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Antes de la primera palabra

Todo está en blanco. Hay varias formas de empezar, pero esta vez, para
simplificarnos la vida, tendremos solo dos opciones: empezar por el personaje o
empezar por el lugar.

Dependiendo de cuál uno escoja, uno preguntará a alguien.

Estaba todo blanco, pero como escogí empezar por el lugar, de la nada salió
una ciudad entera, con edificios, gente, animales y un par de árboles por ahí. La
gente en general no interesa, pero es bueno saber que está ahí. Vemos distintas
gentes. Algunos grupos más grandes, otros no tanto, que se reúnen en torno a
tareas comunes. Grupos de trabajadores de una tienda, la unidad docente de un
colegio, sus respectivos alumnos, grupos todos, todos con características
reconocibles desde lejos. Dependiendo de los grupos a los que pertenezca nuestro
protagonista, iremos profundizando con mayor detención. No perdamos energía
en distraer al lector con detalles que no le importan y que no serán importantes
para la historia, aún cuando tengamos ganas enormes de hacerlo. Gran parte del
escribir consiste en callar, guardarse los detalles importantes para cuando sean
necesarios, o bien esconderlos.

Al llegar a la ciudad, aparece una chica, y creo que será mi protagonista. Es


mujer, por lo que debo caracterizarla como tal. No sé si describirla o no
físicamente. No es una modelo, ni es fea. Eso es todo lo que el lector necesita saber.
Ahora, podemos colocarle un defecto —o unos cuantos—, como, por ejemplo, una
marca en el pómulo, que yo agregaré porque me gusta hacer que mis personajes
sean inseguros.

Una vez podamos sentir que el personaje se hace más sólido, avanzamos.
Para avanzar hacia donde está un personaje, tenemos que recorrer un camino. Mi
personaje está a media cuadra, pero si me descuido, me puede venir a interrumpir
un vendedor ambulante. Si nos demoramos mucho, nuestro protagonista puede
irse, o tal vez incluso asustarse si nos acercamos bruscamente. En este caso, ella
está sentada escuchando música. Tiene audífonos blancos, y va escuchando
Paramore.

A medida que me voy acercando, vemos más detalles del personaje. Mi


chica en realidad no es blanca, es pálida. Parece blanco óseo. Está rozando el
albinismo, pero sus ojos café (literalmente, color de grano de café) desencaja con el
cuadro. Es fácil confundirse. La mancha que tiene, no muy grande, por cierto, es
como un agujero en una calavera. La primera impresión que me llevo es que no
tiene alma, lo que es pésimo para una protagonista, ¿o tal vez no?
Bueno, voy y me siento. Es demasiado temprano para hacer un juicio sobre
cómo es ella. La primera parte es anotar y anotar todo lo importante.
—Buenas —le digo cordialmente—, ¿está ocupado este lugar?

—No, siéntese.

—Vaya día más solitario.

—Todos.
—¿Sí?

—Sí.

—¿Qué sabes de soledad?

—Vaya, un desconocido no pregunta esas cosas.


«Y una protagonista no le habla así a su autor, señorita» pensé.

—Lo sé, pero creo que tienes algo que decir. Simplemente te doy
oportunidad de decirlo.

Los personajes son así: te largan su historia a la primera. Es que no han


hecho nada en toda la historia, lo primero que hacen es decirte algo sobre su
historia. Tanto hacia atrás como hacia delante.

—Mira, lo que pasa es que soy una persona solitaria desde que murió mi
único hermano. Él me quería bastante, y un día como otro se murió. Un paro
cardíaco y al hospital. Una terapia RCP y a la morgue. Él me dijo que confiara en la
gente, y confié en él, para que un día simplemente se fuera.

—¿Sabía que moriría?

—No. No tiene la culpa, pero me duele de todas maneras.

—Ya veo, una herida supurando. ¿Qué quieres hacer entonces?

—No lo sé. Simplemente me siento abandonada, y quiero compartir mi


dolor con el mundo, a ver si en eso conozco a alguien que sepa lo que es perder lo
último que te queda.

—En realidad, eso suena bastante mal. ¿Cuántos años tienes?


—Acabo de cumplir veintidós.

—Vaya… ¿por qué aún no lo has hecho?

—Nada me impulsa a abrir mis heridas. Existo y nada más.


Ahora viene la traducción. Ella no es el personaje definitivo, es una de las
opciones. Según lo que dijo, sus padres no la quieren o ya murieron, y creo que
tiene un instinto asesino acechando. No obstante, se ha aguantado las ganas de
convertirse en una mensajera del dolor. No ha querido soltarse. De cierta forma,
sus vestigios de moral están presentes, y tal vez esa sea su perdición.

Podría convertirse en una activista, en un mártir, llevar su causa a todos


lados y hacerse importante, con más y más poder. Podría meterse en una secta en
busca de esperanza y morir embarazada tras varias violaciones. Podría convertirse
en la reina de las perras, y engañar a su rebaño solo para hacerlos sufrir. Podría
hacerse monja y tener un viaje místico donde sus traumas revivan, teniendo así un
último encuentro con todos sus problemas donde ella se rebele y ya logre dejar
atrás el dolor. Así mismo, muchas otras opciones son factibles, y aquí es cuestión
de traducción. La protagonista será lo que decidamos entender de su conversación.

Por cómo me recibió, le llegará un novio. Ella abrirá su corazón, y la van a


traicionar. Así, la ira la llevará a convertirse en una especie de puta asesina,
aprovechando su blancura para que la gente no sospeche.

En eso iba pensando por la calle cuando me chocó un tipo. Me pidió


disculpas.

—Oh, perdón —le dije.

—No hay problema, estoy un poco nervioso. ¿Qué hora es?

—Cinco para las cuatro.

—Ah, gracias… es que me voy a juntar con una amiga, y… y ella siempre
llega antes y yo… perdón, la distracción.

—Espera. Se te nota que la amas.

Al verlo, lo noté. Un tipo con lentes, poco cuerpo, sus piernas parecen
palillos y sus manos tienen dedos un tanto largos. No muy alto y con dientes un
tanto puntiagudos. No será el novio de la chica. Es muy feo, pero más que eso, es
muy inseguro. Esta historia bien podría tratarse de cómo él se queda con la chica,
pero no es el caso. Como es su historia, este tipo será un gusano. Me da pena por
él, pero esas son las reglas del juego.
—¿En serio? Qué mal. Tantos años ocultándolo… para nada.

—Tranquilo, se te ve de buen corazón.

—Sí, yo siempre estuve ahí para ella, desde la pubertad. Nunca le fallé.

—Vaya, y aún así sigues… eres un masoquista.


—No. Sé que en el fondo de su corazón, ella me ama. Lo que pasa es que su
vida no permite amar, porque ya no confía mucho en la gente, pero yo puedo
arreglarlo. Estaré hasta el último instante a su lado, y cuando me note, me quedo
con ella.

—Muy noble, joven, pero algo me dice que no funciona así la cosa.
—¿Quién lo dijo?

—Yo mismo. Dios también.

—No creo en esas cosas.

—Yo tampoco, pero en tu posición, mejor confía.

Seguí andando, y vi a un tipo llegar a un café. Un tipo agradable, barba


corta y pareja, pelo negro, arrugas en la sonrisa, mirada humilde y siempre
sacando pecho.
—Buenas, joven…

—Diga.

—Un ristretto, por favor.

—Vaya, un amante del amargo.

—Así es.

—Las personas como usted siempre lo acompañan con obleas. ¿Quiere un


par? La casa invita.

—No, gracias.

—¿Y chocolate?

—Sí, pero que sea amargo.

La máquina de café entró en funcionamiento, confirmado con una pequeña


luz roja.

—El negocio va bien, fíjese.

«¿Y a este quién diablos le preguntó?» pensé.

—¿Ah, sí? —dije displicentemente, cosa de que notara la indiferencia que


me causaba.

—Sí, fíjese.
Parece ser que usa esa muletilla para hablarle a los clientes. Supongo que es
para no decir una grosería en mi cara.
—Me parece.

—La semana pasada anduvo flojo. Bien flojo, la verdad. Fue casi un suplicio.
Poca gente, pero llegó un par de buenas visitas hacia el viernes. Ahí me gané
buenas propinas, fíjese.

—Vaya.

—Pero no todo fue color de rosa. Me llegó una tipa odiosa, y me terminó
amenazando con funarme por tratarla bien. Yo nomás le dije que un bello café le
correspondía a un bello rostro, y le mostré la hoja que hice con crema en su café. Si
supiera que yo soy un barista profesional y le dediqué un diseño de hoja que no es
el típico, sino que fue uno de mis especiales… porque ella se merecía algo más
lindo…

En eso, salió el café. Le di las gracias, pagué y le di la propina. El café estaba


bueno, pero exagera con lo de su profesionalismo. A lo sumo, tal vez tuvo un par
de lecciones de un barista profesional, pero dudo de él. En parte, porque salpicó el
plato al servir, y eso no le agrada a mucha gente.

Más que salir, huí. Ese tipo de seguro será la pareja de nuestra protagonista.
Lo podría llamar Chad, para que se note su personalidad, pero no. Se llamará
Samuel. La protagonista se llamará Adriana.

Así, tras esta visita, ya conozco dos lugares importantes: la plaza y el café
donde trabaja Samuel. Serán los dos primeros lugares, de seguro.

Me pegué un paseo por las casas de los tres. Ella vive en la casa que le legó
su hermano antes de morir. Duerme en la pieza contigua a la de su hermano, la
principal de la casa, donde él esperaba algún día dormir con una esposa que nunca
tuvo. Los fines de semana, en lugar de dejarle flores en el cementerio, dejaba un
ramo en el florero. Generalmente lo hacía después de regar las flores de la ventana.

La casa tiene una particularidad: a la pieza de su hermano llega el sol todo el


día, y la del lado es mucho más oscura. Una linda metáfora que más que
seguramente aparecerá en la historia: tras la muerte de su hermano, Adriana
decidió vivir a su sombra y desarrollarse así mismo.

En el departamento de Samuel hay mucha decoración, con cuadros


llamativos en cuanto a color y figuración. Todo bastante ordenado para ser alguien
que vive solo.
En la casa del chico de la friendzone no hay nada interesante, salvo un
cristal negro que ella le regaló hacía tiempo.
Finalmente, me devolví a la casa de Adriana. Pasé a la pieza de su hermano.

—Sal de ahí.

Había alguien escondido. Alguien también más fuerte que la historia.

—¿Qué hacías aquí?


—Lo mismo pregunto —le contesté.

—Pues no mucho. Simplemente veo cómo mi hermana cae y cae. Olvidó


todo lo que dije, y de cierta forma, me odia.

—¿Te duele?

—Mucho.

—Con eso me basta.


—¿Por qué?

—Porque esto se va a poner feo, y creo que eres un gran final.

Así llegamos a la parte final, donde ya sabemos qué pasará en la historia. O


por lo menos, sabemos lo importante. Ahora lo que resta es escribir.

Entonces, es cuando me vuelvo incorpóreo y mi voz se vuelve neutral.


Después de eso, digo el primer párrafo y me dedico a escribir la historia que acabo
de encontrar. Ya va siendo tiempo de las primeras palabras:

Adriana esperaba sentada en una banca de la plaza. Quedó de juntarse con


su amigo Oliver, pero aún no era hora. Escuchaba Paramore, como siempre que no
tenía nada que hacer para matar el tiempo. No se sentía cómoda, pero Oliver venía
llegando de un viaje, y quería tomarse un café con ella…

…etc.

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