En este libro de Baldomero Lillo vemos un sinfín de valores tanto positivos como negativos, es un libro que refleja una parte importante y a la vez dolorosa de la historia cierta de Chile, la época de la minería del carbón y lo que ella significó para muchas familias que buscaron en ella mejoras a su situación económica pero que al final quizás solo pagaron caros y dolorosos costos frente a menguados ingresos. Dentro de los valores positivos y que vale la pena destacar, está la valentía de todos los mineros y sus familias para enfrentarse a los abusos de los capataces que muchas veces hacían cobros de más o descuentos excesivos para disminuir aún más sus ya escuálidos sueldos, la solidaridad para con sus pares cuando la miseria económica los azotaba sobre todo en invierno, esa mentira del capitalismo “Es decir, meritocracia -según los poderosos- es una ideología que defiende la idea de que si uno se esfuerza lo suficiente, va a conseguir las mismas cosas que los demás, independientemente de su condición económica, clase social y red de relaciones.” (Martínez) Por sus páginas desfilan inválidos, huérfanos y viudas que, pese a todo jamás abandonan el deseo de ver a sus hijos, familiares o aquellos de su clase social, salir de ese círculo de dolor que era trabajar y perder sus mejores años dentro de la mina. “La mina no soltaba nunca al que había cogido, y como eslabones nuevos que se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo los hijos sucedían a los padres…”(Lillo 208) También tenemos a los viejos mineros que se identifican con el agónico fin del caballo que ha sido su compañero de faenas; el padre que lleva a su hijo de ocho años a trabajar al fondo de la mina, los obreros amenazados de despido, la dura jornada que convierte en viejos decrépitos a los más jóvenes y vigorosos; los oscuros túneles a más de cuarenta metros bajo el mar, las filtraciones de agua que acompaña el trabajo como una música tétrica que les advierte de la presencia de la muerte, la brutalidad de los administradores y capataces, y toda la amplia galería de personajes y anécdotas que pueblan sus cuentos, sin dejar de lado el inmenso amor que unía a las familias frente a la adversidad y que era el gran puntal que muchas veces sostenía un hogar, una pareja. Los que por desgracia más abundan sean los valores negativos que no nos aportan mucho pero que vale la pena enumerar, el abuso de poder, la soberbia, el sufrimiento que se causa. Lillo intuye que el trabajo minero es como una fábrica que, en lugar de producir las maravillas modernas que promete, produce desechos a partir de los humanos que consume. Subterra, bajo la tierra, bajo el dolor, bajo la miseria, bajo la desesperanza. bajo el dominio del más fuerte. Subterra en si es un libro digno de leer con calma y altura de miras aun cuando sea quizás chocante al ver el dolor que encierra y el abuso que en sus páginas se conoce. Baldomero Lillo debió ser un agudo observador de la vida, aunque a veces me pareció lenta su narrativa, utiliza un amplio vocabulario para describir las situaciones y cada detalle de manera justa y precisa, “…esa desolada llanura, reseca y polvorienta, sembrada de pequeños montículos de arena tan gruesa y pesada que los vientos arrastraban difícilmente a través del suelo desnudo…” (6), además de escribirlo tal y cual como era. Sus mayores aciertos como narrador están en la descripción de ambientes y de las figuras que en ellos actúan, que parecen emerger del infierno. Me gustaría escribir especialmente sobre El chifón del diablo, ya que revela mucho más que el obvio maltrato y desgracia. En varias instancias, habla del destino “Fatalista, como todos sus camaradas, creía que era inútil tratar de substraerse al destino que cada cual tenía de antemano designado.” (63) Con esto señala que los obreros no tienen libre voluntad; es imposible escapar una vida de pobreza y tristeza. Sin los derechos que merecen como seres humanos, no tienen control sobre sus propias vidas, el destino les domina. Desde casi el principio, el autor nos señala lo que será la terminación del cuento, de modo que por casi toda la obra, ya podemos adivinar lo que sucederá. Dibuja un cuadro del horro y espanto con trazo firme cuando narra el suicidio de la madre que se lanza al vacío de la mina y desaparece. Con el uso del presagio, el autor dirige al lector para que también sienta (en una manera) ese horror de vivir (o leer), con conocimiento total de lo que sucederá sin tener la posibilidad de cambiarlo. Entonces, aunque desde muy temprano se espera que el hijo no muera, el destino está cumplido y lo hace. La desesperación toma entonces dos caras: una resignada y otra irracional. En El pago, Pedro María es un minero a quien la compañía le roba incluso su salario, y termina inmovilizado ante el despojo; Juan Fariña y Viento Negro, sin embargo, llevan a cabo acciones directas que pretenden desterrar la explotación pero que terminan destruyendo la propia mina y a los mineros. Esta obra, entonces, atañe no solo a los cuentos, sino también a la técnica que en ellos emplea. No se puede pasar por alto el carácter humorístico de La barreta y Cañuela y Petaca. En esta historia, Lillo nunca usa palabras o detalles que aliviar la situación real para volver un poco más cómoda la situación. Los términos sencillos y las representaciones meticulosas de los personajes crean un sentido de la verdad, que este cuento no es un trabajo de la ficción sino un informe trágico de las vidas de los pobres. Se permite ver cómo era el día cotidiano de esta época. “El más joven, muchacho de veinte años escasos, pecoso, con una abundante cabellera rojiza, a la que debía el apodo…” (49) Está descripción es muy poderosa porque el lector puede entender que el minero es una persona en la realidad. Lillo encuentra a estos hombres y mujeres tan completamente humanos como el artista, el historiador o el empresario. El diálogo es corto, así como el ritmo y musicalidad. Sin embargo, hay mucha descripción, prosopopeyas y metáforas, entre otros recursos literarios para evocar el sentimiento de una vida banal y llena del miedo de la muerte. Por otra parte, puede existir algo de simbolismo bíblico, puesto que el resto de su familia se murió, la única esperanza de María de los Ángeles es su querido hijo. Ella pone toda su fe en él, como si fuera Jesucristo. Es posible tratar la madre como la Virgen. Baldomero Lillo nació y vivió en Lota, esa es la respuesta al por qué escribió Subterra, pues según lo que investigué, los trabajadores de esa mina tenían pésimas condiciones de higiene, hacinamiento, alta incidencia de accidentes, etc. Asimismo, él pertenecía al pueblo de clase media, conocía de muy cerca la realidad de estas personas y en las condiciones en las que se encontraban. En este contexto de desesperación, rabia e impotencia ante una situación social y económica que hacía sufrir aún más a los más desfavorecidos, el libro es, básicamente, una novela descriptiva sobre la vida en la mina y de sus mineros; una representación de una voz apagada y que da cuenta de la docilidad del hombre frente a la máquina sistemática del poder. Es una crítica en contra del poder explotador, que reducía la condición humana de los mineros a simples bestias. Hay en primera instancia, una igualación entre el animal y el hombre, ambos se ponen en un mismo nivel, pero destacándose más la fuerza aún servible del animal contrapuesta a los viejos hombres de la mina. Fue especialmente difícil para mí leer esta serie de cuentos, la crudeza de las historias y el aire casi poético me conmovió demasiado. Es una obra que documenta hechos (aunque ficcionados) que nadie quería ver. Puedo concluir que eligió la literatura como herramienta en defensa de los derechos de la clase obrera. A pesar de que las formas de explotación se han modificado, la injusticia, con matices diferentes, aún nos golpea como sociedad. Por ello, la lectura de Lillo no deja de sorprendernos.