Antropología.
Física.
No es posible reconstruir el concepto que Sócrates tenía del mundo; y que sería
de suma importancia para explicar su actitud moral.
El conocimiento del mundo, de los principios y de los elementos; lo consideraba
propio de los dioses, que se habían reservado sus secretos.
Desliga por completo la ciencia moral de la ciencia de la naturaleza.
Pero aunque rechaza por inútiles, estériles y contradictorias las investigaciones
cosmológicas de sus predecesores; no obstante puede vislumbrarse un concepto
optimista del Universo, concebido como una realidad en que reinan el orden y la
armonía; pero no en sentido puramente mecánico, como el que imponía la Mente
de Anaxágoras; sino como un orden dirigido por la Razón universal y la
Providencia divina.
Al orden general del Universo deben responder el orden y la armonía en la vida
individual del hombre.
Teología.
Platón y Jenofonte se esfuerzan por defender a Sócrates de la acusación de
asebeía.
Sócrates fue religioso.
Tuvo siempre respeto y veneración hacia los dioses de Atenas y practicó el culto
conforme a los ritos tradicionales.
«Que cada uno venere a los dioses según el rito de la ciudad».
«Hay que honrar a los dioses conforme a las leyes rituales tradicionales».
Manifestó su piedad en la oración, ofreciéndoles sacrificios (al morir encarga que
se sacrifique un gallo a Esculapio), y en su obediencia.
En la Apología Platón presenta su muerte como un acto de obediencia y de
sumisión a la voluntad de los dioses.
También parece que, junto y por encima de los dioses de la mitología tradicional;
admitió la existencia de un Dios único, supremo, invisible, ordenador del Mundo,
aunque no creador.
No está claro si habría que entender ese Dios en sentido personal; o más bien
como una Razón universal, infinita, inmanente en las cosas, a la manera del Logos
de Heráclito.
Esa Razón sería la causa del orden y de la armonía admirable que existe en el
Universo; y no un simple Motor extrínseco como la Mente de Anaxágoras.
Jenofonte hace resaltar la Providencia que gobierna todas las cosas,
especialmente las humanas.
Los dioses de la Mitología serían a manera de ministros subalternos inferiores de
esa Razón universal: «Estoy pensando ahora que la única ocupación de los dioses
sea servir a los hombres».
Los dioses manifestaban su voluntad a los hombres mediante oráculos, avisos y
señales.
Si bien esa providencia no se extiende más que a la vida del hombre sobre la tierra.
La Teología de Sócrates viene a ser una proyección de su antropología al exterior.
Así como el hombre consta de un cuerpo material y visible, regido por un alma
racional invisible; así también el Universo consta de una parte material visible
regida por una Mente invisible, ordenadora, providente.
No vemos el alma humana, pero la podemos conocer por sus actos.
Tampoco vemos la Mente universal; pero su existencia se nos manifiesta por el
orden maravilloso que rige en el mundo; y en el cuerpo del hombre, que revelan
una Inteligencia sapientísima.
Etica.
a) El bien.
La formulación del bien concebido como una realidad absoluta, trascendente y
subsistente es obra de Platón; Sócrates no tuvo nunca un concepto claro ni llegó
a dar una definición precisa del Sumo Bien.
Su Moral carece de finalidad trascendente (naturalismo).
Para Sócrates no existe un Bien trascendente; como un ideal al cual haya que
subordinar la vida, sino muchos y diversos bienes.
El Bien es el conjunto de bienes regulado por la razón; de cuyo conjunto resulta
la vida feliz (εύδαιμονία, εύπραξία).
La característica fundamental del bien en Sócrates es la utilidad (ωφέλεια).
No hay «bien que no sea bien para alguna cosa».
«Lo que es útil es bien para aquel que le es útil».
Lo bueno y lo útil se identifican.
Sócrates no logró rebasar el hedonismo y el relativismo.
Los bienes son relativos: «Lo que es bueno para el hambre, es malo para la fiebre,
y lo que es malo para el hambre es bueno para la fiebre...; y todas las cosas son
buenas y bellas para aquel a quien le van bien, y malas y feas para aquel a quien
le van mal».
Tanto Jenofonte como Platón nos han conservado algunos rasgos de Sócrates en
que aparece como todo lo contrario de un asceta.
Pero el fondo hedonista que perdura en Sócrates éste se esfuerza por someterlo a
la razón; por racionalizar todas las satisfacciones de cualquier orden que sean.
La razón debe dominar la parte inferior del hombre; y saber calcular las cosas
que pueden producir más o menos cantidad de placer.
Jenofonte lo representa en los Memorables; enseñando a Eutidemo que es
necesaria la templanza; porque la separación del deseo y del goce hace aumentar
el deseo, y esto hace más agradables las satisfacciones de comer, beber, dormir,
etc.
En el Protágoras identifica el bien con lo agradable y el mal con lo desagradable.
Incluso llega a proponer una aritmética moral (μετρητική τέχνη), para calcular
los bienes entre los cuales se debe elegir.
«Si pesamos las cosas agradables con las agradables; hay que escoger siempre las
más numerosas y las más grandes; si pesamos las desagradables con las
desagradables; hay que retener siempre las menos numerosas y las
menores.
Finalmente, si pesamos las agradables con las desagradables; y los placeres pesan
más que los dolores, los placeres presentes sobre los dolores futuros; o los
placeres futuros sobre los dolores presentes; hay que conceder la preferencia a los
placeres y obrar con esta intención; y si los dolores hacen inclinar la balanza, hay
que guardarse muy bien de efectuar tan mala elección» (Protágoras 35óa-c).
En el Cármides expone un utilitarismo puro.
Y lo mismo en el Hipias mayor.
No obstante, este cálculo de bienes para elegir entre ellos el mejor no tiene en
Sócrates el sentido grosero a que lo hará derivar Aristipo.
Su hedonismo es superado por el utilitarismo.
Buscar el bien mejor y establecer una escala de bienes implica la renuncia a otros
bienes inferiores.
Buscar el conjunto de bienes superiores para asegurar la felicidad; lleva consigo
la renuncia de muchos bienes particulares e inferiores.
De aquí el dominio que el sabio debe tener sobre sí mismo; y la rigurosa disciplina
a que debe someter sus apetitos inferiores e inmediatos; para llegar a conquistar
un bien mayor, que es la tranquilidad y la serenidad.
«Si el no tener ninguna necesidad es cosa divina; el tener las menos posibles
es la cosa que más nos aproxima a la divinidad».
De esta manera en Sócrates su fondo hedonista, su utilitarismo, su cálculo
racionalista de los bienes; son cosas perfectamente compatibles con una
disciplina rigurosa y con un verdadero ascetismo.
La práctica de la virtud aparece como la cosa más útil; porque es el medio de
alcanzar el mayor bien, asegurando la vida feliz.
Su utilidad prevalece sobre todos los demás bienes particulares y nos acarrea
mayores ventajas, incluso de orden temporal y material.
La virtud tiene un valor universal, es bella, buena y útil para todos.
Claro está el peligro de hacer derivar esta doctrina hacia un sentido práctico más
grosero que el que tenía en el maestro, como sucedió con su discípulo Aristipo.
Idéntico sentido utilitarista daba Sócrates a la belleza.
Lo bello es lo útil y lo que es conveniente a un fin.
En el Banquete, de Jenofonte, Sócrates pretende— medio en broma, medio en
serio—; que sus ojos saltones, sus narices chatas y abiertas y sus labios gruesos;
son más bellos que los del hermoso Critóbulo, porque son más útiles para ver,
oler y besar.
b) La virtud.
d) Determinismo moral.
El bien, que es lo útil para el individuo y para la ciudad, obra de tal suerte sobre
el entendimiento del que lo conoce; que, una vez conocido, influye sobre su
voluntad, la cual no puede menos de quererlo y practicarlo.
Por lo tanto, los pecados no son voluntarios; pues proceden siempre de una
deficiencia de conocimiento.