El autor refiere que, a los pocos días de instalado, el nuevo gobierno cumplió
fielmente con el principal de los deberes que le habían sido impuestos por la
revolución del 8 de octubre. Dictó el 24 de octubre un decreto convocando a
elecciones para diputados a la aheleada Asamblea. Opina González Calderón que
el pueblo argentino, a los dos años y medio del día en que decidió “romper las
cadenas de su servidumbre, iba a ver realizado su idea de organización política;
porque, si la Asamblea General Constituyente” representaba con exactitud la
voluntad de las Provincias Unidas, las instituciones que sancionara serían con
júbilo patriótico por todos recibidas y acatadas como surgidas del poder
soberano.
Remarca que las sanciones más notables de la Asamblea para los fines de esta
obra, fueron las relativas a la determinación de su carácter político y a la
organización del poder ejecutivo, de modo que es poco lo que parecería se
refiere a las ideas sociales de la Asamblea, tema central de nuestra investigación.
En cuanto a lo primero, declaró que “los diputados de las Provincias Unidas son
diputados de la Nación en general, sin perder por esto la denominación del
pueblo a que deben su nombramiento, no pudiendo en ningún modo obrar en
comisión” (Reg. Nac. de 1879). Complementó esta ley con un reglamento sobre la
inviolabilidad de los diputados. Aquella declaración implicaba la consagración de
la unidad nacional argentina como entidad indestructible.
Concluye el punto aseverando que la Asamblea del año XIII, como se la nombra en
la historia argentina, sin decidirse a sancionar un Constitución definitiva, expedía
progresivamente leyes relativas a la organización del Estado y de su gobierno,
como las que ha sintetizado. Nos parece que debemos destacar la opinión de
González Calderón sobre el descrédito y disolución de la Asamblea. “...habría
llenado completamente el objeto de su convocatoria y pasado sin cierto
desprestigio a la historia, si hubiera sancionado la constitución política adecuada
a la voluntad de los pueblos, y no se hubiese mezclado en absurdas
combinaciones o proyectos monarquistas que en algunos hombres dirigentes de
aquel tiempo propiciaban como solución decisiva del problema institucional. La
tendencia monarquista contaba con numerosos partidarios aún dentro de la
Asamblea, que deliberadamente se complicó en las maniobras secretas de
aquéllos. Con fecha del 29 de agosto de 1814, la Asamblea votó una resolución
facultando al poder ejecutivo para entrar en relaciones diplomáticas con la corte
de España (Reg. Nac. de 1879, tomo I, p. 282, nº 698).
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