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Para muchísimas personas que escriben a nuestra oficina cada semana, la

vida ya no parece tener sentido. Tengo buenas noticias para usted. Dios no nos
creó para ser un alma derrotada, desanimada, frustrada y errante que busca en
vano la paz. Tiene planes mayores para usted. Tiene un mundo más amplio y
una vida más grande para usted. La respuesta a su problema, no importa cuán
grande sea, está tan cerca como su Biblia, es tan sencilla como las
matemáticas del primer grado y tan real como el latido de su corazón.

La Biblia dice: “Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por
medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37). La Biblia enseña también que
“todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Ésta es la victoria que vence al
mundo: nuestra fe” (1 Juan 5:4).

Con la autoridad de la Palabra de Dios, le digo que Cristo es la respuesta a


toda perplejidad desconcertante que aqueja a la humanidad. En Él se
encuentra la cura para la preocupación, un bálsamo para el duelo, la sanidad
para nuestras heridas y suficiencia para nuestra insuficiencia.

La respuesta a la soledad
Aunque se encuentre en una gran ciudad, como Nueva York o Los Ángeles,
usted puede estar solo en medio de una multitud. Tal vez esté viviendo una
soledad insoportable. El mundo está cerrado a usted, y usted se encuentra
afuera del mundo. Las barreras sociales le han impedido hacer lo que desea
hacer. O tal vez su pareja de muchos años ha sido quitada y ha quedado solo.

Muchos se vuelcan al alcohol por la soledad. Otros pierden su cordura por la


soledad. Algunos se suicidan por la desesperación de la soledad.

Pero miles han encontrado que Cristo es la respuesta a su soledad.

Cristo dijo: “Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del
mundo” (Mateo 28:20).

Moisés no estaba solo en el desierto de Madián cuando Dios fue a consolarlo y


a llamarlo a un ministerio más amplio (Éxodo 3 y 4).

Elías no estaba solo en la cueva cuando Dios se acercó y habló con un suave
murmullo (1 Reyes 19).

Pablo y Silas no estaban solos en la cárcel de Filipos, cuando Dios descendió y


les dio un canto a la medianoche (Hechos 16).

Quienquiera que sea usted, Cristo puede darle consuelo y compañía. No


importa el color, la raza o el credo, los deseos de su corazón son iguales. Ese
lugar de soledad y dolor puede ser llenado por Cristo si le abre su corazón y lo
deja entrar.
La respuesta al dolor
Cuando Harry Lauder, el gran comediante escocés, se enteró de que su hijo
había muerto en Francia, dijo: “En un tiempo como éste, un hombre tiene tres
posibilidades: puede entregarse a la desesperación y volverse una persona
amarga, puede intentar ahogar su dolor en la bebida o en una vida de maldad,
o puede volverse a Dios”.

Le ruego que, en su dolor, se vuelva a Dios. El apóstol Pablo, que sufrió tanto
como cualquier persona que haya vivido, escribió: “El Señor me librará de todo
mal y me preservará para su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de
los siglos” (2 Timoteo 4:18). Enfermo, afligido, con cicatrices y moretones, y
golpeado por la persecución, Pablo no tenía amargura, sino que encontraba su
suficiencia en Cristo. Cristo es la respuesta a nuestro dolor.

La respuesta a las cargas


Oí la historia de un hombre cansado que caminaba por un camino, agotado y
desalentado. Apenas podía poner un pie delante del otro. Un vecino lo alcanzó
en una carreta y lo invitó a viajar con él. Mientras iban viajando su vecino notó
que el hombre cansado y agotado aún llevaba una pesada bolsa de granos
sobre su espalda.

“Apóyela en el piso”, le dijo, “no necesita cargarla”.

El hombre cansado dijo: “Oh, bastante tengo con que usted me lleve a mí, pero
no esta bolsa de granos”.

Tal vez usted se haya vuelto a Dios, pero aún lleva sus cargas. Pero Dios le
dice: “Depositen en mí toda ansiedad, porque yo cuido de ustedes” (ver 1
Pedro 5:7).

Si usted debe atravesar el valle de sombra de muerte, si debe despedirse de


personas que ha amado, si sufre privaciones y desdicha, si es perseguido
injustamente por causa de la rectitud, ¡cobre ánimo, ármese de valor! ¡Nuestro
Cristo es más que adecuado para nuestro dolor!

Hablé una vez con un hombre que había perdido a su esposa y a sus tres hijos
en un incendio. Nadie podría tener más razones para estar amargado o mostrar
su dolor que él. Tomó mi mano con fuerza y dijo, con una sonrisa: “Dígale al
mundo que la gracia de Dios es suficiente aun para la persona que más sufre”.

La respuesta al sufrimiento
La enfermedad, el dolor y el pecado son todos producto de la caída del hombre
en el Huerto. La enfermedad es un subproducto de la transgresión, pero eso no
quiere decir que los cristianos nunca sufren. La Biblia dice: “Muchas son las
angustias del justo” (Salmos 34:19).
Job tuvo sufrimientos, Pablo tenía una dolencia, Lázaro se enfermó. A las
personas buenas a lo largo de los siglos no se les ha prometido ninguna
inmunidad de enfermedades o dolencias. Muchísimas personas escriben cada
mes para preguntarme: “¿Por qué sufren los cristianos?”. Quédese tranquilo.
Hay una razón por la que los cristianos sufren. Una razón por la que sufren los
hijos de Dios, según la Biblia, es que el sufrimiento es un proceso de disciplina,
corrección y moldeado.

La Biblia dice: “Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su


hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti” (Deuteronomio 8:5). La Biblia
dice también: “El Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su
hijo querido” (Proverbios 3:12).

Estos pasajes bíblicos nos dicen que la corrección de la aflicción es un paso en


el proceso de nuestro desarrollo pleno y completo. Es un toque de amor de
nuestro Padre celestial para mostrarnos que nos hemos apartado de la senda
del deber.

El sufrimiento puede ser también un medio de refinación y purificación. Muchas


vidas han surgido del horno de la aflicción más hermosas y más útiles. Tal vez
nunca habríamos tenido las canciones de Fanny Crosby si no hubiera sido
afligido con la ceguera. George Matheson tal vez nunca habría entregado al
mundo su canción inmortal “Oh, amor, que no me dejarás” si no hubiera
pasado por el horno de la aflicción. El “Aleluya” fue escrito por Handel cuando
estaba en la pobreza y paralizado de su lado derecho.

Job, que fue llamado a sufrir como pocos, dijo: “Él, en cambio, conoce mis
caminos; si me pusiera a prueba, saldría yo puro como el oro” (Job 23:10).

Su sala de enfermedad puede convertirse en un “gimnasio espiritual” donde su


alma es ejercitada y desarrollada. La enfermedad es una de “todas las cosas”
que Dios dispone para el bien de quienes lo aman (Romanos 8:28). No la
resienta. No se amargue por ella. Si está acostado en la cama de un hospital,
comprenda hoy que es el toque de un Padre celestial amoroso, que lo ama
tanto que no lo consentirá, sino que hará que todas las cosas sean para el bien
último de usted.

Cristo puede quitar el desaliento y el abatimiento de su vida. Puede aligerar su


paso, apasionar su corazón y poner propósito en su mente. El optimismo y el
buen ánimo son producto de conocer a Cristo.

La Biblia dice: “Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca
los huesos” (Proverbios 17:22).

Si el corazón ha sido armonizado con Dios a través de la fe en Cristo, entonces


rebalsará con un optimismo alegre y con buen ánimo. Pero nunca se librará
usted del desaliento y el abatimiento hasta que esté en armonía con Dios.
Cristo es la fuente de la felicidad. Es el manantial del gozo.
He aquí el secreto del gozo del cristiano: “Ustedes lo aman a pesar de no
haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo
indescriptible y glorioso” (1 Pedro 1:8).

La respuesta al pecado
La Biblia dice: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”
(Romanos 3:23). La Biblia indica que todos los problemas del mundo surgen
del hecho de que los hombres y las mujeres han quebrantado las leyes de
Dios. Hay una penalidad para el quebrantamiento de la ley de Dios, y esa
penalidad es la muerte eterna y el destierro de su presencia.

Cristo es la respuesta al problema del pecado. La Biblia dice que “en él


tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados,
conforme a las riquezas de la gracia” (Efesios 1:7).

La Biblia dice, también: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y
justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9).

¿Tiene usted una conciencia que está golpeando hoy por el pecado en su
vida? ¿Ha tenido esta sensación incómoda de no estar en armonía con Dios?
¿Ha estado el Espíritu Santo convenciéndolo del hecho de que usted ha
quebrantado las leyes de Dios y necesita un Salvador?

¿Por qué no abrir la puerta de su corazón para dejar que Cristo entre en su
vida? “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

No importa si se encuentra solo, triste, agobiado o si está sufriendo, Cristo es la


respuesta. Como explicó mi padre, la raíz de todos nuestros problemas es el
pecado, pero, nuevamente, ¡Cristo es la respuesta! Si usted entrega su vida a
Cristo, Dios promete perdonar sus pecados y darle una vida nueva. ¿Entregará
su vida a Cristo? Puede hacerlo ahora mismo, no importa dónde se encuentre.

Primero, reconozca que es una persona que ha pecado y se ha rebelado contra


Dios. Renuncie a sus pecados, confíe en Cristo como su Salvador y sígalo
como su Señor. El Espíritu Santo vendrá a vivir en su corazón. Le dará nuevas
actitudes, nuevos deseos, nuevos motivos. Usted puede ser una nueva
persona en Cristo.

De no indicarse algo diferente, las citas bíblicas incluidas en este artículo son
tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI) Copyright ©
1999 Biblica.

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