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Del Estado liberal a la nación católica: Iglesia y Ejército en la

origen del populismo argentino


Por Loris Zanatta*i

Esta investigación histórica se propuso reconstruir los principales acontecimientos


protagonizados por el catolicismo argentino en la crisis del régimen liberal de los años treinta y
analizar su ideología. Es el fruto de la revisión y es estudio de una gran cantidad de fuentes de
diferente naturaleza, mucha de ellas inéditas, entre las cuales se destacan, además de la prensa
católica y los boletines diocesanos, los archivos de la Cancillería, del ejército, de la Embajada
Argentina ante la Santa Sede, de la Embajada Italiana en Buenos Aires, los libros de Actas de la
Acción Católica Argentina y varios testimonios orales. Con todo la Iglesia sigue siendo un actor
entre los más desconocidos de la historia del siglo XX.

En los años treinta maduró y cobró peso político un estrecha vinculación entre la Iglesia y las
Fuerzas Armadas asentada sobre una ideología que iba a dominar en la Argentina post-liberal.
A pesar de ser muy difundida en los medios militares y eclesiásticos argentinos actuales la
creencia de que sus instituciones se desarrollaron siempre en una relación simbiótica, es
evidente que la misma conoció cambios radicales en esos años. La misma vida política nacional
en su complejo vivió a partir de 1930 un paralelo proceso de militarización y clericalización. La
Iglesia avaló y promovió este proceso. Nada menos que los frutos primeros cardenales
argentinos, los monseñores Copello y Caggiano, ocuparon sucesivamente entre los años veinte
y la primera mitad de los treinta el cargo de Vicario general del ejército. Lo que en un primer
momento no fue sino un bloque defensivo que reunió a la Iglesia y unos cuantos oficiales en
contra de la subversión se transformó con el pasar de los años en un bloque alternativo al
desprestigiado régimen liberal, a sus partidos políticos y en general a toda la ideología laica. La
alianza entre el universo católico y el militar conoció varias etapas: pasó el robustecimiento de
la presencia eclesiástica en los cuarteles, adonde entraron unos ilustres capellanes militares a
un intenso adoctrinamiento, hasta la creación en los medios militares de un embrión de nación
católica, destinado a tomar estado público después de la revolución militar del 4 de junio de
1943. El resultado de la edificación de ese bloque clerico-militar fue la transformación del
ejército en el sucedáneo de un partido político católico. O sea que la cristiandad fue elevada a
su doctrina oficial, mientras en su interior encontraron cabida en todas las corrientes del
catolicismo de aquella época.

Este proceso no fue conspiración, aunque conspiraciones clerico-militares las hubo, sino que
fue fruto de una coherente estrategia eclesiástica que podríamos llamar sin exagerar la vía
militar a la cristiandad. Diferentemente de lo que muchas veces se ha afirmado no fueron los
nacionalistas católicos los únicos que estrecharon este vínculo privilegiado con los militares,
sino que fueron todos los sectores del catolicismo, guiados por la misma jerarquía.

En síntesis, desconfiando cada vez más en la posibilidad de cristianizar desde adentro una
sociedad enferma de laicismo, la Iglesia privilegió la cristianización del ejercicio para hacer del
mismo el agente de la restauración católica en la Argentina. Por supuesto el proceso de re-
cristianización se dio en aquellos años también en otros sectores sociales e instituciones
políticas. Pero fue en los cuarteles adonde la Argentina católica comenzó a modelarse. Ahí
se catolicizaron las efemérides nacionales, y se canceló de la historia oficial de la epopeya
liberal: los institutos militares se elevaron a modelos de escuelas católicas contrapuestas a la
escuela laica del estado; nadie más que la Iglesia magnificó los valores castrenses, el respeto
por las jerarquías, ni enfatizó el derecho natural de los militares a ocupar la dirigencia de la
sociedad. El ejército cristiano, encarnación de la Patria católica, se convirtió en la antítesis del
Estado liberal.

Como es notorio la Iglesia argentina, por razones históricas, estuvo siempre muy dependiente
del estado. Sin embargo en los años treinta se aceleró su proceso de autonomización. Esto
gracias al desarrollo de su organización institucional, a la creación y rápido crecimiento de la
Acción Católica, a la pujanza de sus intelectuales e ideólogos, y finalmente a la estrecha
vinculación con la Santa Sede. En el campo político este proceso se expreso por un lado en el
apoyo de la Iglesia a los gobiernos fraudulentos, en clave “anticomunista”, en vista a la
obtención de concesiones, y por el otro en una radical oposición al régimen político imperante.
Osea que la Iglesia fue al mismo tiempo progubernamental y “antisistemica”, esta última
actitud fue cambiada a partir del efímero intento del presidente Ortiz, de restaurar la confianza
en el régimen liberal. Desde entonces la Iglesia apresuro la edificación del “nuevo orden
cristiano”. El catolicismo argentino planteó su reivindicación historica en términos de “guerra
civil ideológica”, eso es de enfrentamiento sin mediaciones con cualquier “desviación” del
acervo cristiano nacional. Fue la suya una lucha por el monopolio sobre la definición de la
identidad nacional: liberales y socialistas, protestantes y hebreos, todo adversario de la nación
confesional fue definido como “extraño” a lo que empezó a llamarse el “ser nacional”. En fin, el
catolicismo quiso imponerse como ideología nacional. No es casual que el “ejercito cristiano”
haya encargado desde entonces su protección como una cuestión de seguridad nacional. A sus
ojos terminaron por coincidir el derecho de ciudadanía y la confesión religiosa.

El renacimiento católico se alimentó de un cruzada revanchista contra la cultura liberal que


había dominado el país en las últimas décadas. Esa lucha tuvo como marco el florecimiento de
la escuela neotomista, cultivada por un clero joven y militante, y un episcopado renovado, en
gran medida de origen inmigrante, menos involucrado con las elites tradicionales del país.

Al ideal de nación cosmopolita de las elites liberales, herido de muerte por la crisis de 1929, el
catolicismo contrapuso su ideología nacionalista. Su objetivo fue la homogenización espiritual
del país, para obviar las amenazas que en contra la “idiosincrasia nacional” católica había
introducido un aluvión inmigratorio. La hispanidad volvió a ser referencia universal de la
civilización católica americana.

Todo esto llevó a la mayoría de los militantes católicos al rechazo terminante de la “democracia
liberal” y sus instituciones representativas. Su utopía fue de hacer de la argentina el baluarte de
la restauración católica en el nuevo orden mundial de la postguerra. Ese “nuevo” Estado
católico, “sociedad natural” que debía su autoridad a Dios y nada al pueblo, no habría en
realidad de ser muy diferente a las teocracias medievales. Fue una “utopía corporativa”,
bastante indefinida, en nombre de cuyo organismo se movilizaron los distintos sectores del
catolicismo argentino. Este sueño de una tercera vía cristiana, ni comunista ni capitalista, tuvo
varias expresiones entre los católicos: hubo por ejemplo un corporativismo político, inspirado
en el facismo italiano, y otro que fue político y social al mismo tiempo, que miró al salazarismo
portugués. Se puede decir que el catolicismo vehiculó una cultura “antipolítica”. Es decir que
concibió la democracia en términos exclusivamente sociales, y no políticos y de esa manera
descuidó la autonomía política de la sociedad civil y de sus instituciones representativas.

En el plan internacional, esos rasgos ideológicos, radicalizados al calor de la guerra civil


española y del conflicto mundial, llevaron el catolicismo argentino a fantasear con la creación
de un polo mundial de naciones católicas cuyo liderazgo en las Américas iba a ejercer la
Argentina.

Desconfiando cada vez más en la posibilidad de cristianizar desde adentro una sociedad
enferma de laicismo, la Iglesia privilegió la cristianización del ejercicio para hacer del mismo el
agente de la restauración católica en la Argentina.

Sin embargo a partir de la segunda guerra mundial de la década del treinta la principal
preocupación de la Iglesia fue la cuestión social. En ese campo, la Iglesia pasó de una estrategia
defensiva a una ofensiva y planteó la urgencia de la integración social de las masas obreras
movilizadas por la industrialización. Eso no sólo porque la justicia social lo reclamara, sino
también cómo medida de necesaria prevención en contra de las revolución social. Los católicos
más tradicionalistas adoptaron naturalmente una versión blanda de la doctrina social de la
Iglesia, pero por otra parte maduró un importante sector resuelto a luchar, adentro y afuera del
mundo católico, a favor de la sindicalización obrera, decidido a promover importantes reformas
sociales y arrancarle a las izquierdas la hegemonía sobre la clase obrera. Esta corriente católica
“populista” elaboró además una ideología industrializada y apoyó la intervención del Estado en
la economía y a favor de la justicia social. Ella conjugó el nacionalismo político, el
corporativismo y la concepción excluyente de la nacionalidad con una fuerte con una fuerte
vena obrerista lo que resultó en una bulliciosa actividad para aproximar la Iglesia al “pueblo” y
separarla de su tradicional alianza con la burguesía.

Esta corriente “populista” del catolicismo, que dicho sea de paso influyó directamente sobre
Perón y sus más estrechos colaboradores, no llegó a ser mayoritaria en el campo católico, y fue
a su vez surcada por diferentes matices destinados a causar divisiones en su interior. Sin
embargo ella fue claramente hegemónica en el catolicismo argentino de los años cuarenta. Eso
se debió a diferentes razones: se desarrolló en las áreas más modernas y pobladas del país; los
católicos tradicionales no tenían proyecto político viable; expresó la pujanza de las nuevas
generaciones de militantes; penetró el ejército; finalmente gozó de un decisivo apoyo
institucional, cuya mayor cabeza fue sin duda el cardenal Caggiano, figura clave de la historia
del catolicismo continental, lamentablemente tan poco estudiado hasta hoy.

En conclusión, la lucha contra los enemigos de la “nación” católica consintió al catolicismo de


mantenerse unido bajo la guía de la jerarquía eclesiástica, la cual puso particular énfasis en la
marginación del catolicismo liberal. Al mismo tiempo fueron emergiendo en su interior
diferentes corrientes que, en muchos casos, se diferenciaron en base a criterios clasistas,
aunque no solamente. A eso se debió que después del triunfo de la “vía militar a la Cristiandad”
el 4 de junio de 1943, cuando militares y católicos encararon la tarea de construir la “nación
católica”, su precedente cohesión enfrentará desafíos. El triunfo del peronismo antes, y después
sus tensiones internas deberán mucho a los embates de esa historia.

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