El "Lazarillo de Tormes"
El Renacimientoes una época optimista, vitalista, idealista y empapada por todas partes de
influencia clásica, de ahí que en el XVI, los relatos más leídos (que lo fueron mucho, gracias a
la imprenta, con la que los relatos extensos en prosa conocieran toda una eclosión imposible
cuando los libros había que copiarlos a mano) y que podemos considerar como representativos de
este momento sean precisamente los denominados "relatos idealistas": argumentos idealizados
(amor, aventura, heroísmo, exotismo, refinamiento...), muy alejados de la realidad
cotidiana, protagonizados por personajes también idealizados (caballeros guapos y valerosos,
damas bellísimas y refinadas, pastores cultos y sentimentales...) que no evolucionan, situados
en lugares idílicos o exóticos (desde el locus amoenus, siempre maravilloso y primaveral, a las
lejanísimas Islandia o Grecia), en épocas remotas o indeterminadas, contados por un narrador
omnisciente en 3ª persona que utiliza, al igual que sus personajes, una lengua culta, elegante,
bella y refinada.
Como los personajes no evolucionan, además, estos relatos presentaban una estructura en sarta de
episodios o aventuras independientes e intercambiables cada uno con su planteamiento, su nudo y
desenlace. Esto permitía prolongarlas indefinidamente, por lo que solían tener un final abierto y la
promesa de una continuación que muchas veces se hacía realidad en una segunda (o incluso
tercera o cuarta) parte.
Así serán los libros de caballerías, las novelas pastoriles y las novelas bizantinas, que llevan
estos rasgos a la ambientación característica de cada género.
Los libros de caballerías eran un género medieval (comenzaron en el siglo XV) pero ahora causan
verdadero furor, y se leen por todas partes. Narran las aventuras de un héroe individual e
itinerante, el caballero andante, que se lanza por el mundo en busca de aventuras para honrar a su
dama, y en su interés por "desfacer entuertos" y ayudar a los desvalidos y necesitados, encontrará
fieros enemigos, descomunales gigantes, magos, brujas, ungüentos, encantamientos e
innumerables elementos fantásticos e inverosímiles que Cervantes considerará disparatados.
Además, usaban una lengua complicadísima, retorcida y arcaizante, con los rasgos todavía
medievales cuando el castellano hablado en el siglo XVI era muy diferente. Los títulos suelen
repetir el esquema del primer libro, Amadís de Gaula: nombre exótico de caballero seguido de su
patria, no menos exótica, lejana o directamente inventada: Palmerín de Grecia, Palmerín de
Olivia, Belianís de Grecia... Su esplendor durará hasta el libro nacido para acabar con ellos:
el Quijote (que luego llegaría a ser más.... mucho más).
Las novelas pastoriles, por su parte, no son más que la adaptación de la misma temática bucólico-
pastoril que veíamos en las Églogas (y cuyo origen último era la literatura clásica, especialmente
Virgilio) a la narrativa en prosa. También aquí los protagonistas serán refinados pastores
idealizados y ninfas que, en el marco de ese locus amoenus maravilloso cuentan y cantan sus penas
de amor. El argumento es enrevesadísimo, con muchísimos personajes relacionados entre sí
por amores imposibles, sufrimiento y celos, y una lengua muy refinada que suele intercalar
poemas. La Diana de Jorge de Montemayor fue uno de los más conocidos (la primera obra de
Cervantes, La Galatea, pertenece también a este género).
La novela bizantina será un género muy prestigioso porque surge a imitación de la novela
grecorromana (sobre todo, Teágenes y Clariclea, cuya traducción fue el pistoletazo de salida para
el género). Cuenta la historia de dos jóvenes y guapos enamorados que se ven separados por todo
tipo de vicisitudes y aventuras (identidades secretas, matrimonios forzados, secuestros, viajes....)
por tierras lejanas y exóticas hasta el reencuentro final. Clareo y Florisea, de Alonso Núñez de
Reinosa, o el Persiles y Sigismunda, de Cervantes son ejemplos del género (tan prestigioso, que
esta fue la obra más ambiciosa del autor del Quijote, por la que él creía que sería recordado)
La novela tiene forma autobiográfica (está narrada en primera persona por el protagonista, Lázaro
de Tormes) y epistolar: la narración tiene forma de carta a un tal Vuesa Merced que ha pedido
explicaciones al pregonero de Toledo (Lázara adulto) sobre un "caso", un rumor que corre en Toledo
acerca de su situación. Para explicárselo, Lázaro decide contarle toda su vida, desde su
nacimiento, que se pone asi como explicación y causa de esa situación final. Se trata por tanto de
una narración retrospectiva: Lázaro adulto, desde la situación final del desenlace, recuerda toda
su vida desde el principio.
El Lazarillo está dividido en un Prólogo, que deja clara esa forma de carta a Vuestra Merced para
explicarle el "caso" y siete tratados, en los que Lázaro narra su paso por diferentes amos que
pertenecen a distintos estamentos o clases sociales, de los que se hace una crítica.
Los tres primeros tratados son los más largos y más desarrollados (el ciego, el clérigo de
Maqueda y el hidalgo). En ellos quedan ya representados los tres principales estamentos, así como
las reflexiones del protagonista que dan cuenta de como lo que va viviendo le va haciendo aprender
y evolucionar.
Los tratados del IV al VI son más breves, y en alguno de ellos Lázaro aparece casi como mero
espectador (por ejemplo, el del buldero)
En el VII, por fin y mediante la ironía, el lector descubre cuál es ese "caso" por el que Vuesa
Merced pide explicaciones a Lázaro y en el que está involucrado el último amo y protector de
Lázaro, el Arcipreste de San Salvador, que, como varios otros de sus amos, pertenece al estamento
clerical, al que en la obra se hace una crítica feroz próxima al erasmismo y que explica en parte
que el autor jamás quisiera revelar su nombre, porque en la incipiente Contrarreforma podría tener
problemas con la Inquisición (de hecho, el Lazarillollegó a prohibirse a finales de siglo).
el reflejo de una realidad cotidiana llena de miserias que llevan al personaje a "aguzar el
ingenio" para comer y sobrevivir, aspecto que fue clave para el éxito inmediato de la obra.
la formación de la personalidad de Lázaro (o sea, la mala educación o educación al revés a
la que esta sociedad egoísta y cruel somete al personaje, para que al final termine siendo como es:
un proceso educativo que no forma, sino que "deforma" al personaje). De hecho, muchas de las
anécdotas que se cuentan en la obra no son originales, sino que forman parte del folclore pero se
integran en ella con gran maestría para explicar esa evolución del personaje.
la crítica social de diferentes estamentos: al pueblo por su egoísmo y crueldad, a la
nobleza por su ridícula concepción de la honra como algo externo y basado en meras apariencias (a
través de la figura del hidalgo, bien vestido pero muerto de hambre) y al clero por todo un
repertorio de defectos: avaricia, crueldad, egoísmo, falsedad, lujuria, falta de respeto a sus
votos.... de acuerdo con la doctrina erasmista, que hacía esta misma crítica.
Y la intención del anónimo autor parece estar clara: critica a esa sociedad que en vez de educar a
los individuos para que desarrollen todas sus posibilidades y alcancen los ideales del Renacimiento
(entre los que estaban la gloria, el honor y la fama), los convierte en seres deshonrados y
moralmente miserables. Además, se critican otros aspectos de esa misma sociedad, como la
obsesión por una honra externa y falsa, basada sólo en las apariencias, la falsedad, el egoísmo, la
miseria, la crueldad, defectos que se concentran sobre todo en el clero, cuyo papel debería ser
justo el contrario.
A diferencia de los relatos idealistas el Lazarillo utiliza una lengua natural y sencilla, aunque
cuidada y expresiva, y no duda en incluir rasgos de la lengua coloquial y popular, acorde con las
características del personaje, como las frases hechas o los diminutivos.