DE LA SEXUALIDAD MASCULINA
Hay una historia de las actitudes y de los discursos amorosos que es, sin
duda alguna, el depósito más exquisito del alma occidental…
En efecto, desde que existe, Psique sólo habla y se mmiñesta en el
amor. Releeremos una vez más a Platón, en El banquete (385 a.C.) y Fe-
dro (386 a.C.), para encontrar, en el vuelco del discurso mítico ai dis-
curso filosófico, la primera apología afirmnda del Eros occidental bajo
los rasgos del amor homosexual. Delirio, manía (manía), relaciones de
fuerza, violencia sadomasoquista: esta erótica se invierte, sin embargo,
en el seno del propio texto platónico, en elevación dada hacia el Bien
supremo : través de la visión calurosa, fundante, efervescente de lo Be-
llo. Eros -——posesión d:va.stadon——— se convertirá en el siglo VI antes de
Cristo en un Ptcros, pájaro idealizado cogido en el movimiento ascen—
dente del alma., ciertamente caída, pero que se acuerda indefectiblemcnte
de haber estado más arriba.
Veremos más adelante cómo, a través de la reflexión neoplatónica, y
apoyada por un nuevo mito, el de Narciso, esta erótica ascendente se in-
terioriza, cómo asume las violencias de la manía y crea el espacio interior
en cuanto reflexión de un aitcr-ego, de un Yo idealizado. Así, gracias al
amor queda asegurada la salvación. Al alma plató.1ica con plumas le su—
cederá el alma plotiniana ante el espejo narcisista. Y esta mini-rcvolu—
ción nos lcgará una nueva concepción del amor: amor centrado en sí mis»
mo, aunque atraído hacia el Otro ideal. Será un amor que magnifique al
individuo como reflejo del Otro inaccesible al¿ que amo y que me
hace ser.
Por otra parte, Otra corriente poderosa, la bíblica, viene a unirse a es-
tos elementos para componer la materia de nuestras amores occidenta-
les. El judaísmo impone el amor heterosexual. basando su ética en la fa—
miiia, en la reproducción y en el número elegido de los que escuchan la
palabra del Padre. Jamás el erotismo oriental, ni siquiera el cantado en
los poemas hindúes o bengalíes más eróticos, igualará la pasión gozosa
_Y estremecida del Cantar de los Cantares. Pues en Oriente, un cuerpo
52 julia Kristwa
1 Cf. la interpretación clásica del amor en Phtón por Léon Robin, La rbéon'e platoni-
54 Julia Kriltew
Los ANDRÓGINOS
dioses, fueron castigados: los dioses los cortaron en dos, y csm sección
fue una sexuación. Desde entonces cada uno busca la parte de la que fue
desprovisto, y esta búsqueda es el verdadero motor tanto de la acción
como del amor. Si bien Aristófanes parece ridiculizar la ambición an-
drógína, no saca sin embargo una conclusión absolutamente sería sobre
las consecuencias de la sexuación: *De ahí que busque siempre cada uno
a su propia contraseña (tesser4)n (191 d). La palabra tessem traduce aquí
el sjmbalon griego y se 'refiere, por supuesto, a ese objeto cortado cuyas
dos partes sirven para testimoniar, :: los que las poseen, antiguos lazos
entre ellos o sus familiares; pero significa también signo, contrato, signi—
_f¡caiión indescifrable sin su contrapartida. Cada sexo, deberíamos enten-
der, es el <símbolo» del otro, su complementario y su soporte, el que le
da sentido. El amor, en cuanto tendencia a la síntesis, sería precisamen-
te lo que crea el reconocimiento de los signos, 1.ina lectura de las signi—
ficaciones, y se opondría así al mundo cerrado y ovoidal de los andró—
gines.
Basu, sin embargo, con acordarse de lo difícil que es mantener un
contrato, establecer y descifrar símbolos, para comprender que nos es
más fácil, en vez de amar ¡¡ Otr0/a, soñar que sbmos andróginos. Andró-
gino no es bisexual. Bisexuaí implica que'cada sexo no existe sin tener
una parte de los caracteres del otro, y conduce a un desdoblamiento asi-
métrico de los dos lados de la sexuación (el hombre tendría una parte
femenina que no es la femineidad de la mujer, y la mujer tendría una par—
te masculina que no es la mastulinidad del hombre). En la hipótesis de
la bisexualidad hay que conta: con cuatro componentes que suponen al
principio dos relaciones diferentes, la masculina y la femenina, con el po-
der del Palo. El andrógino es unisexual: en sí mismo es dos, onanista
consciente, totalidad cerrada, tierra y cielo chocando el uno contra el
ºtro, fusión gozosa ¡¡ dos dedos de la catástrofe. El andrógino no ama,
se mira en Otro andrógino y no se ve más que a sí mismo, redondeado,
sin defecto, sin otro. Fusión en sí mismo, nó puede ni siquiera fusionar—
se: se fascina con su propia imagen. Se trata, por supuesto, de la fantasía
homosexual de la mdroginia, y no de una constitución biológica. Una
fantasía que sólo se sirve de los nombres de los dos sexos (andro—y—gine)
para negar mejor su diferencia. Esta visión paradisíaca se pierde en el um—
bral de la infancia, cuando el niño o la niña no son más que el pene de
su madre, realizando, en el paso al acto adulto, la fantasía andrógína de
una genitora histérica. El andrógino hace realidad lo que su madre vive
en su imaginación: fantasía realizada, el andrógino _es uno de los perver-
sos que más cerca están de la psicosis. Sin amor, ¿qué amor 10 salvará?
Quizá el de una madre que sepa entenderlo, pero también cortarlo, se-
xuarlo... Por interminable que sea un análisis, siempre se termina —es
Ems maniaco, Eros sublime. De la sexualidad masculina 6!
El mito del nacimiento de Eros es ejemplar a este respecto. Penía (la Po-
breza, la Carencia), no invitada al banquete de los dioses, espera las so—
bras de la comida en la puerta del jardín y, astutamente, se une a Pero
(el Recúrso) que, atentado por la embriaguez, se había quedado dormi—
do. Recordemos que Penía es ante todo una privación de forma, una ma-
teria bruta, e indica la ausencia de toda determinación (para Plutarco
equivale a la hjle, materia ciega :: informe). Es una masa bruta no ilu-
minada por los dioses, rechazada por ellos, que aspira en vano ¡¿ su tra—
to: la pobre, ia que no tiene. Pero, el Recurso, es de una ascendencia com—
pletamente diferente: al contrario que la pobre Penía, él es hijo de la Pru-
dencia, de Metis. Mientras que Penía no tiene referencias, Paro se dice
proa" de las rutas, de las delimitacíones de los espacios celesres o maríti—
mos, de lo que ilumina la oscuridad de las aguas primordiales y abre ca-
mino al sol. E3tratagema y astucia, Pero está ligado a la técbne en el Pro—
meteo de Esquilo. Digno hijo de su madre, Metis, Poro lleva forzosa—
mente sus rasgos, que tienen aigo tanto del zorro como del pulpo 4. Pre—
meditada, mentirosa, Metis, que reina sobre lo sensible mientras que su
marido, Zeus, reina sobre lo inteligible, es como el agente astuto de ¡o
Simbólico en el continente materno: ¿destello de la sabiduría, primicia
del alma en el universo femenino?
Paro y Penía engendrarán así 3 Eros.' De padres opuestos y comple—
mentarios, Eros tendrá precisamente esta naturaleza de daímon, de la que
Diotima sólo cantará los privilegios, sin las angustias. Insistamos en el
hecho de que, junto con ¡a ucafenci3», el ucamíno» seinscribc en El ban-
' Cf. M. Détienne y j.-P. Vcrnant. Les ruses de l'íníeffigmce. La métis chez les grecs,
París, Fhmmarion, 1974. Sarah K0Íman lo utiliza en una bella lectura diferente de la nues-
tra (Comment s'en sam"r?. Galilée, 1983).
Eros maniaco, Ems sublime, De la sexualidad masculina 63
¿Será Eros lo propio del hombre, del macho? Eso es al menos lo que pien-
sa Freud cuando precisa que no hay más que una ºscila libido, la
masculina» 5.
Hecha de rechazos y apropiaciones, de dominio y de esclavitud ca-
morrista y absorbente, la libido alcanza su capacidad de idealización des—
" Cf. MichEIe Montrelay, -L'appareillage», en Confronta:íon, otoño de 1981, pp. 33—44.
7 -… Con esta concepción 'ampliñcada' del amor. no ha creado el psicoanálisis nada
nuevo. El Eras de Platón presenta, por lo que respecta a sus orígenes, a sus manifestaciones
y a su relación con el amor sexual una perfecta Magia con la energía amorosa; esto es,
con la libido del psicoanálisis...», <Psyebolo_gie collective ez analyse du moi», en 555455 de
psycbmlyst, Payot. p. Ilº; G. W., :. XIII, p. 99 [-Psieología de las masas y análisis del
“yo" ». en Obras completa:, 111, p. 2577]-
ºuAu-deii du principe de plaisir-, ibid., p. 73; G. W., t. XIII. 9. 62 [aM_is allá del prin—
cipio de placer:, en Obra completa;, lll, pp. 2537—38].
º-El sexo» no sería, pues, muy antiguo, y los instintos. extraordinm'amente violentos,
que impulsan a la unión sexual repitieron al hacerlo algo que había sucedido una vez ca-
sualmente, y que desde entonces quedó fijado como ventajoso», uAu'—del5...», ibid.,
pp. 71-,72 G. W., t. x111 p. 61 [ib¿d., p. 2537].
66 julia Kristeua
MUERTE DE RISA
der, que puede ser más o menos amarga, es la melancofía tan querida
por los poetas.
Al proyectar la vida en la muerte, al no dejar ningún espacio entre
ellas, la melancolía es una preocupación permanente en el plano moral,
una impotena'a dolorosa en el plano sexual. Hundimiento del entusías'
mo, reino del abismo donde se puede leer la influencia insuperable de
una madre asfixiante, la melancolía vacía de contenido el saber, destruye
la erección. La reversíbilídad perversa (voyeur/exhíbícionista, sádi—
colmasoquista) desemboca entonces en una suma no disyuntiva que anu—
la las dos actitudes (la activa y la pasiva) en la tristeza de la inacción y
la desesperación. Sin duda, la personalidad melancólica se hunde incluso
antes de que se plantee por haber colocado el listón demasiado alto, por
imponer exigencias superyoicas obsesivas. Este espectro de la melanco-
lía que recorre el arco tensado del goce fálico como un reverso a su má—
xima tensión, ha podido hallar refugio en la experiencia literaria de Ner-
va] a Thomas Mann, para allí saciarse o curarse. La actitud desengañada
del espíritu noble es, sin duda, una. forma atenuada de este mal que des-
mitifica sabiduría, belleza e incluso Eros. Incapaz de mantener por mu-
cho tiempo una forma o un objeto de deseo, la melancolía los destruye
tan pronto como aparecen, y se disuelve en esa embriaguez sin compos—
tura. Thomas Mann, en Muerte en Venecia, ha celebrado esta melancolía
estética en el corazón de la pasión homosexual vergonzosa y desengaña-
da, mencionando el Fedón reinterpretado a ¡a sombría luz de una opu-
lencia cnmohecida. (Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libe-
rador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es
sabio, comprensivo, pefdona: no tiene forma ni decoro posibles; simpa-
tíza con el abismo; es ya. el mismo abismo.» Aceptando, en consecuen-
cia, consagrarse sólo al estilo, el artista, Gustav Aschenbach, se ve, no
obstante, de nuevo amenazado: “Pero inocencia y forma, Fedón, con—
ducen a la embriaguez y al deseo, dirigen quizá al espíritu noble hacia
el espantºso delito del sentimiento que condena como infame su propia.
severidad estética; lo llevan al abismo; ellos también lo llevan al
abismo» ".
EL ALMOSEXUAL
" Cf. nuestro Pouvoirs de I'borreur, essai sur l'abjectlbn, París, Du Seuil, 1980.l
Eros maniaco, Eros sublime. De la sexualidad masculina 69
Y EL OTRO sexo EN sí
Si, por e! contrario, hubiera una libido femenina, ¿sería imaginable una
erótica de lo femenino?
En la medida que tiene un alma enamorada, una mujer es llevada a
la misma dialéctica de enfrentamiento al Falo, con todo el cortejo de imá-
genes, ideales y pruebas de dominación—sumisión que supone. Si quisie-
70 julia Kristeva