A través de la historia la mujer ha ido ganando a pulso su papel en la sociedad. El pasado no siempre ha sido alentador ni el camino fácil. Por alguna razón (la cual sería un buen tema de investigación), la sociedad ha dispuesto a la mujer para ser ignorada y humillada. En cada cultura puede verse en muchas parejas la lucha por liderar la relación; no obstante, otras han podido llegar a un acuerdo acerca de la parcialidad en el rol de cada uno. En México se le ha denominado machismo a la “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” *. Muchas veces la sociedad es parcial con respecto a los derechos de los géneros. Al hombre se le llegan a dar privilegios que se le niegan a la mujer, y, en cuanto a errores se refiere, se es más implacable con ella. Se han designado roles sociales para cada género: el hombre es para el trabajo fuera de casa, la mujer para el trabajo en la casa; la mujer está para servir las exigencias del hombre, desde sus necesidades (o caprichos) en el hogar hasta la relación sexual. El machismo ocasiona una actitud de rechazo de parte de la sociedad hacia el varón o la mujer que llegue a salirse de su rol establecido. No es bien visto un hombre ayudando en las tareas domesticas, como lavar la alacena, barrer, trapear, cocinar, lavar la ropa, cuidar niños, atender a su esposa, etc. La sociedad puede llegar a ser implacable y etiquetarlos de mandilón, término cuyo objetivo es humillar y recordar que el individuo no está cumpliendo con su rol establecido. Si, en cambio, la mujer es la que trae el sustento al hogar, la líder en la relación de pareja, en fin: cumple con las funciones que se supone el hombre debiera de cumplir, se la denomina feminista. Sin embargo, y por extraño que pueda parecer, las ideas machistas no existen solo entre los varones, sino que podemos encontrarlas entre las mujeres. De hecho, esa es la causa por la que el machismo sigue perdurando: porque se continúa enseñando en el hogar. El niño no nace con ideas de machismo en su mente. No es inherente, es adquirido. No se nace siendo machista, se educa. Y un gran porcentaje de la educación que el niño recibe es en el hogar. Es en la familia donde se enseñan los roles de ambos géneros. Se dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer (frase que, dicho sea de paso, ha sido calificada por algunos como machista y se ha modificado a “al lado de un hombre hay una gran mujer”), también se dice que detrás de un hombre machista, hay una madre machista, y generalmente es cierto. No en pocos hogares se limita a la mujer exclusivamente a las tareas del hogar y al hombre al trabajo “duro”. La niña de la casa debe de aprender a cocinar, a preparar la mesa, y a servir la comida a su padre y hermanos. No hay nada de malo en esto, el detalle es que en las familias donde existe el machismo no se espera que el hijo lo haga. Es común ver a la hija sirviendo a su padre y hermanos, pero es un horror ver al hijo sirviendo a su padre, madre, y hermanas. ¡Se supone que la mujer está para servir al hombre, y no al revés! El varón intenta lavar los platos, la mujer interviene rápidamente como si quisiera salvarlo de que se le caigan las manos y se hace cargo (es verdad que algunos no son tan diestros, pero al menos la buena intención debe respetarse). Resultado: niños crecen, se vuelven adultos, y salen a formar nuevos hogares en donde pondrán en práctica lo aprendido en la casa paterna, y el ciclo se repetirá de generación en generación, hasta que alguien decida vivir diferente. Es cierto que existen diferencias entre hombres y mujeres. Pero la mayoría de las veces las diferencias son personales y no de género; es decir, no hay mucha diferencia entre hombres y mujeres, sino entre individuos. Es verdad que tanto al hombre como a la mujer se les ha asignado tareas especiales como el cuidado del hogar y el trabajo, pero no es exclusivo de un género. Se espera una cooperación mutua para llevar las cargas tanto del hogar como del trabajo.