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Pontificia Universidad Javeriana

Maestría en Educación
Cátedra Mediaciones educativas y evaluación de los
aprendizajes
Paula Navarrete Benavides

Síntesis Crítica
Evaluación desde la comprensión de una obra de arte

“No todo lo que importa se puede medir y


no todo lo que se puede medir es importante”
E. Eisner
Pensar en arte es pensar en juicios de valor. Detrás de cada creación estética habita un ser
creador que pone en tela de juicio su actuar y un espectador que contempla, percibe y devela a
través de su apreciación, pronunciando sentencias que son dictadas desde diferentes perímetros
de su realidad, principalmente emocional; sin embargo, custodiada por fragmentos de
racionalidad, historia, economía, política, en fin, la vida en su cabalidad.

Por ende, una obra para ser considerada arte, debe ser sometida a una aprobación,
inicialmente de su creador, pero en definitiva colectiva, compartida y pública, es decir, ceder el
poder del juicio y la estimación a todo aquel que la admire. ¿Qué sería de una obra de arte sin el
ojo que la observa, sin el corazón que se deja conmover, sin el hombre que se reconoce en ella?

Aunque efímera es el arte al ser revelada al público, precisa y demanda de una


experiencia estética cargada de juicios que le otorgan significado, sin este, el acto creador dejaría
de ser un lenguaje de conciencias y tejidos colectivos, a pasar a convertirse en un hecho
insípidamente banal.

Ahora bien, si la comprensión de una obra de arte demanda de tantas bifurcaciones y


consideraciones como hombres la contemplen, la enseñanza artística no abrevia el panorama, por
el contrario, lo amplia. Enseñar un acto creativo y estético, en donde reposa la esencia del que
crea (sus sueños, miedos, derrotas y triunfos), es un ejercicio lleno de complejidad. ¿Cómo es
posible evaluar y juzgar este proceso creativo, tan subjetivo, pero a la vez tan lleno de
colectividad?

En este escenario largamente debatido y discrepante, el autor Elliot Eisner (2004)


propone una salida metodológica: la evaluación educativa se debe convertir en una actividad
artística. ¿Qué sucede cuando se deja de lado la medición y se transforma en el “arte de la
apreciación”? Es entonces, cuando se empieza a analizar un proceso creativo de aprendizaje
como la contemplación de una obra de arte.

¿Qué implicaciones conlleva este ejercicio reestructurante?, para Eisner (2004) “medir es
incompatible con las artes” (p. 219), así como el esfuerzo errado por normalizar la actividad
artística, tratando de homogenizarla y organizarla, siendo el caos el principal componente
creativo; como también, lo perjudicial que puede ser agregarle una calificación a un proceso de
aprendizaje, pudiendo obstaculizar la liberación del potencial creador. Por tal, esta apreciación
de la cual habla el autor, supone una “reeducación de la percepción” hacia el acto educativo,
visto tanto desde la enseñanza como del aprendizaje, es decir, contemplar el ejercicio de educar y
aprender como una obra de arte que está en proceso de formación, la cual debe ser sometida a
constantes juicios de valor para su significación, construcción y deconstrucción.

Convertir análogamente una experiencia educativa en una experiencia estética, concede la


posibilidad de levantar juicios de valor acordes a procesos formativos, que por el contrario, en un
sistema tradicional jerarquizarían y aislarían el potencial de aprendizaje en escalas de
desempeño. De esta manera, según Eisner (2004), la evaluación siendo inherente al proceso de
enseñanza como conducta humana, se caracterizaría por ser valorativa y no medible, además de
observar tanto el proceso como el producto, sin la necesidad de concluir en una calificación; todo
con el fin de “ayudar a hacernos mejores en lo que hacemos” (p. 220).

En concordancia con los planteamientos de Eisner (2004), las autoras Anijovich,


Malbergier y Sigal (2004) hacen énfasis en la necesidad y compromiso por develar la
complejidad en un proceso formativo y de apreciación, concibiendo para tal fin una evaluación
alternativa que comprenda al sujeto en su totalidad constructiva y deconstructiva.
Caracterizándose principalmente por una articulación entre enseñanza y evaluación, no siendo
una el final del recorrido de la otra, sino paralelas en la experiencia educativa, enfatizando las
fortalezas del estudiante por encima de sus debilidades, comprendiendo sus diversas realidades
(cognitiva, cultural, etc.), fomentando procesos metacognitivos en la toma de decisiones de
aprendizaje, haciendo partícipe al estudiante en la elaboración de criterios y objetivos de
evaluación comunicables y públicos.

En consecuencia, estos escenarios de apreciación formativa requieren de diversas


percepciones constructivas en el proceso hacia un acto creador y de aprendizaje, tal como sucede
con el arte, desde las constantes miradas que se le da para la transformación de su valor de
significado, no siendo este absoluto y totalizante, sino por el contrario, tan ambiguo, particular y
privado para quien lo construye. Con todo lo anterior, cabe resaltar que un proceso de enseñanza
artística no depende exclusivamente del maestro y del estudiante, prescindiendo de un público y
de la percepción de los pares de formación. Por tal motivo, estos últimos se deben incluir a este
proceso apreciativo.

Así pues, vincular a los diversos actores dentro de la experiencia educativa y estética,
implica procesos de contemplación de la obra de arte-educativa desde la autoevaluación,
coevaluación y evaluación por compañeros (Anijovich, Malbergier y Sigal, 2004; Brown y
Glasner, 2007). Propiciando en esta lectura semiótica del acto creativo una reflexión por parte de
quien crea (autoevaluación), admitiendo la “representación que el alumno se hace de sus propias
capacidades y formas de aprender” (Anijovich, Malbergier y Sigal, 2004), así como de la
construcción de sus propias formas de aprendizaje; implicando tras de sí, una reflexión que es
sometida a juicios de valor por el mismo creador.

También, se requieren de espacios de evaluación y apreciación compartidos


(coevaluación), en donde

por una parte, el alumno recibe una información que contrasta con la suya; por la otra, el
alumno a grupo de alumnos que valora el trabajo de un compañero toma también
conciencia durante ese proceso de los aspectos más relevantes del contenido de
aprendizaje (Anijovich, Malbergier y Sigal, 2004).
En estos espacios de negociación, el estudiante adquiere la responsabilidad sobre sí
mismo y sobre el sujeto u obra educativa que juzga, permitiéndole tomar conciencia de otros
procesos de aprendizaje como sujeto que también está construyendo y creando.

Por último, la evaluación entre pares conlleva a realizar juicios sobre las obras de otros
desde criterios compartidos y negociados, compartiendo de esta manera, el poder sobre el
aprendizaje, de sí mismo y del otro (Brown y Glasner, 2007). De tal manera, la construcción de
significados es compartida y colectiva, pero sobre todo, puesta en contextos reales de quienes
aprecian.

Esta analogía entre acto educativo y experiencia estética – artística, reconoce nuevas
formas de construcción de realidad, viendo la evaluación como un acto de apreciación de la obra
arte en proceso de formación, que implica constantes transformaciones a lo largo de su creación,
basadas en juicios de valor por parte de quienes la contemplan y admiran, ya que como público
expectante, convergen realidades diversas, significados y significantes, lecturas semióticas,
contrastes constructivos y deconstructivos, no sólo por parte de quien es poseedor de la creación,
sino de todo aquel que desde su posición se identifique con la obra de arte.

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