2. Ser formativo:
a) Motivando la superación del nivel cultural y social;
b) exaltando los valores humanos y sociales del pueblo;
c) llevando a cabo una estrategia inteligente a través del montaje de
obras de entretenimiento o de fácil comprensión para un público no
acostumbrado al fenómeno teatral y deformado por los órganos de
publicidad;
d) montando obras que tanto en su fondo como en su forma presenten
características de creatividad y que motiven una toma de conciencia
para un público ya preparado»5.
5 Así aparece tal formulación de principios, tomada —se asegura— del informe del «Seminario
sobre teatro aficionado» celebrado durante el festival, en Conjunto, Publicación del
Departamento de Teatro Aficionado de La Casa de las Américas, n.° 13, La Habana, mayo-
agosto de 1972, págs. 86-89 (p. 88).
6 Véase «Conclusiones de la Comisión de principios», de la Primera Convención de la ANTACH,
en «Objetivos y principios del teatro aficionado en Chile», también en el n.° 13 de la citada
revista Conjunto; págs. 91-92.
nación nos toca vivir»7. Era preciso, además, «adoptar una actitud crítica frente a
las influencias foráneas»8, aceptando única-mente los elementos que
contribuyesen a posibilitar una expresión dramática plenamente nacional. Se
trataba, en suma, de hacer del teatro una expresión de las inquietudes colectivas.
De la Primera Convención Nacional de Teatro Aficionado nació la Asociación
Nacional: de Teatro Aficionado Chileno (ANTACH), que se dio a conocer en 1970 y
pretendía aunar los esfuerzos de los numerosos grupos, en un momento que
parecía especialmente propicio. En noviembre de ese año llegaba al poder la
Unidad Popular, lo que en teoría había de ser beneficioso para el desarrollo de
unas manifestaciones artísticas con especial énfasis en las cuestiones sociales, y
en aquellos momentos surgía una prometedora actividad teatral en los medios
obrero y campesino, con la intención de expresar por esa vía los problemas que
les eran propios. En 1971 la ANTACH celebró la Segunda Convención Nacional,
alentando de nuevo los esfuerzos en pro de un teatro libre de influencias foráneas,
«comprometido con el pueblo» y nacido «de las mismas raíces populares», con la
ambiciosa pretensión de convertir al teatro no comercial en la primera
manifestación escénica del país.
Esfuerzos no faltaron para superar las tradicionales limitaciones de los
grupos aficionados. Si en muchos casos el nivel profesional continuaba siendo una
meta y el prestigio del autor contaba a la hora de elegir las obras, las propias
condiciones del medio propiciaban el cambio. Faltaban los escritores de calidad
que encarasen los problemas de los diferentes medios sociales, y que además lo
hiciesen desde la perspectiva sociopolítica exigida por un ambiente en el que las
posturas ideológicas se radicalizaban cada día más. Para solucionar el problema
se apeló a la fórmula de la «creación colectica» —que conjuntos de reconocida
solvencia artística, como el Ictus, venían utilizando con éxito—, con planteamientos
diversos y a veces con resultados muy aceptables. En la Jornada Nacional de
teatro obrero y estudiantil organizada por la ANTACH en 1972, buena parte de los
elencos presentaron obras de este tipo o escritas por algunos de sus
componentes, y lo mismo ocurrió en cuantos festivales o «encuentros» se
realizaron por esta época. Su característica más general era el fuerte contenido
crítico de que estaban dotadas y su planteamiento de las posiciones obreras y
campesinas con respecto al proceso hacia el socialismo que vivía el país, sin que
faltasen los problemas relativos a la juventud, los reproches a la sociedad de
consumo, etc. Hubo, desde luego, quienes prefirieron el teatro de autor, y en este
aspecto los grupos manifestaron una notable preferencia por el de Jorge Díaz,
desterrándose paulatinamente toda presencia de los norteamericanos y euro-peos
para dar entrada a algunos hispanoamericanos como el colombiano Enrique
Buenaventura. En la mayoría de los casos el nivel artístico de los espectáculos era
muy deficiente y las dificultades, para desarrollar tales actividades, muy grandes,
7 Ibídem.
8 Ibídem.
por la escasa preparación de quienes las realizaban, por el sacrificio que suponía
compartirlas con el trabajo diario, y porque el apoyo de los organismos
gubernamentales, que existía, resultaba insuficiente para atender las necesidades
de un teatro aficionado que adquiría caracteres masivos. Entre los que dedicaron
sus esfuerzos a la tarea de lograr una expresión teatral comunitaria figuraba el
Teatro Nuevo Popular, conjunto piloto de la Central Única de Trabajadores que
desde 1971 realizó giras de norte a sur del país, representando El círculo de tiza,
de Brecht, La maldición de la palabra, de Manuel Garrido, y Tela de cebolla, de
Gloria Cordero, autores locales los dos últimos, integrantes o colaboradores del
grupo, que pretendía denunciar la opresión de las clases trabajadoras, campesinos
y obreros. El Teatro Nuevo Popular mantenía un estrecho contacto con la ANTACH
y con la Universidad Técnica del Estado, y se autodefinía como «conjunto piloto de
desarrollo de las formas y contenidos populares, didáctico y de agitación para
promover los conjuntos de trabajadores» 9. Sus montajes eran sencillos, podían
realizarse al aire libre, y siempre era posible alterar su contenido de acuerdo con
las inquietudes que prevaleciesen entre el público espectador. Como éste era
normalmente de los trabajadores de la industria, de la mina o del campo, los temas
venían a coincidir con los que fueron característicos de todo el teatro obrero o
campesino de esta época: la clase obrera en lucha por sus derechos contra los
capitalistas, y a menudo la de éstos contra el gobierno que imponía las reformas
sociales. Gobierno, capital y proletariado se convertían así en principales
protagonistas de los conflictos planteados, como lo eran de la situación
sociopolítica que vivía el país.
La Agrupación de Teatro Experimental Ferroviario (Atef) y Los Ñires de
Coyhaique, integrados por trabajadores, y grupos de extracción universitaria, como
Aleph y Del Errante, recurrían habitualmente a la creación colectiva, aprovechando
a menudo los testimonios directos de los ciudadanos o las opiniones de los
espectadores, que se recogían para su posterior elaboración 10. Los resultados eran
muy diversos, desde luego, determinados en buena parte por la peculiar
concepción del hecho escénico que guiaba la actuación de cada elenco, pero al
margen por lo general de lo que se consideraba el teatro convencional. Los
problemas para montar el espectáculo se solucionaban en la forma que se juzgaba
más aceptable, sin atender a canon alguno, y a veces no se dudaba en utilizar el
dato concreto o la noticia periodística para hacer comprender al auditorio la
necesidad de luchar contra el imperialismo, para justificar las medidas económicas
adoptadas por el gobierno, etc. Un conjunto en este aspecto particularmente activo
fue el conocido como Los Cabezones de la Feria, creado por Isidora Aguirre en
1972, que inició en mayo de ese año la tarea de «informar» al público de la verdad
9 Véase «Un nuevo teatro popular: desde Arica a Puerto Montt», en Conjunto, n.° 16, La
Habana, abril-junio de 1973, págs. 4-7.
10 Véase JAVIER OSSANDON, «El nuevo teatro aficionado», en EAC, publicación editada por la
Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica de Chile, n.° 1, Santiago, 1972,
págs. 67-76.
que se escondía tras las noticias y críticas de los medios de información en poder
de la oposición a Allende. Su labor se reducía a breves «sketchs» representables
en cualquier parte —en Santiago el lugar preferido era el parque O'Higgins—,
protagonizados por unos personajes farsescos que terminaban por hacerse
familiares (siempre eran los mismos) y cuya significación era obvia. La dificultad de
actuar al aire libre y ante un público numeroso, que no siempre se abstenía de
hacer comentarios o de exteriorizar su satisfacción o su desagrado, se superó
haciendo que los actores, que portaban unas máscaras enormes y suficientemente
explícitas de las peculiaridades de los personajes representados, mimasen
únicamente el texto que, previamente grabado, se difundía a través de los
altavoces.
En las calles, en las colas, etc., se llevaron también a cabo interpretaciones
más o menos improvisadas. Y el 8 de enero de 1972 tuvo lugar una manifestación
sin precedentes de teatro masivo: Con ocasión del cincuenta aniversario de la
creación por Luis Emilio Recabarren del Partido Comunista Chileno, el público
llenó el Estadio Nacional para ver cómo quinientos actores, en su mayoría sin
experiencia alguna, daban vida a los hitos más importantes de las luchas del
proletariado. Era una nueva demostración, según uno de los organizadores, de que
existía «una necesidad cada vez más urgente en nuestro pueblo de participar en el
proceso cultural, de incorporarse como fuerza viva y actuando en el hecho
artístico»11.
El teatro no profesional ofrecía, como puede advertirse, manifestaciones
múltiples en los años de la Unidad Popular. En los sectores obrero y campesino
despertaba un poderoso movimiento en busca de su propia expresión escénica,
que tenía su principal enemigo en la situación del país: la vida política diaria era
absorbente, y restaba interés a unas actividades también absolutamente
politizadas. Los problemas de todo tipo se irían acentuando, sobre todo los eco-
nómicos, y ello repercutió desfavorablemente en la dedicación a los trabajos
artísticos, a pesar de que no faltaron medidas oficiales para fomentarlos. El hecho
es que los esfuerzos no cuajaron en ningún resultado definitivo que pudiera servir
de testimonio de una época —tal vez faltó tiempo para alcanzar la necesaria
madurez—, y aquel teatro aficionado se quedó en una experiencia inconclusa.