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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

c. Juan GONZÁLEZ CALDERÓN.


Derecho Constitucional Argentino. Historia, Teoría y
Jurisprudencia de la Constitución.
Prólogo de Joaquín V. González, Tomo I. Capítulo II: La
Asamblea General Constituyente de 1813.
Buenos Aires, 1930, pp. 63 y ss.

El autor refiere que, a los pocos días de instalado, el nuevo gobierno cumplió
fielmente con el principal de los deberes que le habían sido impuestos por la
revolución del 8 de octubre. Dictó el 24 de octubre un decreto convocando a
elecciones para diputados a la aheleada Asamblea. Opina González Calderón que
el pueblo argentino, a los dos años y medio del día en que decidió “romper las
cadenas de su servidumbre, iba a ver realizado su idea de organización política;
porque, si la Asamblea General Constituyente” representaba con exactitud la
voluntad de las Provincias Unidas, las instituciones que sancionara serían con
júbilo patriótico por todos recibidas y acatadas como surgidas del poder
soberano.

En el decreto de convocatoria, que llevaba las firmas de Paso, F. Belgrano y


Alvarez Jonte y de J. M. de Luca (Registro Nacional de 1879, tomo I, p, 185, nº
384), anticipándose a esas espléndidas promesas: “Esta sin duda debe ser la
memorable época en que el pueblo de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
abriendo con dignidad el sagrado libro de sus eternos derechos por medio de libre
y legítimos representantes, vote y decrete la figura con que debe aparecer en el
gran teatro de las naciones...”. “La constitución que se sancione adelantará la
timidez de unos, contendrá la ambición de otros, acabará con la vanidad
importuna, atajará las pretensiones atrevidas, destruirá pasiones insensatas y
dará fin a los pueblos la carta de sus derechos y al gobierno la de sus
obligaciones”.

El triunvirato nombró una comisión compuesta por Posadas, Agrelo, Herrera,


Gómez, Somellera, García y Vieytes para que formularan un proyecto de
Constitución que sería sometido a la Asamblea (Registro Nacional, de 1879, Tomo
I, p. 187, nº 385). Dice a pie de página el autor que, la comisión llenó su
cometido, elaborando un proyecto de Constitución bastante extenso y bien
pensado, que puede verse en la obra Trabajos legislativos de las primeras
asambleas argentinas, de Uladislao Frías (Buenos Aires, 1882, tomo I, p. 458;
apéndice nº 2). No fue considerado por la Asamblea, debido a que en el artículo
1º, capítulo I, se hacía la declaración de la independencia Nacional, que aquella
no se decidió a proclamar en esa forma solemne y definitiva. Otro proyecto
constitucional, elaborado por la Sociedad Patriótica puede verse en D. Peña,
Historia de las Leyes de la Nación Argentina (Buenos Aires, 1916), tomo II, p. 715.
La Asamblea se instaló solemnemente el 31 de enero de 1813, día que, como
decía su redactor (Ver U. Frías, tomo I, p. 11), “durará en la memoria de la
posteridad, mientras haya almas virtuosas que aprecien las emociones de la
gratitud, y recuerden los acontecimientos preventivos de su suerte”. La
componían dos diputados por cada capital de Provincia, uno por cada ciudad de
su dependencia, a excepción de Tucumán que tenía dos, y cuatro diputados por
Buenos Aires (art. 6º del decreto de convocatoria).

El mismo día 31 de enero la Asamblea declaró que reside en ella la


representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la
Plata” (Reg. Nacional, ed. 1879, tomo I, p. 193, nº 393), lo que importaba una
proclamación más o menos velada de la independencia nacional, que fue después
corroborada por las leyes orgánicas que el autor mencionará en páginas
siguientes.

La fórmula del juramento para las autoridades constituidas se sancionó el 1º de


febrero en estos términos: “¿Reconocéis representada en la Asamblea General
constituyente la autoridad soberana de las Provincias Unidas del río de la Plata?”
(Registro Oficial, de 1879, nº 394). Destaca que se suprimía así la antigua frase:
“a nombre de Fernando VII”, que se había usado en los actos oficiales por simples
conveniencias (p. 62).

Lamentablemente González Calderón dice que sería fatigoso y sin ventajas


prácticas para los fines de esta obra analizar todas las leyes orgánicas
sancionadas por la Asamblea de 1813-1815, que son además, de todos conocidas.
Las leyes sobre la libertad de vientres, liberación de los esclavos que se
introdujeron al territorio argentino, primer censo nacional, reglamento para la
educación de libertos, premio al general Belgrano por sus triunfos, creación de la
facultad de medicina, abolición del tributo y de las encomiendas, etc., acuñación
de monedas de oro y plata con sello nacional, declaración de que el 25 de mayo
serían fiesta cívica, adopción del himno patrio, extinción de los títulos de nobleza
y mayorazgos, abolición de los tormentos y de la bárbara inquisición,
independencia de la iglesia nacional de toda autoridad eclesiástica extraña,
abrogación de la perpetuidad de los oficios concejiles, otras sobre la exportación
de oro y plata, organización eclesiástica, reglamento de administración de
justicia, supresión de los escudos de armas particulares en parajes públicos, etc.
(Registro Nacional de 1879, tomo I, p. 194 y sig.), revelan su intensa labor.

Remarca que las sanciones más notables de la Asamblea para los fines de esta
obra, fueron las relativas a la determinación de su carácter político y a la
organización del poder ejecutivo, de modo que es poco lo que parecería se
refiere a las ideas sociales de la Asamblea, tema central de nuestra investigación.

En cuanto a lo primero, declaró que “los diputados de las Provincias Unidas son
diputados de la Nación en general, sin perder por esto la denominación del
pueblo a que deben su nombramiento, no pudiendo en ningún modo obrar en
comisión” (Reg. Nac. de 1879). Complementó esta ley con un reglamento sobre la
inviolabilidad de los diputados. Aquella declaración implicaba la consagración de
la unidad nacional argentina como entidad indestructible.

Respecto a la organización del poder ejecutivo, la Asamblea decidió hacer una


reforma sustancial en el sistema colegiado que desde el 25 de mayo se había
adoptado. Por ley del 22 de enero de 1814 ordenó que la autoridad ejecutiva se
concentrara en una sola persona, bajo las condiciones que luego se establecerían
(Reg. Nac., tomo I, p. 202, nº 428 y 433). La ley del 26 de enero, o “estatuto
provisorio del supremo gobierno”, determinó esas condiciones. El Director tendría
todas las atribuciones que por el estatuto del 27 de febrero de 1813 se acordaron
al gobierno; es decir: “hacer ejecutar puntualmente las leyes y decretos
soberanos y gobernar el Estado (...) incitar a la reunión de la Asamblea General
Constituyente, si tuviese levantadas sus sesiones, en los casos necesarios,
dirigiéndose al efecto a la comisión que quede autorizada para convocarla” (Reg.
Nacional de 1879, tomo I, p. 199, nº 415). Por ley del 26 de enero, o estatuto del
poder ejecutivo, se instituía un consejo de Estado compuesto de nueve vocales,
cuyo presidente (que reemplazaría al Director en caso de enfermedad), sería
nombrado por el poder legislativo; éstos consejeros durarían dos años en sus
cargos, y su misión consistiría en asesorar al primer magistrado. Los “secretarios
del despacho universal” serían considerados como miembros natos del consejo, y
lo integrarían como tales dentro del número expresado; ese cuerpo consultivo
quedaría compuesto por los tres secretarios del despacho y seis consejeros
propiamente dichos” (Reg. Nac., tomo I, p. 255 y sig.; nº 614, 619, 623, 631 y
645).

Concluye el punto aseverando que la Asamblea del año XIII, como se la nombra en
la historia argentina, sin decidirse a sancionar un Constitución definitiva, expedía
progresivamente leyes relativas a la organización del Estado y de su gobierno,
como las que ha sintetizado. Nos parece que debemos destacar la opinión de
González Calderón sobre el descrédito y disolución de la Asamblea. “...habría
llenado completamente el objeto de su convocatoria y pasado sin cierto
desprestigio a la historia, si hubiera sancionado la constitución política adecuada
a la voluntad de los pueblos, y no se hubiese mezclado en absurdas
combinaciones o proyectos monarquistas que en algunos hombres dirigentes de
aquel tiempo propiciaban como solución decisiva del problema institucional. La
tendencia monarquista contaba con numerosos partidarios aún dentro de la
Asamblea, que deliberadamente se complicó en las maniobras secretas de
aquéllos. Con fecha del 29 de agosto de 1814, la Asamblea votó una resolución
facultando al poder ejecutivo para entrar en relaciones diplomáticas con la corte
de España (Reg. Nac. de 1879, tomo I, p. 282, nº 698).

Enviáronse en misión especial ante las cortes europeas, al general Belgrano y a


don Bernardino Rivadavia, a los que se agregó Manuel de Sarratea; y ante la corte
portuguesa del Brasil, a Manuel J. García. Se afirmaba entonces que España, cuyo
trono había vuelto a ocupar el rey Fernando VII, preparaba en Cádiz una
expedición de 15.000 hombres, destinados al Río de la Plata para reducir y
someter “a los insurgentes”; y esta amenaza, la complicadísima situación interna
que creaba la sublevación de Artigas en la Provincia Oriental, la anarquía que
fructificaba rápidamente en el litoral, la impotencia en que el gobierno se
encontraba para restablecer el orden, decidieron al director a emprender
gestiones diplomáticas en Europa, tendientes al establecimiento de una
monarquía constitucional en las Provincias Unidas, haciendo la paz con España y
afianzar así en el país un régimen normal y definitivo. El historiador Saldías, en
una obra notable titulada La evolución republicana durante la revolución
argentina, publicada en Buenos Aires hacia 1906, ha efectuado un estudio bien
documentado sobre esas negociaciones monarquistas; y Mitre, en su “Historia de
Belgrano”, ya había tratado el asunto detalladamente.

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