El arte de escuchar
Traducción: Mario De Marchis
Cuando se trasiega algún líquido, la gente inclina y voltea los recipientes para
que la operación salga bien y no haya pérdidas mientras, cuando escucha, no
aprende a ofrecerse a si mismo a quien habla y a seguir con atención, para que
no pierda ninguna afirmación útil. Y lo que es más ridículo, es que si encuentran
alguien que le cuenta cismes sobre un banquete, una marcha o de un sueño,
quedan a escucharlo en silencio y quieren saber más; mientras que si uno los
separa y quiera darles una enseñanza útil, moverlos a cumplir algún deber,
llamándoles la atención respecto a algún error o tratar de calmarlos en caso de
molestia, no lo soportan y, si tienen la posibilidad, se esfuerzan en contradecir
sus palabras o, si no pueden, lo dejan y van a buscar bajos discursos, llenándose
las orejas, como si fueran recipientes defectuosos y cuarteados, de cualquier
cosa menos de lo que necesitan. Los buenos criadores hacen sensible a la
mordida la boca de los caballos: así como los buenos educadores hacen sensibles
a las palabras las orejas de los muchachos, enseñándoles a no hablar mucho y a
escuchar mucho. Cuando Spintaro tejía elogios de Epaminondas, decía que no
era fácil encontrar alguien que supiera escuchar tanto y hablase tan poco. Y la
Calíques
6- Por consiguiente, desarrollando una tregua entre las ganas de escuchar y las
tentaciones exhibicionistas, tenemos que disponernos a la escucha con ánimo
disponible y tranquilo, como si fuéramos invitados a un banquete sagrado y a las
ceremonias preliminares de un sacrificio, elogiando la eficacia de quien habla en
las partes que mejor quedaron y apreciando, por lo menos, la buena voluntad de
quien expone en público sus opiniones y trata de convencer a los demás
utilizando los mismos argumentos que a él lograron persuadir. No debemos
pensar que los éxitos felices dependan de la suerte o que llegan solos, sino, más
bien, que sean fruto del trabajo riguroso y de un largo estudio y, por
consiguiente, empujados por sentimientos de admiración y de emulación,
deberíamos tratar de imitarlos; en caso de fracaso, es necesario dirigir nuestra
atención a las causas y las razones que lo determinaron. Jenofonte dice que los
buenos dueños de casa, saben traer provecho tanto de amigos como de
enemigos: así las personas listas y atentas saben encontrar beneficio en quien
habla, no nada más cuando tiene éxito, sino también cuando falle, porque la
pusilanimidad conceptual, la vacuidad expresiva, el porte vulgar, la
autocomplacencia, y otros defectos parecidos, nos aparecen con más evidencia
en los demás, cuando escuchamos, que en nosotros cuando hablamos. Debemos
transferir el juicio desde quien habla a nosotros mismos, calificando si también
nosotros no caemos en errores parecidos. No hay cosa al mundo más fácil que
criticar el próximo y es una actitud inútil y vacía, si no nos lleva a corregir o
prevenir errores análogos. Frente a quien se equivoca, no debemos titubear a
repetir en continuación a nosotros mismos el dicho de Platón: “¿Tal vez no seré
yo también así?” Como en los ojos de quien nos está cerca vemos el reflejo de
los nuestros, así debemos revisar nuestros discursos en aquellos de los demás,
para evitar despreciarlos con demasiada rudeza y para poder nosotros ser más
atentos cuando llegará nuestro turno de hablar. Para lograr este fin, es útil
también fomentar el enfrentamiento si, una vez concluida la escucha y habiendo
quedado solos, podremos tomar alguna parte del discurso que a nuestro juicio
haya sido desarrollado de forma inadecuada y trataremos de decirlo nosotros,
corrigiendo algún error o, trataremos de explicar el mismo pensamiento con
mejores palabras o, tratando de enfrentar el argumento de forma radicalmente
nueva. Así hizo Platón con un discurso escrito de Lisia. No es difícil presentar
objeciones al discurso pronunciado por otros, más bien, es de lo más fácil; bien
más problemático es presentar uno mejor. A la noticia que Felipe había destruido
Olinto, el espartano observó: “Pero él no lograría edificar una ciudad tan
grande.” Por consiguiente, si al disertar sobre el mismo argumento, nos parecerá
no ser superiores de quienes lo habían ya desarrollados, dejaremos gran parte
8- Por lo tanto es necesario eliminar del estilo cada exceso y vacuidad, mirando
exclusivamente al fruto y tomando como ejemplo las abejas y no las tejedoras de
guirlandas, porque estas, ocupándose nada más de las flores hermosas y
perfumadas, entrenzan una composición suave, es cierto, pero efímera e
infructuosa, mientras las abejas, aún volando en continuación sobre campos de
rosas, jacintos y margaritas, van a posarse sobre el timo, la más acre y
penetrante de las plantas y se paran
y después, colectado nada más lo necesario, vuela de regreso a sus obras. Así, la
fina y pura escucha, debe dejar las palabras floridas y delicadas y pensar que las
argumentaciones teatrales y espectaculares son nada más “comida para
gusanos” inútilmente sofisticados, y sumergirse más bien en la concentración
hasta alcanzar el sentido más profundo del discurso y la verdadera disposición
del animo de quien habla, para poder aprovechar lo que es útil y beneficioso,
recordándose a sí mismo que no fue al teatro, sino en una escuela y en un salón,
para enderezar la propia vida con la palabra. Consigue la necesidad de examinar
y juzgar la escucha empezando por uno mismo y desde su estado de animo,
valuando si alguna pasión se haya vuelto más débil, alguna molestia más ligera,
si son firmes en nosotros determinación y voluntad, si sentimos en nuestro
corazón entusiasmo por la virtud y el bien. No tiene sentido, cuando nos alzamos
de la silla del barbero, verse en el espejo y pasarse la mano sobre la cabeza y
examinar el corte del cabello y el nuevo peinado, cuando al salir de la escuela,
no mirar dentro de uno mismo, para constatar si el alma haya dejado algún peso
superfluo y se haya vuelto más ligera y dulce. “si un baño o un discurso no
purifican” dice Aristones “no comportan ninguna utilidad.”
y nos devastan la razón, no hay que refugiarse donde se habla de otro para no
exponerse a críticas, pero es frecuentando las lecciones donde se discuten propio
de estos argumentos, y después de la discusión consultar en privado quien trató
esos argumentos, y poderle hacer ulteriores preguntas. No hay que actuar como
la mayoría de la gente, que admiran los filósofo cuando hablan de otros temas,
pero si el filósofo, se dirige a ellos y en privado y abiertamente menciona los
temas que realmente le tocan, se resienten y los llaman entrometidos…
Es quien logra ser persuasivo aún tejiendo panegírico del vómito, de la fiebre y,
¡Por Zeus! hasta de la olla: y ¿cómo podría no dar algún respiro y no otorgar una
ocasión de elogio, a escuchas benévolos y barbados, por quien goza fama o
nombre de filósofo?... Platón, por ejemplo, aún no aprobando la invención en la
oración de Lisia y criticándole la disposición, ni elogia sin embargo el estilo y
afirma que en él “que cada palabra en él es clara y redondamente plasmada”. Se
podría condenar los temas de Alquílicos, la versificación de Parménides, la
simplicidad de Fosilices, la verbosidad de Eurípides, la discontinuidad de
Sófocles, así también sin duda entre los oradores hay quienes no tienen carácter,
quien es débil en provocar emociones, quien es sin gracia: sin embargo, cada
uno de ellos, es elogiado por la peculiaridad de sus dotes naturales que le
consienten de ser escuchado con atención. También a quien escucha, tiene un
fácil abanico para ser gentil hacia quien habla: para algunos es suficiente, aún
sin hablar, ofrecer una mirada mite, un rostro tranquilo, una disposición
benévola y no aburrida. Para concluir, hay aquí algunas normas de
comportamiento, generales y comunes, para seguir siempre en cada escucha,
aún en presencia de una exposición completamente fallida: estar sentados,
derechos, sin poses relajados, la mirada tiene que dirigirse a quien habla, con un
comportamiento de verdadera atención, la expresión del rostro tiene que ser
neutra y no dejar transparentar no solamente arrogancia o intolerancia, sino
también parecer que está pensando en otros temas. En cada opera de arte, se
sabe, la belleza deriva, de muchos factores diferentes que por una unión
mesurada y armónica, mientras es suficientes una nota fuera de lugar o sobre
tono, para dar lugar a una fealdad: análogamente, cuando se escucha, no nada
más está mal la arrogancia de una frente arrugada, el aburrimiento pintado
sobre el rostro, la mirada que deambula aquí y allá, la posición desgarbada del
cuerpo, sino también una mirada o un susurro con otro, una sonrisa, los
bostezos adormecidos, la mirada fija en tierra, y cualquier otro comportamiento
de este tipo.
14- Otros piensan que quien habla tenga deberes que cumplir y quien escucha,
ninguno; exigen que aquel se presente después de haberse preparado con
cuidado, mientras ellos invaden la sala libres de cada pensamiento y meditación
y se ponen como alguien que haya ido al banquete, nada más, para divertirse,
mientras los demás fatigan. Y sin embargo, si hasta un invitado tiene deberes
que cumplir, muchos más los tiene quien escucha, porque es involucrado en el
discurso y es llamado a cooperan con quien habla, y no es justo que se quede a
como dice Eurípides 6 ; así también la herida que la filosofía imprime en los
jóvenes de buena crianza es curada por la misma palabra que le provocó la
herida. Así es necesario que quien es corregido acepte ese sufrimiento y se deje
morder sin quedar oprimido sino, como en una ceremonia de iniciación a la cual
lo introdujo la filosofía, después de haber soportado las primeras purificaciones y
tribulaciones, espere un poco de dulzura y de luz después de la inquietud y la
turbación de aquellos momentos. En realidad, hasta en el caso en el cual la
crítica le parezca inmerecida, es bien que uno frene y se pare, mientras el otro
habla, en espera paciente: luego, cuando terminó, tiene que ir a él para
exponerle sus propias argumentaciones y rezarle que utilice aquella franqueza y
aquel tono que uso con él, para una real falta cometida.
6 Telefo, rey de Misa, herido por Aquiles por la lanza de Quirón, no podía cicatrizar
la herida. Apolo le vaticinó que la cura podía ocurrir sólo a obra de la misma lanza
que lo había herido. El tema recuerda la historia de Amfortas y de la herida realizada
por Klingsor con la lanza de Longinus, en la obra Parsifal.
18- Dejemos pues estas formas de estupidez y, con tal de aprender y asimilar
las reflexiones útiles aceptemos también las burlas de quien quiere dar a ver que
es intelectualmente dotado, como hicieron Cleantes y Senócrates, que en
apariencia eran más lentos de los compañeros, pero en realidad no dejaban de
aprender y no se dejaban desmotivar y, es más, eran los primeros en burlarse de
ellos mismos, paragonándose a ánforas de bocas estrechas o a tablas de bronce,
aludiendo al hecho que se necesitaba mucho trabajo para escribir letras, pero
luego las conservan en modo fuerte y seguro. Porque no nada más, como dice
Focílides,
Como dice Sófocles, y no sólo por ellos, sino también por otros. Interrumpiendo
en continuación al maestro con preguntas vanas y superfluas, como en un viaje
en compañía, no hacen más que dificultar el aprendizaje regular, que resulta en
retardos y paradas. Estos se parecen a aquellos perritos cobardes e insistentes,
que en casa muerden las pieles de los animales embalsamados, mientras que si
esas estuvieran vivas, no los tocarían ni por error.
La mente no necesita, como un vaso de ser llenada, si no más bien, como la
madera, de una chispa que la prenda y le infunda el impulso a la investigación y
un amor ardiente por la verdad. Como alguien que fuese a pedir el fuego a los
vecinos, pero luego encontrara una flama grande y luminosa y quedase allá