, lo
hizo correrse.
Pero no fue la única sorpresa en ese momento. Antes de
que sonase el cañonazo anunciando la última corrida, Ana
había apresado con sus cuerdas a Sara, quien se culpó a sí
mismo por no haber estado más atenta.
Para cuando volvieron los Agentes de la Paz para
llevarse al tribuno, Ana era la única que quedaba sin atar en el
lugar.
—Lo siento, Sara. He tenido que atarte porque he visto
que tenías intención de traicionarme. No pretendo ganar los
Juegos. No he venido aquí para eso. Simplemente quiero que
cumplas tu promesa— dijo Sara.
—¿Qué promesa?
—Que juegues conmigo hasta el final.

105
—Ya ha acabado el Juego.
—No, el Juego acaba de empezar.
—¿Cómo?
—¿Qué pasaría si no quedases como la Vencedora?
—Que no podría volver a mi Distrito. La vida que me
esperaría sería un auténtico infierno.
—Bien. No quiero que vuelvas a tu Distrito.
—¿Y qué quieres que haga?
—Aún no. Espérate unos minutos y lo sabrás.
Mientras Sara se quedaba a la expectativa, Ana cogió la
esfera del suelo y la tiró a los pies de Magdalena, provocándole
casi al instante su corrida y, antes de que llegasen los Agentes
de la Paz, la volvió a coger y se dirigió, de nuevo, hacia Sara.
Entre susurros para que las cámaras no lo registrasen, le dijo:
—Búscame. Haremos la revolución.
Y tiró la esfera a sus pies.
Luego se la tiró a sí misma, dejando a Virginia como la
Vencedora.

106

Anda mungkin juga menyukai