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El café en la sociedad colombiana Luis Eduardo Arrieta nieto

I LOS HECHOS
Condiciones internas y externas han propiciado en Colombia la hegemonía de que disfruta el cultivo del café. Aquellas
son de índole geográfica. El territorio colombiano es un territorio de vertientes. Tres grandes cordilleras lo atraviesan de
Sur a Norte. Descienden suave y lentamente hacia el nivel del mar. Las elevadas alturas no desaparecen bruscamente. Se
pueden distinguir seis regiones de vertiente. A cada cordillera corresponderían dos. Hacia fines del siglo pasado y
principios del actual el cultivo del café se extenderá en las sinuosas y onduladas vertientes, cuando éstas sean ocupadas
y colonizadas.
El primer momento en el desarrollo geográfico de la economía colombiana fue la ocupación de las tierras bien altas,
mesetas y altiplanicies. En esas regiones el conquistador español encontró grandes masas de indios cuya evolución
cultural y política era muy superior a la de los que se ñauaron en las costas. El sistema político que conocían los indios
del altiplano y al cual estaban sometidos y la cultura dentro de la cual vivían fueron factores favorables al conquistador.
Este pudo dominarlos sin grandes dificultades. Los hechos mencionados habían preparado a los chibchas para la
explotación de que serían víctimas. Los indios salvajes y bravíos de las costas y de los valles interiores, justamente por
gozar de un menor progreso cultural y político, lucharían con heroicidad y morirían en las rudas contiendas con los
conquistadores peninsulares. En las planicies y mesetas el español encontrarla condiciones climáticas muy semejantes a
las de España, La vida tropical se amortiguaba. Sus asperezas, su humedad, su avasallante flora, sus endemias»
desaparecían. Las elevadas regiones andinas ofrecían a los españoles condiciones adecuadas para «na existencia normal
y sedentaria. Además, los sumisos indios permitirían la creación de una economía típicamente colonial. Durante ese
período, las costas serían regiones desiertas. En ellas se establecerían puertos y plazas fuertes para el ulterior limitado
comercio y para la defensa. En las tierras bajas, calientes e insalubres, la vida sería lánguida.
La economía seria predominantemente minera. Será la región de la esclavitud de los negros y de los mulatos.
El desplazamiento del altiplano a las vertientes será lento. El motivo es evidente: sólo el crecimiento vegetativo
proporcionará los habitantes que las ocuparán. No hay, por otra parte, en aquellos momentos cultivos que puedan
desarrollarse en las vertientes y que ofrezcan la posibilidad de lucros cuantiosos.
Antes de la ocupación de las vertientes, hay un hecho que debe ser considerado: la colonización de algunos valles
interiores, calientes y bajos. Es la época del auge de la producción de tabaco, una vez que, eliminado el monopolio
legado por la Colonia a la República, se desarrollan ampliamente los cultivos de la hoja —segunda mitad del siglo
pasado. —
Cuando el colono llega a las vertientes, Colombia ha vivido ya el ciclo del tabaco, el del añil de reducida intensidad—-
y el de la quina. Esos productos, especialmente los dos últimos, quedan ya eliminados. A los colonos se ofrece el café
como único cultivo posible en la vertiente. Ensayos afortunados así lo indicaban. El café no era desconocido en
Colombia. Desde 1880 y aún en años anteriores se había exportado en pequeñas cantidades. En 1866-1867, durante la
primacía del tabaco, se habían enviado a los mercados exteriores 4.099.391 kilogramos. Después de las crisis del añil y de la quina
no era posible que se persistiera en el cultivo del primero y en la extracción de la segunda. En las vertientes el tabaco no se podía
cultivar. Además, no había condiciones favorables para la expansión de la producción de tabaco, en los valles interiores y cálidos.
En el mercado internacional el tabaco colombiano había sido eliminado por la competencia del procedente de las áreas del Pacífico.
La mayor densidad de población demoraba en las cordilleras oriental y central. Los sectores centrales de las mismas son los más
ricos en vertientes, en esas vertientes suaves y sinuosas que caracterizan el territorio colombiano. El departamento de Antioquia,
encerrado en sus altas montañas de raza blanca, un poco semita, se desplaza hacia el sur, en el territorio del que luego será
departamento de Caldas. Se fundan Salamina, Aguadas y Pacora. Es él norte de Caldas, patriarcal y sosegado. En 1848 se funda
Manizales. Sus pobladores han seguido los caminos zigzagueantes de los labriegos, sobre las sierras, en los lugares en que se inicia
la vertiente. En el departamento de Cundinamarca, sus viejas poblaciones coloniales, buscando la proximidad del río Magdalena,
ocupan las vertientes de la cordillera oriental. Surgen, también nuevas poblaciones. Ya en la época fugaz de los cultivos de añil,
Cundinamarca había conocido una rauda ocupación de sus vertientes. Antioquia, que había vivido en las vertientes de las cordilleras
central y occidental, se familiariza pronto con la producción y el cultivo del café. En la región de Fredonia se había hecho un ensayo
feliz. En la cordillera central se ocupan también las regiones del Tolima. Se fundan poblaciones que luego adquirirán gran progreso.
Surgen las ciudades del Fresno y del Líbano. De Manizales la onda humana se dirige al occidente. Se coloniza el feroz Quindío. En
esta región se dan hechos que jamás se habían realizado en Colombia. Hay poblaciones que rápidamente se transforman. Pereira,
Armenia, Calarcá, etc., pocos años después de haber sido fundadas, ofrecen un desarrollo impresionante. Es la "ciudad", Avenidas,
asfaltos, colegios, escuelas, servicios públicos, eficaz administración municipal, normalidad política, elevados presupuestos, trans-
portes, almacenes, clubes. Es un modo de vida que no conocieron las viejas ciudades coloniales, En el departamento del Valle del
Cauca se contemplan acontecimientos idénticos. Hay una población, Sevilla, que simboliza el progreso que en esa región produce
también el café. A los treinta años de su fundación ofrece un desarrollo que todavía no han alcanzado las viejas ciudades
vallecaucanas.
Sólo hay un producto que se puede cultivar en forma lucrativa en las vertientes andinas. Desde luego sería posible introducir en ellas
otros cultivos, pero éstos no serían económicamente productivos. Así concebida esta condición geográfica que en Colombia ha
ocasionado la hegemonía del cultivo del café, puede declararse que el predominio de la producción del grano responde a una
fatalidad geográfica.
Condiciones externas han contribuido también a imponer la primacía del cultivo del café. Las economías nacionales de Latinoaméri-
ca siempre han cumplido, en la mundial, una determinada función: producir materias primas y alimentos. La finalidad de la política
colonial fue esa: fomentar la extracción o la producción de materias primas y el cultivo de alimentos. Obtenida la independencia,
nuestras economías nacionales continuaron desempeñando idéntico cometido. Se vive la era inglesa del libre cambio. Alimentos y
materias primas a cambio de productos industriales de consumo inmediato. Para ello la Gran Bretaña había contribuido con dinero y
hombres (la "Legión Británica" que luchó en la guerra de Independencia de Colombia). La América Latina era libre y además,
"inglesa". Compraba productos británicos, especialmente telas y paños y vendía a Inglaterra alimentos y materias primas. La
división del trabajo era perfecta. Además, desde la época colonial (remota en el tiempo, pero espiritualmente muy próxima, todavía),
en todas estas naciones hay un hecho muy peculiar: el monocultivo o la mono-exportación. La respectiva economía se dedica a la
producción de un solo artículo y a la exportación del mismo. En el Brasil fue el azúcar y luego, el caucho. Más tarde, el café. En
Colombia, el tabaco, posteriormente la quina y ahora el café. Cuando se exportan y producen varios artículos, éstos son alimentos o
materias primas agrícolas o pecuarias —la Argentina—. La hegemonía de un solo producto o la índole predominantemente
agropecuaria de las economías latinoamericanas vigoriza la función que éstas han cumplido siempre en la economía y el comercio
mundiales. Así nuestra América es una zona exterior no capitalista para la realización comercial de la plusvalía producida en las
grandes naciones industriales.
Dentro de esas condiciones, es la demanda de un determinado producto —alimento o materia prima— en la economía mundial, el
hecho que ocasiona la ampliación o la iniciación del Cultivo o de los cultivos correspondientes en estas naciones. Es el caso del
café. Cuando se eleva su consumo mundial, en el Brasil y en Colombia, como también en otras naciones de América, se aumenta su
producción.
Las circunstancias brevemente analizadas en este capítulo permiten ver los hechos que explican el predominio del café en la eco-
nomía colombiana. Son ellas la vertiente andina y la función que en la economía mundial han cumplido siempre las economías
nacionales latinoamericanas. Pero en Colombia, el cultive del café, esa realidad que aparentemente es tan solo económica, ha
suscitado grandes y profundas transformaciones históricas. Describirlas es el objeto de la presente obra.

II LA FORMACION DE LA ECONOMIA NACIONAL


Durante la época colonial no hay en Colombia una auténtica economía nacional. Hay una economía de archipiélagos. No se dan
relaciones permanentes entre las viejas regiones del virreinato de la Nueva Granada. Hay un conjunto de economías cerradas y
parciales. Fenómenos locales de superproducción y de escasez son muy frecuentes. Mientras en el litoral atlántico no había trigo, ni
harina de trigo, en el interior se perdían cosechas cuantiosas de ese cereal. La economía virreinal es una economía desencuadernada.
Las vías de comunicación son limitadísimas. El mercado exterior no existe para esa economía desorganizada. Se envían a España
el oro y la plata extraídos de las minas. Con esos metales se pagaban las reducidas exportaciones que se hacían de la península. El
río Magdalena, que corre exactamente de sur a norte, no habría podido ser transformado, bajo esas condiciones, en supuesto
geográfico de una inexistente economía nacional.
En varios momentos se intentó en el siglo pasado crear condiciones adecuadas para la formación de una economía nacional. La
eliminación del monopolio del tabaco fue una de ellas. La libertad del cultivo de ese producto, ocasionando una inmediata
expansión de las siembras de tabaco, suscitó hechos que modificaron fundamentalmente la economía colombiana. Desapareció la
inconexión, la desorganización de la época anterior. No es posible estudiar en este capítulo minuciosamente las transformaciones
debidas a la ampliación de los cultivos de tabaco. Basta advertir que se estabilizó la navegación a vapor por el rio Magdalena. El
tabaco se cultiva especialmente en la región central del valle del bajo Magdalena, en Ambalema. Proporciona la carga que han de
transportar los barcos hasta Barranquilla, puerto de la desembocadura del gran rio. En 1864-1865 asciende a 68.462 bultos y en
1872-1873 a 82.250. El tabaco crea relaciones estableces entre la costa del Atlántico y el interior —Ambalema, San Juan de Gi-
rón—. Pero sobre él gravitaban varias limitaciones: se cultiva en muy reducidas regiones. Las dos ya mencionadas, el Carmen de
Bolívar y Palmira, en el ubérrimo Valle del Cauca. La producción de tabaco no es un hecho general. Está circunscrita a esas
regiones. Había otra limitación: es un cultivo cuyo valor pecuniariamente expresado, no es elevado. Alcanza su máxima cuantía
en 1856-1857 y 1868-1869, años en los cuales asciende tan sólo, respectivamente, a $ 3.092.204 y 3.019.931. Son cantidades
inferiores a los valores de la exportación de quina, la cual, en 1879-1880 y 1880-1881, fue de $ 3.349.322 y f 5.123.814.
Los cultivos anteriores al café no fueron estables. El tabaco, el añil y la quina —que no era propiamente un cultivo sino una
actividad extractiva— o desaparecieron —el añil y la quina— o sufrieron —el tabaco— una implacable crisis debida a la victoriosa
competencia de algunas regiones coloniales. Por primera vez en la historia de la economía colombiana el café es un cultivo que no
ha desaparecido y que no ha disminuido. Contrariamente, ha gozado de un creciente aumento. Se ha ampliado en progresiva
escala. No es, tampoco, un hecho aislado, como el cultivo del tabaco o el del añil. Es un cultivo generalizado. Siendo la vertiente la
realidad geográfica fundamental del territorio colombiano y cultivándose el café en las vertientes andinas, se comprende que la
producción no cese de aumentar. Hay también condiciones externas, distintas de las analizadas en el capítulo anterior, que han
sustentado y vigorizado la estabilidad del cultivo del grano. Se describirán en el capítulo siguiente.
El café ha ocasionado el desarrollo de actividades económicas en regiones que no lo producen ni lo podrían cultivar por estar a
nivel del mar. Hizo necesaria, primeramente, la construcción de vías de comunicación al río Magdalena. De la cordillera oriental y
de la central descienden los caminos hacia el gran río. Algunos de ellos son las antiguas vías de la época colonial. Siguiendo el curso
de los mismos o mediante trazados diversos, en la tercera y cuarta décadas de este siglo se construirán ferrocarriles de acceso al
Magdalena o serán terminados. Los de Bogotá a Puerto Salgar, Medellín a Puerto Berrio y Bucaramanga a Puerto Wilches, y Bogotá
a Girardot. De Cali a Buenaventura, puerto en el Pacífico, se tenderá otro ferrocarril, en el Valle del Cauca. El café estabiliza
definitivamente la navegación a vapor en el río Magdalena, la amplía, la fomenta. Actualmente, a pesar de la competencia que hacen
otras vías y de ciertos conflictos sociales surgidos a lo largo del rio, la navegación a vapor no ha desaparecido. La alimentan los
centenares de miles de sacos de café que son transportados a Barranquilla y Cartagena. Así el Magdalena se ha transformado en un
supuesto de la economía nacional. Es un hecho geográfico que en virtud de determinadas condiciones económicas —producción
y exportación de café— y técnicas —los barcos que lo surcan- ha condicionado la formación de la economía colombiana.
El desarrollo de las vías de comunicación al Magdalena no es un hecho indiferente para la creación de la economía nacional. Ha
establecido relaciones constantes entre las varias regiones de Colombia, entre la Costa del Atlántico y el hinterland colombiano.
Aquel desarrollo se debe al café. Pero, además, la incesante expansión del cultivo del grano ha propiciado ocupaciones regulares y
estables a los colombianos que viven a lo largo del río y a los que habitan el cálido litoral atlántico. Los estibadores de los puertos
de Barranquilla y Cartagena trabajan constantemente porque hay sacos de café que transportar, y porque el café permite importar
apreciables cantidades de mercancías, aun cuando posteriormente se desarrollen las industrias nacionales.
Puede afirmarse que casi todo el sistema colombiano de vías de comunicación ha sido condicionado, en su expansión, por el café.
Hay una presencia constante del café.
Son hechos simples y elementales que en Colombia se olvidan. Hay una errónea tendencia a prescindir de las obvias relaciones entre
el café y la economía colombiana. Mas el café ha sido el creador de una auténtica economía nacional.
Se le debe también otra transformación histórica: el desarrollo y la formación del mercado interno. Hay una peculiaridad colombia-
na: no hemos tenido que realizar una especial reforma agraria para la creación o ampliación de ese mercado. En otras naciones
americanas fue necesario eliminar el feudalismo mediante reformas agrarias leves o fundamentales. La realidad colombiana ha sido
distinta. Mediante el cultivo del café se obtuvo una mayor capacidad de consumo, hecho que fue posible debido a las condiciones
sociales de la producción del café. Es la pequeña propiedad el eje del cultivo del grano. El colono que llegaba a la deshabitada
vertiente andina ocupaba la tierra libre que cultivaba. El trabajo y la ocupación fueron los títulos para la propiedad en las regiones
cafeteras especialmente en aquellas que surgieron a la vida económica tan solo a fines del siglo pasado y a comienzos del actual.
En virtud del café las relaciones entre la agricultura y las industrias urbanas en Colombia han sido éstas: aquella ha condicionado el
desarrollo de éstas. Posteriormente, es la situación que ahora se contempla, la fábrica de la ciudad ofrece un mercado para
determinada producción agrícola —algodón y semillas oleaginosas—. Ha habido un mutuo y funcional condicionamiento de
agricultura y de industrias en Colombia. Mas ha sido el café el supuesto inicial para el desarrollo de las economías locales de las
ciudades al crear el amplio y estable mercado interno.
En un primer momento la expansión del cultivo del café fomenta las importaciones. Hay en los puertos marítimos una mayor
actividad. No era un hecho desdeñado para la formación de la economía nacional porque hacía más estables y amplias las relaciones
entre las remotas regiones productoras y la costa atlántica. El destino y el desarrollo local de la ciudad de Barranquilla están
vinculados al café, como antes, pero en una escala menor, lo estuvieron al tabaco y a la quina. Las estadísticas de cualquier año así
lo muestran. Cuando en 1945 ellas nos dicen que por la aduana de la citada ciudad se exportaron 1.708.451 sacos de café,
comprendemos que las intensas actividades portuarias de la capital del departamento del Atlántico están condicionadas por el
café. Observación idéntica puede formularse en torno a Cartagena, la capital de otro departamento del litoral, Bolívar. En el mismo
año se embarcan en ella 129.087 sacos de café.
En ese primer momento del auge de las importaciones se conservan inalterables las características coloniales de la economía colom-
biana Hay un consumo improductivo de la renta nacional. La superior capacidad de compra ocasionada por el café se vierte sobre
las mercancías extranjeras. Colombia continuaba siendo un medio exterior no capitalista para la realización comercial de la plusvalía
producida en otras naciones.
Más la creación del mercado interno por el café conducirá ulteriormente a la expansión y desarrollo de las industrias urbanas. Así el
mercado cumplía su auténtica función: posibilitar la transformación de la economía colombiana. Como aquella vieja economía de
archipiélagos ha desaparecido, fábricas situadas geográficamente en regiones no productoras de café y a gran distancia de
aquéllas en las cuales se cultiva, tendrán asegurado un mercado en la zona interior cafetera. Cuántas industrias de la ciudad de
Barranquilla venderán sus productos en Caldas, Cundinamarca, Antioquia y Norte de Santander. La fábrica es el abandono del
improductivo consumo de la renta nacional creada por el café. Posteriormente, es la situación actual, la industria se concentrará en
los departamentos que producen las mayores cantidades de café: Antioquia, Caldas, Valle del Cauca, Cundinamarca.
Si bien es innegable que el café crea la economía nacional y suscita la formación del amplio mercado interno para la ulterior produc-
ción nacional, no es posible expresar cuantitativamente esos dos hechos. Se ignora cuál es el valor total de los jornales pagados a los
estibadores que en los puertos del río Magdalena y en los de Barranquilla, Cartagena y Buenaventura, en el Pacífico, embarcan los
sacos de café en los barcos fluviales y marítimos. Naturalmente, los procedimientos de la técnica contemporánea limitan la
intervención del hombre en la labor de colocarlos en las bodegas de los buques marítimos. Pero en los puertos del río Magdalena la
situación todavía es distinta. Además, tampoco es posible descubrir el dato de la cuantía de los salarios devengados por los obreros
que en los ferrocarriles y en las carreteras trabajan para llevar el café hasta los puertos fluviales y marítimos. Solamente se conoce y
en forma aproximada-el valor total de los jornales pagados a los hombres y mujeres que recolectan el café y que lo preparan en las
trilladoras.
Hay solamente un procedimiento para intuir el significado que tienen los dos hechos mencionados, creación del mercado interno y
de la economía nacional. Es comparar el valor de la producción de café con los datos de la producción de tabaco y quina en el siglo
pasado relacionándolos con la población de las respectivas épocas. En 1856-57 y 1867-69, con una población que fluctuaba entre
2.500,000 y 3.000.000 la exportación de tabaco ascendió respectivamente a $ 3.092.204 y 3.019.931. En 1879-1880 y 1880-1881,
cuando !a población era ligeramente mayor, la quina enviada al exterior tuvo correspondientemente un valor de $ 3.349.322 a $
5.123.814, Ahora bien, en 1945, con nueve millones y medio de habitantes, la exportación de café ha ascendido a I 182,114.461. No
creo necesario hacer consideraciones y deducciones en torno a esos hechos. Baste observar que intuitivamente se comprende que el
café ha ocasionado.

III LA ESTABILIDAD
La historia de la economía colombiana hasta la aparición del café tiene un sentido muy peculiar. En ella se vive lo precario, la
contingencia, el ensayo. Un determinado producto adquiere primacía y posteriormente es substituido por otro. No hay estabilidad.
Solo hay una realidad permanente: hay siempre un predominio de un solo producto y un hecho constante: la inextinguible
extracción de metales preciosos. Primeramente, es el tabaco el artículo que disfruta de hegemonía. Una crisis casi inmediata lo
elimina o disminuye grandemente su producción y exportación. Lo reemplaza el añil. Tuvo una muy limitada importancia. Sus
ventas al exterior no fueron cuantiosas. Las mayores fueron las de 1870-71 y valieron $ 528.575. Se vive luego el ciclo de la
quina. Su más elevada exportación es la de 1880-81 por $5.123.814. También la quina desaparece. La competencia de las regiones
del Pacífico la elimina. Era el tercer infortunado ensayo en la desencuadernada Colombia del siglo pasado.
Aquella historia, antes de la primacía del cultivo del café tuvo otra significación: la producción de los respectivos artículos no era
cuantiosa y estaba circunscrita a unas pocas regiones. Reducido valor y limitada ubicación geográfica. En tales condiciones la
economía colombiana no podía disfrutar de estabilidad ni ser vigorosa. En las restantes regiones, no beneficiadas por el cultivo o
extracción de la quina o del respectivo producto, había una grave penuria económica. En aquellas que o lo cultivaban o extraían no
puede hablarse formalmente de un gran progreso económico.
Esa inestabilidad económica producía la anarquía política, la cual era agudizada en virtud del hecho ya analizado: el cultivo o
extracción del producto que gozara de primacía tenía una muy inferior cuantía. Hay una evidente vinculación entre la inestabilidad
económica y la anarquía política. Un lúcido colombiano del siglo pasado, don Juan de Dios Aranzazu, Ministro de Hacienda en
1838, en la Memoria que ese año presentó al Congreso de la Nueva Granada, así lo reconoce. Escribe: "La pobreza es inquieta y
movediza de ordinario, y el que tiene una heredad y la cultiva, une su suerte a la del Estado que le da protección y seguridad,
adquiere la virtud que el hábito del trabajo inspira y el sentimiento de su propia fuerza y dignidad, que le hará oponerse a las
agresiones externas y a las conmociones del interior". La inestabilidad económica ocasionaba la anarquía política y ésta hacía más
intensa y aguda a aquella. Un efecto se hacía causa o condición de la causa que lo había producido. Esa es la historia de Colombia
hasta la aparición del café.
La mínima creación de riqueza, dentro de las condiciones analizadas, ofrecía circunstancias favorables para la eclosión, una brillante
eclosión, del absolutismo ideológico. Me explicaré: Se puede prescindir de la discusión de los problemas económicos concretos.
Cuando Don Florentino González propone hacia 1847 la creación de un Banco Nacional, una fría indiferencia rodeó el
bienhechor proyecto. Era vilmente más gozoso para los neogranadinos polemizar en torno a Bentham o a Jaime Balmes. Podían no
tener preocupaciones económicas: era tan reducida, casi inexistente la creación de riqueza, la producción de mercancías. Escri-
bían poemas mientras la nación se hundía en la pobreza y en el desorden político. Pero si la realidad económica tenía un tan limitado
ámbito de vigencia no era vigorosa como para exigir que no se le desconociera. Hay una excepción: Miguel y José María Samper y
Salvador Camacho Roldan sí se entregan a una objetiva consideración de los problemas de la economía neogranadina y plantean
con objetividad la necesidad histórica de la eliminación de la economía colonial —monopolios, viejos impuestos, etc. —. Se
discuten frenéticamente todos los problemas políticos —reformas de las constituciones vigentes, separación de la Iglesia y el Es-
tado, sistema electoral forma del Estado, atribuciones de municipios y provincias—. Hay tremendas luchas ideológicas. Los dos
partidos colombianos, el liberalismo y el conservatismo, cuyos programas adquieren un contenido preciso y concreto hacia 1845, se
transforman en auténticas concepciones del mundo y de la vida que se excluyen y se oponen. Es lo que luego se denominará el
"civilismo" colombiano. No hay caudillismo. Los generales que intervienen en las pugnas políticas —José María Obando, José
Hilario López, Tomás Cipriano de Mosquera— son acatados, obedecidos y llevados a la presidencia de la República en cuanto son
jefes de uno cualquiera de los dos partidos políticos. Esa realidad política oculta una lucha entre los artesanos o manufactureros y los
comerciantes, por una parte, y los propietarios territoriales por la otra (incluyendo en éstos a las comunidades religiosas que poseían
haciendas y latifundios). Las divergencias de intereses económicos entre esos grupos sociales se expresan en las pugnas políticas
entre liberales y conservadores. Se crean así los supuestos para una lucha ideológica de alto estilo y de egregio contenido, se definen
y se contraponen opuestas concepciones del mundo y de la vida. Es el absolutismo ideológico.
Son visiones del mundo y de la vida que tienden a realizarse plenamente. Si bien toda concepción del mundo y de la vida ha de in-
sertarse en la vida histórica del hombre, debe realizarse en la existencia social del hombre, nunca, como en la frenética y
anarquizada Nueva Granada de 1850, ese sentido de las visiones de la vida y del mundo es tan evidente, tan diáfano. Aun cuando la
economía neogranadina se hunda, aun cuando desaparezcan sus industrias textiles, aquellas del Oriente —departamentos de
Santander del Sur y del Norte—, aun cuando la Nueva Granada deba entregarse a la pura producción de alimentos y materias
primas, ha de realizarse con desafiante plenitud la concepción liberal del mundo y de la vida. Es la orgía ideológica, es el frenesí
político. Imponen el libre cambio. Piensan y proponen —Murillo Toro en 1850—la supresión de las aduanas. Juegan con la
economía neogranadina porque la creación de riqueza es todavía muy limitada. Son líricos y románticos porque no pueden entre-
garse a una producción incesantemente mayor. Es la infancia. Es el juego. El café será la edad adulta y la seriedad. No permitirá que
los colombianos sigan entregados a la labor, irresponsable tarea, de jugar con la ya creada economía nacional. Desaparecerá el
absolutismo ideológico. Se iniciará la época de la mesura y de la sobriedad. Serán olvidadas las discusiones, estériles polémicas,
puramente ideológicas.
Advertí antes que los cultivos que preceden al del café —el tabaco, el añil, la quina—, están geográficamente ubicados en pequeñas
y aisladas regiones. Así se da la posibilidad histórica de anarquizar a la nación desde las restantes, desde aquellas que por sufrir la
penuria económica pueden ser víctimas del desorden político. No es posible extender a toda la nación el sosiego y la calma que
predominan en las regiones ricas, relativamente ricas. Sólo en ellas el afán productor de riqueza, de mercancías, puede gozar de
primacía. Pero aun en tales regiones el auge económico es transitorio. Cuando ha concluido el ciclo del tabaco, la ciudad de
Ambalema, centro de la región tabacalera de mayor importancia, queda sumida en la pobreza y en una vida primitiva. No es difícil
mostrar como las guerras civiles, con alguna excepción, se inician en regiones pobres. La penuria económica producía en ellas la
anarquía política y ésta invadía las islas de fecunda actividad económica que había en la nación, las islas de tranquilidad y de mesura
que eran barridas por el huracán desatado en las provincias paupérrimas.
Las especiales crisis económica —la nación vivía en un permanente estado de inseguridad y de penuria económica — suscitan
transformaciones políticas. La de la quina ocasiono la Regeneración, nombre que ha recibido en la historia colombiana el
movimiento orientado por Rafael Núñez, un antiguo radical y que produjo la derrota del partido liberal en 1885. Naturalmente, en la
época contemporánea se ha conservado esa crisis económica y la realidad política, ya no a través la anarquía —el café es incompa-
tible con la anarquía— sino expresada en cambios políticos electoralmente realizados.
Había otro hecho que agudizaba la anarquía política en los días que preceden a la hegemonía del café. Era la pugna entre los
propietarios territoriales —partido conservador— y los manufactureros o artesanos y los comerciantes—partido liberal— A ella me
he referido ya. Es necesario que nos detengamos en ese nuevo hecho histórico. En la época anterior al café los propietarios
territoriales tienen una psicología conservadora. La explica el origen de la propiedad. Las mercedes del monarca, la adquisición
directa en pública subasta o las viejas encomiendas son el origen de la propiedad. Se forma así el latifundio, esa economía agrícola
es una economía para el consumo inmediato, que no conoce amplios cambios comerciales y mucho menos la existencia del mercado
internacional. Tan sólo con el tabaco la agricultura neogranadina se orientará hacia el mercado exterior. El origen de la propiedad y
las aludidas características de la economía agrícola explican el sentido conservador de los propietarios neogranadinos. Estos son
indiferentes a la desaparición de la economía colonial. No tan solo indiferentes. No la desean. Se oponen a ella. Son los pequeños
productores del Oriente neogranadino —departamentos de Santander del Sur y del Norte — el grupo social que impone la
eliminación revolucionaria de la mencionada economía. El gran propietario es esclavista. Cuando cultiva su hacienda lo hace
utilizando el trabajo no libre de los esclavos. Se oponen, pues, a la extinción de la esclavitud, postulado programático del partido li-
beral.
Los comerciantes, los pequeños productores agrícolas del Oriente y los artesanos o manufactureros quieren la desaparición de la
economía colonial. La desean con el fin de disfrutar de circunstancias propicias para una ampliación de sus actividades económicas.
Pero sus intereses no son homogéneos. Hay una divergencia entre los comerciantes y los artesanos ante el problema de la
regulación del comercio exterior. Aquellos son librecambistas y éstos son proteccionistas. Es una divergencia que,
naturalmente, se expresa en la esfera de las luchas politicas. El partido liberal se divide en gólgotas y draconianos, Estos sustentan
una política de comercio exterior favorable a los artesanos y manufactureros __proteccionismo__ y los golgotas son furiosamente
librecambistas. Triunfan los gólgotas. En una economía que no conoce una cuantiosa producción de riqueza y mercancías, el
comercio disfruta de hegemonía; los gólgotas fueron los representantes de los comerciantes. A pesar de esa interna división, los
artesanos y manufactureros y los comerciantes son los definidores de la concepción liberal del mundo y de la vida, la imponen la
realizan.

Esas luchas políticas entre los grupos sociales de que se ha hecho mención agudizan la anarquía y el desorden. A la inestabilidad
económica se une la desorganización que emanaba de esa tremenda pugna entre grupos sociales cuyos intereses económicos eran
irreductiblemente inconciliables. Pero el café, al posibilitar por motivos y hechos que se explicarán luego, la formación histórica de
unos propietarios territoriales que serán liberales —los grandes y pequeños productores de café— y de unos industriales
conservadores, creará otra condición para la estabilidad política de Colombia. La nación adquirirá así definitivamente la sobriedad y
la madurez de que careció en las épocas anteriores.
¿Por qué el café es la estabilidad económica y por ende, la normalidad política? Son varios los hechos que explican aquella. Hay uno
puramente geográfico: imposibilidad de cultivar en las vertientes andinas otro producto que sea económicamente lucrativo. Además,
no es de temer una competencia colonial tan ruinosa como la que sufrió el tabaco y también la quina en el siglo pasado. En sus colo-
nias, las naciones no pueden ampliar aún más el cultivo del café. Es esa una posibilidad que no se puede realizar. Hay una tercera
condición: no hay una superproducción de los cafes de la calidad que cultiva y exporta Colombia (cafés suaves). La política de
"valorización" del Brasil creó circunstancias todavía más favorables para una ampliación del cultivo de esos cafés. Estos se
exportan a los Estados Unidos de América, nación que no tiene colonias en las cuales cultivarlos y que por su ubicación
geográfica no podrá producir café suave ni de ninguna otra calidad en su territorio metropolitano. Son esas las condiciones
que han ocasionado la estabilidad económica en Colombia a raíz de la iniciación y auge creciente del cultivo del café. Es una
estabilidad que debe comprenderse, sin embargo, cum grano salís. No hay plena estabilidad económica en el mundo capitalista
contemporáneo. La estabilidad del café es una estabilidad con crisis periódicas, crisis de baja de los precios, no crisis de su-
perproducción. No se debe prescindir de la posibilidad, un poco remota por lo demás, de una elevación lenta de
la producción de café a medida que se vayan ocupando y colonizando regiones de vertientes todavía desiertas o incultas.
No solamente el café es la estabilidad económica. Hay otra significación en el auge del cultivo del grano: éste no se produce en
pocas y aisladas regiones. El cultivo del café es un hecho general porque la realidad geográfica fundamental del territorio
colombiano que tiene mayor densidad de población es la vertiente andina. Así el café ha eliminado la circunstancia anterior ya
explicada, a saber, la existencia de regiones ricas o progresistas rodeadas por la penuria de las restantes. Ha desaparecido la
precedente disparidad en el desarrollo económico de las regiones, pero ha suscitado el café una realidad más peligrosa: la industria y
la riqueza se han concentrado en el occidente colombiano.
El café ha sido también en la historia de la economía nacional la ocupación permanente y regular. Ha absorbido la población apta
para la producción. Eso en regiones de alta densidad de población era muy valioso y nada indiferente para el destino histórico de la
nación.
Es una estabilidad económica que ha producido la estabilidad política. Este es un hecho histórico que ha sido condicionado por dos
factores: el económico, ya analizado, y el propiamente político, de una menor influencia. En efecto, en Colombia siempre han
existido dos grandes y vigorosos partidos políticos. Desde 1830 hasta la época contemporánea el conservatismo y el liberalismo han
sido los únicos partidos que han funcionado y disfrutado de estabilidad —una analogía con Inglaterra hasta la aparición del
laborismo británico—. El supuesto de la estabilidad del Estado Liberal de Derecho es justamente la existencia de fuertes y bien
organizados partidos políticos. La atomización de la vida política debilita a ese Estado y lo lanza a una crisis definitiva. En la
historia colombiana los momentos de crisis política, anteriormente expresada en las periódicas guerras civiles y actualmente, han
estado siempre unidos a una situación interna de crisis en uno de los dos partidos, el que esté disfrutando de hegemonía
gubernamental. Esa condición política de la estabilidad del Estado liberal de Derecho en Colombia no pudo impedir que antes de
obtenerse, con el café, la estabilidad económica, la anarquía y el desorden políticos desaparecieran. El supuesto más vigoroso para la
normalidad en el funcionamiento de la vida política colombiana ha sido la consecución de una peculiar estabilidad económica. El
café la ha producido y con ella el sosiego y la mesura.
La formación histórica de unos propietarios territoriales liberales ha sido otra de las creaciones debidas al café. Los viejos dueños de
la tierra, descendientes de familias que se habían adjudicado a sí mismas orígenes aristocráticos, cuyos antepasados habían
explotado a los indios en las encomiendas, integraban a un grupo social reaccionario, afiliado al partido conservador. Eran
propietarios que estimaban denigrante y vil el trabajo manual. A éste se dedicaban los indios y posteriormente, los esclavos negros
traídos del África, Mas el café, que está vinculado a la pequeña propiedad distinta de la adquirida mediante el cultivo directo de la
tierra por los hombres que luego se harán propietarios de la misma, crea el propietario territorial liberal. El colombiano que ha
colonizado las regiones productoras de café, el colombiano que ha cultivado ese producto desde el primer momento al haber llegado
a la vertiente, ha descuajado la selva, ha abierto en ella unos claros, y ha tomado posesión de la tierra. Luego se cumplirán los
procedimientos normales para la adjudicación de la propiedad, de acuerdo con la legislación sobre baldíos. Ha vivido el trabajo
fecundo y creador. No es un hombre ocioso, no lo ha sido nunca. Los hombres de vida ociosa eran los propietarios que poseían
inmensas extensiones sin cultivar, los latifundistas que también eran propietarios de esclavos y que no podían poner a producir en su
totalidad las haciendas que poseían: su gran superficie se los impedía. Eran los propietarios esclavistas del Valle del Cauca en la
primera mitad del siglo pasado, de Cundinamarca y del Tolima en la misma época. El productor de café ha vivido una existencia
económica distinta. Su conciencia política ha podido ser distinta. Ello no quiere demostrar que no haya también productores de café
afiliados al partido conservador. Los ejemplos de Antioquia y Caldas indican que hay igualmente cultivadores de café
conservadores. Pero la realidad peculiar debida al café es la de haber posibilitado históricamente la formación de propietarios
territoriales liberales. La anterior dura lucha entre la aldea y la ciudad, entre los propietarios territoriales, quedó amortiguada,
desvanecida. El café había producido esa transformación. Surge el "republicanismo", es decir, un movimiento que, dándose ese
nombre, propugna un acercamiento entre los dos partidos políticos. Quiere borrar las viejas diferencias, los anteriores motivos para
la lucha —el café se había anticipado a amortiguarlos, a desdibujarlos—. El republicanismo se inicia en Antioquia, departamento
que con el de Cundinamarca contempló los primeros cafetos en el siglo pasado.
La incesante expansión del cultivo del café vigoriza la estabilidad política y económica de Colombia. La denominada "democracia
colombiana" se va transformando en una democracia de pequeños productores agrícolas. Habrá entonces una evidente hostilidad a
toda modificación fundamental. Los colombianos serán unos hombres moderados y sobrios. No podrán jugar con la economía
nacional como los frenéticos radicales —los gólgotas— del siglo pasado, ni lanzar a la nación a la anarquía como los ingenuos
constituyentes de Rio Negro que le dieron a Colombia una Constitución que intensificó aún más el desorden y la descomposición,
de 1863 y 1885. La mesura, la proporción, la regla, el orden, serán el contenido de la vida colombiana. El café había producido la
seriedad. No se podía ya jugar con la recientemente formada economía nacional. Los millones de sacos de café que Colombia ex-
porta no lo permiten. Las fábricas desarrolladas en el regazo de esa economía cafetera tampoco aceptarán ese juego infantil que
en el siglo pasado solamente produjo la desaparición de las reducidas manufacturas del Oriente —libre cambio—, pero que en el
umbral suscitaría graves consecuencias. Del radicalismo al orden, de la infancia a la edad madura, del desorden a la
estabilidad, de la anárquica subjetividad a la mesurada y fría objetividad, he ahí las transformaciones históricas que el café
produce en Colombia. Los pequeños productores, los propietarios que han cultivado ellos mismos, la tierra, han triunfado. La paz
y la tranquilidad reinan en Colombia.

IV LA DIRECCIÓN POLÍTICA
Los hombres que en el siglo pasado dirigen a Colombia son del Oriente —departamentos de Santander del Norte y del Sur—, del
Centro —Boyacá y Cundinamarca— y del inmenso Cauca —Popayán—. El Oriente había disfrutado de un envidiable progreso
durante la Colonia. No conoció el latifundio, no sufrió la esclavitud. Fue un país de campesinos libres, de colonos españoles. Hizo
con la insurrección de los Comuneros —1781— el primer movimiento revolucionario contra la economía colonial. Los colombianos
del Oriente están siempre presentes en todos los decisivos y grandes acontecimientos de la vida política nacional. Santa Fe de
Bogotá —nombre inicial de la capital de Colombia— tampoco es pasiva. Son santafereños Antonio Nariño y Acevedo y Gómez. El
primero autor de una crítica de la economía colonial —"Ensayo de un nuevo plan de administración del Virreinato"— y el segundo,
uno de los orientadores del movimiento emancipador del 20 de julio de 1810. Muchos presidentes y ministros de Estado darían
Boyacá y Cundinamarca a Colombia en el siglo pasado. Del extenso Cauca sería el general José María Obando, el general Tomás
Cipriano de Mosquera, presidentes ambos, e iniciador el segundo, de la era de las reformas anticoloniales. Caucano fue también
Julio Arboleda, hombre contradictorio, poeta romántico eminente, conservador, pero adversario de los jesuitas. Así se mantiene
el equilibrio político en el siglo pasado. El litoral atlántico, Antioquia y el departamento que luego se llamará el Valle del Cauca —
Caldas era en realidad una región desierta— el remoto Sur, Tolima y el Huila, sufrían la dirección política. Antioquia continuaba
encerrada en sus altas e inaccesibles montañas —pureza racial, patriarcalismo, honestidad de costumbres, naturalidad y
espontaneidad en el desarrollo histórico—
Hay una paulatina ascensión política de las principales regiones productoras de café. Caldas, Antioquia, Valle del Cauca y Tolima
dan presidentes y ministros de Estado. El "republicanismo" ya se advirtió, surgió en Antioquia. En este siglo los antioqueños
Carlos E. Restrepo y Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina y Mariano Ospina Pérez han sido presidentes de la república. Alfonso
López y Darío Echandía, tolimenses, han ocupado también la presidencia. Los banqueros, los industriales, los financieros, que han
orientado a los gobiernos han sido de esos departamentos cafeteros.
Antioqueños, caldenses y vallecaucanos han vivido siempre pensando en los problemas todos de la economía nacional. ¿No es el
café el creador de esa economía? Es un mirar constantemente esos problemas a través de la ancha y segura perspectiva que
suministra el café. La época del café es la época de los banqueros, de los industriales, de los exportadores del grano, de los Ministros
de Hacienda que no pueden desconocer los problemas que suscita el café. Contrariamente, han de estudiarlos y plantearlos con
acuidad y acierto. En varias ocasiones un Congreso de Cafeteros ha tenido más honda y perdurable influencia que el mismo Con-
greso Nacional. Al primero asisten los hombres que están siempre vertidos hacia la excluyente consideración de las variables
circunstancias y de los problemas de la economía nacional, los colombianos que saben de las incidencias de la economía y del
comercio mundiales. El café, director de Colombia, ha entregado, la primacia política a quienes lo producen y han creado con él la
economía.

V HUMANISTAS, POETAS Y EMPRESARIOS


En las épocas que preceden al auge y predominio de la producción de café la cultura colombiana es una cultura humanista y abs-
tracta. La hacienda del altiplano y concretamente, la de la Sabana de Bogotá, es el ambiente en que se desarrolla esa cultura. Hay
una reposada vida económica. Se cultiva y se produce lo necesario para el consumo familiar -—trigo y papa— y para un limitado
comercio local. Hay mansedumbre y sosiego Hay costumbres coloniales —sincera devoción religiosa, misa diaria y dominical,
hábitos sencillos—. La cultura que se forma renuncia deliberadamente a la aprehensión del mundo que rodea al hombre. Está vertida
hacia lo interior, vuelve al pasado, a un pasado que no se quiere superar. Un filólogo, Rufino José Cuervo, y
un hombre universal, Miguel Antonio Caro, simbolizan esa época de cultura colombiana.
No se quiere modificar la realidad, bien sea la histórica o la natural, el paisaje que ofrece el contorno físico de la existencia íntima y
quieta de los santafereños. Se ama la estabilidad, aun cuando contradictoriamente ella no pueda darse en las condiciones históricas
que en ese momento gravitan sobre Colombia. Se temen los cambios, las transformaciones por leves que ellas sean.
En el Oriente la situación cultural era idéntica. Aquella es una región que, aun no habiendo conocido una auténtica economía colo-
nial, no disfrutó jamás de un intenso desarrollo económico. La pintoresca política librecambista que impusieran los radicales —
gólgotas— eliminó las manufacturas, las nacientes manufacturas. La desaparición de la economía colonial desplazó la producción
de riqueza y de mercancías a las regiones tabacaleras, Ambalema especialmente. Extinguido el monopolio del tabaco, la citada
población, puerto sobre el río Magdalena, entregóse a una intensa pero transitoria actividad económica.
Ni en el Oriente, ni en Bogotá se podía formar una sociología colombiana. Eran preocupaciones ajenas a los suaves humanistas que
crearon el prestigio intelectual de Colombia —Bogotá, la "Atenas Suramericana"—-. Los creadores de la sociología colombiana son
hombres oriundos de otras regiones. Son Miguel y José María Samper, naturales de Guaduas, población cercana a Ambalema,
quienes pudieron contemplar las transformaciones históricas ocasionadas por la eliminación del monopolio colonial del tabaco,
adquiriendo así una conciencia histórica y sociológica de la cual carecían casi todos sus contemporáneos con algunas excepciones
—Salvador Camacho Roldan, Aníbal Galindo, etc.—
Si los radicales podían jugar con la economía colombiana, los humanistas —gramáticos, filólogos, filósofos—, podían prescindir de
la consideración y del estudio de unas realidades económicas que no eran imperiosas porqué obedecían a una provincianamente
limitada producción de bienes. La expansión y el auge del cultivo del café modifican totalmente esa situación. La constituida
economía nacional se inserta en la economía mundial. Desaparece la producción para el consumo inmediato o familiar, para un
mercado local. La producción del café, una producción creciente, busca en el mercado internacional, remotos y desconocidos con-
sumidores. Se impone la consideración de unos hechos nuevos, pero simples y elementales. Colombia no puede ser indiferente a las
condiciones que predominen en el mercado del café. Las cotizaciones del grano en la plaza de Nueva York deben ser
inmediatamente conocidas y telegrafiadas a los centros productores. Las vicisitudes del comercio exterior de Colombia —índole y
origen de las importaciones, la relación cambiaria del peso con el dólar y aún con la libra, las fluctuaciones de los precios del café,
la política de "valorización" del Brasil, la limitación de la demanda de café en los mercados internacionales— eran hechos que no se
podían mirar con indiferencia, eran realidades que no se podían ignorar. Desde las épocas del tabaco y la quina los colombianos ha-
bían olvidado que existía un lejano mercado internacional. Además, la ampliación de la capacidad interna de consumo y de compra,
había ocasionado la formación de la industria nacional. Eran otros los problemas económicos que debían ser cuidadosa y
objetivamente considerados. El juego infantil del siglo pasado había cesado. Una modificación de los precios del café suscitaba
inmediatamente varios hechos en la creada economía nacional. Si ésta ya existía, los colombianos no podían mirarla con indi-
ferencia y con desdén. ¡La economía Nacional! ¡Cuántas exigencias imponía! Era necesario, en ese primer momento, abandonar el
estudio del latín y del griego, del castellano del siglo de oro, de la filosofía perenne —¿será posible una filosofía perenne? Se
iniciaba la decadencia de lo clásico. Estábamos ya frente a lo contemporáneo.
Era inevitable transformar el Estado. Debía desaparecer la simplicidad colonial de las nuevas descansadas épocas anteriores. Tenía
que realizarse, si cabe la expresión, una "racionalización" del Estado colombiano. Tal es la gran función histórica que cumple el
gobierno que preside el general Pedro Nel Ospina. Se crea un banco central de emisión: el Banco de la República. El nuevo
organismo regulará la circulación monetaria o deberá hacerlo cuando las circunstancias le impongan esa tarea. Se establece la
Superintendencia Bancaria, entidad que fiscalizará el cumplimiento de la legislación que reglamenta el funcionamiento de los ban-
cos. Previamente, esa legislación se modifica, variación que contribuye a facilitar una concentración del capital bancario.
Es la "racionalización". Se traza el sistema de vías de comunicación. Es un espíritu distinto el que informa ya las actividades del
Estado. Se abandonan un poco las inútiles y estorbosas discusiones políticas de contenido ideológico. Aquellas concepciones del
mundo y de la vida que tan duramente habían combatido en el siglo pasado son un recuerdo. El café impone a los colombianos
otras preocupaciones. Los productores del grano se organizan. Se crea la Federación Nacional de Cafeteros en 1927 en la ciudad de
Medellín. Es un sentido de cooperación que anteriormente no se había presenciado en Colombia.
Es una época radicalmente nueva. El café exige que los colombianos estén en permanente vinculación con los problemas de la
economía nacional. Es la tiranía de los hechos económicos. La vida tiene ahora un estilo distinto, presenta unos modos diversos. El
café ha modificado al hombre colombiano.
Corresponde a un antioqueño, a un hombre que venía del café, el general Pedro Nel Ospina, iniciar la nueva época. No es un
intelectual. Afortunadamente no fue un intelectual. Los antioqueños son realistas, lúcidos, claros. Tienen una muy peculiar
intuición para los problemas económicos — ¿un remoto semitismo?—. En Antioquia la economía se ha desarrollado con naturalidad
y espontaneidad. Es una realidad que ha suscitado en los habitantes de ese departamento una tendencia a la vinculación permanente
y ateorética con la realidad. La economía antioqueña no ha sido nunca una economía que sufra desviaciones en su lento
desarrollo. En tal virtud, el antioqueño ha sido siempre un hombre realista, ha disfrutado del don de una comprensión de las
realidades económicas, de una intuición de las mismas. En Antioquia la agricultura produjo suavemente una naciente
manufactura. No hay artificio en la economía de ese departamento colombiano. Posteriormente, el café creará condiciones
propicias para la formación de una economía industrial. Antioquia está encerrada entre montañas. Sufrió una vida de
clausura. En muchas ocasiones, cuando la nación se debatía en medio de las convulsiones de las periódicas guerras civiles,
en Antioquia la vida transcurría sosegadamente. La psicología del antioqueño era una psicología de campesino, dicho esto
sin ningún sentido peyorativo, sin ningún propó sito de descalificar o apreciar negativamente los modos de ser del
antioqueño, o del antioqueño de la época que precede a 1920. La república había sido una república campesina, también.
Los presidentes, especialmente los oriundos de Antioquia, Carlos E. Restrepo y Marco Fidel Suárez, eran hombres de sencillas
costumbres. No conocieron, ni aceptaron la rigidez protocolaria. Esa república patriarcal, agrícola, entregada a la placidez de
una vida provinciana, desaparece con un antioqueño, el general Pedro Nel Ospina. Fue un empresa rio. Concebía a
Colombia como una gran fábrica en la cual el proceso de creación de mercancías y de riqueza debía ser continuo. El café
había transformado insensiblemente al antioqueño. Muy lejos estaba ya la época de Restrepo y de Suárez, lejos en
la vida espiritual aun cuando muy próxima todavía en el tiempo histórico. Más los mismos modos de ser anteriores
del antioqueño permitieron que Pedro Nel Ospina supiera comprender el significado que tenían los nuevos hechos
económicos. Bastaba para ello que ese insigne antioqueño continuara fiel a la tendenc ia, al contacto incesante con
la realidad que distingue a los antioque ños, Ospina intuía las exigencias que et café, que su cultivo incesantemente
mayor, que su producción en constante aumento planteaba. Olvidó toda posición distinta, toda actitud diversa, y
especialmente aquellas que quisieran sustentar un estrangulamiento de las tendencias expansivas que el café había
suscitado en la economía colombiana. En esos momentos la necesidad histórica tenía un contenido diferente. Ya no
podía jugar con la economía nacional. No se repetiría la conducta de los radicales (los gólgotas) en 1850. En un
colombiano eminente se dará una po sició n análo ga a la d e ese juego infantil cuando hacia 1932 pide que selimiten
las siembras del café. Correspondió también a un antioqueño, sagaz y ducho economista, ajustarse a aquellas tendencias
expansivas, al repudiar, siendo Gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, todo propósito de restringir el cultivo del
café. Antioquia continuaba intuyendo, a través del café, el sentido de las nuevas realidades económicas. El café es la
economía nacional.

La época que inaugura Pedro Nel Ospina es la de los financieros y los economistas. Los gramáticos (el antioqueño Marco
Fidel Suárez fue el último), los llamados "humanistas" (no eran auténticos humanistas) y los poetas no tienen ninguna
función que cumplir en esa época. Tal fue el error del partido conservador al llevar a la presidencia de la república, después
del período brillante de Pedro Nel Ospina, a un hombre de formación clásica, de vigorosa conciencia civilista, pero ajeno a
todos los problemas que el café había planteado, a todas las nuevas realidades desatadas por el diná mico e impetuoso
Ospina. Hay un colombiano que simboliza esa nueva época Esteban Jaramillo. Amplia, universal cultura. Serenidad y
mesura. Sobriedad y objetividad. Fina e inmediata comprensión de la economía. El proceso de incesante expansión del cultivo
del café exigirá cada día mayor racionalización. Deberán abandonarse los procedimientos simples y provincianos. Cuando la Se-
gunda Guerra Mundial lleve a las naciones productoras a acordar métodos de defensa del grano en el mercado norteamericano, una
concepción objetivista informará el Acuerdo Interamericano de Cuotas del Café. Se limitarán las exportaciones a los Estados Unidos
de América. Ese hecho, en apariencia simple y sencillo, obligará a crear internamente en Colombia todo un aparato administrativo
para cumplir las obligaciones contractuales emanadas del Convenio. Este suponía un mecanismo peculiar. Todo mecanismo es
racional y objetivo. Es un colombiano en el cual la economía nacional ha sido una presencia espiritual permanente, Carlos Lleras
Restrepo, quien aplica el Acuerdo Interamericano de Cuotas del Café. Con tranquilidad y sin indecisiones, con valor y confianza
cumple el Convenio. También se daba en él esa indestructible inclinación a una vivencia constante de la ya compleja economía
nacional. Él café ha destruido el provincianismo y la simplicidad. En Lleras Restrepo se muestra cómo el café conduce a una exacta
aprehensión de los problemas de la economía colombiana.

El café crea una nueva Colombia. No es tan solo la republica de los financieros y los economistas. Es también la de los industriales.
El amplio mercado interno desarrollado por el café ocasiona la hegemonía del industrial, una hegemonía que coincide con la del
productor del café, los economistas y los financieros. Se olvida la anterior pugna ideológica-política. Son consideraciones y
preocupaciones de otra naturaleza las que predominan. Se hablara con acierto de la desaparición de las fronteras entre los viejos
partidos políticos, el conservatismo y el liberalismo. El café proseguía su obra histórica.

VI LAS DOS COLOMBIAS


El desarrollo económico de Colombia tiene, al parecer, un contenido inmodificable: su realización no es idéntica en todas las
regiones. Hay siempre una disparidad, ciertas diferencias. Estas se han conservado, no han sido superadas en las varias épocas
históricas.
Hasta mediados del siglo pasado las manufacturas y la rica agricultura del Oriente se oponían a la penuria del Occidente y a
la miseria de la región Central, departamentos de Boyacá y Cundinamarca. El Occidente era la mina antioqueña, explotada
y explorada mediante la utilización del trabajo no libre de los esclavos, era la economía agrícola para el consumo
familiar e inmediato del Valle del Cauca. Una economía que conocía el latifundio, un latifundio vinculado a la esclavitud. El
departamento de Caldas no existía. Era una región todavía no habitada. En Boyacá y Cundinamarca regia la encomienda,
durante la Colonia, y después de la proclamación y obtención de la Independencia el latifundio. Los campesinos son pobres y
harapientos. Eran los antiguos chibchas transformados en una suerte de siervos de la gleba. Son circunstancias adversas un auténtico
desarrollo económico. En el Oriente la situación era muy distinta. Hubo una evidente colonización. No hubo conquista. Los indios,
menos progresistas y cultos que los chibchas, eran por eso, justamente, más heroicos y perecieron luchando contra el invasor es-
pañol. Se crea en el Oriente una economía agrícola de pequeños campesinos. No hay latifundios. No podía haberlos. No se
encontraron minas de oro, ni de plata. No se introduce, en consecuencia, el negro. No hubo mestizaje. No se conoció la esclavitud.
Hay una producción agrícola, cuantiosa para la época. Se forman las manufacturas. Predominan las textiles porque transformaban
el algodón cultivado y producido en la misma región. La economía del Oriente colombiano, en la época que se analiza, no estaba
orientada hacia el mercado exterior. Hay un consumo intenso, por las manufacturas, de la producción agrícola. Hay un mercado
local amplio para los víveres y los alimentos que se cultivan.

Esa vigorosa vida económica del Oriente suscita sus naturales efectos. Hay una rica existencia urbana Las ciudades tienen nombres
castellanísimos: Pamplona, El Socorro, San Juan de Girón, San Gil, Se da también una incipiente cultura. Por eso en la Expedición
Botánica, empresa intelectual dirigida y orientada por José Celestino Mutis, participan muchos colombianos del Oriente. Los que
dirigen el movimiento emancipador si se prescinde de unos pocos próceres de Popayán y de los de la remota Cartagena de Indias,
son colombianos oriundos del Oriente. La primera auténtica revolución anticolonial, la llamada de los Comuneros, se origina en el
Oriente.
Hay, pues, dos Colombias, en la época de la Colonia y hasta la primera mitad del siglo pasado: la del Occidente, esclavista y minera,
y la del Oriente, agrícola y manufacturera. La mina y la manufactura y el taller. La pequeña propiedad y el latifundio. La ciudad y la
aldea y la gran hacienda. La colonización y la explotación del negro y del indio. El gran rio Magdalena es la línea divisoria de esas
dos Colombias.
La hegemonía y el auge del cultivo del café conservan ese dualismo fundamental de la vida económica colombiana. Primeramente,
desaparecieron las manufacturas del Oriente. La política librecambiaria de los radicales (los gólgotas) las eliminó. No pudieron
resistir la ruinosa y victoriosa competencia de las importaciones inglesas. El Oriente retrocede a una economía de pocos, alientos.
Había sido concluida la obra de los librecambistas, tal como la habían definido Florentino González y Manuel Murillo Toro: la
economía colombiana se había transformado en una economía productora de materias primas y de alimentos que se cambiaban por
los artículos que nos enviaría Europa y más tarde los Estados Unidos de América. Era la realización plena de la anhelada división
internacional del trabajo. Colombia era una zona exterior no capitalista para la realización comercial de la plusvalía extraída a los
obreros europeos, especialmente ingleses, y los norteamericanos.
La expansión del cultivo del café elimina una realidad anterior ya anotada en un capítulo de la presente obra: la exclusiva ubicación
espacial del cultivo del producto que disfrutara de hegemonía dentro del correspondiente ciclo —ciclo del tabaco, ciclo del añil,
ciclo de la quina—. La producción de café se generaliza porque la vertiente andina es el hecho fundamental de la geografía
colombiana. El café se cultiva en la vertiente Una realidad nada despreciable para una racional, aun cuando se deba a la geografía,
remodelación de la economía colombiana. Pero el café crea o no elimina las circunstancias ya conocidas. Son ellas la de una
disparidad en el desarrollo económico de las varias regiones. Siendo, afortunadamente, el cultivo del grano un hecho que se da en
casi todos los departamentos colombianos porque en todos ellos hay vertientes andinas, el café suscita inicialmente una trans-
formación armónica y paralela de todas las regiones de la nación. Es la diferencia que ha de establecerse entre el tabaco, el añil y la
quina, por una parte, y el café. Pero, el grano no extingue ese contenido del desarrollo económico de Colombia, a saber, la
disparidad que siempre ha existido entre las varias regiones, o más exactamente, entre las dos regiones principales de la nación, el
Oriente y el Occidente. Antaño fue el Oriente la región que disfrutó de una más amplia producción de mercancías. Los motivos ya
se explicaron. Hogaño la primacía económica ha pasado al Occidente. Es lo que he denominado el "dualismo fundamental de la
economía colombiana" La mayor producción de café se concentra en Antioquia, Caldas y Valle del Cauca. Por ejemplo, en 1945/46
Colombia produce 5.761.799 sacos, de los cuales corresponden a los tres departamentos citados, todos ellos en la región occidental.
3.936 171 sacos Más del 50% de la producción total. En 1946/47 de 6.168.605 se cultivan en esos mismos departamentos
4.273.918. La proporción se eleva. El fenómeno de Caldas es sorprendente. En un departamento cuya población no llega al millón
de habitantes se producen en 1945/46 2.003.100 sacos y en 1946/47, 2.263.700. Es una realidad que en la América latina no se da
con frecuencia.
El café ha creado la economía nacional Pero ha unido a Colombia al través de la separación y de la diferencia. Es la dialéctica: unir
separando. En el Occidente colombiano la ha suscitado la formación de una auténtica economía capitalista. En el Oriente ha
coexistido con los viejos módulos económicos. En Barranquilla ha hecho posible el desarrollo de una economía fabril local
vigorosa. El mercado de ésta también está condicionado, aun cuando esta afirmación sea, al parecer, errónea, por el café.
Prescindiendo de los otros departamentos del Occidente (Cauca y Nariño), y concretándonos a Antioquia, Caldas y Valle del
Cauca, las estadísticas de la producción industrial son también como las del café, muy significativas. En 1945 el valor de aquella
asciende a $641.081.499, suma en la cual la producción de los tres mencionados departamentos está representada por $ 310.882.378.
Es una proporción que equivale aproximadamente al 50%.

El mayor vigor económico del Occidente ha suscitado una realidad política: Antioquia, Caldas y Valle del Cauca desean una más
amplia autonomía administrativa. Es un moví miento que se denomina en Colombia "descentralismo'. Cuando se aprobó en 1886 la
Constitución que todavía está vigente, uno de sus autores, el señor José Maria Samper, para explicar la forma del Estado en ella
adoptada y definida, acuñó esta fórmula: "Centralización política y descentralización administrativa". Hizo fortuna esa fórmula de
Samper, Es típicamente liberal. Supone que la descentralización, tal como ella fue fijada en la Constitución, será siempre puramente
administrativa. Es la tendencia a la despolitiquización del Estado. En determinadas circunstancias (ya se han presentado en
Colombia esas situaciones) no es posible armonizar la presunta "descentralización administrativa" con 1a "centralización política".
Desde luego, en esos momentos siempre aquella ha desaparecido a expensas de ésta. Ahora bien, el Occidente colombiano burgués
y capitalista (Antioquia, Caldas y Valle del Cauca), desean ampliar y acentuar l descentralización administrativa. Así se explica que
haya adoptado el movimiento por ellos defendido y desatado el adjetivo "descentralista".
Aun cuando ya se han reunido dos congresos descentralistas, a los cuales han asistido delegados de los tres departamentos varias ve-
ces citados y del Cauca y Nariño, todavía los objetivos concretos del movimiento estén sin precisar. Sus finalidades son
relativamente confusas o no totalmente claras y diáfanas. Al parecer, se desea una mayor participación en las obras públicas que
realice la nación porque los impuestos directos (y también los indirectos) producen más en Antioquia, Caldas y Valle del Cauca. En
efecto, en 1946 los impuestos sobre la renta, patrimonio y exceso de utilidades le dieron a la nación un ingreso fiscal de $
77.793.817. En esa suma corresponden a los tres departamentos referidos $ 31.044.929. Casi el 50%. En 1947, según cálculo
aproximado, esos mismos impuestos produjeron $ 95.898.67S en toda la nación y en Antioquia, Caldas y Valle del Cauca, $
38.268.256. E1 Occidente pide que, habida consideración de ese hecho, la nación invierta mayores sumas de dinero en obras
públicas en los departamentos situados hacia el Pacifico. Se solicita más amplia autonomía en el control de cambios, importaciones
y exportaciones. Se sugiere, incluso, qué haya una ecuación entre el valor de las exportaciones de Antioquia, Caldas y Valle del
Cauca y el valor de las importaciones que esos mismos departamentos puedan hacer libremente. Es un sistema que podría conducir a
un leve desplazamiento de las importaciones colombianas hacia el Occidente, con algún detrimento para las otras regiones de la
nación. Se ha exigido una mayor ampliación en la concesión de créditos bancarios para el Occidente.
Los defensores del "movimiento descentralista", esos dinámicos industriales de Antioquia, Caldas y Valle del Cauca, esos produc-
tores de café, esos grandes importadores de Medellín, Cali, Manizales, Pereira, Armenia, han procurado no plantear el problema de
la centralización política. La razón es obvia: no se desea volver a una organización federal. Las experiencias de la Constitución de
1863 han sido definitivas: el federalismo anarquizó a la nación. Los "descentralistas" tienen la mesura y la objetividad que el café ha
producido en los colombianos. No se puede jugar con la nación. Pero la afirmación de la "descentralización" es ya una posición
política. Más los “descentralistas" han superado el federalismo contractualista de la Carta de Rionegro de 1863. Es la
racionalización que lentamente ha introducido en Colombia el café.

El autor de este ensayo no quiere asumir una actitud hostil al "movimiento descentralista" Tampoco desea adherir a él. Intenta
destacar el significado de ese movimiento: una demostración de la carencia de armonía, de adecuación entre la vigente
Constitución de 1886 y las realidades económicas creadas por el café. Hay una pugna entre los hechos económicos, y una
determinada estructura jurídica del Estado colombiano. Para eliminarla no sería necesario reformar totalmente la Constitución. Hay
una tendencia ya implícita en la Carta de 1886, la "descentralización administrativa", que no es, sin embargo, simplemente
administrativa, cuya ampliación permitiría obtener una desaparición de la incongruencia entre la Constitución y las realidades
económicas propiciadas por el café. Esto conducirá a una inevitable transformación del Estado colombiano en el sentido de una más
amplia autonomía de los departamentos. No volveremos al federalismo de Rionegro. Tampoco se rompería la unidad nacional. No
se olvide que la demanda interna, que el mercado interno que ha actuado como acicate para el desarrollo industrial son hechos que
no se han dado solamente en los departamentos que mayores cantidades de café producen. El mercado ha sido creado por el café.
Ester ha formado la economía nacional. Así la demanda interna es una realidad condicionada por el café en todos los departamentos
y regiones colombianos, aun en aquellos que como el Atlántico y Bolívar no cultivan el grano. Las industrias de Antioquia, Caldas y
Valle del Cauca tienen asegurado un estable consumo en las restantes regiones porque el café, al crear la economía nacional, ha
elevado la capacidad de compra de los colombianos.
En ese conjunto de transformaciones históricas que el café ha producido en Colombia, una de gran alcurnia y que indica la profun-
didad de esas modificaciones, será la nueva organización jurídica del Estado cuando Antioquia, Caldas y Valle del Cauca, tal vez
con el apoyo de la norteña ciudad de Barranquilla, obtengan una distinta autonomía administrativa. Se extinguirá la actual
incoherencia entre los hechos económicos y la estructura jurídica creada en 1886.

VII LA SOCIEDAD CONTRA EL ESTADO


En algunas de las naciones Latinoaméricas y en todas ellas en anteriores épocas históricas hay y hubo una presencia permanente
del Estado. Es una realidad que se expresa y se expresó en formas y hechos distintos. La creación de riqueza gira en torno al
Estado. No hay una auténtica producción de bienes. Es el Estado el gran dispensador de empleos. No hay burocracia. Tan
sólo hay empleomanía. Los funcionarios del Estado carecen de ese peculiar sentido de la racionalidad y de la objetividad
que ha de distinguir a la burocracia. Aun en épocas posteriores, cuando la estabilidad económica y el normal desarrollo de las
naciones modifican esa situación, el Estado sigue vinculado a la economía. Se producirá entonces el fenómeno de la valorización
artificial de la propiedad en las grandes ciudades. Así se crearán las fortunas individuales. Esa valorización es un hecho que no
puede impedirse. También se ha dado en otras naciones en las cuales el Estado no ha estado tan presente en la vida económica
individual (los Estados Unidos de América, Canadá, Inglaterra, etc.). Pero en la América Latina ese fenómeno de la valorización
mencionada ha tenido un sentido peculiar: desvía las inversiones (se compran con especial predilección propiedades urbanas cuyo
precio luego se aumentará extraordinariamente), limita la cuantía del capital que se dedicará a otras empresas, a la empresa de la
producción auténtica de mercancías. Es la pasividad. Nada de producción. Esperar que el inevitable proceso de desarrollo de las
ciudades ocasione la elevación del valor de las propiedades.
En la América Latina se tiene y se tenía una confianza ilimitada en el Estado. La vigorosa y autónoma iniciativa particular no se
conoce y no se conocía. El Estado era un Estado paternal, caritativo. Un efecto inmediato: el "gobiernismo". Se está siempre con el
Gobierno. Para las masas el Estado no es una entelequia. El Estado es el Gobierno. A una mayor pobreza en las naciones o en las
diversas regiones de cada nación, una más acentuada tendencia al gobiernismo, a vincularse al gobierno. Una segunda consecuencia,
la tremenda agudeza pasional de las luchas políticas cívicas en estas naciones. Son ellas una pugna en torno a la protección que ha
de dispensar el Estado. Aun cuando tuvieran un contenido ideológico, cabe aseverar, sin embargo, que las divergencias politicas
también han sido una lucha por la protección del Estado, la protección paternal que otorgaba generosamente el Estado.
En las naciones latinoamericanas de más estable y amplio desarrollo esas realidades han desaparecido. Se extinguieron ya a
mediados del siglo pasado. Por eso, en ellas el Estado ha tenido funciones distintas. La sociedad no se ha identificado con el Estado.
Este no ha disfrutado de una ubicua presencia en la vida individual. En Colombia tal es la significación que también tiene el café:
producir una actividad diversa ante el Estado, suscitar una autónoma (autónoma respecto al Estado) creación de riqueza, de
mercancías. El proceso de ampliación incesante del cultivo del café fue una realidad ajena al Estado. Este sufrió, si así pudiera
decirse, las condiciones que propiciaron el desarrollo inexorable de la producción de café. Fueron, como ya sabemos, circunstancias
internas y externas. Es una realidad nueva: unas labores eminentemente productivas de riqueza que no están subordinadas al Estado,
ni han tenido que ser expresamente propiciadas por él. Se piensa menos en el Estado y en el Gobierno porque se vive un proceso
económico autónomo. Es una realidad histórica que no ha sido creada por el Estado. Es una afirmación de la sociedad ante el Es-
tado. El presente ensayo intenta describir el contenido de esa nueva realidad.
El café ha contribuido, también, a la formación de las clases sociales. Hacia 1850 había declarado Salvador Camacho Roldan que en
Colombia no había clases sociales. Quería indicar el eminente sociólogo que dentro de las condiciones económicas de esa época no
había una separación nítida de las varias clases sociales. La dramática y anárquica inestabilidad económica no lo permitía. Una
economía familiar y para el consumo inmediato solo conocía dos grupos sociales: los jornaleros y los propietarios territoriales.
Mientras estuvo vigente la esclavitud a esos grupos se unían otros dos: los amos y los esclavos. La transitoria economía
manufacturera del Oriente colombiano, una economía de taller, no se concibe sin maestros y aprendices. Además, los
funcionarios públicos y los comerciantes, unos comerciantes al por menor, completaban el cuadro social del siglo pasado. El auge
del cultivo de! tabaco, después de la extinción del estanco, modificó parcialmente esa situación en las regiones que es entregaron a
la producción de la hoja. Eran grupos sociales inestables, de imprecisos lineamientos, exceptuando los de la aldea ---jornaleros y
propietarios, amos y esclavos----
El café crea en Colombia las clases sociales ,previa la conservación de los grupos que ya existían en la aldea ---jornaleros y
propietarios territoriales----.Suscita la formación de una economía capitalista, después de haber ampliado el mercado interno para la
futura producción industrial .La burguesía y el proletariado son las nuevas clases sociales .Hay también los nuevos exportadores de
café .El aumento de la importaciones a raíz de la mayor demanda ,nos da el comerciante al por mayor nacional o extranjero .El
cuadro queda completo. El café es una revolución económica.
Los cultivadores del grano establecen una entidad autónoma: la Federación Nacional de Cafeteros .Se crea en 1927 en un congreso
de productores de café. Posteriormente, el estado se vincula al a la Federación .Celebra con ella contratos. ¡Un contrato! Se
reconocía la autonomía de ese organismo .surgen deberes y derechos del estado y de la Federación .Estas se entregara a una eficaz
defensa de los productores cuando los precios sufran acentuadas bajas en el mercado internacional. Es un procedimiento sencillo y
sin complicaciones; si los precios disminuyen la Federación compra el café en el mercado interno a las cotizaciones anteriores para
limitar la baja. Es un método que, desde luego, no sería aplicable cuando en momentos de una crisis económica general se produzca
en la economía mundial una caída de los precios. Pero cuando tas oscilaciones de los precios del café obedezcan a circunstancias
locales, la intervención de la Federación en el mercado ha sido siempre muy eficaz y positiva. El Estado ha confiado a la
Federación, una entidad particular, la defensa y la protección de los cultivadores. Además, la Federación realiza algunas obras
públicas en las regiones productoras, generalmente, de ingeniería sanitaria. Es también otra actividad en la cual ha substituido al
Estado.

En los departamentos que mayores cantidades de café producen no se da el fenómeno de! "gobiernismo". La opinión pública política
no gira en torno al Estado, el Gobierno. El café ha suscitado esa autonomía. En las últimas elecciones presidenciales, las de 1946, en
Antioquia los electores conservadores superaron a los liberales y ello después de 16 años sucesivos de gobiernos liberales. En
Caldas por leve margen no hubo igual número de votantes liberales y conservadores. Contrariamente, en los departamentos de
limitado desarrollo económico, departamentos que en su gran mayoría no son grandes cultivadores de café, la opinión siempre se
inclina ante el Gobierno, grave falla de la organización liberal de Colombia.
Siendo el café la autonomía de la sociedad ante el Estado y habiendo ocasionado funda mentales transformaciones históricas, está
vinculado a la ampliación y el perfeccionamiento de la sociología colombiana. En el siglo pasado fue el tabaco, el auge de su
cultivo, el hecho que sirvió de incentivo para la creación de la sociología. Los definidores o descubridores del contenido de ésta
encontraron en las modificaciones condicionadas por el tabaco la materia que necesitaban para sus investigaciones. En este siglo el
café ha colocado ante los sociólogos colombianos un conjunto de realidades que permitirán obtener una ampliación de aquel
contenido. Sin el café la sociología colombiana no se habría perfeccionado, no habría podido estudiar las condiciones internas del
desarrollo del capitalismo en Colombia, la transformación del hombre colombiano, de sus modos de ser, las circunstancias que
producirán una reforma de la estructura del Estado, el abandono y el olvido de las anteriores divergencias ideológicas entre los
partidos políticos, en suma, todo ese conjunto rico de realidades diversas que el café ha creado en Colombia. El ser social determina
el pensar social.

VIII NUEVA VIDA Y NUEVOS HOMBRES


En esa larga época que termina con la aparición del tabaco, con la ampliación de su cultivo, el hombre colombiano vivió ciertos
valores. Consideraba que la existencia tenía finalidades trascendentes, Estaba siempre ante lo Absoluto. Quería asegurar el sosiego y
la tranquilidad mediante un rechazo de toda incesante persecución de la riqueza. Vivía la adquisición no el afán de adquirir.
Estimaba que el trabajo había sido impuesto como una expiación por Dios al hombre. Era vitalmente hostil al trabajo manual, a todo
trabajo. Si era propietario territorial vivía entregado al ocio. Los esclavos o los jornaleros trabajaban para él. Desdeñaba la amplia
producción de mercancías. Para el hombre colombiano de la época ya mencionada la sangre y no el dinero era el valor fundamental
para la vida social. Se formó una aristocracia inauténtica. Es una vida víctima de la infecunda pasividad. La afirmación de la sangre
forma una sociedad rígida, hermética, nada plástica. Solamente en el Oriente, diversas condiciones históricas, habían creado un
distinto tipo histórico de hombre.

Hay también una intimidad provinciana. Se sufre el temor del mundo exterior, del diabólico y herético mundo exterior. Para el
hombre colombiano de la segunda mitad del siglo pasado el mundo seguirá siendo remoto, enigmático e ignoto. Las costumbres son
estables. No se alteran. Es un provincialismo que gravitará aun en la época actual sobre la vida colombiana.
La política goza de evidente hegemonía. A la negatividad de la economía --limitada producción, poco comercio— corresponde una
primacía de las preocupaciones políticas. La polémica ideológica ardorosa y frenética. Se vive discutiendo estérilmente. Las .gentes
leen con pasión los periódicos y pasquines que se publican en las ciudades. Un editorial de aquellos suministra ocasión para
polémicas que se prolongan desesperadamente. Son modos vitales de ser que todavía se encuentran en el colombiano, hombre
discutidor y por eso, hombre natural y espontáneamente liberal. No se prescindía de la lucha armada. La anarquía económica había
producido la anarquía política y ambas habían creado un tipo histórico de hombre vitalmente adecuado para la primacía de la
política, La cultura que ese hombre podía vivir no estaría fundada en las ciencias naturales y en una aprehensión inmediata del
mundo histórico. Así se comprende que cuando Moreno y Escanden y el Arzobispo-Virrey Caballero y Góngora modificaran la
enseñanza a fines del siglo XVIII, en una época de esplendor de la administración colonial, esa reforma no encontrara una natural e
inmediata aceptación. Ya el hombre colombiano era existencialmente hostil a la objetividad. Se hallaba anclado en una excluyente
subjetividad. Hasta 1850 hay en él una intelectual y espiritual afirmación de la voluntad. Esta es el eje en torno al cual gira el mundo
en esa visión de la vida y el mundo que inconscientemente vive el hombre colombiano. Cuando don José Félix de Restrepo declara
en el Colegio Seminario de Popayán que "Dios geometriza", que es un "geómetra" y que al "obrar en el orden natural y ordinario,
está sujeto a las reglas de la geometría y aritmética", define un concepto de Dios que era incompatible con ese voluntarismo de la
cultura y de la concepción del mundo y de la vida dentro de las cuales se encuentra el hombre colombiano.
Las condiciones implícitas en el auge y expansión del cultivo del tabaco suscitan una transformación inicial de la vida colombiana.
Pero es una variación geográficamente limitada —el tabaco se produce en gran cantidad en una sola región—. Surge el empresario,
simbolizado en la figura de don Francisco Montoya. La economía de la Nueva Granada se vincula a la mundial. Se da la
especulación. El nuevo hombre creado por el tabaco se entrega sin dificultades a vivir el riesgo, el riesgo económico. Ha
desaparecido el provinciano miedo anterior.
Pero es el café el que impone definitivamente un hombre distinto, una vida histórica diversa. Hay una realidad inmediata: una exal-
tación del trabajo. Se advirtió en el capítulo tercero de esta obra que bajo la vigencia de la economía colonial se forma una
conciencia hostil al trabajo. Mas el productor de café, especialmente en Antioquia, Caldas, Valle del Cauca y Tolima es un colono.
Ha transformado la selva. Ha ocupado la tierra y la ha cultivado. Son esos los títulos de la propiedad territorial en las mencionadas
regiones. Me remito a las explicaciones que se pueden leer en el capítulo segundo. Vive, así, ese productor de café las excelencias
del trabajo. Este será para el fecundo y creador. La diatriba colonial del trabajo se ha extinguido. La coyuntura favorable para la
ampliación de los cultivos de café desarrolla nuevas tendencias en el hombre colombiano. Tendrá fundamentales preocupaciones
económicas —la vida es preocupación—. La ganancia sera su objetivo. Será audaz, no retrocederá ante el riesgo, será dinámico.
No descansará. No conocerá el ocio, ese ocio de la época colonial. Tendrá el amor de la novedad. De la actividad puramente agrí-
cola —época del patriarcalismo de la vida antioqueña y del norte del departamento de Caldas—, pasará a la comercial y de
ambas a la industrial. Es el momento en el cual la fábrica se eleva frente a la parcela en que se cultiva el café. Creados nuevos
modos de ser en el hombre que producía café, se pueden utilizar, en orden al establecimiento de una economía industrial, las
circunstancias cuyo supuesto era precisamente la ampliación de la producción de café. Ese hombre empieza a contemplar la vida a
través de la economía. Si en toda existencia hay una escala jerárquica de valores, son los de índole económica los valores que vive el
nuevo hombre colombiano. Hay en él un mayor acento de la utilidad.
Determinadas condiciones psicológicas, en las cuales puede objetivamente encontrarse una proyección del espontáneo fluir de la
economía antioqueña, contribuyeron al desarrollo y a la formación de esos nuevos modos de ser. Los antioqueños son decisionistas,
lúcidos, realistas, emprendedores. El café es Antioquia. Fueron los habitantes de ese departamento quienes colonizaron a Caldas, al
Valle del Cauca y al sector cafetero del Tolima. Hay una muy nítida diferenciación entre las principales regiones cafeteras y el resto
de la nación en cuanto a los modos de ser de los colombianos. En aquellas la existencia es apresurada y dinámica. La vida está
vertida hacia lo exterior. No es extraño que en Antioquia la novela costumbrista haya tenido un gran desarrollo y que ese
departamento haya dado a Colombia insignes pintores; la costumbre es lo externo y la pintura es siempre pintura de lo concreto y de
lo individual. El productor de café ha de seguir con atención el curso de las fluctuaciones de los precios del grano. Sí hay una
tendencia muy acentuada a la baja y la Federación Nacional de Cafeteros ofrece comprarlo a los precios anteriores, venderá el café
inmediatamente a la Federación. Si en el mercado de Nueva York ha habido una elevación de los precios, exigirá que le compren el
producto a un precio adecuado a ese movimiento alcista. En suma, el cultivador de café vive intensamente las realidades
económicas. Es una existencia que coincide con una gran estabilidad espacial: el café es, no tan solo un producto de tardío
rendimiento, sino un árbol que da varias cosechas. Su ciclo vital no concluye con la primera recolección. El productor de café está
arraigado a la tierra. No ha sido nunca un hombre nómada. Se comprende que en las regiones cafeteras la familia sea de tipo
patriarcal, estable también. Esas características del café explican también la elevada natalidad en esas regiones. Las familias tienen
numerosos hijos porque éstos son primordialmente para los padres unos auxiliares muy eficaces en la labor de extender el cultivo
del café y de esperar que los primeros frutos maduren en el árbol.
Se dijo ya que el café no ha producido un tipo homogéneo de hombre en Colombia. Solamente en las regiones que mayores cantida-
des de café cosechan hay diversos modos vitales de ser. En un departamento, el Tolima, se encuentran los distintos tipos de hombre
colombiano. Hay el de la yuca, el maíz y el algodón. Es tranquilo. Levemente apático. Con la excepción del algodón, consume todo
lo que produce. Sólo una pequeña cantidad de los otros artículos es vendida en los mercados locales. Es mestizo o mulato. Hay
un hombre del café. Es predominantemente de raza blanca. Se dan en él las características psicológicas ya descritas. Hay el hombre
del trigo. Es triste, Callado. Solitario. Produce para el mercado interno. El Tolima reúne todas las modalidades vitales del hombre
colombiano.
Como la vida se realiza plenamente, aun cuando en ella se encuentren ciertos y peculiares acentos, condicionados históricamente,
las regiones cafeteras de mayor producción no han dado a Colombia tan sólo empresarios, industriales y grandes comerciantes. Luís
López de Mesa, de universales conocimientos, sociólogo y filósofo, es antioqueño. Otro egregio filósofo colombiano, Cayetano
Betancur, es también antioqueño. Pero la época del café ha sido la de los financieros y economistas. Ha sido la de la política de
Antioquia, Caldas y Valle del Cauca. Colombia es el café y Antioquia, Caldas y Valle del Cauca son el café. Una nueva vida,
supuesto de radicales transformaciones, ha sido creada en esos departamentos.

IX TODAVÍA UNA CONCIENCIA COLONIAL


Colombia había sufrido antes un total aislamiento —la "insularidad" de que hablara Luis Alberto Sánchez—-. Era una existencia
provinciana. Múltiples hechos produjeron aquel y ésta. Inicialmente se ocupan las tierras interiores. Geográficamente considerado,
el desarrollo de Colombia es un movimiento del centro a la periferia. Se está de espaldas al mundo. La clausura es antes geográfica
que de cualquiera otra naturaleza. La única via de comunicación con el exterior es el río Magdalena. Lentas embarcaciones
primitivas lo surcan hasta la tímida aparición de la navegación a vapor en 1824 y 1825 "Colombia, diría en el siglo pasado don
Miguel Samper, es una nación contrahecha". En efecto, las costas serán regiones desérticas. La hoya del Magdalena sería salvaje y
desconocida. En las mesetas y altiplanicies unas cuantas poblaciones. Así la vida es una existencia provinciana, aislada e intima.

Obtenida la independencia se conservan esas modalidades. No habrá inmigración. No podía haberla. Sin embargo, se hacen todos
los esfuerzos y se forjan los planes y programas para fomentarla y desarrollarla. Todo fue inútil. No era posible que en las tierras
bajas y húmedas se establecieran los europeos. Las regiones altas, de frio clima salubre no tenían vías de comunicación y su
densidad de población era muy baja. En el interior la montaña aislaba y separaba. Continuaba la intimidad provinciana. El extranjero
afortunado que llegaba a Colombia deslumbraba a los buenos e ingenuos colombianos. Hubo, naturalmente, excepciones. Algunos
extranjeros producían asombro porque realmente valían.
La intimidad, el estar de espaldas al mundo explican el contenido de la sociología colombiana en el siglo pasado. Los autores que la
crean no definen un previo aparato metodológico y teórico para aprehender la realidad colombiana en la lejanía espiritual ante el
mundo. Justamente por carecer de una determinada concepción teórica sobre el método y la índole de la sociología, las
investigaciones a que se entregan los mencionados autores y los ensayos que escriben todavía tienen una indefinible frescura. Se
leen con fruición. Se descubre en ellos una descripción objetiva de la realidad. Son investigaciones y ensayos clásicos.
Ese provincianismo colonial de la vida colombiana tiene y tuvo una expresión económica: el monocultivo. No es necesario explicar
evidentes peligros que acarrea el exclusivo predominio de un solo producto en cualquiera economía nacional. Los varios ciclos de la
historia económica colombiana, el tabaco, el añil (breve, más aún, fugaz y de mínima importancia), la quina y el café, han tenido ese
significado: el triunfo del monocultivo. La nación se entrega frenéticamente a cultivar o extraer un producto con prescindencia de
los otros. La experiencia del tabaco y la quina es amarga y triste: la competencia eliminó las exportaciones colombianas (la quina) o
las limitó y disminuyó (el tabaco).
En los capítulos primero y tercero se explicaron las condiciones que han ocasionado la prolongada hegemonía del café en la
economía colombiana. Aquella ha vigorizado la conciencia colonial. Esta es, ahora, una "conciencia cafetera". El autor de la obra
quiere aclarar su posición. No se la debe interpretar como una exigencia de que haya una parcial sustitución del café por otro u otros
productos y mucho menos una limitación de la producción. Aquella y ésta serían una utopía y una impasibilidad. Se reiteran las
afirmaciones hechas en los capítulos citados. Pero la conciencia colonial en este ciclo del café ha tenido este contenido: un tranquilo
reposar en el café. Se ha abandonado toda preocupación incesante y tenaz por el desarrollo y el cultivo de otros productos. Se habla,
desde luego, de la "campaña del algodón", la "campaña del trigo" y la "campaña del cacao", pero a ellas se dedican sumas muy
pequeñas y los programas administrativos son inconexos y desordenados. Si se consultan las estadísticas se descubre que es posible,
para satisfacer las necesidades del consumo interno, ampliar grandemente la producción del algodón, del trigo y del cacao. En 1945
se importan 14.976 toneladas de algodón, 39,758 de trigo y 5.603 de cacao. Una realidad muy significativa: no se piensa en la
posible exportación de otros productos. Se envían al exterior pequeñas cantidades de cueros y de tabaco. Durante la Segunda Guerra
Mundial se exporten en reducida escala caucho y quina. No ha habido un propósito tenaz y deliberado de acentuar y reafirmar la
primacía del café en la economía colombiana. Ello no era necesario. Las circunstancias a las cuales ha obedecido el predominio del
café produjeron natural e inevitablemente la hegemonía del grano en la economía colombiana. El Estado no tuvo que adoptar ningún
programa administrativo especial, no tuvo que aplicar medidas determinadas. Pero una vez suscitada, en virtud de aquellas
circunstancias, ampliamente analizadas en páginas anteriores, la primacía del café, la conciencia colonial se ha fortificado. No se
ignoran, por otra parte, las dificultades implícitas en la iniciación de nuevas exportaciones. Además, en la economía colombiana no
hay propiamente un monocultivo del café. Hay, sí, una monoexportación de ese producto. Se cultivan, simultáneamente con el café,
otros productos, en las mismas parcelas en que se levantan los cafetos. Por eso, el abastecimiento agrícola de las regiones cafeteras
no deja nada que desear, exceptuando algún producto, el trigo, que no se puede cultivar en ellas.

La conciencia colonial tiene otra expresión: se ha vigorizado la convicción, errada convicción, de que la economía colombiana es y
habrá de ser predominantemente agrícola. Es una posición que tiene una ya muy larga historia. Los virreyes Mendinueta y Caballero
y Góngora fueron quienes primeramente la sustentaron. Hacia fines de la primera mitad del siglo pasado los ministros de hacienda
Juan de Dios Aranzazu y Florentino González la defendieron. En el segundo de ellos iba unida a una afirmación de la teoría de la
división internacional del trabajo. El libre-cambio, la teoría mencionada y la concepción de la naturaleza esencialmente agrícola de
la economía colombiana formaban una unidad indisoluble y, por lo demás, muy coherente, en Florentino González. Posteriormente,
la posición que aquí se discute ha sido un lugar común en los filisteos de todas las tendencias. Se habla despectivamente de las
"industrias exóticas" que serían aquellas que transformen materias primas importadas. Desde luego, un empresario de Medellín y
Barranquilla no puede aceptar que su industria textil sea "exótica" porque utilice algodón brasilero o peruano. Se observa la
oposición que al respecto existe entre los dos tipos de hombre que se pueden encontrar en Colombia. Para el que ha sido formado
por el café, ninguna industria puede ser exótica por el motivo de que elabore materia prima extranjera. Para el otro hombre
colombiano, el que todavía tiene una conciencia colonial, el que ha exaltado al café y no quiere superar la jomada histórica que se
prolonga todavía con el café, la economía colombiana debe ser puramente agrícola. Pero los nuevos modos de ser creados por el
café, las distintas maneras vitales surgidas dentro de las condiciones económicas propiciadas por el café han ocasionado, la
contradicción no es sorprendente porque la historia está siempre plena de antinomias, una tendencia al amortiguamiento de la
hegemonía del café, no mediante la substitución de ese producto por otro, también de índole agrícola, sino a través de la realización
de todas las amplias posibilidades de expansión que aún ofrece la economía colombiana. Hay, pues, una lucha de tendencias. Mas el
café ha vigorizado la conciencia colonial. Son efectos contradictorios.

Los modos vitales cuyo desarrollo ha sido condicionado por el café llevan, en estos momentos, a Colombia a intentar una limitación
del predominio de la agricultura o a diversificar a ésta. Ambas actitudes tienden a restringir primacía del café. Se quieren explotar
los yacimientos de hierro de Paz del Río en el departamento de Boyacá, en el remoto y precapitalista Oriente Colombia fundirse en
una sola. En la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, reunida en febrero de 1945 en México, y en la
conferencia de Comercio y Empleo celebrada en la Habana, Colombia ha procurado impedir que una desatentada política
librecambista impida la apetecida industrialización de las economías nacionales que todavía no disfruten de un elevado grado de
desarrollo. Es también una superación de la conciencia colonial que en algunos colombianos, muy numerosos por cierto, ha creado
el café. Ningún gobierno colombiano entregaría a la ruinosa competencia extranjera las industrias ya establecidas o que se
establezcan en la nación.
Tales son los momentos históricos que vive actualmente Colombia: en la inextricable red de transformaciones que el café ha
producido hay una lucha entre una conciencia colonial, vigorizada por el café, y los propósitos de limitar la primacía de la
agricultura, propósitos paradójicamente formados y fortificados en el regazo de los nuevos modos vitales que en el hombre
colombiano ha suscitado el café. Hay una lucha de tendencias. Hay contradicciones. Hay oposiciones. La vida y el fecundo movi-
miento son inconcebibles sin las antinomias, sin la lucha.

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