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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA- ESCUELA DE FILOSOFIA

TEORIA Y PRÁCTICA DE LA ARGUMENTACION


ESP. MARTA ELIZABETH PEREZ
DOCUMENTO DE CÁTEDRA: LA ARGUMENTACIÓN COMO OBJETO DE ESTUDIO
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TEORIA DE LA ARGUMENTACIÓN
En primer lugar, cuando hablamos de Teoría de la argumentación nos parece importante realizar
algunas precisiones terminológicas como las nociones de argumentar y argumentación.
Según Michael Gilbert (2010) El término argumento tiene un sentido cotidiano y dos técnicos. En el
sentido cotidiano se traduce por discusión y en el técnico como un conjunto de proposiciones dotadas
de una cierta estructura deductiva. Se dice entonces que el argumento tiene una conclusión y un cierto
número de premisas de la que ella se deriva. En este sentido es usado en lógica, epistemología y
metodología de la ciencia.
En el caso de la argumentación es entendida como un proceso o actividad por la cual un interlocutor
discute con otro o le presenta a un auditorio sus argumentos. Según Gilbert, la filosofía estuvo siempre
conectada a la argumentación y su estudio se remonta a Aristóteles. Pero en las últimas décadas
muchos cambios han tenido lugar en el tipo de trabajo que se realiza sobre la argumentación, “…de
modo tal que puede decirse que un campo virtualmente nuevo ha sido creado sobre los viejos
fundamentos…” (Gilbert ,2010:11-13)
Por otro lado, al hablar sobre los estudios acerca de la argumentación podemos afirmar que
la misma constituye un campo híbrido de conocimiento en el que confluyen autores, perspectivas y
problemas provenientes de las más disímiles disciplinas, por lo que plantea más que definiciones y
soluciones una amplia gama de interrogantes, entre ellos:
¿Puede hablarse de teoría de la argumentación?
¿Es posible hablar de teoría de la argumentación como campo filosófico?
Estos y otros interrogantes constituyen algunos de los problemas actuales de la argumentación que
intentaremos responder.
Una primera aclaración que hay que realizar es que recién en las últimas dos décadas se han
introducido en las Universidades Argentinas asignaturas dedicadas a la Teoría de la argumentación,
vinculadas a las carreras de Letras, Ciencias de la Comunicación y en menor medida de la carrera de
Filosofía. En muchos casos, las mismas no son parte de los planes de estudio sino materias optativas y
seminarios optativos de grado y pos grado.
Una segunda aclaración es que se concibe a la Teoría de la Argumentación como una disciplina que
atraviesa la problemática investigativa de diversas áreas del saber, y por ello conforma lo que se
denomina un campo hibrido de conocimiento. ¿A qué referimos con “campos híbridos”? Esta noción es
fundamentalmente una categoría analítica que se constituye a partir de un proceso de especialización y
entrecruzamiento de distintas disciplinas científicas que dan lugar a nuevos campos disciplinarios sobre
la base de otros ya existentes, ejemplo de este movimiento son la sociología histórica, la
psicolingüística, etc. Se caracteriza por constituir un complejo entramado de posturas teóricas y
metodológicas provenientes de distintos campos del saber filosófico, lingüístico, semiótico, psicológico,
sociológico, político, entre otros. En éste sentido algunos autores hablan de prototeorías o teorías aún
no constituidas en el campo de la argumentación.
Ahora bien, si la teoría de la argumentación es un campo contiguo que se desenvuelve en las
fronteras de las diversas disciplinas y que se encuentra en formación ¿Cómo dar cuenta de este
movimiento? ¿Se puede utilizar algún criterio ordenador de las distintas tendencias teóricas y campos
de problemas que la constituyen? Para establecer las perspectivas de estudio dentro del campo
argumentativo, existen diversos criterios, entre ellos, Arantxa Capdevilla Gómez (2003) diferencia tres
perspectivas: epistemológicas, retóricas y cognitivistas. Luis Vega Reñon (2005) distingue tres estadios;
la argumentación como producto, como procedimiento y como proceso. Plantin ((1998) afirma que se

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pueden distinguir tres tradiciones: la retórica, la lógica- epistemológica y la pragmática. Nosotros nos
acercamos más a este último discernimiento.
Para Christian Plantin (1998) existe una teoría de la argumentación, lo que implica tomar en cuenta
que:
Toda teoría establece prioridades, efectúa elecciones, lo que se traduce en una especialización y
en una redefinición, al menos parcial del vocabulario. Por ejemplo, la reflexión puede apoyarse
en el uso que convierte al argumento en algo menos fuerte que prueba. Ello conduce a que se
diga: Esto no es una prueba, sino un simple argumento. Esto no es un argumento, sino una
prueba.
Se pueden tomar decisiones que circunscriban el objeto de estudio de la argumentación y que
permita teorizaciones. Cada teoría delimita una cuestión, en función de las respuestas que se
den. Así, cada teoría se caracteriza por un conjunto de respuestas a cuestiones que las han
provocado.
Entre los problemas que configuran el campo de investigación en argumentación podemos
mencionar:
Cuestión 1: relación lenguaje / pensamiento.
La argumentación es estudiada como actividad lingüística que se acompaña de una actividad
de pensamiento. La argumentación se ve en el campo de la lógica- formal y no formal- y de las
ciencias cognitivas.
Cuestión 2: distinción entre monólogo/ dialogo.
El estudio de la argumentación toma fundamentalmente como objeto el discurso monológico
para extraer de él sus estructuras. El estudio de la argumentación tiene por objeto la situación
dialógica, el debate, la conversación.
Cuestión 3: consenso/ disenso.
La finalidad de la actividad argumentativa es la construcción de un consenso, la resolución de
las diferencias de opinión la disonancia es un signo de carencia o error. La argumentación es un
medio de integrar la disidencia por la eliminación racional de una de las posiciones en conflicto.
Esta posición se ha elaborado principalmente en el seno de las teorías que toman como norma lo
verdadero (lógica no formal, pragmadialéctica) La finalidad de la actividad argumentativa es la
activación y profundización del disenso, lo puede ayudar a la producción de opiniones no
conformes. La disonancia es una condición de la renovación del pensamiento. Esta posición la está
elaborando actualmente C.A.Willlard.
Cuestión 4: el estudio de la argumentación es no normativo/ normativo.
El interés de un enfoque normativo reside en distinguir entre buenas y malas
argumentaciones. Las normas que se pueden imponer en el discurso son de distinto tipos. 1- La
eficacia, un buen argumento es el que hace hacer bien, ya sea que se trate de hacer votar, hacer
comprar, etc. Subrayamos que se trata de hacer- hacer y no de hacer creer. Las categorías de la
persuasión, verdad, creencia, convicción están subordinadas al hacer. Esta argumentación sujeta a
la norma de la eficacia, es la de los publicistas y los políticos. Para ella, argumentar es influenciar.
2- La verdad. La argumentación asegura la conservación y el descubrimiento de lo verdadero.
Constituye el vasto dominio de la argumentación en ciencia. Se puede considerar como una norma
absoluta a tratar de reducir a ella todas las argumentaciones comunes. Este programa de
investigación será llevado a cabo en el marco de la lógica y de un método llamado de forma
paradójica: no formales.

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Ahora bien, desde el punto de vista de la organización clásica de la disciplina, la
argumentación es un tema relacionado tanto con la retórica como el arte de hablar bien y con la
lógica como arte de pensar correctamente.
La retórica argumentativa o teoría retórica de la argumentación se conecta directamente con
Aristóteles, y puede caracterizarse como una retórica referencial- se plantea problemas como los
objetos, los hechos, y la evidencia-, probatoria- se orienta a la aportación de la mejor prueba no de
la demostración- y dialógica - se centra en la práctica de la refutación, su objeto privilegiado es el
discurso reglado institucionalmente. Su relación con la elocuencia es de carácter secundario.
Paralelamente a la inclusión de la argumentación en el sistema retórico se produce un análisis
de la misma como discurso lógico. Dentro de la teoría de la argumentación se incluyen tres
operaciones mentales; aprehensión, juicio y razonamiento. Lo propio de la argumentación sería la
tercera operación mediante la cual se construye el discurso. La argumentación en el plano
discursivo equivale al razonamiento en el plano cognitivo. Sus reglas provine de la teoría del
silogismo que proporciona una teoría de la argumentación correcta.
Estas líneas de análisis retórico/ lógico constituyó el contexto teórico de los estudios de la
argumentación desde Aristóteles hasta finales del siglo XIX. El estado actual de los estudios de la
argumentación es el resultado de una larga tendencia histórica, cuyo momento clave se puede
situar entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Hacia finales del siglo XIX la retórica recibía profundas críticas por afianzar un tipo de
conocimiento no científico, por lo que debía eliminarse de los programas universitarios. Sobre la
base de una perspectiva laica y positivista de la ciencia, de la cultura y la sociedad las
universidades se reformaron en función de una nueva concepción del saber, el saber positivo que
claramente se oponía al saber retórico enseñando en las universidades a cargo de los jesuitas,
vinculada al latín y la enseñanza religiosa. No había lugar para un saber basado en el sentido
común, el consenso y la doxa.
No obstante, hay que aclarar que la retórica enseñada por los jesuitas no estaba vinculada a la
argumentación sino a la praelectio, es decir, la explicación de los textos y su amplificación una
forma de elocuencia que no se orientaba a la persuasión, la prueba o el debate, sino a cautivar al
oyente por medio del virtuosismo discursivo.
Por otro lado, los nuevos desarrollos lógicos como los de G. Frege con quien la lógica ya no es
el arte de pensar sino el arte de calcular, una rama de las matemáticas. Al adoptar la
axiomatización la lógica renuncia a su función como regla del pensamiento y también a su función
crítica. Posteriormente- entre 1950 y 1970 la lógica formal comienza a ser lo opuesto a la lógica
natural, la lógica no formal, la lógica sustantiva, la lógica discursiva.
Recapitulando, entre cambios de siglos, la retórica no era considerada un método capaz de
producir conocimiento positivo. Así, la lógica al hacerse formal ya no era el arte de pensar capaz de
regular un buen discurso en el lenguaje natural. “…Los estudios sobre argumentación se
restringieron al marco de la filosofía neo-tomista y la formación teológica…” (Plantin; 2008:180)
En Europa los estudios sobre argumentación experimentan un notable desarrollo luego de la
Segunda Guerra Mundial. En numerosos casos, esto tiene que ver con la necesidad de construir
una ratio propaganda, un modo de discurso democrático y racional, opuesto al discurso totalitario
nazi o estalinista. El problema central será “la racionalidad”.
En términos generales, estos problemas se encuentran abarcados en las tres tradiciones de estudio
ya mencionadas; retórica, científica- lógica y pragmática. Una aclaración teórico metodológica
importante es que la distinción entre las líneas de investigación enunciadas, no sigue criterios

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clasificatorios, solo tiene en cuenta algunas características que permite la diferenciación. Así, a modo de
ilustración, algunos autores sostienen que Tolumin tiene un análisis de los argumentos que se vinculan
claramente con la tradición retórica1, otros que este autor se ubica dentro de una perspectiva científica –
lógica de análisis.

La argumentación en la retórica:
La retórica surge en el mundo griego vinculada principalmente con los conflictos jurídicos y políticos,
vinculados con los mecanismos de persuasión, el auditorio y la verosimilitud de los argumentos. Es
decir, los ámbitos propios de la razón práctica.2
La retórica se consolida en el marco de la polis griega y fueron los sofistas los primeros en teorizar
sobre el poder de la palabra y sobre su influencia en los asuntos humanos y sociales. Se inicia con ellos
la tendencia a adaptar el discurso a las predisposiciones del auditorio, es decir, a conocer al auditorio
para ajustar a él la alocución. Esta adaptación de las palabras a las particularidades del auditorio
supone que el orador debe tener en cuenta las opiniones del público, si quiere que su discurso tenga un
efecto persuasivo.
Los sofistas sometieron a una crítica particular las concepciones éticas y sociales que prevalecían en
su época. Todo acercamiento a la argumentación común debe tener en cuenta las aportaciones de la
sofística. Entre ellas:
La antifonía consistente en la práctica sistemática de contraponer los discursos. Todo argumento
puede volverse del revés y a todo discurso le responde un contra discurso producido desde otro
punto de vista y proyectando una realidad diferente.
Lo probable, para los sofistas lo probable tiene que ver con las costumbres de una comunidad.
Esta noción permite extraer estereotipos, pero también tipos. Marca la emergencia de una
reflexión científica profana sobre el comportamiento de los hombres en la sociedad.
La dialéctica, en el sentido de diálogo razonado conducido según reglas precisas. Un
proponente se enfrenta a un oponente ante un público cuyas reacciones arbitran el debate,
preguntas y respuestas se suceden en un orden estricto. Entre los sofistas la interacción
lingüística se presenta como la realidad última en la que se desarrollan las relaciones sociales.

Con Platón la retórica vinculada a los sofistas se convierte en “el alter ego negativo de la filosofía”
(Cassin, 2008:14). Más estrictamente, podríamos decir que se diferencian dos retóricas: una vinculada
a los sofistas desacreditada en todos sus planos3, y otra, positiva vinculada a la dialéctica y la búsqueda
de la verdad. Para él la dialéctica no es una técnica argumentativa desvinculada de la referencia a la
verdad del asunto en cuestión, sino un método riguroso de búsqueda de la verdad.
Aristóteles, será la figura clave en la constitución de la retórica como un cuerpo organizado de
conocimiento. La retórica aristotélica constituye una esfera distinta de la filosofía, pero se encuentra en
estrecho vínculo con ella. El orden de la persuasión del que se ocupa la retórica, se encuentra asociado

1 Letourneau, Alain (2010) “Una discusión sobre la lectura y el uso del modelo de argumentación de Stephen Toulmin en Jurgen Habermas. En
Santibañez y Marafioti- coord.- .Teoría de la argumentación. Buenos Aires. Biblos.
2 La preminencia dada al auditorio en la construcción del discurso es uno de sus rasgos característicos, una de las conexiones claves con la teoría de la

argumentación actual, y una pista para relacionar la retórica con la pragmática.


3 Parafraseando a Cassin, este proceso de desacreditación y exclusión se sustenta; en el plano ontológico porque no se ocupa del
ser, sino del accidente. En el plano lógico, porque no busca la verdad con rigor dialéctico, sino únicamente de la opinión, la
coherencia aparente, la persuasión. En el plano político, porque no busca la sabiduría y la verdad, sino el poder y el dinero. En el
plano de la composición discursiva, porque las figuras de estilo no son otra cosa que un ornamento vacío. Por lo tanto, es una
pseudo filosofía, una filosofía de las apariencias. (Cassin:2008: 14-15)

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a la lógica, en virtud de la correlación establecida entre el concepto de persuasión y verosimilitud.
(Ricoeur, 1976:47)
A partir de la Edad Media se produce una reducción de la retórica a la elocución, por amputación
de las otras dos partes planteadas por Aristóteles, la teoría de la argumentación y la composición.
Reducida a una teoría de los tropos y una taxonomía de las figuras, perdió su lazo con la lógica y con
la filosofía. El estudio de las figuras se efectuó a partir del principio de desvió o sustitución, construyendo
clasificaciones, donde la figura de significación-la palabra- es el tropo propiamente dicho.
En la época moderna, hay una concepción negativa de la retórica, vinculada fundamentalmente a la
reducción de retórica en el medioevo, proceso que se puede denominar “retórica restringida”.4 A modo
de ilustrar ésta evaluación negativa de la retórica, recordemos que Descartes, sostenía que todo
discurso con efectos persuasivos es un modo imperfecto de conocimiento, lo único que puede garantizar
la evidencia es la razón. Por su parte, Kant la concibe como lógica de las apariencias, o lógica de la
ilusión, solo habría que ocuparse de ella para demoler las ilusiones que produce. Para ambos autores,
la retórica es impropia del pensamiento filosófico.
Un caso especial será Schopenhauer, quien se ocupa de la retórica concibiéndola como dialéctica
erística o el arte de tener razón. Dicha dialéctica es pensada por Schopenhauer como el arte de discutir
de manera que se tenga razón -tanto lícita como ilícitamente- y propone estratagemas que funcionan
como mecanismos o procedimientos destinados a ganar el combate a cualquier precio en una
discusión, sin preocuparse por la verdad.
Por otro lado, Nietzsche define la retórica como la esencia persuasiva del lenguaje y sostiene que
todo lenguaje es retorico.
Este breve recorrido histórico sirve para entender mejor las implicaciones y dimensiones que tiene la
retórica a partir de la primera mitad del siglo XX. La revitalización de la retórica se encuentra asociada a
la re tematización de sus problemas a la luz de nuevas miradas y nuevos aportes desde diferentes
disciplinas.
Las tendencias retóricas del siglo XX, pueden agruparse en dos líneas de investigación, según
trabajen aspectos estilísticos o argumentativos. De esta manera, se reconoce por un lado, la retórica
literaria de inspiración estructuralista, entre otros, Roland Barthes5, Gerad Gennette 6y el Grupo 7. Por
otro lado, la teoría de la argumentación vinculada a una retórica filosófica cuya figura clave es Perelman.
La retórica contemporánea es percibida como una hermenéutica, en tanto su preocupación es el
significado, el cual debe ser representado para ser interpretado y estas interpretaciones en sí mismas
deben estar sujetas a lecturas posteriores en un proceso dialéctico. La nueva retórica debe ser
entendida como una teoría de la argumentación. En este contexto, un argumento, es entendido como
estructura que contiene elementos que permiten sustentar una conclusión. La demostración es una
estimación que descansa en un conjunto de reglas las cuales se suponen conocidas y aceptadas
previamente para admitir una conclusión.

4
Utilizamos esta noción en el sentido de Génette (1970) y Ricoeur (1977) para dar cuenta de la reducción de la retórica aristotélica
a la teoría de los tropos y su progresiva desvinculación con la filosofía.
5 Es quizás uno de los autores más representativos de la nueva retórica vinculada a los estudios literarios. Su obra Investigaciones

retórica I: la antigua retórica, es una de las obras actuales más importantes sobre la temática.
6 Este autor estudia la figura retórica como duplicidad del lenguaje. Así, la oposición entre lo figurado y lo no figurado es la de un

lenguaje real a un lenguaje virtual y la remisión del uno al otro tienen como testigo la conciencia del locutor o del oyente, por lo que
toda figura es traducible a partir de un conocimiento común en base a la tradición.
7 Es importante aclarar que el Grupo  (Centro de estudios poéticos de la universidad de Liége) a partir de los años 70 bajo el

nombre de retórica general , realiza un estudio de la retórica desde la semántica, centrado en la elocución estudia las figuras de
estilo vinculadas a las corrientes lingüísticas actuales, excluyendo la teoría de la argumentación.

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Algunos problemas de investigación en ésta línea se interrogan acerca de la epistemología de las
ciencias sociales. Así, preguntas como: ¿Qué implicancias tiene para una epistemología de las ciencias
sociales, si se da el giro de lógica a retórica argumentativa?, ¿qué relaciones se tienen que establecer
entre retórica y hermenéutica en las ciencias sociales?, ¿cómo se valida el conocimiento en la
investigación social bajo este giro? Estas son algunas de las problemáticas que se debaten en la
actualidad.
Contemporáneamente Paul Ricoeur señala que el recurso a la retórica permite considerar que la
palabra es un arma destinada a influir en el pueblo, ante el tribunal, en la asamblea pública; es un arma
para el elogio y el encomio, en fin, es “un arma llamada a dar la victoria en las luchas en que lo decisivo
es el discurso”8. A este mismo análisis se le debe conceder validez cuando se expresa en los siguientes
términos: la técnica basada en el conocimiento de las causas que engendran los efectos de la
persuasión da un poder temible al que la domina perfectamente: el poder de disponer de las palabras
sin las cosas y de disponer de los hombres disponiendo de las palabras9 .
Asumir, entonces, el valor de la retórica es reconocer que hay un poder que radica en la posibilidad
deliberatoria; que ésta es capaz de llevar a que los distintos interlocutores se adhieran desde la
racionalidad, apelando a lo razonable, a puntos de vista; que esta adhesión no sea indefinida en el
tiempo –eterna– sino que implique un acuerdo sujeto a tiempo y espacio.
Las preguntas en ésta línea de investigación son: ¿Qué es persuadir? ¿En qué se distingue la
persuasión de la adulación, la seducción, la amenaza, es decir, de las formas más sutiles de la
violencia? ¿Qué significa influir mediante el discurso?
El objeto de investigación en materia de retórica, se mueve en simultáneo dentro de varios campos:
de un lado hay un estudio exclusivo de lo lingüístico en el que se trata de establecer cómo se usa el
lenguaje, cómo tiene efectos prácticos en la toma de decisiones y en el curso de la vida de los sujetos;
pero, también, hay aquí un componente psicológico puesto que se debe hacer claridad sobre las
pasiones y los motivos de la acción que están inscritos en la naturaleza de los sujetos; se da, del mismo
modo, una dimensión política porque de lo que se trata, in concreto, es de construir el desenvolvimiento
o el horizonte de la pólis.
Así, pues, el recurso a lo verosímil tiene tres dimensiones: la lingüística, la psicológica y la política.
Hay, o puede haber, en todas ellas el interés de establecer el valor filosófico del proceso. Esta validación
consiste en que, no obstante las diversas direcciones posibles para la práctica, los intereses y las
perspectivas individuales, también se puede caminar en la dirección de la búsqueda de la verdad.
El tipo de prueba que conviene a la elocuencia es lo verosímil, pues las cosas humanas, sobre las
que deliberan y deciden los tribunales y asambleas, no son susceptibles de la necesidad o constricción
intelectual, sino de hacer cada vez más explícito el asunto de la decisión racional. Ésta tiene todos los
componentes señalados, pero se encamina a dar un fundamento al decurso político de la praxis, a hallar
el fundamento de ésta, aun cuando éste no se convierta en una forma o estructura para intervenir sobre
los hechos, esto es, aun cuando no se traduzca en “acción estratégica”.
La decisión racional tiene que ver con elevar al ámbito del concepto las formas en que se comprende,
se interpreta y se propone el horizonte de los sujetos en el mundo de la vida social y político. Puede
estar ordenado a la acción estratégica o puede estarlo al logro de su fundamento. De cualquier manera,
siempre el problema deliberativo, que conduce la decisión racional, es el de encontrar motivos y razones
que, en efecto son circunstanciales, dependen de la comunidad donde se elaboran, pero que valen al
menos para esa comunidad.

8 Ricoeur, Paul. La metáfora viva. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980; pág. 18.
9 idems pág. 19.

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La retórica se puede comprender como un dispositivo para poner en funcionamiento el proceso
deliberativo. Sin embargo, ella no detiene el acontecer histórico, pues éste tiene la posibilidad de hacer
manifiesto el desacuerdo; el cual, a su turno, amplía el espectro hermenéutico al hacer posible distintos
cursos para realizar o implementar su estilo público en políticas, en formas de acción, en estrategias
administrativas incluso, de lo que se ha convenido o acordado.

La argumentación desde la perspectiva epistemologica


La teoría antigua de la argumentación no es únicamente retórica, es importante observar que
desde los orígenes, se desarrolla una visión de la argumentación científica dentro del marco de la
lógica. Aristóteles proporcionó las primeras formulaciones en este sentido en los Tópicos y más
tarde en los Analíticos donde se expone la teoría del silogismo científico.
Tradicionalmente, se plantea la cuestión de las relaciones entre argumentación y ciencia. El
objeto de estudio más importante será la argumentación científica, y en particular las fallas que
pueden producirse en los encadenamientos lógicos, en particular el análisis de los paralogismos
desde una perspectiva ya sea formal o no formal. Esta concepción de la argumentación reposa en
los siguientes postulados:
 La argumentación es una operación de pensamiento, una cuestión lógica.
 Los textos se critican en función de una norma lógica científica que toma en
consideración el valor de verdad de los enunciados que forman parte de la
argumentación y la validez del lazo que une las premisas y la conclusión.
 Se sitúa la noción de argumentación en relación a la demostración y el paralogismo.
En relación al tratamiento estándar del paralogismo, desde ésta perspectiva se señala que
argumentación y demostración se oponen del mismo modo que lo incierto y dudoso a lo exacto y
riguroso.
Si el discurso argumentativo pretende hacer aceptar sus enunciados E en base de otros
enunciados E1, E 2. Para ello, se supone que habría buenas razones o razones justificadas para
pasar de los datos o información a una inferencia. La pregunta que orienta los trabajos de
investigación es ¿Cómo distinguir una buena argumentación del parasilogismo o mala
argumentación?
Sobre ésta base se realizan una serie de interrogantes en relación al paralogismo: ¿Está
fundada la pretensión de pasar de E en base de E1, E 2? ¿La justificación aportada en E por E1 y
E2 es suficiente? La respuesta a estas preguntas pueden darse aplicando normas científicas a esa
argumentación en un lenguaje natural.
Efectivamente se puede pedir a la ciencia que proporcione un sistema de hechos bien
comprobados y de normas para el encadenamiento de los enunciados que permitan poner a
prueba el discurso argumentativo. A partir de allí son posibles dos resultados según el discurso
E soporte o no críticas.

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No pasa la
prueba logica
• PARALOGISMO
Pasa la prueba • SOFISMA
logica
• DEMOSTRACION

Argumentacion
sometida a
critica

El primer sistema de normas científicas fue la teoría del silogismo válido de Aristóteles. Veamos
el siguiente ejemplo:

Los hombres son animales.


Los caballos son animales.
_____________________________
Luego algún hombre no es un animal.

Sus dos premisas y su conclusión son verdaderas, pero la conclusión no se desprende de las
premisas. Lo que está en la base de la noción de paralogismo es la discusión de las condiciones
de validez de la argumentación silogística. El parasilogismo se define como una argumentación
falaz es decir una argumentación que no respeta una de las reglas que aseguran la validez del
silogismo. El no respeto a una de las reglas específicas da lugar a un parasilogismo específico.
Puesto que las reglas son un número finito (seis) se podrá enumerar los parasilogismos a contrario.
La definición tradicional hace intervenir una condición suplementaria: para que exista un
parasilogismo el no respeto de la regla no debe ser evidente, entonces se define como una
inferencia no válida, cuya forma recuerda a la de una argumentación válida. Entre los paralogismos
clásicos podemos citar: de ambigüedad, de cuantificación, de círculo vicioso, de petición de
principios y de causa falsa. A los que Hamblin ha bautizado “tratamiento estándar de los
parasilogismos”.
La problemática del análisis de los parasilogismos, es decir de la argumentación como teoría
crítica, se ha desarrollado particularmente en la época contemporánea, en la bibliografía
anglosajona. Esta teoría crítica de la argumentación que toma como norma lo verdadero, preconiza
como método la aplicación de criterios de tipo lógico científico debilitados en el discurso ambiguo
de la argumentación común.
La imputación de parasilogismo supone que existe una operación precisa o un procedimiento de
razonamiento codificado del que se puede decir que ha sido transgredido o aplicado de forma
indebida.

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Se ha producido así, un verdadero escape de sentido en la noción de parasilogismo. Si


volvemos a la intuición central, constatamos que el ámbito de los parasilogismos experimenta una
extensión exactamente paralela del método científico. Todo el problema consiste en saber en qué
medida y en qué sentido, la argumentación común es, o debe ser, una argumentación científica
sujeta a la norma de lo verdadero.
El parasilogismo además se relaciona con la noción de sofisma que reposa sobre una
imputación de contenido inconfesable, que puede o no tener éxito. Cualquier distinción entre
paralogismo y sofisma descansa sobre la cuestión de la atribución de intenciones. El parasilogismo
está del lado del error, el sofisma es un paralogismo que sirve a los intereses o a las pasiones de
su autor.
La perspectiva de la hoy denominada lógica informal dará inicio a un nuevo período con la obra
Falacias (1970) de Hamblin. Se trata de un texto de referencia obligada tanto para los historiadores
de las disciplinas como para los filósofos y los lingüistas. En ella, el autor presenta la primera
historia sistemática y crítica de la noción de argumento falaz, desde Aristóteles hasta sus
desarrollos recientes y propone volver a plantear los estudios de la argumentación como un estudio
dialéctico.
Los análisis dialécticos de la argumentación tienen como objeto de estudio los diálogos
conducidos de acuerdo a un sistema de reglas preestablecidas, explícitas, respetadas por los
participantes y susceptibles de un estudio formal. La obra Falacias está en el origen del
renacimiento del análisis crítico de las argumentaciones, especialmente en los trabajos de John
Woods y Douglas Walton, y en general de las corrientes de estudios que se declaran partidarias de
la lógica formal.
Por su parte, autores como J.A. Blair y R.H. Johnson (1989) han recogido en Lógica Informal un
conjunto de textos que a través de la idea eslogan de Lógica no formal, marcan una ruptura con

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una concepción del análisis argumentativo exclusivamente adosado a la lógica elemental. Estas
investigaciones se pueden leer especialmente en la revista canadiense Informal Logic.
En los países anglosajones, en particular en E.E.U.U. esos años representan un giro
argumentativo en los departamentos de ciencias del discurso y en los de filosofía, en los que la
reflexión crítica sobre argumentación viene a completar la enseñanza hasta entonces preocupada
principalmente por la lógica matemática elemental. Esta evolución se acompaña de una
multiplicación de las obras teóricas y prácticas en lengua inglesa, consagradas a la argumentación.
La propuesta del critical thinking movement creció considerablemente en las décadas de 1970 y
1980 por la emergencia de una corriente de lógica, denominada “informal” (término acuñado por
Gilbert Ryle en su artículo Formal and Informal Lógic de 1966) cuyo origen a su vez se debe a un
grupo de lógicos que se separan de la lógica simbólica en la convicción de que ésta hace poco por
la promoción de las habilidades necesarias para analizar y evaluar el razonamiento informal que
acontece en los contextos de lenguaje natural; por ejemplo, en los comentarios cotidianos, las
opiniones vertidas en los medios de comunicación (en diarios, revistas, televisión, y
contemporáneamente también en Internet), el debate parlamentario, los procesos legales.
Dado este énfasis en el análisis de ejemplos de razonamiento real, el desarrollo de la lógica
informal, sitúa su inicio en el reclamo de una educación superior más relevante que caracteriza los
movimientos sociales y políticos de 1970-1980: la necesidad que los estudiantes sean capaces de
razonar bien respecto de los eventos que enfrenta diariamente y de temas en los que está
comprometido.
El critical thinking movement será considerado como una fuerza líder en el esfuerzo educativo
generalizado de promover la competencia crítica y se considera que debe centrarse en la
clarificación teórica de la naturaleza del razonamiento y la argumentación, como así también en las
tareas práctica, política y pedagógica de establecer el pensamiento crítico como un objetivo
efectivo y central: “…Es una orientación que aborda la enseñanza de las habilidades de la
argumentación como una parte clave de la educación, (...) para preparar a los jóvenes para roles
sociales, políticos y laborales responsables…” (Blair y Johnson: 1980) Un rasgo prominente de la
evolución de la lógica informal es, pues, la publicación de libros diseñados para enseñar a razonar
en dichos contextos.
Un hito en la historia del Movimiento es un Congreso celebrado en 1978 en la Universidad de
Windsor, Canadá, a partir del cual comenzó a publicarse la revista Informal Logic Newsletter que
rápidamente se convirtió en un foro de discusión, noticias e investigación. Esta revista; con su
nuevo nombre Informal Logic continúa siendo un barómetro de los desarrollos en el campo.
En el primer número de la Revista se establece que los estudios sobre Lógica Informal abarcan
cuestiones especulativas como la “teoría de la falacia y el argumento” aspectos prácticos como los
mecanismos para mejorar la estructura de los argumentos cotidianos y preocupaciones
pedagógicas como diseñar cursos de pensamiento crítico y materiales curriculares específicas.
Incluso una Ley Educativa de California exige la enseñanza de cursos de lógica informal o
pensamiento crítico en todas las Universidades estatales.
Un pionero estadounidense de la Lógica informal que no puede dejar de nombrarse es Monroe
Beardsley, con su obra Practical Logic (1950), que tuvo una significativa trascendencia. Su libro es
una combinación ingeniosa y amena de lógica, gramática, retórica y literatura. Escrito para
estudiantes, intenta remplazar los ejemplos artificiales que caracterizaban a los manuales de lógica
por instancias de razonamiento, argumentación y debate tomados directamente de la literatura, de

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diarios y revistas. El objetivo es ofrecer situaciones problemáticas que presentan una lógica vital y
renovada cuyo conocimiento se torna una actividad placentera.
Desde Europa, también han contribuido al desarrollo de la lógica informal los estudios sobre la
argumentación como una forma de intercambio dialógico y resolución de la disputa según reglas
normativas que determinan qué movimientos son o no aceptables en un diálogo. La clave para la
comprensión del argumento es la interpretación de dichas reglas y el reconocimiento de que
difieren en los distintos contextos (científico, político, etc.). Los problemas de argumentos
particulares – las falacias, por ejemplo- se explican como violaciones de las reglas del diálogo. En
la actualidad la argumentación constituye un área de intensa investigación y discusión
internacional.
En el caso de América Latina, un antecedente muy importante, pero poco conocido en su tierra,
fue el lógico uruguayo Vaz Ferreira, quien escribe en 1919 una obra denominada Lógica viva
donde aborda temáticas como las falacias con ejemplos tomados de la ciencia, de las discusiones
en el ámbito universitario - reuniones de profesores-, de ensayos periodísticos, de la literatura. Para
Vaz Ferreira, la Lógica suele estudiarse sin referencia a la realidad. Los sofismas que se ponen en
los tratados de lógica, son generalmente sofismas preparados; los que conviene analizar son los
sofismas reales.
El primer libro en castellano con el nombre Lógica informal es el trabajo de un lógico argentino
Juan Manuel Comesaña quien señala que “…Hay dos posiciones extremas con respecto a la lógica
informal. Para algunos, la expresión ‘lógica informal’ es del mismo tipo que ‘cuadrado redondo’: no
puede existir una cosa que responda a ese nombre. La lógica, se dirá, es una ciencia que estudia
las propiedades de lenguajes formalizados, (...). De manera que hablar de lógica informal es una
contradictio in adjecto. Es importante notar que para sostener esta postura no hace falta creer que
la lógica no es aplicable. (....) Por otro lado, también existen autores para los cuales la lógica formal
no tiene pertinencia alguna en lo que respecta al análisis de argumentaciones que, en un contexto
determinado, se formulan en un lenguaje natural. (....). La lógica informal, desde este punto de
vista, no sólo es una disciplina autónoma, sino que no tiene que pedir prestada ninguna
herramienta de análisis ni ningún conocimiento a la lógica formal….” (Comesaña, 1998:18-29)
A favor de la primera posición se puede sostener que es indispensable un conocimiento de la
lógica formal para poder realizar un análisis de razonamientos en contextos no formales. Lo dicho
no implica que las nociones de lógica formal tengan una aplicación directa en esos contextos, no
obstante, un conocimiento mínimo de lógica formal ayuda reconocer aunque sea en forma intuitiva
la corrección o no de un razonamiento.
A favor de la segunda posición, el análisis lógico se limita a estudiar los razonamientos
tomando en cuenta sólo su forma, por lo tanto excluye de su campo de estudio cuestiones referidas
al contexto socio histórico en el que se producen los argumentos.
En éste punto, Comesaña afirma la necesidad de señalar que si bien empleamos la
denominación Lógica Informal” porque es la adoptada por los representantes del Movimiento, es
pertinente realizar una precisión: dado que surge por oposición a la lógica simbólica en su intento
por recuperar el contenido sobre el que se razona, debería llamarse Lógica aplicada porque la
lógica no se define por la formalización, y aplicada por que su objetivo es la evaluación del
argumento en la situación comunicativa.

La argumentación desde la perspectiva pragmática

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Las tendencias recientes se encaminan al campo de las pragmáticas de la Argumentación.
Mientras la lingüística estudia el sistema de la lengua, la pragmática es una disciplina que estudia
el uso el uso de los enunciados teniendo en cuenta su contexto.
Los estudios de argumentación desde esta perspectiva utilizan de manera particular los estudios
de los actos de habla de J. L. Austin Como hacer cosas con las palabras, los de Searle Actos de
habla y la teoría de la conversación propuesta por H.P. Grice en Lógica y conversación. Este
nuevo enfoque ha hecho posible los estudios de argumentaciones consideradas cotidianas o
comunes que se producen fuera del marco institucional. En este contexto hay cinco direcciones de
investigación relacionadas a la pragmática:
La argumentación y el análisis de la conversación que parten del análisis de las
interacciones verbales y estudian la argumentación en la conversación. Uno de los
representantes más importantes será Moescheler Argumentación y conversación.
Pragmática lingüística integrada en la lengua cuyas raíces se remontan a 1960, y que
adquiere fuerza a partir de 1980 en Francia definiendo la noción misma de argumentación a
partir del campo de la lingüística con autores como J.C.Anscombre y O. Ducrot en La
argumentación en la lenguade 1986.
La pragmadialéctica que estudia la argumentación como tipo de diálogos fuertemente
sujetos a normas. Propone sistemas de reglas explícitas para el debate argumentativo
racional, siendo sus representantes más importantes F. van Eemeren y R. Grootendorts
quienes en 1992 publican Argumentación, comunicación y falacia.
Pragmática sociológica y filosofía de la acción comunicativa asociada a la obra del
filósofo J. Habermas y su obra Teoría de la acción comunicativa que ha contribuido
considerablemente en los planteos de una ética de la argumentación.
Lógica pragmática, las preocupaciones pragmáticas no son extrañas a las investigaciones
de los lógicos de la argumentación que tratan de construir lógicas naturales y que
encuentran en la prolongación en la investigación en ciencias cognitivas (Vignaux,Grize,
1998)

Argumentación y filosofía: hipótesis de la constitución del campo argumentativo dentro de


la filosofía.
La hoy llamada “teoría de la argumentación” viene a ser en realidad un campo de estudio no
bien definido donde se entrecruzan motivos e intereses dispares (lógicos, metodológicos,
lingüísticos, retóricos, filosóficos o incluso educativos).
Vega Reñon ( ) sostiene que es posible distinguir dos fases principales en la corta historia
de la actual “teoría” o “campo abierto” de la argumentación. Una cubre las décadas 50-60; se
caracteriza por la búsqueda de unas señas de identidad más allá —cuando no al margen o en
contra— de la formalización lógica del discurso argumentativo. La otra fase cubre a su vez las
décadas 70-80; en la que se desarrolla bajo una especie de síndrome de personalidad múltiple
donde no faltan síntomas de una especie de crisis de identidad.
Durante la primera fase, representada por contribuciones como las de Ryle 1954, Toulmin
1958, Perelman & Olbrechts-Tyteca 1958 o incluso Austin 1962, urge la necesidad de reivindicar,
frente a las pretensiones canónicas y reductivas de la lógica y de la metodología formal, la
existencia de ámbitos irreducibles de argumentación como el filosófico, el jurídico, el de la vida
práctica y, más en general, la índole informal, contextual y pragmática de la argumentación
ordinaria.

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Durante la segunda época, si bien persisten las tensiones del distanciamiento ( "lógica informal"
vs. "lógica formal", argumentación vs. deducción lógicamente concluyente), surgen orientaciones
más positivas y ambiciosas. Hay intentos de avanzar desde la descripción de las peculiaridades
argumentales hasta su tipificación y explicación, afloran varias perspectivas y vías de análisis
diversificadas no sólo por campos de estudio (argumentos filosóficos, jurídicos, narrativos; falacias;
discurso retórico), sino por tendencias y métodos de investigación. Así, por ejemplo, no sólo
proliferan los planteamientos dialécticos y retóricos de diversa índole, sino que se desarrollan otras
tradiciones como la de la "lógica informal" (Johnson y Blair, 1983) o la del autodenominado "Critical
Thinking", al tiempo que no dejan de aparecer nuevas orientaciones ( Anscombe y Ducrot, 1983).
Así pues, no hemos de extrañarnos de que existan problemas de identidad en el campo de la
argumentación: problemas que pueden afectar a la caracterización del objeto, a la perspectiva
teórica, a los métodos de estudio o de análisis pertinentes, al alcance y sentido de los resultados.
Un problema primordial es el generado por la tensión entre dos directrices básicas de
investigación: una directriz "retórica", que entiende que la argumentación es una manera de hacer
algo por medio del discurso y su valor depende sustancialmente de la eficacia comunicativa y del
rendimiento suasorio de este acto complejo de habla. Otra directriz "metodológica" que considera
que los argumentos son maneras de dar cuenta y razón de algo ante alguien y su evaluación
supone ciertos estándares cognoscitivos y metodológicos. Ambos no son puntos de vista
incompatibles, sino que representan más bien dos perspectivas polarizadas hacia dos aspectos
constitutivos del discurso racional: el retórico y el lógico.
Otro problema de identidad viene provocado por ciertos desequilibrios de desarrollo en
diferentes regiones de vasto ámbito de la argumentación, pero no deja de guardar cierta relación
con el anterior. Por ejemplo, frente a los sistemas o métodos generales de
convalidación/invalidación lógica, sólo hay métodos y estrategias sectoriales para el análisis de
ciertos tipos de argumentación. Especialmente llamativo es, una vez más, el caso de las falacias:
hay quien se limita a clasificar las variedades de las llamadas "falacias formales”.
En éste punto, es pertinente preguntarse por el papel y el sentido de la argumentación en
filosofía. Dentro de éste marco, Vega Reñon sostiene que podría identificarse al menos tres
posturas con respecto a las relaciones entre filosofía y argumentación:
1- Hipótesis nula: la argumentación no es un recurso especialmente distintivo o relevante
del discurso filosófico. No lo es por diversas razones: entre ellas, porque el discurso
filosófico no es reductible a una caracterización definida, o por la radicalidad que pueden
presentar las confrontaciones discursivas al excluir la existencia de un marco o
trasfondo común de entendimiento y de discusión.
No parece haber una propiedad que permita definir el texto filosófico. Según los manuales de
estilística, los textos filosóficos pertenecen al género argumentativo, pero la argumentatividad no
determina inequívocamente a todos los textos filosóficos, tampoco es restrictivo solo a ellos. Por
otro lado, es necesario aclarar que la valoración del discurso filosófico por referencia a su presunta
condición argumentativa es relativa a la posición hegemónica como la arrogada por la filosofía
analítica en medios académicos anglosajones durante los años 50-70. Otra variante de esta
concepción sobre la inviabilidad de una caracterización interna universal o uniforme de la filosofía
descansa en su analogía con la noción wittgensteiniana de juego: las diversas actividades que
consideramos juegos no presentan una característica definitoria común, sino a lo sumo, cierto aire
de familia. Lo mismo ocurre con las actividades que hoy reconocemos como prácticas de filosofar o
modos de hacer filosofía. Por otro lado, las diferentes escuelas filosóficas se edifican en base a

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términos definidos y constitutivos, hasta el punto de que no cabría discutirlos o neutralizarlos sin
poner en cuestión su identidad misma. Así pues, la discusión entre ellas no puede contar con un
fondo común de acuerdos sobre supuestos o incluso de procedimientos. En tal situación de
incomunicación radical, la argumentación no solo no desempeña ningún papel relevante, sino que
no podría desempeñarlo. En un sentido análogo parecen moverse las interpretaciones del discurso
filosófico que ligan su propia argumentatividad, a los supuestos peculiares de la doctrina
mantenida.
2- Hipótesis mínima: la argumentación es un recurso típico del discurso filosófico. Nacida
al calor de las demarcaciones analíticas de métodos y campos de conocimiento de los
años 40 y 50. Algunos autores distinguen entre las demostraciones efectivamente
concluyentes, pruebas empíricas y argumentos filosóficos, como una tercera vía crítica o
constructiva irreducible a las dos primeras en la medida en que ésta confía en modos de
argumentar que no se atienen ni a la pura lógica, ni a la contratación directa con
protocolos de observación o experimentación. Pueden responder a peculiaridades de la
filosofía misma, a juicios de valor o reglas del razonamiento práctico. En todo caso, no
faltan argumentaciones informales típicas del discurso filosófico en general.
Se parte de la existencia de los argumentos filosóficos. A partir de allí, la discusión se desplaza
a la cuestión de cómo se caracterizan o en qué consisten. Se destacan en principio sus rasgos
negativos; no consisten por regla general en deducciones axiomáticas, ni en demostraciones
definitivas o refutaciones concluyentes; tampoco suelen discurrir de modo inductivo o estadístico-
probabilístico, ni procuran dirimir el punto en discusión por recurso a un experimento o a una
prueba empírica. El problema es que, luego, no parece haber un conjunto definido de rasgos
positivos capaz de demarcar la argumentación filosófica como un tipo singular de argumentación.
Para superar esta dificultad se proponen algunos esquemas de argumentos que se suponen
típicos. Por ejemplo, la argumentación ad hominem, tanto en su vertiente crítica o negativa, como
en su vertiente constructiva o positiva. En el primer caso, o se dirige a mostrar la incoherencia
interna del discurso criticado en la línea de una reducción a un absurdo, o es un ataque a una
posición que cabe replicar mostrando que apela a principios que dicha posición recusa, de modo
que la crítica resulta fallida o envuelve una especie de petición de principio. En el segundo caso, se
trata del desarrollo de los principios o la posición inicialmente asumida. En cualquier caso, el papel
del análisis lógico no pasa de ser meramente instrumental y las referencias a evidencias externas o
consideraciones de hecho no son muy pertinentes o apenas tienen peso. Por lo demás, de esta
clase de argumentos típicos se desprende un rasgo notable del discurso filosófico: su carácter
relativamente sistemático, de modo que el agente discursivo se ve obligado a hacerse cargo y
responder de las consecuencias que puedan derivarse de los principios o de los supuestos
asumidos.
Y de ahí, a su vez, se desprende una dependencia sustancial del significado de las tesis o
proposiciones filosóficas con respecto a sus diversos contextos de argumentación y discusión
frente a la relativa autonomía de los asertos científicamente o comúnmente establecidos.
Desde otra perspectiva Eduardo Rabossi, plantea otras muestras típicas de argumentación
filosófica como la regresión o progresión ad infinitum, los argumentos trascendentales, los
experimentos mentales o imaginarios y las discusiones filosóficas. En éste último caso, las mismas
consisten en discusiones críticas, es decir, en diálogos de carácter persuasivo que incluyen
participantes con una tesis propia para probar. Por ello, deben atenerse a dos normas u
obligaciones características de la racionalidad dialógica: la de que cada participante pruebe su tesis

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mediante inferencias correctas a partir de lo concedido por el otro interlocutor y la de mantener una
actitud cooperativa y un temple honesto. Ahora bien, ¿hay algo que distinga el dialogo crítico
filosófico de otras manifestaciones dialógicas críticas?
Vega Reñon sostiene que es necesario realizar tres observaciones en torno a esta hipótesis
mínima:
 La idea de que la argumentación es un recurso típico del discurso filosófico suele
involucrar una concepción y una práctica determinada de la filosofía; en particular,
es una creencia asentada entre los filósofos analíticos y, más en general, también
resulta familiar en el área de influencia de la filosofía académica anglosajona.
 La identificación de un tipo de argumento filosófico como ejemplar también suele
hallarse asociada a una concepción determinada de la argumentación en filosofía.
 La asunción de algunos de estos ejemplares como paradigmas no solo propios sino
exclusivos de la argumentación filosófica no deja de responder a una concepción
determinada de los debates, las confrontaciones y las controversias en filosofía.
3- Hipótesis máxima: la argumentación es el recurso no solo típico, sino definitorio del
discurso filosófico mismo. Generalización -o incluso extrapolación- a partir de la
presunta existencia de argumentos filosóficos propios y exclusivos: la identificación de
ciertos discursos argumentativos como inequívocamente filosóficos determina la
identificación del discurso filosófico como inequívocamente argumentativo. Así pues, se
supone que todo discurso filosófico es, de suyo, argumentativo, sin que este supuesto
implique identificar la argumentación con la filosofía en el sentido inverso de que todo
discurso argumentativo sea de suyo filosófico.
Es una alternativa rechazada por varios filósofos que sostienen que no hay un tipo de
argumentos que sea formalmente distintivo de la filosofía. Por otra parte, ni los filósofos están
limitados a un determinado régimen de argumentos, ni hay una posición filosófica que solo pueda
atenerse a un tipo peculiar y propio de argumentación; aunque no falten ciertos usos y propósitos
más o menos característicos del discurso filosófico, la refutación mediante análisis de una petición
de principio. En general, la hipótesis máxima resultaría demasiado rígida y restrictiva, aparte de
abrigar la pretensión inviable de cercar y vallar el ancho campo del discurso filosófico.
Por su parte Juan Manuel Comesaña (1998) sostiene que la afirmación “argumentar es la
principal actividad del filósofo “ ha dado lugar a numerosas discusiones en el ámbito de la filosofía.
Dicha afirmación se sostiene apelando a la naturaleza misma de la filosofía o a la afirmación que
en filosofía no existen problemas a los que se haya dado una solución definitiva, por lo que los
viejos problemas adquieren permanentemente nuevas formas y nuevas soluciones. Esta última
afirmación nos conduce a pensar que la actividad central del filósofo consiste en dar razones a
favor o en contra de distintas posiciones filosóficas.
En la tradición analítica, argumentar como la principal actividad del filósofo se sustenta en la
idea que el conjunto de problemas filosóficos pueden definirse por lo que se denomina “aptitud
filosófica”. En este sentido la aptitud filosófica por excelencia es “poder distinguir las lagunas
lógicas que se presentan en cualquier argumento” 10 .
Por otro lado, los llamados filósofos continentales11, sostienen -en sus diversas variantes- que la
capacidad argumentativa no es de ninguna manera definitoria de la aptitud filosófica, ya que la

10
Comesaña: 1998:115.
11Algunos historiadores de la filosofía denominan de este modo a filósofos de tradiciones distintas tales como
Heidegger, Foucault, Derrida, etc.

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filosofía no puede quedar reducida a detectar errores lógicos en las argumentaciones. Por lo
contrario, la tarea del filósofo es la búsqueda de una reconstrucción histórica exhaustiva.
Un ejemplo del tratamiento de la argumentación desde la perspectiva analítica, es el libro
Corman y Pappas(1999) en el cual se considera que” un argumento es un grupo de enunciados
de los que se afirma que uno de ellos, la conclusión se sigue de los demás”12. El método filosófico
consiste en analizar y descubrir las fallas lógicas que se presentan en los argumentos filosóficos.
Equiparada al razonamiento, la argumentación debe seguir los preceptos de la lógica para ser
considerados buenos argumentos. Así, el análisis de los argumentos filosóficos se realiza en
relación a los principales problemas filosóficos, a partir de la aplicación o no de principios de
lógicos en argumentos deductivos- como la solidez, validez, necesidad, analiticidad y consistencia-
y en argumentos inductivos- como la eficacia inductiva y competencia exitosa-.
Corman y Pappas sostienen que las cuestiones filosóficas son encaradas principalmente a
través del método dialéctico de argumentación y contra-argumentación. Así, en su obra que tiene el
sugestivo título de “argumentos filosóficos” dicen:
En la filosofía el razonamiento lógico desempeña un papel especialmente predominante (…)
la filosofía trata de responder a preguntas tan fundamentales que es difícil encontrar
algunos hechos empíricos específicos que resuelvan los problemas. Cuando las personas
no están de acuerdo sobre algún tema filosófico, el único camino (…) es considerar y
evaluar los argumentos y objeciones de ambas partes. Por lo tanto, la investigación
filosófica debe ser crítica y lógica. Para facilitar tal investigación debemos aprender a
formular preguntas críticas sobre los argumentos con los que nos topamos y examinar las
respuestas con perspicacia lógica. 13

Esta propuesta se sustenta en realizar un análisis de la denominada “metodología de la


argumentación” en filosofía, considerando no solo que la argumentación define la aptitud
filosófica, sino que es el método filosófico por excelencia.
Por otro lado, Comesaña asevera que para el tratamiento de los argumentos filosóficos,
tomará la “filosofía analítica como un estilo filosófico en donde la capacidad argumentativa tiene un
lugar central” 14. Ante la pregunta ¿Cómo razonan los filósofos? el autor sostiene que para
responder a este pregunta, analizará en primer lugar, la concepción terapéutica de la filosofía, en la
que el argumento por reducción al absurdo ocupa un lugar de privilegio entre el conjunto de
argumentos filosóficos.
Para los filósofos pertenecientes a esta tradición, la tarea del verdadero filósofo consiste en
extraer contradicciones de la suposición de que hay expresiones que tienen la fuerza lógica para
hacer surgir problemas filosóficos. La conclusión será negar esa fuerza lógica y mostrar que en
realidad los problemas planteados son pseudo problemas.
Entre los argumentos analizados nos parecen relevantes los siguientes;
 La “apelación a la mala interpretación”, muy común en la actividad filosófica. Su forma de
empleo es la siguiente: un filósofo presenta una crítica demoledora a la tesis de otro
filósofo, como respuesta, este último sostiene que el primero ha hecho una mala
interpretación de sus doctrinas, diciendo que el no quiso decir eso.

12 Corman y Pappas; 1999:17


13Corman y Pappas; 1999:17
14 Comesaña ;1998:115

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 La “apelación a dudosas consecuencias de descubrimientos científicos que nadie termina
de entender del todo”. Este tipo de argumento suele comenzar con las siguientes
afirmaciones:”… se sigue claramente de la mecánica cuántica que…”15 No está mal que los
filósofos tomen para sus reflexiones los adelantos de la ciencia, pero la interpretación
filosófica se basa exclusivamente en la extrapolación infundada de descubrimientos
científicos a ámbitos ajenos a los de su aplicación original, esta maniobra debe ser
analizada con sospecha.
 Los experimentos mentales, que consisten en la descripción de una situación imaginaria
que intenta mostrar que la misma es posible y que la mejor explicación de una situación
posible es la aceptación de cierta teoría. La modalidad de la noción de posibilidad
involucrada varía de acuerdo a la tesis que se intente demostrar. Si lo que se intenta
mostrar es una teoría filosófica, la descripción de la situación debe ser lógicamente posible
(compatible con las leyes lógicas) y conceptualmente posible (compatible con el significado
de nuestros conceptos, o con reglas que rigen su uso).
Nosotros consideramos que la aptitud filosófica no puede ser entendida sólo como la
capacidad de discernir entre buenos o malos argumentos mediante el empleo de métodos y
técnicas formales, y tampoco puede ser concebida como “el método filosófico”. La argumentación
tiene una función importante en el estudio de los problemas filosóficos, en la medida en que se
presenta como una valiosa herramienta en el ejercicio de la actitud crítica, propia la filosofía y no
puede quedar reducida al empleo de técnicas formales .
Para Vega Reñon, “…la argumentación es un recurso necesario del discurso filosófico en la
medida en que la filosofía se pretenda ser una empresa intelectual específica: susceptible de
evaluación y de aprendizaje; cultivada a través de determinadas tradiciones de pensamiento;
mantenida con el propósito de contribuir a la lucidez en asuntos públicos o al desarrollo del
conocimiento público…”.16
Se trata de una especie de necesidad hipotética o de una suerte de imperativo hipotético: Si
usted pretende hacer filosofía como una actividad académica, crítica y cognoscitiva, específica, Ud.
deberá estar dispuesto a dar razón de sus tesis o asunciones filosóficas.
El autor se pregunta: ¿Qué significa la filosofía como una suerte de “visión”? En esta
perspectiva, la argumentación sería nuestra manera filosófica de mirar o de fijar la vista -de modo
análogo a otros pares: visión/mirada poética, visión/mirada pictórica, etc. En consecuencia, la
visión (intuición, etc.) filosófica lejos de oponerse al mirar y mostrar con ojos argumentativos, lo
envolvería como un género especialmente indicado de discurso -que, por lo demás, tampoco
excluiría despliegues narrativos.
¿Cómo se puede explicar y justificar esta hipótesis, dar cuenta y razón de ella? ¿Por qué
habríamos de argumentar en filosofía? Las tradiciones de controversias y el desarrollo del
discurso filosófico dan lugar a la extendida opinión sobre el carácter argumentativo de la filosofía.
Existe un amplio consenso acerca de la formación de proles de filósofo. En éste contexto se otorga
importancia papers, comunicaciones, etc., relacionados con criterios argumentativos (con
consideraciones de orden lógico, dialéctico, retórico).
Ahora bien, lo que está en juego no es solo un asunto de hecho, como las cuestiones referidas
a tradiciones históricas dominantes en la filosofía occidental y prácticas académicas establecidas
sino también y sobre todo un punto de derecho. Aunque, por otro lado o en el otro extremo,

15 Comesaña; 1998:116-119
16 Vega Reñon 2010:10

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tampoco se trata de una cuestión meramente abstracta del tipo de la planteada por el racionalismo
crítico popperiano acerca de la justificación de las actitudes racionales o argumentativas en
general, justificación que a su vez no cabría imponer racionalmente salvo entre quienes ya hayan
adoptado la pertinente actitud receptiva. No cabe pedir o dar razones a quien, de entrada, no esté
dispuesto a reconocerlas y recibirlas; así pues, tampoco cabe probar a este tipo de persona la
obligación de dar pruebas, ni siquiera en filosofía: un escéptico radical, si aquí lo hubiera, sería
irreducible.
¿Por qué argumentar en filosofía? Responde a existen una serie de razones específicas: una
relacionada con la significación de las aserciones y otra con la conformación del discurso en
filosofía. Si analizamos la índole de las aserciones filosóficas vemos que el significado de las
mismas se precisa en un contexto argumentativo determinado, dando razones a favor y en contra.
Una aserción filosófica aislada de todo contexto argumentativo resulta radicalmente ambigua. En
filosofía, por qué se dice algo o por qué podría o no podría decirse, las razones y objeciones a lo
dicho es una parte sustancial del significado de lo que se dice. Dicho en términos próximos al
inferencialismo de R. Brandom: las pruebas de acreditación o habilitación para la aserción en
cuestión, así como la asunción de los compromisos con ella contraídos no solo forman parte del
ethos profesional del filósofo que sostiene una tesis, sino que también forman parte del significado
de esta tesis.
En el caso de los fragmentos y aforismos, las interpretaciones y razones pro / contra habrán de
correr a cargo del lector-intérprete (en el caso de los presocráticos, en el caso mismo del
Tractatus). De donde se desprende que las labores de interpretación y argumentación, lejos de
contraponerse, se complementan a la hora de leer, entender y discutir los textos filosóficos.
Tampoco estará de más prestar atención al juego retórico del aforismo, a la suma de la vaguedad
significativa con la resistencia y tersura expresiva, que a veces propicia más impresión de
profundidad que la merecida.
El significado de una proposición filosófica determinada no estará definido sin la
correspondiente argumentación, prueba o contraprueba. Así pues, no podremos saber si una
proposición (una asunción, una aserción) es filosóficamente significativa antes o al margen de la
argumentación pertinente o de las debidas pruebas. En suma, no podremos conocer el rendimiento
o el interés filosófico de una idea o de una propuesta sin su contextualización y su desarrollo
discursivo, esto es: sin su discusión y su justificación argumentativa.
La importancia de la buena argumentación en filosofía es la que corresponde a los compromisos
y responsabilidades de los filósofos como profesionales de la argumentación y de las pruebas
discursivas, no solo en la perspectiva específica del discurso filosófico, sino en la perspectiva
general del discurso público.
A partir de los análisis previos, Vega Reñon desprende una propuesta de una lógica para
filósofos: la invitación al cultivo y desarrollo de una lógica civil, una lógica informal, plausible y
rebatible, aplicable a muy diversa suerte de asuntos e interesada en mejorar la calidad y la finura
del discurso público.
Esta lógica habrá de consistir en una “teoría” de la argumentación capaz de considerar las
condiciones críticas del uso de la razón: la transparencia de las estrategias discursivas, simetría o
equidad de las interacciones entre los participantes, reconocimiento y respeto de la autonomía de
cualquier agente discursivo, dentro del programa de lo que se viene denominando en estas últimas
décadas “democracia deliberativa”. Pero, así mismo, otras condiciones de carácter cognitivo y
argumentativo, como la actitud de seguir las reglas de juego de dar y pedir razones -incluida la

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discriminación entre mejores y peores razones, aunque no se requiera el consenso sobre un
determinado criterio-, y la disposición a rendirse a la fuerza del mejor argumento.
Esta conformación no está exenta de problemas: ¿Cómo se conjugan las condiciones práctico-
democráticas de la deliberación pública con las epistémico-discursivas de su calidad
argumentativa? Pero, en todo caso, responde a un propósito bien determinado: mejorar la calidad
del discurso público en el sentido de contribuir no tanto a la verdad y el saber sustantivo, cuanto a
la lucidez y al discernimiento de la gente involucrada en una discusión, deliberación, negociación,
etc., con miras a la adopción -o rechazo- de una creencia o a la adopción -o descarte- de una
resolución o un curso de acción. Lo que propongo, en suma, no solo para los filósofos en particular,
sino para cualquier persona educada en general, es un renovado trivium complementario de la
formación intelectual y de la ulterior especialización profesional o científica: el trivium compuesto
por las perspectivas lógica, dialéctica y retórica de los actuales estudios en teoría de la
argumentación.

Bibliografía
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