PRAXIS
D IC IEM BR E 1967 N* 1
Secretaría de Redacción:
J. F L O , A. O R E G G IO N I. J. R O D R IG U E Z .
Correspondencia y Canje:
SO LA N O ANTUÑ'A 2863 - M O N T EV ID EO - U R U G U A Y
\
se ha llamado diálogo en otras oportunidades: el diálogo promovi
do por organismos al servicio de los EE.UU. que integran su apara
to de corrupción, soborno y agresión. Diálogo en revistas, institutos
y centros que, mientras el brazo asesino opera en Viet-Nam o en
América Latina, extienden un brazo gentil de bailarina en “arabes
que” y dosifican sabiamente el material para seducir “sub especie” ob
jetividad a los que cándidos o traidores vergonzantes no aceptarían
comprometerse en las más ostensibles operaciones de venalidad o
violencia.
En nuestro medio intelectual el imperialismo ha conseguido
comprar a muy pocos y a nadie de real valor. Parecería que la ve
nalidad está en razón inversa al talento. Por eso es que quedan
entre nosotros muchas posibilidades de diálogo. Pero también, porque
la presión ideológica opera en niveles no conscientes ese diálogo es
imprescindible, y más aun si atendemos a algunas características de
la “intelligentzia” nacional que tiende a mostrar acentuados ciertos
rasgos propios del sector en todas nuestras sociedades. Junto a una
postura en general antimperialista y progresista los intelectuales de
este país padecemos de una pesada herencia de eclecticismo y des
compromiso. Nacidos como intelectuales puros cuando el desarrollo
de la sociedad uruguaya descargó a la vieja oligarquía decimonó
nica de la universal tarea de propietaria, política e ideóloga a
la vez, cumplieron eficazmente la función de evitar una crítica ge-
nuina a la realidad y la sustituyeron por una actividad lúdica, imi
tadora de las modas metropolitanas, novelera. Y si se puede ejem
plificar esta situación del modo más redondo con la generación del
centenario, aqueja igualmente a la crítica generación del 45 (o como
quiera llamársela) por lo menos en el momento en que emerge con
la manifiesta intención de sepultar a la anterior. No es de extrañar,
pues, el gusto por la novedad aparente o el ingenio con el que se
ordenan las ideas más que por la veracidad de las mismas, la inca
pacidad para organizar sus concepciones en un sistema coherente,
la insensibilidad a la contradicción entre los diversos niveles y aún
en el mismo nivel de pensamiento, la aspiración a una verdad pura,
sin referencia a la práctica, la actitud crítica que encubre un escep
ticismo final y que impide la adopción de ciertos compromisos por
que todo programa, doctrina o consigna es sospechosa, para luego
mofarse de esa vigilancia crítica aparente a través de lu improvisa
ción, del pensamiento que avanza por meras nnalogíus o imágenes,
es decir, un pensamiento que encubro la convencional idud de sus
conclusiones con las formas trucadas brillantemente de su justifi
cación.
Si esta caracterización rápidu y, por genérica, levemente cari
caturesca es aproximadamente justa, no es posible pensar un diálo
go, desde una actitud rigurosa, comprometida y sistemática, que
no sea sumamente polémico. En el bien entendido de que haremos
1ÍT imposible para que la polémica no sea un torneo de habilidades
sino un verdadero esfuerzo por alcanzar un momento superior de
conocimiento.
Esta es la praxis a la que nos entregamos.
!
CARLOS
MA T O
V a z F e r r e ir a :
L im it a c io n e s y e s c a m o te o s
d e u n a f ilo s o f ía
(U n «iludió »obre su pensamiento antes de la "Lógica viva")
H
“estado de espíritu” va dominando al profesor y Maestro de Con
ferencias. Él lo transmite en la enseñanza y quedará sembrado en
amplios sectores de la conciencia nacional.
ALGUNAS CONSTANTES
III
FILOSOFIA INCONFESA
Idealism o ontològico y epistem ológico
METAFISICA Y CIENCIA.
PSICOLOGIA Y FISIOLOGIA.
CUESTION DE PALABRAS.
II
III
IV
VI
V II
(13) G. D ella V olpe. " C r itic a d e l g u sto ” M ilan o , 1964, E d . F e ltr in e lli.
otra que la de una significación totalizadora, única, en la que se puede
aspirar a que desaparezca la equivocidad de los términos. Sólo en tanto
cada término precisa y delimita exactamente su significación por el sis
tema completo de las significaciones que es la teoría, es posible llegar a
la univocidad, con lo cual aparece claro que este carácter aparece en
cierta medida como el límite al que tiende el discurso científico, eventual
mente logrado en algunas ciencias y más o menos programático en otras.
El discurso vulgar, en cambio, por su carácter de materia de diversos
contextos posibles, es necesariamente equívoco, es decir que sus términos
podrán significar diversos conceptos. El lenguaje poético (o literario) su
pera también la equivocidad del lenguaje vulgar puesto que en la auto
nomía de su contexto se elige, podríamos decir, dentro de las posibilida
des equívocas que le ofrece como materia el lenguaje vulgar, pero lo hace
a diferencia del lenguaje científico, no por la delimitación de un sentido
para cada término sino por el agregado de un "plus" de sentido, indiso-
ciable del contexto correspondiente, es decir de la obra literaria en cues
tión. A este peculiar carácter del discurso literario Della Volpe lo deno
mina polisemia.
Vemos así que lo específico de lo literario, eliminado el presupuesto
místico-romántico de una facultad especial (fantasía, imaginación) vincu
lada a un nivel gnoseológico propio (lo concreto, lo particular) queda apre
sado por dos propiedades de cierto uso del lenguaje: la contextualidad or
gánica del discurso y su polisemia. Así parecería que hemos conseguido
filtrar nuestra comprensión del hecho literario entre aquella pinza que
nos exigía preservar el carácter conceptual, significativo o intelect"al d*>
mismo y que al tiempo nos obligaba a reconocer su intraductibilidad al
discurso teórico.
Sin embargo, parecería que registrada esta diferencia y aventada la mi
tológica especificación por facultades nos queda por explicar nada menos
que la función, el sentido, la posibilidad de constituirse un uso del len
guaje que no es el uso teórico pero que se mueve dentro de la función
cognoscitiva que el manejo de conceptos y significaciones intelectualmen
te aprehensibles comporta. Todo lo anterior supone una descripción de la
diferencia, pero por eso mismo vuelve mucho más inexplicable, redundan-
to y gratuita la existencia de esa diferencia. Eso parece ser la literatura,
pero entonces podemos preguntarnos ¿literatura por y para qué? Si esa
pregunta podemos hacérnosla cuando se la reduce a lo que comunica de
traductible, podemos ahora preguntarnos por y para qué una intraducti
bilidad que sólo nos dice de su intraductibilidad.
Solamente si descubrimos detrás del mero fenómeno de la polisemia y
de la contextualidad una forma más profunda de especificidad de lo lite
rario, estos rasgos habrán servido efectivamente para permitirnos avan
zar en la comprensión teórica de la literatura.
vm
Si bien podemos aceptar en términos generales los análisis de Della
Volpe que resumimos en el parágrafo anterior, hay en ellos, implícitamen
te un postulado que puede discutirse: el de que la literatura es una cier-
2 # forma de conocimiento y aún que corresponde a ella una cierta verdad.
Si precisamos nuestros términos y reservamos el de conocimiento para
toda información que guarda un cierto homomorfismo con un objeto pre
existente, según un proceso de afinamiento de ese homomorfismo que cul
mina en lo que llamamos conocimiento científico, en tanto desantropo-
nuil flr n c ló ii | | ,u lm é n ) que p e rm ite que la e stru c tu ra de la im a g e n rep ro
d u zca ul o lijr lo s in la m e d ia c ió n de lo s m odos de re a c c ió n no c r itic a d o s ,
( i i i i I c i i io n d e s d e ya s e ñ a la r q u e ésa no es la s itu a c ió n d e la lite r a tu r a .
H! quisiéramos introducirla en esa secuencia veríam os que solamente
pudi'lmnos hacerlo en tanto ella es parte integrante de la totalidad de la
piActicu humana.
La reivindicación del continuo que en lo concreto im plica el conoci
miento con la práctica en su conjunto, de la cual el conocim iento es parte,
al servicio de la cual está, (si esa práctica global im plica la vida indivi
dual y social del hombre) es una de las ideas centrales del m arxism o y
con ella, fiel a esa misma idea, ha m ultiplicado su aptitud práctica para
transformar el mundo. Pero esa afirm ación del continuo teoría-práctica no
comporta no discernir, en cierto n iv el de la reflexión, la práctica teórica
misma de las otras prácticas y ese discernim iento implica recortar dentro
de esas diversas prácticas aquélla que se ordena en un proceso que m uy
esquem áticam ente resum imos más arriba, es decir el proceso de adecua
ción homomórfica de la estructura conceptual y la real. Si quisiéramos
insertar en ese proceso a la producción literaria veríam os que ella, en el
m ejor de los casos, valdría como mom ento a superar (como e l m ito res
pecto de la ciencia) y su naturaleza histórica sería la de dejar de ser ella
para, en su destrucción, perm itir un n ivel superior. No es esa por cierto
la actitud de quienes buscan comprenderla como conocim iento, puesto que
no lo hacen para señalar su caducidad, su superabilidad, la posibilidad de
abandonar el conocim iento ideológico, oscuro o insuficiente que ella pro
pone, por otro que se situaría en el nivel científico, sino que, por el con
trario, presum en en ella una forma peculiar de conocer, actualm ente irre
ductible a otras y quizá esencialm ente irreductible e incaducable. Pero si
esto es así debemos evitar el m alentendido que va de la perspectiva mar-
xista que afirma el continuo práctica-teoría y desde la cual importa rei
vindicar el carácter cognoscitivo de toda práctica, al problema particular
de precisar la naturaleza de lo literario (o lo artístico en general) en el
que la cuestión acuciante es distinguir la especificidad de esa práctica, pa
ra reabsorberla en el conocim iento, cuando, justam ente el conocim iento so
lam ente puede ser comprendido como aquella secuencia y distinguir la
literatura de esa secuencia hacia la objetividad, es nuestra tarea.
Dicho brevemente: la literatura es obviam ente (como el arte en su to
talidad) una parte im portante de la práctica humana a partir de la cual
se constituye el conocim iento, pero si recortamos en su sentido restringido
y abstracto al término conocim iento, la práctica artística no puede defi
nirse subsumiéndola en él sino precisam ente diferenciándola. Es lo que
en e l pensam iento marxista reciente encontramos señalado como reacción a
la tradicional confusión no todavía desterrada (14).
Pero en el caso de la literatura el problema aparece complicado por
el hecho de que la materia lingüística con la que ella se constituye es
precisamente conceptualm ente significativa y ella misma, según lo hemos
admitido con D ella Volpe, sólo puede ser algo si es conceptualm ente sig
nificativa, y sin que podamos escaparnos con el expediente de un "plus"
emotivo o expresivo o em bellecedor según lo discutimos más arriba. Si
respecto de las artes plásticas o de la música, es relativam ente fácil m os
trar el carácter productivo dominante, es decir la suma de un objeto al
mundo, objeto no preexistente cuya función básica no es la de un satisfac
torio homomorfismo con cierta objetividad que ese nuevo objeto rev e
la, en el caso de la literatura tenem os que convenir que el objeto que se
constituye es un objeto constituido por lo que llamaríamos una materia
cognitiva que el lenguaje proporciona y según una forma o estructuración
tam bién cognitiva que ese m aterial exige si es que seguim os usándolo
(20) D ella V olp e Ob. C it. pp. 213 y ss. A lth u sse r en “ D eu x l e t t r e s . . . ” . M a ch e rey ,
O b. C it. pp. 125 y ss.
ACUERDA Y DECRETA;
1. Los terrenos de propiedad particular a que aluden y pue
den hallarse en el caso de la circular de D iciem bre 12 de 1831 y el
acuerdo de 13 de enero de 1832, serán adjudicados en toda propie-
dad a sus poseedores, salvo el derecho de propietarios supuestos o
verdaderos, en los térm inos que con ellos mismos se estipulan, ha
bida consideración al m érito de las personas y urgencias del Erarlo
Nacional.
2. Los propietarios que, coadyuvando las benéficas m iras del
Gobierno Supremo, quisieren hacerle una cesión anticipada de todas
sus acciones y derechos, ciertos o dudosos, lo tendrán m uy especial,
tanto a la consideración del Gobierno Supremo como al resarci
m iento de los perjuicios que el presente pueda irrogarles.
3. Quedan aprobadas las transacciones y a celebradas en este
sentido y autorizado el M inisterio de Hacienda para hacer todas las
que fueren propuestas en adelante sobre la base del artículo anterior.
4. Debiendo nombrarse personas, que, en concierto con las auto
ridades locales, procedan a ejecutar el contenido del artículo pri
mero, el M inisterio de Hacienda formará las instrucciones que cre
yere más oportunas para que, en e l reparto y adjudicación aquí de
cretada, se opere con brevedad y econom ía de trám ites y expensas,
pero sin faltar a los principios de equidad que han dictado esta
medida.
5. Comuniqúese, etc.
Rivera
Lucas Obes, M anuel Oribe"
El decreto era, por fin, la adopción completa, legalizada, de las viejas
aspiraciones de Rivera y de Lucas Obes. El primero consolidaría así la pa
cificación de la campaña y obtendría su adhesión —asi lo esperaba—
para siempre. E l segundo se regocijaba en el texto citando todas aquellas
ideas que había elaborado a lo largo de varios años. Se m encionaba allí
la vista fiscal a él debida, em itida en 1830 con m otivo del conflicto de
Almagro, se recordaba las circulares lanzadas por Santiago Vázquez al
comienzo de su ministerio, tendientes a proteger la posesión, circulares
nacidas expresam ente y con la consulta de Lucas Obes. Se sostenía en las
mismas palabras de la vista fiscal del 17 de abril de 1830, que los posee
dores debían tener el tranquilo goce "de lo que hubieron de la m ano del
tiempo" y se reiteraba la interpretación fundada por Obes en la vista
fiscal del 31 de diciembre de 1831 (campos de Viana Achucarro), según
la cual las circulares del m inistro Vázquez hablan constituido al Gobierno
en "garante del m antenim iento de los dichos poseedores en el goce de
sus adquisiciones".
En su parte dispositiva —no m olesta reiterarlo— e l decreto repetía sus
m ismas ideas, ya esbozadas en la vista fiscal del año 30 y recogidas por
la circular de Ellauri del 12 de agosto de 1831 y comenzadas en su apli
cación por e l m inisterio Vázquez a instancias de las "aperturas" realizadas
por Obes como fiscal a los propietarios de la testam entaría Alvín, de la
casa de Almagro y del Rincón de Camacho. La reversión al Estado, de los
campos en conflicto, tantas veces anunciada, se transformaba por fin
en política general para solución de todos los conflictos entre propietarios
y poseedores cualquiera fuera e l origen de los mismos.
E l decreto, por otra parte, no obligaba a los propietarios a ceder
ni negociar sus derechos al Estado, pero no les dejaba ninguna otra al
ternativa, desde el mom ento que cualquiera fuera su actitud al respecto,
los poseedores obtendrían de todos modos la propiedad de los campos
que poseyesen, apenas cubriesen, por supuesto las exigencias que el go
bierno im ponía para el caso.
Sin que estuviese expresam ente contenido en el texto, las cantidades
obtenidas por las enajenaciones de campos a los poseedores se integrarían
—por el decreto de fundación de la Caja de Am ortización del 6 de diciem
bre— al capital amortizante de la deuda pública, razón por la cual la
administración de todas aquellas enajenaciones corría prácticam ente por
los ejecutivos de la Caja, Juan María Pérez, Domingo Vázquez, Agustín
de Castro y Ramón de las Carreras.
El decreto, era si, extrem adam ente im preciso respecto a los poseedo
res m ismos por cuanto no determinaba qué sucedería con aquellos p o se e
dores que no estuviesen en condiciones de som eterse a los requerim ientos
de pago del gobierno. Todo el contexto que rodeó el nacim iento y apli
cación del decreto mostraba en qué profundas apetencias fiscales se fun
daba la solución surgida, y si esta actividad y m iras del gobierno deben
integrar legítim am ente una justa interpretación del decreto, no era difícil
señalar desde ya, lo que a la postre sucedería: sólo los más ricos y po
derosos de los poseedores recibirían la posibilidad de acogerse a los su
puestam ente universales derechos concedidos a los poseedores para la defi
nitiva consolidación de sus terrenos.
La prensa de la época publicó como correspondía tan importante dis
posición y un periódico m inisterial de reciente aparición "La Revista de
1834", redactado por José Rivera rndarte, se hizo eco del mismo el 4 de
enero de 1834, m ediante un editorial que reflejaba las opiniones del Mi
nisterio.
"Damos lugar en este número —comenzaba e l articulo publicado
bajo el titulo de "Interior"— al acuerdo de 23 de Diciem bre del
año que acaba de concluir, apesar de que y a ha visto la lu z en el
periódico Universal, porque lo creemos demasiado importante para
dejarlo pasar, sin hacer las observaciones, á que provoca su con
tenido.
N o nos detendrem os en ponderar los m ales que él evita. Baste
decir, que un número crecido de litigios, en que se consum ían las
fortunas; que una porción de disputas, que indisponían á unos ciuda
danos contra otros, han desaparecido, ó desaparecerán bien presto,
con el tem or que aflijía al poblador, de v er perdido el trabajo de
muchos años por la repentina aparición de un propietario, que pro
base derechos á la tierra en que habían plantado su choza ó donde
pastaba su ganado. Otros objetos ocuparán a nuestra atención.
' Tres fin es se propone el acuerdo; 1Q asegurar la propiedad de los
terrenos, á que alude la circular de 12 de Diciem bre de 1831, á sus
actuales poséedores, teniéndose en consideración los servicios que hu
biesen prestado á la nación. Garantir lo s derechos de los que se
crean con títulos á ellos, según lo perm itan las circunstancias del
erario, y atendida, la deferencia que observasen á las resoluciones
del Gobierno. S9 La creación de una com isión de sujetos idóneos, que
entienda en los espedientes que se versen sobre los negocios com
prendidos en los dos artículos anteriores. Las demás disposiciones,
que abraza el acuerdo, ó son reglam entarias ó dimanan de las que
hem os mencionado."
E l prim er objeto no puede ser más laudable. Los poseedores in
trusos pertenecen, en su mayor parte, á los ciudadanos que regaron
con su sangre el suelo patrio, por libertarlo del estranjero; seria
sum amente injusto el no legalizar la posesión, en que se hallan, de
algunos retazos de campo, que abandonaron sus dueños prim itivos ó
que pertenecen á esas grandes porciones que donó el Gobierno Es
pañol, y otros que le sucedieron, á unos pocos individuos. Y á la
verdad, más derecho tienen á los terrenos, de que habla el acuerdo,
algunos de los denominados intrusos, que muchos propietarios origi
narios, que adquirieron esta calidad á m ui poca costa ó por medios
que reprueba la sana moral. Los primeros hicieron cuanto estubo
en su mano porque fuera feliz la nación, los otros (hablamos en ge
neral) mui poco ó tal v ez nada.
„ Si convertim os nuestra vista de estas consideraciones, á las que
refieren a la opulencia de la República, hallarem os, que se consilian
m aravillosam ente con las otras de que hem os hecho mérito. "Ningu
nas leyes son m ás contrarias á los principios de la sociedad, que
aquellas que dism inuyen la cantidad de propiedad individual y el
número de propietarios" (4) ¿Y las que dispusiesen la devolución de
los terrenos, que los llamados intrusos han cultivado á manos de
unos cuantos propietarios originarios, que por escases de fondos, ó por
otras causas, los tenían despoblados, no serían nocivas á estos princi
pios, y á la esperiencia que nos sum inistran las páginas de los pue
blos antiguos y modernos? ¿Ese cambio de señorío no haría una pro
funda herida á la industria? ¿No daría pie á reclam aciones inter
minables? ¿No abriría una puerta á los odios y desavenencias? Re-
flecciónese sin pasión y no podrá m enos de aplaudirse la determ ina
ción del Gobierno.
El segundo objeto, es justo y tiende á alejar todo m otivo, capáz
de alterar la tranquilidad interna de las fam ilias. Los propietarios
originarios advertirán, que una revolución los ha despojado de unos
bienes, cuya recuperación, fuera de ser difícil, sería un principio
de miseria para un considerable número de vecinos benem éritos y
se contentarán con una retribución, que aunque moderada, está ex en
ta de tamaños inconvenientes. El Gobierno, por otra parte, con un
pequeño sacrificio garante la inviolabilidad de los títulos que esta
blecen la propiedad, lo que influye sobremanera, en la moral de
los pueblos.
El tercer objeto es útil á los interesados y á la autoridad; á los
primeros por la mayor seguridad que adquieren, ante una comisión
especial formada de sujetos idóneos, de que sus reclam aciones y
ecepsiones serán más puntualmente atendidas, que en otro tribunal
de una institución diferente: al Gobierno porque le descarga de un
peso enorme que le estorvaba para espedirse en negocios de cuan
tía y trascendencia.
Desearíamos —finalizaba el periódico— que las plum as de nues
tros colegas se ocupasen de un negocio, que por la poca estensión de
nuestro papel no hem os podido tratar sino im perfectam ente."
La política de reversión al Estado de los campos en conflicto es ante
todo un mero negocio agrario. E l Estado paga el valor del mercado
e l "precio" de la tierra. Si bien los -propietarios ven "deformada" la d e
manda de su "bien", por la im posición aparente de un solo comprador,
que así lo determina, no es m enos cierto que el vendedor "deforma" la
oferta, tanto porque el Estado —concreto, histórico y angustiado política
m ente— necesita comprar, como por el hecho extraeconóm ico que el Estado
no es realm ente una pura entelequia sino un comité administrador de los
intereses de las clases dominantes, en este caso de los vendedores de
campos en conflicto que son a la vez Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El aparente diálogo de la oferta y la demanda, es apenas el soliloquio
del cohecho.
La reversión de campos en conflicto decretada el 23 de diciem bre de
1833 participa de todos estos atributos si no trinitarios —a Dios lo que es
de Dios—, sí por lo menos binarios. Un ministro, hijo de la carne, Lucas
Obes; varios propietarios y apoderados, mundanos y llenos de flaquezas.
Los convenios que lograron a fin de cuentas sólo ceden en pecados a los
que propusieron en primera instancia. A lgo se ganó.
El 5 de diciembre de 1833 José Ellauri proponía "ceder" las 16 y dos
tercias leguas que fueran de A rvide y entonces de su albacea, Florencio
Varela a la tasación de $ 1.400 por legua, apenas tres veces más de lo
que el Estado cotizaba las suyas, cuando las cobraba. Los 5 23.333 asi
exigidos no se parecían en nada a lo casi nada pagado por su prim itivo
propietario en la época colonial, pero ya es sabido que e l apetito crece
comiendo. Como los propietarios no tenían porqué apurar al Estado, le con
cedían que el pago se realizase en una letra de $ 3.500 a 3 m eses, otra
de igual suma a 6 meses y el resto proporcionalmente divididas en le
tras a 6 m eses hasta un m áxim o de 3 años. Tanto como para que e l Espado
no echara sus usuras, el propietario echaba las suyas. Las letras así reci-
E l m é to d o d e
la e c o n o m ía p o lít ic a
* (E n francés en el original).
m ás desarrollada. Pero se presupone siem pre el su b stracto concreto que
se expresa por una relación de posesión. Es posible im agin arse un
salvaje aislad o que posee. Pero la posesión no co n stitu y e en to n ces una
relación jurídica. No es exacto que h istóricam en te la posesión ev o lu
cione hasta la form a fam iliar. Supone por el con trario siem pre la
ex isten cia de esta "categoría ju ríd ica m ás con creta” . Sin em bargo, no
deja de ser válido que las categorías sim p les son la expresión de rela
ciones en las cu ales el concreto aún no d esarrollad o se ha podido
realizar sin haber creado la relación o el vin cu lo m ás com plejo que
encuentra su expresión m ental en la categ o ría m ás concreta; m ien
tras que el concreto m ás desarrollado d eja su b sistir esta m ism a
categoría como una relación subordinada. E l dinero puede existir y ha
existid o h istóricam en te an tes de que ex istiese e l cap ital, lo s bancos, el
trabajo asalariad o, etc. Bajo este punto de v ista , se puede pues decir
que la categoría m ás sim ple puede expresar relacion es dom inantes de
un todo m enos d esarrollad o o, a l contrario, relacion es subordinadas de
un todo m ás desarrollado que existían ya h istó rica m en te a n tes de que el
todo se d esarrollase en el sen tid o que h alla su expresión en una ca
tegoría más concreta. En esta m edida, el cam ino del pensam iento abs
tracto, que se elev a de lo m ás sim ple a lo m ás com plejo, correspon
dería al proceso h istórico real.
Por otra parte, p u ede decirse que hay form as de sociedad m uy
desarrolladas, pero que h istóricam en te carecen de su ficien te m adurez,
en las cuales se en cu en tra las form as m ás elev a d a s de la econom ía,
como por ejem p lo la cooperación, una d ivisión del trabajo desarrollada,
etc., sin que e x ista n in gu n a clase de m oneda, por ejem p lo el Perú.
Entre lo s eslavos tam bién, el dinero y el cam bio que lo condiciona no
aparecen o aparecen poco en el interior de cada com unidad, pero surgen
en sus fron teras, en su tráfico con otras com unidades. E s por otra
parte un error colocar el cam bio en el centro de las com unidades,
hacer de él [e l cam bio] el elem en to que las c o n stitu y e en su origen .
En los com ienzos, el cam bio por el contrario aparece en la s relacion es
entre diversas com unidades, m ás bien que en la s relacion es de los
m iem bros en e l in terior de una sola y m ism a com unidad. A dem ás,
aunque el dinero aparece tem pranam ente y ju eg a un papel m ú ltip le,
en la an tigü ed ad es, en tan to que elem en to dom in an te, propia
de naciones d eterm inadas u n ila tera lm en te, de n acion es com ercian
tes. E incluso en la an tigüedad m ás civilizad a, en tre los g rie
gos y los rom anos, no alcanza su com pleto d esarrollo, postulado
de la sociedad b urguesa m oderna, sino en el periodo de su disolu ción .
Por lo que esta categoría sin em bargo tan sim p le, no aparece h istó ri
cam ente con todo su vigor m ás que en lo s E stad os m ás d esarrollad os
de la sociedad. E lla no se abre de ningún m odo un cam ino a través
de todas las relacion es económ icas. En el Im perio R om ano, p. e j., en
la época de su m ás grande desarrollo, el im puesto en esp ecie y las
prestacion es en esp ecie perm anecieron com o su fundam ento. El sistem a
m onetario p ropiam ente dicho a llí no ex istía com p letam en te desarrollado
m ás que en el ejército. Jam ás dicho sistem a abarcó la totalid ad
del trabajo. A sí, por m ás que históricam en te la categoría más sim ple
puede haber existid o an tes que la m ás concreta, puede pertenecer en
su com pleto desarrollo — en com prensión y exten sión — precisam ente a
una form a de sociedad com pleja, en tan to que la categoría m ás con
creta se en cuentra m ucho m ás com p letam en te desarrollada en una form a
(W sociedad que lo es m enos.
E l trabajo parece ser una categoría muy sim ple. La idea de trabajo
en esta universalidad -—como trabajo en gen eral— es, tam bién, de las
m ás antigu as. Sin em bargo, concebido desde el punto de vista econó
m ico bajo esta form a sim p le, el " trab ajo” e s una ca teg o ría tan m o
derna com o las relacion es que engendran esta abstracción sim ple. El
sistem a m onetario, p. ej., coloca de un m odo to ta lm en te ob jetivo, como
algo exterior a si m ism o, la riqueza en el dinero. En rela ció n a este
punto de v ista , fue un gran progreso cuando el sistem a m anufacturero
o com ercial traspasó la fu en te de la riq u eza del ob jeto a la actividad
su b jetiva — el trabajo com ercial y m anufacturero— , pese a que no
concebía aún esta actividad en sí m ism a m ás que bajo la form a lim itad a
de producción d e dinero. F r e n te a e ste sistem a , el siste m a d e los fisió
cratas propone una form a determ inada de trabajo — la agricu ltu ra—
com o la form a de trabajo creadora de riqueza y elev a e l o b je to m ism o
no ya bajo la form a d isfrazad a de dinero, sin o com o producto en tan to
que ta l, com o resu ltad o gen eral d el trabajo. E ste producto, en razón
del carácter lim itad o de la activid ad , perm an ece aú n com o un producto
d eterm in ad o por la n atu raleza — producto de la agricu ltu ra, producto
de la tierra par ex cellen ce*.
Un enorm e progreso fue hecho por Adam Sm ith cuando rechazó
toda determ in ación particular de la activid ad creadora de riqueza para
n o considerar m ás que el trabajo vu lgar, es decir ni el trabajo m a
n u facturero, ni el trabajo com ercial, ni e l trab ajo a grícola, sin o todas
esta s form as de trabajo en su carácter com ún. Con la generalidad
abstracta de la activid ad creadora de riq u eza aparece en to n ces ig u a l
m ente la gen eralid ad del o b jeto en la d eterm inación d e la riqueza, el
producto considerado ab solu tam en te, o in clu so el trabajo en g en eral,
pero en tan to trabajo pasado, ob jetivad o en un objeto. E l ejem p lo de
Adam Sm ith, quien a su vez recae de tiem po en tiem po en e l sistem a
de loa fisiócra ta s, m u estra cuán d ifíc il e im portante fu e el pasaje a
esta nu eva concepción. P odría en to n ces parecer que de este m odo sim
plem ente se ha h allado la expresión abstracta de la relación m ás sim ple
y m ás an tig u a que se h a esta b lecid o — en cu alq u ier form a de sociedad
que se considere— entre los hom bres considerados en tan to productores.
E s correcto en un sen tid o. E n otro, no. La in d iferen cia resp ecto a un
tipo determ inado de trabajo presupone la ex isten cia de una totalid ad
m uy desarrollad a de tip os de trabajo rea les dentro de lo s cu ales n in gu n o
es ab solu tam en te preponderante. A si, la s abstracciones m ás g en erales
no nacen al fin de cu en ta s m ás que con el desarrollo concreto
m ás rico, donde un carácter aparece como com ún a m uchos, como
com ún a todos. Se deja en to n ces de poder pensarlo bajo una form a
particular solam en te. Por otra parte, esta abstracción del trabajo en
gen eral n o es sólo el resu ltad o en el p en sam ien to de una tota lid a d
concreta de trabajos. La in d iferen cia respecto a ta l trabajo determ inado
corresponde a una form a de sociedad en la cual los in d ivid u os pasan
con facilidad d e un trabajo al otro y en la cual el tipo preciso de
trabajo es para e llo s fo rtu ito , por lo tan to in d iferen te. A quí e l trabajo
se ha v u elto no sólo sobre el plano de las categorías, sin o en la realidad
m ism a, un m edio de crear la riqueza en gen era l y ha cesado, e n tanto
determ inación, de ser en un aspecto particular una y la m ism a cosa
que los individuos.
E ste estad o de cosas ha alcanzado b u m ás alto grado de desarrollo
en la form a de e x isten cia m ás m oderna de las socied ad es burguesas,
en los E stad os U nidos. Es ju sta m en te a llí donde la abstracción de la
categoría “trabajo", "trabajo en g e n e r a l” , trabajo "sans p h rase” *,
punto de partida de la econ om ía m oderna, d ev ien e verdad práctica. A si
la abstracción m ás sim p le, que la econom ía p o lítica m oderna coloca en
S o b r e e l t r a b a jo te ó ric o *
D if ic u lt a d e s y re c u rso s*
D. Ultima dificultad:
La novedad revolucionaria de la teoría
II . RECURSOS
(4) Ct. Pour M arx, y Lira La C apital, donda aa han retom ado y desarro llad o dis
tincion es transm ltld aa por la tradición m arxiste,
Sin embargo la filosofía m arxista se encuentra enteram ente en El Ca-
plial, que es una de sus “ realizaciones". Diremos entonces que la filosofía
marxista puede ser encontrada allí, puesto que está allí efectivam ente
en ucción. Diremos que la filosofía m arxista se halla en El Capital, “ en es
tado práctico", que está presente en la práctica teórica del Capital, muy
precisamente, en la manera de concebir el objeto del Capital, en la manera
de proponer sus problemas, en la manera de tratarlos y de resolverlos. La
expresión: "en estado práctico" no debe extraviarnos. Designa, en este
caso, un modo de existencia de la filosofía en una obra científica, en una
práctica teórica, por lo tanto un modo de existencia teórica, y no (cosa que
verem os enseguida) un modo de existencia en una obra política e históri
ca, por lo tanto práctica en el sentido corriente del término. La existencia
de la filosofía m arxista “ en estado práctico" en El Capital indica la moda
lidad propia de la existencia del objeto, de los problemas, del método
científico, por lo tanto teórico, del Capital. D ecir que la filosofía m arxista
se encuentra en estado práctico en El Capital significa pues que e l conte
nido de la filosofía marxista se halla claram ente presente en El Capital,
pero que le falta su forma teórica. E l m aterialism o dialéctico (filosofía
m arxista) no está allí tratado por sí mismo, en su distinción, independien
tem ente del m aterialism o histórico (ciencia de la historia), sino en, por, y
a través de este capítulo de m aterialism o histórico, que analiza la esencia
del modo de producción capitalista.
Es el hecho de la existen cia de la filosofía m arxista "en estado prác
tico" en El Capital lo que nos perm ite "extraer" legítim am ente la concep
ción m arxista de la filosofía, del Capital. S i la filosofía m arxista no estu
viera presente en El Capital, no podríamos extraerla. Si estuviera presenta
no sólo en su contenido sino tam bién en su forma, es decir de cuerpo pre
sente y con todas las letras, nosotros no tendríam os necesidad de " ex
traerla". Como se halla allí "en estado práctico" (contenido), pero no en
estado teórico (forma), debemos dar a su contenido su forma propia. Por
lo tanto debemos identificar su contenido, y darle su forma correspondiente.
Esta tarea es un verdadero trabajo teórico: no sólo un trabajo de sim
ple extracción, abstracción en el sentido empirista, sino un trabajo de ela
boración, de transformación, que requiere grandes esfuerzos. Por lo menos
podremos cum plir este trabajo, a partir del mom ento en que sepamos que
la filosofía m axista puede existir realm ente, en acto, en estado práctico,
independientem ente de su forma y por lo tanto de su form ulación teórica-
Y cuando afum am os esta posibilidad, debemos saber que no afirmamos
solam ente un hecho ("es así") sino un principio fundam ental del m arxis
mo mismo, un principio que concierne, al lím ite, a la relación de una f i
losofía y de una ciencia, la relación de la teoría y de la práctica; el princi-i
pío que exige que la filosofía exista previam ente en la práctica de las
ciencias, antes de existir por sí.
Todos comprenderán que lo que se acaba de decir, a propósito de los
principios de la filosofía marxista, vale para un gran núm ero de otros
principios del marxismo: nos encontram os a m enudo en la necesidad de
"extraerlos" por un gran trabajo de elaboración, de transformación y de
producción teóricas, del "estado práctico" en el cual nos son dados en los
textos de Marx y de sus sucesores. Lo que vale incluso para ciertos prin
cipios esenciales (ejemplos: la filosofía, la unión de la teoría y de la prác
tica, etc.) vale evidentem ente, a fortiori, para sus consecuencias. M arx no
"lo ha dicho todo" no sólo porque no tuvo tiem po para ello, sino porque
"decirlo todo" no tiene sentido para un sabio: sólo una religión puede pre
tender "decirlo todo". Una teoría científica por el contrario tiene siempre
otras cosas que decir, por definición puesto que no existe más que para
descubrir en sus soluciones mismas, otros tantos, sino más, problem as de
los que resuelve. Por lo tanto, deberemos, para definir ciertos conceptos
m arxistas y sus consecuencias, "extraerlos" de las obras de M arx y de
sus sucesores, y prolongar sus resultados por un trabajo complejo de ela
boración y* de producción teóricas.
Este trabajo indispensable y difícil ha sido comenzado por otra parte
bajo una forma rudimentaria, im perfecta. Pero es necesario saber que todo
discurso sobre la teoría marxista supone ese trabajo, sin el cual nos lim i
taríamos muy a menudo a re-poner y rebautizar las "piedras angulares"
(Lenin) colocadas por Marx.
Claro, y es una muy importante advertencia, no estamos solos frente a
las obras de Marx, y al Capital. E l trabaja de elaboración al que acabo de
aludir, ha sido desde largo tiempo emprendido, y sus resultados se en
cuentran en las obras teóricas de los grandes discípulos de Marx. En En-
gels y en Lenin p. ej., hallam os con qué abordar explícita y directam ente
ciertos principios que se hallan sólo en "estado práctico" en El Capital. E l
Anli-Duhring. la D ialéctica de la naturaleza y M aterialismo y Em piriocri
ticismo nos perm iten p. ej., plantear en térm inos mucho más explícitos el
problema, im plícito en El Capital, de la naturaleza de la filosofía marxista,
de la relación de la teoría y de la práctica, etc. Otro tanto sucede con
otros principios, relativos al materialism o histórico, p. ej., el concepto de
formación social, el concepto de la combinación de varios modos de pro
ducción en toda formación social: Lenin los ha formulado, "extrayéndolos"
de Marx por una rigurosa elaboración teórica, etc.
Toda obra sobre la teoría m arxista debe comenzar por identificar cla
ramente y consignar los resultados que debemos a M arx y a sus sucesores,
y, en los lím ites objetiva y subjetivam ente posibles, proseguir este esfuerzo.
Debe quedar claro que es m enester aplicar a las obras de los sucesores de
Marx el mismo método de "extracción-elaboración" teórica. Así se podrá
"extraer" tales o cuales elem entos teóricos presentes en estas obras en
"estado práctico", para dar a su contenido teórico una forma teórica ade
cuada.
Entonces se comprenderá que este trabajo, si no es una sim ple " ex
tracción", sino una verdadera elaboración, raramente se lim ita a la pro.
ducción de una form a a la medida, suficiente para agotar un contenido ya
listo. En efecto no alcanza con creer que se trata sim plem ente de idenli.
ficar un contenido ya adecuado para darle enseguida la forma que le con
viene, como se elige un traje a la medida del cliente. No hay contenidos
puros. Todo contenido siem pre está ya dado en una cierta forma. Dar una
forma adecuada a un contenido teórico existente "en estado práctico", su
pone pues casi siem pre dos operaciones conjuntas: la rectificación crítica
de la antigua form a y la producción de la nueva, en un solo y mismo pro
ceso. Esto significa que la producción de la nueva forma teórica más ade
cuada supone la critica de la antigua, por lo tanto la percepción de su
inadecuación y de las razones de esta inadecuación. Esto significa que un
trabajo de elaboración teórica, incluso cuando recae sobre contenidos teó
ricos existen tes en "estado práctico" en un discurso teórico, supone una
rectificación crítica de lo que es dado en estado práctico. Esto no tiene
nada de asombroso: es así que procede toda disciplina teórica en su dosa-
rollo. Una ciencia o una filosofía nuevas, incluso revolucionarlas com ien
zan siempre en alguna parte, en un cierto universo de conceptos y de pa
labras existentes, por lo tanto histórica y teóricam ente determinadas: es en
función de los conceptos y de los térm inos disponibles que toda toorla nue
va, incluso revolucionaria, debe encontrar cómo pensar y expresar su no
vedad radical. Incluso para pensarlo contra el contonldo del antiguo uni
verso de pensam iento toda teoría nueva está condenada u ponsar su nuevo
contenido en ciarlas formas del universo teórico existente, que dicha teo
ría terminará por conmover. Ni Marx ni sus sucesores han escapado a
esta condición, que rige la dialéctica de toda producción teórica. Por esto,
no sólo tenem os que revocar los contenidos prcmorxlstas del pensamiento
de juventud de Marx, sino tam bién criticar,en nombre do la lógica y de
l« o h e r e n c ia del sistema de los principios marxistes, ciertas formas en las
cuales ha podido presentarse el nuevo contenido. Esta regla vale evidente
mente tam bién para ciertas form as de existencia "en estado práctico" de
lo» principios teóricos m arxistas en las obras de madurez de Marx y de sus
sucesores. De ahí que toda producción de una adecuada forma de un con
tenido teórico "en estado práctico" es de hecho y al mismo tiempo una Me
lificación crítica de la vieja form a bajo la cual existe este contenido en
"estado práctico".
Lo que interesa comprender claram ente es que esta operación de rec
tificación crítica no está im puesta desde afuera a las obras de Marx y sus
sucesores, sino que se desprende de la aplicación, del repliegue de estas
obras sobre sí mismas: más precisam ente de la aplicación de sus formas
más elaboradas sobre las m enos elaboradas, o si se lo prefiere, de sus
conceptos más elaborados sobre los m enos elaborados, o aún de su sistema
teórico sobre ciertos térm inos de su discurso, e t c .... Esta aplicación justa
mente hace surgir "blancos", "desajustes", lagunas, inadecuaciones, que la
rectificación puede entonces reducir. Todo este trabajo se hace al mismo
tiempo: es por la puesta al día de las form as y conceptos más elaborados, del
sistem a teórico, etc., que puede efectuarse la rectificación; y es la rectifica
ción la que perm ite hacer evidentes las formas, conceptos y sistem as, que
le fijan sus objetos. ¿Será necesario ofrecer ejemplos? Es por la aplicación
del sistem a conceptual del Capital sobre el sistem a conceptual de la obra
ju ven il de Marx, los M anuscritos del 44, que se hace visible la cesura
teórica existente entre los dos textos: es asi, precisam ente por la aplicación
del concepto de "trabajo asalariado" (que figura en E l Capital) sobre el
concepto de "tra b a jo alienado" (que figura en los Manuscrito» del 44), que
se hace visible el carácter ideológico, no científico, del concepto de "tra
bajo alienado" y por lo tanto d e l concepto de "alienación" que lo sos
tiene. De la misma manera, es por la aplicación, en el interior del Capital
mismo, de los bien definidos conceptos de proceso de trabajo, de fuerza de
trabajo, de trabajo concreto, trabajo abstracto, trabajo asalariado e t c ...,
sobre el concepto de "tra b a jo " (que se encuentra también en El Capital)
que se descubre que este concepto de trabajo (a secas) no es, en el Capital,
más que una palabra, una de las form as viejas pertenecientes a l sistem a
conceptual de la economía política clásica y de la filosofía de Hegel: Marx
se ha servido de él, pero para arribar a nuevos conceptos que, en E l Ca
pital mismo, hace superflua dicha forma, y que constituyen su crítica. Es
extrem adam ente im portante entenderlo para evitar de tomar esa palabra
(trabajo) por un concepto marxista: si no se caerá en la tentación, como lo
vem os hoy en tantos ejem plos, de construir sobre ella todas las interpre
taciones idealistas o espiritualistas del marxismo como filosofía del trabajo,
de "la creación del hombre por e l hombre", como humanismo, etc.
Tal es pues la prim er respuesta que se puede dar a la pregunta: ¿Dón
de "tomar" los principios del marxismo? E n las obras teóricas de M arx y
de sus sucesores. Con la previa condición de haber identificado clara
m ente entre las obras de M arx aquellas que son marxistas. Con la con
dición además de saber que los principios m arxistas pueden sernos dados
allí sea expresam ente, en una forma teórica adecuada, sea bajo otra forma,
en estado práctico. Con la condición en fin de entender que "extraer" de
las obras de M arx y de sus sucesores, sobre todo cuando están en estado
práctico, ciertos principios del marxismo, supone una elaboración que a
veces debe tomar la forma de urt trabajo de rectificación crítica.
2) Todo esto sin embargo no concierne m ás que a las obras teóricas
de los clásicos del marxismo. Pero ahora nos es necesario hablar de otra
cosa: de las obras práctica» del marxismo, es decir de la práctica política
de las organizaciones de la lucha de clases surgidas de la unión de la
teoría m arxista y del m ovim iento obrero, y de sus resultados.
Hablamos indicado que los principios m arxistas pueden existir "en
estado práctico" en las obras teóricas del marxismo. Ahora es necesario
señalar que tam bién pueden existir "en estado práctico" en las cbras p rác
ticas del marxismo.
La práctica política de los partidos com unistas en efecto puede con
tener en estado práctico ciertos principios m arxistas o algunas de sus
consecuencias teóricas, que no se hallan en los análisis teóricos existentes.
Desde e l punto de vista d el contenido teórico mismo, la práctica política de
las organizaciones de la lucha de clases puede pues encontrarse, en ciertos
casos y sobre ciertos puntos, y a veces m uy ampliamente, adelantada en
relación a la teoría existente.
,Por supuesto no se trata de no importa qué práctica "espontánea" sino
de la práctica de los partidos revolucionarios que fundan su organización y
su acción sobre la teoría marxista. Por descontado, no se trata de no im
porta cuál de estas prácticas por "fundadas" que estén sobre la teoría mar
xista, sino de una práctica cuya relación con la teoría m arxista sea justa. (6)
Bajo esta doble reserva, la práctica política de un partido revolucionario,
la estructura de su organización, sus objetivos, las formas de su acción,
su dirección de la lucha de clases, sus resultados históricos, e tc .. . . cons
tituyen la realización de la teoría marxista en condiciones real-concretas
determinadas. Como estos principios son teóricos, si esta realización es
justa, produce inevitablem ente resultados que poseen un valor teórico. En
tre estos resultados algunos de ellos representan sim plem ente la aplicación
de principios teóricos ya conocidos, y ya enunciados por la teoría; por el
contrario, otros pueden representar elem entos teóricos, resultados e in
cluso pincipios teóricos nuevos, que no figuran en el estado actual de la
teoría. Bajo las condiciones que se acaban de m encionar, es así como la
práctica política de los partidos revolucionarios m arxistas puede contener,
en estado práctico, elem entos, resultados o principios teóricos que se ha
llan más adelantados en relación a la teoría existente.
De ahí que a la pregunta: ¿dónde hallarem os los principios del mar
xismo? podamos responder: a la v e* en las obras teóricas de los clásicos
del marxismo, y en las obras prácticas de los partidos comunistas.
Precisem os qué es necesario entender por "obras prácticas" o práctica
política de los partidos comunistas.
Por tales podemos considerar los análisis políticos de la situación con
creta, resoluciones que fijen la línea del partido, discursos políticos que
la definen y la comentan, consignas que registran decisiones políticas o
extraen conclusiones. De igual modo, las acciones emprendidas, la m anera
como son conducidas así como los resultados que obtienen. También las
form as de organización de la lucha de clases, la distinción de sus diferen
tes niveles, y de las diferentes organizaciones correspondientes. Los mé
todos de dirección de la lucha de clases y de unión con las masas, la ma
nera de resolver los problemas de la unión de la teoría y de la práctica
en el partido, entre la dirección y la base, entre el partido y las masas,
etc., etc.
Todas ellas son otras tantas form as de la práctica política de los partí,
dos comunistas. Son ellas las que pueden contener, en estado práctico, e le
m entos o resultados teóricos nuevos, las que pueden "realizar", y por lo
tanto producir principios aún ausentes de la teoría misma. Estos elem entos
teóricos nuevos, no deben buscarse necesaria y solamento en los análisis,
decisiones, y discursos políticos o en las acciones emprendidas, sino tam
bién en las form as de organización, y en los métodos de dirección de la
luchá de clases.
Tomemos un ejemplo.
Lo normal es buscar el desarrollo de los principios teóricos del mar
xism o en las obras teóricas de Lenin. Todo el mundo sabe lo que Lenin ha
(6) P o r ejem plo la p rá c tic a política de los partidos de la II In tern acio n al al co
m ienzo del S. X X : su relación , m ecunlclata, econom ista y evolucionista, con
la te o ría m a rx is ta es esen cialm en te (s is e a d a . Allí no se e n co n tra rá pues “en
estado p r á c tic o " r e s u lta d o s te ó r ic o s positivos, sino resu ltad os negativos, re g re
sivos, c u y a e x a m e n teó rico puede ser fecundo, pero con la cond ición de con
ceb irlo com o e x a m e n de una to rm a de p a to lo g ia histórica.
dado ni m ovim iento obrero con su teoría del im perialism o. Sin embargo
Lnnln tiu dudo algo más aún. Y si se quiere hallar la huella de los más
Miuiulc» advenim ientos teóricos que se han producido después de M arx y
ÉiitfnU, no es tanto en los textos teóricos de Lenin donde será necesario
buncurla, sino en sus textos políticos. Los descubrimiento teóricos más pro
fundos y más íecundos de Lenin, están contenidos ante todo en sus textos
políticos, en lo que constituye el "resumen" de su práctica política. Para
citar sólo un ejem plo, los textos políticos de L enin (análisis de la situación
y de sus variaciones, decisiones tomadas y análisis de sus resultados, etc.)
nos dan, con una insistencia deslumbradora, en estado práctico un con
cepto teórico de im portancia capital: el del "momento actual" o coyuntura.
Este concepto (o principio) que Lenin ha producido en la acción de un
partido marxista, para dirigir su lucha, es un principio marxista absoluta
mente fundamental, no sólo para el m aterialism o histórico, sino también,
como se le verá de inmediato para el m aterialism o dialéctico: sin embargo
dicho principio no figuraba explícitam ente en la teoría m arxista existente.
Será necesario algo de atención para discernir lo que nos ofrece de
decisivo este nuevo concepto teórico. No sólo arroja indirectam ente una bri
llante luz sobre la propia teoría m arxista de la historia, sobre las formas
de variación de la dominancia en el interior de la estructura social sobre
la base de la determ inación en últim a instancia por la economía, y por lo
tanto sobre la periodización histórica (esta "cruz" de los historiadores); no
sólo perm ite por prim era v ez enunciar una teoría: es decir un verdadero
pensam iento de la posibilidad de la acción política, por fin desprendida de
las falsas antinom ias de la "libertad" y de la "fatalidad" (el "juego" de las
variaciones de la dominancia en la coyuntura), y de las condiciones realeá
de la práctica política asignándole su objeto (la relación de fuerzas de las
clases comprometidas en la lucha en e l "momento actual"); no sólo per
m ite pensar la articulación de las diferentes instancias cuya conjunción
de efectos sobredeterminados puede leerse en la coyuntura; sino que tam
bién perm ite plantear de manera concreta el problema de la unión de
la teoría y de la práctica, es decir una de las cuestiones más profundas
del m aterialism o dialéctico, no sólo en el dominio de la práctica política,
sino tam bién en el dominio de la práctica teórica (pues la coyuntura teó
rica define en su relación con la coyuntura no-teórica, y ante todo la co
yuntura política, el nexo que perm ite pensar, en la necesidad de su
"juego", la naturaleza de la práctica teórica).
Que un principio de tal fecundidad y de tal im portancia teórica esté
contenido en estado práctico en los análisis e intervenciones políticas de
Lenin de 1917 a 1923, es un hecho innegable. Que este principio haya per
manecido en estado práctico, sin que haya sido "extraído" de las obras
políticas de Lenin, es tam bién desgraciadamente un hecho. Un tesoro teó
rico estaba allí, al alcance de la mano, en las obras políticas de Lenin:
nadie lo ha "descubierto", y ha permanecido estéril. La primacía sin em
bargo oficialm ente proclamada de la práctica, y de la práctica política, no
ha inspirado sistem áticas investigaciones sobre las obras políticas de Lenin.
Ciertamente, se han extraído grandes enseñanzas en la práctica de los
partidos comunistas. Pero, fuera de las "Cuestiones del leninism o" de Sta-
lin, no se ha creado una obra teórica sistem ática que verse sobre los
principios políticos de Lenin. Con m ayor razón, no se ha extraído de la
práctica política de Lenin ninguna obra teórica sistem ática que verse
sobre los conceptos teóricos del materialism o histórico y del m aterialism o
dialéctico, y por lo tanto sobre los im portantes descubrim ientos teóricos,
es decir, filosóficos, producidos por la p ráctica política de Lenin. Verdad
es también, que num erosos conceptos teóricos han permanecido en "estado
práctico" en las obras del mismo Marx. ¿A qué se debe esta situación la
mentable, cuyos efectos dolorosamente se hacen sentir hoy? A la urgen
cia de las tareas políticas del m ovim iento obrero, a quien el enem igo de
clase no ha dejado el tiempo libre para estudios apacibles: sin ninguna duda.
Pero tam bién a la concepción que los "intelectuales de la clase obrera" se
han hecho del marxismo, separados como estaban de su práctica real, sea
de la práctica que produce su teoría, y de hecho sometidos, a despecho de
su fidelidad política, a las ideologías burguesas, empirismo, evolucionis
mo, humanismo, pragmatismo, a las que proyectaban sobre los grandes te x
tos de los clásicos así como sobre las grandes obras del m ovim iento obrero.
Sea como sea, esta situación diseña ante nosotros una precisa tarea: extraer
de Marx, de Lenin, y de los grandes dirigentes com unistas no solam ente
lo que han dicho en sus obras teóricas, sino aun lo que estas obras con
tienen en estado práctico, como lo que sus obras políticas contienen de
descubrimientos teóricos. U rgente tarea.
Los grandes advenim ientos teóricos por lo tanto no siempre ni exclu
sivam ente transcurren en la teoría: ocurre a v eces tam bién que se den en
la política, y que, como consecuencia, la práctica política, en ciertos secto
res, se halle adelante de la teoría. Ocurre a veces que la teoría no advierte
estos advenim ientos teóricos que transcurren fuera de su oficial y recono
cido dominio, pese a que son decisivos, bajo tantos aspectos, para su propio
desarrollo. (7)
Para retomar una excelente fórmula (aplicada por G. C anguilhem a Ga-
lileo), si declaram os que lo caracteristico de la teoría es "decir la verdad",
en el sentido fuerte de la palabra "decir", de aislarla, definirla, enunciarla
y demostrarla con argum entos teóricos, por lo tanto en un discurso, como
quería Marx, som etido a un "orden de exposición" riguroso, debemos com
probar, al mismo tiempo, que se puede "estar en la verdad" sin estar sin
embargo en estado de "decir la verdad". Esta distinción puede entenderse
en un amplio sentido: se "está en la verdad" no sólo cuando se la "dice",
sino tam bién cuando se produce "en estado práctico" un contenido teóri
co, sin producir al mismo tiempo su forma teórica adecuada, la de su "de
cir" o de su discurso teórico. Hem os visto que se puede así estar en la
verdad en la teoría misma, y sin embargo no decir allí la verdad. Es así
que la filosofía marxista se halla en estado práctico en El Capital: E l Ca
pital está ciertam ente en la filosofía marxista, sin pese a ello "decirla",
sin producir de ella el discurso riguroso. Acabamos de ver que se puede
así "estar en la verdad" en la práctica política, no obstante no "decir" en
ella esta verdad, en el sentido fuerte del discurso teórico.
Esta posibilidad de estar en la verdad sin decir la verdad, la distinción
entre un contenido teórico en estado práctico y un contenido teórico en
estado teórico, todas estas proposiciones no son las comodidades o artifi
cios de una retórica de la exposición: son proposiciones que conciernen di
rectamente al m arxism o en persona, puesto que ponen en causa la rela
ción de la teoría y de la práctica, puesto que afirman la "primacía de la
práctica", a la vez en la teoría y en la práctica, y también, lo que es de
primordial importancia, puesto que nos muestran las variaciones de esta
relación que puede oscilar entre los lím ites extrem os de una relación falsa
y de una relación justa.
Pues si es verdad que un contenido teórico nuevo puede existir en
estado práctico en la teoría marxista o en la práctica de los partidos co
munistas, no es verdad que todo lo que existe allí en "estado práctico"
posea un valor teórico. No es verdad que se esté en la verdad por el
solo hecho de que se esté en la "práctica", tanto como tampoco es verdad
que se esté en la verdad por el solo hecho que se decida "decirla", es decir
por el solo hecho que se sostenga un discurso de actitud "teórica", por el
solo hecho que se "haga" teoría. En este caso, decía ya Feuerbach, todos los
charlatanes serían sabios. Se puede pues "hacer" mala práctica, como se
puede "hacer" mala teoría. Tenemos de esto, en el orden práctico como
en el orden teórico, un ejem plo ilustre, sobre el cual Lenin nos ha abierto
propiamente los ojos: el revisionism o teórico y político de la El Inter
nacional.
(7) P a r a to m a r o t r o e je m p lo , la te o r ía m a r x is ta a ú n n o h a s a c a d o to d a s la s
e n s e ñ a n z a s q u e d e b ía , d e la d ia lé c ti c a te o r í a - p r á c t i c a y d ir e c c ió n - m a s a s
c o n te n id a e n la d e c is ió n d e L e n in d e r e t o m a r la c o n s ig n a d e le s " S o v ie ts " o
d e s u s a n á l is is d e la s fa s e s d e tr a n s ic ió n d e l p e r ío d o r e v o lu c io n a r io .
Pero eite ejem plo incluso nos vu elve a proponer este último problema
teórico: ¿cuáles son, en la práctica teórica d el marxismo, como en su prác
tico política, las condiciones que se deben observar para asegurar una
Justa unión de la teoría y de la práctica, es decir para asegurar esta unión
contra las desviaciones a las que está expuesta? La respuesta a esta pre
gunta depende de una teoría general de la unión de la teoría y de la
práctica, a la vez en e l campo de la práctica teórica y en el campo de
la práctica política, y de una teoría de la articulación de estos dos cam
pos: teoría que no puede ser general más que a condición de incluir en
ella la teoría de los lím ites extrem os de la variación de esta unión (unión
falsa, unión justa). Para plantear y resolver este d ifícil y urgente proble
ma, r.o carecemos de armas: disponem os de toda la experiencia de la lucha
ideológica (lucha de Engels y Lenin contra el dogmatismo y el revisionis
mo teórico) y de la lucha política (lucha contra el dogmatismo y e l revi
sionism o políticos) de los partidos comunistas. Aquí además disponemos
de una experiencia que contiene, sin ninguna duda, en estado práctico
protocolos históricos del más alto alcance teórico. Es suficiente ponerse a
trabajar.
En este trabajo, los recursos predominan ampliamente sobre las difi
cultades.
LA PRIMERA EDICION DE
ESTA REVISTA SE TERMINO
DE IMPRIMIR EN EL MES DE
DICIEMBRE DE 1967 EN LOS
TALLERES GRAFICOS DE
Imprenta PANAM ERICANA
MONTEVIDEO - URUGUAY
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