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TÍTULOS VALORES

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LOS TÍTULOS VALORES


Los títulos valores nacen en la Edad Media, cuando los sistemas tradicionales de Derecho Privado resultan
insuficientes para atender las necesidades de un tráfico jurídico cada vez más intenso. El Derecho común, inspirado
en un criterio ius privatista, estaba inmerso en un formalismo que, en aras de la seguridad del tráfico, hacía que las
instituciones fueran inadecuadas al naciente Derecho Mercantil como derecho regulador de las relaciones
profesionales del comerciante. Esta situación se hace especialmente patente en materia de obligaciones y contratos,
basada en relaciones jurídicas de carácter cerrado, de tal manera que la novación subjetiva no afectaba a las
obligaciones contraídas y, consecuentemente, el adquirente recibía el crédito con asunción derivativa plena de aquél
del que traía causa, lo que suponía que se le podrían oponer las mismas excepciones personales que a éste último.
Esta ausencia de seguridad en cuanto a la posición del adquirente, tenía que ser suplida mediante mecanismos que
hicieran posible desligar el contenido del derecho adquirido por uno y otro, a fin de lograr la suficiente independencia
en cuanto al derecho del accipiens.
Las soluciones adoptadas en derecho consuetudinario perseguían dos objetivos: probar la existencia del derecho, y
considerar a éste, al propio derecho o crédito, como valor económico en sí mismo. La constancia documental del
derecho hizo posible que el acreedor reforzara su situación procesal ya que suprimía la necesidad de probar su
existencia; la consideración del crédito como valor económico, una progresiva objetivación de
éste, desligándolo de las eventuales excepciones que fueran oponibles a su anterior titular. Con estas medidas se
facilitaba el ejercicio del derecho y su rápida y ágil circulación. El nexo entre documento y derecho de crédito
consiguió ser así no sólo un instrumento probatorio idóneo, sino acreditar a su poseedor como tenedor legítimo del
mismo, según el derecho aplicable a su concreta circulación. En síntesis, la novación subjetiva en la relación
obligacional, dejaba de tener la relevancia que hasta ese momento se le había otorgado, desde la esfera del derecho
común, y se sometía a reglas propias de funcionamiento, más cercanas al tráfico de cosas. En definitiva, el derecho
se incorpora al documento, de tal forma que sigue la suerte de aquél; el documento sirve al derecho, determinando su
contenido y alcance. Tal configuración hace nacer los títulos valores, caracterizados por la unión indisoluble entre el
soporte papel y el derecho en él contenido.
Esta modalidad de circulación de los créditos, en definitiva, estos nuevos instrumentos de circulación de derechos,
facilitan el ejercicio del derecho documental por tres razones fundamentales: acreditan la existencia del derecho;
establecen un nexo entre el derecho y el soporte documental, de tal manera que el primero sigue la suerte del
segundo; y, por último, determinan la legitimación activa para el ejercicio del derecho contenido en el título. De esta
forma, se ejercitará el derecho documentado por el poseedor del título, conforme a la normativa propia de su
circulación, en función de la clase de título de que se trate, porque, en suma, el derecho sigue al documento cuando
éste último se transmite.
En la actualidad, sin embargo, la primitiva funcionalidad de los títulos valores, ha perdido eficacia. Precisamente su
consideración como documentos que incorporan un derecho cuya legitimación deriva de la posesión de aquél, frena,
en ocasiones, la circulación de los mismos. Si resultaron ser instrumentos idóneos para la circulación en épocas en
las que la economía se movía a impulso de los comerciantes, hoy en día, dada la mercantilización de la sociedad y su
utilización masiva por todos los operadores del mercado, incluidos los consumidores, hacen patente su inoperatividad
e inadaptación a las exigencias del tráfico y deja de ser un sistema ágil y eficaz, para convertirse en un obstáculo a
veces insalvable.
Con la finalidad de evitar las consecuencias negativas de su excesiva utilización, con respecto a los efectos de
comercio, o títulos emitidos aisladamente, las entidades de crédito, arbitraron fórmulas que sustituían el tráfico
documental, el desplazamiento material del título, inmovilizando las letras de cambio y los cheques (truncamiento), sin
que por ello quedará afectado el derecho ni la legitimidad que confería la posesión material.
Medidas éstas que, después tuvieron reconocimiento legislativo en la Ley Cambiaría y del Cheque (art. 45L.C.Ch.). A
estos efectos, el Real Decreto 1369/1987, de 18 de septiembre, y la Orden de 29 de febrero de 1988, regulan un
sistema nacional de compensación electrónica (SNCE), completándose, con diversas circulares del Banco de España,
del que depende.
En cuanto a los valores mobiliarios, el legislador español, con la finalidad de arbitrar medidas que facilitaran su
circulación masiva y, en definitiva, atendiendo a las reformas ya introducidas en el derecho comparado, incorporó a
nuestro ordenamiento un sistema de liquidación y compensación de operaciones bursátiles y de depósitos de valores
mobiliarios, por Decreto 1128/1974, de 25 de abril, derogado parcialmente por Real Decreto 726/1989, de 23 de junio,
derogados ambos por Real Decreto 116/1992, sobre representación de valores por medio de anotaciones en cuenta y
compensación y liquidación de operaciones bursátiles, el cual ha sido modificado, profundamente, por el Real Decreto
2590/1998, de 7 de diciembre, de modificación del Régimen Jurídico de los Mercados de Valores.
Pero, sobre todo, con independencia de la legislación anterior, las dificultades de la materialización de los valores
mobiliarios se soslayan, fundamentalmente, con la Ley 24/1988, de 28 de julio, reguladora del Mercado de Valores,
reformada por Ley 37/1998, de 16 de noviembre, y Ley 50/1998, de 31 de diciembre. En concreto, el artículo
5 de LMV establece que los valores negociables se pueden representar mediante títulos o mediante anotaciones en
cuenta. Esta medida propicia su ágil circulación, ya que la anotación sustituye al soporte papel, permitiendo la
circulación del valor a través de medios informáticos. Es más, aquellos valores, sean acciones u obligaciones, que
coticen en un mercado secundario oficial, necesariamente habrán de representarse mediante anotaciones en cuenta
(Disposición Adicional 1.a , 5, LSA). Los valores anotados, en definitiva, sustituyen a los representados en soporte
papel, y como señala Sánchez Calero, «ha de tenerse en cuenta la existencia de un principio que podemos
denominar como de equivalencia, entre los efectos jurídicos que producen la entrega de los títulos valores respecto de
la anotación en cuenta de los valores». Se diferencian, fundamentalmente, en la forma de transmisión ya que la
tradición es ficticia, mientras que en los títulos valores existe una entrega real del soporte documental continente del
derecho. Como señala Paz Ares, la misma tiene lugar cuando «se causa la correspondiente inscripción a favor del
adquirente», la cual crea una apariencia de legitimidad basada en la inscripción y en el contenido de la escritura
pública, normalmente de emisión, en la que se relacionan las características de los valores.
En cualquier caso, esta desincorporación del derecho al título determina que no se extienda sobre ella el régimen
jurídico aplicable a los títulos valores, aunque ha de estimarse la incipiente doctrina jurisprudencial que da valor
documental a los soportes magnéticos, equiparándolos a los documentos en soporte papel y dotándolos de plena
eficacia jurídica, siempre que reúnan los requisitos de autenticidad, legitimación e integridad, exigibles, por otra parte,
a cualquier documento, sea escrito, sea informático (SS del TS de 3 de noviembre de 1997, RJ 1997/8251 y RJ
1997/8252).

ANTECEDENTES DE LOS TÍTULOS DE VALORES


Los requerimientos que exigía la evolución de la actividad mercantil fueron los que exigieron la creación de un nuevo
sistema, los títulos de crédito, que aparecen en la historia justamente cuando los mecanismos contemplados en el
derecho común que se utilizaban para la circulación resultaron insuficientes para llenar las necesidades de mayor
rapidez, facilidad, certeza y seguridad que exige las actividades económicas. En Guatemala la historia legislativa de los
títulos de crédito sigue los lineamientos de la evolución que hemos señalado: regulación de los títulos en particular sin
ningún cuerpo de disposiciones generales en el Código de Comercio de 1877, igual situación en el Código refundido de 1942 y
,finalmente, consagración de la teoría general de los títulos de crédito en el Código de Comercio de 1970.Los títulos
de crédito constituyen una categoría jurido-mercantil especial y compleja: Especial por sus perfiles perfectamente
definidos y distintos delos de cualquier otra categoría jurídica. Compleja porque los títulos de crédito participan de la
naturaleza de la cosas, de los documentos y de los negocios jurídicos: Además, los títulos de crédito son en el dector del
Derecho donde la técnica ha logrado el mayor grado de desarrollo y por eso se ha dicho que “la institución de los títulos de crédito,
quizá constituye la más técnica entre todas las instituciones del Derecho mercantil, pero simultáneamente es quizá la que
con mas tipicidad que cualquier otra caracteriza al moderno Derecho Privado; su utilización diaria constituye realmente
uno de los aspectos de la actual vida económica y jurídica”.

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