A pesar de todos los avances, los patrones históricos en el discurso sobre los
pueblos indígenas continúan manteniendo una disonancia entre lo que son ideas
abstractas generadas por la categoría jurídica funcional de “pueblos indígenas” y
las realidades contrastantes de la vida indígena cotidiana. La percepción de
indigenidad ha sido el resultado de las relaciones entre los miembros de la
comunidad internacional en sus intentos de resolver problemas relacionados con
las poblaciones dependientes. Esa percepción ha evolucionando con el tiempo,
reflejando cambios en el entorno político, pero la tendencia a ignorar las diferencias
en historias, condiciones ambientales, entornos políticos y circunstancias
económicas de las comunidades indígenas de todo el mundo, continúa influyendo
en el conocimiento de quiénes son los pueblos indígenas y cómo es su vida en el
día a día.
Como grupos dependientes, los pueblos indígenas fueron definidos por sus propios
estados como territorios subdesarrollados social y económicamente, hacia los
cuales había que poner en marcha diferentes políticas de protección. Algunas
poblaciones ganaron relevancia (y, dentro de los valores de la comunidad
internacional, un grado de legitimidad) como pueblos indígenas, en ocasiones con
la ayuda e intercesión de la comunidad internacional, sin conexión con la naturaleza
real de las comunidades de las cuales aparentemente aquella legitimidad había
surgido. Al “marcar” a estas poblaciones sometidas como entidades históricamente
desarrolladas de forma distinta que necesitaban ser protegidas, los estados-nación
inevitablemente han promovido un enfoque “integracionista” común para todas
estas comunidades ampliamente diferentes. Los estados han justificado esta
estrategia como una forma de mejorar las condiciones en las que viven los pueblos.
Sin embargo, posiblemente con buenas intenciones, este enfoque tiende a ignorar
el hecho de que los problemas que los cambios intentan abordar son el resultado
de unas circunstancias históricas muy diferentes a las del resto de la sociedad y,
por lo tanto, requieren del estudio de múltiples soluciones. Las poblaciones
indígenas “desfavorecidas”, “pobres” y “vulnerables” continúan siendo objeto de
protección, y son valoradas como incapaces de sobrevivir por sí mismas. Las
tendencias de salvaguardia con respecto al conocimiento tradicional indígena son,
por lo tanto, solo una expresión reinventada de la misión proteccionista establecida
ya en el siglo XIX.
Por otro lado, la desaparición de las culturas y lenguas indígenas continúa siendo
un gran problema. Sin embargo, la solución a este problema no debe ser la puesta
en marcha de medidas de rescate para salvar las reliquias o vestigios de las culturas
en riesgo de desaparición, aquellas que siguen siendo de interés artístico, científico,
histórico o económico para sus países. Cuando hablamos de la salvaguarda de la
cultura tradicional y el conocimiento indígena, nos referimos al mantenimiento de
las relaciones entre personas concretas, dentro de las cuales surgen y se mantienen
las tradiciones, ideas y pensamientos. Dichas relaciones cambian constantemente
y determinan la forma en que estas personas, como individuos y como grupos,
perciben el mundo, interpretan su entorno y moldean sus vidas. Cuando abordamos
el tema de los derechos, hablamos de oportunidades económicas y condiciones
políticas dentro de las cuales hombres, mujeres y niños, pertenecientes a estas
comunidades, pueden desarrollar todo su potencial. A pesar de los avances del
movimiento indígena, estas comunidades continúan siendo territorios dentro de sus
estados y, como territorios, están esencialmente definidos y determinados por la
política y características económicas de los mismos. La razón por la que las culturas
indígenas se enfrentan a los peligros de su desaparición no radica en su naturaleza
tradicional que ,debido a las “leyes de la historia”, las ha expuesto a la extinción en
el mundo moderno, sino en el simple hecho de que los individuos indígenas, en las
diferentes partes del mundo, se hallan unidos por la falta de oportunidades para
participar en los procesos de toma de decisiones relacionados con sus propias
comunidades. Incluso los políticos indígenas, algunos en la vanguardia del
movimiento indígena de derechos humanos, dependen a menudo económicamente
de los ingresos de sus empleos obtenidos políticamente. Esto limita sus acciones y,
a veces, los convierte en meros servidores controlados por las principales
asociaciones políticas nacionales e internacionales.