Todo está en blanco. Hay varias formas de empezar, pero esta vez, para
simplificarnos la vida, tendremos solo dos opciones: empezar por el personaje o
empezar por el lugar.
Estaba todo blanco, pero como escogí empezar por el lugar, de la nada salió
una ciudad entera, con edificios, gente, animales y un par de árboles por ahí. La
gente en general no interesa, pero es bueno saber que está ahí. Vemos distintas
gentes. Algunos grupos más grandes, otros no tanto, que se reúnen en torno a
tareas comunes. Grupos de trabajadores de una tienda, la unidad docente de un
colegio, sus respectivos alumnos, grupos todos, todos con características
reconocibles desde lejos. Dependiendo de los grupos a los que pertenezca nuestro
protagonista, iremos profundizando con mayor detención. No perdamos energía
en distraer al lector con detalles que no le importan y que no serán importantes
para la historia, aún cuando tengamos ganas enormes de hacerlo. Gran parte del
escribir consiste en callar, guardarse los detalles importantes para cuando sean
necesarios, o bien esconderlos.
Una vez podamos sentir que el personaje se hace más sólido, avanzamos.
Para avanzar hacia donde está un personaje, tenemos que recorrer un camino. Mi
personaje está a media cuadra, pero si me descuido, me puede venir a interrumpir
un vendedor ambulante. Si nos demoramos mucho, nuestro protagonista puede
irse, o tal vez incluso asustarse si nos acercamos bruscamente. En este caso, ella
está sentada escuchando música. Tiene audífonos blancos, y va escuchando
Paramore.
—No, siéntese.
—Todos.
—¿Sí?
—Sí.
—Lo sé, pero creo que tienes algo que decir. Simplemente te doy
oportunidad de decirlo.
—Mira, lo que pasa es que soy una persona solitaria desde que murió mi
único hermano. Él me quería bastante, y un día como otro se murió. Un paro
cardíaco y al hospital. Una terapia RCP y a la morgue. Él me dijo que confiara en la
gente, y confié en él, para que un día simplemente se fuera.
—Ah, gracias… es que me voy a juntar con una amiga, y… y ella siempre
llega antes y yo… perdón, la distracción.
Al verlo, lo noté. Un tipo con lentes, poco cuerpo, sus piernas parecen
palillos y sus manos tienen dedos un tanto largos. No muy alto y con dientes un
tanto puntiagudos. No será el novio de la chica. Es muy feo, pero más que eso, es
muy inseguro. Esta historia bien podría tratarse de cómo él se queda con la chica,
pero no es el caso. Como es su historia, este tipo será un gusano. Me da pena por
él, pero esas son las reglas del juego.
—¿En serio? Qué mal. Tantos años ocultándolo… para nada.
—Sí, yo siempre estuve ahí para ella, desde la pubertad. Nunca le fallé.
—Muy noble, joven, pero algo me dice que no funciona así la cosa.
—¿Quién lo dijo?
—Diga.
—Así es.
—No, gracias.
—¿Y chocolate?
—Sí, fíjese.
Parece ser que usa esa muletilla para hablarle a los clientes. Supongo que es
para no decir una grosería en mi cara.
—Me parece.
—La semana pasada anduvo flojo. Bien flojo, la verdad. Fue casi un suplicio.
Poca gente, pero llegó un par de buenas visitas hacia el viernes. Ahí me gané
buenas propinas, fíjese.
—Vaya.
—Pero no todo fue color de rosa. Me llegó una tipa odiosa, y me terminó
amenazando con funarme por tratarla bien. Yo nomás le dije que un bello café le
correspondía a un bello rostro, y le mostré la hoja que hice con crema en su café. Si
supiera que yo soy un barista profesional y le dediqué un diseño de hoja que no es
el típico, sino que fue uno de mis especiales… porque ella se merecía algo más
lindo…
Más que salir, huí. Ese tipo de seguro será la pareja de nuestra protagonista.
Lo podría llamar Chad, para que se note su personalidad, pero no. Se llamará
Samuel. La protagonista se llamará Adriana.
Así, tras esta visita, ya conozco dos lugares importantes: la plaza y el café
donde trabaja Samuel. Serán los dos primeros lugares, de seguro.
Me pegué un paseo por las casas de los tres. Ella vive en la casa que le legó
su hermano antes de morir. Duerme en la pieza contigua a la de su hermano, la
principal de la casa, donde él esperaba algún día dormir con una esposa que nunca
tuvo. Los fines de semana, en lugar de dejarle flores en el cementerio, dejaba un
ramo en el florero. Generalmente lo hacía después de regar las flores de la ventana.
—Sal de ahí.
—¿Te duele?
—Mucho.
…etc.