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Discapacidad y el confort en la mediocridad

“Yo de niño siempre soñé en crecer y convertirme en un gran deportista, en alguien


que pudiera representar su país, enorgullecer a su familia y poder ayudar a mi familia
y amigos a salir adelante con mi esfuerzo, pero bueno, después de lo que sucedió
terminé trabajando en un pequeño local, vendiendo lo necesario para sobrevivir el
día a día”
Este testimonio podría ser el de un niño talentoso, que entre sus esfuerzos para
alcanzar sus sueños se accidentó y perdió la capacidad de hacer lo que amaba. Sin
embargo, este también puede ser el testimonio de la persona promedio, que de niño
soñaba lograr grandes cosas, pero eventualmente decidió no seguir ese sueño,
asumió responsabilidades y cuando se dio cuenta, ahora su vida era una condena a
una existencia de contar los días hasta su jubilación, para quizá entonces, sí poder
luchar por aquello que quería hacer cuando aún podía imaginar.
Al buscar la definición de “discapacidad” en Google, aquello que encuentro es “Falta
o limitación de alguna facultad física o mental que imposibilita o dificulta el desarrollo
normal de la actividad de una persona.” Lo que me pone a pensar entre cuál de
estos testimonios podría decir realmente que fue dado por una persona en condición
de discapacidad.
La historia humana está plagada de ejemplos en los que individuos que se veían
avasallados por el contexto que los rodeaba, rompían sus límites y cambiaban no
solo el curso de su historia, sino también la de la humanidad. Por ejemplo,
personajes como los que vemos en los cortometrajes, marcados desde la concepción
por una adversidad, por algo completamente ajeno a ellos, verdaderos
discapacitados físicos, han luchado con todas sus fuerzas por no llevar esa etiqueta
como una excusa para aceptar el fracaso intrínseco a todos sus proyectos y sueños.
Tal es el caso de personas como Nick Vujicic, el hombre sin brazos ni piernas que
ha sido partícipe de múltiples obras similares al “Circo de las mariposas”, y no solo
esto, se dedica a dar charlas motivacionales a personas tanto discapacitadas
físicamente como personas en perfectas condiciones biológicas.
Asimismo, casos como los de Stephen Hawkins, una persona sentenciada a la
parálisis desde muy joven, entregó su vida al cultivo de su mente para promover
exactamente aquello que habría soñado en su niñez, ser alguien que cambie el
mundo con sus esfuerzos, un verdadero héroe entre los hombres, un héroe incapaz
de ir al baño por sí mismo.
Es aquí, entonces, donde la pregunta acerca de la discapacidad me nace, como autor
de este ensayo, realmente a quién podría nominar como discapacitado, quién es el
sujeto con “limitación de alguna facultad física o mental”, aquél que con sus
habilidades, limitaciones y contextos alcanza a realizar sus sueños, o el sujeto que
tras haber soñado con la grandeza y teniendo las capacidades para alcanzarla,
decide dejarla atrás llenándose la cabeza con excusas y etiquetas que justifiquen su
mediocridad.
Es claro, pues, que este ensayo no trae a colación temas nuevos o ideas novedosas,
no es una búsqueda del conocimiento oculto que traerá una nueva era a la
humanidad, es más bien una ofrenda a usted, como lector, que no escoja la
discapacidad al ponerse una etiqueta que justifique su mediocridad. Cada contexto
e individuo es diferente, pero ese niño que habitó el cuerpo que ahora habita usted,
no soñó con conformarse con los pequeños logros consumistas y banales que,
generalmente, componen la vida del occidental promedio. Es por esto, pues, que
concluyo con palabras prestadas, invitando a reflexionar en si es usted la persona
que quería ser cuando era niño.
“Cuando logres tu deseo en la lucha por vencer
y el mundo te haga rey por un día,
ve al espejo y obsérvate bien,
a ver qué te dice el hombre que mira.

Ni tu padre, ni tu madre o tu mujer


serán en la vida tus jueces;
la sentencia que busca tu ser
será la de aquel que te mira de frente.

Pensarán que eres un chico estupendo


y te dirán que eres maravilloso,
pero el del espejo te llamará zopenco
si no le puedes mirar a los ojos.

Procura agradarle sin pensar en el resto,


pues él será quien te acompañe al final.
No tengas miedo ni albergues recelos
siempre que puedas tener su amistad.

Aunque engañes al mundo en la vida


y te den palmadas de aliento al pasar,
tu premio supremo será la desdicha
si en el espejo no te puedes mirar.”

– Dale Wimbrow, 1934

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