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En el lejero: Una interpretación de lo monstruoso actual

Iván David Ulloa Vargas

Entre neblina perpetua se encuentra Jeremías Andrade, un hombre de setenta años que llega

a un pueblo fantasmal buscando a su nieta Rosaura, una niña que fue secuestrada algunos

años atrás. Aquel pueblo profetiza la muerte y desolación: desde los cadáveres de ratón que

están en el suelo, hasta los habitantes permanentes que desprenden un frio estremecedor y

caminan como sombras errantes.

En el lejero, de Evelio Rosero, se aprecia un pueblo lúgubre lleno de nostalgia y

olvidos donde la violencia es el tema central. Mi principal interés es la manera de cómo se

percibe lo monstruoso en la actualidad a través de la novela. Cabe señalar que este motivo

fue usado en la literatura desde sus inicios, pues uno de los ejemplos más representativos

está en la Odisea, de Homero, cuando Odiseo engaña al cíclope al decirle que su nombre es

‘nadie’ y así poder escapar. Otro ejemplo, y quizá el más citado cuando hablamos de

monstruos, es la criatura creada con cadáveres por el doctor Víctor Frankenstein.

En la gran tradición literaria, los monstruos son vistos como parte antagónica y

malvada de la humanidad. Son personajes externos que no encajan en las sociedades y por

ello deben estar lo más alejados posible, pues su presencia sólo augura una cosa: caos y

destrucción. Cabe señalar que “Las sociedades occidentales cristianas se han servido

durante siglos de símbolos como el demonio, las brujas o los seres monstruosos para

marginar o expulsar a cualquier miembro considerado indeseable.” (Cortés, 1997, p. 17)

Mi análisis se enfocará en destacar dos elementos fundamentales que convergen

entre sí: lo neofantástico y lo monstruoso. En la novela se puede percibir una

reinterpretación de algunos motivos tradicionales de la literatura fantástica, tales como los


aparecidos y el doble o desdoblamiento del yo. Asimismo, lo monstruoso se presenta en el

ambiente de manera física y en los personajes de forma simbólica.

Lo neofantástico o los males que acechan en la oscuridad

El investigador Jaime Alazraki en su escrito ¿Qué es lo neofantástico? propone

analizar los textos por su visión, intención y modus operandi. En el mismo artículo, el

investigador enfatiza en que las situaciones sobrenaturales no producen ningún miedo o

duda en el relato porque se muestran desde el principio.

En la novela, Jeremías Andrade llega al pueblo y se hospeda en un hotel donde su

antagonista, la dueña del recinto junto con la enana, le dan una habitación que parece una

cripta o una celda. Cabe resaltar que la dueña lo vigila desde la primera noche: “Todavía

seguía allí, en la celda, como si espiara. La iluminaba, a débiles ramalazos, un bombillo que

colgaba del techo del corredor, zarandeado por el viento. Si se hubiese dormido —pensó

él—, la repugnante dueña lo acecharía una eternidad.” (p. 8). Esa incesante vigilancia por

parte de la dueña no es casual, ya que su motivo principal es vigilarlo para que no se escape

sin pagar. Podemos decir que: “[…] el motivo del ojo nos conduce a otra cuestión

igualmente relacionada con el ejercicio del poder: la vigilancia […] como un elemento de

sometimiento, fuente de inquietud y temor.” (Moreno, 207: 133-134)

Esta inquietud en Jeremías se incrementará con forme pasa el tiempo. Poco a poco

la vigilancia llevará al protagonista a un estado de inestabilidad emocional y mental al

imaginar cosas en medio de la noche y de su celda:

Despertó a medianoche, padeciendo la sensación, física, de una lenta lluvia helada


derivando por sus ojos hasta el corazón; eran los ojos de la dueña, creyó, posados en sus
párpados. Flotaba en la oscuridad, como si lo cubriera una única sábana, o esa única sábana
lo jalara de él, elevándolo; pensó que no tenía cobijas encima, que esa era la causa del frío
[…] entonces rozó su barbilla con los dedos, rozó sus ojos y creyó que no sólo estaba
desnudo sino rígido, congelado en su propio frío, muerto de verdad, y empezó a patear las
cobijas hasta regarlas por el suelo.” (p. 41).
Como podemos ver, la vigilancia de la dueña somete al protagonista hasta el punto

de hacerlo soñar con sus ojos acechantes y sentirse por un instante muerto, sin embargo,

esta situación la podemos ubicar en el terreno de lo extraño porque el protagonista llega a la

conclusión de que el hambre le produjo esa alucinación. claramente lo podemos ligar con lo

monstruoso, este temor, desconcierto y asecho ya que: “De modo que, si el mundo moderno

ha generado muchos monstruos, todos ellos parecen ser variantes de uno y el mismo

monstruo, que no es ni siquiera el diablo, que no es sin más el mal o lo extraño, que es lo

inquietante, lo que a la vez resulta familiar y amenazante, lo que por definición impide

cualquier quietud.” (Serrano, 2010: 81)

Por otro lado, el investigador Alazraki menciona que la visión en las narraciones

neofantásticas “[…] asume el mundo real como una máscara, como un tapujo que oculta

una segunda realidad que es el verdadero destinatario de la narración neofantástica. La

primera se propone abrir una "fisura" o "rajadura" en una superficie sólida e inmutable.” (p

29, 1990).

En la novela, lo real se instaura en el mismo pueblo y sus habitantes. El anciano

recorre el pueblo en busca de Rosaura e interactúa con la gente, mismos que lo llevan a el

lejero, un lugar donde habitan aquellos que se encuentran perdidos y olvidados por el

tiempo. Por el contrario, la segunda realidad será la violencia manifestada en todos sus

aspectos, aquella que se ha normalizado en nuestros días.

En su primer recorrido nocturno de Jeremías Andrade descubre que lo que crujía en

sus suelas cuando llegó no era yerba seca, sino cadáveres de ratones: “Ahora, en la

madrugada, descubría por fin el montón infinito de ratones fosilizados. Y en su horizonte se


vio él mismo, asomado, igual que una sombra arrepentida de encontrarse allí […] en ese

pueblo que limitaba a un lado con el volcán y al otro con el abismo.”

El motivo del doble se representa en la narración sin que haya algún sobresalto por

el personaje, pues la diégesis continúa con la descripción del pueblo; detalla las casas en

ruinas y la niebla que cubre casi completamente aquellos ratones muertos. El

desdoblamiento del yo antes citado no es el único en la novela, pues se repite cuando el

protagonista entra al convento donde está el guardadero, perdedero, y el lejero.

En la primera parte del convento está el guardadero, un lugar donde las personas

están recostadas dentro de sus celdas, a oscuras, y emiten gemidos de sufrimiento o yacen

con los ojos cerrados y el cuerpo frío, como el de todos los que habitan allí. Cuando entró

Jeremías escuchó un grito similar al de su nieta entre los lamentos, sin embargo:

A la exigua luz de los candeleros pudo constatar que quien le habló —quien creía que
había hablado—yacía atado con cadenas a la base de cama. Y en ese inmediato instante
creyó que era él mismo quien se encontraba acostado, encadenado a la cama, mirándose a
sí mismo con terror mientras él y el de la cama pronunciaban al mismo tiempo las mismas
palabras: Yo grité por Rosaura. (p. 62, 2013)
El desdoblamiento del yo en este ejemplo no causa ninguna ruptura en la realidad diegética

y Jeremías sólo se retiró de espaldas para seguir con su búsqueda. Aquí está implícita la

doble realidad, como diría Piglia, “Un cuento siempre cuenta dos historias, la evidente y la

cifrada. El cuento es un relato que encierra un relato secreto.” (p. 17, 1999). La realidad

evidente es que está en el convento buscando a su nieta Rosaura, pero la oculta es la manera

decadente de aquellos cuerpos encadenados, sin nadie que los procure, solos hasta en la

misma eternidad de el lejero.

Ahora bien, en lo que respecta a la intención, los acontecimientos sobrenaturales o

insólitos pueden causar temor en los personajes, pero ese no es su propósito, ya que: “Son,
en su mayor parte, metáforas que buscan expresar atisbos, entrevisiones o intersticios de

sinrazón que escapan o se resisten al lenguaje de la comunicación, que no caben en las

celdillas construidas por la razón, que van a contrapelo del sistema conceptual o científico

con que nos manejamos a diario.” (Alazraki, p. 29, 1999)

La tesis principal de la novela es mostrar cómo la violencia sucumbe en las

sociedades, sin embargo, es un tema difícil y por ello se niega o evita. En la novela, lo

monstruoso será el mecanismo para que paulatinamente se muestren los hechos violentos,

pues: “Lo monstruoso hace que salga a la luz lo que se quiere ocultar o negar. Además,

problematiza las categorías culturales, en tanto que muestra lo que la sociedad reprime”

(Cortés, 1997: 19).”

En la novela uno de los sectores más vulnerables, la niñez, rompe su estatus social como

seres sin malicia y se muestran repugnantes al jugar con alguna parte de un cadáver, pues

en uno de sus recorridos, Jeremías Andrade: “[…] encontró un grupo de niños en mitad de

la plaza. Rodeaban algo, un bulto de algo, y de vez en cuando lo empujaban con los pies, lo

hacían variar de postura, se reían. Era la misma cabeza de perro que él había visto colgando

de una ventana.” (p. 28)

En lo que corresponde al modus operandi, cabe señalar que: “no le interesa asaltar

al lector con esos miedos que constituyen la razón de ser del cuento fantástico” (Alazraki,

1990: 30), pues “El relato neofantástico prescinde […] de los bastidores y utilería que

contribuyen a la atmósfera o pathos necesaria para esa rajadura final. Desde las primeras

frases del relato, el cuento neofantástico nos introduce, a boca de jarro, al elemento

fantástico: sin progresión gradual, sin utilería, sin pathos” (Alazraki, 1990: 31)

El investigador Alazraki menciona que en los textos neofantásticos, el elemento

sobrenatural se otorga completamente sin una progresión en la diégesis; se brinca, por así
decirlo, de la vacilación que produce lo fantástico. En la novela tenemos este modo de

operar neofantástico cuando Jeremías Andrade recordó su llegada al pueblo:

Todavía esperó un buen tiempo hasta que otra voz, pero una voz estremecida «Voz de la
cabeza de mujer vieja», pensó, voz nacida quién sabe de dónde y quién sabe por qué, le dijo
que había un hotel en el pueblo, y le dijo dónde quedaba. «Hay un hotel allá arriba» le dijo.
Su acento, igual que un eco, recorría la calle que bajaba y subía y bajaba y volvía a subir
como una raya por la misma mitad del pueblo, y desembocaba en la cima, el hotel.
Aquí notamos ese motivo de los rumores o las voces de los habitantes que guían al

protagonista a su destino del cual no puede escapar. Asimismo, los habitantes aparecen y

desaparecen sin ningún motivo aparente, como lo podemos ver en el siguiente ejemplo

cuando el protagonista entabla una charla con Bonifacio: “Detrás de su inmenso gorro se

vislumbraba el hotel, el cadavérico tejado. El gordo arrojó su cigarro encendido a la niebla,

y no esperó a que él le respondiera. Desapareció. —Me llamó Jeremías Andrade— dijo él,

para nadie.”

Después de esta escena el anciano no se sobresalta, y eso causa extrañeza para el

lector. Este tipo de situaciones son recurrentes lo que crea una atmósfera sobrenatural y

onírica y decadente. Bonifacio vuelve a aparecer en la novela con tintes más realistas y ya

no como una entidad fantasmal. De igual manera, los niños que siempre van en grupo

desaparecen cuando Jeremías los ve directamente: “Detrás suyo e agazapaban los niños, en

fila india sobre los techos; allí reptaba el menor, el último de todos asomado a él. Tan

pronto comprendieron que él los había descubierto desaparecieron.” (p. 34).

El asecho de la dueña no es el único en contra de Jeremías Andrade, pues poco a

poco, los habitantes lo van a cazar como una presa hasta dirigirlo a ese convento donde está

su nieta Rosaura. Otro evento similar donde aparecen los niños como fantasmas traviesos es

el siguiente: “Detrás de una ventana abierta dos caras de niños aparecieron y


desaparecieron, aparecieron otra vez y rieron con fuerza y desaparecieron —con todo y

risa, tragados por la niebla. (p. 18). Estas escenas aparecen de sobresalto sin ninguna

ambientación tenebrosa que pudiera propiciar o justificar dichas apariciones.

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