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1) este párrafo acerca de la necesidad de las imágenes de todo tipo en la psique y que concluye con

una alusión a la semana que conmemora la cristiandad, y sus imágenes de sangre y crueldad:

"La persona que ha incorporado el relato desde la infancia, mantiene generalmente mejores
relaciones con el material patológico de las imágenes obscenas, grotescas o crueles que aparecen
espontáneamente en los sueños y en las fantasías. Quienes sostienen una teoría racionalista y
asociacionista de la mente arguyen que si no presentáramos esos cuentos siniestros en los
primeros e impresionables años de la vida infantil, en años posteriores habría menos patología y
más racionalidad. Mi práctica me indica, por el contrario, que cuanto más experimentada sea la
parte imaginativa de la personalidad, menos amenazador resultará lo irracional, menos necesaria
será la represión y, por tanto, menos aflorará la patología real en los acontecimientos cotidianos.
Dicho de otro modo, por medio del relato, la calidad simbólica de las imágenes y los temas
patológicos encuentran su lugar, con lo que se reduce la tendencia apercibir dichas imágenes y
temas de forma naturalista, con literalidad clínica, como signos de enfermedad. Estas imágenes
encuentran su lugar legítimo en el relato. Son propias de los mitos, leyendas y cuentos de hadas
en los que, al igual que en los sueños, aparecen todo tipo de figuras extrañas y comportamientos
dislocados. Después de todo, “el más notable de todos los relatos”, como a muchos les gusta
denominar la Pascua de Resurrección, esta repleto de imágenes siniestras, vistas con un detalle
que resalta lo patológico." James Hillman

En nuestros estudios sobre Psicología Analítica suelen aparecer preguntas fundamentales acerca
de las herramientas terapéuticas del enfoque junguiano, sobre el cómo de la intervención, sobre el
aspecto práctico de esta psicología; nos preocupa la transformación de un saber teórico en una
forma de verse a sí mismo y al otro y, por supuesto, en una forma de “ganarse la vida”. Con el
tiempo vamos aprendiendo, no obstante, que el método somos nosotros mismos y que no hay otra
manera de hacerse terapeuta (o analista) que sobre la base de la propia terapia (o análisis). Pero
aún más importante, que el paradigma de todas las herramientas es la imaginación, la psique
imaginativa o, como lo denomina el autor del presente ensayo, la “conciencia narrativa”, la cual se
fomenta en el contacto con el mito, la leyenda, el cuento, el poema y el relato en general.

James Hillman nos introduce en estos temas llevándonos de la mano hacia un mundo en el cual la
literalidad neurótica va perdiendo su sentido, al entrar en contacto con la infancia arquetípica.

Apunte sobre el relato


James Hillman

[El texto hace parte de la colección de ensayos de Hillman Loose Ends, publicada por primera vez
en Children´s Literature: The Great Excluded (Vol III). Spring Publications. Dallas, 1975 (He
transcrito este artículo de la compilación “Recuperar el niño interior”. Ed. Kairós. Barcelona 2005)]

Desde mi punto de vista como psicólogo profundo, me doy cuenta de que quienes han tenido
contacto con el mundo de los relatos se encuentran mejor y tienen mejor pronóstico que aquellos
que lo desconocen. Ésta es una afirmación muy general que me gustaría analizar más
detalladamente. Pero no deseo limitar su pretensión apodíctica: tener “conciencia narrativa” es per
se psicológicamente terapéutico, es bueno para el alma.

Haber disfrutado de relatos de cualquier tipo durante la infancia –y me refiero a relatos orales,
contados o leídos (puesto que la lectura tiene un aspecto oral, incluso cuando uno lee para sí
mismo) más que vistos en una pantalla- conduce a la persona al reconocimiento y la familiaridad
con la realidad legítima del relato per se. Es algo que viene dado con la vida, con el habla y la
comunicación, y no algo posterior que se adquiere con el aprendizaje y la literatura, llega pronto en
la vida y supone una perspectiva sobre ésta. Uno integra la vida como un relato porque hay relatos
en la parte oculta de su mente (el inconsciente) que funcionan como receptáculos para organizar
los acontecimientos y convertirlos en experiencias significativas. Los relatos son medios para
encontrarse a sí mismo en acontecimientos que, de otro modo, tal vez no tendrían significado
psicológico alguno. (Las explicaciones económicas, científicas e históricas son “relatos” que muy a
menudo no alcanzan a proporcionarle al alma el tipo de significado imaginativo que busca para
entender su vida psicológica.)

La persona que ha incorporado el relato desde la infancia, mantiene generalmente mejores


relaciones con el material patológico de las imágenes obscenas, grotescas o crueles que aparecen
espontáneamente en los sueños y en las fantasías. Quienes sostienen una teoría racionalista y
asociacionista de lamente arguyen que si no presentáramos esos cuentos siniestros en los
primeros e impresionables años de la vida infantil, en años posteriores habría menos patología y
más racionalidad. Mi práctica me indica, por el contrario, que cuanto más experimentada sea la
parte imaginativa dela personalidad, menos amenazador resultará lo irracional, menos amenazador
resultará lo irracional, menos necesaria será la represión y, por tanto, menos aflorará la patología
real en los acontecimientos cotidianos. Dicho de otro modo, por medio del relato, la calidad
simbólica delas imágenes y los temas patológicos encuentran su lugar, con lo que se reduce la
tendencia apercibir dichas imágenes y temas de forma naturalista, con literalidad clínica, como
signos de enfermedad. Estas imágenes encuentran su lugar legítimo en el relato. Son propias de
los mitos, leyendas y cuentos de hadas en los que, al igual que en los sueños, aparecen todo tipo
de figuras extrañas y comportamientos dislocados. Después de todo, “el más notable de todos los
relatos”, como a muchos les gusta denominar la Pascua de Resurrección, esta repleto de
imágenes siniestras, vistas con un detalle que resalta lo patológico.

La “Conciencia narrativa” proporciona un mecanismo más adecuado para reconciliarse con el


propio historial clínico que la “conciencia clínica”. El historial clínico, además, es un tipo de ficción,
escrito por miles de manos en miles de clínicas y salas de consulta, almacenado en archivos y
raramente publicado. Este tipo de ficción llamado “Historial clínico” sigue las pautas del género del
realismo social; cree en datos y acontecimientos e interpreta, de manera demasiado literal, todas
las historias que cuenta. En el marco del análisis profundo, el analista y el paciente reescriben
juntos el historial clínico creando una nueva historia; crean la “ficción” cuando colaboran en el
trabajo analítico. Una parte de la curación, quizás incluso la parte más esencial, se debe a esta
ficción elaborada en equipo, esta manera de inscribir todos los acontecimientos caóticos y
traumáticos de la vida en un nuevo relato. Jung dijo que los pacientes necesitan “ficciones que
sanen”, pero nos es difícil adoptar este punto de vista si no existe de antemano una predilección
por la “conciencia narrativa”.

La terapia junguiana, al menos tal como yo la practico, trae consigo la constatación de que la
fantasía es una actividad creativa que renueva de continuo la historia de la persona. Cuando
examinamos dichas fantasías descubrimos que reproducen los grandes temas impersonales de la
humanidad, representados en la tragedia, la épica, el cuento folclórico, la leyenda y el mito. La
fantasía, en nuestra opinión, constituye un intento del psiquismo de remitologizar la conciencia, y
es por ello que intentamos fomentar esta actividad familiarizándonos con los mitos y los cuentos
folclóricos. La construcción del alma va de la mano de la desliteralización de la conciencia y del
restablecimiento de sus vínculos con las formas de pensamiento míticas y metafóricas. En lugar de
interpretar las historias a partir de conceptos y explicaciones racionales, preferimos concebir las
explicaciones racionales como elaboraciones secundarias de relatos básicos que contienen y
proporcionan vitalidad. Según Owen Barfield y Norman Brown: “la literalidad es el enemigo”. Y yo
añadiría: “la literalidad es la enfermedad”. Siempre que nos aferramos a una interpretación literal,
una creencia literal o una afirmación literal, perdemos la perspectiva imaginaria y metafórica sobre
nosotros mismos y sobre nuestro mundo. El relato es curativo por cuanto siempre se presenta bajo
la fórmula “érase una vez”. Como una realidad condicional y simulada. Es la única manera de
explicar o contar lo que no se postula como real, verdadero, positivo, revelado, es decir, literal.

Esto nos lleva a la cuestión del contenido. ¿Cuáles son los relatos que deben contarse? En esto
soy ortodoxo, partidario de los relatos antiguos y tradicionales pertenecientes a nuestra cultura:
mitos griegos, romanos, celtas y nórdicos; la biblia; leyendas y cuentos folclóricos. Y todos ellos
con el mínimo de comercialización moderna (puesta al día, revisión, recortes, etcétera), es decir,
con la mínima interferencia del racionalismo contemporáneo que reduce precisamente la
conciencia que los relatos tenderían a ensanchar. Aunque no seamos de ascendencia celta, ni
nórdica, ni griega, estas narraciones constituyen el fundamento de nuestra cultura occidental, y,
nos guste o no, contribuyen a formar nuestra psique. Es posible que las consideremos parciales,
dada su tendencia proaria, promasculina o proguerrera, pero si no comprendemos que estos
relatos contienen elementos fundamentales de la psique occidental, seguiremos desconociendo los
aspectos básicos de nuestra dinámica psicológica. En nuestra psicología del ego todavía resuenan
el tema y las motivaciones del héroe, de la misma manera que en la psicología de lo que hoy
llamamos “lo femenino” se reflejan los modelos de las diosas y las ninfas de los mitos griegos.
Estos relatos temáticos canalizan la fantasía. Los platónicos, hace un tiempo, y más recientemente
Jung, señalaron el valor terapéutico de los grandes mitos para ordenarlos aspectos caóticos y
fragmentados de la fantasía. El cuerpo principal de los relatos bíblicos y clásicos conduce a la
fantasía hacia patrones psicológicos organizados y profundamente vitales; en estas historias se
manifiestan las formas arquetípicas de la experiencia.

Pienso que es más difícil convencer a los adultos que a los niños de la importancia del relato. Ser
adulto significa hoy verse adulterado por explicaciones racionalistas y darle la espalda al
infantilismo que encontramos en los cuentos de hadas. En mi trabajo he tratado de mostrar cómo
se ha llegado a confrontar, a oponer, al niño y al adulto: se suele identificar la infancia con el
asombro, la imaginación y la espontaneidad creativa, mientras que la pérdida de dichos rasgos se
identifica con la madurez. Es por ello que, en mi opinión, lo primero que hay que hacer es renarrar
al adulto –profesores, padres y abuelos- con el fin de restituir la imaginación a un lugar prominente
en la conciencia de cada uno de nosotros, independientemente de nuestra edad.

He llegado a esto desde un punto de vista psicológico, en parte porque deseo sustraer al relato de
su asociación demasiado estrecha con la educación y con la literatura –como algo que se enseña y
se estudia-. Me interesa el relato como algo que se vive, y a través de lo cual se vive, un medio por
el cual el alma se reencuentra con la vida.

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