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CURSO BASICO MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNION

PBRO. JUN MANUEL PEREZ ROMERO

Ministros Extraordinarios de la Comunión.

Este curso básico para Ministros Extraordinarios de la Comunión, requiere


haber tomado un Curso de Eclesiología y un Curso de Liturgia. Así lo indica el
documento de APARECIDA No. 226, donde insiste en la formación bíblico-
doctrinal del discípulo misionero de Jesucristo.

CURSO ACTUALIZADO DE FORMACIÓN

Pbro. Juan Manuel Perez Romero


Diócesis de Queretaro
Derechos Reservados 1997
Juan Manuel Perez Romero
ISBN 970-92039-0-8
Hecho en México
2ª Edición 2010 –
1ª Reimpresión
Distribuido por:
Ramon Santoyo Arreguín
Tel. 01 (442) 217-9711
ramonsantoyoa@yahoo.com.mx

PRESENTACIÓN

1. “En la santísima Eucaristía reside todo el bien espiritual de la Iglesia, a


saber, el mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo que por su carne vivificada
por el Espíritu Santo y vivificadora, da vida a los hombres, quienes en esta
forma son invitados e impulsados a ofrecerse a sí mismos y a ofrecer sus
labores y todas las cosas del mundo juntamente con Cristo” (Vat. II, SC, 55).

2. La santa madre Iglesia, consciente de tan grande riqueza, quiere que esta
fuerza vivificadora esté a disposición y como a la mano de todos sus hijos; por
eso, en su sabiduría y celo apostólico, ha provisto instrumentos aptos para
que esta fuerza vivificadora llegue también a quienes en su condición de
enfermedad, ancianidad, distancia o cualquiera otra, pudiera impedirles un
acceso fácil a tan gran don. Estos son los Ministros Extraordinarios de la
sagrada comunión.

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3. Estos Ministros Extraordinarios son los instrumentos que colaboran con los
Párrocos, Vicarios parroquiales, y Diáconos de esta noble y hermosa tarea. Es
evidente que requieren una preparación adecuada tanto en el conocimiento de
la doctrina y la espiritualidad eucarística como las normas litúrgicas que rigen
la administración de este gran Sacramento, a fin de que lleven a cabo esta
tarea con provecho espiritual propio y de los comulgantes.

4. Por esta razón son muy oportunas las enseñanzas del magisterio y las
directrices pastorales que recoge este Curso Básico de Formación de
Ministros Extraordinarios de la Comunión, que el Pbro. Juan Manuel Perez
Romero ha preparado con competencia y esmero, y que se inscribe dento del
esfuerzo evangelizadora de la Diócesis mediante el Plan Diocesano de
Pastoral. Todo esto debe ser completado y aclarado con las recientes normas
de la instrucción “Redemptionis Sacramentum” (num. 154-160) del 25 de
marzo del 2004.

5. Ojala que sean muchos los que aprovechen este valioso instrumento para
un mejor servicio a sus hermanos, una colaboración más estrecha con sus
Pastores y para su propia santificación.

Santiago de Querétaro, Qro. Julio 13 del 2004.


Mario de Gasperin Gasperin
Obispo de Queretaro

Al Excmo. Sr. Obispo Alfonso Toríz Cobián,


que en paz descanse,
quien propició el inicio de los ministerios
laicales en nuestra diócesis.

Al Excmo. Sr. Dn. Mario de Gasperín Gasperín


VIII Obispo de la diócesis de Querétaro, Qro.,
quien, con solicitud, los ha promovido e impulsado
por medio de nuestro Plan Diocesano de Pastoral

En memoria del P. Alfonso Navarro C., M.Sp.S., quien, a través de Sistema


Integral de la Nueva Evangelización, dio su aporte para que innumerables
presbíteros hagamos fructificar nuestro sacerdocio promoviendo los
ministerios laicales en nuestras comunidades.

A todos los laicos comprometidos de mi diócesis de quieren he aprendido la


entrega al Señor Jesús y el servicio de su cuerpo místico que es la Iglesia.

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ÍNDICE

Presentación del Sr. Obispo


0. Introducción a los Ministerios Laicales
1. Los Ministros Extraordinarios de la Comunión (MEC)
2. Christifideles Laici –
Capítulo II Ecclesia in America
3. Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles
laicos en el Sagrado Ministerio de los Sacerdotes
4. El Sacramento de la Eucaristía
5. Instrucción: Redemptionis Sacramentum
6. Motu Proprio: Ministeria Quaedam
7. La Instrucción Inmensae Caritatis
8. La Sagrada Comunión bajo las dos especies
9. Instrucción Memoriale Domini
10. La Sagrada Comunión fuera de la Misa
11. El cuidado del Sagrario y de su llave
12. Exposición del Santísimo Sacramento
13. Para dar la Sagrada Comunión a los enfermos
14. Conclusión

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INTRODUCCION A LOS MINISTERIOS CONFIADOS A LOS LAICOS
(MINISTERIOS LAICALES)
OBJETIVO O

INSTRUCCION SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA


COLABORACION DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO
DE LOS SACERDOTES San Juan Pablo II 15/08/97

1.- Diferencia y relación entre el sacerdocio común y el sacerdocio


ministerial.

Durante muchos siglos el término ministro se aplicó únicamente a los obispos,


presbíteros y diáconos. Actualmente se aplica también a algunos laicos, para
entender correctamente su significado necesitamos empezar recordando la
diferencia y relación entre el sacerdocio común y el ministerial.

1.1 EL SACERDOCIO COMUN (BAUTISMAL)

 Como el pueblo de Dios del Nuevo Testamento es un pueblo que


participa del único e indivisible sacerdocio de Jesucristo, Sumo y Eterno
Sacerdote,
 Todos los bautizados son consagrados para formar un templo espiritual
y un sacerdocio santo.
 Común es la dignidad de todos los bautizados.
 Común es la gracia de la filiación (ser hijos en el Hijo)
 Común es la llamada a la perfección (a ser santo) LG No. 32
 Hay una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común
de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. LG 32

1.2. El Sacerdocio Ministerial (ordenado)

 Lo tienen aquellos fieles que, por el sacramento del orden tienen -en el
cuerpo, el Cristo, que es la Iglesia- la condición y oficio de CRISTO-
CABEZA. Ellos son los obispos, presbíteros y diáconos.
 Actúan en persona de CRISTO-CABEZA. Expresión que en latín se
dice: “In persona Christi Capitis”
 Difiere ESENCIALMENTE del sacerdocio común (bautismal) y no solo
en grado.
 Confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles.
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 Está al servicio del sacerdocio común (bautismal) de los fieles EN
ORDEN AL DESARROLLO DE LA GRACIA BAUTISMAL, DE TODOS
LOS CRISTIANOS.

1.3. Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los


obispos y presbíteros de aquel común de los fieles Y DELINEAN EN
CONSECUENCIA LOS CONFINES DE LA COLABORACION DE ESTOS EN
EL SAGRADO MINISTERIO, se pueden sintetizar así:

a) El sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y está


dotado de una potestad sacro, la cual consiste en la facultad y
responsabilidad de obrar en persona de Cristo-Cabeza y Pastor.
(Pastores dabo vobis No. 17)
b) Esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de
la Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de
Dios, de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los
fieles.(PDV 17)

1.4 Condiciones para que los fieles laicos suplan a los ministros
ordenados en algunas de sus funciones.

Los ministros ordenados tienen una función –en latín “munus”- que para
entenderla la dividimos en tres:

1.- El oficio de enseñar, de donde nace la pastoral profética.


2.- El oficio de santificar, de donde nace la pastoral litúrgica.
3.- El oficio de pastorear, de donde nace el guiar a la comunidad y la pastoral
social.

Pero, nos dice la instrucción antes citada:

1.- Sólo en algunas funciones


2.- Y en cierta medida
3.- Pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados.
4.- Si son llamados a dicha colaboración.
5.- Por la legítima Autoridad
6.- Y en los debidos modos.

El ejercicio de estas tareas no hacen del fiel laico un pastor, en realidad no es


la tarea lo que constituye un ministro, sino la ordenación sacerdotal.

• La función que se ejerce EN CALIDAD DE SUPLENTE


• Adquiere su legitimación, inmediata y formalmente.
5
• De la delegación por los pastores
• Su concreto ejercicio es dirigido por la autoridad eclesiástica
(Christifideles laici No. 23)

1.5. En algunos casos se ha permitido la extensión del término


MINISTERIO a las funciones propias de los fieles laicos por el hecho de
que también estos, en medida, son participantes del único sacerdocio de
Cristo.

Sin embargo LOS OFICIOS que se les confieren a los laicos son:

1.- Confiados temporalmente


2.- Exclusivamente fruto de una delegación de la Iglesia.

Se permite aplicar con cierta medida, el término de MINISTRO, a los fieles no


ordenados.

1.- Sólo en constante referencia al único y fontal ministerio de Cristo.


2.- Sin que éste sea percibido y vivido como una indebida aspiración al
ministerio ordenado.
3.-Sin que sea una progresiva erosión de lo específico del sacerdocio
ordenado.

Conclusión:

Con ésta amplia introducción hemos percibido el porqué se permite hablar de


MINISTROS extraordinarios de la comunión y también los límites de este
término aplicado a los laicos, de tal manera que evitemos abusos, excesos y
laicos falsamente clericalizados, en desmedro de su función secular en
transformación del mundo y de sus estructuras.

LOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNION


(MEC)

OBJETIVO 1

0.- INTRODUCCION

En el pontifical y ritual romano de los obispos se utiliza la palabra “institución”


de los ministros extraordinarios de la comunión. Por esa razón hablamos de
“instituidos”; si bien otros prefieren hablar de “enviados” o “reconocidos”;
hasta el momento se busca la terminología más exacta. El servicio de ministro
extraordinario de la comunión (MEC) está ampliamente promovido en las
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diócesis de México, y se han instituido MEC tanto varones como mujeres. Es
obligación de los pastores ser solícitos en brindarles una sólida formación
básica antes de su institución e iniciación en el servicio de MEC, así
como una actualizada formación permanente. Basándonos en la praxis
pastoral y en los documentos eclesiales ofrecemos este curso de formación
básica para MEC.

Así mismo hacemos notar que la mente de la Iglesia es que los MEC varones
que sean aptos e idóneos accedan al ACOLITADO, ya que todo Acólito
instituido es ministro extraordinario de la comunión. Evidentemente, no
todos los MEC varones serán llamados a ser acólitos instituidos, y otros no
serán aptos, pero es la línea. Además, el ministerio de MEC, debe seguir
concediéndose a mujeres, sin embargo, el ministerio del ACOLITADO lo
debemos tener en cuenta en la formación básica de los candidatos a MEC y
en la formación permanente en los que ya ejercen este ministerio.

1.- CRITERIOS DE IDONEIDAD PARA CANDIDATOS A MEC

1.1. Que el candidato(a) esté ubicado en el cambio epocal que vive el


mundo causado por la globalización y cómo afecta la vida de la Iglesia.

Estamos en una época llamada de la globalización y sus característica son:


la comunicación mundial en forma instantánea, la velocidad con que se
producen los cambios, la generación de nuevos paradigmas, el continuo
aceleramiento de estos procesos.

Cada vez, se descubren nuevas interrelaciones entre lo económico y lo


político, entre lo científico y lo psicológico, entre lo ético y lo cultural; surgen
además nuevas formas de colaboración internacional entre personas y
comunidades (globalización desde abajo), ya sea como apoyos solidarios en
proyectos o como protestas y propuestas coordinadas ante situaciones de
injusticia.

Entendemos por GLOBALIZACION un fenómeno reciente y acelerado, de


cambios radicales, caracterizado principalmente por una integración más
estrecha entre los países y los pueblos del mundo, que ha trastocado la
economía y el trabajo, el comercio y las finanzas internacionales, las
comunicaciones y las culturas del orbe.

Este fenómeno tiene como causas : -entre otras- los avances de la


tecnología y en especial de la informática, de la telemática, de la red de
enlaces mundiales (satelitales e internet), del mercado libre, de decisiones

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políticas y de los centros de poder. La globalización es parte de un auténtico
cambio de época.

La globalización se manifiesta en todas las dimensiones de nuestra


existencia en:

 una mayor producción y riqueza mundial, aunque cada día peor


distribuida.
 una mayor interdependencia e intercambios entre las naciones del
mundo, aunque de manera asimétrica.
 un mayor conocimiento y dominio de la naturaleza, aunque
privilegiando a pequeñas élites hegemónicas, y en la mayoría de los
casos degradando los ecosistemas.
 Una mayor, mejor y más rápida comunicación intercontinental, la
conquista del espacio y del átomo, aunque sin beneficio real para
grandes mayorías, que no tienen acceso a la red informática en el
tiempo real (desconectados)
 la lucha contra las enfermedades y los desastres naturales, aunque
todavía con una falta enorme de equidad hacia los pueblos vulnerables.
 los avances y a veces los retrocesos, de la cultura y el arte, pero con
desigual distribución de beneficios y deterioros culturales.
 una mayor insistencia en los derechos humanos universales, aunque
todavía en ésta nueva época no se ve con claridad una adecuada base
de valores y principios éticos.
 Unos cambios en los patrones de higiene y nutrición.

1.2. CAMBIO DE EPOCA

La globalización está produciendo un cambio de época, pues no es lo mismo


una época de cambio, como lo hemos tenido en siglos pasados, en donde
hay cambios, avances, progresos, pero en lo sustancial todo permanece igual.

Es como un río que se desborda pero no cambia de cauce.

Un cambio de época es como un río que cambia de cauce abandonando el


que ya tenía y haciendo uno nuevo.

Este cambio de época es tan radical y profundo que únicamente se puede


comparar al cambio que sufrió la humanidad cuando pasó de la época
nómada a la época sedentaria. Al dejar de ser nómada y hacerse sedentario
nació la agricultura, la arquitectura, se formaron los pueblos y ciudades, etc.,
Nació una nueva concepción global de relación entre las personas y el mundo
que los rodeaba.
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Por lo tanto, lo propio de un cambio de época es:

 un cambio global del concepto de la persona


 Y de sus relaciones con los demás, con el mundo y con Dios
 Justamente esta red de relaciones es lo que llamamos cultura, por lo
tanto la cultura está cambiando.

1.3. CAMBIO CULTURAL


La globalización produce un cambio de época y el cambio de época conlleva
un cambio de cultura. Asistimos a un cambio de cultura. Se habla de la
cultura adveniente, porque aun no está definida, sino que se está formando
con todos los elementos de la globalización.

CRISIS DE TODOS LOS VALORES.

Al cambiar de cultura cambian los valores. Actualmente, asistimos a una crisis


de todos los valores, pues los valores que regían y normaban la época
anterior, y que se consideraban intocables, ya no son aceptados por la
mayoría, y sólo los aceptan unos pocos. Ej. Dentro de los valores religiosos: El
precepto de ir a misa los domingos, que era aceptado casi por la totalidad de
todos los mexicanos hace tres décadas, según una encuesta realizada a dos
mil personas, el año 2004, en la zona del centro de México, indica que
únicamente el 10%, de la población, y en su mayoría adultos, acepta como
valor ésta práctica religiosa.

Los datos están en el aire y caerán a favor o en contra de Dios dependiendo de nuestro
testimonio y apostolado. José Kentenich

El 70% de encuestados ya no acepta preceptos eclesiásticos que normen su


conciencia; afirma que va a misa cuando le nace, o cuando siente necesidad,
o bien cuando participa en alguna ceremonia como una boda o XV años. Por
lo tanto, el nuevo paradigma es la libertad, pero no como la capacidad de
decidirse por el bien, sino la capacidad de hacer lo que yo quiero, lo que
pienso que es bueno para mí. El nuevo valor es una libertad subjetiva sin
relación a los valores objetivos.

En conclusión: estamos en transición a un nuevo modelo cultural, es decir


hacia una nueva cultura con nuevos valores.

1.4. Debemos ofrecer a la nueva cultura los valores permanentes.

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Sin embargo, hay valores que son válidos para cada época, como el respeto
a la vida, el matrimonio, la vida en familia, las virtudes, la religión, etc.,
Para nosotros, católicos son permanentes y deben lograr ocupar un lugar
dentro de los valores de la nueva cultura adveniente.

Analicemos la situación de México.

En México más del 60%, de la población tiene menos de 25 años y está en


transición cultural y en crisis de valores y sufre el bombardeo del mundo
globalizado.

Todavía la fe se transmite, no por evangelización, sino por cultura. Pertenece


a la cultura llevar a los niños a bautizar, que hagan la primera comunión, que
celebren sus XV años las jovencitas, etc.

Al estar cambiando rápidamente la cultura, la fe ya no se transmite el 60% de


la nueva población mexicana que vive inmersa en cambio epocal.

Por otra parte, la mayor parte de las parroquias de México siguen atendiendo
a la gente como si no hubiera cambio de cultura. Por lo tanto predican a un
auditorio que ya es de otra época.

Solamente se ven dos posibilidades:

1.- Es que la Iglesia no se adecue al cambio de época y entonces en 25 años,


en 2028 los católicos habrán disminuido al 50% de la actualidad, y en 2038
serán solo el 40% de la actualidad.

2.- Es que la Iglesia en México emprenda la transmisión de la fe por


medio de una Nueva Evangelización. Iniciando por el anuncio del
Kerigma, (muchas parroquias ya empezaron pero son la minoría)
adaptándose a las exigencias de la nueva cultura, pero sin perder los valores
que tiene que transmitirle. Para esto es indispensable que los laicos
jueguen un papel, lo que exige que les ofrezcamos una excelente
formación laical.

En Europa no llegaron a tiempo y la iglesia está en una crisis de desaliento y


con muy poca esperanza. En América estamos a tiempo de reaccionar y
seguir trabajando.

1.5. La espiritualidad para este cambio de época y para la cultura


adveniente, ya deseamos implementar en todos los MEC

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La Espiritualidad de Alianza

El Dios que hizo una alianza con el pueblo de Israel y que selló, por la Sangre
de Jesucristo, la nueva y eterna alianza, en ningún cambio de época ha
abandonado a su pueblo, él es fiel a su alianza, pero su pueblo tiene que
responderle con fidelidad. Para profundizar esta oportunidad podemos
profundizar la Alianza en la Biblia.

La Espiritualidad de la Encarnación.

El Padre eterno no condenó al mundo que estaba corrompido, sino que envió
a su Verbo a encarnarse en una época histórica concreta para transformarlo
desde dentro. La Iglesia continúa la encarnación del Verbo y tiene la misión de
encarnarse en la cultura adveniente y no sólo condenarla. (NMI 3)

2.- Condiciones dentro de la vida de la comunidad parroquial

La parroquia debe estar integrada al Plan Diocesano de Pastoral, e


implementar su plan diocesano parroquial con la formación íntegra y
permanente de sus agentes laicos, entre ellos los MEC, que son integrantes
del equipo de liturgia.

- Que exista ya un equipo litúrgico en la parroquia.


- Que el candidato sea presentado y promovido por el párroco.
- Conocido y aceptado por la comunidad.
- Una persona de vida cristiana que viva su proceso de conversión en
algún grupo, movimiento o pequeña comunidad.
- Que lleve bien su estado de vida (casado, soltero o viudo)
- Edad mínima 20 años y suficiente madurez física, mental y emocional.
- Que disponga de tiempo y sea generoso en ofrecerlo al servicio de la
iglesia: ayudar al presbítero o diácono a distribuir la Comunión en la
Misa, llevarla a los enfermos y exponer al Santísimo Sacramento.
- Muestre disponibilidad para su formación permanente (continuar
asistiendo a reuniones y cursos permanentemente).
- En los casados, que su cónyuge esté de acuerdo.
- En los casados, en lo posible, formación conjunta de la pareja.
- Que su decisión sea libre, sin coacciones de ninguna especie.
- Que no reciban dinero de las personas que atienden.
- Cuando tengan que trasladarse a otros ranchos o comunidades, el señor
cura proveerá el pasaje.
- Que tengan una economía familiar sana, sin deudas escandalosas.

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Se sugiere que la institución, envío o reconocimiento sea parroquial en torno a
la fiesta patronal, pues sería pedagógico para la comunidad parroquial y para
los mismos ministros.
3.- Renovación anual del permiso

No se debe dar indefinidamente el permiso para ser MEC, es necesaria la


evaluación de su proceso personal y comunitario y del ejercicio de éste
ministerio laical. El lapso de un año parece prudente. El permiso lo dará por
escrito el Señor Obispo o quien él determine.

4.- Criterios para renovar anualmente su permiso de MEC

 Evaluación con el párroco y con la comunidad de su vida cristiana y su


trabajo como MEC
 Que el párroco lo proponga nuevamente y continúe su formación
 Que la comunidad confirme su aceptación (Consejo Parroquial, su
rancho, su colonia, su movimiento)
 Haber asistido mínimo a un curso de formación durante el año.
 Asistir al retiro anual de Espiritualidad de la Diócesis, (los casados con
su pareja en la medida de lo posible)
 Publicar la lista en su parroquia de los MEC que renuevan su permiso y
por cuánto tiempo
 La Secretaría del Obispado actualizará la credencial con fotografía
indicando el tiempo de permiso para ejercitar el ministerio.
 Su territorio de acción en la parroquia, lo delimitará el párroco. No habrá
MEC que anden por otras parroquias u otros territorios que no le sean
asignados.
 Habrá una clara disciplina en la visita de los hospitales.

5.- La experiencia nos muestra que es conveniente que los ministros


conserven su vestidura laical al momento de distribuir la Sagrada Comunión
durante la misa, pues son ministros laicos y no clérigos. Si se cree prudente
pueden tener algún signo externo como una cruz, su misma credencial, etc.

6.- Evidentemente, cada Diócesis, basándose en los documentos de la iglesia


y de su propia realidad pastoral, formulará su disciplina propia en la formación
y en el ejercicio del ministerio del MEC. Un punto clave de ésta disciplina debe
ser la formación espiritual y el proceso permanente de conversión de los MEC
que se realiza perteneciendo a una pequeña comunidad o a un movimiento,
donde encuentren medios de crecimiento espiritual, viviendo su inserción en la
comunidad eclesial.

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Capítulo 2. Christifideles Laici - Ecclesia in America

http://es.catholic.net/op/articulos/1749/christifideles-laici.html

2. CHRISTI FIDELES LAICI


OBJETIVO 2

Exhortación apostólica post-Sinodal de su S.S. Juan Pablo II sobre la vocación


y misión de los laicos en el mundo. 30 de diciembre de 1988.

Los candidatos a MEC podrán explicar el contenido de:


1. El misterio de la Iglesia-Comunión.
2. El lugar que ocupa la eclesiología de la Iglesia-Comunión en los
documentos del Concilio Vaticano II.
3. La comunión orgánica de la Iglesia con su diversidad y complementariedad.
4. Los ministros y los carismas son dones del Espíritu a la Iglesia.
5. Los ministerios que se derivan del sacramento del Orden.
6. Los ministerios laicales tienen su fundamento sacramental en el Bautismo,
la Confirmación y el Matrimonio.
7. Los carismas
8. El ejercicio de los ministerios en la diócesis y bajo el obispo.
9. El ejercicio de los ministerios en la parroquia y bajo el párroco.

ECLESIA IN AMERICA
Exhortación apostólica postsinodal Juan Pablo II, México 1999
44. Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia.
45. La dignidad de la mujer.

Introducción

Los ministerios laicales en general y los ministerios propios del equipo


litúrgico, entre los cuales destacan el de lector, acólito y ministro extraordinario
de la Comunión, no se pueden entender como servicios aislados a título
personal, sino únicamente como servicios dentro de una comunidad cristiana y
en bien de una comunidad.

La Iglesia es una comunidad, una común-unión, es una comunión.


Desgraciadamente, pocos laicos han sido introducidos a la comprensión de
esta rica realidad de que la Iglesia es una COMUNIÓN. Es por esto, que
dentro de este manual para la formación de MEC, ponemos este capítulo de la
carta magna para los laicos “Christifideles Laici”, que todos deberían haber
leído ya.
13
Abramos, pues, nuestra mente y corazón para aumentar nuestra vivencia de la
Iglesia COMUNIÓN, y para enriquecer nuestros conocimientos con los
conceptos de la eclesiología de COMUNIÓN. Hacemos notar que Comunión
en griego se dice KOINONIA.

18
El número 18, nos introduce en el misterio de la Iglesia-Comunión, en el
significado de este concepto y en cómo la Trinidad es modelo, fuente y meta
de la Comunión de los cristianos con Jesús y dentro de la Iglesia misma.

El misterio de la IGLESIA-COMUNIÓN

Oigamos de nuevo las palabras de Jesús: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre
es el viñador… Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Jn 15,1-4

Con estas sencillas palabras nos es revelada la misteriosa comunión que


vincula en unidad el Señor con los discípulos, a Cristo con los bautizados; una
comunión viva y vivificante, por la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí
mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos unidos de la
vid.

La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la
misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu Santo: los
cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo amoroso del Espíritu.

Jesús continúa: “Yo soy la vid: vosotros los sacramentos” Jn 15,5. La


comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos
somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El señor Jesús nos indica
que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa
participación de la vida íntima de amor del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.
Por ella Jesús pide: “Que todos sean uno. Como tú, Padre en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
has enviado”. Jn 17,21

Esta comunión es el mismo misterio de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio


Vaticano II, con la célebre expresión de san Cipriano: “La Iglesia universal se
presenta como “un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”“. Al inicio de la celebración eucarística, cuando el sacerdote
nos acoge con el saludo del apóstol Pablo: “La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos
vosotros”, 2Cor 13,13, se nos recuerda habitualmente este misterio de la
Iglesia-Comunión.
14
Después de haber delineado la “figura” de los fieles laicos en el marco de la
dignidad que les es propia, debemos reflexionar ahora sobre su misión y
responsabilidad en la Iglesia y en el mundo. Sin embargo, sólo podremos
comprenderlas adecuadamente si nos situamos en el contexto vivo de la
Iglesia-Comunión

19
El número 19 nos presenta cómo la Eclesiología de la Comunión es la idea
central y fundamental de los documentos del Concilio Vaticano II que se
terminó hace más de 30 años, en 1965. Nos explica el sentido de la compleja
palabra “COMUNIÓN”, y nos señala las imágenes bíblicas a través de las
cuales la Sagrada Escritura nos muestra que la Iglesia es la comunión de los
cristianos en Cristo y entre sí.

El Concilio y la eclesiología de comunión.


Es ésta la idea central que, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a
proponer de sí misma. Nos lo ha recordado el Sínodo extraordinario de 1985,
celebrado a los veinte años del evento conciliar: La eclesiología de comunión
es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio. La
KOINONIA-COMUNIÓN, fundada en la Sagrada Escritura, ha sido muy
apreciada en la Iglesia antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestros días.
Por esto el Concilio Vaticano II ha realizado un gran esfuerzo para que la
Iglesia en cuanto comunión fuese comprendida con mayor claridad y
concretamente traducida en la vida práctica.

¿Qué significa la compleja palabra “comunión o Koinonia”?


1. Es la comunión con Dios por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.
2. Se realiza por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos.
3. El Bautismo es la puerta y fundamento de la comunión en la Iglesia
4. La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir,
edifica la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la
Iglesia.

La Iglesia es una comunión, esto significa:

1. Que la Iglesia es la comunión de los Santos, es decir:


2. una doble participación vital

• la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo


• y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles de este y del otro
mundo.

15
En resumen: Unión a Cristo y en Cristo; unión entre los cristianos en la Iglesia.

Imágenes bíblicas de la Iglesia-Comunión en el Vaticano II


La Iglesia Koinonia es como una grey o rebaño de Dios.

La Iglesia Koinonia es como una vid o una viña.


La Iglesia Koinonia es como una educación espiritual.
La Iglesia Koinonia es como una ciudad santa.

Son de especial importancia dos imágenes de san Pablo:

La Iglesia de Koinonia es el Cuerpo de Cristo.


La Iglesia de Koinonia es el Pueblo de Dios.

Ya en sus primeras líneas, la constitución Lumen gentium comprendía


maravillosamente esta doctrina diciendo: “La Iglesia es en Cristo como un
Sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión del hombre con
Dios y de la unidad de todo el género humano”.

La realidad de la IGLESIA-COMUNIÓN es entonces parte integrante, más aún


representa el contenido central del “misterio” o sea del designio divino de
salvación de la humanidad. Por esto, la comunión eclesial no puede ser
captada adecuadamente cuando se la entiende como una simple realidad
sociológica y psicológica. La Iglesia-Comunión, es el pueblo “nuevo”, el pueblo
“mesiánico”, el pueblo que “tiene a Cristo por Cabeza (…) como condición la
dignidad y la libertad de los hijos de Dios (…) por ley el nuevo precepto de
amar como el mismo Cristo nos ha amado (…) por fin el Reino de Dios (…) (y
es) constituido por Cristo en comunión de vida, de caridad y de verdad”. Los
vínculos que unen a los miembros del nuevo Pueblo entre sí –y antes aún, con
Cristo– no son aquellos de la “carne” y de la “sangre”, sino que aquellos del
espíritu; más precisamente, aquellos del Espíritu Santo, que reciben todos los
bautizados. cf. Jl 3, 1

En efecto, aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única en indivisa


Trinidad, aquel Espíritu que “en la plenitud de los tiempo”, Ga 4,4, unió,
indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico
Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable
manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia.

20
En este número 20, encontramos afirmaciones básicas que nos permitirán
posteriormente entender los ministerios, oficios y funciones dentro de la
Iglesia. Se afirma que la comunión es orgánica, es decir, como un organismo
16
en donde hay diversidad y complementariedad en los miembros. Que cada
miembro ofrece a todo el cuerpo su aportación y que el Espíritu Santo es el
principio dinámico de la variedad y de la unidad.

Una comunión orgánica: diversidad y complementariedad.


La comunión eclesial se configura, más precisamente, como una comunión
“orgánica”, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está
caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la
complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los
ministerios, de los carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta
diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con
todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación.

…Caemos en cuenta, que con esta visión de que nuestros grupos y


movimientos son miembros de una comunión orgánica, y que son diversos y
complementarios, desterramos rivalidades, competencias internas y
sectarismos, pues somos miembros de un único cuerpo de Cristo donde nos
necesitamos mutuamente.

El apóstol Pablo insiste particularmente en la comunión orgánica del Cuerpo


místico de Cristo. Podemos escuchar de nuevo sus ricas enseñanzas en la
síntesis trazada por el Concilio. Podemos escuchar de nuevo sus ricas
enseñanzas en la síntesis trazada por el Espíritu, constituye místicamente
como cuerpo suyo a sus hermanos, llamados de entre todas las gentes. En
ese cuerpo, la vida de Cristo se derrama en los creyentes (…). Como todos los
miembros del cuerpo humano, aunque numerosos, forman un solo cuerpo, así
también los fieles en Cristo. Cf 1 Co 12,12 También es la edificación del
cuerpo de Cristo vige la diversidad de miembros y funciones. Uno es el
Espíritu que, para la utilidad de la Iglesia, distribuye sus múltiples dones con
magnificencia proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los servicios.
Cf. 1 Co 12, 1-11

Entre estos dones ocupa el primer puesto la gracia de los Apóstoles, a cuya
autoridad el mismo Espíritu somete incluso los carismáticos. cf 1 Co 14 Y es
también el mismo Espíritu que, con su fuerza y mediante la íntima conexión de
los miembros, produce y estimula caridad entre todos los fieles.

Y por tanto, si a un miembro lo honoran, de ellos se gozan con él todos los


demás miembros”. Cf. 1 Co 12, 26

…Aquí comprendemos que, aunque todos tenemos carismas diversos y


complementarios, existe una jerarquía entre ello. Pues el servicio de ser
cabeza y de coordinar los carismas le corresponde a los Obispos, que tienen
17
la gracia de ser sucesores de los Apóstoles, y a los párrocos y presbíteros en
general a sus colaboradores.

Es siempre el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de


la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Leemos nuevamente en la constitución
Lumen gentium: “Para que nos renovásemos continuamente en Él (Cristo), cf.
Ef 4,23, nos ha dado su Espíritu, el cual, único e idéntico en la cabeza y en los
miembros, da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, de manera que los
santos Padres pudieron paragonar su función con la que ejerce el principio
vital, es decir el alma, en el cuerpo humano”. En otro texto, particularmente
denso y valioso para captar la “organicidad” propia de la comunión eclesial,
también en su aspecto de crecimiento incesante hacia la comunión perfecta, el
Concilio escribe: “El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazón de los fieles
como en un templo, cf 1 Co 3,16; 6,19, y en ellos ora y da testimonio de la
adopción filial cf Ga 4,6; Rm 8,15-16.26. Él guía la Iglesia hacia la completa
verdad, cf. Jn 16,13, la unifica en la comunión y en el servicio, la instruye y
dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus
frutos cf. Ef 4. 11-12; 1 Co 122,4; Ga 5,22. Hace rejuvenecer la Iglesia con la
fuerza del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la perfecta
unión con su Esposo. Porque el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús:
¡”Ven”!”. cf. Ap 22,17

La comunión eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espíritu Santo,
que los fieles laicos están llamados a acoger con gratitud y, al mismo tiempo,
a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo
es a través de la participación en la vida y misión de la Iglesia, a cuyo servicio
los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y
carismas.

El fiel laico “no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose


espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo
intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de
una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto con los demás, el
inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como
también a los demás, múltiples carismas, le invita a tomar parte en diferentes
ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en
relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor
dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio(…). De
esta manera, los carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel
laico existen en la comunión y para la comunión. Son riquezas que se
complementan entre sí a favor de todos, bajo la guía prudente de los
Pastores”.

18
Los Ministerios y los Carismas, dones del Espíritu de la Iglesia

21
Ahora se nos presentan los ministerios, oficios y funciones como dones del
Espíritu Santo para la edificación del cuerpo de Cristo.

El Concilio Vaticano II presenta los ministerios y los carismas como dones del
Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el cumplimiento
de su misión salvadora en el mundo. La Iglesia, en efecto es dirigida y guiada
por el Espíritu, que generosamente distribuye diversos dones jerárquicos y
carismáticos entre todos los bautizados, llamándolos a ser –cada uno a su
modo– activos y corresponsables.

Consideramos ahora los ministerios y los carismas con directa referencia a los
fieles laicos y a su participación en la vida de la Iglesia-Comunión.

Los ministerios, oficios y funciones


Los ministerios presentes y operantes en la Iglesia, si bien con modalidades
diversas, son todos una participación en el ministerio de Jesucristo, el Buen
Pastor que da la vida por sus ovejas, cf. Jn 10,1, el siervo humilde y
totalmente sacrificado por la salvación de todos. cf Mc 10,45 Pablo es
completamente claro al hablar de la constitución ministerial de las Iglesias
apostólicas. En la Primera Carta a los Corintios escribe: “A algunos Dios los ha
puesto en la Iglesia, en primer lugar como apóstoles, en segundo lugar como
profetas, en tercer lugar como maestros (…)” 1Co 12, 28. En la carta a los
Efesios leemos: “A cada uno de nosotros nos ha sido dada la gracia según la
medida del don de Cristo (…). Es él quien, por una parte ha dado a los
apóstoles, por otra, a los profetas, los evangelistas, los pastores y los
maestros, para hacer idóneos los hermanos para la realización del ministerio,
con el fin de edificar el cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la
unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, según la medida que corresponde a la plena madurez de Cristo” Ef
4,7. 11-13; cf Rm, 12,4-8. Como resulta de estos y de otros textos del Nuevo
Testamento, son múltiples y diversos los ministerios, como también los dones
y las tareas eclesiales.

Después de leer este breve número, concluimos varias afirmaciones


importantes:

Todos los bautizados reciben del Espíritu Santo diversos dones y carismas.

19
Algunos reciben dones jerárquicos para gobernar la Iglesia, es decir, los que
reciben el sacramento del Orden.

Todos y cada uno de los bautizados, con los dones carismáticos que han
recibido deben ser activos y corresponsables desde el lugar que ocupan.

Por lo tanto, todos los bautizados están equipados para el apostolado en


diversos ministerios o campos ministeriales.

La Iglesia, donde son responsables estos laicos, tiene una constitución


ministerial al igual que las Iglesias apostólicas. Es decir, es normal que existan
ministerios laicales diversos dentro de la Iglesia.

22
Por medio de la ordenación sacerdotal, los ministros personifican a Cristo
cabeza del cuerpo. En latín se dice; in persona Christi capitis. Como la cabeza
tiene distinta función que los demás miembro del cuerpo, así los ministros
ordenados tienen ministerios que derivan de su ordenación y que son diversos
de los ministerios laicales que derivan de su bautismo y sacerdocio bautismal.

Los ministerios que derivan del Orden


En la Iglesia encontramos, en primer lugar los ministerios ordenados; es decir
los ministerios que derivan del sacramento del Orden. En efecto, el Señor
Jesús escogió y constituyó los Apóstoles –germen del Pueblo de la nueva
Alianza y origen de la sagrada Jerarquía– con el mandato de convertir en
discípulos a todas las naciones, cf. Mt 28,19, de formar y de regir el pueblo
sacerdotal. La misión de los Apóstoles, que el Señor Jesús continúa confiando
a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio, llamado
significativamente “diakonia” en la Sagrada Escritura; esto es, servicio,
ministerio. Los ministros –en la ininterrumpida sucesión apostólica– reciben de
Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del
Orden; reciben así la autoridad y el poder sacro para servir a la Iglesia “in
persona Christi Capitis” (personificando a Cristo-Cabeza), y para congregarla
en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de los Sacramentos.

Los ministerios ordenados –antes que para las personas que los reciben– son
una gracia para la Iglesia entera. Expresan y llevan a cabo una participación
en el sacerdocio de Jesucristo que es distinta, no sólo por grado sino por
esencia, de la participación otorgada con el Bautismo y con la Confirmación a
todos los fieles. Por otra parte, el sacerdocio ministerial, como ha recordado el
Concilio Vaticano II, esta esencialmente finalizado al sacerdocio real de todos
los fieles y a éste ordenado.

20
Por esto, para asegurar y acrecentar la comunión en la Iglesia, y
concretamente en el ámbito de los distintos y complementarios ministerios, los
pastores deben reconocer que su ministerio está radicalmente ordenado al
servicio de todo el Pueblo de Dios, cf. Hb 5,1; y los fieles laicos han de
reconocer, a su vez, que el sacerdocio ministerial es enteramente necesario
para su vida y para su participación en la misión de la Iglesia.

23
Este es un número muy largo. Es una explicación para los laicos de lo
afirmado ya por el Concilio Vaticano II; en virtud de su condición bautismal
participan en el oficio profético, sacerdotal y regio de Cristo. Es más, pide a los
pastores que reconozcan el fundamento sacramental de los ministerios
laicales. Aclarando que los ministerios laicales no hacen del laico un pastor.

Ministerios, oficios y funciones de los laicos


La misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo por los
ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles
laicos. En efecto, éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica
vocación, participan en el oficio sacerdotal profético y real de Jesucristo, cada
uno en su propia medida.

Los pastores, por tanto, han de reconocer y promover los ministerios, oficios y
funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el
Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos además en el
Matrimonio.

Después, cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exija, los pastores –


según las normas establecidas por el derecho universal– pueden confiar a los
fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio
ministerio de pastores, no exigen, sin embargo el carácter del Orden. El
Código de Derecho Canónico escribe: “Donde lo aconseje la necesidad de la
Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean
lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el
ministerio de la palabra, presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y
dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho”. Sin
embargo, el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor. En
realidad, no es la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación
sacramental. Sólo el sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado
una peculiar participación en el oficio de Cristo-Cabeza y Pastor y en su
sacerdocio eterno. La tarea realizada en calidad de suplente tiene su
legitimación –formal e inmediatamente– en el encargo oficial hecho por los
pastores, y depende, en su concreto ejercicio, de la dirección de la autoridad
eclesiástica.
21
La reciente Asamblea sinodal ha trazado un amplio y significativo panorama
de la situación eclesial acerca de los ministerios, los oficios y las funciones de
los bautizados. Los Padres han apreciado vivamente la aportación apostólica
de los fieles laicos, hombre y mujeres, a favor de la evangelización, de la
santificación y de la animación cristiana de las realidades temporales, como
también su generosa disponibilidad a la suplencia en situaciones de
emergencia y necesidad crónica.

Como consecuencia de la renovación litúrgica promovida por el Concilio, los


mismos fieles han tomado una más viva conciencia de las tareas que les
corresponden en la asamblea litúrgica y en su preparación, y se han
manifestado ampliamente dispuestos a desempeñarlas. En efecto, la
celebración litúrgica es una acción sacra no sólo del clero, sino de toda la
asamblea. Por tanto, es natural que las tareas no propias de los ministros
ordenados sean desempeñadas por los fieles laicos. Después, ha sido
espontáneo el paso de una efectiva implicación de los fieles laicos en la acción
litúrgica a aquélla en el anuncio de la Palabra de Dios y en la cura pastoral.

En la misma Asamblea sinodal no han faltado, sin embargo, junto a los


positivos, otros juicios críticos sobre el uso indiscriminado del término
“ministerio”, la confusión y tal vez la igualación entre el sacerdocio común y el
sacerdocio ministerial, la escasa observancia de cierta leyes y normas
eclesiásticas, la interpretación arbitraria del concepto de “suplencia”, la
tendencia a la “clericalización” de los fieles laicos y el riesgo de crear de hecho
una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada en el sacramento del
Orden.

Precisamente para superar estos peligros, los Padres sinodales han insistido
en la necesidad de que se expresen con claridad –sirviéndose también de una
terminología más precisa– tanto de la unidad de misión de la Iglesia, en la que
participan todos los bautizados como la sustancial diversidad del ministerio de
los pastores, que tiene su raíz en el sacramento del Orden, respecto de los
otros ministerios, oficios y funciones eclesiales, que tienen su raíz en los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación.

Es necesario pues, en primer lugar, que los pastores, al reconocer y al conferir


a los fieles laicos los varios ministerios, oficios y funciones, pongan el máximo
cuidado en instruirles acerca de la raíz bautismal de estas tareas. Es
necesario también que los pastores estén vigilantes para que se evite un fácil
y abusivo recurso a presuntas “situaciones de emergencia” o de “necesaria
suplencia”, allí donde no se dan objetivamente o donde se es posible
remediarlo con una programación pastoral más racional.
22
Está ante nuestros ojos un párrafo vital en la identidad laical de los bautizados
que dan un servicio en algún campo ministerial de las tareas de la Iglesia. Sea
que den un servicio en el área profética, litúrgica o social deben hacerlo sin
menoscabo de su identidad laical y de los compromisos seculares que esta
conlleva

Pueden existir laicos que aspiren a dar servicios intraeclesiales huyendo de


los que les son propios en el campo secular, sea por temor, sea por
ignorancia. Pongamos suma atención a los que nos enseña este párrafo del
número 23 de Christifideles Laici que a su vez es una cita de Evangeli
nuntiandi 70.

Los diversos ministerios, oficios y funciones que los fieles laicos pueden
desempeñar legítimamente en la liturgia, en la transmisión de la fe y en las
estructuras pastorales de la Iglesia, deberán ser ejercitados en conformidad
con su específica vocación laical, distinta de aquella de los sagrados ministros.
En este sentido, la exhortación Evangelli nuntiandi, que tanta y tan beneficiosa
parte ha tenido en el estimular la diversificada colaboración de los fieles laicos
en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia, recuerda que “el campo
propio de su actividad evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la
política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura,
de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de
comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a
la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los
adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento. Cuantos más laicos haya
compenetrados con el espíritu evangélico, responsables de estas realidades y
explícitamente comprometidos en ellas, competentes en su promoción y
conscientes de tener que desarrollar toda su capacidad cristiana, a menudo
ocultada y sofocada, tanto más se encontraran estas realidades al servicio del
Reino de Dios –y por tanto de la salvación en Jesucristo–, sin perder ni
sacrificar nada de su coeficiente humano, sino manifestando una dimensión
trascendente a menudo desconocida”.

Concluimos que bajo riesgo de un desequilibrio en su vida e identidad cristiana


laical, todo laico debe trabajar primeramente en el campo propio de su
actividad evangelizadora que es el mundo de la política, de la realidad social,
etc., y simultáneamente, dar su servicio intraeclesial en alguna área de las
tareas de la Iglesia.

23
En este número 24 de los carismas es muy amplio en comparación con el
número 12 de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, en donde se
aluden sin llegar a desarrollar una enseñanza completa. Hoy día, todos
estamos descubriendo la dimensión carismática de nuestra Iglesia y nuestro
propio carisma que el Espíritu Santo nos ha dado por ser bautizado y
confirmados, como ya lo afirmó el número 21 de este mismo documento.

Quisiéramos ahora presentar la diferencia entre los 7 dones del Espíritu Santo
y los carismas que otorga el Espíritu Santo y que son innumerables.

LOS 7 DONES
1. Son el de sabiduría, consejo, entendimiento, ciencia, fortaleza, piedad,
temor de Dios.
2. Aparecen en Isaías 11, 1-2
3. Los recibimos en germen en el bautismo junto con las tres virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad, y con la gracia santificante.
4. El tenerlos es signo de santidad y progreso en la vida cristiana
5. Solo se tienen en estado de gracia.
6. Para desarrollarse presuponen el ejercicio de las virtudes cardinales que a
su vez se desarrollan por medio de la ascética.

LOS CARISMAS
1. Son innumerables, existen diversas listas en la Biblia. Los hay
extraordinarios, como el de curación, milagros y, simples y sencillos como el
de enseñar
2. Aparecen en 1Cor 12,4-10; 1Cor 12,28; Ef 4,11: Rom 12,6-8; 1Pe 4,10.
3. Los recibimos germinales en la Confirmación
4. El tenerlos, aún los extraordinarios, no son signos de santidad, sino son
gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad
eclesial, es decir, habilitan a un ministerio
5. Se pueden ejercer aún sin el estado de gracia como la afirma MT 7,22-23
6. Se desarrollan insertándose en las capacidades naturales del cristiano.
Según el principio de santo Tomás: la gracia supone la naturaleza y se cultiva
a través de la formación cristiana laical y el ejercicio del apostolado.

En conclusión los 7 dones habitan el “ser” cristiano y los carismas lo habilitan


para el “hacer” cristiano. Ambos son necesarios para una equilibrada vida
cristiana: ser santo para ser buen apóstol.

Aspiremos a descubrir y ejercer los carismas que hay en nosotros para dar los
servicios en y para la Iglesia, cultivando simultáneamente nuestra vida de
oración y las virtudes cardinales que posibiliten el crecimiento de los dones del
Espíritu Santo.
24
Los carismas

El Espíritu Santo no sólo confía diversos misterios a la Iglesia-Comunión, sino


que también la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados
carismas. Estos pueden asumir las más diversas formas, sea en cuanto
expresiones de la absoluta libertad del Espíritu que los dona, sea como
respuesta a las múltiples exigencias de la historia de la Iglesia. La descripción
y la clasificación que los textos neotestamentarios hacen de estos dones, es
una muestra de su gran variedad: “A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para la utilidad común. Porque a uno le es dada por el Espíritu; a
otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único
Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro el don de profecía, a otro el don de
discernir los espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, finalmente, el don
de interpretarlas”. 1Cor 12,7-10; cf 1Cor 12,4-6- 28-31; Rom 12,6-8; 1Pe 4,10-
11

Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son siempre


gracias de Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad
eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los
hombres y a las necesidades del mundo.

Incluso en nuestros días, no falta el florecimiento de diversos carismas entre


los fieles laicos, hombres y mujeres. Los carismas se conceden a la persona
concreta; pero pueden ser participados también por otros y, de modo, se
continúan en el tiempo como viva y preciosa herencia, que genera una
particular afinidad espiritual entre las personas. Refiriéndose precisamente al
apostolado de los laicos, el Concilio Vaticano II escribe; Para el ejercicio de
este apostolado el Espíritu santo, que obra la santificación del Pueblo de Dios
por medio del ministerio y de los sacramentos, otorga también a los fieles
dones particulares, cf. 1Cor 12,7, “distribuyendo a cada uno según quien
quiere”, cf. 1 Cor 12,11, para que “poniendo cada uno la gracia recibida al
servicio de los demás”, contribuyan también ellos “como buenos
dispensadores de la multiforme gracia recibida de Dios, 1Pe 4,10, a la
edificación de todo el cuerpo en la caridad”. cf. Ef 4,16

Los dones del Espíritu Santo exigen –según la lógica de la originaria donación
de la que proceden– que cuantos los han recibido, los ejerzan para el
crecimiento de toda la Iglesia, como lo recuerda el Concilio.

Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los
recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular
riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero
25
Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del
Espíritu. En este sentido siempre es necesario el discernimiento de los
carismas en realidad, como han dicho los Padres sinodales “la acción del
Espíritu Santo, que sopla donde quiere, no siempre es fácil de reconocer y e
acoger. Sabemos que Dios actúa en todos los fieles cristianos y somos
conscientes de los beneficios que provienen de los carismas tanto para los
individuos como para toda la comunidad cristiana. Sin embargo, somos
también conscientes de la potencia del pecado y de sus esfuerzos tendientes
a turbar y confundir la vida de los fieles y de la comunidad.

Por tanto, ningún carisma dispensa de la relación y sumisión a los Pastores de


la Iglesia. El concilio dice claramente: “El juicio sobre su autenticidad (de los
carismas) y sobre su ordenado ejercicio pertenece a aquellos que presiden en
la Iglesia, a quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino
examinarlo todo y retener lo que es bueno” cf. 1 Ts 5,12.19-21, con el fin de
que todos los carismas cooperen en su diversidad y complementariedad, al
bien común

Muchos cristianos, sacerdotes o laicos, nos preguntamos cómo hacer


fructificar un carisma, sea en nosotros mismos o en los demás miembros de la
comunidad eclesial.

Hay también sacerdotes que batallan para encontrar laicos comprometidos, es


decir, batallan para encontrar laicos que hayan desarrollado sus carismas y
quieran hacerlos fructificar en los ministerios. Es por eso que marcamos los
siguientes pasos, basados en la experiencia pastoral para cultivar los carismas
que todos y cada uno tenemos.

1. Es en el sacramento de la Confirmación donde el Espíritu Santo nos da a


todos y cada uno carismas para el crecimiento de la Iglesia. Por lo tanto, todos
tenemos carismas cumpliéndose así lo que nos dice el libro de los Hechos:
“Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; el vendrá sobre ustedes
para que sean mis testigos…” Hch 1,8. Por lo tanto, los carismas son
normales dentro de la Iglesia y no son privativos de ningún movimiento.

2. Existe, sin embargo, una diversidad enorme de carismas, y por lo tanto, un


diversidad enorme de ministerios o servicio. “A cada uno de nosotros, sin
embargo, le ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo” Ef
4,7. Hay por lo tanto, pluralidad, diversidad y complementariedad en los
carismas y en los servicios de ellos se originan en el Cuerpo de Cristo.

3. Lumen Gentium 12 nos dice: “el juicio de su autenticidad y de su


ejercicio en lo razonable, pertenece a quien tienen la autoridad en la
26
Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino
probarlo todo y retener lo que es bueno” 1Tes 5,12.19-21. Aquí se marca el
trabajo de los párrocos y de todo sacerdote en general. Está invitado a
descubrir los carismas en los miembros de su comunidad, ubicar a cada uno
en su propio carisma y así ubicarlo en su propio servicio o ministerio, es decir,
vigilar y coordinar su ejercicio razonable para el crecimiento de la comunidad
cristiana. Si esto se hace, tendrá muchos agentes de pastoral en su parroquia.

4. Para detectar mis propios carismas o los carismas de los demás debemos
detectar primero nuestras CUALIDADES NATURALES con las que hemos
nacido y que hemos cultivado nuestra vida humana. Son en estas cualidades
naturales en donde el Espíritu Santo hace enraizar los carismas. Santo Tomás
lo explica diciendo una ley de la vida cristiana: LA GRACIA NO DESTRUYE
LA NATURALEZA, SINO QUE LA PRESUPONE, ELEVA Y PERFECCIONA.
Se requiere, pues, el conocimiento sano de sí mismo y de los donde naturales
recibidos de Dios, que deben ser cultivados. En la misma línea de mis
cualidades naturales están los carismas que el Espíritu Santo me da y en esa
misma línea el servicio o ministerio que debo ejercer en el cuerpo místico de
Cristo.

Por lo tanto, un líder en nuestra Iglesia, sea ordenado o laico, está invitado a
descubrir o cultivas las cualidades naturales de los miembros de su
comunidad, es decir a convertirse en agente de pastoral.

5. Por último, no basta descubrir un carisma, sino requiere cultivo y educación.


El gran san Pablo fue primero discípulo y compañero de Bernabé; primero
tuvo que aprender. Es trabajo normal de los sacerdotes, el que eduquemos y
formemos los carismas de nuestros laicos, es papel nuestro, ser maestros de
nuestras comunidades.

La participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia

25
Este número 25 nos muestra el campo eclesial donde los laicos deben realizar
su servicio: las diócesis, bajo la dirección de un obispo. Es en las diócesis
donde existe y se manifiesta la Iglesia universal, y el otro campo donde deben
realizar su apostolado es la parroquia, que es una célula de la diócesis y de la
que se hablará extensamente en el próximo número. Dicho de otra manera
todo servicio que un laico quiera prestar no pude ser a su arbitrario ni por su
cuenta sino únicamente como miembro de una diócesis y de una parroquia en
comunión y sometimiento a su obispo y a su párroco.

27
Los fieles laicos participan en la vida de la Iglesia no sólo llevando a cabo sus
funciones y ejercitando carismas, sino también de otros muchos modos.
Tal participación encuentra su primera y necesaria expresión en la vida y
misión de la Iglesias particulares, de la diócesis, en las que “verdaderamente
está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica”.

Iglesias particulares e Iglesia universal

Para poder participar adecuadamente en la vida eclesial es del todo urgente


que los fieles laicos posean una visión clara y precisa de la Iglesia particular
en su relación originaria con la Iglesia universal. La Iglesia particular no nace a
partir de una especie de fragmentación de la Iglesia universal, ni la Iglesia
universal se constituye con la simple agregación de las Iglesias particulares;
sino que hay un vínculo vivo, esencial y constante que las une entre sí, en
cuanto que la Iglesia universal existe y se manifiesta en las Iglesias
particulares. Por esto dice el Concilio que las Iglesias particulares están
“formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a partir de las
cuales existe una sola y única Iglesia católica”.

El mismo Concilio anima a los fieles laicos para que vivan activamente su
pertenencia a la Iglesia particular, asumiendo al mismo tiempo una amplitud
de miras cada vez más “católica”. “Cultiven constantemente –leemos en el
Decreto sobre el apostolado de los laicos– el sentido de la diócesis, de la cual
es la parroquia como una célula, siempre dispuestos, cuando sean invitados
por su Pastor, a unir sus propias fuerzas a las iniciativas diocesanas. Es más,
para responder a las necesidades de la ciudad y de las zonas rurales, no
deben limitar su cooperación a los confines de la parroquia o de la diócesis,
sino que han de procurar ampliarla al ámbito interparroquial, interdiocesano,
nacional o internacional; tanto más cuando los crecientes desplazamientos
demográficos, el desarrollo de las mutuas relaciones y la facilidad de las
comunicaciones no consienten ya a ningún sector de la sociedad permanecer
cerrado en sí mismo. Tengan así presente las necesidades del pueblo de Dios
esparcido por toda la tierra”.

En este sentido, el reciente Sínodo ha solicitado que se favorezca la creación


de los Consejos Pastorales diocesanos, a los que se pueda recurrir según las
ocasiones. Ellos don la principal forma de colaboración y el diálogo, como
también de discernimiento, a nivel diocesano. La participación de los fieles
laicos en estos Consejos podrá ampliar el recurso a la consultación, y hará
que el principio de colaboración –que en determinados casos es también de
decisión– sea aplicado de un modo más fuerte y extenso.

28
Está prevista en el Código del Derecho Canónico la participación de los fieles
laicos en los Sínodos diocesanos y en los Concilios particulares, provinciales o
plenarios. Esta participación podrá contribuir a la comunión y misión eclesial
de la Iglesia particular, tanto en su ámbito propio, como en relación con las
demás iglesias particulares de la provincia o de la Conferencia Episcopal.

Las Conferencias Episcopales quedan invitadas a estudiar el modo más


oportuno de desarrollar, a nivel nacional o regional, la consultación y
colaboración de los fieles laicos, hombres y mujeres. Así, los problemas
comunes podrán ser bien sopesados y se manifestará mejor la comunidad
eclesial de todos.

Si bien, un laico nunca debe perder su horizonte de ser miembro de la Iglesia


universal y de una diócesis en particular ni de su dependencia del Papa y del
propio obispo; es un su parroquia donde la mayoría de los laicos ejercen de
hecho su compromiso apostólico concreto bajo la autoridad de su párroco
según los lineamientos del Plan Diocesano de Pastoral.

Los números 26 y 27 abren el horizonte a la comprensión de la comunidad


parroquial y sus posibilidades de compromiso apostólico, invitando a los laicos
que se habitúen a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes.

La parroquia
La comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal,
encuentra su expresión más visible e inmediata de la parroquia. Ella es la
última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido la misma Iglesia que vive
entre las casas de sus hijos y de sus hijas.

Es necesario que todos volvamos a descubrir, por la fe, el verdadero rostro de


la parroquia; o sea, el “misterio” mismo de la Iglesia presente y operante en
ella. Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque
otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios o casi perdida
en medio de populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es
principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de
Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”, es “una casa
de familia, fraterna y acogedora”, es la “comunidad de los fieles”.

En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque


ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad
idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su
edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda
la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser la parroquia una comunidad
de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros
29
ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco –que representa al
Obispo diocesano– es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular.

Ciertamente es inmensa la tarea que ha de realizar la Iglesia en nuestros días;


y para llevarla a cabo no basta la parroquia sola. Por esto, el Código de
Derecho Canónico prevé formas de colaboración entre parroquias en el ámbito
del territorio y recomienda al Obispo el cuidado pastoral ordinaria. En efecto,
son necesarios muchos lugares y formas de presencia y de acción, para poder
llevar la palabra y la gracia del Evangelio a las múltiples y variadas
condiciones de vida de los hombres de hoy. Igualmente, otras muchas
funciones de irradiación religiosa y de apostolado de ambiente en el campo
cultural, social, educativo, profesional, etc., no pueden tener como centro o
punto de partida la parroquia. Y sin embargo, también en nuestros días la
parroquia está conociendo una época nueva y prometedora. Como decía
Pablo VI, al inicio de su pontificado, dirigiéndose al Clero romano; “Creemos
simplemente que la antigua y venerada estructura de la Parroquia tiene una
misión indispensable y de gran actualidad; a ella corresponde crear la primera
comunidad del pueblo cristiano; iniciar y congregar al pueblo en la normal
expresión de la vida litúrgica; conservar y reavivar la fe en la gente de hoy;
suministrarle la doctrina salvadora de Cristo; practica en el sentimiento y en
las obras de caridad sencilla de las obras buenas y fraternas”.
Por su parte, los Padres sinodales han considerado atentamente la situación
actual de muchas parroquias, solicitando una decidida renovación de las
mismas: “Muchas parroquias, sea en regiones urbanas, sea en tierras de
misión, no pueden funcionar con la plenitud efectiva debido a la falta de
medios materiales o de ministros ordenados, o también a causa de la excesiva
extensión geográfica y por la condición especial de algunos cristianos (como,
por ejemplo, los exiliados y los emigrantes).

Para que todas estas parroquias sean verdaderamente comunidades


cristianas, las autoridades locales deben favorecer: a)la adaptación de las
estructuras parroquiales con la amplia flexibilidad que concede el Derecho
Canónico, sobre todo promoviendo la participación de los laicos en las
responsabilidades pastorales; b)las pequeñas comunidades eclesiales de
base, también llamadas comunidades vivas, donde los fieles pueden
comunicar mutuamente la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco
servicio y en el amor; estas comunidades son verdaderas expresiones de la
comunión eclesial y centros de evangelización, en comunión con sus
Pastores”. Para la renovación de las parroquias y para asegurar mejor su
eficacia operativa, también se deben favorecer formas institucionales de
cooperación entre las diversas parroquias de un mismo territorio.

27 El compromiso apostólico en la parroquia.


30
Ahora es necesario considerar más de cerca la comunión y la participación de
los fieles laicos en la vida de la parroquia. En este sentido, se debe llamar la
atención de todos los fieles laicos, hombres y mujeres, sobre una expresión
muy cierta, significativa y estimulante del Concilio: “Dentro de las comunidades
de la Iglesia –leemos en el Decreto sobre el apostolado de los laicos– su
acción es tan necesaria, que sin ella, el mismo apostolado de los Pastores no
podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena eficacia”. Esta
afirmación radical se debe entender, evidentemente, a la luz de la
“eclesiología de comunión”; siendo distintos y complementarios, los ministerios
y os carismas son necesarios para el crecimiento de la Iglesia, cada uno
según su propia modalidad.

Los fieles laicos deben estar cada vez más convencidos del particular
significado que asume el compromiso apostólico en su parroquia. Es de nuevo
el Concilio quien lo pone de relieve autorizadamente: “La parroquia ofrece un
ejemplo luminoso de apostolado comunitario, fundiendo en la unidad todas las
diferencias humanas que allí se dan e insertándolas en la universalidad de la
Iglesia. Los laicos han de habituarse a trabajar en la parroquia en íntima unión
con sus sacerdotes, a exponer a la comunidad eclesial sus problemas y los del
mundo y las cuestiones que se refieren a la salvación de los hombres, para
que sean examinados y resueltos con la colaboración de todos; a dar, según
sus propias posibilidades, su personal contribución en las iniciativas
apostólicas y misioneras de su propia familia eclesiástica”.

La indicación conciliar respecto al examen y solución de los problemas


pastorales “con la colaboración de todos”, debe encontrar un desarrollo
adecuado y estructurado en la valorización más convencida, amplia y decidida
de los Consejos pastorales parroquiales, en los que han insistido, con justa
razón, los Padres sinodales.

En las circunstancias actuales, los fieles laicos pueden y deben prestar una
gran ayuda al crecimiento de una auténtica comunión eclesial en sus
respectivas parroquias, y en el dar nueva vida al afán misionero dirigido hacia
los no creyentes y hacia los mismos creyentes que han abandonado o limitado
la práctica de la vida cristiana.

Si la parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres,


ella vive y obra entonces profundamente injertada en la sociedad humana e
íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas. A menudo el contexto
social, sobre todo en ciertos países y ambientes, está sacudido violentamente
por fuerzas de disgregación y deshumanización. El hombre se encuentra
perdido y desorientado; pero en su corazón permanece siempre el deseo de
31
poder experimentar y cultivar unas relaciones más fraternas y humanas. La
respuesta de ese deseo puede encontrarse en la parroquia, cuando ésta, con
la participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria vocación
y misión: ser en el mundo el “lugar” de la comunión de los creyentes y, a la
vez, “signo e instrumento” de la común vocación a la comunión; en una
palabra ser la casa abierta a todos y al servicio de todos, o, como preferiría
llamarla el Papa Juan XX!!!, ser la fuente de la aldea, a la que todos acuden
para calmar su sed.

Conclusión
Capítulo II de Christifideles Laici es vital para entender la ministerialidad en
nuestra Iglesia, y nos motiva a seguir estudiando, a sacerdotes y laicos, este
documento que es llamado la Carta Magna del Laicado.

ECLESIA IN AMERICA
Exhortación apostólica postsinodal
Juan Pablo II, México 1999

De este importante documento únicamente estudiaremos los dos números que


se relacionan con los MEC, invitando a los estudiantes a comprar y leer
detenidamente este documento del Papa.

44. Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia


“La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo
de Dios congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
subraya que son comunes a la dignidad de todos los bautizados la imitación y
el seguimiento de Cristo, la comunión mutua y el mandato misional”. Es
necesario, por tanto, que los fieles sean conscientes de su dignidad de
bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente “el
testimonio y la acción evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo
de Dios con espiritualidad de comunión conducen a sus hermanos al
encuentro con Jesucristo vivo. La renovación de la Iglesia en América no será
posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en
ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia”.

Los ámbitos en lo que se realiza la vocación de los fieles son dos:


El primero, y más propio de su condición laical, es el de las realidades
temporales, que están llamados a ordenar según la voluntad de Dios.

En efecto, “con su peculiar modo de obrar, el Evangelio es llevado dentro de


las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente consagran el
mismo mundo a Dios”. Gracias a los fieles laicos, “la presencia y la misión de
la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de
32
carismas y ministerios que posee el laicado. La secularizad es la nota
característica y propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en
la vida familiar, social, laboral, cultural y política, a cuya evangelización es
llamado. En un continente en el que aparecen la emulación y la propensión a
agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están
llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia,
el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las
condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en
gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio.

América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades


directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de
actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien
común.

En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como


administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de
la propia santificación. Para ello es necesario que sean formados tanto en los
principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en nociones
fundamentales de la teología del laicado. El conocimiento profundo de los
principios éticos y de los valores morales cristianos les permitirá hacerse
promotores en su ambiente, proclamándolos también ante la llamada
“neutralidad del Estado”.

Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a


trabajar, y que puede llamarse “intraeclesial”.

Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de aportar sus talentos y


carismas a la “construcción de la comunidad eclesial como delegados de la
Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores
de grupo, etc. “. Los padres sinodales han manifestado el deseo de que la
Iglesia reconozca a algunas de estas tareas como ministerios laicales,
fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo
el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del Orden. Se
trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio constituí hace ya algún
tiempo, una Comisión especial y sobre el que los organismos de la Santa
Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas directivas. Se han de
fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien preparados, hombres
y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo,
una posible confusión con los ministerios ordenados y con las actividades
propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común
de los fieles del sacerdocio ministerial.

33
A este respecto, los padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a
los laicos sean bien “distintas de aquellas que son etapas para el ministerio
ordenado” y que los candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado.
Igualmente se ha observado que estas tareas laicales “no deben conferirse
sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido formación exigida,
según criterios determinados: una cierta permanencia, una real disponibilidad
con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar cuenta
a su propio pastor”. De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los
laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado
coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos
por los sacerdotes: el ámbito de las realidades temporales.

45. Dignidad de la mujer

(Muchos de los MEC son mujeres, por eso nos conviene conocer lo que dicen
nuestros obispos sobre la mujer)

Merece una especial atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones


he querido expresar mi aprecio por la aportación específica de la mujer al
progreso de la humanidad y reconocer sus legítimas aspiraciones a participar
plenamente en la vida eclesial, cultural, social y económica. Sin esta
aportación se perderían algunas riquezas que sólo el “genio de la mujer”
puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No reconocerlo
sería una injusticia histórica especialmente en América, si se tiene en cuenta
la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente,
como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, “su papel
fue decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado
de la salud”.

En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es


todavía objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los
pobres en América es también el rostro de muchas mujeres. En este sentido,
los Padres sinodales han hablado de un “aspecto femenino de la pobreza”. La
Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, común a todas
las personas. Ella “denuncia la discriminación, el abuso sexual y la
prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios”. En
particular, deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de
las mujeres, sobre todo de las más pobres y marginadas, que practicada a
menudo de manera engañosa, sin saberlo las interesadas; esto en mucho más
grave cuando se hace para conseguir ayudas económicas a nivel
internacional.

La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su


34
preocupación por la mujer y a defenderlas “de modo que la sociedad en
América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la
maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres”.

Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable


en la vida y misión de la Iglesia, como también se ha de reconocer la
necesidad de la sabiduría y cooperación de las mujeres en las tareas
directivas de la sociedad americana.

Capítulo 3.

3. INSTRUCCIONES SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA


COLABORACIÓN DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO
DE LOS SACERDOTES

OBJETIVO 3

INSTRUCCIONES SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA


COLABORACIÓN DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO
DE LOS SACERDOTE

Introducción dada en el Vaticano 1997

Estudiaremos únicamente los párrafos de esta instrucción relacionados con


los ministros extraordinarios de la comunión, sugiriendo leer los restantes.

PREMISA
1. Del misterio de la Iglesia nace la llamada dirigida a todos los miembros del
Cuerpo místico para que participen activamente en la misión y edificación del
Pueblo de Dios en una comunión orgánica, según los diversos ministerios y
carismas. En las Asambleas generales ordinarias del Sínodo de los Obispos,
se ha reafirmado la identidad, en la común dignidad y diversidad de funciones
propias, de los fieles laicos, de los sagrados ministros y de los consagrados, y
se ha estimulado a todos los fieles a edificar la Iglesia colaborando en
comunión para la salvación del mundo.

Es necesario tener presente la urgencia y la importancia de la acción


apostólica de los fieles laicos en el presente y en el futuro de la evangelización

2. El Sínodo de los Obispos de 1987 ha constatado “como el Espíritu ha


continuado a rejuvenecer la Iglesia suscitando nuevas energía de santidad y

35
de participación en tantos fieles laicos. Esto es testimoniado, entre otras
cosas,

 por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes religiosos y fieles


laicos;
 por la participación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios
y en la catequesis;
 por los múltiples servicios y tareas confiadas a los fieles laicos y por ellos
asumidas;
 por el fresco florecer de grupos, asociaciones y movimientos de
espiritualidad y de compromiso laical;
 por la participación más amplia y significativa de las mujeres en la vida de la
Iglesia y en el desarrollo de la sociedad”.

3. En particular los Pastores son invitados


“a reconocer y promover los ministerios, los oficios y las funciones de los fieles
laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la
Confirmación, y además, para muchos de ellos, en el Matrimonio”

Hoy el prioritario compromiso de la nueva evangelización, que implica a todo


el Pueblo de Dios, exige junto al “especial protagonismo” del sacerdote, la total
recuperación de la conciencia de la índole secular de la misión del laico.

Esta empresa abre de par en par a los fieles laicos horizontes inmensos –
algunos de ellos todavía por explorar– de compromiso secular:
 en el mundo de la cultura
 el arte, del espectáculo
 de la búsqueda científica, del trabajo,
 de los medios de comunicación,
 de la política,
 de la economía, etc.,
y les pide de genialidad de crear siempre modalidades más eficaces para que
estos ambientes encuentren a Jesucristo en la plenitud de su significado.

4. Dentro de esta vasta área de trabajo existe un campo más especial, aquel
que se relaciona con el sagrado ministerio de los clérigos, en el ejercicio del
cual pueden ser llamados a colaborar los fieles laicos, hombre y mujeres, y,
naturalmente, también los miembros no ordenados de los Institutos de Vida
Consagrada y de las Sociedades de la Vida Apostólica. A tal ámbito particular
se refiere el Concilio Ecuménico Vaticano II, allí en donde enseña: “La
jerarquía encomienda a los seglares ciertas funciones que están más
estrechamente unidas a los deberes de los pastores, como, por ejemplo.
36
 en la disposición de la doctrina cristiana,
 en determinados actos litúrgicos
 y en la cura de almas”.

Precisamente porque se trata de tareas íntimamente relacionadas con los


deberes de los pastores –que para ser tales deben ser marcados con el
Sacramento del Orden– se exige, de parte de todos aquellos que en cualquier
modo están implicados, una particular atención para que se salvaguarden
bien, sea la naturaleza y la misión del sagrado ministerio, sea la vocación y la
índole secular de los fieles laicos.

Colaborar no significa, en efecto, sustituir.

5. Debemos constatar, con viva satisfacción, que en muchas Iglesias


particulares la colaboración de los fieles no ordenados en el ministerio pastoral
del clero se desarrolla de una manera bastante positiva, con abundantes frutos
de bien, en el respeto los límites fijados por la naturaleza de los sacramentos y
por la diversidad de carismas y funciones eclesiales, con solución generosas e
inteligentes para hacer frente a las situaciones de falta o escasez de sagrados
ministros.

Tales fieles son llamados y delegados para asumir precisas tareas, tan
importantes cuanto delicadas, sostenidos por la gracia del Señor,
acompañados por los sagrados ministros y bien acogidos por las comunidades
en favor de las cuales prestan el propio servicio. Los sagrados pastores
agradecen profundamente la generosidad con la cual numerosos consagrados
y fieles laicos se ofrecen para este específico servicio, desarrollado con un fiel
sensus Ecclesiae (sentido eclesial) y edificante dedicación. Particular gratitud
y estímulo va a cuantos asumen estas tareas en situaciones de persecución
de la comunidad cristiana, en los ambientes de misión, sean ellos territoriales
o culturales, allí en donde la Iglesia aún está escasamente radicada, y la
presencia del sacerdote es sólo esporádica.

PRINCIPIOS TEOLÓGICOS

1. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial


Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha deseado que su único e indivisible
sacerdocio fuese participado a su Iglesia. Esta es el pueblo de la nueva
alianza, en la cual, por la “regeneración y la acción del Espíritu Santo, los
bautizados son consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio
santo, para ofrecer, mediante todas las actividades del cristiano, sacrificios
37
espirituales y hacer conocer los prodigios de Aquel que de las tinieblas le
llamó a su admirable luz” cfr. 1 Pe 2,4-10. “Un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo. Ef 4,5
 Común es la dignidad de los miembros que deriva de su regeneración en
Cristo, común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección”.
 Vigente entre todos una “auténtica igualdad en cuanto a la dignidad ya la
acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo”, algunos son constituidos, por voluntad de Cristo, “doctores,
dispensadores de los misterios y pastores para los demás”.
 Sea el sacerdocio común de los fieles, sea el sacerdocio ministerial o
jerárquico, “aunque diferentes esencialmente y no sólo de grado, se ordenan,
sin embargo en uno al otro, pues ambos participan a su manera del único
sacerdocio de Cristo”. Entre ellos se tiene una eficaz unidad porque el Espíritu
Santo unifica a la Iglesia en la comunión y en el servicio, y la provee de
diversos dones jerárquicos y carismáticos.
 La diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial
no se encuentra, por tanto, en el sacerdocio ministerial no se encuentra, por
tanto, en el sacerdocio de Cristo, el cual permanece siempre único e
indivisible, ni tampoco en la santidad a la cual todos los fieles son llamados:
“En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de
santidad respecto al sacerdocio común de los fueles; pero por medio de él, los
presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, para que puedan
ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio
común que les ha sido conferido”.
 En la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, está vigente la diversidad
de miembros y de funciones, pero uno solo es el Espíritu, que distribuye sus
variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la necesidad de
servicios. cfr. 1 Cor 12,1-11

La diversidad está en relación con el modo de participación al sacerdocio de


Cristo y es esencial en el sentido que “mientras el sacerdocio común de los
fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal –vida de fe, de
esperanza y caridad, vida según el Espíritu– el sacerdocio ministerial está al
servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de
todos los cristianos”.

En consecuencia, el sacerdocio ministerial “difiere del sacerdocio común de


los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles”.

Con este fin se exhorta el sacerdote “a creer en la conciencia de la profunda


comunión que lo vincula al Pueblo de Dios” para “suscitar y desarrollar la
corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y
38
cordial valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los
creyentes para la edificación de la Iglesia”.

Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y


de los presbíteros de aquel común de los fieles, y delinean en consecuencia
los confines de colaboración de estos en el sagrado ministerio, se pueden
sintetizar así:

a) el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y está


dotado de una potestad sacra, la cual consiste en la facultad y responsabilidad
de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor.

b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la


Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la
celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles.

Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en


cuanto tal ministerios continúa la misión recibida de los Apóstoles de parte de
Cristo, es punto esencial de la doctrina eclesiológica católica.

El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los


Apóstoles para la edificación de la Iglesia: “está totalmente al servicio de la
Iglesia misma”. “A la naturaleza sacramental del ministerio eclesial está
intrínsecamente ligado el carácter de servicio. Los ministerios en efecto, en
cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la misión y
autoridad, son verdaderamente “esclavos de Cristo” cfr. Rm 11, a imagen de
El que, libremente ha tomado por nosotros “la forma de siervo” Flp 2,7. Como
la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo
que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de
todos”.

2. Unidad y diversidad en las funciones ministeriales


Las funciones del ministerio ordenado, tomadas en su conjunto, constituyen,
en razón de su único fundamento, una indivisible unidad. Una y única, en
efecto como en Cristo, es la raíz de acción salvífica, significada y realizada por
el ministro en el desarrollo de las funciones de enseñar, santificar y gobernar a
los fieles.

He aquí el triple munus de Cristo y del ministerio ordenado traducido al


castellano:
1. Munus docendi = función de enseñar al pueblo de Dios
2. Munus sanctificandi = función de santificar al pueblo de Dios
3. Munus regendi = función de pastorear al pueblo de Dios
39
Esta unidad cualifica esencialmente el ejercicio de las funciones del sagrado
ministerio, que son siempre ejercicio, bajo diversas prospectivas, de la función
de Cristo, Cabeza de la Iglesia.

Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministerio ordenado del munus docendi,
sanctificandi et regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral, las
diferentes funciones de los sagrados ministros, formando una indivisible
unidad, no se pueden entender separadamente las unas de las otras, al
contrario, se deben considerar en su mutua correspondencia y
complementariedad.

Sólo en algunas de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los


pastores otros fieles no ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la
legítima Autoridad y en los debidos modos.

“En efecto, El mismo conforta constantemente su cuerpo, que es la Iglesia,


con los dones de los ministerios, por los cuales, con la virtud derivada de Él,
nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación”.

“El ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor: en realidad no es
la tarea la que constituye a un ministro, si no la ordenación sacramental.

Solo el Sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado de los Obispos y


los presbíteros una peculiar participación al oficio de Cristo Cabeza y Pastor y
a su sacerdocio eterno. La función que ejerce el laico en calidad de suplente,
adquiere su legitimación, inmediatamente y formalmente, de la delegación
oficial dada por los pastores, y en su concreta actuación es dirigido por la
autoridad eclesiástica”.

Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prácticas tendientes a


suplir a las carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la
comunidad, en algunos casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio
común de los fieles que tergiversa la índole y el significado específico,
favoreciendo, entre otras cosas, la disminución de los candidatos al
sacerdocio y oscureciendo la especificidad del seminario como lugar típico
para formación del ministro ordenado.

3. Insustituibilidad del ministerio ordenado


Una comunidad de fieles para ser llamada Iglesia y para serlo
verdaderamente, no puede derivar su guía en criterios organizativos de
naturaleza asociativa o política. Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía,
porque es El fundamentalmente quien ha concedido a la misma Iglesia el
40
ministerio apostólico, por lo que ninguna comunidad tiene el poder de darlo a
sí misma, o de establecerlo por medio de una delegación. El ejercicio del
munus (función) de magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canónica o
jurídica determinación de parte de la autoridad jerárquica.

El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la


comunidad como Iglesia: “no se debe pensar en el sacerdocio ordenado (…)
como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera
concebirse como constituida ya sin este sacerdocio”. En efecto, si en la
comunidad llega a faltar el sacerdote, ella se encuentra privada de la
presencia y de la función sacramental de Cristo, Cabeza y Pastor, esencial
para la vida misma de la comunidad eclesial.

El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible. Se llega a la


conclusión inmediatamente de la necesidad de una pastoral vocacional que
sea diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los
necesarios ministros como también a la necesidad de reservar una cuidadosa
formación a cuantos, en los seminarios, se preparan para recibir el
presbiterado. Otra solución para enfrentar los problemas que se derivan de la
carencia de sagrados ministros resultaría precaria.

“el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la


cual ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana”.

4. La colaboración de fieles no ordenados en el ministerio pastoral


En los documentos conciliares, entre otros varios aspectos de la participación
de fieles no marcados por el carácter del Orden a la misión de la Iglesia, se
considera su directa colaboración en las tareas específicas de los pastores.

En efecto, “cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exige,


los pastores pueden confiar a los fieles no ordenado, según las normas
establecidas por el derecho universal, algunas tareas que están relacionadas
con su propio ministerio de pastores pero que no exigen el carácter del Orden.

Tal colaboración ha sido sucesivamente regulada por la legislación post-


conciliar y, en modo particular por el nuevo Código de Derecho Canónico.

Este, después de haberse referido a las obligaciones y los derechos de todos


los fieles, en el título sucesivo, dedicado a las obligaciones y derechos de los
fieles laicos, trata no solo de aquello que específicamente les compete,
teniendo presente su condición secular, sino también de tareas o funciones
que en realidad no son exclusivamente de ellos. De estas, algunas
corresponderían a cualquier fiel sea o no ordenado, otras, al contrario se
41
colocan en la línea de directo servicio en el sagrado ministerio de los fieles
ordenados. Respecto a estas últimas tareas o funciones, los fieles no
ordenados no son detentores de un derecho a ejercerlas, pero son “hábiles
para ser llamados por los sagrados pastores en aquellos oficios eclesiásticos y
en aquellas tareas que están en grado de ejercitar según las prescripciones
del derecho”, o también “donde no haya ministros (…) pueden suplirles en
algunas de sus funciones (…) según las prescripciones del derecho”.

Al fin que una tal colaboración se puede inserir armónicamente en la pastoral


ministerial, es necesario que, para evitar desviaciones pastorales y abusos
disciplinares, los principios doctrinales sean claros y que, de consecuencia,
con coherente determinación, se promueva en toda la Iglesia una atenta y leal
aplicación de las disposiciones vigentes, no alargando, abusivamente, los
límites de excepcionalidad a aquellos casos que no pueden ser juzgados
como “excepcionales”.

DISPOSICIONES PRÁCTICAS

Artículo 1. Necesidad de una terminología apropiada


El Santo Padre en el Discurso dirigido a los participantes en el Simposio sobre
“Colaboración de los fieles laicos en el ministerio presbiteral”, ha subrayado la
necesidad de aclarar y distinguir las varias acepciones que el término
“ministerio” ha asumido en el lenguaje teológico y canónico.

1. “Desde hace un cierto tiempo se ha introducido el uso de llamar ministerio


no solo los officia (oficios) y los munera (funciones) ejercidos por los Pastores
en virtud del sacramento del Orden, sino también aquellos ejercidos por los
fieles no ordenados, en virtud del sacerdocio bautismal. La cuestión del
lenguaje se hace más compleja y delicada cuando se reconoce a todos los
fieles la posibilidad de ejercitar –en calidad de suplentes, por delegación oficial
conferida por los Pastores– algunas funciones más propias de los clérigos, las
cuales, sin embargo, no exigen el carácter del Orden. Es necesario reconocer
que el lenguaje se hace incierto, confuso y por lo tanto, no útil para expresar la
doctrina de la fe, todas las veces que, en cualquier manera, se ofusca la
diferencia “de esencia y no sólo de grado” que media entre el sacerdocio
bautismal y el sacerdocio ordenado”.

2. “Aquello que ha permitido, en algunos casos, la extensión del termino


ministerio a los munera (funciones) propios de los fieles laicos es el hecho de
que también estos, en su medida, son participación al único sacerdocio de
Cristo. Los Officia (funcionales) a ellos confiados temporalmente, son, más
bien, exclusivamente fruto de una delegación de la Iglesia. Sólo la constante
42
referencia al único y frontal “ministerio de Cristo” (…) permite, en cierta
medida, aplicar también a los fieles no ordenados, sin ambigüedad, el término
ministerio: sin que éste sea percibido y vivido como una indebida aspiración al
ministerio ordenado, o como progresiva erosión de su especificidad.

En este sentido original, el término ministerio (servitium) manifiesta solo la


obra con la cual los miembro de la Iglesia prolongan, a su interior y para el
mundo, la misión y el ministerio de Cristo. Cuando, al contrario, el termino es
diferenciado en relación y en comparación entre los distintos munera
(funciones) e oficia (oficios), entonces es necesario advertir con claridad que
sólo en fuerza de la sagrada ordenación éste obtiene aquella plenitud y
correspondencia de significado que la tradición siempre le ha atribuido”.

3. El fiel no ordenado puede asumir la denominación general de “ministro


extraordinario”, sólo si y cuando es llamado por la Autoridad competente a
cumplir, únicamente en función de suplencia, los encargos, a los que se refiere
el can. 230, &3, además de los cann. 943 y 1112. Naturalmente puede ser
utilizado el término concreto con que canónicamente se determina la función
confiada, por ejemplo, catequista, acólito, lector, etc.

La delegación temporal en las acciones litúrgicas, a las que se refiere el can


230, &2, no confiere alguna denominación especial al fiel no ordenado. No es
lícito por tanto, que los fieles no ordenados asuman, por ejemplo, la
denominación de “pastor”, de “capellán”, de “coordinador”, “moderador” o de
títulos semejantes que podrían confundir su función con aquella del Pastor,
que es únicamente el Obispo y el presbítero.

Artículo 2. El ministerio de la palabra


1. El contenido del tal ministerio consiste “en la predicación pastoral, la
catequesis, y en puesto privilegiado la homilía”.

El ejercicio original de las relativas funciones es propio del Obispo diocesano,


como moderador, en su Iglesia, de todo el ministerio de la palabra, y es
también propio de los presbíteros, sus cooperadores.

Este ministerio corresponde también a los diáconos, en comunión con el


obispo y su presbiterio.

2. los fieles no ordenados participan según su propia índole, a la función


poética de Cristo, son constituidos sus testigos y proveídos del sentido de la fe
y de la gracia de la palabra. Todos son llamados a convertirse, cada vez más,
en heraldos eficaces “de lo que se espera” cfr. Heb 11,1. Hoy, la obra de la
catequesis, en particular, mucho depende de su compromiso y de su
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generosidad al servicio de la Iglesia.

Por tanto, los fieles y particularmente los miembros de los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica pueden ser llamados a
colaborar, en los modos legítimos, en el ejercicio del ministerio de la palabra.

3. Para que la colaboración de que se habla en el &2 sea eficaz, es necesario


retomar algunas condiciones relativas a las modalidades de tal colaboración.

El C.I.C., can.766, establece las condiciones por las cuales la competente


Autoridad puede admitir a los fieles no ordenados a predicar in ecclesia vel
oratorio. La misma expresión utilizada, admitti possunt, resalta, como en
ningún caso, se trata de un derecho propio como aquel específico de los
Obispos o de una facultad como aquella de los presbíteros o de los diáconos.

Las condiciones a las que se deben someter tal admisión –”si en determinadas
circunstancias se necesita de ello”, “si en casos particulares lo aconseja la
utilidad”– evidencia de la excepcionalidad del hecho. El van, 766, además,
precisa que se debe siempre orar iuxta Episcoporum conferentiae praescripta.
En esta última cláusula el canon citado establece la fuente primaria para
discernir rectamente en relación a la necesidad o utilidad, en los casos
concretos, ya que en las mencionadas prescripciones de la Conferencia
Episcopal, que necesitan de la “recognitio” de la Sede Apostólica, se deben
señalar los oportunos criterios que puedan ayudar al Obispo diocesano en el
tomar las apropiadas decisiones pastorales, que le son propias por naturaleza
misma del oficio episcopal.

4. En circunstancias de escasez de ministros sagrados en determinadas


zonas, pueden presentarse casos en lo que se manifiesten permanentemente
situaciones objetivas de necesidad o de utilidad, tales de sugerir la admisión
de fieles no ordenados a la predicación. La predicación en las iglesias y
oratorios, de parte de los fieles no ordenados, puede ser concedida en
suplencia de los ministros sagrados o por especiales razones de utilidad en los
casos particulares previstos por la legislación universal de la Iglesia o de las
Conferencias Episcopales, y por tanto no se puede convertir en un hecho
ordinario, ni puede ser entendida como auténtica promoción del laicado.

5. Sobre todo en la preparación a los sacramentos, los catequistas se


preocupen de orientar los intereses de los catequizándose a la función y a la
figura del sacerdote como solo dispensador de los misterios divinos a los que
se están preparando.

Artículo 3. La homilía
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1. La homilía, forma eminente de predicación “qua per anni liturgici cursum ex
textu sacro fidei mysteria et normae vitae christianae exponuntur”, es parte de
la misma liturgia.

Por tanto, la homilía, durante la celebración de la Eucaristía, se debe reservar


al ministro sagrado, sacerdote o diácono. Se excluyen los fieles no ordenados,
aunque desarrollen la función llamada “asistentes pastorales” o catequistas,
en cualquier tipo de comunidad o agrupación. No se trata, en efecto, de una
eventual mayor capacidad expositiva o preparación teológica, sino de una
función reservada a aquel diocesano que es consagrado con el Sacramento
del Orden, por lo que ni siquiera el Obispo diocesano puede dispensar de la
norma del canon, dado que no se trata de una ley meramente disciplinar, sino
de una ley que toca las funciones de enseñanza y santificación estrechamente
unidas entre sí.

No se puede admitir, por tanto, la praxis, en ocasiones asumida, por la cual se


confía la predicación homilética a seminaristas estudiantes de teología, aún no
ordenados. La homilía no puede, en efecto, considerarse como una práctica
para el futuro ministerio.

Se debe considerar abrogada por el can. 767, &1 cualquier norma anterior que
haya podido admitir fieles no ordenados a pronunciar la homilía durante la
celebración de la Santa Misa.

2. Es lícita la propuesta de una breve monición para favorecer la mayor


inteligencia de la liturgia que se celebra y también cualquier eventual
testimonio siempre según las normas litúrgicas y en ocasión de las liturgias
eucarísticas celebradas en particulares jornadas (jornada del seminario, del
enfermo, etc.), si se consideran objetivamente convenientes, como ilustrativas
de la homilía regularmente pronunciada por el sacerdote celebrante. Estas
explicaciones y testimonios no deben asumir características tales de llegar a
confundirse con la homilía.

3. La posibilidad de “diálogo” en la homilía, puede ser alguna vez,


prudentemente usada por el ministro celebrante como medio expositivo con el
cual no se delega a los otros el deber de la predicación.

4. La homilía fuera de la Santa Misa puede ser pronunciada por fieles no


ordenados según lo establecido por el derecho o las normas litúrgicas y
observando las cláusulas allí contenidas.

5. La homilía no puede ser confiada, en ningún caso, a sacerdotes o diáconos


que han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso, han abandonado
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el ejercicio del sagrado ministerio.

Recomendamos estudiar el Artículo 4 que tratan de El párroco y la parroquia y


el Artículo 5. Los organismos de colaboración en la Iglesia particular que no se
relacionan directamente con nuestro tema de los MEC.

Artículo 6. Las celebraciones litúrgicas


1. Las acciones litúrgicas deben manifestar con claridad la unidad ordenada
del Pueblo de Dios en su condición de comunión orgánica y por tanto la íntima
conexión que media entre la acción litúrgica y la manifestación de la
naturaleza orgánicamente estructurada de la Iglesia.

Esto se da cuando todos los participantes desarrollan con fe y devoción la


función propia de cada uno.

2. Para que también en este campo, sea salvaguardada la identidad eclesial


de cada uno, se deben abandonar los abusos de distinto tipo que son
contrarios a cuanto prevee el canon 907, según el cual en la celebración
eucarística, a los diáconos y a los fieles no ordenados, no les es consentido
pronunciar oraciones y cualquier parte reservada al sacerdote celebrante –
sobre todo la oración eucarística con la doxología conclusiva– o asumir
acciones o gestos que son propios del mismo celebrante. Es también grave
abuso el que un fiel no ordenado ejercite, de hecho, una casi “presidencia” de
la Eucaristía dejando al sacerdote solo el mínimo para garantizar validez.

En la misma línea resulta evidente la ilicitud de usar, en las ceremonias


litúrgicas, de parte de quien no ha sido ordenado, ornamentos reservados a
los sacerdotes o los diáconos (estola, casulla, dalmática).

Se debe tratar cuidadosamente de evitar hasta la misma apariencia de


confusión que puede surgir de comportamientos litúrgicamente anómalos.
Como los ministros ordenados son llamados a la obligación de vestir a todos
los sagrados ornamentos, así los fieles no ordenados no pueden asumir
cuanto no es propio de ellos.

Para evitar confusiones entre la liturgia sacramental presidida por un clérigo o


un diácono con otros actos animados o guiados por fieles no ordenados, es
necesario que para estos últimos se adopten formulaciones claramente
diferentes.

Artículo 7. Las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero


1. En algunos lugares, las celebraciones dominicales son guiadas, por la falta
de presbíteros o diáconos, por fieles no ordenados. Este servicio, válido
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cuanto delicado, es desarrollado según el espíritu y las normas específicas
emanadas en mérito por la competente autoridad eclesiástica. Para animar las
mencionadas celebraciones el fiel no ordenado deberá tener un especial
mandato del Obispo, el cual pondrá atención en dar las oportunas indicaciones
acerca de la duración, lugar, las condiciones y el presbítero responsable.

2. Tales celebraciones, cuyos textos deben ser los aprobados por la


competente Autoridad eclesiástica, se configuran siempre como soluciones
temporales. Está prohibido inserir en su estructura elementos propios de la
liturgia sacrificial, sobre todo la “plegaria eucarística”, aunque si en forma
narrativa, para no engendrar errores en la mente de los fieles. A tal fin deber
ser siempre recordado a quienes toman parte en ellas que tales celebraciones
no sustituyen al Sacrificio eucarístico y que el precepto festivo se cumple
solamente participando a la S. Misa. En tales casos, allí donde las distancias o
las condiciones físicas lo permitan, los fieles deben ser estimulados y
ayudados todo lo posible para cumplir con el precepto.

Artículo 8. El ministro extraordinario de la Comunión


Los fieles ordenados, ya desde hace tiempo, colaboran en diversos ambientes
de la pastoral con los sagrados ministros a fin que “el don inefable de la
Eucaristía sea siempre más profundamente conocido y se participe a su
eficacia salvífica con siempre mayor intensidad”.

Se trata de un servicio litúrgico que, responde a objetivas necesidades de los


fieles, destinado, sobre todo, a los enfermos y a las asambleas litúrgicas en
las cuales son particularmente numerosos los fieles que desean recibir la
sagrada Comunión.

1. La disciplina canónica sobre el ministro extraordinario de la sagrada


Comunión debe ser, sin embargo, rectamente aplicada para no generar
confusión. La misma establece que el ministro ordinario de la sagrada
Comunión es el Obispo, el presbítero y el diácono, mientras son ministros
extraordinarios sea el acólito instituido, sea el fiel a ello delegado a norma del
can. 230, &3.

Un fiel no ordenado, si lo sugieren motivos de verdadera necesidad, puede ser


delegado por el Obispo diocesano, en calidad de ministro extraordinario, para
distribuir la sagrada Comunión también fuera de la celebración eucarística, ad
actum vel ad tempus (“ad actum” significa permiso para dar la comunión en
una sola ocasión, “ad tempus” significa por un tiempo determinado) o en modo
estable, utilizando para esto la apropiada forma litúrgica de bendición. En
casos excepcionales e imprevistos la autorización puede ser concedida ad
actum por el sacerdote que preside la celebración eucarística.
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2. Para que el ministro extraordinario, durante la celebración eucarística,
pueda distribuirla, es necesario o que no se encuentren presentes ministros
ordinarios o que, estos, aunque sagrada Comunión presentes, se encuentren
verdaderamente impedidos. Pueden desarrollar este mismo encargo también,
cuando a causa de la numerosa participación de fieles que desean recibir la
sagrada Comunión, la celebración eucarística se prolongará excesivamente
por insuficiencia de ministros ordinarios.

Tal encargo es de suplencia y extraordinario y debe ser ejercitado a norma de


todo miembro de la Iglesia, sin confusión de papeles, de funciones o de
condiciones teológicas y canónicas”.

Si, de una parte, la escasez numérica de sacerdotes es especialmente


advertida en algunas zonas, en otras se verifica un prometente florecer de
vocaciones que deja entrever positivas perspectivas para el futuro. Las
soluciones propuestas para la escasez de ministros ordenados, por tanto, no
pueden ser que transitorias y contemporáneas a derecho. A tal fin es oportuno
que el Obispo diocesano emane normas particulares que, en estrecha
armonía con la legislación universal de la Iglesia, regulen el ejercicio de tal
encargo. Se debe promover, entre otras cosas, a que el fiel delegado a tal
encargo sea debidamente instruido sobre la doctrina eucarística, sobre la
índole de su servicio, sobre las rúbricas que se deben observar para la debida
reverencia a tan augusto Sacramento y sobre la disciplina acerca de la
admisión para la Comunión.

Para no provocar confusiones han de ser evitadas y suprimidas algunas


prácticas que se han venido creando desde hace algún tiempo en algunas
Iglesias particulares, como por ejemplo:
la comunión de los ministros extraordinarios como si fueran concelebrantes;
asociar, a la renovación de las promesas de los sacerdotes en la S. Misa
crismal del Jueves Santo, otras categorías de fieles que renuevan los votos
religiosos o reciben el mandato de ministros extraordinarios de la Comunión
el uso habitual de los ministros extraordinarios en las SS. Misas, extendiendo
arbitrariamente el concepto de “numerosa participación”.

Artículo 9. El apostolado para los enfermos


1. En este campo, los fieles no ordenados pueden aportar una preciosa
colaboración. Son innumerables los testimonios de obras y de gestos de
caridad que personas no ordenadas, bien individualmente o en formas de
apostolado comunitario, tienen hacia los enfermos. Ello constituye una
presencia cristiana de primera línea en el mundo del dolor y de la enfermedad.
Allí donde los fieles no ordenados acompañan a los enfermos en los
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momentos más graves es para ellos deber principal suscitar el deseo de los
Sacramentos de la Penitencia y de la sagrada Unción, favoreciendo las
disposiciones y ayudándoles a preparar una buena confesión sacramental e
individual, como también a recibir la santa Unción. En el hacer uso de los
sacramentales, los fieles no ordenados pondrán especial cuidado para que
sus actos no induzcan a percibir en ellos aquellos sacramentos cuya
administración es propia y exclusiva del Obispo y del Presbítero. En ningún
caso, pueden hacer la Unción aquellos que no son sacerdotes, ni con óleo
bendecido para la Unción de los Enfermos, ni con óleo no bendecido.

2. Para la administración de este sacramento, la legislación canónica acoge la


doctrina teológicamente cierta y la práctica multisecular de la Iglesia, según la
cual el único ministro válido es el sacerdote. Dicha normativa es plenamente
coherente con el misterio teológico significado y realizado por medio del
ejercicio del servicio sacerdotal.

Debe afirmarse que la exclusiva reserva del ministerio de la Unción al


sacerdote está en relación de dependencia con el sacramento del perdón de
los pecados y la digna recepción de la Eucaristía. Ningún otro puede ser
considerado ministro ordinario o extraordinario del sacramento, y cualquier
acción en este sentido constituye simulación del sacramento.

Recomendamos estudiar el Artículo 10 que trata de La asistencia a los


Matrimonios, Artículo 11 Ministros del Bautismo, el Artículo 12 sobre La
animación de la celebración de las exequias eclesiásticas.

Artículo 13. Necesaria selección y adecuada formación


Es deber de la Autoridad competente, cuando se diera la objetiva necesidad
de una “suplencia”, en los casos anteriormente detallados, de procurar que la
persona sea de sana doctrina y ejemplar conducta de vida. No pueden, por
tanto, ser admitidos al ejercicio de estas tareas aquellos católicos que no
llevan una vida digna, no gozan de buena fama, o se encuentran en
situaciones familiares no coherentes con la enseñanza moral de la Iglesia.
Además, la persona debe poseer la formación debida para el adecuado
cumplimiento de las funciones que se le confían.

A norma del derecho particular perfeccionen sus conocimientos frecuentando,


por cuanto sea posible, cursos de formación que la Autoridad competente
organizará en el ámbito de la Iglesia particular, en ambientes diferentes de los
seminarios, que son reservados sólo a candidatos al sacerdocio, teniendo
gran cuidado que la doctrina enseñada sea absolutamente conforme al
magisterio eclesial y que el clima sea verdaderamente espiritual.

49
Conclusión
La Santa Sede confía el presente documento al celo pastoral de los Obispos
diocesanos de las varias Iglesias particulares y a los otros Ordinarios, en la
confianza que su aplicación produzca frutos abundantes para el crecimiento,
en la comunión, entre los sagrados ministros y los fieles no ordenados.

En efecto, como ha recordado el Santo Padre, es necesario reconocer,


defender, promover, discernir y coordinar con sabiduría y determinación el don
peculiar una prioridad pastoral específica para la promoción de las vocaciones
al sacramento del Orden.

A tal propósito recuerda el Santo Padre que “en algunas situaciones locales se
han creado soluciones generosas e inteligentes. La misma normatividad del
Código de Derecho Canónico ha ofrecido posibilidades nuevas que, sin
embargo, van aplicadas rectamente para no caer en el equívoco de considerar
ordinarias y normales soluciones normativas que han sido previstas para
situaciones extraordinarias de falta o de escasez de ministros sagrados”.

Este documento pretende trazar precisas directivas para asegurar la eficaz


colaboración de los fieles no ordenados en tales contingencias y en el respeto
a la integridad del ministerio pastoral de los clérigos. “No es necesario
defender privilegios clericales, sino la necesidad de ser obedientes a la
voluntad de Cristo, respetando y haciendo comprender que estas
precisaciones y distinciones nacen de la forma constitutiva que Él ha
indeleblemente impreso a su Iglesia”.

Su recta aplicación, en el cuadro de la vital communio jerárquica, ayudará a


los mismos fieles laicos, invitados a desarrollar todas las ricas potencialidades
de su identidad y a una “disponibilidad siempre más grande para vivirla en el
cumplimiento de la propia misión…

La Virgen María Madre de la Iglesia, a cuya intercesión confiamos este


documento, nos ayude a todos a comprender sus intenciones y a hacer toda
clase de esfuerzo para su fiel aplicación a fin de una más amplia fecundidad
apostólica.

Quedan revocadas las leyes particulares y las costumbres vigentes que sean
contrarias a estas normas, como asimismo eventuales facultades concedidas
ad experimentum por la Santa Sede o por cualquier otra autoridad a ella
subordinada.

El Sumo Pontífice, en fecha del 13 de Agosto 1997, ha aprobado de forma


específica el presente decreto general ordenado de su promulgación.
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Del Vaticano, 15 Agosto 1997. Solemnidad de la Asunción de la B.V. María.

María, Mujer Eucarística

Si queremos descubrir en toda su riqueza


La relación íntima que une Iglesia y Eucaristía,
no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia.
En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae,
presentando a la Santísima Virgen
como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo,
he incluido entre los misterios de la luz
también la institución de la Eucaristía.
Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento
Porque tiene una relación profunda con él.

ENCÍCLICA ECLLESIA DE EUCHARISTIA


17 DE ABRIL, 2003
Juan Pablo II

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