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Introducción
El deseo de satisfacer las necesidades primarias ha acompañado al hombre desde sus inicios
y le ha permitido evolucionar en varios ámbitos como el medicinal, social y tecnológico.
A partir de sus ideas incipientes y creativas, han surgido una serie de avances que
posibilitan innumerables beneficios, propiciando la interacción de las personas a grandes
distancias, optimizando el tiempo, reemplazando recursos tangibles por medios
electrónicos, en consecuencia, haciendo la vida más disfrutable. No obstante, se debe
analizar el impacto que tiene la tecnología en nuestras vidas y como, la incorporación de
la misma, altera las relaciones interpersonales y la cotidianeidad.
El teléfono suena, pero ya no es el tono que indica una llamada entrante el que captura
la atención: es la ansiedad por saber si han escrito a algunas de las aplicaciones que
manejamos en los smartphones; WhatsApp, Facebook, e-mail, etc. En principio, diseñadas
para facilitar al usuario la interacción con los demás desde cualquier punto del planeta,
ahora son las que rigen la vida de los consumidores. Se venden como imperativas para la
subsistencia, pero ¿De verdad son tan importantes como para relegar la comunicación
física con el otro? Aunque no se puede negar su utilidad, nunca reemplazarán el contacto
personal, puesto que esta característica es inherente a nuestra humanidad.
Por otro lado, la característica innovadora y ubicua de las TICS, ha ido calando en la
mente de los consumidores, de manera que su adquisición crea en los individuos un
sentido de pertenencia, ya que mientras mejor y más avanzado sea el producto que
posean, mejor adaptados estarán a los cambios y por ende serán “aceptados” en un grupo,
es decir, “valorados” y “queridos” por lo que hayan conseguido. Esta percepción errática
que se va forjando en cada uno y es impulsada por los medios de comunicación, fomenta
la pérdida de valores, la deformación de la realidad y origina trastornos personales, que
provocan una baja autoestima y desembocan en problemas sociales, que alimentan
nuestro egoísmo y hedonismo.