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Introducción a la filosofía I

Pérez Flores, Edwin Guillermo


Hipias Mayor: lo extraño, lo difícil, lo bello
Atenas fue una ciudad-estado donde ciertos pensadores revolucionarios desarrollaron
provechosamente innumerables disciplinas que fundamentaron y consolidaron el pensamiento del
hombre contemporáneo. Platón, uno de aquellos egregios personajes que comprendió, utilizó y
nutrió la filosofía con sus trabajos, nació en la actual capital de Grecia, en el año 429 A.C., en el
seno de una poderosa familia aristocrática, la cual le permitió obtener una formación intelectual,
artística, física muy completa a cargo de grandes profesores como Crátilo (quién le dio sus primeras
lecciones de filosofía), Aristón Argivo (quién, además de otorgarle su tan famoso apodo, le enseñó
cómo desenvolverse en la palestra) y Sócrates (el que instruyó, al joven de veinte años, en “la
mayéutica, el intelectualismo moral y la tecnificación del poder”1). Tras la muerte injusta de este
último, Aristocles, decepcionado y consternado por las atrocidades cometidas por el sistema
político de su patria, “viajó por el Mediterráneo, (…) Egipto, (…) [y] visitó algunas colonias
griegas del sur de Italia (…) [hasta] instalarse (…) en Sicilia [específicamente en Siracusa]”2 con
el fin de seguir acrecentado su conocimiento, el cual cimentaría la construcción de algunos de sus
Diálogos. Durante esta etapa turbia de la vida del filósofo (388-385 A.C.), se cree, escribió el
“Hipias Mayor”, el cual se ubica normalmente dentro de los diálogos de transición. El trabajo
siguiente tiene el objetivo de exponer las ideas principales que articulan este diálogo que reflexiona
sobre lo bello. Para ello, dividiré en tres secciones tal resumen: en la primera, revelaré la distinción
entre qué es bello y qué lo bello; en la segunda, explicaré la belleza relativa de las cosas; en la
tercera, mostraré tanto las hipótesis como sus respectivas refutaciones con las que Platón intentó
definir la esencia de la belleza.
Preguntas necesarias: en la búsqueda de lo bello
El problema que planteo en este primer apartado, el de la diferencia entre algo bello y lo bello,
tiene su origen en el momento en que el personaje Sócrates inquiere a Hipias, después de haber
cavilado sobre la importancia de las leyes en una urbe, sobre “qué es lo bello en sí mismo”3 puesto
que este último se jactó de haber elaborado un discurso bello que trata sobre las actividades bellas
que habrá de realizar un joven a fin de obtener mérito y alabanza; no obstante, el sofista no entiende

1
Platón, Diálogos, vol. I, introd. de Antonio Alegre Gorri, Madrid, Gredos, 2018, pág. XXVIII.
2
David Robinson, Platón para todos, Barcelona, Paidós, 2006, pág. 9.
3
Platón, “Hipias Mayor” (286e), en Diálogos, vol.I, pág. 183.

1
a qué se refiere su preguntón e impersuasible amigo. Por consecuencia, el filósofo, obligado por su
naturaleza cuestionadora, le muestra al embajador de Élide que si los individuos justos son eso por
la justica, entonces, naturalmente, las cosas bellas deberían ser bellas por la belleza, es decir, existe
una esencia, una cualidad intrínseca al objeto bello “que añadido a cualquier cosa hace que ésta sea
bella: piedra, madera, hombre, dios, una acción o un conocimiento cualquiera [o el supuesto
discurso o las enigmáticas actividades propuestas en el mismo]”4. Sin embargo, Hipias emite, aún
sin comprender la pregunta, la afirmación de que lo bello es una doncella, la cual remite simple y
nuevamente a los objetos bellos. Con base en lo anterior, se deduce que un objeto bello adquiere
tal condición, sólo si ostenta la misteriosa esencia que transforma los objetos en bellos, la cual
intentaran aprehender los protagonistas del diálogo en distintas ocasiones.
Para entender la complejidad del problema, el de la belleza relativa de las cosas, que da vida a
este segundo apartado, destacaré la naturaleza de los sofistas, los cuales “sostenían que el
significado y la esencia de los conceptos morales —justicia, bondad, belleza, valor, etc.—
dependían de las comunidades y de las circunstancias. Así, en una comunidad concreta, unas
conductas son valerosas, pero en otra no [lo cual, es totalmente contrario al pensamiento socrático,
ya que esta defiende la objetividad de los conceptos morales porque lo que es bello para una
sociedad, lo sería para todas]”5. Esta forma de concebir el mundo, lleva a Hipias a expresar,
primeramente, que lo único bello son las doncellas y, después, que las costumbres de una
comunidad (enterrar a tus padres y ser enterrado por tus hijos, entre otras) también son bellas para
las demás comunidades.
Respecto a la primera afirmación, Sócrates le revela a su compañero que existen otros entes los
cuales, a pesar de no cumplir con el requisito elemental de su hipótesis, son bellos: una yegua (que
una deidad alabó por su inconmensurable hermosura en el oráculo), una lira, una olla (hecha con
la habilidad extraordinaria de un alfarero), los dioses (los cuales descuellan en belleza y sabiduría
en comparación con la raza humana, con cualquier otra cosa); con la finalidad de manifestarle una
inquietud alarmante: sólo ha evadido la pregunta de la esencia de la belleza, al responder “con lo
que precisamente no es más bello que feo”6; es decir, el conjunto de objetos que enlistó, durante el
desarrollo de su hipótesis, sólo aclaró qué cosa es más bella que otra; de tal modo que la olla es fea

4
Ibídem., pág. 190.
5
Ibídem., pág. XXVIII.
6
Ibídem., pág. 187.

2
en comparación con la doncella, mas esta es horrible comparándose con una deidad. Como
consecuencia de lo anterior, se comprueba parcialmente la relatividad antes mencionada pues,
desde esta perspectiva, siempre aparecerá un objeto que hará feo a uno que se consideraba bello.
Esta idea de la relatividad de lo bello es totalmente explícita en la segunda afirmación. Hipias,
cansado del hostigamiento perpetrado por su inquietante conocido, asevera “que, para todo hombre
y en todas partes, lo más bello es ser rico, tener buena salud, ser honrado por todos los griegos,
llegar a la vejez, dar buena sepultura a sus padres fallecidos y ser enterrado bella y
magníficamente por los propios hijos”7. No obstante, Sócrates, como siempre, le ofrece algunos
ejemplos en donde su ampulosa tesis es refutada fácilmente: los dioses, ya que no mueren, no
pueden ser enterrados por nadie y los héroes, al fallecer en batalla, son sepultados por sus padres.
Por lo tanto, ser enterrado por los hijos propios, después de soterrar a los progenitores sólo sería
bello para unos cuantos, pero no para la mayoría; entonces, siguiendo esta lógica, los objetos bellos
sólo serían considerados como tales por una minoría de personas, mientras que la totalidad del
conjunto pensaría lo contrario: hay objetos bellos o feos según el criterio de cada individuo, lo cual,
para Platón, es aborrecible.
Ahora, en esta tercera sección, me encargaré de enunciar las cuatro especulaciones teóricas
formuladas y desarrolladas por los personajes del diálogo y, además, sus respectivas refutaciones.
Primeramente, analizaré la hipótesis que asegura que lo bello es lo adecuado. Hipias, al saber que
lo bello no es una doncella, asegura tesoneramente que el oro es la respuesta a la enervante cuestión
plateada por Sócrates. Sin embargo, el creador de la mayéutica le indica dos casos en donde el oro
no cumple esa función embellecedora: el primero, la escultura creada por Fidias, el cual no empleó
completamente oro para la fabricación de su obra artística (una estatua de Atenea), sino también
usó marfil y mármol, materiales que, a pesar de no ser oro, hicieron bella tal estatua; el segundo,
la elección de una cuchara de madera de higo para mover las legumbres contenidas en una olla,
frente a una de oro puesto que la primera “da más aroma a las legumbres y, además, (…), no (…)
podría romper la olla ni derramaría la verdura ni apagaría el fuego dejando sin un plato muy
agradable a los que iban a comer”8. En consecuencia, Sócrates le propone al pobre de Hipias
examinar la naturaleza de lo adecuado; así, se percataron de que lo adecuado (por ejemplo, el oro),
al ser puesto en algún objeto, actúa de la siguiente manera: si a un hombre de aspecto físico horrible

7
Ibídem., pág. 189. (las negritas son mías)
8
Ibídem., pág. 188.

3
se le pone una cadena de oro, esta hará parecer bello a tal ser humano, mas no hará que sea
completamente bello pues “lo que buscamos [lo bello] hace que las cosas sean bellas [y] (…) no
ciertamente [que las haga] (…) parecer bellas”9.
La segunda hipótesis, que se plantea en el Hipias Mayor, defiende que lo útil es lo bello.
Sócrates, que plantea esta vez tal suposición, afirma que “son bellos los ojos, no los de condición
tal que no pueden ver, sino los que sí pueden y son útiles para ver”10, es decir, las cosas son útiles
cuando cumplen satisfactoriamente la función específica para la cual fueron elaboradas, de lo
contrario se vuelven inútiles y, en consecuencia, feas. No obstante, de la cita anterior, cabe resaltar
la importancia del verbo poder debido a que este sintagma verbal señala una capacidad, la cual
poseen aquellos objetos (ojos) capaces de realizar una cosa (ver) que los hace ser útiles y, por ende,
bellos; por tanto, si una entidad que hace el mal (un panfleto a favor de la discriminación) es “capaz
de realizar una cosa (difundir tal ideología entre las masas, persuadirlas, intimidar a los opositores,
en suma, el mal) es [inevitablemente] útil para lo que es capaz [el cumplimiento de los
maquiavélicos objetivos antes señalados]”11, entonces este objeto sería considerado bello pues
ejecutó las acciones que le correspondían; sin embargo, algo por más útil que sea, si hace algún
mal, no debe juzgarse como algo bello; por ende, lo útil no es bello porque le otorga, la mayoría
de las veces debido a que los hombres tienden a realizar más males que bienes, la esencia de belleza
a objetos nocivos para la salud espiritual y social de la humanidad, es decir, objetos incapaces de
hacer el bien.
La tercera argumentación sobre la esencia de lo bello surge directamente del rebatimiento de la
tesis anterior pues, ahora, lo provechoso (es decir, lo útil y lo potente, los cuales, en conjunto,
sirven para hacer el bien) es lo bello; por lo anterior, no resulta extraño que se desee una cosa bella
porque lo que nace de la misma (el bien) es anhelado por la mayoría de personas. Pero, Sócrates
vuelve a dejar en claro que esta hipótesis es insatisfactoria, al advertir que “la causa [los bello] no
podría ser causa [de lo bueno] de la causa [ni viceversa]”12, es decir, un agente (una
“persona o cosa que produce un efecto”13) origina sólo un resultado que, evidentemente, difiere del

9
Ibídem., pág. 193.
10
Ibídem., pág. 194. (las negritas son mías)
11
Loc. cit.
12
Ibídem., pág. 195.
13
RAE, s.v. “agente”, consultado el 14 de octubre de 2018, http://dle.rae.es/?id=14q5hDO

4
agente que lo produjo, por lo tanto, lo bello (el agente) no sería lo bueno (el resultado), ni aún
menos lo bueno (el resultado) sería lo bello (el agente) debido a que ambas esencias, siguiendo la
lógica de tal tesis, son cosas muy distintas.
Por último, el hijo de Sofronisco le declara al arrogante sofista que, quizá, lo bello se encuentre
en el placer producido por la vista (al contemplar una pintura o una escultura) y el oído (al escuchar
música o un discurso elocuente). Entonces, ambos pensadores empiezan a cuestionar la aserción
ya señalada, de tal modo que terminan refutándola con dos particularidades halladas en la misma:
la primera, la relatividad del placer considerado bello, es decir, los personajes del diálogo, al
preguntarse sobre la índole del placer, reparan en que existen otras sensaciones agradables captadas
por sentidos ajenos al de la vista y el oído que, además de provocar placer en el sujeto, también son
reconocidos como bellos sólo por algunos, mas no por la mayoría; por ejemplo, el hecho de
degustar una comida exquisita, de oler un aroma enajenante, de hacer el amor (pues “es preciso
que, cuando se hace, sea de manera que nadie lo vea porque es muy feo”14); por consecuencia,
tropiezan con la relatividad de la belleza y, por lo tanto, se obligan a examinar la naturaleza del
placer causado por el oído y la vista porque estos, según Sócrates, ostentan la esencia de la belleza,
la cual hace que algo sea bello para todos.
Así, llegado a este punto del diálogo (la segunda particularidad), el filósofo ateniense le muestra
a su contemporáneo las dos formas en que se puede manifestar la naturaleza del placer: la primera,
si el placer de la vista y el oído cada uno es bello por sí mismo, entonces ambos serían bellos; la
segunda, identifica que “nada impide que (…): siendo los dos conjuntamente par, cada uno de ellos
es quizás impar, quizá par; y también siendo cada uno de los dos indeterminado, el conjunto de los
dos es quizá determinado, quizás indeterminado”15; por ejemplo, si un número impar se liga a otro,
entonces los dos, en conjunto, formarían un número par, lo cual no implica que los miembros de
esa agrupación pierdan su valor inicial, es decir, ambos objetos poseen una cualidad que afecta a
cada uno pero no a ambos y viceversa. De tal modo que, una vez expuesta la conducta bivalente
del placer, Sócrates e Hipias deciden optar por la primera forma señalada pues declaran que los
placeres de la vista y el oído “son los placeres más inofensivos y mejores, tanto los dos
conjuntamente como cada uno de ellos”16. No obstante, esta respuesta a la incógnita de lo bello

14
Platón, Hipias…, pág. 198.
15
Ibídem., pág. 203.
16
Ibídem., pág. 204. (las negritas son mías)

5
los remite ineludiblemente a estrellarse con la tercera hipótesis (la de lo provechoso es bello) y su
respectiva refutación; ya que, al ser estos placeres inofensivos y mejores, implica un provecho, el
cual hace que estos produzcan un bien; así, lo bello causado por tales placeres sería provechoso y,
por tanto, también sería bueno, lo cual es absurdo debido a que, como expuse anteriormente, el
resultado es muy distinto del agente (porque, desde ésta óptica, ni lo bello es lo bueno, ni lo bueno
es lo bello); entonces, se concluye que el placer provocado por la vista y el oído tampoco es lo
bello. Ante esta imposibilidad de definir tan inaprehensible concepto, Hipias afirma
desesperadamente que “lo bello y digno de estimación es ser capaz de ofrecer un discurso adecuado
y bello ante un tribunal, (…) o cualquier otra magistratura en la que se produzca el debate,
convencer y retirarse llevando (…) el premio mayor, la salvación de uno mismo, la de sus propios
bienes y la de sus amigos”17; por lo anterior, Sócrates vuelve a refutarlo recordándole la vergüenza
de hablar de cosas desconocidas puesto que Hipias predica sobre lo bello cuando, en realidad, lo
ignora; de tal modo que el filósofo concluye triste e irónicamente que “lo bello es difícil”18.
Conclusión
En la primera parte de este resumen señalé la distinción entre las cosas bellas y lo que es bello,
indicando que esto último es algo (una cualidad, una esencia, una idea) que hace que las cosas sean
bellas pues tales objetos son producto de la aplicación de aquella propiedad etérea. En la segunda
sección, mostré la relatividad de las cosas bellas, ya que Platón se percató, al observar el
comportamiento del pensamiento sofista, que los objetos bellos no siempre eran considerados como
tales por la mayoría de individuos puesto que para algunos no era bello enterrar a los padres (dioses
inmortales) o ser sepultado por los hijos (héroe que muere joven). En el tercer apartado me ocupé
de explicar las disimiles hipótesis, con sus respectivas refutaciones, que tuvieron el objetivo de
aclarar qué es lo bello; de tal modo que lo adecuado no era lo bello pues hacía que las cosas
aparentaran belleza; ni lo útil porque le otorgaba la esencia de lo bello a objetos capaces de realizar
males; ni lo provechoso, ya que mostraba que lo bello no producía necesariamente lo bueno puesto
que son dos cosas distintas; ni aún menos el placer producido por la vista y el oído debido a que,
al ser estos los placeres mejores e inofensivos, se convierten en placeres provechosos, los cuales
originan un resultado, lo bueno, que es totalmente diferente del agente (lo bello) que lo origina.

17
Ibídem., pág. 204.
18
Ibídem., pág. 205.

6
Por último, cabe destacar el interés de Aristocles por encontrar qué era lo bello, es decir, aquella
cosa capaz de hacer que algo sea bello puesto que él creía firmemente que la belleza permitiría al
hombre no sólo a interesarse o amar a los cuerpos u objetos contaminados de belleza, sino también
lo llevaría a amar las almas, las normas morales, las ciencias, la belleza per se y finalmente el
conocimiento, es decir, la belleza, resplandor de la idea del bien que inunda a los objetos múltiples,
cambiantes, caóticos de la realidad sensible, sería el primer paso para empezar a recordar, como
vimos en clase, el topus uranus, el lugar donde, según la jerarquía impuesta por la idea del bien
(pues esta es la que se ubica por encima de las otras), habitan las ideas únicas, permanentes e
idénticas, las cuales le posibilitarían al hombre controlar la parte irracional de su alma (porque, de
lo contrario, sería condenado a experimentar eternamente una vida oscura, agobiante, infame) y a
conocer la esencia de las cosas, es decir, la idea de las cosas, la cual es la única certeza creíble,
necesaria. Además, al final del Hipias Mayor, no hay una definición satisfactoria referente a qué
es lo bello debido a que, infiero, ese diálogo es una muestra más de aquello que es un filósofo: un
ser que no acepta ninguna verdad y, por consecuencia, siempre se mantendrá en una búsqueda
azarosa e interminable para hallar lo que, quizá, nunca pueda ser encontrado.

Bibliografía
Platón. Diálogos. Int. gen. de Antonio Alegre Gorri. Pról. de Carlos Gacía Gual. Madrid, Gredos,
2018. Vol. 1. 400 págs.
Robinson, David. Platón para todos. Barcelona, Paidós, 2006. 176 pág.

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