PIERA
AULAGNIER
por
Cristina
Rother
de
Hornstein
Nació
en
Milán,
en
octubre
de
1923.
Su
nombre:
Piera
Spairani.
Vivió
sus
primeros
años
en
Egipto
y
luego
retornó
a
Italia.
Estudió
medicina
en
Francia
a
los
comienzos
de
los
años
50.
Su
primer
marido,
Aulagnier;
de
ahí
el
apellido
con
el
que
es
conocida.
De
ese
matrimonio
tuvo
un
único
hijo
que
actualmente
es
psiquiatra.
Después
de
unos
años
de
matrimonio
con
Aulagnier
se
separó
y
se
casó
con
Cornelius
Castoriadis,
filósofo,
escritor,
psicoanalista,
con
quien
compartió
no
sólo
años
de
matrimonio
sino
también
desarrollos
teóricos
a
los
que
ambos
remitieron
mutuamente
como
complemento
de
sus
propias
tesis.
Durante
los
10
primeros
años
como
psiquiatra
se
dedicó
a
trabajar
con
pacientes
psicóticos.
Entre
1955
y
1961
se
analizó
con
Lacan.
Fue
su
discípula
hasta
1968,
año
en
que
se
alejó
definitivamente
de
la
Escuela
Freudiana
de
Paris.
Sus
filiaciones
fueron
Freud
y
Lacan.
"Filiaciones
eróticas"
y
no
"fijaciones
tanáticas"
que
le
permitieron
seguir
avanzando
en
la
investigación
de
los
conceptos
psicoanalíticos.
Como
decía
Freud:
"lo
que
has
heredado
de
tus
padres
adquiérelo
para
poseerlo".
Adquirirlo
y
poseerlo
no
es
reproducirlo,
es
proseguir
la
obra,
transformarla.
En
el
invierno
de
1967
publicó
junto
con
Jean
Clavreul
la
revista
L’
Inconscient
que
después
de
apenas
ocho
números
interrumpió
su
publicación
en
medio
de
las
tormentas
que
habían
estallado
en
la
Escuela
Freudiana
de
París
por
la
cuestión
del
pase
y
que
terminaron
en
la
escisión
de
1968.
Desde
1962
dictó
junto
con
Clavreul
seminarios
en
Saint
Anne,
con
la
misma
intensidad
con
que
analizó,
investigó
y
teorizó.
Los
seminarios
fueron
un
"lugar
de
encuentro"
privilegiado
donde
sus
pensamientos
y
su
tarea
clínica
podían
ser
"hablados",
obligándola
a
hacer
comunicable,
cuestionable,
conceptualizable
el
camino
recorrido
por
su
reflexión
y
su
escucha
día
tras
día.
En
1968
se
alejó
de
la
EFP,
entre
otras
cosas
por
no
aceptar
la
concepción
jerárquica
que
regía
la
formación
de
los
analistas.
En
enero
de
1969
Piera
Aulagnier
y
otros
diez
psicoanalistas
de
la
EFP
fundaron
el
Quatrième
Groupe.
Como
el
grupo
es
independiente,
sin
adhesión
ni
a
la
IPA
ni
a
la
ortodoxia
lacaniana,
al
nombre
le
agregan
una
sigla,
OPLF,
Organización
Psicoanalítica
de
Lengua
Francesa.
Subrayan
así
que
es
posible
y
deseable
una
pluralidad
de
referencias,
y
que
ningún
grupo
tiene
derecho
a
reivindicar
la
exclusividad
de
una
herencia.
En
sus
comienzos
Jean
Paul
Moreigne
y
Jean
Paul
Valabrega
fueron
los
que
dieron
cuenta
de
las
nociones
del
funcionamiento
colectivo
de
la
organización.
P.
Aulagnier
tomó
en
sus
manos
la
dirección
de
la
revista
Topique,
cargo
que
conservará
hasta
su
muerte.
(En
el
otoño
boreal
del
69
salió
el
primer
número,
con
artículos
consagrados
a
la
fundación
del
Cuarto
Grupo
y
a
la
formación
de
los
psicoanalistas).
Ese
nombre,
"Topique",
no
era
casual.
También
él
reenviaba
a
las
diferentes
zonas
de
la
metapsicología
freudiana
y
a
una
representación
"plural"
del
psicoanálisis.
Desde
esta
separación
reflexionó
cada
vez
sobre
el
proceso
analítico
y
sobre
la
teoría
que
lo
sustenta.
En
un
comienzo
escribe
sus
artículos
más
polémicos,
consecuencia
de
su
divergencia
con
la
modalidad
que
fue
asumiendo
la
práctica
lacaniana.
Posteriormente
en
el
resto
de
sus
publicaciones
-‐varios
artículos
publicados
en
revistas,
congresos,
y
conferencias
en
distintas
partes
del
mundo-‐
pone
en
juego
una
renovadora
propuesta
metapsicológica,
testimonio
de
un
pensamiento
sistemático
y
esencialmente
antidogmático
y
de
un
trabajo
de
elaboración
sobre
los
fundamentos
que
no
pierde
la
referencia
constante
a
los
hechos
que
lo
han
suscitado.
Quien
se
sumerja
en
su
obra
y
la
escale
advertirá
tres
períodos:
1961-‐1968,
1969-‐1975
y
1976-‐
1990.
y
también
los
hitos
de
un
paisaje
visto
desde
varias
perspectivas:
-‐
problemática
identificatoria
-‐
proceso
identificatorio
-‐
construcción
identificatoria
-‐
conflicto
identificatorio.
Propuesta
metapsicológica
fuerte
que
indaga
en
lo
más
genuino
y
profundo
de
la
constitución
de
la
subjetividad.
Entre
1961
y
1968,
sus
trabajos
sobre
deseo
de
saber,
demanda
e
identificación,
perversión
y
psicosis,
muestran
aún
la
neta
influencia
del
pensamiento
lacaniano.
Desde
1968
hasta
1975
escribe
sus
artículos
más
polémicos
sobre
todo
en
lo
que
se
refiere
a
la
teoría
y
a
la
técnica
en
la
práctica
psicoanalítica.
En
1975,
su
primer
libro,
La
violencia
de
la
interpretación,
marca
el
comienzo
de
la
tercera
etapa.
Muestra
en
sentido
pleno
la
imbricación
teórico-‐clínica
a
la
vez
que
propone
las
bases
para
una
nueva
concepción
metapsicológica,
a
partir,
fundamentalmente,
del
estudio
sobre
la
psicosis.
Su
obra
propone
una
nueva
visión
psicoanalítica
de
la
madre
con
el
recién
nacido,
una
nueva
metapsicología
de
la
representación,
a
la
vez
que
abre
con
su
novedosa
propuesta
sobre
el
yo
el
trabajo
de
auto-‐historización
y
su
relación
con
los
otros,
otra
manera
de
pensar
la
cuestión
del
sujeto
muy
cercana
al
pensamiento
de
Freud
de
sus
últimos
escritos.
Problemáticas
fundamentales.
Su
obra
teórico-‐clínica
la
ubica
entre
los
pensadores
que
harán
historia
en
el
psicoanálisis
contemporáneo.
Reformula
algunos
conceptos
fundamentales
en
resonancia
con
los
desarrollos
actuales
de
la
ciencia,
de
la
historia
y
de
la
cultura.
Intenta
una
teoría
sobre
la
ontogénesis
psíquica
sin
encerrarse
en
una
propuesta
témporo-‐espacial
lineal.
La
historia
de
un
sujeto
no
está
sobredeterminada
desde
el
inicio
ni
puede
ser
totalmente
anticipada,
lo
cual
desestimaría
el
valor
del
azar.
Tras
la
conciencia
reviven
las
trazas
de
lo
visto,
lo
oído
y
lo
vivenciado
sexualmente
en
la
prehistoria
[del
yo]
que
en
su
articulación
con
los
aconteceres
del
presente
se
actualizan
en
recuerdos,
fragmentos
de
recuerdos,
en
sueños,
en
"fantasías",
en
una
"psiconeurosis".
Su
propuesta
sobre
la
subjetividad
evoca
nuevas
ideas
que
las
ciencias
de
la
complejidad
proponen
para
la
inteligibilidad
de
las
formas
vivas.
"Cualquier
objeto
real
divide
al
mundo
en
dos
partes:
él
mismo
y
el
resto
del
mundo.
Ambas
porciones
universales
pueden
influirse
mutuamente
a
través
de
una
superficie
común
real
o
imaginaria:
la
frontera.
Cambios
en
uno
inducen
cambios
en
el
otro.
Algunos
objetos
de
este
mundo,
muy
pocos,
exhiben
una
rarísima
propiedad:
tienden
a
independizarse
de
la
incertidumbre
de
su
entorno".
Hablar
del
sujeto
en
psicoanálisis
es
hablar
de
la
psiquis
como
"pluralidad
de
personas
psíquicas".
El
sujeto
no
puede
plantearse
sin
relación
con
esta
instancia
fundada
sobre
el
lenguaje
organizado
e
inseparable
de
su
relación
con
otro
que
es
el
yo.
Al
mismo
tiempo
es
el
sujeto
lo
que
subvierte
la
pretensión
del
yo
de
unicidad
respecto
a
la
totalidad
de
la
psique
y
del
pensamiento,
lugar
que
igualmente
intenta
defender
contra
viento
y
marea.
Protagonista
de
una
historia,
el
sujeto
es
fruto
de
sucesivas
remodelaciones
y
reconstrucciones
fantasmáticas
sustentadas
en
las
teorizaciones
del
yo
y
en
el
trabajo
de
simbolización
que
éste
hace
desde
el
presente,
apoyado
en
un
fondo
de
memoria
que
se
inscribe
en
el
psiquismo
a
partir
del
impacto
afectivo
de
los
distintos
aconteceres
de
su
vida.
La
reformulación
metapsicológica
se
alimenta,
al
igual
que
en
Freud,
"del
rigor
de
la
clínica,
siempre
renovada".
Entrama
en
sus
textos
años
de
escucha
del
discurso
psicótico.
Por
eso
da
en
pensar
en
la
prehistoria
del
yo.
La
metapsicología
es
pos-‐escritura
de
algo
que
se
ha
notificado
en
la
cosa
clínica.
El
conocimiento
de
"la
materia"
del
psicoanálisis,
el
inconsciente,
se
logra
desde
el
único
espacio
capaz
de
conocer:
el
yo.
Por
eso
el
yo
piensa,
sufre,
se
relaciona,
conoce,
duda.
Y
ella,
que
ha
dicho
que
el
sujeto
está
condenado
a
investir,
a
lo
largo
de
su
obra
está
condenada
a
investir
la
dilucidación
teórica
del
yo.
Sus
compatriotas,
polemizando
con
la
psicología
del
yo,
han
tirado
al
niño
y
no
sólo
el
agua
de
la
bañera.
Ella
retoma
la
segunda
tópica,
retoma
conceptos
centrales
de
Freud:
el
yo
como
un
polo
del
conflicto,
la
importancia
del
superyó
y
del
ideal,
el
valor
de
la
historia,
el
concepto
de
elaboración
y
la
dimensión
terapéutica
del
psicoanálisis.
En
Freud
la
noción
de
yo
se
había
ido
complejizando.
Alcanza
su
advenimiento
pleno
entre
1915
y
1924,
a
partir
del
descubrimiento
del
narcisismo,
la
importancia
de
las
identificaciones
en
la
constitución
del
psiquismo
y
las
instancias
ideales.
Entonces
el
yo
deviene
objeto
de
amor
debido
al
precipitado
de
las
identificaciones
con
los
otros
significativos
y
es
inconcebible
pensarlo
por
fuera
de
la
relación
con
esos
otros.
Enfatizar
la
segunda
tópica
freudiana,
volver
a
ella,
es
acentuar
la
fuerza
constitutiva
de
lo
identificatorio
y
del
conflicto
entre
las
diferentes
identificaciones.
Tópica
más
cercana
a
la
experiencia
clínica,
que
es
el
campo
de
los
afectos
y
de
lo
relacional.
Es
un
"giro
escandaloso"
que
hace
referencia
a
un
"yo-‐
morfismo"
no
feliz
para
quienes
privilegian
la
primera
descripción
del
aparato
psíquico
"más
abstracta
y
psicologizante".
Es
sólo
desde
el
yo
y
gracias
al
proceso
secundario
que
podemos
acceder
a
todo
espacio
fuera
del
yo,
único
decodificador
del
ello
y
única
instancia
para
pensar
el
placer
y/o
el
sufrimiento
que
toda
experiencia
vivencial
produce.
La
complejidad
del
yo
lo
vuelve
inseparable
del
proceso
identificatorio
que
hace
posible
su
constitución,
su
continuidad
y
su
devenir,
siempre
en
relación
a
los
otros
que
forman
su
entorno.
P.
Aulagnier
privilegia
el
lugar
del
encuentro
en
la
constitución
de
la
subjetividad,
en
el
desencadenamiento
de
potencialidades
y
en
el
despliegue
de
la
tarea
clínica.
Encuentro
entre
un
cuerpo
y
un
"mundo"
exterior
que
el
infans
desconoce
como
tal;
encuentro
entre
una
psiquis
y
un
discurso
deseante,
el
de
la
madre,
y
finalmente,
encuentro
entre
el
yo
y
el
tiempo.
Inscripción
psíquica
implica
trama
relacional,
aun
cuando
en
la
relación
con
el
otro
significativo,
éste
no
sea
diferenciado
como
otro.
Esta
trama
deviene
de
enigmáticos
mensajes
cargados
de
sentido,
del
misterio
de
los
gestos,
de
los
silencios
sustitutos
de
una
palabra
de
amor
o
de
un
grito
de
odio.
Conocer
la
ontogénesis
del
deseo
de
que
un
yo
sea
es
sostén
simbólico,
marca
de
identidad
que
hace
posible
referir
siempre
a
un
pasado
evitando
quedar
adherido
a
puntos
de
fijación
que
detendrían
la
marcha
del
proceso
identificatorio.
La
problemática
identificatoria
(ese
hilo
conductor)
y
la
del
trabajo
del
yo
y
el
pensamiento
son
sus
"cuestiones
fundamentales",
los
disparadores
de
una
metapsicología
propia,
que
no
abandona
el
conocido
(¿o
desconocido?)
triple
registro
indicado
por
Freud:
tópico,
dinámico
y
económico.
Cuestiones
que
retoma
en
la
tarea
clínica
y
al
privilegiar
un
itinerario
teórico.
Escuchar,
cuestionar.
Eso:
escuchar.
No
silenciar
los
dictados
de
la
clínica,
las
dudas,
lo
interrogantes,
los
éxitos,
los
fracasos,
el
pensamiento
de
autores
que
privilegiaron
o
indagaron
otros
itinerarios
es
una
necesidad
a
la
que
obliga
la
complejidad
del
campo
teórico
y
clínico
que
nos
ocupa.
En
la
concepción
metapsicológica
no
hay
lugar
para
un
ello-‐yo
indiferenciado
en
los
orígenes
como
pensaba
Freud.
El
yo
para
poder
constituirse
debe
apropiarse
de
los
enunciados
identificatorios
que
la
madre
ofrece.
La
indiferenciación
de
los
comienzos
sería
entre
un
yo
anticipado
por
la
madre
y
un
yo
por
venir.
El
yo
se
apropia
de
los
enunciados
identificatorios
que
aporta
la
madre
en
un
comienzo,
para
luego
ser
identificante
de
sí
mismo
y
de
los
otros.
El
proceso
de
identificación
exige
un
trabajo
de
elaboración,
de
duelo,
de
apropiaciones
que
se
operan
sobre
las
representaciones
identificatorias
que
el
otro
primordial
le
aportó.
Durante
el
tiempo
de
la
infancia
el
yo
parental
es
una
prótesis
necesaria
para
el
niño.
A
partir
de
esta
íntima
dependencia
con
la
madre
el
niño
podrá
formular
sus
primeras
palabras,
investir
sus
primeros
referentes
identificatorios,
reconocer
la
exterioridad
de
sus
soportes
de
investimiento,
tener
la
intuición
de
un
movimiento
temporal
que
lo
pone
ante
la
necesidad
de
investir
un
momento
posterior
al
presente.
Podrá,
en
suma,
investir
el
proyecto.
Prótesis
invalorable
que
posibilita
la
organización
y
la
forma
de
funcionamiento
del
yo,
cuyo
devenir
dependerá
de
una
serie
de
factores
internos,
los
productos
de
su
organización
(nunca
definitiva)
y
de
otra
serie
de
factores
externos,
no
previsibles
con
los
que
se
encontrará
a
lo
largo
de
su
existencia:
experiencias,
logros,
frustraciones,
encuentros
felices
o
desgraciados
que
el
medio
externo
(el
conjunto
de
los
otros,
la
sociedad,
y
también
su
propio
cuerpo)
le
impondrán
inevitablemente.
En
los
comienzos
el
yo
es
un
simple
repitiente
de
los
enunciados
con
los
que
la
madre
lo
piensa,
pero
son
esos
enunciados
el
apoyo
que
tiene
para
reconocerse
e
investirse
a
si
mismo.
Este
narcisismo
del
yo,
tomarse
como
objeto
de
amor,
es
un
requisito
para
dejar
de
depender
de
los
anhelos
identificatorios
que
la
madre
le
formula
y
pasar
a
tener
los
propios.
El
"cuando
seas
grande
serás..."
que
anhela
la
madre
para
su
hijo
tendrá
que
transformarse
en
"cuando
sea
grande
seré..."
Y
tendrá
que
asumir
un
compromiso
con
la
realidad
que
si
bien
lo
pone
ante
el
riesgo
de
sentir
lo
solitario
del
desprendimiento
parental,
le
da
un
grado
de
libertad
y
un
sentimiento
de
estima
de
sí
para
investir
y
realizar
sus
propios
proyectos.
Un
proceso
que
aproximadamente
termina
cuando
termina
la
adolescencia.
Junto
al
advenimiento
del
yo
se
pone
en
juego
para
la
psique
la
categoría
de
temporalidad
y
junto
a
ella
la
incertidumbre,
la
duda
y
la
imprevisibilidad,
inseparables
de
la
necesidad
de
alteración,
modificación
y
alteridad
que
el
yo
requiere
para
poder
persistir.
Piera
Aulagnier
condena
al
yo
a
tres
trabajos:
pensar,
investir,
sufrir.
Pensar
e
investir
son
dos
funciones
sin
las
cuales
el
yo
no
podría
advenir
ni
preservar
su
lugar
sobre
la
escena
psíquica.
Y
sufrir
es
el
precio
que
deberá
pagar
para
lograrlo.
Recuperó
esa
cuarta
instancia
freudiana,
la
realidad,
tan
soslayada
en
otros
desarrollos
posfreudianos.
El
sujeto
oscila
permanentemente
entre
el
principio
de
placer
y
el
principio
de
realidad.
Es
la
realidad
de
las
necesidades
del
cuerpo,
de
las
necesidades
narcisistas,
de
las
condiciones
que
el
infans
encontrará
en
el
ambiente
físico
y
psíquico
que
lo
rodea
el
que
revelándose
diferente
a
lo
pictográfico
y
a
lo
fantasmático
del
deseo
exigirá
el
reconocimiento
de
su
existencia
fuera
de
la
psique
y
el
de
sus
exigencias.
Desconocer
la
relación
realidad
psíquica-‐realidad
en
la
constitución
del
psiquismo
como
perpetuo
devenir
del
proceso
identificatorio
implica
desconocer
la
realidad
de
los
acontecimientos
que
resignifican
a
cada
paso
lo
histórico
vivencial.
Para
P.
Aulagnier
la
realidad
histórica
es
el
conjunto
de
acontecimientos
que
marcan
la
primera
infancia
de
todo
sujeto,
cuyo
surgimiento
confronta
al
niño
con
experiencias
afectivas,
somáticas,
psíquicas,
que
lo
obligan
a
una
reorganización
exitosa
o
fallida
de
su
mundo
interno,
a
una
reevaluación
estructurante
o
desestructurante
de
su
economía
psíquica,
a
una
reorganización
más
rica
o
más
pobre
de
sus
referentes
identificatorios.
Esas
experiencias
vividas
serán
o
reprimidas,
o
reconstruidas
cuando
lo
permite
el
recuerdo,
o
exhibidas
como
heridas
siempre
abiertas.
El
trabajo
analítico
podrá
darle
al
sujeto
la
oportunidad
de
transformar
su
significación,
de
relativizar
el
impacto
que
pudieron
haber
producido
o
bien
de
imputarles
otra
causalidad,
pero
sin
dejar
de
reconocer
que
en
el
momento
que
se
produjeron
tuvieron
un
rol
determinante
para
el
funcionamiento
psíquico
del
niño.
Su
trabajo
con
los
psicóticos
la
llevó
a
una
conceptualización
metapsicológica
propia.
La
psicosis,
dice,
no
es
sólo
efecto
de
una
carencia
o
de
una
represión
que
no
se
ha
producido,
aun
cuando
ambas
situaciones
estén
presentes,
sino
también
del
trabajo
de
construcción
que
debe
hacer
el
sujeto
psicótico
para
poder
dar
cuenta
de
una
teoría
de
los
orígenes
que
le
dé
la
posibilidad
de
insertarse
en
una
temporalidad
que
no
lo
condene
a
vivir
indefinidamente
lo
que
vivió
en
el
pasado.
Para
el
Yo,
la
esquizofrenia
y
la
paranoia
son
dos
formas
de
representar
su
relación
con
el
mundo
cuando
se
ve
enfrentado
a
ciertas
condiciones
de
arbitrariedad
que
no
le
permiten
compartir
con
el
discurso
social
una
teoría
sobre
los
orígenes.
Según
P.
Aulagnier,
la
psicosis
nunca
es
reductible
a
la
proyección
de
una
fantasía
sobre
una
realidad
neutra.
No
es
que
falte
la
proyección
fantaseada
pero
para
que
se
desencadene
una
psicosis
se
requiere
un
potenciamiento
entre
la
fantasía
y
lo
que
aparece
en
la
escena
de
la
realidad.
Por
otra
parte,
así
como
el
yo
no
es
un
destino
pasivo
del
deseo
de
la
madre,
la
psicosis
tampoco
lo
es.
De
ahí
la
importancia
que
en
la
teoría
de
Aulagnier
tiene
el
concepto
de
remodelación
de
las
escenas
fantasmáticas
propias
del
proceso
primario
y
el
trabajo
de
interpretación
y
resignificación
del
yo.
Coherentes
con
este
pensamiento
teórico
fueron
la
tarea
clínica
y
la
trayectoria
profesional
de
Piera
Aulagnier.
Es
allí
donde
emerge
ese
subterráneo
trabajo
de
ligazón
que
pone
en
relación
lo
que
oímos
en
nuestros
encuentros
clínicos
y
las
adquisiciones
sedimentadas
gracias
a
la
teorización
flotante.
La
meta
del
análisis
es
desencadenar
la
apertura
de
un
movimiento
interpretativo
con
el
fin
de
que
el
yo
pueda
modificar
la
versión
de
sus
vivencias
infantiles.
La
búsqueda
y
el
develamiento
de
nuevas
causalidades
apuntan
a
operar
una
transformación
del
espacio
psíquico
a
partir
de
la
apropiación
de
la
nueva
relación
de
los
objetos
libidinales
que
se
establece
como
consecuencia
de
los
desplazamientos
que
en
el
registro
causal
produce
la
interpretación
analítica,
cuya
meta
es
permitirle
al
yo
librarse
de
un
"sufrimiento
neurótico".
La
reinterpretación
del
pasado
puede
modificar
el
vivenciar
presente,
"romper"
con
las
fijaciones,
las
conductas
repetitivas,
la
huida
ante
lo
imprevisto,
la
negación;
desconstruir
una
realidad
que
se
volvió
rígida
sustituyéndola
respecto
tanto
de
sí
mismo
como
de
los
otros
según
la
posibilidad
que
el
encuentro
con
el
análisis
y
el
analista
le
permitan.
Tiempo,
memoria
e
historia,
tres
términos
indisociables
en
la
constitución
de
la
subjetividad
como
en
la
relación
del
analista
con
la
interpretación.
La
concepción
de
la
interpretación
que
propone
P.
Aulagnier
está
inscripta
en
el
reconocimiento
de
la
existencia
de
tendencias
y
posiciones
teóricas
diversas
que
se
fundamentan
en
los
diferentes
discursos
metapsicológicos
que
cada
analista
privilegia.
La
clínica
psicoanalítica
no
puede
quedar
aislada
de
la
metapsicología
que
la
sustenta.
El
énfasis
en
la
articulación
teórico-‐clínica
que
Piera
Aulagnier
muestra
a
lo
largo
de
su
obra,
tanto
en
los
escritos
teóricos
como
en
los
historiales,
se
pone
en
juego
en
su
concepto
de
"teorización
flotante":
trabajo
preconsciente
del
analista
en
el
que
está
presente
la
teoría
del
funcionamiento
psíquico
así
como
los
elementos
que
éste
conoce
y
guarda
en
su
memoria
referidos
a
la
historia
de
su
paciente
y
a
la
historia
transferencial
que
ambos
construyeron
conjuntamente.
El
analista
escucha
las
palabras
del
paciente
tomando
aquellas
que
tienen
una
particular
resonancia
afectiva
tanto
en
su
propia
fantasmática
como
en
esos
otros
espacios
de
memoria
que
son
su
capital
teórico,
para
transformar
una
hipótesis
teórica
de
valor
universal
en
un
elemento
singular
de
la
historia
de
ese
sujeto.
Pero
no
confunde
la
fantasía
de
su
analizando
con
la
propia.
Por
el
contrario
es
en
el
punto
de
deslinde
de
ambas
donde
se
pone
en
juego
la
interpretación.
Y
la
primera
tarea
del
psicoanálisis,
la
primera
meta,
es
la
de
traer
a
la
luz
el
conflicto
psíquico
que
está
en
la
base
del
sufrimiento
al
servicio
de
objetivos
singulares
que
refuercen
la
acción
de
Eros
a
expensas
de
Tánatos,
ampliar
el
derecho
y
el
placer
de
pensar,
de
disfrutar,
de
existir
facilitando
un
trabajo
de
sublimación
que
posibilite
al
sujeto,
sin
pagarlo
demasiado
caro
renunciar
a
ciertas
satisfacciones
pulsionales
que
se
oponen
al
ideal
del
yo.
Tarea
sólo
posible
si
se
establece
una
relación
de
intercambio
entre
analista
y
analizando
que
implique
compartir
fines,
objetivos,
conocimientos,
sin
dejar
de
mencionar
ese
plus
de
placer
que
todo
trabajo
creativo
posibilita.
Creación
como
transformación
singular
y
producto
del
trabajo
compartido.