Anda di halaman 1dari 50

Canto a nuestra posición

Autor: Roque Dalton

Nos preguntan los poetas de aterradores bigotes,


los académicos polvorientos, afines de las arañas,
los nuevos escritores asalariados,
que suspiran porque la metafísica de los caracoles
les cubra la impudicia:
¿Qué hacéis vosotros de nuestra poesía azucarada y virgen?
¿Qué, del suspiro atroz y los cisnes purísimos?
¿Qué, de la rosa solitaria, del abstracto viento?
¿En qué grupo os clasificaremos?
¿En qué lugar os encasillaremos?
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Porque aunque no digamos nada,
los poetas de hoy estamos en un lugar exacto:
estamos
en el lugar en que se no obliga
a establecer el grito.
(Ah, como me dan risa los antiguos poetas
empecinados en vendarse los ojos
y en embadurnar de pétalos y de pajarillos famélicos
la giba del dolor anonadante
que se encarama sólida
encima del hombro positivo universal
desde el primer amanecer y el primer viento,
y que se olvidaron del hombre)
Estamos
en el lugar exacto que la noche precisa
para ascender al alba.
(Muchos poetas inclinaron sus insomnios antiguos
sobre la fácil almohada azul de la tristeza.
Construyeron ciudades y astros y universos
sobre la anatomía mediocre
de un nido de muñecas cristalinas
y exilaron la voz elemental
hasta planos altísimos, desnudos
de la raíz vital y la esperanza.
Pero se olvidaron del hombre.)
Estamos
en el lugar donde se gesta definitivamente
la alegría total que se atará a la tierra.
(Ay, poetas,
¿Cómo pudisteis cantar infamemente
a las abstractas rosas y a la luna bruñida
cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre
y se sentía el alma sepultada
bajo un volcán de látigos y cárceles,
de patrones borrachos y gangrenas
y oscuros desperdicios de vida sin estrellas?
Gritasteis alegría
sobre un hacinamiento de cadáveres,
cantasteis al plumaje regalón
y las ciudades ciegas,
a toda suerte de tísicas amantes;
Pero os olvidasteis del hombre).
Estamos
en el lugar donde comienza el astillero
que va a inundar los mares con sonrisas lanzadas.

(Ay, poetas que os olvidasteis del hombre,


que os olvidasteis
de lo que duelen los calcetines rotos,
que os olvidasteis
del final de los meses de los inquilinos,
que os olvidasteis
del proletario que se quedo en una esquina
con un bostezo eterno inacabado,
lleno de balas y sin sangre,
lleno de hormigas y definitivamente sin pan,
que os olvidasteis
de los niños enfermos sin juguetes,
que os olvidasteis
del modo de tragar de las más negras minas,
que os olvidasteis
de la noche de estreno de las prostitutas,
que os olvidasteis de los choferes de taxi vertiginosos,
de los ferrocarrileros
de los obreros de los andamios,
de las represiones asesinantes
contra el que pide pan
para que no se le mueran de tedio
los dientes en la boca,
que os olvidasteis
de todos los esclavos del mundo,
ay, poetas,
¡como me duelen
vuestras estaturas inútiles!)

Estamos en el lugar en que se encuentra el hombre.


Estamos en el lugar en que se asesina al hombre,
en el lugar
en que los pozos más negros se sumergen en el hombre.
Estamos con el hombre
porque antes muchísimo antes que poetas
somos hombres.
Estamos con el pueblo,
porque antes, muchísimo antes que cotorros alimentados
somos pueblo.
Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
Canto a nuestra posición
Autor: Roque Dalton

Nos preguntan los poetas de aterradores bigotes,


los académicos polvorientos, afines de las arañas,
los nuevos escritores asalariados,
que suspiran porque la metafísica de los caracoles
les cubra la impudicia:
¿Qué hacéis vosotros de nuestra poesía azucarada y virgen?
¿Qué, del suspiro atroz y los cisnes purísimos?
¿Qué, de la rosa solitaria, del abstracto viento?
¿En qué grupo os clasificaremos?
¿En qué lugar os encasillaremos?
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Porque aunque no digamos nada,
los poetas de hoy estamos en un lugar exacto:
estamos
en el lugar en que se no obliga
a establecer el grito.
(Ah, como me dan risa los antiguos poetas
empecinados en vendarse los ojos
y en embadurnar de pétalos y de pajarillos famélicos
la giba del dolor anonadante
que se encarama sólida
encima del hombro positivo universal
desde el primer amanecer y el primer viento,
y que se olvidaron del hombre)
Estamos
en el lugar exacto que la noche precisa
para ascender al alba.
(Muchos poetas inclinaron sus insomnios antiguos
sobre la fácil almohada azul de la tristeza.
Construyeron ciudades y astros y universos
sobre la anatomía mediocre
de un nido de muñecas cristalinas
y exilaron la voz elemental
hasta planos altísimos, desnudos
de la raíz vital y la esperanza.
Pero se olvidaron del hombre.)
Estamos
en el lugar donde se gesta definitivamente
la alegría total que se atará a la tierra.
(Ay, poetas,
¿Cómo pudisteis cantar infamemente
a las abstractas rosas y a la luna bruñida
cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre
y se sentía el alma sepultada
bajo un volcán de látigos y cárceles,
de patrones borrachos y gangrenas
y oscuros desperdicios de vida sin estrellas?
Gritasteis alegría
sobre un hacinamiento de cadáveres,
cantasteis al plumaje regalón
y las ciudades ciegas,
a toda suerte de tísicas amantes;
Pero os olvidasteis del hombre).
Estamos
en el lugar donde comienza el astillero
que va a inundar los mares con sonrisas lanzadas.

(Ay, poetas que os olvidasteis del hombre,


que os olvidasteis
de lo que duelen los calcetines rotos,
que os olvidasteis
del final de los meses de los inquilinos,
que os olvidasteis
del proletario que se quedo en una esquina
con un bostezo eterno inacabado,
lleno de balas y sin sangre,
lleno de hormigas y definitivamente sin pan,
que os olvidasteis
de los niños enfermos sin juguetes,
que os olvidasteis
del modo de tragar de las más negras minas,
que os olvidasteis
de la noche de estreno de las prostitutas,
que os olvidasteis de los choferes de taxi vertiginosos,
de los ferrocarrileros
de los obreros de los andamios,
de las represiones asesinantes
contra el que pide pan
para que no se le mueran de tedio
los dientes en la boca,
que os olvidasteis
de todos los esclavos del mundo,
ay, poetas,
¡como me duelen
vuestras estaturas inútiles!)

Estamos en el lugar en que se encuentra el hombre.


Estamos en el lugar en que se asesina al hombre,
en el lugar
en que los pozos más negros se sumergen en el hombre.
Estamos con el hombre
porque antes muchísimo antes que poetas
somos hombres.
Estamos con el pueblo,
porque antes, muchísimo antes que cotorros alimentados
somos pueblo.
Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
Ulises
Autor: Alfred Tennyson

De nada sirve que viva como un rey inútil


junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y cuando
con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por un corazón hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas;
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.
Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye
una y otra vez cuando avanzo.
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del límite más extremo del pensamiento humano.

Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,


a quien dejo el cetro y esta isla.
Lo quiero mucho; tiene el criterio para triunfar
en esta labor, para civilizar con prudente paciencia
a un pueblo rudo, y para llevarlos lentamente
a que se sometan a lo que es útil y bueno.
Es del todo impecable, dedicado completamente
a los intereses comunes, y se puede confiar
en que sea compasivo y cumpla los ritos
con que se adora a los dioses tutelares
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo, lo mío.

Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;


allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor notable y excelente, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes surcos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que antaño
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.
Despecho
Autor: Juana de Ibarbourou
¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo


(como en los retratos de viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todos mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, que estoy cansada! Dejadme que duerma;


pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,


ni inquietud, ni angustia, ni penas, ni anhelos.
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reírme tanto.
GOLONDRINAS

ALFONSINA STORNI

Las dulces mensajeras de la tristeza son...


son avecillas negras, negras como la noche.
¡Negras como el dolor!

¡Las dulces golondrinas que en invierno se van


y que dejan el nido abandonado y solo
para cruzar el mar!

Cada vez que las veo siento un frío sutil...


¡Oh! ¡Negras avecillas, inquietas avecillas
amantes de abril!

¡Oh! ¡Pobres golondrinas que se van a buscar


como los emigrantes, a las tierras extrañas,
la migaja de pan!

¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid!


¡Venid primaverales, con las alas de luto
llegaos hasta mí!

Sostenedme en las alas... Sostenedme y cruzad


de un volido tan sólo, eterno y más eterno
la inmensidad del mar...

¿Sabéis cómo se viaja hasta el país del sol?...


¿Sabéis dónde se encuentra la eterna primavera,
la fuente del amor?...

¡Llevadme, golondrinas! ¡Llevadme! ¡No temáis!


Yo soy una bohemia, una pobre bohemia
¡Llevadme donde vais!

¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis,


que tengo el alma enferma porque no puedo irme
volando yo también?

¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid!


¡Venid primaverales! ¡Con las alas de luto
llegaos hasta mí!

¡Venid! ¡Llevadme pronto a correr el albur!...


¡Qué lástima, pequeñas, que no tengáis las alas
tejidas en azul!
UN SONETO A CERVANTES

RUBEN DARIO

Horas de pesadumbre y de tristeza


paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.

Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.

Cristiano y amoroso y caballero


parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,

viendo cómo el destino


hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!
LA CALUMNIA

RUBEN DARIO

Puede una gota de lodo


sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor oscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.
Letanía de nuestro señor Don
Quijote
LETANIA DE NUESTRO SEÑOR DON QUIJOTE

RUBEN DARIO

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,


que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,


que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Caballero errante de los caballeros,


varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias


antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,


a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,


con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!

¡Ruega por nosotros, que necesitamos


las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel Pro nobis ora, gran señor.
¡Tiembla la floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor!

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;


ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos


de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!

De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!

Noble peregrino de los peregrinos,


que santificaste todos los caminos,
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Ora por nosotros, señor de los tristes


que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!
Muerte del hombre
Autor: Alí Chumacero

Si acaso el ángel desplegara


la sábana final de mi agonía
y levantara el sueño que me diste, oh vida,
un sueño como ave perdida entre la niebla,
igual al pez que no comprende
la ola en que navega
o el peligro cercano con las redes;
si acaso el ángel frente a mi dijera
la última palabra, la decisión mortal de mi destino
y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara,
como cuando el rocío desciende lento hacia la rosa
al dar el primer paso la mañana,
ya miraría en mi sangre
el negro navegar, la noche incierta,
el pájaro que sufre sin sus alas
y la más grave lentitud: la muerte.
Aun cerca de la íntima agonía
estás, oh muerte, clara como espejo;
más abierta que el mar,
más segura que el aire que entró por la ventana,
más mía y más ajena
por mi sangre y mis brazos
en esta soledad.

Estás tan fértil como niño


que, angustiado, llora antes de ser,
entre la sangre siendo
y por la piel más vivo que la piel;
te llevo como árbol, tierra y cauce,
y eres la savia pura,
la flor, la espuma y la sonrisa,
eres el ser que por mi sangre es
como la estrella última del cielo.

Si acaso el ángel sigiloso


abriera las ventanas
te miraría salir interminablemente
como un tiempo cansado
hacia su sombra vuelto,
como quien frente al mundo se pregunta:
¿en qué lugar esta mi soledad?

Si acaso el ángel me mirara,


abierta ya la niebla de mi carne,
sin nubes, sin estrellas,
sin tiempo en que mecer la luz de mi agonía,
encontraría tan sólo a ti, oh muerte,
llevándome a tu lado, fiel;
te encontraría tan sólo a ti, sin mí,
ya si cuerpo ni voz,
sin angustia ni sueños,
te hallara entonces pura, oh muerte mía.
CANTO IRREVOCABLE
AUTOR: JOSE REVUELTAS

Yo, que tengo una juventud llena de voces,


de relámpagos, de arterias vivas,
que acostado en mis músculos, atento a cómo corre y llora mi sangre,
a como se agolpan mis angustias
como mares amargos
o como espesas losas de desvelo,
oigo que se juntan todos los gritos
cual un bosque de estrechos corazones apretados;
oigo lo que decimos todavía hoy
todo lo que diremos aún,
de punta sobre nuestros graves latidos,
por boca de los árboles, por boca de la tierra.

Yo, que irrevocablemente sé de nuestra eternidad definitiva


de nuestra juventud de atentos sueños
y lágrimas despiertas;
de los tercos tambores tercamente sonando
que hay en nuestro oscuro fondo.

Que tengo un par de rotos ojos vivos,


mirando, aún no calcinados,
y unos brazos largos inmensos, eternos como piedras,
como piedras duras y varoniles y tristes.

Que con esos ojos abiertos y sufriendo


sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada,
blanqueada por la amarga leche de los senos,
cómo se apaga con los huesos.

Y cómo se apaga y se seca de ceniza la sed


y se pudren las manos, y se curva el silencio.

Yo, que tengo un pobre e inútil corazón


para toda la tristeza
que dejo de sufrir a cualquier hora,
he visto a las madres arenosas y clavadas,
las madres de tezontle, las madres de piedra de metate,
llorando cuantas vivas de cal,
granos amargos,
gotas de plomo.

Lloran piedras de río


sentadas como viejas raíces,
las madres de tierra de la tierra.

He visto y llorado todo esto, yo.


Pero no he llorado todavía.
Hay un océano grande de tristeza.

Quisiera tener un corazón lleno de trigo


y mi pobre corazón es muy pequeño.

Hay que hacer un gran río del mundo,


juntar nuestros pulsos hasta formar un gran cielo.

Un cielo del que llovamos redivivos,


nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.
Elegía Interrumpida
ACTOR: OCTAVIO PAZ

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,


no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y en el amanecer de párpados hinchados
el gesto con que deshacemos
el nudo corredizo, la corbata,
y ya apagan las luces en la calle
?saluda al sol, araña, no seas rencorosa?
y más muertos que vivos entramos en la cama.

Es un desierto circular el mundo,


el cielo está cerrado y el infierno vacío.
La Poesía
OCTAVIO PAZ

Llegas, silenciosa, secreta,


y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma


como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.

Subes desde lo más hondo de mí,


desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,


despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,


substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,


y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,


pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.
COMPAÑERO ESPARTACO

OTTO RENE CASTILLO

I
Hace dos mil
años,
un hombre se levantó
contra los ricos.
Buscó a sus partidarios
entre la gente sencilla y buena.
Se rodeó de esclavos y gladiadores:
campesinos, pescadores, albañiles.
Lo siguieron
los hambrientos de su tiempo,
lo más pobres de todos.
Y como se levantó
contra la clase de los ricos,
en nombre
de la clase de los pobres,
fustigando a los poderosos
con la violencia de su sangre en pie,
hablando ásperamente de lo noble
y altamente hermoso de la vida
en libertad,
fue sacrificado
junto a los suyos,
por la clase de los ricos,
sin misericordia alguna,
él, que era todo coraje y dignidad!

II
Y desde entonces
sabemos
que existen las clases
y que las mismas
luchan entre sí,
sin cuartel ni descanso.
Y que aquel hombre
fue glorificado
en las manos de las masas,
porque cayó luchando
por las multitudes
de su tiempo,
contra los viles
de su tiempo,
y por el amor,
la bondad
y la humanidad
de todo los tiempos!

Y porque habló y luchó


por todos nosotros,
yo,
marxista
del siglo veinte,
le glorifico y le amo.
Y digo:
aprended
de aquel hombre,
que amó tanto a su clase,
hasta morir por ella,
la tarde de una amarga
primavera
romana,
azul, tranquila, pupilar,
pero amarga y amarga.

III

Y aun
cuando
la clase
de los pobres tiene,
a veces,
tan sólo confusa idea
de aquel hombre,
nombrado el Espartaco,
no lo ha olvidado jamás,
ni lo olvidará
jamás de los jamases.
Y es que aquel rebelde
fue un abanderado de su clase
Y cayó por ella,
con el nombre
Del alba
abriendo las alas
en sus labios.

IV
Y en estos últimos
Siglos,
ha alcanzado su clase,
la de los pobres,
tan importante victorias,
que si el compañero
Espartaco
estuviera a nuestro lado,
sería tan dulce su alegría
como perfume de naranjo en fruto.

Estaría luminosamente feliz,


por los triunfos de su clase,
la de los pobres,
que recorre hoy el mundo,
con paso universal
de multitudes
victoriosas!
LOS FUSILADOS

OTTO RENE CASTILLO


Los llevaron lejos de la cuidad
y no volvieron a llorar sus ojos
sobre las grises calles de mi país;
ni volvió más las brisa a disolver
su frente contra los carceleros
ni el luto dobló mas su cintura
en las pupilas claras del sol;
ni el andamio biológico del puño
se trepó de sombra.

Las calles, las casas, los sueños


los vieron pasar hacia la muerte
con la ternura flotando alegre
sobre sus sienes de floresta,
pero de cada rostro nacían pájaros
que buscaban el regazo de la aurora
llenándola de un no sé qué de amor
caído desde lo alto de un lágrima…

De pie marchaban, silvestres y humanos.


Amarrados, como el cabello de las mujeres
Populares, salían al encuentro de la muerte
Con una canción universal en la garganta
poblada de milpales soberbios. ¡Otra vez
la muerte amenazando, subiendo otra vez
las gotas del martirio hasta el aliento…!
Custodíandolos, los verdugos reían. Y bebían
la silenciosa integridad de sus jilgueros
con el mismo rostro de raíces castigadas,
con la misma estatura corta de la brisa,
con el mismo color de rio sin afluentes
pero con diferente emoción y pensamiento
sobre el puño oloroso de los jardines…

Salieron de la cuidad a las doce


de la noche. Atrás, las luces decían
adiós con sus pupilas espigadas.
Atrás, la cuidad, sin alas, se quedaba
con los enamorados, su lecho y su sonrisa…
No volvieron más hacia las cárceles
Porque hundieron sus raíces biológicas
En el mismísimo corazón del pueblo.

“¡Han matado! ¡Han matado


Muchos obreros esta mañana!
--lo dice el pueblo llorando
por boca de sus paredes--.
“Fuera de la cuidad capital
Esbirros del gobierno han matado
Prisioneros políticos y apolíticos:
Albañiles de una primavera que comienza.”
“!Han matado! ¡Han matado hombres
que solían amar la salida del sol,
besar la semilla de la brisa,
acunar la caída del crepúsculo,
besar la frente de los hijos,
morir por la vida de una rosa,
pelear con la hoz por el pueblo,
levantar el martillo por la vida,
amar al pobre sobre todas las cosas
y pelear por su futuro con los dientes.”

Los llevaron lejos de la cuidad


y dejaron sus sienes floreciendo
orgullosos maizales, eternizados
estarán ahora debajo de la tierra
soportando con sus hombros inmensos
todo el futuro del mundo…
POR TI VALE LA PENA TODO, PROLETARIO

OTTO RENE CASTILLO


Sin cuyas manos
no existiría el futuro
de todos.
Tú,
que llegas a la mesa
de la pobreza
y mieriendas protestando.


inconforme de miseria,
debes saber bien,
muy bien,
que mi voz
nació
para que tú cantaras
por ella.
Y que sólo por ti,
Compañero,
vale la pena
que la voz no ceda,
que no se venda,
que no se enlode.
Por ti
vale la pena todo,
proletario,
hijo y padre de la aurora que viene.
Y es que la voz,
en las manos de las masas,
debe ser la espada
insobornable,
que no se quiebre,
que no se doble,
que no se manche!
ORACION POR EL ALMA DE LA PATRIA

OTTO RENE CASTILLO

¡Que los pueblos tenga paz,


mucha paz, y sean feliceǃ
Popol Vuh.

Hundo mis manos en la tierra


Y las semillas se me escapan
como ágiles lágrimas del campo.
Beso el arcilloso paraninfo
de los surcos hinchados de rocío
y el beso busca el viento floral
para encender su golondrina herida
en la pupila sensual de las estrellas.
Uno mi sangre con la tierra fresca,
para agrupar la resonancia de mi cuerpo
en el futuro azul de las palabras.
Hundo mi corazón en medio de la tierra
y por las milpas despliego sus hazañas
cuando crece pleno de cortesías
cereales sostenidas por el vuelo
que persigo desde siempre, cantando
desde siempre, luchando desde siempre
porque cambie el mundo su tristeza,
por un destello de amor,
por una rosa de palabras
dulces y de dulces pupilas.
Sabemos todos que la tierra
es ancha y eternamente nueva.

Sabemos que es tan ancha


como las caderas
de la cosecha más extensa.
Y sabemos todos
que un sol íntimo
alumbra el nacimiento
de los frutos y las flores.
Y que una fuerza ciega
Empuja los colores y las hojas
Hacia la mano transparente
de los vientos.

Pero sabed,
Sabed bien que nadie ríe
en medio de las flores y los surcos,
sabed bien que ninguno
alza su alegría con las plantas,
sabed bien que nadie
apoya el canto de los pájaros
ni la mirada azul de las mareas.

Pero sabed,
Sabed bien que ninguno
cuando canta anda tranquilo,
como el gorrión o como el trino
de los vientos, en la garganta
vegetal y verde de los pinos,
sabed bien que nadie
dialoga ya con el crepúsculo
y con el beso estrellado de la noche.

Sabed bien que ninguno


Talla los siglos en la roca dura
ni cuenta más el paso de la luna,
sabed bien que nadie
habla ya con los volcanes y las piedras,
porque sus altos templos
están cayéndoles al alma
sin que los astros lo sepan
sin que lo sepan las montañas
ni el gesto azul de las bahías!

Amemos, sin embargo,


Los dulces hombros de la tierra
Pongamos nuestro oído milenario
en el pecho de clorofila de la selva
y aprendamos el lenguaje de los arboles,
volvamos nuestros pasos
hasta la primera semilla cultivada
y dejemos impreso nuestro canto
en su cotiledón sonoro.
Amemos, sin embargo,
campesinos callados de mi patria,
dioses multiplicados por el hambre,
vocativos ejemplos de la hoguera maya,
amemos, a pesar de todo,
la redonda emoción de nuestro barro,
porque mañana, campesinos mayas,
nietos de maíz, abuelos de mis manos,
la pureza perfumada de la tierra
será para vosotros
el puñado de polen
que siempre estuvo al acecho
de volcarse en vuestras vidas
y en la celeste huella del viento,
que se levantará del puro amor
para salvar el alma de la tierra!
LA LIBERTAD, DICES

OTTO RENE CASTILLO

La libertad,
me dices,
es lo más bello
que existe
en nuestro joven
planeta.
Sin ella
no se puede vivir;
es como el oxigeno
del alma.
Si tú la tienes,
ya no la puedes
perder,
porque te morirías
de tan inmenso dolor.
Ella no se conquista.
Se lleva sencillamente,
como la tarde,
en el fondo del corazón.

Pero yo que vivo


y sufro mi país
como ninguno,
no estoy de acuerdo
contigo.
Los hombres de aquí
no han sido libres jamás.
A muchos ya ni les importa
Si la cadena es gruesa
y más gruesa cada dia.
No les conmueve saber
que la patria
como una triste y dulce
golondrina,
agoniza lentamente
rodeada por el frio
y la miserable indiferencia
de sus hijos.

Ni tu conoces,
además,
la torpe dictadura
que sufrimos en mi país.
Ni has perdido
jamás tu libertad.

Y tu risa,
es la más alegre
de todas las risas
que conozco.

Tu patria
es ya un suceso
de simples madrugadas,
que canta en alba
para ti y los tuyos.
Pero algún dia
nosotros
también
seremos libres.
Entonces,
tendremos
que defender
todos los días
nuestra libertad,
haciendo roncos sacrificios
de ternura y bondad.

En nosotros
está la libertad
como en la noche
la aurora,
y de nuestra
atronadora voluntad
está marcada ya
la digital
de su rostro.

También a la libertad
hay que acostumbrarse
para amarla,
y se la debe cuidar
cada segundo,
porque durante mucho
tiempo
se la busca,
para matarle a golpes
su suave y claro
corazón de multitudes.

Pero ante todo,


cuando no se la tiene,
cuando no se conocen
los gestos peculiares
de su rostro,
entonces se debe luchar
para encontrarla,
por liberarla
de la más honda tiniebla.
Asi la libertad
es el logro estupendo
de los que nunca
han sido libres de verdad.
Y una vez alcanzada,
su acción
debe repetirse
durante toda la vida.
DE LOS DE SIEMPRE

OTTO RENE CASTILLO

Usted,
compañero,
es de los de siempre.
De los que nunca
se rajaron,
¡carajo!
De los que nunca
incrustaron su cobardía
en la carne del pueblo.
De los que se aguantaron
Contra palo y cárcel,
Exilio y sombra.

Usted,
Compañero,
es de los de siempre.

Y yo lo quiero mucho,
por su actitud honrada,
milenaria,
por su resistencia
de mole sensitiva,
por su fe,
más grande
y más heroica,
que los gólogotas
juntos
de todas las religiones.

Pero, ¿sabe?
Los siglos
venideros
se pararan de puntillas
sobre los hombros
del planeta,
para intentar
tocar
su dignidad,
que ardera
de coraje,
todavía.

Usted,
compañero,
que no traicionó
a su clase,
ni con torturas,
ni con cárceles,
ni con puercos billetes,
usted,
astro de ternura,
tendrá edad de orgullo,
para las multitudes
delirantes
que saldrán
del fondo de la historia
a glorificarlos,
a usted,
al humano y modesto,
al sencillo proletario,
al de los de siempre,
al inquebrantable
acero del pueblo.
MAÑANA TRIUNFANTE
OTTO RENE CASILLO

Mañana, otros poetas buscarán


el amor y las palabras dormidas
en la lluvia.
Puede ser que vengan
con las cuencas vacías a llenarse
de mar y paisaje.
Hoy, la amargura y la miseria
rondan mis bolsillos
abiertos en la noche
a las estrellas.

Mañana, para mi júbilo repicando


en las paredes,
la novia tendrá su más bella
campana hecha de mar y arena
de lluvia y panorama.

Mañana me amaran los ríos


por haber pegado propaganda
en la noche de la patria:
ellos se encargaran de recordar
mi nombre.
Y con su rostro de sonrisa
la más humilde campesina
escribirá la poesía de amor
que no salió de mi garganta.

El rostro de un niño alimentado


escribirá lo que detuvo
un grito de combate en mis arterias.

Las palomas volando entre la espuma


serán lágrimas de amor que temblaron
en mis parpados.

Mañana, cuando no intervenga en Corea


para rodear de sombras la sonrisa
y no querían detener la roja estrella
que llevan los quetzales en el pecho,
entonces los poetas
firmaran su canto con rosales.
LOS ALBAÑILES

OTTO RENE CASTILLO

I
Desde
los edificios altos
una canción de mi país
abre su pecho y desemboca
al viento su ráfaga de albañiles
para decirle al universo musical
que no ha muerto la esperanza
en el corazón de los obreros…

La mirada azul del viento


alumbra cotidianamente los rostros
de los sencillos albañiles compañeros,
que empujan la canción de mi país
hacia la inmensa flor de la sonrisa
que los espacios mantienen encendida.

Los albañiles que en la tierra lloran,


en la boca del viento se sonríen…

II

Amo la estatura de aire enamorado


que los albañiles andan portando
debajo de sus ropas remendadas.
Amo la frente que choca contra el suelo
sin saber ni cómo ni dónde ni por qué
ni en qué minuto fatal se quiebra el grito
sobre la engusanada conciencia del patrono,
ni por qué cuando los albañiles fallecen
hay un peregrinación de pájaros enlutados
hacia el rostro cipresal del cementerio,
ni el motivo atroz de condenar al pobre
a ser el perenne perro de los ricos.
Y odio en furia indetenible, feroz,
que se pretende amaestrar al hombre
sólo porque es pobre y tiene hambre
y trabaja de albañil en donde sea
por unos pocos centavos miserables.
Y odio al tiempo que nos muerde duro,
porque hay días terriblemente amargos,
días nacidos más allá del llanto,
días de malos y negros sentimientos,
días que caen con los albañiles
desde el ultimo piso de su vida
hasta el tacto fúnebre de la muerte.
allí es donde mi esqueleto juega
una partida original y dolorosa,
porque es mi frente la que choca
contra la apretada lagrima del asfalto
los utlimos trinos de mi sangre…

III
Sin embargo, yo os digo, albañiles,
aéreos compañeros de los astros,
padres que coronan de ternura
la parte alta de los edificios,
que pronto sabréis que se siente
cuando se crece entre jardines.
INTELECTUALES APOLITICOS

OTTO RENE CASTILLO

Un dia,
los intelectuales
apolíticos
de mi país
serán interrogados
por el hombre
sencillo
de nuestro pueblo.

Se les preguntará
sobre lo que hiceron
cuando
la patria se apagaba
lentamente,
como una hoguera dulce,
pequeña y sola.

No serán interrogados
sobre sus trajes,
ni sobre sus largas
siestas
después de la merienda,
tampoco sobre sus estériles
combates con la nada,
ni sobre su ontológica
manera
de llegar a las monedas.
No se les interrogará
sobre la mitología griega,
ni sobre el asco
que sintieron de sí,
cuando alguien, en su fondo,
se disponía a morir cobardemente.

Nada se les preguntarás


sobre sus justificaciones
absurdas,
crecidas a la sombra
de una mentira rotunda.
Ese día vendrán
los hombres sencillos.
Los que nunca cupieron
en los libros y versos
de los intelectuales apolíticos,
pero que llegaban todos los días
a dejarles la leche y el pan,
los huevos y las tortillas,
los que les cosían la ropa,
los que les manejaban los carros,
les cuidaban sus perros y jardines,
y trabajaban para ellos,
y preguntarán,
“¿Qué hicisteis cuando los pobres
sufrían, y se quemaba en ellos,
gravemente, la ternura y la vida?”

Intelectuales apolíticos
de mi dulce país,
no podréis responder nada.

Os devorará un buitre de silencio


las entrañas.
Os roerá el alma
vuestra propia miseria.
Y callareis,
avergonzados de vosotros
LLAMO A LA JUVENTUD

MIGUEL HERNANDEZ

Los quince y los dieciocho,


los dieciocho y los veinte...
Me voy a cumplir los años
al fuego que me requiere,
y si resuena mi hora
antes de los doce meses,
los cumpliré bajo tierra.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.

Si cada boca de España,


de su juventud, pusiese
estas palabras, mordiéndolas,
en lo mejor de sus dientes:
si la juventud de España,
de un impulso solo y verde,
alzara su gallardía,
sus músculos extendiese
contra los desenfrenados
que apropiarse España quieren,
sería el mar arrojando
a la arena muda siempre
varios caballos de estiércol
de sus pueblos transparentes,
con un brazo inacabable
de perpetua espuma fuerte.

Si el Cid volviera a clavar


aquellos huesos que aún hieren
el polvo y el pensamiento,
aquel cerro de su frente,
aquel trueno de su alma
y aquella espada indeleble,
sin rival, sobre su sombra
de entrelazados laureles:
al mirar lo que de España
los alemanes pretenden,
los italianos procuran,
los moros, los portugueses,
que han grabado en nuestro cielo
constelaciones crueles
de crímenes empapados
en una sangre inocente,
subiera en su airado potro
y en su cólera celeste
a derribar trimotores
como quien derriba mieses.

Bajo una zarpa de lluvia,


y un racimo de relente,
y un ejército de sol,
campan los cuerpos rebeldes
de los españoles dignos
que al yugo no se someten,
y la claridad los sigue,
y los robles los refieren.
Entre graves camilleros
hay heridos que se mueren
con el rostro rodeado
de tan diáfanos ponientes,
que son auroras sembradas
alrededor de sus sienes.
Parecen plata dormida
y oro en reposo parecen.

Llegaron a las trincheras


y dijeron firmemente:
¡Aquí echaremos raíces
antes que nadie nos eche!
Y la muerte se sintió
orgullosa de tenerles.

Pero en los negros rincones,


en los más negros, se tienden
a llorar por los caídos
madres que les dieron leche,
hermanas que los lavaron,
novias que han sido de nieve
y que se han vuelto de luto
y que se han vuelto de fiebre;
desconcertadas viudas,
desparramadas mujeres,
cartas y fotografías
que los expresan fielmente,
donde los ojos se rompen
de tanto ver y no verles,
de tanta lágrima muda,
de tanta hermosura ausente.

Juventud solar de España:


que pase el tiempo y se quede
con un murmullo de huesos
heroicos en su corriente.
Echa tus huesos al campo,
echar las fuerzas que tienes
a las cordilleras foscas
y al olivo del aceite.
Reluce por los collados,
y apaga la mala gente,
y atrévete con el plomo,
y el hombro y la pierna extiende.

Sangre que no se desborda,


juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.

La juventud siempre empuja


la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.

La muerte junto al fusil,


antes que se nos destierre,
antes que se nos escupa,
antes que se nos afrente
y antes que entre las cenizas
que de nuestro pueblo queden,
arrastrados sin remedio
gritemos amargamente:
¡Ay España de mi vida,
ay España de mi muerte!

Anda mungkin juga menyukai