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Trayectorias feministas globales y locales:

30 años de Fundación Mujer y Futuro


(Santander, Colombia)

DORIS LAMUS CANAVATE

Introducción

Una proporción importante de la población actual madura cree que quienes


hemos vivido en el último siglo y medio, pero sobre todo quienes tenemos el
privilegio de estar aun contando el cuento, somos una generación muy afortunada,
tanto por haber presenciado enormes transformaciones, revoluciones y desarrollos
en distintos campos de la ciencia, la cultura y la tecnología, como por haber
participado en ello. Insisto, participado, tal como lo hicieron desde los tempranos
años del siglo XX, las mujeres conquistando su libertad y de este modo, haciendo
más habitable este mundo (Amelia Valcárcel, 2010).
Las filósofas, historiadoras y, en general, las teóricas del feminismo, le han
llamado olas a esos sucesivos procesos, sin que haya o tenga que haber, acuerdo
sobre esta particular taxonomía, entre otras cosas porque las historias que se cuentan
allí corresponden a distintos tiempos, lugares y culturas. Tal como pasa con las olas
del mar en su recorrido por el planeta, llegan en distintos tiempos y con mezclados
contenidos, a cada orilla de la geografía mundial, pero a su vez en cada geografía se
encuentran con ríos, grandes o pequeños que le hacen aportes y hasta le hacen
cambiar de color.
Me gusta olas en el sentido en que lo usó Agnes Heller (1988) para referirse a los
movimientos culturales modernos en Europa, y que incluye la idea de cresta la cual,
figurativamente, marca el punto más elevado de la oleada en el tiempo, así como el
descenso y la vuelta a emerger de otra oleada, que en su trayectoria envuelve otras
aguas, deja atrás aquellas de la cresta previa, aunque siempre trae algo de ella a la
nueva y así sucesivamente. Me gusta el sentido dialéctico que conlleva. Dicho

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esquemáticamente, puede resultar simple pero de eso trata también la construcción
de taxonomías analíticas: simple pero potente. Si articulación ha servido para
suscribir en las ciencias sociales increíbles conceptualizaciones, aunque viene de la
anatomía, ¿por qué no podría ser, la noción de olas, útil en este caso? Bueno, de
hecho ha sido el criterio básico en la construcción de algunas de las más conocidas
genealogías del feminismo en Occidente.

I. El lugar de las mujeres en la historia

¿Por qué es importante conocer la historia de la emergencia de las mujeres como


sujetos políticos en el mundo contemporáneo? ¿Cuál es nuestra experiencia reciente
en este sentido? Pueden existir innumerables razones, sin embargo es pertinente
enunciar algunas centrales.
Cuando hablamos de una reciente emergencia del pensamiento, la historia y la
existencia cotidiana de las mujeres, es porque su presencia, y su papel en la creación
del mundo había estado oculta; había sido borrada, negada o, en el mejor de los
casos, reducido a una vida contenida en la domesticidad, la subordinación y el
sometimiento, en lo que Marcela Lagarde (1990) ha nombrado como Los cautiverios
de las mujeres. Es necesario contar una y otra vez estas historias porque las nuevas
generaciones son muy proclives a creer que el mundo empezó con ellos y ellas y que
estaba así tal cual antes de que llegaran a este planeta.
Pues sucede que no. El derecho al voto, el acceso a la lectura y la escritura (la
mayoría de edad kantiana), la autonomía económica, la libertad de movimiento, no
son sino las más notorias de las conquistas a las que han accedido gradual,
progresiva, pero no totalmente, las mujeres en el mundo. Ha sido posible a partir de
la conciencia de esta negación identificada tempranamente por la mayoría de ellas,
pero con enormes obstáculos para su superación.
Una forma de narrar esta historia, que por fortuna hoy está escrita en casi todos
las lenguas existentes, es seguir alguna de estas genealogías, la de las olas, por
ejemplo, que para las europeas retoma el papel destacado de mujeres como Olimpia
De Gouge (1748-1793) quien escribió, casi al tiempo con los revolucionarios
franceses, La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791). Y Mary

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Wollstonecraft, (1759-1797) quien, para el caso de Inglaterra, publicó la obra titulada
Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792)
En adelante, aquella conciencia a la que me he referido, se amplía y viaja de país
en país dando forma a esa fundamental oleada sufragista. Nueva Zelanda, en 1893 y
en adelante a lo largo del siglo XX, uno por uno, cada país otorgará el derecho al
sufragio a las mujeres. Esta oleada tiene diversos matices políticos y culturales, pero
no es este el lugar para extendernos en ellos. Lo relevante es que, así fuese
formalmente, las mujeres alcanzaron el status de sujeto político y con ello lo que es
tal vez más importante, lograron los aprendizajes requeridos para emprender las
nuevas conquistas de derechos, transformar las prácticas inequitativas y socavar la
hegemonía masculina.
Esos progresivos procesos de formación y organización de las mujeres en el
mundo, van a conformar dos campos de desarrollo del pensamiento y la práctica
feminista y de mujeres en occidente: El de la construcción de teorías en disputa con el
andamiaje “institucional” de la ciencia (y en negociaciones y ajustes estratégicos,
también institucionales, en las universidades, por ejemplo). Y el de la movilización
y la acción política, cuyo máximo escenario de expresión es la calle y la plaza: este
es el de los movimientos de mujeres y feministas cuyo proceso de crecimiento y
desarrollo, como el de las teorías con la formación y la investigación, no han parado
y, en alguna medida, se fortalecen mutuamente.
Así las cosas, desde el punto de vista epistemológico, la emergencia del
pensamiento político feministas moderno en occidente inaugura una visión
contrahegemónica del mundo, una visión contra la dominación patriarcal. Desde allí
y desde entonces, el feminismo ha cuestionado al capitalismo, tanto en su dimensión
material como cultural y simbólica. Ha cuestionado, así mismo, el carácter universal
y abstracto del sujeto moderno-masculino. En consecuencia, ha introducido
transformaciones profundas en los paradigmas tradicionales del conocimiento, en
las propias prácticas sociales y culturales y en las asimetrías que de ellas se derivan.
El feminismo ha desestabilizado de este modo los rígidos esquemas que separaban
lo público y lo político de lo privado y lo íntimo que negaban, ocultaban y
subvaloraban a la mitad femenina de la humanidad.

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II. Lo personal es político

Estas muy relevantes transformaciones corresponden a una nueva oleada de


movilizaciones cada vez más visibles en Europa, Norteamérica y Latinoamérica, en
el contexto de otras luchas contraculturales y contrahegemónicas en el Norte, y de
dictaduras y luchas sociales, en el Sur, desde mediados del siglo XX. En esta oleada
emergen fuertes posiciones políticas, alrededor de las teorías y planteamientos
filosóficos dominantes en la época que dan lugar a diversas miradas, no solo acerca
del lugar de las mujeres en la sociedad, sino en general, el cuestionamiento al orden
social patriarcal, capitalista, clasista, racista y colonial.
En muy buena medida, las discusiones que hoy son centrales en los movimientos
y organizaciones sociales de mujeres y feministas en América Latina, fueron
planteadas originalmente durante esta etapa y en estos contextos. Es, el feminismo
radical, el protagonista de la segunda ola. Lo personal es político, resume los términos
de este debate teórico y político. Con esta divisa identificamos a una brillante mujer,
Kate Millet, cuya obra Política sexual (1970), formula una contundente crítica al
falocentrismo dominante, lo cual sintetiza también la posición casi unánime de
rechazo del sistema patriarcal y a una política del terror construida milenariamente
contra las mujeres.
Pero esta oleada contiene otras mareas críticas, como la que cuestiona al
“feminismo burgués y reformista” del antiguo sufragismo. O la emergencia de
corrientes que cuestionan otras formas de dominación y discriminación, ya no solo
por ser mujeres. Se trata de los debates acerca de las interrelaciones de
clase/raza/etnia/sexualidad frente al etnocentrismo occidental, es decir, la crítica
de lesbianas, chicanas, negras e indias en la academia norteamericana. O del Black
Feminism, que contiene en su interior tanto a negras norteamericanas, como
británicas, afrolatinoamericanas y caribeñas quienes, además de la discusión de raza
y clase, van a incorporar la problemática del colonialismo y la decolonialidad, como
elemento central del cuestionamiento al sistema de dominación patriarcal.
Es en esa oleada radical de los 70 en la que empezamos a navegar las generaciones
que en Colombia y, en general en Latinoamérica, tempranamente, fueron haciendo
posible crear los espacios, formar los grupos, estudiar y compartir, aprender con
otras y otros “compañeros de lucha” y adoptar las perspectivas y proyectos que

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fueron dando forma y contenido a nuestras propias corrientes de pensamiento y
activismo.
Y, al igual que en el resto del planeta, crecieron las organizaciones, las redes, las
escuelas de formación universitaria, las escuelas políticas de las organizaciones; las
ONG feministas y de mujeres se multiplicaron y la producción escrita, de
investigación y en otros ámbitos de la ciencia, las artes y la cultura, se hizo
incontenible la irrupción de grupos de mujeres muchas de ellas autoreconocidas
como feministas y otras que han preferido identificarse como defensoras de los
derechos de las mujeres, compartiendo espacios y proyectos con otras iniciativas y
reivindicaciones.

III. Contextos globales y experiencias locales

Esta nuestra oleada feminista (¿segunda?), recibe su fuerza y particularidades de


muy diversos afluentes en los que encontramos a quienes vienes del sufragismo, a
las que conservan una postura liberal que dependiendo de la coyuntura pueden
hacer defensas más radicales y alianzas de centro izquierda, las hay por supuesto de
izquierda, algunas radicales como las de la segunda ola en USA, con todas aquellas
banderas. Entre ellas se destaca un conjunto de organizaciones latinoamericanas,
alianzas transnacionales, entre otras, que de muy reciente data, abogan por la defensa
de derechos étnico-culturales y del territorio. Son las afrocolombianas de todas las
esquinas del continente y las islas de San Andrés y Providencia. Así mismo, las
indígenas, todavía menos visibles en Colombia, en comparación con países de la
región como Bolivia y Ecuador.
En esta irrupción hemos tomado parte desde Bucaramanga, en el nororiente
colombiano, una ONG feminista creada en 1988, la Fundación Mujer y Futuro,
orientada hacia la formación y la defensa de los derechos de las mujeres, así como a
la prevención y erradicación de la violencia de género en la región. En estos 30 años
la organización ha trabajado con un enorme compromiso por la transformación de la
vida de las mujeres, principalmente las mujeres de los barrios populares de
Bucaramanga, para lo cual ha implementado innumerables programas con el
acompañamiento técnico y financiero de agencias de cooperación internacional.

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Desde sus inicios sus integrantes han dedicado buena parte de su existencia a
brindar formación e información, así como a posibilitar el acceso a la justicia y al
ejercicio de derechos mediante asesoría y acompañamiento de profesionales
abogadas, psicólogas, educadoras, sociólogas, trabajadoras sociales, especialista del
campo de la salud, entre otras.
En estos años, y en estos procesos se han formado varias promociones de jóvenes
estudiantes universitarios y del Sena, así como profesionales que han ganado su
experiencia laboral, defendiendo casos locales de violencia, con los cuales se ha
sentado jurisprudencia. En esos asuntos han ganado, la Fundación y sus integrantes,
un reconocido prestigio y respeto por su trabajo.
Como organización feminista y promotora del desarrollo de relaciones de
equidad en la región, la Fundación Mujer y Futuro forma parte de las distintas redes
y plataformas nacionales e internacionales que trabajan en el mismo sentido y
coadyuvan por el logro de una sociedad más justa. Lo que hemos querido narrar
desde los inicios es cómo una organización local en 30 años ha contribuido y forjado
un camino en el que es preciso perseverar, pues la tarea es monumental.
En caminos cruzados, en las últimas décadas, tanto local como globalmente, han
ganado relevancia también las demandas por reconocimientos identitarios de
grupos de población que rompen con el esquema binario femenino/masculino,
sexo/género; es decir, personas que se identifican como lesbianas, gay, transexuales,
bisexuales, intersexuales, entre otras opciones, que han logrado importante
visibilidad, capacidad de organización y en el caso colombiano, articulación con las
feministas y otras causas, como la de la paz que comparten casi, si no todas estas y
otras organizaciones.
Sin embargo, esto no nos ha de llevar a la conclusión de que hemos transformado,
efectivamente, la situación para la mitad de la población que indicamos al inicio. La
amplitud de las conquistas y el crecimiento de la movilización en el planeta, tal como
ha ocurrido con el MeToo, o con los paros de los últimos 8M, o la de los pañuelos
verdes de las argentinas y la otra marea, la del Ni una menos; o Chile, con las protestas
de las jóvenes universitarias contra la tolerancia institucional al abuso y al acoso
sexual, son un buen síntoma de que el trabajo por transformar continúa y no puede
parar porque un sistema de tantos siglos de existencia, no se modifica

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automáticamente, solo con leyes y movilizaciones por necesarias, pertinentes e
imprescindibles que ellas sean.
Todo parece indicar que, como señala Amelia Valcárcel, tenemos una tarea de
vastas proporciones y que, con todo y los avances legislativos y las vanguardias con
las nuevas agendas, no podemos olvidar que en el mundo siguen existiendo lugares
imposibles para la vida de las mujeres en los que a las niñas las casan, las mutilan,
las explotan, las violan y las matan y no es solo en África o en India, también en
Colombia. Lugares donde leer y escribir, educarse y trabajar, es prohibido para
mujeres y niñas. Lugares donde la pobreza, el hambre y los embarazos sucesivos y
tempranos hacen corta y difícil la vida de cualquier mujer.
No olvidemos, como subraya Amelia Valcárcel, que el feminismo es, ante todo,
una teoría de las libertades elementales y que, por tanto, junto con los avances jurídicos,
es imperativo seguir cuidando que no te golpeen, no te den menos de comer, no te
violen, no te maten. Y enseñando a las nuevas generaciones, que las mujeres son
personas con derechos.
En esa infatigable tarea, con profunda convicción y compromiso de que hay que
insistir, persistir y resistir, llega a sus 30 años de feminismo en Santander, la
Fundación Mujer y Futuro, trabajando por la transformación de la vida de las mujeres.

Referencias

Heller, Agnes (1988) Los movimientos culturales como vehículo de cambio. Revista
Nueva Sociedad (96) 39-49.
Lagarde, Marcela (2003) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presa
s y locas. México: UNAM.
Lamus, Doris (2010) De la subversión a la inclusión: movimientos de mujeres de la segunda
ola en Colombia, 1975-2005. Bogotá: ICAH.
Millet, Kate (1995) Política Sexual (Trad. Ana María Bravo) Valencia: Ediciones
Cátedra. (Publicación original 1970)
Valcárcel, Amelia (2010) https://www.youtube.com/watch?v=TQDM34iJIeM

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