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CUADERNOS DE

CEREBRO
Y CONDUCTA
Hilary Puínam

U N IV E R S ID A D N A C IO N A L A U T O N O M A DE M EXICO
IN S T ITU T O DE INVE STIG A C IO N ES FILO SÓ FICAS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS

Colección: CUADERNOS DE CRÍTICA


Director: ENRIQUE VILLANUEVA
Secretaria: LAURA BENÍTEZ
CUADERNOS DE CRITICA 23

HILARY PUTNAM

Cerebro y conducta

Versión castellana
de
R o s a r io A m ie v a

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
1983
E] ensayo de Hilary Pulnam “ Brairis and Behavior” se píllilicó originalmente en R .
Butler (ed .) Analylical Philosophy, Second Srtries, Itaail Blackwell, 1963. Esta edi­
torial cedió a Crítica los derechos de la versión castellana.

DR © 1983 Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, D F.
DIRECCIÓN G EN ER A L DE PUBLICACIONES
Impreso y hecho en México
ISSN 0185 - 2604
CEREBRO Y CONDUCTA *

Había una vez un filósofo poco sentimental que dijo: “ ¿A qué


tanta palabrería sobre ‘mentes’, ‘ideas’ y ‘sensaciones’? Real­
mente —y quiero decir realmente en el mundo real— no hay
nada que corresponda a estos supuestos sucesos y entidades
‘mentales’, a no sefr ciertos procesos en nuestras cabezas, que
son materiales de todo a todo.”
Y había una vez un filósofo que repuso: “ ¡Qué obra maes­
tra de la confusión! Pues aun si, digamos, el dolor estuviera
perfectamente correlacionado con algún suceso particular en
mi cerebro (cosa que dudo), este suceso tendría claramente
ciertas propiedades —digamos, cierta intensidad numérica
mensurable en voltios— que sería un sinsentido atribuir a la
sensación de dolor. Así que se trata de dos cosas que están
correlacionadas, no de una, y llamar una cosa a lo que son dos
cosas es peor que estar equivocado; es una rotunda contradic­
ción.”
Por mucho tiempo dualismo y materialismo parecían agotar
las alternativas posibles. Se ensayaron transacciones (teorías
del “ doble aspecto” ), pero ninguna ganó muchos adeptos y
prácticamente nadie las encontró inteligibles. Luego, a mitad
de la década de los 30, se descubrió lo que parecía una terce­
ra posibilidad. Esta tercera posibilidad se ha llamado conduc­
tismo lógico. Para exponer brevemente la naturaleza de esta
tercera posibilidad es necesario recordar el tratamiento de
los números naturales (esto es, cero, uno, dos, tres. . . ) en la
lógica moderna. Los números se identifican con conjuntos y
* Este trabajo fue presentado como parte del programa de The American Asso-
ciation t’or the Advancement o f Science, sección L (Historia y Filosofía de la Cien­
cia), el 27 de diciembre de 1961.
esto se hace de diversas maneras, según la autoridad que uno
siga. Por ejemplo, Whitehead y Russell identifican el cero con
el conjunto de todos los conjuntos vacíos, el uno con el con­
junto de todos los conjuntos que tienen un solo miembro,
el dos con el conjunto de todos los conjuntos que tiene dos
miembros, el tres con el conjunto de todos los conjuntos que
tiene tres miembros y así sucesivamente. (Esto parece un círcu­
lo vicioso, pero los autores pudieron disipar esta apariencia al
definir “ conjunto de un solo miembro” , “ conjunto de dos
miembros” , “ conjunto de tres miembros” , etc., sin usar “ uno” ,
“ dos” , “ tres” , etc.) En resumen, los números se tratan como
contrucciones lógicas a partir de conjuntos. Según esta inter­
pretación, el teórico de los números está haciendo teoría de
conjuntos sin percatarse de ello.
Lo novedoso de esto fue la idea de deshacerse de ciertas
entidades filosóficamente indeseables o embarazosas (los nú­
meros) sin dejar de hacer justicia a la adecuada configuración
del discurso (la teoría de los números) tratando las aludidas
entidades como construcciones lógicas. Russell se apresuró a
erigir este “ éxito” como modelo para todos los filósofos futu­
ros. Y algunos de estos filósofos futuros —los positivistas de
Viena, en su fase “ fisicalista” (alrededor de 1930) —tomaron
tan en serio el consejo de Russell que idearon la doctrina que
llamamos conductismo lógico, según la cual, del mismo modo
que los números son (según se pretende) construcciones lógi­
cas a partir de conjuntos, los sucesos mentales son construc­
ciones lógicas a partir de sucesos de conducta reales y posibles.
En el caso de la teoría de conjuntos, la “ reducción” de la
teoría de los números a la parte apropiada de la teoría de
conjuntos se llevó a cabo en detalle y con indiscutible éxito
técnico. Puede discutirse el significado filosófico de la reduc­
ción, pero al discutirlo se sabe exactamente de qué se está
hablando. En el caso mente-cuerpo, la reducción nunca se lle­
vó a cabo ni siquiera de una manera posible, así que no se
puede estar seguro de cóm o, exactamente, las entidades o su­
cesos mentales han de ser (identificados con) construcciones
lógicas a partir de sucesos de conducta. Pero, hablando de
manera muy general, está claro lo que implica tal opinión:
implica que todo discurso acerca de sucesos mentales es tra­
ducible a un discurso acerca de la conducta manifiesta, ya sea
ésta real o potencial.
Es fácil ver de qué manera esta opinión difiere tanto del
dualismo como del materialismo clásico. El conductista ló­
gico está de acuerdo con el dualista en que lo que ocurre en
nuestro cerebro no tiene conexión alguna con lo que nosotros
queremos decir cuando decimos que alguien tiene dolor. Pue­
de incluso hacer suyo todo el arsenal de argumentos dualistas
contra la postura materialista. Pero, al mismo tiempo, puede
ser tan “ poco sentimental” como el materialista al negar que
el discurso ordinario acerca de “ dolores” , “ pensamientos” y
“ sensaciones” conlleva una referencia a la “ Mente” , entendi­
da como substancia cartesiana.
No sorprende, así, que el conductismo lógico atrajera una
enorme atención —tanto en pro como en contra— durante los
treinta años siguientes. Sin duda, esta tercera vía demostró
ser fructífera al injertarse en el debate. No es mi intención,
empero, hablar aquí de lo fructífero de la investigaciones a
las que ha llevado el conductismo lógico, sino ver si hubo al­
gún resultado final de estas investigaciones. ¿Podemos, des­
pués de treinta años, decir algo acerca de lo correcto o inco­
rrecto del conductismo lógico? ¿O debemos decir que se ha
añadido una tercera opción a las dos antiguas, de tal modo
que no podemos decidir entre las tres más fácilmente de lo
que hubiéramos podido decidir entre dos; y que nuestra dis­
cusión vuelve a ser, así, casi tan difícil como antes?
Muy pronto surgió una conclusión de las discusiones en
pro y en contra del conductismo lógico, a saber, que la
tesis extrema del conductismo lógico, como acabamos de ex­
ponerla (que todo discurso acerca de “ sucesos metales” es
traducible a un discurso acerca de la conducta manifiesta),
es falsa. Pero, en un sentido, esto no es muy interesante.
Una tesis extrema puede ser falsa, aunque haya “ algo a favor”
del modo de pensar que representa. La pregunta más intere­
sante es ésta: ¿qué cosa, si alguna hay, puede “ salvarse” del
modo de pensar que el conductismo lógico representa?
En los últimos treinta años, la forma original de la tesis ex­
trema del conductismo lógico se ha debilitado gradualmente
hasta llegar a algo como esto:
1) Que existen implicaciones formales entre enunciados
mentales y enunciados de conducta; implicaciones formales
que no son, quizás, analíticas en la forma en que lo es “ Todos
los solteros son no-casados” , pero que sin embargo se siguen
(en algún sentido) de los significados de las palabras mentales.
Las llamaré implicaciones formales analíticas.
2) Que estas implicaciones formales pueden no proporcio­
nar una traducción efectiva del “ discurso mental” al “ discur­
so conductual” (este discurso sobre “ discurso” fue introduci­
do por Gilbert Ryle en su Concept o f Mind), pero que esto
es así debido a razones superficiales, tales como la mayor am­
bigüedad del discurso mental, en comparación con la especi­
ficidad relativamente mayor del discurso acerca de la conduc­
ta manifiesta.
Creo que, aunque ningún filósofo suscribiría hoy la versión
más antigua del conductismo lógico, muchísimos filósofos1
aceptarían esas dos observaciones admitiendo a la vez la insatis­
factoria imprecisión déla presente forma de enunciarlas. Si es­
tos filósofos tienen razón, hay mucho trabajo que realizar
(por ejemplo, la noción de “ analiticidad” tiene que aclararse),
pero la dirección del trabajo está trazada para el futuro pró­
ximo.
Quisiera poder compartir este feliz punto de vista, aunque
sólo fuese por la consoladora conclusión de que una investi­

1 Por ejemplo, estas dos observaciones se formulan de manera bastante explícita


en Individuáis, de Strawson. Sin embargo, Strawson me ha dicho que él ya no
aprueba el punto (1).
gación filosófica de primera, continuada durante cierto tiem­
po, conduciría finalmente a una solución del problema men­
te-cuerpo que sería independiente de los enfadosos hechos
empíricos acerca de los cerebros, la causación central de la
conducta, la evidencia a favor y en contra de la causación no
física de por lo menos alguna conducta, y la falta de solidez
de la investigación psíquica y de la parapsicología. Pero lo
cierto es que vengo a sepultar al conductismo lógico, no a
encomiarlo. Siento que ha llegado el momento de admitir
que el conductismo lógico es un error, y que aun las formas
más débiles de la doctrina del conductista lógico son incorrec­
tas. No puedo esperar establecer esto en un artículo tan breve
como el presente;2 pero al menos espero exponer, para su
examen, las principales líneas de mi pensamiento.

CONDUCTISMO LÓGICO

El conductismo lógico suele comenzar por señalar algo per­


fectamente cierto: que palabras tales como “ dolor” (“ dolor”
será de aquí en adelante nuestro ejemplo patrón de palabra

2 El intento de una cuarta opción —es decir, una opción distinta del dualismo, el
materialismo y el conductism o—se esboza en “ The Mental Life o f Som e Machines” ,
que apareció en Proceedings o f the Wayne Sym posium on the Philosophy ofM ind.
[Versión castellana: “ La vida mental de algunas m áquinas” , Cuadernos de Crítica
No. 17, 1981.] Esta cuarta opción es materialista en el sentido amplio de ser com ­
patible eon la opinión de que los organismos, incluyendo a los seres humanos, son
sistemas físicos que consisten de partículas elementales y obedecen las leyes de la
física, pero no requiere que “ estados” tales como dolor y preferencia sean defini­
dos de manera que se haga referencia a conducta manifiesta, o bien a constitución
fisicoquím ica. La idea, expuesta brevemente, es que los predicados que se aplican
a un sistema en virtud de su organización funcional tienen justam ente esta caracte­
rísticas: una organización funcional dada (por ejemplo, una lógica inductiva dada,
una función de preferencia racional dada) puede realizarse en casi cualquier clase
de conduela manifiesta, según las circunstancias, y puede “ incorporarse” a estruc­
turas de muchas diferentes constituciones físicas (y aun m etafísicas) lógicamente
posibles. Así, el enunciado de que una criatura prefiere A a B no nos dice si la
criatura tiene una química de carbón, o una química de S ilic o n , o si es una mente
dcscorporizada, ni nos dice cóm o se com portarían la criatura en circunstancias es-
pecificablcs sin referencias a otras preferencias y creencias de la criatura, pero no
por ello es algo “ m isterioso” .
mental) no se enseñan por referencia a ejemplos modelo, de
la manera en que se enseñan palabras corno “ rojo” . Uno
puede señalar un ejemplo de rojo, pero no puede señalar un
ejemplo de dolor (excepto señalando algún tipo de conducta)
y decir: “ Compare la sensación que eslá teniendo con ésta
(digamos, la sensación de Jones en el tiempo t, ). Si las dos
sensaciones tienen idéntica cualidad, entonces su sensación
puede llamarse legítimamente sensación de dolor.” La difi­
cultad estriba, por supuesto, en que yo no puedo tener la
sensación de Jones en el tiempo ti —a menos de que yo sea
Jones, y el tiempo sea t i .
A partir de esta simple observación se siguen ciertas cosas.
Por ejemplo, que la versión según la cual la intensión de la pa­
labra “ dolor” es una cierta cualidad que “ conozco por mi
propio caso” , debe estar equivocada. Pero esto no constituye
una refutación del dualismo, ya que el dualista no está obli­
gado a sostener que yo conozco la intensión de la palabra cas­
tellana “ dolor” a través de mi propio caso, sino sólo que yo
experimento el referente de la palabra.
¿Cuál es entonces la intensión de “ dolor” ? Me inclino a
decir que “ dolor” en un concepto-cúmulo. Es decir, la apli­
cación de la palabra “ dolor” está controlada por todo un
cúmulo de criterios, todos los cuales pueden considerarse
sintéticos.3 En consecuencia, no hay manera satisfactoria de
responder a la pregunta “ ¿Qué significa ‘dolor’? ” excepto
dando un sinónimo exacto (por ejemplo, “ Schmerz” ); pero
hay millones de maneras diferentes de decir lo que es el dolor.
Por ejemplo, uno puede decir que el dolor es esa sensación
No < | U í < t o decir sólo que cada criterio puede considerarse sintético, sino t a m ­
bién que el cúmulo es sintético de manera colectiva, en el sentido de que en cier­
tos casos tenemos libertad de decir (por simplicidad inductiva y economía teórica)
que el término se aplica aunque el cúmulo esté ausente en su totalidad, listo es del
todo compatible con la afirmación de que el cúmulo sirve para fijar el significado
de la palabra. Lo que pasa es que cuando especificamos algo mediante un cúmulo
de indicadores asum imos que las personas usarán sus cerebros. Estos criterios pue­
den pasarse por alto cuando lo que el buen sentido exige es aquello que podrirlos
considerar como una “ convención asociada al discurso” ((¡rice) y no com o algo
que tenga que estipularse en conexión con las palabras individuales.
que normalmente se manifiesta diciendo “ Ay” , o respingando,
o de muchas otras maneras (o que no se manifiesta en lo más
mínimo, como ocurre a menudo).
Todo lo anterior es compatible con el conductismo lógico.
El conductista lógico replicaría: “ Exacto. ‘Dolor’ es un cú­
mulo de conceptos —es decir, representa un cúmulo de fenó­
menos.” Pero no es esto lo que quiero decir. Veamos otra
clase de cúmulo de conceptos (los cúmulos de conceptos no
son una clase homogénea, por supuesto): los nombres de en­
fermedades.
Observamos que, cuando se descubrió el origen viral de la
polio, los doctores decían que los casos en los que todos los
síntomas de la polio habían estado presentes, pero el virus
había estado ausente, resultaban no haber sido casos de polio.
De manera semejante, si se descubriera un virus que fuese
normalmente (casi invariablemente) la causa de lo que ahora
llamamos “ esclerosis múltiple” , la hipótesis de que este virus
es la causa de la esclerosis múltiple no podría falsificarse aun­
que, en algunas cuantas ocasiones excepcionales, fuera posi­
ble tener todos los síntomas de la esclerosis múltiple debido a
alguna otra combinación de factores, ni tampoco si en algunos
casos este virus causara síntomas que no estuvieran reconoci­
dos como síntomas de esclerosis múltiple. Por supuesto que
estos hechos llevarían al lexicógrafo a rechazar la opinión de
que “ esclerosis múltiple” significa “ la presencia simultánea de
tales y cuales síntomas” . En vez de ello diría que “ esclerosis
múltiple” significa “ la enfermedad que es normalmente res­
ponsable de algunos o de todos los síntomas siguientes. . . ”
Desde luego, no tiene que decir eso. Algunos filósofos pre­
ferían decir que “ polio” significaba “ la presencia simultánea
de tales y cuales síntomas” ; y dirían que la decisión de acep­
tar la presencia o ausencia de un virus como criterio para la
presencia o ausencia de la polio constituyó un cambio de signi­
ficado. Pcró esto va completamente en contra de nuestro sen­
tido común. Por ejemplo, los doctores solían decir: “ Creo que
la polio es causada por un virus.” De acuerdo con la postura del
“ cambio de significado” , estos doctores estaban equivocados,
no en lo cierto. La polio, en el sentido en <¡ue esta palabra se.
usaba en aquel entonces, no siempre era causada por un virus;
es sólo lo que nosotros llamamos polio lo que siempre es cau­
sado por un virus. Y si algún doctor hubiera dicho (como
muchos dijeron): “ Creo que esto puede no ser un caso de po­
lio” , sabiendo que todos los síntomas descritos en los libros
de texto estaban presentes, tal doctor se habría contradicho
(aun cuando nosotros, hoy día, diríamos que tenía razón) o,
tal vez, habría “ hecho una propuesta lingüística velada” . Del
mismo modo, dicha postura va en contra de la buena meto­
dología lingüística. La definición que propusimos en el parrá-
fo anterior —de que “ esclerosis múltiple” significa “ la en­
fermedad que es normalmente responsable de los síntomas
siguientes. . tiene un análogo exacto en el caso de la polio.
Esta clase de definición deja abierta la cuestión acerca de si
hay una causa única o varias. Hablar de “ descubrir un origen
único de la polio (o dos o tres o cuatro)” , hablar de “ descu­
brir que X no tuvo polio” (aunque mostró todos los sínto­
mas de la polio), y hablar de “ descubrir que X tuvo polio”
(aunque no mostró ninguno de los “ síntomas descritos en
los libros de texto” ), concuerdan con tal definición. Y, fi­
nalmente, la definición no requiere que digamos que hubo
un “ cambio de significado” . Así, ésta es seguramente la de­
finición que adoptaría un buen lexicógrafo. Pero eso im­
plica lógicamente rechazar la postura de “ cambio de signi­
ficado” como mero invento de filósofo.4
Ahora bien, ¿a qué nos lleva el hecho de aceptar que ésta
es la explicación correcta de Jos nombres de enfermedades?
Puede haber implicaciones analíticas que conecten enfer­
medades con síntomas (aunque argumentaré en contra de
esto). Por ejemplo, parece plausible decir que:

4 Cf. “ Drcaming and ‘ Dopth Grammar’ ” , Analylical Philosophy, Firsl Series.


Normalmente la gente que padece de esclerosis múltiple
tiene alguno o todos los síntomas siguientes. . .

es una verdad necesaria (“ analítica” ). Pero de esto no se sigue


que el “ discurso acerca de enfermedades” sea traducible al
“ discurso acerca de síntomas” . Lo que se sigue es más bien lo
contrario ( lo cual se indica ya con la presencia de la palabra
“ normalmente” ): los enunciados acerca de la esclerosis múl­
tiple no son traducibles a enunciados acerca de los síntomas
de la esclerosis múltiple, y no porque el discurso acerca de
enfermedades sea “ sistemáticamente ambiguo” y el discurso
acerca de síntomas sea “ específico” , sino porque las causas
no son construcciones lógicas a partir de sus efectos.
De manera análoga, tanto el dualista como el materialista
querrían argüir que, aunque el significado de “ dolor” puede
explicarse mediante la referencia a la conducta manifiesta, lo
que nosotros queremos decir con “ dolor” no es la presencia
de un cúmulo de respuestas, sino la presencia de un evento o
condición que normalmente causa esas respuestas. (Por su­
puesto, el dolor no es la causa total de la conducta de dolor,
sino sólo una parte propiamente invariable de esa causa;5
pero, de manera similar, el daño a los tejidos causado por el
virus no es la causa total de los síntomas individuales de la
polio en algún caso individual, sino una parte propiamente in­
variable de la causa.) Y querrían argüir, además, que aún si
fuese una verdad necesaria que
Normalmente, cuando uno dice “ Ay” uno tiene dolor
fuese una verdad necesaria que
Normalmente, cuando uno tiene dolor uno dice “ Ay”
eso sería una observación interesante acerca de lo que signi-
5 Por supuesto que “ la causa” es una frase altamente ambigua. Aun si es correc­
to decir en algunos casos que ciertos sucesos que ocurren en el cerebro son “ la
causa” de mi conducta de dolor, no se sigue (com o se ha sugerido a veces) que mi
dolor deba ser “ idéntico” a esos sucesos nerviosos.
fica “ dolor” , pero no arrojaría ninguna luz metafísica sobre
lo que el dolor es (o no es). Y ciertamente no se seguiría
que el “ discurso acerca del dolor” fuese traducible a “ dis­
curso acerca de respuestas” , ni que el fracaso de tal traduci-
bilidad se debería sólo a la “ ambigüedad sistemática” del
discurso acerca de las respuestas. Todo lo contrario. Justa­
mente como ya se dijo, las causas (dolores) tío son construc­
ciones lógicas a partir de sus efectos (conducta).
El dualista tradicional, sin embargo, desearía ir más lejos
y negar la necesidad de las dos proposiciones que acabamos
de mencionar. Y, además, el dualista tradicional tiene razón:
no es de ninguna manera contradictorio, como veremos, ha­
blar de mundos hipotéticos en los que haya dolores, pero no
conducta de dolor.
Hasta este momento la analogía con nombres de enferme­
dades aún se preserva. Supongamos que identifico la esclero­
sis múltiple como la enfermedad que normalmente produce
ciertos síntomas. Si posteriormente resultara que la causa de
la esclerosis múltiple es un virus, utilizando este criterio re­
cién descubierto podría llegar a encontrar que la esclerosis
múltiple produce síntomas muy diferentes cuando, digamos,
la temperatura media es más baja. Puedo entonces hablar con
entera propiedad de un mundo hipotético (con niveles de
temperatura más bajos) en el que La esclerosis múltiple no
produce normalmente los síntomas acostumbrados. Es cierto
que, si las palabras “ esclerosis múltiple” se usan en cualquier
mundo de tal manera que la definición lexicográfica expresa­
da sea una buena definición, entonces muchas víctimas de la
enfermedad deben haber tenido alguno o todos los síntomas
siguientes. . . Y, del mismo modo, es cierto que, si la explica­
ción sugerida de la palabra “ dolor” es una buena explicación
(o sea, que “ dolor es la sensación que se demuestra normal­
mente cuando alguien dice ‘Ay’, o respinga, o grita, etc.” ),
entonces las personas que tienen dolor deben, en algún mo­
mento, haber respingado, o gritado, o dicho “ A y” ; pero esto
no implica que “ si alguien ha tenido alguna vez dolor, enton­
ces, en algún momento, debe haber respingado, o debe haber
gritado, o debe haber dicho ‘Ay’ Concluir esto sería con­
fundir los prerrequisitos para hablar del dolor, como nosotros
hablamos del dolor, con los prerrequisitos para la existencia
del dolor.
La analogía que hemos venido trazando no es una identi­
dad: lingüísticamente hablando, las palabras mentales y los
nombres de enfermedades son diferentes en muchísimos as­
pectos. En particular, los usos en primera persona son muy
distintos: un hombre puede padecer un intenso caso de polio
sin saberlo, aunque sepa la palabra “ polio” , pero no puede pa­
decer un intenso dolor sin saberlo. A primera vista esto puede
parecer un punto a favor del conductismo lógico. El conduc-
tista lógico puede decir: el hecho de que las premisas “ Juan
dice que tiene dolor” , “ Juan habla español” , y “ Juan está
hablando con toda sinceridad” ,6 impliquen lógicamente “ Juan
tiene dolor” , es lo que hace que las informaciones de dolor
tengan este status especial. Pero aunque ello fuese cierto, no
se seguiría que el conductismo lógico tuviera razón, a menos
que sinceridad fuese una “ construcción lógica a partir de con­
ducta manifiesta” . Una explicación mucho más razonable es
la siguiente: uno puede tener la “ alucinación de un elefante
rosado” , pero uno no puede tener una “ alucinación de dolor” ,
ni una “ ausencia de alucinación de dolor” , simplemente por­
que cualquier situación que alguien no pueda discriminar de
una situación en la cual tiene un dolor, cuenta como una si­
tuación en la cual tiene dolor, mientras que el que alguien no
pueda distinguir una situación de otra en la que un elefante
rosado esté presente, no necesariamente cuenta como la pre­
sencia de un elefante rosado.
En síntesis: creo que los dolores no son cúmulos de res­
puestas, sino que son (normalmente, en nuestra experiencia

6 listo se sugiere en las Philosophical Investigations de Wittgenstein.


hasta la fecha) las causas de ciertos cúmulos de respuestas.
Además, aunque esto es un hecho empírico, fundamenta la
posibilidad de hablar de los dolores de la manera particular
en que lo hacemos. Sin embargo, de ningún modo excluye la
posibilidad de mundos en los cuales (debido a diferencias en
las condiciones ambientales y hereditarias) los dolores no
sean responsables de las respuestas acostumbradas, o incluso
no sean responsables de absolutamente ninguna respuesta.
Hagamos ahora un poco de ciencia-ficción y tratemos de
describir algunos mundos en los cuales los dolores estén re­
lacionados con respuestas (y también con causas) de una ma­
nera muy diferente que en nuestro mundo.
Si para empezar limitamos nuestra atención a respuestas no
verbales de personas maduras, el asunto se facilita. Imagine­
mos una comunidad de “ super-espartanos” o de “ super-estoi-
cos” ; una comunidad en la cual los adultos tengan la habili­
dad de reprimir con eficacia toda conducta de dolor involun­
taria. Pueden, en alguna ocasión, admitir que sienten dolor,
pero siempre con una voz agradable y bien modulada, aun
que estén sufriendo las agonías del condenado. No respingan,
ni gritan, ni retroceden, ni sollozan, ni rechinan los dientes,
ni aprietan los puños, si sudan, ni actúan para nada como ía
gente que tiene dolor, ni como la gente que reprime las res­
puestas incondicionadas asociadas con el dolor. Sin embargo,
sienten dolor, y les desagrada (tanto como a nosotros). Inclu­
so admiten que se necesita una gran fuerza de voluntad para
comportarse como lo hacen. Pero tienen lo que consideran ra­
zones ideológicas importantes, para comportarse así, y a tra­
vés de años de adiestramiento han aprendido a vivir conforme
a sus exigentes normas.
Podría objetarse que los niños y los miembros no totalmente
maduros de esa comunidad mostrarán, en diferentes grados,
una conducta incondicional normal de dolor, y que esto es
todo lo que se requiere para la atribución de dolor. De acuerdo
con esta opinión el sirte qua non para la atribución signil'ieati-
va de dolor a una especie es el de que sus miembros inmaduros
manifiesten respuestas incondicionales al dolor.
Uno bien podría detenerse a preguntar si ese enunciado tie­
ne siquiera un significado claro. Suponiendo que hubiese mar­
cianos, ¿tenemos algún criterio para decir que algo es la “ res­
puesta incondicional al dolor” de un marciano? En igualdad
de circunstancias, uno evita aquellas cosas de las que ha teni­
do experiencias dolorosas; esto sugeriría que la conducta de
evitación podría esperarse como respuesta incondicional uni­
versal al dolor. No obstante, aunque esto fuera cierto, difícil­
mente sería lo bastante específico, puesto que la evitación
puede ser también una respuesta incondicional a muchas
cosas que no asociamos con el dolor, como lo son las cosas
que nos disgustan, que nos asustan, o que simplemente nos
aburren.
Dejemos de lado estas dificultades y veamos si podemos
idear un mundo imaginario en el que no haya, ni juzgando por
normas benignas, ninguna respuesta incondicional al dolor.
Consideremos específicamente a nuestros “ superespartanos” ,
y supongamos que después de millones de años empiezan a
tener hijos que nacen completamente aculturados. Nacen ha­
blando el lenguaje de los adultos, sabiendo las tablas de mul­
tiplicar, con opiniones sobre asuntos políticos, y compartien­
do inter alia las creencias espartanas dominantes acerca de ia
importancia de no manifestar dolor (excepto mediante un re­
porte verbal, y aun así en un tono de voz que sugiera indife­
rencia). Entonces no habría en esta comunidad ninguna “ res­
puesta incondicional al dolor” (aunque podría haber deseos
incondicionales de manifestar ciertas respuestas, mismos que,
sin embargo, fuesen siempre reprimidos por la fuerza de la
voluntad). Aun así, hay algo claramente absurdo en la tesis
de que no uno no puede atribuir a estas personas la capacidad
de sentir dolor.
Para hacer evidente este absurdo, imaginemos que logramos
convertir a un “ superespartano” adulto a nuestra ideología.
Supongamos que empieza a manifestar dolor de manera nor­
mal. No obstante, informa que los dolores que está sintiendo
no son más intensos que los que experimentó antes de su con­
versión; de hecho, puede decir que el darles expresión los ha­
ce menos intensos. En este caso, el conductista lógico tendría
que decir que, por medio de este miembro, demostrábamos la
existencia en toda la especie de respuestas incondicionales al
dolor y, por tanto, que la atribución de dolor a la especie era
“ lógicamente propia” . Pero eso quiere decir que si este hom­
bre nunca hubiera vivido, y sólo hubiera sido posible demos­
trar indirectamente (mediante el uso de teorías) que estos se­
res sentían dolor, entonces las atribuciones de dolor hubieran
sido impropias.
Hasta aquí hemos estado construyendo mundos en los cua­
les la relación del dolor con sus efectos no verbales está altera­
da. ¿Qué podemos decir ahora de la relación del dolor con
causas? Esta es todavía más fácilmente modificable en la ima­
ginación. ¿No podría uno imaginar una especie que sintiera
dolor sólo cuando estuviese presente un campo magnético
(aunque el campo magnético no causara ningún daño detec-
table a sus cuerpos ni a sus sistemas nerviosos)? Si ahora ima­
ginamos que los miembros de tal especie llegan a convertirse
al “ superespartanismo” , podremos representarnos un mundo
en el cual los dolores, en nuestro sentido, estén claramente
presentes, pero en el que no tengan ni las causas normales ni
los efectos normales (aparte de las informaciones verbales).
Ahora bien, ¿qué podemos decir de las informaciones ver­
bales? Algunos conductistas las han considerado la forma ca­
racterística de la conducta del dolor. Hay, por supuesto, una
dificultad en ello: si “ tengo dolor” significa (hablando con
toda crudeza) “ estoy dispuesto a expresar esta clase de infor­
mación verbal” , ¿cómo vamos a saber entonces que una in­
formación particular es “ esta clase de información verbal” ?
Habitualmente se contesta en función de las respuestas incon­
dicionales al dolor y su pretendida suplantación por las infor­
maciones verbales en cuestión. Sin embargo, hemos visto ya
que no hay razones lógicas que apoyen la existencia de res­
puestas incondicionales de dolor en todas las especies capaces
de sentir dolor (puede haber razones lógicas a favor de la
existencia de los deseos de evitación, pero los deseos de evi­
tación no son conducta, como tampoco lo son los dolores).
Una vez más, seamos caritativos al grado de emplazar la
primera dificultad que nos viene a la mente, y emprendamos
la tarea de intentar imaginarnos un mundo en el que ni siquie­
ra haya informaciones de dolor. Lo llamaré el “ Mundo X ” .
En el Mundo X tenemos “ superespartanos” . Han sido super-
espartanos durante tanto tiempo que han empezado a re­
primir hasta el discurso acerca del dolor. Por supuesto, cada
poblador individual del mundo X puede tener su forma pri­
vada de pensar acerca del dolor. Puede incluso contar con
la palabra “ dolor” (asumo, como lo hice anteriormente, que
estos seres nacen completamente aculturados). Puede pensar
para sí: “ Este dolor es intolerable. Si continúa un minuto más,
gritaré. ¡Mas no! ¡ No debo hacerlo! Deshonraría a toda mi fa­
milia. . .” Pero los habitantes del mundo X ni siquiera ad­
miten tener dolores. Fingen no saber la palabra ni conocer el
fenómeno al cual se refiere. En suma, si los dolores son “ cons­
trucciones lógicas a partir de la conducta” , ¡entonces, los ha­
bitantes del mundo X se comportan de tal modo que no tie­
nen dolores! Pero claro que sí tienen dolores, y ellos saben
perfectamente que los tienen.
Si esta última fantasía no es, de algún modo oculto, con­
tradictoria, entonces el conductismo lógico es simplemente
un error. No es solamente falsa la segunda tesis del conduc­
tismo lógico — la existencia de una traducción aproximada
del discurso acerca del dolor al discurso acerca de la con­
ducta —, sino que lo es también la primera tesis: la existencia
de “ implicaciones analíticas” . Los dolores son responsables
de cierta clase de conducta, pero sólo dentro del contexto de
nuestras creencias, deseos, actitudes ideológicas, etc. Del
enunciado “ X tiene dolor” , por sí mismo, no se sigue ningún
enunciado de conducta — ni siquiera un enunciado de con­
ducta que contenga un “ normalmente” o un “ probablemente” .
En nuestra sección final consideraremos el repertorio de
contraataques del conductista lógico a este tipo de argumen­
to. Si las tesis positivas del conductista lógico son inadecua­
das debido a una consideración demasiado simplista de la
naturaleza de las palabras cúmulo —equivalente, en algunos
casos, a una abierta negación de que sea posible que haya una
palabra gobernada por un cúmulo de indicadores, todos los
cuales sean sintéticos—, sus tesis negativas son inadecuadas de­
bido a una consideración demasiado simplista del razonamien­
to empírico. Desafortunadamente, es característico de la fi­
losofía moderna el que sus problemas superpongan tres áreas
diferentes —hablando en general, las áreas de la lingüistica,
la lógica y la “ teoría de las teorías” (metodología científica)—
y que muchos de sus practicantes traten de arreglárselas con
un conocimiento inadecuado de al menos dos de las tres.

ALGUNOS ARGUM ENTOS CONDUCTISTAS

Hemos estado hablando de “ habitantes del mundo X ” y de


“ superespartanos” . Nadie niega que, en algún sentido del
término, tales fantasías son “ inteligibles” . Pero la “ inteligi­
bilidad” puede ser algo superficial. Una fantasía puede ser
“ inteligible” , al menos en el nivel de la “ gramática superfi­
cial” , aunque podamos percatarnos, si nos detenemos a pen­
sar en ella un rato, que involucra algún absurdo. Considérese,
por ejemplo, la suposición de que anoche, precisamente al fi­
lo de la medianoche, todas las distancias se duplicaron de un
momento a otro. Por supuesto, no advertimos el cambio,
¡porque nosotros mismos también duplicamos nuestra talla!
Esta historia nos puede parecer inteligible a primera vista, al
menos como una posibilidad divertida. Al reflexionar, empe­
ro, nos damos cuenta de que involucra una contradicción ló­
gica; porque “ longitud” significa ni más ni menos que una re­
lación con un patrón, y es una contradicción sostener que la
longitud de todo se duplicó, en tanto que las relaciones con
los patrones permanecieron inalteradas.
Lo que acabo de decir (hablando como podría hablar un
conductista lógico) es falso, pero no totalmente. Es falso (o
cuando menos la última parte es falsa) porque “ longitud” no
significa “ relación con un patrón” . Si así fuese (asumiendo
que un “ patrón” tiene que ser un objeto material macroscópi­
co, o de cualquier manera un objeto material), no tendría sen­
tido hablar de distancias en un mundo en el que sólo hubie­
se campos gravitacionales y electromagnéticos, pero ningún
objeto material. Del mismo modo, no tendría sentido ha­
blar de que el patrón (cualquiera que fuese) hubiera cambiado
su longitud. Consecuencias tan contraintuitivas han condu­
cido a muchos físicos (y aun a unos cuantos filósofos de la
física) a considerar “ longitud” , no como algo definido ope-
racionalmente, sino como una magnitud teórica (como la
carga eléctrica) que puede medirse en una virtual infinidad
de maneras, pero que no es explícita y exactamente defini­
ble en términos de ninguna de las maneras de medirla. Algu­
nos de estos físicos —los teóricos del “ campo unificado” —
dirían incluso que, lejos de ser el caso que “ longitud” (y por
ende “ espacio” ) dependa de la existencia de cuerpos materia­
les adecuadamente relacionados, los cuerpos materiales pue­
den considerarse, con mayor propiedad, variaciones locales
en la curvatura del espacio; es decir, variaciones locales en la
intensidad de una cierta magnitud (el tensor gik), un aspecto
de la cual experimentamos como “ longitud” .
Por otra parte, está lejos de la verdad el que la hipótesis
“ anoche, al filo de la medianoche, todo duplicó su longitud’
no tenga consecuencias verificables. Por ejemplo, si anoche
todo duplicó su longitud, y la velocidad de la luz no se dupli­
có también, entonces esta mañana experimentaríamos una a-
párente reducción, a la mitad, de la velocidad de la luz. Además,
si g (la constante gravitacional) no se duplicó, entonces expe­
rimentaríamos una aparente reducción en la intensidad del
campo gravitacional. Y si h (la constante de Planck) no cambió,
entonces... En resumen, nuestro mundo hubiese sido intrín-
cadamente diferente. Y si pudiésemos sobrevivir bajo condi­
ciones tan drásticamente alteradas, sin duda que algún físico
perspicaz llegaría a explicar lo sucedido.
He entrado en tantos detalles sólo para poner de relieve que
en filosofía las cosas rara vez son tan simples como parecen.
El “ universo duplicado” es un consabido ejemplo escolar
de “ pseudohipótesis” , no obstante ser el peor ejemplo posi­
ble si se desea un “ caso claro” . En primer lugar, lo que se de­
sea es una hipótesis que no tenga consecuencias comprobables,
pero esta hipótesis, de la manera en que siempre se formula,
sí tiene consecuencias comprobables (quizás alguna hipótesis
más compleja no las tenga; pero entonces tenemos que ver
formulada esta hipótesis más compleja antes de poder esperar
discutirla). En segundo lugar, el argumento habitual en favor
del absurdo de esta hipótesis se apoya en una teoría simplista
del significado de “ longitud” , y una discusión completa de
esa situación es difícilmente posible sin entrar en considera­
ciones sobre la teoría de campo unificado y la mecánica cuán­
tica (la última está en conexión con la noción de un “ patrón
material” ). Pero, aparte del ejemplo, difícilmente puede reba­
tirse el punto de que una historia superficialmente coherente
puede contener un absurdo oculto.
¿O puede hacerse? Por supuesto, una historia superficial­
mente coherente puede contener una contradicción lógica o-
culta, pero el punto importante dé la despectiva referencia del
conductista lógico a la “ gramática superficial” es que la co­
herencia lingüística, la significatividad de los términos indivi­
duales y la consistencia lógica, por sí mismas, no garantizan
la inmunidad con respecto a otra clase de absurdo; hay “ ab­
surdos profundos” que sólo pueden detectarse por medio de
técnicas más poderosas. Vale la pena decir que hoy día, des­
pués de treinta años de discurso de este tipo, carecemos de un
simple ejemplo convincente de tal absurdo profundo, así co­
mo de una técnica de detección (o supuesta técnica de detec­
ción) que no se reduzca a “ incomprobable, por lo tanto sin
sentido” .
Para llegar al punto en cuestión: el conductista lógico pro­
bablemente diga que nuestra hipótesis acerca de “ habitantes
del mundo X” es incomprobable en principio (si hubiese ha­
bitantes del mundo X, por hipótesis no podríamos distinguir­
los de gente que realmente no supiera lo que es el dolor) y,
por lo tanto, sin significado (aparte de una cierta “ significa­
ción superficial” que no es realmente de interés). Si el con­
ductista lógico ha aprendido un poco de la “ filosofía del len­
guaje ordinario” probablemente evitará decir “ incomproba­
ble, por lo tanto sin significado” , pero aún es probable que
diga, o por lo menos que piense: “ incomprobable; por lo tan­
to, en algún sentido, absurdo” . Trataré de refutar este “ argu­
mento” no recusando la premisa, siendo ésta, patente o velada,
la de que “ enunciado sintético incomprobable” es, en cier­
to modo, una contradicción de términos (aunque creo que esa
premisa está equivocada), sino simplemente mostrando que,
en cualquiera, excepto en la más ingenua concepción de com­
probación, nuestra hipótesis es comprobable.
Claro está que yo no podría hacer esto si fuera verdad que
“ por hipótesis, no podríamos distinguir a los habitantes del
mundo X de gente que realmente no supiera lo que es el do­
lor” . Pero eso no es verdad; en todo caso, no es verdad “ por
hipótesis” . Lo que es verdad por hipótesis es que no podría­
mos distinguir a los habitantes del mundo X de gente que
realmente no supiera lo que es el dolor exclusivamente con ba­
se en la conducta manifiesta. Pero eso deja todavía muchas
otras maneras en las cuales podríamos determinar lo que está
ocurriendo “ dentro” de los habitantes del mundo X, tanto en
el sentido figurativo como en el sentido literal de “ dentro” .
Por ejemplo, podríamos examinar sus cerebros.
Es un hecho que, cuando los impulsos de dolor se “ reci­
ben” en el cerebro, instrumentos detectores eléctricos apro­
piados registran un patrón característico de “ espiga” . Expre­
semos esto brevemente (y demasiado simplemente) diciendo
que las “ espigas cerebrales” están correlacionadas uno-a-uno
con experiencias de dolor. Si nuestros habitantes del mundo
X pertenecen a la especie humana, entonces podemos verifi­
car que sí sienten dolores, pese a que pretendan no tener ni
idea de lo que es el dolor, aplicando nuestros instrumentos
eléctricos y detectando las delatoras “ espigas cerebrales” .
Esta respuesta al conductista lógico es demasiado simple
para resultar convincente. “ Es verdad” , objetará el conduc­
tista lógico, “ que las experiencias de dolor están correlaciona­
das uno-a-uno con espigas cerebrales en el caso de los seres
humanos normales. Pero uno no sabe que los habitantes del
mundo X son seres humanos normales, en ese sentido; de he­
cho, uno tiene todas las razones para suponer que no son seres
humanos normales.” Esta réplica muestra que ninguna mera
correlación, por más cuidadosamente verificada que esté en el
caso de los seres humanos normales, puede utilizarse para ve­
rificar atribuciones de dolor a los habitantes del mundo X.
Afortunadamente, no tenemos que suponer que nuestro co­
nocimiento estará siempre restringido a meras correlaciones,
como la correlación dolor-“ espiga cerebral” . En un nivel más
avanzado, las consideraciones de simplicidad y coherencia
pueden empezar a desempeñar una función de un modo en
que no pueden hacerlo cuando sólo se dispone de regularida­
des observaeionales brutas.
Supóngase que empezamos a detectar ondas de una nue-
\a clase que emanan de los cerebros humanos; llamémoslas
“ ondas V” . Supóngase que descubrimos una manera de des­
cifrar las ondas V de tal forma que revelen pensamientos
inexpresados de la gente. Y, finalmente, supóngase que
nuestra técnica de “ desciframiento” funciona también en el
caso de las ondas V que emanan de ios cerebros de los habi­
tantes deí mundo X. ¿En qué manera difiere esta correla­
ción de la correlación dolor-“ espiga-cerebral” ?
Sencillamente de esta manera: es razonable decir que las
“ espigas” —crestas momentáneas en la intensidad eléctrica
de ciertas partes del cerebro— podrían tener casi cualquier
causa. Pero las ondas trasladables a un castellano coherente (o a
cualquier otro idioma), mediante un esquema de descifrar
relativamente simple, no podrían tener cualquier causa. La “ hi­
pótesis nula” —de que esto es solamente operación del “ azar” —
puede quedar inmediatamente descartada. Y si, con respec­
to a los seres humanos, verificamos que las ondas descrifra-
das corresponden a lo que en efecto estamos pensando, en­
tonces, a la hipótesis de que esta misma correlación se sos­
tiene respecto a los habitantes del mundo X se le asignará
una probabilidad inmensamente alta, simplemente porque
ninguna otra explicación probable nos viene pronto a la men­
te. Pero “ ninguna otra explicación probable nos viene pron­
to a la mente” no es verificación, puede decir el conductista
lógico. Por el contrario. ¿Cómo hemos verificado, por ejem­
plo, que las líneas de cadmio en el análisis espectrográfico de
la luz solar indican la presencia de cadmio en el sol? Reme­
dando al conductista lógico, podríamos decir: “ liemos veri­
ficado que, bajo circunstancias normales, las líneas de cad­
mio sólo aparecen cuando hay cadmio caliente. Pero no sa­
bemos que las circunstancias en el sol son normales en este
sentido.” Si tomamos esto en serio, tendríamos que calen­
tar cadmio en el sol antes de que pudiésemos decir que la
regularidad sobre la cual basamos nuestro análisis espectro-
gráfico de la luz solar había sido verificada. De hecho, he­
mos verificado Ja regularidad bajo circunstancias “ normales” ,
y podemos mostrar (deductivamente) que si muchas otras
leyes, que han sido también verificadas bajo circunstancias
“ normales” y sólo bajo circunstancias “ normales” (esto es
nunca sobre la superficie del sol), son válidas en el sol,
entonces esta regularidad es válida también bajo circunstan­
cias “ anormales” . Y si alguien dice: “ Pero quizá ninguna de
las leyes usuales de la física tiene validez en el sol” , replica­
mos que esto es como suponer que un proceso fortuito siem­
pre produce un castellano coherente. El hecho es que las
“ señales” (luz solar, ondas radioeléctricas, etc.) que recibi­
mos del sol concuerdan con un vasto cuerpo de teoría.
Tal vez haya alguna otra explicación que la de que el sol
obedece las leyes usuales de la física; pero ninguna otra ex­
plicación probable nos viene a la mente. Este tipo de razo­
namiento es verificación científica; y si no es reductible a
simple inducción baconiana... bueno, entonces los filósofos
deben aprender a ampliar sus nociones de verificación para
abarcarlo.
El conductista lógico podría tratar de explicar la desci-
frabilidad de las ondas V de los habitantes del mundo X, en
castellano coherente (o en el lenguaje natural apropiado),
sin invocar la absurda “ hipótesis nula” . Podría sugerir, por
ejemplo, que los “ habitantes del mundo X” se están divir­
tiendo a costa nuestra; que, digamos, son capaces de produ­
cir a voluntad ondas V engañosas. Si los habitantes del mun­
do X tiene cerebros bastante diferentes de los nuestros, esto
puede incluso tener cierta plausibilidad. Pero, una vez más,
en un estado avanzado de conocimiento, las consideraciones
de coherencia y simplicidad pueden, muy concebiblemente,
“ verificar” que esto es falso. Por ejemplo, los habitantes del
mundo X pueden tener cerebros bastante semejantes a los
nuestros, en lugar de diferentes. Y nosotros podemos haber
construido suficiente teoría para decir cómo se “ vería” el ce­
rebro de un ser humano si ese ser humano estuviese fingiendo
no tener dolor cuando de hecho lo tiene. Consideremos ahora
lo que requiere la historia de las “ ondas V engañosas” : re­
quiere que los habitantes del mundo X produzcan ondas V de
una manera muy diferente a la nuestra, sin especificar cuál es
esa manera diferente. Además, requiere que éste sea el caso,
aunque la hipótesis opuesta —que los cerebros de los habitan­
tes del mundo X funcionan exactamente como los cerebros
humanos (de hecho, que son cerebros humanos)— se adecúa a
todos los datos. Evidentemente, esta historia se halla en serias
dificultades metodológicas, y cualquier otra “ contra-explica­
ción que el conductista lógico trate de invocar se encontrará
en dificultades similares. En síntesis, el argumento del conduc­
tista lógico se reduce a esto: “ Usted no puede verificar corre­
laciones ‘psicofísicas’ con respecto a los habitantes del mundo
X (o al menos, usted no puede verificarlas que tengan que ver,
directa o indirectamente, con dolor) porque, por hipótesis, los
habitantes del mundo X no le dirán (ni le indicarán conductual-
mentc) cuándo tiene dolor. La ‘verificación indirecta’ —ve­
rificación que utiliza teorías que han sido ‘comprobadas’
sólo con respecto a los seres humanos— no es verificación en
lo absoluto, porque los habitantes del mundo X pueden obe­
decer leyes diferentes que los seres humanos. Y no me incum­
be a m í (dice el conductista lógico) sugerir cuáles podrían
ser esas leyes; le incumbe a usted descartar todas las demás
explicaciones.” Este es un argumento disparatado. El cientí­
fico no tiene que destacar todas las teorías ridiculas que al­
guien pudiese sugerir; sólo tiene que demostrar que ha descar­
tado cualquier teoría rival razonable que pudiera proponerse
con base en el conocimiento presente.
Concediendo, entonces, que podríamos descubrir una téc­
nica para “ leer” los pensamientos inexpresados de los habi­
tantes del mundo X, estaríamos entonces como estábamos con
respecto a los “ superespartanos” originales. Los superesparta­
nos estaban muy dispuestos a contarnos (y unos a otros) de sus
dolores; y nosotros podíamos ver que su discurso sobre el do­
lor era lingüísticamente coherente y situacionalmente apro­
piado (por ejemplo, un superespartano dirá que siente do­
lor intenso cuando uno lo toca con un atizador al rojo vi-
vo). Con base en esto, nos hallábamos totalmente dispuestos a
admitir que los superespartanos realmente sentían dolor;
tanto más fácilmente cuanto que la desviación en su conduc­
ta tenía una explicación ideológica perfectamente convin­
cente. (Nótese una vez más la función que desempeñan aquí
las consideraciones de coherencia y simplicidad.) Pero los
habitantes del mundo X también nos “ dicen” (y, quizá, uno
a otro) exactamente las mismas cosas, si bien involuntaria­
mente (por medio de las ondas Y producidas espontáneamen­
te). Así, tenemos que decir —por lo menos, mientras 110 se
haya destruido la teoría de las “ ondas V” — que los habitan­
tes del mundoX son lo que, de hecho, son: “ super-superespar-
tanos” .
Consideremos ahora un argumento muy diferente que po­
dría usar un conductista lógico. “ Usted está asumiendo” , po­
dría decir, “ el siguiente principio:

Si el cerebro de alguien está en el mismo estado que el


de un ser humano que sufre dolor (no sólo en el momen­
to del dolor, sino antes y después durante un intervalo
suficiente), entonces tiene dolor.

Además, este principio es tal que nunca sería razonable


abandonarlo (bajo su concepción de ‘metodología’). De este
modo, usted lo ha convertido en una tautología. Pero observe
lo que involucra cambiar el significado de ‘dolor’. Lo que ‘do­
lor’ significa para usted es: la presencia de dolor, en el sentido
coloquial del término, o la presencia de un estado cerebral
idéntico al estado cerebral de alguien que tenga dolor. Por su­
puesto que, en ese sentido, podemos verificar que sus ‘habi­
tantes del mundo X ’ experimentan ‘dolor’ -pero este no es el
sentido de ‘dolor’ que se discute.”
La respuesta a este argumento es que la premisa sencilla­
mente es falsa. Simplemente no es verdad que, bajo mi con-
cepeión de verificación, nunca sería razonable abandonar el
principio establecido. Para mostrar esto tengo que disculpar­
me por entretenerme con un poco más de ciencia-ficción.
Supongamos que los científicos descubren otra clase más
de ondas; llamémoslas “ ondas W” . Supongamos que las on­
das W no emanan de los cerebros humanos, sino que se de­
tectan emanando de los cerebros de los habitantes del mun­
do X. Y supongamos que, un vez más, existe un esquema
sencillo para descifrar las ondas W en castellano coherente
(o en cualquier idioma que hablen los habitantes del mundo
X), y que las ondas “ descifradas” se “ leen” así: “ ¡Ja , ja!
¡estarnos engañando a estos terrícolas! ¡Creen que las ondas
V que detectan, representan nuestros pensamientos! ¡Si su­
pieran que, en vez de fingir no tener dolores cuando realmen­
te los tenemos, estamos fingiendo fingir no tener dolores
cuando realmente los tenemos, cuando realmente no tenemos
dolores!” Bajo estas circunstancias, “ dudaríamos” (para de­
cirlo suavemente) que se mantuvieran las mismas correlacio­
nes psicol'ísicas para humanos normales que para habitantes
del mundo X. Ulteriores investigaciones podrían conducirnos
a una gama muy atnplia de hipótesis diferentes. Por ejemplo,
podríamos decidir que los habitantes del mundo X no piensan
para nada con su cerebro; que el “ órgano” de pensamiento de
los habitantes del mundo X no es precisamente el cerebro,sino
alguna estructura más amplia; quizás, incluso, una estructura
que no es “ física” en el sentido de que la integren partículas
elementales.
Lo importante de esto es que lo necesariamente verdadero
no es el principio establecido dos párrafos atrás, sino más bien
el siguiente:

Si alguien (algún organismo) está en el mismo estado


que un ser humano con dolor, en todos los aspectos per­
tinentes, entonces él (ese organismo) tiene dolor.
¡Y este principio es una tautología para los alcances de
cualquier persona! La única restricción metodológica a prio-
ri que impongo aquí es ésta:
Si algún organismo está en el mismo estado que un ser
humano con dolor, en todos los respectos que se sabe
que son pertinentes, y no hay ninguna razón para supo­
ner que existan respectos pertinentes desconocidos, en­
tonces no se postule ninguno.
Pero este principio no es una “ tautología” ; de hecho, no es
un enunciado en lo absoluto, sino una directiva metodológi­
ca; y decidir acatarla no es (como difícilmente hace falta de­
cirlo) cambiar el significado de la palabra “ dolor” , ni de nin­
guna palabra.
Hay dos posibilidades al alcance del conductista lógico:
puede sostener que atribuir dolores a los habitantes del mun­
do X, o incluso a los superespartanos, involucra un “ cambio
de significado” ,7 o puede sostener que atribuir dolores a los
superespartanos, o al menos a los habitantes del mundo X, es
“ inverificable” . Lo primero es un ejemplo de lingüística irra­
zonable; lo segundo un ejemplo de método científico irrazo­
nable. De manera similar, las maneras normales de pensar y
hablar se apoyan mutuamente: las técnicas del campo lingüís­
tico razonable están, inútil es decirlo, de acuerdo con las con­
cepciones razonables del método científico. Los locos a ve­
ces tienen sistemas alucinatorios consistentes; así, la locura y
la cordura pueden tener ambas un aspecto “ circular” . Acaso
no haya logrado, en este artículo, romper el “ sistema aluei-
natorio” de un conductista lógico comprometido; pero espe­
ro haber convencido al no comprometido de que ese sistema
no tiene por qué tomarse en serio. Si tenemos que elegir en­
tre “ círculos” , el círculo de la razón ha de preferirse a cual­
quiera de los muchos círculos de la sinrazón.
7 Este popular movimiento filosófico si' discute en “ Drcaming and ‘Deplh (ira-
minar’ ” , Analvtical Philosophy, First Series.
Referencias

Putnam, H., “ Dreaming and ‘Depth Grammar’ ” , en Butler


(ed.), Analytical Philosophy. First Series. Oxford: Basil
Blackwell, 1963. También en M'ind Language and Reality.
Cambridge University Press, 1975.

Strawson, P . F Individuáis. London, 1959.

Wittgenstein, L., Philosophical Investigation. Oxford: Basil


Blackwell, 1953.
Cerebro y conducta terminó de imprimirse el
30 de junio de 1983 en los talleres de Federa­
ción Editorial Mexicana, S.A. de C.V., Cerrada
de Popocatépetl 55-K, Col. X oco. 03330 México,
D .F., tel. 524 4322. La edición, en tiro de 2000
ejemplares, estuvo al cuidado del Instituto de
Investigaciones Filosóficas de la UNAM.
CUADERNOS DE

LA
NATURALEZA
DE LOS ESTADOS
M ENTALES
Hilary Putnam

U N IV E R S ID A D N A C I O N A L A U T Ó N O M A DE MÉXICO
INSTITUTO DE IN V ES T IG AC IO NE S FILOSÓ FIC AS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
Colección : c u a d e r n o s d e c r í t i c a
Director: E N R IQ U E v i l l a n u e v a
Secretaria: m a r g a r i t a p o n c e
CUADERNOS DE CRÍTICA 15

HILARY PUTNAM

La naturaleza
de los estados mentales
Versión castellana
de
M a r g a r it a M. V a ld és

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
1981
E l ensayo de Hilary Putnam “ The Nature oí Mental States” se publicó origi­
nalmente con el título de “ Psychological Predicates”, en Capitan y Merrill
(eds.) Art, Mind and Religión, University of Pittsburgh Press, 1967. E sta edi­
torial cedió a Crítica los derechos de la versión castellana.

D R © 1981, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Coyoacán 04510, México. D. F.
D IRECCIÓ N G E N E R A L D E PU BLIC A C IO N ES
Impreso y hecho en México
IS S N 0185-3604
Los intereses típicos de los filósofos de la mente podrían ex­
presarse mediante tres preguntas: (1) ¿Cómo sabemos que
otras personas tienen dolores? (2 ) ¿Son los dolores estados
cerebrales? (3) ¿Cuál es el análisis del concepto dolor? En
este artículo no quiero discutir las preguntas (1) y (3 ). Diré
algo acerca de la pregunta ( 2 ) .1

I. P R E G U N T A S SO B R E LA ID EN TID A D

“ ¿E s el dolor un estado cerebral?” (o bien: “ La propiedad


de tener un dolor en el tiempo t, ¿es un estado cerebral?” ) .2
Resulta imposible discutir sensatamente esta pregunta sin de­
cir algo acerca de las peculiares reglas que han surgido en el
curso del desarrollo de la “ filosofía analítica” — reglas que,
lejos de poner fin a todas las confusiones conceptuales, re­
presentan en sí mismas una considerable confusión concep­
tual. Estas reglas — que se hallan, por supuesto, implícitas
más que explícitas en la práctica de la mayor parte de los

1 He discutido estos temas, y otros afines, en mis artículos “ Brains and Beha-
vior” , “ Minds and M achines” y “ The Mental L ife of Some Machines” que
aparecen en mi libro M iné, Language and Reality, Cambridge Unir. Press, 1975.
[H ay traducción al español: véase Mentes y m áquinas comp. A.R. Anderson
u n a .m , 1970; L a vida mental de algunas máquinas, Cuadernos de Crítica No.
17, u n a m , 1971; Cerebro y comportamiento aparecerá próximamente en Cua­
dernos de Crítica, u n a m . (N. del T .) ]
2 En este trabajo quiero evitar la debatida cuestión acerca de la relación
entre los dolores y los estados de dotar. Observo sólo de pasada que es fácil
advertir la falacia de un argumento común en contra de la identificación de
estos dos, a saber, que un dolor puede estar en el brazo de uno pero un estado
(del organismo) no puede estar en el brazo de uno.
filósofos analíticos— son: (i) que un enunciado de la forma
“ ser A es ser 2?” (v. gr. “ tener dolor es estar en un determina­
do estado cerebral” ) puede ser correcto sólo si se sigue, en
algún sentido, del significado de los términos A y B ; y (n)
que un enunciado de la forma “ ser A es ser fi” puede ser
filosóficamente informativo sólo si es en algún sentido reduc-
tivo (v. gr. “ tener un dolor es tener una determinada sensa­
ción desagradable” no es filosóficamente informativo; “ tener
un dolor es tener una cierta disposición conductual” es filo­
sóficamente informativo en el caso de ser verdadero). Estas
reglas son excelentes si aún creemos que el programa de aná­
lisis reductivo (al estilo de los años treinta) puede llevarse
a cabo; si no lo creemos, convierten entonces a la filosofía
analítica en una farsa, por lo menos en la medida en que nos
interesan las cuestiones acerca de “ es” , esto es, acerca de la
identidad.
En este trabajo usaré el término “ propiedad” como un
término irrestricto para cosas tales como tener dolor, hallarse
en un estado cerebral particular, tener una disposición con­
ductual particular, etcétera — esto es, para cosas que natu­
ralmente pueden representarse mediante predicados o func-
tores monádicos o n-arios. Usaré el término “ concepto” para
cosas que pueden identificarse con clases de sinonimia de ex­
presiones. Así, el concepto de temperatura puede identificar­
se (según sostengo) con la clase de sinonimia de la palabra
“ temperatura” .3 (Esto es tanto como decir que el número 2
3 Son bien conocidas ciertas observaciones de Alonzo Church sobre este asun­
to. Dichas observaciones no afectan (como podría suponerse en un principio) la
identificación de conceptos con clases de sinonimia en cuanto tales, sino más
bien apoyan la idea de que (en la semántica form al) es necesario conservar la
distinción de Frege entre el uso normal y el uso “oblicuo” de las expresiones.
Esto es, aun si decimos que el concepto de temperatura es la clase de sinonimia
de la palabra “ temperatura” , no por ello debemos caer en el error de suponer
que “el concepto de temperatura” es sinónimo de “ la clase de sinonimia de la
palabra ‘temperatura’ ”, ya que entonces “ el concepto de temperatura” y “ der
Begriff der Temperatur” no serían sinónimos, cosa que sí son. M ás bien debe­
mos decir que el concepto de “ temperatura” se refiere a la clase de sinonimia
de la palabra “temperatura” (en esta reconstrucción p a rtic u la r); pero esa clase
se identifica, no como “ la clase de sinonimia a la que tal y cual palabra perte­
nece” sino de otra manera (v. gr como la clase de sinonimia cuyos miembros
tienen tal y cual uso característico).
puede identificarse con la clase de todos los pares. Este es
un enunciado bastante diferente del enunciado peculiar que 2
es la clase de todos los pares. Yo no sostengo que los con­
ceptos sean clases de sinonimia, sea lo que fuere que esto
pudiera significar, sino que pueden identificarse con clases
de sinonimia para los propósitos de formalización del discur­
so relevante.)
La pregunta “ ¿qué es el concepto temperatura? ” es una
pregunta muy “ chistosa” . Podría considerarse que significa:
“ ¿Qué es la temperatura? Por favor, considere que mi pre­
gunta es conceptual.” En ese caso, una respuesta podría ser
(pretendamos por un momento que “ calor” y “ temperatura”
son sinónimos) “ la temperatura es el calor” , o aun “ el con­
cepto de temperatura es el mismo que el concepto de calor” .
0 uno podría considerar que significa: “ ¿Qué son realmente
los conceptos? Por ejemplo, ¿qué es ‘el concepto de tempera­
tura’ ?” En este caso sólo Dios sabe lo que sería una “ res­
puesta” . (Tal vez sería el enunciado de que los conceptos
pueden identificarse con clases de sinonimia.)
Desde luego que la pregunta “ ¿qué es la propiedad tem­
peratura?” también es “ chistosa” , y una manera de interpre­
tarla es considerarla como una pregunta acerca del concepto
de temperatura. Pero no sería ésta la manera como la consi­
deraría un físico.
El efecto de decir que la propiedad I\ puede ser idéntica
a la propiedad P2 sólo si los términos P, y R, son, en algún
sentido apropiado, “ sinónimos” , es, para cualquier propósito
e intención, disolver las dos nociones de “ propiedad” y “ con­
cepto” y fundirlas en una sola noción. La tesis de que los
conceptos (intensiones) son lo mismo que las propiedades ha
sido explícitamente defendida por Carnap (por ejemplo, en
Meaning and Necessity). Esta parece ser una tesis desafortu­
nada, ya que “ la temperatura es la energía molecular cinética
media” es evidentemente un ejemplo perfectamente bueno
de un enunciado verdadero de identidad de propiedades, en
tanto que “ el concepto de temperatura es el mismo concepto
que el concepto de energía molcular cinética media” es sim­
plemente falso.
Muchos filósofos creen que el enunciado “ el dolor es un
estado cerebral” viola algunas reglas o normas del lenguaje.
Sin embargo, los argumentos que se ofrecen son poco con­
vincentes. Por ejemplo, si el hecho de que yo pueda saber
que tengo dolor sin saber que me encuentro en el estado cere­
bral S, muestra que el dolor no puede ser el estado cerebral S,
entonces, por el mismo argumento, el hecho de que yo pueda
saber que la estufa está caliente sin que sepa que la energía
cinética molecular es alta (o incluso que las moléculas exis­
ten) muestra que es falso que la temperatura sea la energía
molecular cinética media, aun cuando la física diga lo con­
trario. De hecho, lo único que se sigue inmediatamente del
hecho de que yo puedo saber que tengo dolor sin saber que
estoy en el estado cerebral S, es que el concepto de dolor no
es el mismo concepto que el concepto de estar en el estado
cerebral S. Pero pudiera ser que el dolor, o el estado de tener
dolor, o algún dolor, o algún estado doloroso fuese el estado
cerebral S. Después de todo, el concepto de temperatura no
es el mismo concepto que el concepto de energía cinética mo­
lecular media. Pero la temperatura es la energía cinética
molecular media.
Algunos filósofos sostiene que tanto “ el dolor es un estado
cerebral” como “ los estados de dolor son estados cerebrales”
son ininteligibles. La respuesta es explicar a estos filósofos,
tan bien como podamos, dada la vaguedad de toda metodolo­
gía científica, qué tipos de consideraciones nos conducen a
hacer una reducción empírica (esto es, a decir cosas tales como
“ el agua es H 20” , “ la luz es una radiación electromagnética” ,
“ la temperatura es la energía molecular cinética media” ).
Si, a pesar de estos ejemplos, alguien continúa manteniendo,
sin dar razones, que no puede imaginarse circunstancias pa­
ralelas para el uso de “ los dolores son estados cerebrales”
(o, tal vez, “ los estados de dolor son estados cerebrales” ),
habrá motivos para considerarlo perverso.
Algunos filósofos mantienen que ÍÍP1 es P2” es algo que
puede ser verdadero, cuando el “ es” contenido en esa expre­
sión es el “ es” de una reducción empírica, sólo en el caso de
que las propiedades P1 y P2 estén (a) asociadas con una re­
gión espaciotemporal y (b) la región sea una y la misma en
ambos casos. Así, “ la temperatura es la energía molecular
cinética media” es una reducción empírica admisible, ya que
la temperatura y la energía molecular se asocian a la misma
región espaciotemporal, pero “ tener un dolor en mi brazo es
estar en un estado cerebral” no lo es, ya que las regiones es­
paciales aludidas son diferentes.
Este argumento no parece muy sólido. ¡Ciertamente nadie
se detendrá a pensar, antes de decir que las imágenes en los
espejos son la luz reflejada por un objeto y luego por la su­
perficie del espejo, en el hecho de que una imagen puede
“ localizarse” un metro detrás del espejo! (Además, uno pue­
de encontrar siempre alguna propiedad común de las reduc­
ciones que uno está dispuesto a admitir — v. gr. la tempera­
tura es la energía molecular cinética media— , que no sea
una propiedad de alguna identificación que uno desea desauto­
rizar. Esto no resulta demasiado impresionante a menos que
uno tenga un argumento para mostrar que los propósitos mis­
mos de semejante identificación dependen de la propiedad
común en cuestión.)
Otros filósofos más han sostenido que todas las prediccio­
nes derivables de la conjunción de leyes neurofisiológicas con
enunciados tales como “ los estados de dolor son estados cere­
brales” , pueden derivarse igualmente a partir de la conjun­
ción de las mismas leyes neurofisiológicas con “ tener dolor
está correlacionado con tal y cual estado cerebral” y que, por
ende (/sic! ), no puede haber fundamentos metodológicos para
decir que los dolores, o los estados de dolor, son estados cere­
brales, por oposición a decir que están correlacionados (in­
variablemente) con estados cerebrales. Este argumento mos­
traría también que la luz está solamente correlacionada con
la radiación electromagnética. El error está en ignorar el
hecho de que, aunque las teorías en cuestión pueden efectiva­
mente conducir a las mismas predicciones, excluyen o dejan
abiertas diferentes preguntas. “ La luz está correlacionada in­
variablemente con la radiación electromagnética” dejaría
abiertas las preguntas “ ¿qué es entonces la luz, si no es lo
mismo que la radiación electromagnética?” y “ ¿qué es lo que
hace que la luz acompañe a la radiación electromagnética?” ,
las cuales se excluyen al decir que la luz es la radiación elec­
tromagnética. De manera similar, el propósito de decir que los
dolores son estados cerebrales es precisamente excluir del
campo de lo empíricamente significativo las preguntas “ ¿qué
es entonces el dolor si no es lo mismo que el estado cerebral?”
y “ ¿qué es lo que hace que el dolor acompañe al estado cere­
bral?” Si hay bases -que sugieran que estas preguntas repre­
sentan, por así decirlo, la manera equivocada de considerar el
asunto, entonces esas bases son las bases para una identifica­
ción teórica de los dolores con los estados cerebrales.
Si ninguno de los argumentos para establecer lo contrario
resulta convincente, ¿habremos entonces de concluir que es
significativo (y tal vez verdadero) decir que los dolores son
estados cerebrales, o que los estados de dolor son estados ce­
rebrales?

(1) Es perfectamente significativo (no viola ninguna “ re­


gla del lenguaje” , no supone ninguna “ extensión del
uso común” ) decir “ los dolores son estados cerebra­
les” .
(2) No es significativo (supone un “ cambio de significa­
do” o “ una exensión del uso” , etcétera) decir “ los
dolores son estados cerebrales” .

Mi posición no se expresa ni en (1) ni en (2 ). Me parece


que las nociones “ cambio de significado” y “ extensión del
uso” están tan mal definidas que de hecho uno no puede de­
cir ni (1) ni (2 ). No veo ninguna razón para creer que el lin­
güista, o el hombre de la calle, o el filósofo, posean hoy día
una noción de “ cambio de significado” aplicable a casos tales
como los que hemos estado discutiendo. La faena para la cual
se desarrolló, en la historia del lenguaje, la noción de cam-
bio de significado, era una faena mucho más burda que ésta.
Pero, si no aseveramos ni (1) ni (2) — en otras palabras,
si en este caso consideramos el asunto del “ cambio de sig­
nificado” como un pseudoasunto— , ¿cómo hemos de discu­
tir la cuestión con la que empezamos? “ ¿Es el dolor un estado
cerebral?”
La respuesta consiste en permitir enunciados de la forma “ el
dolor es A” , en donde “ dolor” y “ A ” no son de ninguna ma­
nera sinónimos, y ver si puede encontrarse algún enunciado
de dicha índole que pudiera ser aceptable sobre bases em­
píricas y metodológicas. En lo que sigue procederemos a
hacer esto.

II. ¿ E S E L D O LO R UN ESTA D O C E R E B R A L ?

Discutiremos, pues, la pregunta “ es el dolor un estado cere­


bral?” Hemos acordado hacer a un lado el asunto relativo al
“ cambio de significado” .
Puesto que no estoy discutiendo a qué equivale el concepto
de dolor, sino qué es el dolor, en un sentido de “ es” que exige
la construcción empírica de una teoría (o, al menos, la especu­
lación empírica), no ofreceré disculpas por proponer una
hipótesis empírica. De hecho, mi estrategia será alegar que el
dolor no es un estado cerebral, no sobre bases a priori, sino
sobre la base de que otra hipótesis es más plausible. El
desarrollo y la verificación detallada de mi hipótesis sería una
tarea tan utópica como el desarrollo y la verificación detalla­
da de la hipótesis de que el dolor es un estado cerebral. Sin
embargo, la postulación, no de hipótesis detalladas y cientí­
ficamente “ acabadas” , sino de esquemas para hipótesis, ha
sido por mucho tiempo una función de la filosofía. Argumen­
taré, en breve, que el dolor 110 es un estado cerebral, en el
sentido de un estado fisicoquímico del cerebro (o aun de todo
el sistema nervioso), sino otra clase enteramente diferente de
estado. Propongo la hipótesis de que el dolor, o el estado de
tener dolor, es un estado funcional de todo un organismo.
Para explicar esto es necesario introducir algunas nociones
técnicas. En trabajos anteriores he explicado la noción de una
Máquina de Turing y he discutido el uso de esta noción como
modelo para un organismo. La noción de un Autómata Proba-
bilista se* define de manera similar a la de una Máquina de
Turing, excepto en que se permite que las transiciones entre
“ estados” se den con varias probabilidades en lugar de ser
“ deterministas” . (Por supuesto, una Máquina de Turing es
sencillamente una clase especial de Autómata Probabilista,
esto es, una máquina cuyas probabilidades de transición son
0,1.) Asumiré que la noción de Autómata Probabilista se ha
generalizado de tal manera que permite “ entradas sensoria­
les” y “ salidas motoras” — es decir, la Tabla de la Máquina
especifica, para cada combinación posible de un “ estado” con
un conjunto completo de “ entradas sensoriales” , una “ instruc­
ción” que determina la probabilidad del “ estado” siguiente,
así como la probabilidad de las “ salidas motoras” . (Esto
reemplaza la idea de la Máquina que escribe en una cinta.)
También asumiré que la realización física de los órganos sen­
soriales responsables de las diferentes entradas, así como la de
los órganos motores, se halla especificada, pero que los “ esta­
dos” y las “ entradas” mismas se especifican, como es costum­
bre, sólo implícitamente, esto es, mediante el conjunto de pro­
babilidades de transición dado por la Tabla de Máquina.
Puesto que un sistema empíricamente dado puede ser a la
vez una “ realización física” de muchos Autómatas Probabi-
listas diferentes, introduzco la noción de Descripción de un
sistema. Una descripción de S, en donde S es un sistema, es
cualquier enunciado verdadero que dice que S posee los es­
tados diferentes S 3, S -,, . . . , Sv, los cuales están relacionados
entre sí, y con las salidas motoras y las entradas sensoriales,
mediante las probabilidades de transición dadas en tal y cuál
Tabla de Máquina. La Tabla de Máquina mencionada en la
descripción se llamará la Organización Funcional de S relati­
va a esa Descripción, y el S{ tal que S se halla en el estado S¡
en un momento dado, se llamará el Estado Total de S (en el
momento) relativo a esa Descripción. Hay que tener en cuen­
ta que conocer el Estado Total de un sistema relativo a una
Descripción, supone conocer en buena medida cómo es pro­
bable que el sistema se “ comporte” dadas varias combinacio­
nes de entradas sensoriales, pero no supone conocer la reali­
zación física de los S¡ como, por ejemplo, estados fisicoquí-
micos del cerebro: Los S ¡ , repitamos, se especifican sólo
implícitamente mediante la Descripción, esto es, se especifican
sólo mediante el conjunto de probabilidades de transición da­
do en la Tabla de Máquina.
La hipótesis de que “ ser un dolor es ser un estado funcio­
nal de un organismo” puede ahora explicitarse de manera más
exacta de la siguiente forma:

(1) Todos los organismos capaces de sentir dolor son Au­


tómatas Probabilistas.
(2) Todo organismo capaz de sentir dolor posee por lo me­
nos una Descripción de un cierto tipo (esto es, ser capaz de
sentir dolor es poseer una clase especial de Organización
Funcional).
(3) Ningún organismo capaz de sentir dolor puede descom­
ponerse en partes que posean separadamente Descripciones
del tipo de las mencionadas en (2 ).
(4) Para cada Descripción de la clase mencionada en (2 ),
existe un subconjunto de entradas sensoriales tal que un or­
ganismo con dicha Descripción siente dolor cuando, y sólo
cuando, algunas de sus entradas sensoriales están en ese sub­
conjunto.

Esta hipótesis es, sin lugar a dudas, vaga, aunque con toda
seguridad no es más vaga que la hipótesis del estado cerebral
tal como se halla en el presente. Por ejemplo, a uno le gusta­
ría saber más acerca de la clase de Organización Funcional
que un organismo ha de tener para ser capaz de sentir do­
lor, y más sobre los rasgos que distinguen el subconjunto de
las entradas sensoriales a las que nos referimos en (4 ). Con
respecto a la primera cuestión probablemente podamos decir
que la Organización Funcional debe incluir algo semejante a
una “ función de preferencia” , o por lo menos a un ordena
miento parcial de preferencia, y algo semejante a una “ lógica
inductiva” (esto es, la Máquina tiene que ser capaz de “ apren­
der de la experiencia” ) . * Parece necesario, además, exigir
que las máquinas posean “ sensores de dolor” , esto es, ór­
ganos sensoriales que normalmente indiquen daños al cuerpo
de la Máquina, o temperaturas, presiones, etcétera, que re­
presenten un peligro, y que dichos sensores transmitan un sub-
conjunto especial de las entradas, el subconjunto al que nos
referimos en (4 ). Finalmente, y con respecto a la segunda
cuestión, quisiéramos exigir por lo menos que las entradas en
el subconjunto distinguido tengan un valor muy bajo en la
función o el ordenamiento preferencial de la m áquina.** El
propósito de la condición (3) es el de eliminar “ organismos”
(si así pueden llamarse) tales como un enjambre de abejas,
como sujetos singulares de dolor. La condición (1) es obvia­
mente redundante y se introduce sólo por razones de la ex­
posición. (De hecho, es una condición vacía, ya que todo es
un Autómata Probabilista bajo alguna Descripción.)
Sostengo, de pasada, que esta hipótesis, a pesar de ser vaga,
es mucho menos vaga que la hipótesis del “ estado fisicoquí-
mico” tal como se presenta hoy día, y mucho más susceptible
a la investigación tanto matemática como empírica. En efecto,
investigar esta hipótesis consiste en tratar de producir mode­
los “ mecánicos” de organismos y, después de todo, ¿no es
esto acaso lo que persigue la psicología? El paso difícil, por
supuesto, consistirá en pasar de los modelos para organismos
específicos a una forma normal para la descripción psicoló­
gica de los organismos, ya que esto es lo que se requiere para
hacer más precisas las condiciones (2) y (4 ). Sin embargo,
esto también parece ser una parte inevitable del programa de
la psicología.

* E l significado de estas condiciones para los modelos de autómatas se


discute en mi artículo “ The Mental Life of Some Machines” .
* * Hay otras condiciones que se discuten en “ The Mental Life of Some
Machines” .
Ahora haré una comparación de la hipótesis que acabo de
presentar con: (i) la hipótesis de que el dolor es un estado
cerebral y (¿i) con la hipótesis de que el dolor es una dispo­
sición conductual.

III. ESTA DO F U N C IO N A L VS. ESTA D O C E R E B R A L

Acaso sea posible preguntar si no soy un tanto injusto al con­


siderar que el teórico que identifica los estados mentales con
estados cerebrales habla acerca de estados fisicoquímicas del
cerebro. Sin embargo, (a) esta es la única clase de estados
mencionados siempre por los teóricos de los estados cerebra­
les. (b) Estos teóricos generalmente mencionan (con cierto
orgullo que no deja de recordar el del “ ateo del pueblo” ) la
incompatibilidad de su hipótesis con cualquier forma de dua­
lismo o mentalismo. Esto resulta natural si son los estados fi-
sicoquímicos del cerebro los que se consideran. Sin embargo,
los estados funcionales de sistemas completos son algo bas­
tante diferente. E il particular, la hipótesis funcionalista no es
incompatible con el dualismo. Aunque resulta obvio que la
hipótesis es de inspiración “ mecanista” , es un hecho notable
que un sistema consistente en un cuerpo y un “ alma” , si es
que hay tales cosas, puede perfectamente ser un Autómata
Probabilista. (c) Un argumento presentado por Smart es que
la teoría de los estados cerebrales asume solamente propieda­
des “ físicas” , y a Smart le parecen ininteligibles las propie­
dades “ no físicas” . Los Estados Totales y las “ entradas” de­
finidos anteriormente no son, por supuesto, ni mentales ni fí­
sicos per se, y no puedo imaginar que ningún funcionalista
proponga este argumento, (d) Si el teórico de los estados men­
tales quiere referirse a estados distintos a los fisicoquímicos
(o al menos permitirlos), entonces su hipótesis es completa­
mente vacía, a menos que especifique a qué clase de “ esta­
dos” quiere referirse.
Considerando de esta manera la hipótesis de los estados ce­
rebrales, ¿qué razones tenemos entonces para preferir la hipó­
tesis de los estados funcionales a la hipótesis de los estados
cerebrales? Consideremos lo que el teórico de los estados ce­
rebrales tiene que hacer para dar validez a sus afirmaciones.
Tiene que especificar un estado fisicoquímico tal que cual­
quier organismo (no solamente un mamífero) siente dolor si
y sólo si (a) posee un cerebro con una estructura fisicoquími­
ca adecuada y (b) su cerebro está en ese estado fisicoquímico.
Esto significa que el estado fisicoquímico en cuestión tiene
que ser un estado posible de un cerebro de mamífero, de un
cerebro de reptil, de un cerebro de molusco (los pulpos son
moluscos y ciertamente sienten dolor), etcétera. Al mismo
tiempo, tiene que ser un estado que no sea posible (física­
mente posible) para el cerebro de ninguna creatura físicamen­
te posible que no pueda sentir dolor. Aun cuando pueda
encontrarse un estado semejante, tiene que ser nomológica-
mente cierto que será también un estado del cerebro de cual­
quier vida extraterrestre que pudiera descubrirse y que fuese
capaz de sentir dolor, antes de que podamos siquiera mante­
ner la suposición de que este estado sea el dolor.
No es completamente imposible que se encuentre un esta­
do semejante. Aun cuando los pulpos y los mamíferos cons­
tituyen ejemplos de una evolución paralela (más que secuen-
cial), por ejemplo, estructuras virtualmente idénticas (ha­
blando desde una perspectiva física) han evolucionado en el
ojo del pulpo y en el ojo de los mamíferos, pese al hecho
de que en los dos casos dicho órgano ha evolucionado a partir
de diferentes clases de células. Así, pues, es por lo menos
posible que las evoluciones paralelas, a través de todo el
universo, pudieran siempre conducir a uno y el mismo “ co­
rrelato” físico del dolor. Sin embargo, esta es ciertamente una
hipótesis ambiciosa.
Finalmente, la hipótesis se torna aun más ambiciosa cuando
caemos en la cuenta de que el teórico de los estados cerebra­
les no solamente dice que el dolor es un estado cerebral; lo
que le interesa mantener, por supuesto, es que todo estado
psicológico es un estado cerebral. Entonces, si podemos en­
contrar aunque sea un solo predicado psicológico que pueda
aplicarse claramente tanto al mamífero como al pulpo (di­
gamos, “ hambriento” ), pero cuyo “ correlato” fisicoquímico
sea diferente en los dos casos, la teoría del estado cerebral
se derrumba. Me parece sumamente probable que podamos
hacer eso. Concedo que en tal caso el teórico de los estados
cerebrales puede salvarse mediante supuestos ad hoc (por
ejemplo, definiendo la disyunción de dos estados como un
solo “ estado fisicoquímico” ), pero esto no tiene que tomarse
en serio.
Pasando ahora a las consideraciones en favor de la teoría
del estado funcional, comencemos por el hecho de que identi­
ficamos el dolor, el hambre, la cólera, el calor, etcétera, de
los organismos sobre la base de su conducta. Pero es una ver­
dad trillada que las similitudes en la conducta de dos sistemas
constituyen por lo menos una razón para sospechar similitudes
en la organización funcional de los dos sistemas, y una razón
mucho más débil para sospechar similitudes en los detalles
físicos que de hecho tengan. Más aun, suponemos que los dis­
tintos estados psicológicos — por lo menos los básicos, tales
como el hambre, la sed, la agresión, etcétera— tienen “ pro­
babilidades de transición” más o menos semejantes (desde
luego, dentro de límites amplios y mal definidos), entre sí
y con la conducta en el caso de especies diferentes, porque
esto es producto de la manera como identificamos estos esta­
dos. Así, no diríamos que un animal está sediento si su con­
ducta “ insaciada” no pareciera estar dirigida a beber y no
fuese seguida de una “ saciedad de líquido” . Así, cualquier
animal que consideremos capaz de tener estos estados dife­
rentes por lo menos parecerá tener una cierta clase de orga­
nización funcional. Por otro lado, como señalamos anterior­
mente, si el programa de descubrir leyes psicológicas que no
gean específicas para una especie — esto es, de hallar una
forma normal para teorías psicológicas sobre especies dife­
rentes— llegara a tener éxito en algún momento, traería
como consecuencia un delineamiento de la clase de organiza­
ción funcional que es necesaria y suficiente para un estado
psicológico dado, así como una definición precisa de la no­
ción de “ estado psicológico” . En contraste, el teórico de los
estados cerebrales tiene que esperar que algún día se desarro­
llen leyes neurofisiológicas que sean independientes de la
especie, lo cual parece mucho menos razonable que tener la
esperanza de que las leyes psicológicas (de una clase lo su­
ficientemente general) puedan ser independientes de la espe­
cie o, dicho de una forma aun más débil, que pueda encon­
trarse una forma de escribir leyes psicológicas que sea inde­
pendiente de la especie.

IV . ESTA D O F U N C IO N A L VS. D ISPO SICIO N D E CON D U CTA

La teoría que afirma que tener un dolor no es un estado


cerebral ni un estado funcional, sino una disposición conduc-
tual, tiene una ventaja aparente: parece concordar con la
manera como verificamos que los organismos tienen dolor.
En la práctica no sabemos nada acerca del estado cerebral
de un animal cuando decimos que siente dolor, y tenemos poco
o ningún conocimiento acerca de su organización funcional,
excepto de una manera intuitiva burda. De hecho, sin em­
bargo, esta “ ventaja” no constituye ninguna ventaja, ya que,
aunque los enunciados acerca de cómo verificamos que x es
A pueden tener mucho que ver con lo que es el concepto de
ser A, tienen muy poco que ver con lo que e5 la propiedad A.
Argumentar, sobre la base recién mencionada, que el dolor
no es ni un estado cerebral ni un estado funcional, es seme­
jante a argumentar que el calor no es la energía molecular
cinética media a partir del hecho de que la gente común no
descubre (según piensa) la energía molecular cinética media
de algo cuando verifica que está caliente o frío. No es necesa­
rio que lo haga: lo necesario es que los signos que toma como
indicaciones de calor sean de hecho explicados por la energía
molecular cinética media. Así, de manera semejante, nuestra
hipótesis requiere que los signos que se toman como indica­
ciones conductuales del dolor se expliquen por el hecho de
que el organismo está en un estado funcional de la clase
apropiada, pero no que los hablantes sepan que esto es así.
Las dificultades propias de las explicaciones en términos
de “ disposiciones conductuales” son tan ampliamente conoci­
das que aquí me limitaré a recordarlas. La dificultad ( de
hecho parece ser más que una simple “ dificultad” ) de espe­
cificar la disposición conductual requerida excepto como “ la
disposición de X a comportarse como si X sintiera dolor” , es
desde luego la más importante. En contraste, podemos espe­
cificar, al menos en términos generales, el estado funcional
con el que pretendemos identificar el dolor, sin usar la no­
ción de dolor. El estado funcional que tenemos en mente es,
a saber, el estado de recibir entradas sensoriales que juegan
determinado papel en la Organización Funcional del organis­
mo. Este papel se caracteriza, al menos parcialmente, por el
hecho de que los órganos sensoriales responsables de las en­
tradas en cuestión son órganos cuya función es la de detectar
daño al cuerpo, o extremos peligrosos de temperatura, pre­
sión, etcétera, y por el hecho de que, cualquiera que sea la
realización física de las “ entradas” mismas, el organismo les
asigna un alto valor negativo. Como he subrayado en “ The
Mental Life of Some Machines” , esto no significa que la má­
quina habrá siempre de evitar hallarse en la condición en
cuestión ( “ dolor” ) ; sólo significa que dicha condición será
evitada a menos que el no evitarla sea necesario para alcanzar
alguna otra meta más altamente valorada. Dado que la con­
ducta de la máquina (en este caso un organismo) dependerá
no solamente de las entradas sensoriales sino también del
Estado Total (es decir, de otros valores, creencias, etcétera),
parece inútil hacer cualquier enunciado general acerca de
cómo tiene que comportarse un organismo en tal condición,
pero esto no significa que tengamos que abandonar toda es­
peranza de caracterizar la condición. De hecho, acabamos
de caracterizarla.4

4 En “ The Mental L ife of Some M achines” se discute una característica más


(de alguna manera independiente) de las entradas de dolor en términos de
modelos de autóm atas: a saber, la espontaneidad de la inclinación a retraer la
parte lastimada, etcétera. Esto hace surgir el problema de dar un análisis fun-
La teoría de la disposición conductual no sólo parece irre­
mediablemente vaga, sino que parece claramente falsa si la
“ conducta” a la que se refiere es la conducta periférica y los
estímulos relevantes son los estímulos periféricos (v. gr. no
se dice nada acerca de lo que el organismo haría si se le
opera el cerebro). Por ejemplo, dos animales con todos los
nervios motores cortados tendrán la misma conducta presente
y potencial (esto es, ninguna, por así decirlo); pero si uno de
ellos tiene cortadas las fibras del dolor y el otro las tiene
intactas, entonces uno de ellos sentirá dolor y el otro no. De
la misma manera, si una persona tiene cortadas las fibras del
dolor y otra suprime deliberadamente, a causa de una fuerte
compulsión, todas las respuestas al dolor, entonces la conduc­
ta periférica presente y potencial puede ser la misma, pero
una sentirá dolor y la olra no. (Algunos filósofos sostienen
que este último caso es conceptualmente imposible, pero la
única prueba de esto parece ser que ellos no pueden, o no
quieren, concebirlo.)5 Si en lugar del dolor tomamos alguna
sensación cuya “ expresión corporal” sea más fácil de supri­
mir — digamos, la sensación de frío en el dedo meñique iz­
quierdo de una persona— el argumento se vuelve aun más
claro.
Finalmente, aun si hubiese alguna disposición conductual
invariablemente correlacionada con el dolor ( ¡ independiente­
mente de la especie!), y susceptible de especificarse sin usar
el término “ dolor” , seguiría siendo más plausible identificar
el tener un dolor con algún estado cuya presencia explicase
esta disposición conductual — el estado cerebral o el estado
funcional— que con la disposición conductual misma. Tales
consideraciones con respecto a la plausibilidad pueden ser de
alguna manera subjetivas, pero si todas las circunstancias
fuesen iguales (por supuesto, no lo son), ¿por qué no habría-

cional de la noción de inclinación espontánea, lo cual se discute en dicho artículo.


Desde luego, otras características más acuden fácilmente a la mente, por ejem ­
plo, que las sensaciones de dolor están (o parecen estar) localizadas en las
diferentes partes del cuerpo.
5 Cfr. la discusión de los “super-espartanos” en mi artículo “ Brains and
Behavior” , en mi libro citado en la nota 1.
mos de permitir que las consideraciones con respecto a la
pJausibilidad jugasen el papel decisivo?

V . CO N SID ER A C IO N ES M ETO D O LO G ICA S

Hasta aquí hemos considerado solamente lo que podría lla­


marse las razones “ empíricas” para decir que tener dolor es
un estado funcional, más que un estado cerebral o una dis­
posición conductual; es decir, que parece más probable que
el estado funcional que hemos descrito esté invariablemente
“ correlacionado” con el dolor, independientemente de la es­
pecie, que el que haya un estado fisicoquímico del cerebro
(¿tiene que tener cerebro un organismo para sentir dolor?
Quizá le basten algunos ganglios.) o una disposición conduc­
tual correlacionados de esa manera. Si esto es correcto, en­
tonces se sigue que la identiifcación que hemos propuesto es
por lo menos un candidato digno de considerarse. ¿Qué pasa
con las consideraciones metodológicas?
Las consideraciones metodológicas son, a grandes rasgos,
semejantes en todos los casos de reducción, de manera que no
debemos esperar sorpresas aquí. Primero, la identificación de
estados psicológicos con estados funcionales significa que las
leyes de la psicología pueden derivarse de enunciados de la
forma “ tales y cuales organismos tienen tales y cuales Des­
cripciones” junto con los enunciados de identificación ( “ te­
ner dolor es tal y cual estado funcional” , etcétera). Segundo,
la presencia del estado funcional (esto es, de entradas que
juegan el papel que hemos descrito en la Organización Fun­
cional del organismo) no está meramente “ correlacionado
con” la conducta de dolor por parte del organismo, sino que
de hecho la explica. Tercero, la identificación sirve para ex­
cluir preguntas que representan (suponiendo que el punto de
vista naturalista es correcto) una manera totalmente equivo­
cada de considerar la cuestión, esto es, preguntas tales como
“ ¿qué es el dolor si no es el estado cerebral ni el estado fun­
cional?” y “ ¿qué es lo que causa que el dolor vaya siempre
acompañado de este tipo de estado funcional?” En suma, la
identificación ha de aceptarse tentativamente como una teoría
que conduce tanto a predicciones fructíferas como a preguntas
.fructíferas, y que sirve para desalentar preguntas empírica­
mente sin sentido, en donde por “ empíricamente sin sentido”
quiero decir “ sin sentido” no solamente desde el punto de
vista de la verificación, sino desde el punto de vista de lo
que de hecho es.

Lecturas adicionales*

Boden, Margaret, Artificial Intelligence and Natural Man.


Harvester Press, Sussex, Inglaterra, 1977.
Dennett, Daniel, Brainstorms. Bradford Books, Vermont,
1978.
----- -— , Contení and Consciousness. Routledge and Kegan
Paul, Londres, 1969.
Minsky, Marvin, Computation, Finite and Infinite Machines.
MIT Press, Cambridge, Mass., 1967.
Nelson, R. J. Introduction to Autómata. John Wiley, Nueva
York, 1968.
Tilomas, Stephen, The Formal Mechanics of Mind. The Har­
vester Press, Sussex, Inglaterra, 1978.
Ringle, Martin, (ed.) Philosophical Perspectives on Artificial
Intelligence. Humanities Press and Harvester Press, Nue­
va York, 1978.

* Recomendadas por el traductor.


L a naturaleza de los estados men­
tales se acabó de imprimir el día
17 de diciembre de 1981 en los
talleres de la Imprenta Madero,
S. A., Avena 102, México 13,
D. F. L a edición estuvo al Cui­
dado del Instituto de Inves­
tigaciones Filosóficas. Se tiraron

1,300 ejemplares.
CUADERNOS DE

LA
VIDA MENTAL
DE ALGUNAS
MAQUINAS
Hilary Putnam

U N IV E R S ID A D N A C IO N AL A U T Ó N O M A DE MÉXICO
INSTITUTO DE IN V ES T IG AC IO NE S FILOSÓ FIC AS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
Colección : CU AD ERNO S D E C R ÍTIC A
Director: E N R IQ U E v i l l a n u e v a
Secretaria: m a r g a r i t a p o n c e
CUADERNOS DE CRÍTICA 17

HILARY PUTNAM

La vida mental
de algunas máquinas

Versión castellana
de
M a r t iia G o r o s t iz a

INSTITUTO D E INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
1981
E l ensayo de Hilary Putnam, “ The Mental Life of some M achines” se publicó
originalmente en H-N. Castañeda (e d .), Intentionality, Minds and Perception,
Wayne State University Press, 1967. Esta editorial cedió a Crítica los derechos
de la versión castellana.

D R © 1981, Universidad N acional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Coyoaeán 04510, México, D. F.
D IRECCIÓ N g e n e r a l d e p u b l i c a c i o n e s
Impreso y hecho en México
IS S N 0185-2604
i.

En este artículo quiero discutir la naturaleza de varias nocio­


nes “ mentalistas” en términos de una analogía con las máqui­
nas. En el trabajo titulado “ Minds and Machines” * traté de
mostrar cómo los temas conceptuales implicados en el tradi­
cional problema mente-cuerpo no tienen nada que ver con el
carácter supuestamente especial de la experiencia humana
subjetiva, sino que surgen en cualquier sistema computacio-
nal de cierta riqueza y complejidad; en particular, en cual­
quier sistema de computación capaz de construir teorías
acerca de su propia naturaleza. En aquel trabajo yo estaba
interesado principalmente en los temas relacionados con la
identidad mente-cuerpo. En el presente artículo el punto focal
será más bien un intento por esclarecer el carácter de nocio­
nes tales como preferir, creer, sentir. Espero mostrar, al con­
siderar el uso de estas palabras en relación a una analogía
con las máquinas, que las alternativas tradicionales — mate­
rialismo, dualismo, conductismo lógico— son incorrectas aun
en el caso de estas máquinas. Mis objetivos no son meramente
destructivos; espero, al indicar cuál es el carácter de estas
palabras en el caso de las máquinas, sugerir hasta cierto punto
cuál es el carácter de su aplicación a los seres humanos.
Un problema que no discutiré, excepto por estas observa­
ciones preliminares, es el problema de hasta qué punto la apli­
cación de términos tales como “ preferencia” a máquinas de
Turing representa un cambio o una extensión de significado.
* [Capítulo 18 del libro de Putnam Mind, Language and Reality, Camb­
ridge University Press, 1975.]
No discutiré esta cuestión; como se aclarará más tarde, no es
muy relevante para mi empresa. Aun si el sentido en que
puede decirse que las máquinas de Turing que describiré
“ prefieren” una cosa a otra es muy diferente y de muchas
maneras al sentido en el que se dice que un ser humano pre­
fiere una cosa a otra, esto no contraría nada de lo que sosten­
go. Lo que sostengo es que el ver por qué los análogos del
materialismo, el dualismo y el conductismo lógico son falsos
en el caso de estas máquinas de Turing, nos permitirá ver por
qué estas teorías son incorrectas en el caso de los seres huma­
nos ; y ver lo que estos términos podrían significar en el caso
de las máquinas de Turing podrá al menos sugerirnos impor­
tantes rasgos lógicos de estos términos, que anteriormente los
filósofos han pasado por alto.
En este artículo, entonces, voy a considerar una “ comuni­
dad” hipotética formada por “ agentes” , cada uno de los cua­
les es, de hecho, una máquina de Turing, o más precisamente,
un autómata finito. (De las muchas definiciones equivalentes
útiles de “ autómata finito” , la más útil para los propósitos
presentes es la que resulta si la definición de una máquina de
Turing se modifica especificando que la cinta deberá ser fi­
nita.) Las máquinas de Turing que quiero considerar diferi­
rán de las máquinas de Turing abstractas consideradas por la
teoría lógica en que las consideraremos equipadas de órganos
sensoriales, por medio de los cuales podrán escudriñar su me­
dio ambiente, y de órganos motrices apropiados, que serán
capaces de controlar. Podemos pensar que los órganos senso­
riales causarán que ciertos “ reportes” se impriman en la cinta
de la máquina en ciertos momentos, y podemos pensar que la
máquina está construida de manera que, cuando imprima ejj
su cinta ciertos símbolos “ operantes” , sus órganos motores
ejecuten las acciones apropiadas. Esta es la generalización
natural de una máquina de Turing que permita una interac­
ción con el medio ambiente.
El concepto fundamental que queremos discutir es el con­
cepto de preferencia. A fin de dar a este concepto un conte­
nido formal respecto a la conducta de estos “ agentes” , supon­
dremos que cada uno de estos agentes se describe por medio de
una función de preferencia racional, en el sentido de la teoría
económica.1 Supondremos que nuestras máquinas de Turing
son lo bastante complejas para hacer estimaciones razonable­
mente buenas de la probabilidad de varios estados de cosas.
Dada una estimación inductiva hecha por la máquina, la con­
ducta de la máquina estará entonces completamente determina­
da por el hecho de que la máquina ha de obedecer una regla:
actuar a manera de maximizar la utilidad estimada.
E l lector deberá notar que el término “ utilidad” es com­
pletamente eliminable aquí. Lo que estamos diciendo es que
hay, asociada a cada máquina, una cierta función matemática
llamada función de utilidad, tal que esa función junto con
otra función, la función de “ grado de confirmación” de la
máquina, determina completamente la conducta de la má­
quina de acuerdo a cierta regla y a ciertos teoremas del cálcu­
lo de probabilidades. (Cf. Carnap, 1950, pp. 253-79.) Abre­
viando, nuestras máquinas son agentes racionales en el
sentido en que este término se usa en la lógica inductiva y en
la teoría económica. Si las funciones de preferencia racio­
nal de estas máquinas se asemejan a las funciones de prefe­
rencia racional de seres humanos ideales, y las habilidades
computacionales de las máquinas son aproximadamente igua­
les a las habilidades computacionales de los seres humanos,
entonces la conducta de estas máquinas se asemejará cercana­
mente a la conducta de los seres humanos (ideales). Podemos
complicar este modelo introduciendo en la conducta de estas
máquinas ciertas irracionalidades que se parezcan a las irra­
cionalidades en la conducta de los seres humanos reales (v. gr.
fallas en la transitividad de la preferencia), pero esto no se
intentará aquí.
¿Qué significa entonces “ preferir” , aplicado a una de estas

1 Von Neumann, 1953, pp. 2ós, et al. Von Neumann y Morgenstern pien­
san tal función como una asignación de coordenadas (en un espacio ra-di-
mensiohal) a objetos, siendo la suma de coordenadas el “ valor” del objeto.
Aquí será conveniente pensar de tal función como una función que asigna una
“ utilidad” a “ mundos posibles” (o “ enuncia descripciones” en el sentido de
C a m a p ).
máquinas? En principio, significa simplemente que la fun­
ción que controla la conducta de la máquina (más precisa­
mente, la función que, junto con la lógica inductiva de la
máquina, controla la conducta de la máquina) asigna un valor
más alto a la primera alternativa que a la segunda. Aun desde
el principio podemos ver que la relación entre preferencia y
conducta va a ser bastante complicada para estas máquinas.
Por ejemplo, si una de estas máquinas prefiere A a B, no se si­
gue necesariamente que, en cualquier situación concreta, va a
elegir A en vez de B. Para decidir si va a elegir A en vez de B,
la máquina tendrá que considerar cuáles serán las probables
consecuencias de su elección en la situación concreta, y esto
puede muy bien poner en juego otros “ valores” de la máqui­
na además de la preferencia que la máquina asigna a A so­
bre B. Podríamos decir que, si la máquina prefiere A a B,
entonces eso significa que, ceteris paribus, la máquina elegirá
A en vez de B, y podríamos perder toda esperanza de explici-
tar alguna vez la cláusula ceteris paribus de un modo preciso.
De manera análoga, Miss Anscombe2 ha sugerido que, si
alguien intenta no tener un accidente, entonces eso significa
que, ceteris paribus, elegirá métodos de manejar de un lugar
a otro que probablemente minimicen la oportunidad de tener
un accidente. E lla ha sugerido que en esta clase de caso la
cláusula ceteris paribus no podría, en principio, explicitarse
en detalle. Sobre estas bases, ha procedido a sugerir una di­
ferencia fundamental entre lo que llama razón práctica y razón
científica. Esta conclusión, sin embargo, deberá verse con
alguna sospecha. E l hecho es que Miss Anscombe ha mostrado
que ciertos métodos propuestos para explicitar la cláusula
ceteris paribus en cuestión, no funcionarían; pero estos méto­
dos tampoco funcionarían en el caso de nuestras máquinas.
Difícilmente se sigue que nuestras máquinas exhiban, en su
“ conducta” ordinaria, una forma de razonamiento fundamen­
talmente diferente del razonamiento científico. Por el contra­
rio, dada una función de preferencia racional, actuar siempre
2 Anscombe, 1957, pp. 59-61. Deseo enfatizar que el punto de vista que estoy
criticando aparece en sólo tres páginas de lo que considero un excelente libro.
a manera de maximizar la utilidad estimada es exhibir un ra­
zonamiento científico de muy alto nivel.
Miss Anscombe podría replicar que los seres humanos rea­
les no tienen funciones de preferencia racional. Sin embargo,
Von Neumann y Morgenstern han mostrado, y éste es el re­
sultado fundamental en esta área, que cualquier agente cuyas
preferencias sean siempre consistentes se comporta de una
manera que puede interpretarse en términos de al menos una
función de preferencia racional. Miss Anscombe podría re­
plicar que los seres humanos reales no tienen preferencias
consistentes; pero esto sería decir que la diferencia entre
razón práctica y razón científica es que la razón práctica es
con frecuencia más o menos irracional — que el razonamien­
to práctico de todo el mundo es irracional en algunas áreas.
Esto es cómo decir que la lógica deductiva es diferente, en
principio, de la lógica contenida en cualquier libro de texto
porque el razonamiento deductivo de todo el mundo es malo
en algunas áreas. El hecho es que los comentarios de Miss Ans­
combe sobre las intenciones supuestamente deben aplicarse,
no sólo a la conducta intencional de seres humanos más o
menos irracionales, sino también a la conducta intencional
de un ser humano idealmente racional con un rico y complejo
sistema de valores. Yo pienso que esto se ve bastante claro
ai leer todo su libro. Pero para un agente tal, una de las con­
clusiones más importantes es simplemente falsa: el razona­
miento práctico de tal agente no sería, como hemos visto, en
nada diferente del razonamiento científico.3

■ 3 Algunas de las diferencias entre el razonamiento práctico y el teórico seña­


lad as por M iss Anscombe pueden sostenerse. Por ejemplo, que la prem isa prin­
cipal debe mencionar algo deseado, y que la conclusión debe ser una acción
(aunque, “ no hay objeción a inventar una clase de palabras con las cuales él
acompañe su acción, lo que podríamos llam ar la conclusión en una forma verba-
lizada” ; ibid,, p. 6 0 ). Lo que yo objeto es la pretensión de que la conclusión
(en “ forma-verbalizada” ) no se sigue deductivamente de las prem isas (por lo
menos en muchos casos — cf. su n. 1 en la p. 58) ni puede hacerse que se
siga, a menos que la premisa mayor sea una premisa “ insensata” que nadie acep­
taría. Esto lleva a M iss Anscombe al punto de vista de que Aristóteles, en
réálM ad ,. se ocupaba e n '“ describir un orden que está ahí. cada vez que se
ejecutan acciones con intenciones” (p. 7 9 ). Esto se acerca peligrosamente a
sugerir que ejercer el razonamiento práctico es meramente ejecutar acciones
El meollo del asunto, en pocas palabras, es que el
razonamiento práctico es fundamentalmente diferente del ra­
zonamiento científico si pensamos que el razonamiento cien­
tífico consiste en silogismos, cuyas premisas pueden, en
principio, explicitarse exactamente; y si pensamos que el ra­
zonamiento práctico consiste en lo que podríamos llamar “ si­
logismos prácticos” , cuyas premisas deben, en todos los casos
interesantes, contener cláusulas ceteris paribus ineliminables.
Sin embargo, el razonamiento científico efectivo involucra
modos de conectar premisas y conclusiones mucho más com­
plejos que el silogismo; y la toma de decisiones, ya sea real
o idealizada, involucra modos de razonamiento que se des­
criben con demasiada inexactitud forzándolos dentro del mol­
de tradicional del “ silogismo práctico” . La compleja consi­
deración de múltiples alternativas y de valores conflictivos sí
admite una esquematización deductiva; pero no el tipo de
esquematización deductiva considerada por Miss Anscombe
(y por Aristóteles).
Antes de proseguir, me gustaría hacer un comentario que
podría quizá prevenir algún malentendido. Una máquina de
Turing es simplemente un sistema que tiene un conjunto dis­
creto de estados relacionados dé una cierta manera. Usual­
mente pensamos que una máquina de Turing posee una me­
moria en la forma de una cinta de papel en la que imprime
símbolos; sin embargo, esto podría considerarse como una
mera metáfora. En cambio, en el caso de un autómata finito,
esto es, una máquina de Turing cuya cinta es finita en vez de
potencialmente infinita, la cinta puede pensarse físicamente
realizada en la forma de cualquier sistema finito de almace-

con intenciones. Mary Mothersill, en Mothersill, 1962, erítica a M iss Anscombe


en este mismo punto, pero parece no comprender la fuerza de su argumento.
Decir, como Mothersill, que “ hacer todo lo conducente a no Chocar con el
coche” tiene una interpretación “ no-insensata” , es con seguridad verdadero,
pero no ayuda, ya que en la interpretación no-insensata “ haz esto” no se sigue
deductivamente de la prem isa mayor junto con “ esto es conducente a no chocar
con el coche” — esto puede no ser una acción apropiada, y “ haz todo” significa
(en la interpretación “ no insensata” ) “haz todo lo apropiado” (ibid., p. 445).
Mothersill parece suponer que “ asumiendo las condiciones apropiadas’’ podría
explicitarse, pero esto es justo lo que Anscombre está negando.
naje de memoria. Lo que queremos decir con “ símbolo” es
simplemente cualquier clase de huella que pueda colocarse
en este almacén de memoria y más tarde “ escudriñarse” me­
diante algún mecanismo. Podemos generalizar aun más per­
mitiendo que la máquina imprima más de un símbolo a la
vez y que escudriñe más de un símbolo a la vez. Turing ha
demostrado que estas generalizaciones dejan a la clase de las
máquinas de Turing esencialmente inalteradas. Nótese, en­
tonces, que una máquina de Turing 110 necesita siquiera ser
uná “ máquina” . Una máquina de Turing podría muy bien ser
un organismo biológico. El problema de si un ser humano real
es una máquina de Turing (o más bien, un autómata finito),
o de si el cerebro de ser humano es una máquina de Turing,
es un problema empírico. Hoy es día no sabemos de nada
estrictamente incompatible con la hipótesis de que ustedes y
yo somos, todos y cada uno, máquinas de Turing, aunque sa­
bemos algunas cosas que hacen que esto sea improbable. Ha­
blando estrictamente, una máquina de Turing ni siquiera
necesita ser un sistema físico; cualquier cosa capaz de pasar
por una sucesión de estados en el tiempo puede ser una má­
quina de Turing. Así, al dualista cartesiano que gusta con­
siderar la mente humana como un sistema autocontenido con
alguna clase de interacción causal con el cuerpo, podría de­
círsele que, desde el punto de vista de la lógica pura, es
enteramente posible que la mente humana sea una máquina
de Turing (asumiendo que la mente humana es capaz de un
conjunto grande, pero finito, de estados, lo que ciertamente
parece verdadero). A una persona que crea que los seres
humanos tienen alma y que la personalidad y la memoria
residen en el alma, y que ésta sobrevive a la muerte corporal,
podría decírsele otra vez que, desde el punto de vista de la
lógica pura, es enteramente posible que un alma humana sea
una máquina de Turing, o mejor dicho, un autómata finito.
Aun cuando es probable que los estados del cerebro formen
un conjunto discreto, y que los estados mentales humanos
también formen un conjunto discreto, sin importar qué signi­
ficado pueda darse a la noción un tanto ambigua de estado
mental, es improbable que la mente, o bien el cerebro, sean
máquinas de Turing. Razonando a priori, uno supondría
más probable que la interconexión entre los diversos estados
cerebrales y estados mentales de un ser humano sea probabi-
lista más que determinista, y que las respuestas retrasadas
jueguen un papel importante. Sin embargo, la evidencia em­
pírica es escasa. La razón es que un autómata cuyos estados
estén conectados por leyes probabilistas y cuya conducta im­
plique retrasos en las respuestas, puede ser arbitrariamente
bien simulado por la conducta de una máquina de Turing. De
este modo, debido a la naturaleza del caso, los meros datos
empíricos no bastan para decidir entre la hipótesis de que
el cerebro humano (o la mente, respectivamente) es una má­
quina de Turing y la hipótesis de que es una clase más
compleja de autómata, con relaciones probabilistas y respues­
tas retrasadas.
Hay, sin embargo, otro aspecto en el que nuestro modelo
es ciertamente demasiado simplificado, aun si el cerebro hu­
mano y la mente humana son máquinas de Turing. Como ya
se ha observado, la condición necesaria y suficiente para que
la conducta de alguien, en un momento dado, sea consistente
con la asignación de alguna función de preferencia racional,
es que sus elecciones sean consistentes —-v. gr. si prefiere A
a B, y prefiere B a C, entonces prefiere A a C. Pero incluso
este débil axioma de transitividad es violado por las preferen­
cias de muchas, quizá de todas las personas reales. Así, pues,
es dudoso que el patrón de preferencias de cualquier ser
humano real sea consistente con la asignación de una función
de preferencia racional. Por otra parte, aun si el patrón de
preferencias de alguien es consistente con la asignación de
una función de preferencia racional, es dudoso que las per­
sonas obedezcan consistentemente la regla: maximizar la uti­
lidad estimada. f
Y, finalmente, nuestro modelo no es dinámico. Es decir, no
permite el cambio, en el tiempo, de la función de preferencia
racional, aunque esta última característica puede modificar­
se. Así, nuestro modelo es extremadamente simple y extrema-
(Jámenle racional en varios sentidos. No obstante, sería fácil
en principio, aunque quizá imposible en la práctica, complicar
nuestro modelo en todos estos aspectos — hacer que el modelo
sea dinámico, permitir irracionalidades en la lógica inductiva
de la máquina, permitir desviaciones de la regla: maximizar
la utilidad estimada. Pero no creo que ninguna de estas com­
plicaciones afectaría las conclusiones filosóficas logradas en
este trabajo. En otras palabras, no creo que las conclusiones
filosóficas de este trabajo cambiarían si reemplazáramos la
noción de máquina de Turing por la noción de una máqui-
na-K, en donde la noción de máquina-K fuera lo bastante
rica y compleja para que los cerebros y las mentes humanas
fueran, literalmente, máquinas-K.
Además de decir que son máquinas de Turing y que tienen
funciones de preferencia racional, no diré nada más de mis
hipotéticos “ agentes” . Podrían ser artefactos, podrían ser or­
ganismos biológicos, podrían ser incluso seres humanos. En
particular, no especificaré en ningún lugar de este trabajo si
los “ agentes” de mi “ comunidad” son vivientes o no vivien­
tes, conscientes o no conscientes. Hay, sin embargo, un sentido
en el cual podemos decir de estos agentes, haciendo caso omiso
de su realización física, que están conscientes de ciertas cosas
y no conscientes de otras. Por otra parte, si tienen períodos
de lo que corresponde al sueño, hay un uso de “ consciente” e
“ inconsciente” en el cual podemos decir que están “ conscien­
tes” en ciertas ocasiones e “ inconscientes” en otras.

II. M A T E R IA L ISM O

No se necesita demostrar, pienso yo, que el dualismo carte­


siano es insostenible como una descripción de la “ vida inte­
rior” de estas máquinas y de la relación de esa vida interior
con su conducta. Los “ agentes” son simplemente ciertos siste­
mas de estados en cierta interrelación causal: todos sus esta­
dos están causalmente interrelacionados. No hay dos “ mun­
dos” separados, un “ mundo” de estados “ interiores” y un
“ mundo” de estados “ exteriores” , en alguna clase peculiar
de correlación o conexión. No son fantasmas dentro de má­
quinas de Turing, son máquinas de Turing.
Pero ¿qué con el materialismo? Si el materialismo como
doctrina filosófica es una explicación correcta de la vida
mental de cualquier organismo, entonces ciertamente deberá
ser correcto como explicación de lo que corresponde a la “ vida
mental” de estos agentes — al menos si imaginamos a los
agentes como realizados por autómatas construidos de flip-
flops, relevadores, tubos al vacío, etc. Pero aun en este último
caso argumentaré que el materialismo tradicional es inco­
rrecto.
El materialismo tradicional (que para los filósofos de nues­
tros días es, en buena medida, un blanco ficticio fácil de re­
futar) sostiene que las palabras de conducta mental son
definibles en términos de conceptos referentes a la compo­
sición fisicoquímica. Si esto es correcto, entonces el predica­
do prefiere A a B '' debería ser definible en términos de la
composición fisicoquímica de nuestras máquinas de Turing.
Pero, de hecho, no hay una inferencia lógica válida de per­
mita pasar de la premisa de que una de nuestras máquinas de
Turing tenga una cierta composición fisicoquímica a la con­
clusión de que prefiere A a B, en el sentido explicado ante­
riormente, ni de la premisa de que prefiere A a B a la con­
clusión de que tiene una cierta composición fisicoquímica.
Estos son enunciados lógicamente independientes acerca de
las máquinas de Turing, aunque sólo sean máquinas.
Verifiquemos esto rápidamente. Supongamos que se nos
da la premisa de que T, prefiere A a B . Podemos inferir que
Tt debe haberse programado de una cierta manera. En par­
ticular, su programa debe incluir una función de preferencia
racional que asigne un valor más alto a A que a B. Suponga­
mos que no sólo se nos da esta información, sino que se nos
da la tabla de máquina específica de la máquina . Ni aun
así podemos extraer inferencia alguna acerca de la composi­
ción fisicoquímica de T, , por la razón de que la misma má­
quina de Turing (desde el punto de vista de la tabla de
máquina) puede ser físicamente realizada en una potencial
infinidad de maneras. Aun si de hecho una máquina pertene­
ciente a nuestra comunidad prefiere A a B cuando y sólo cuan­
do el flip-flop 57 está encendido, éste es un hecho puramente
contingente. Nuestra máquina podría haber sido exactamente
la misma en todo aspecto “ psicológico” sin consistir para
nada de flip-flops.
¿Qué pasa con las inferencias en sentido opuesto? Supon­
gamos que se nos da la información de que la máquina í\
tiene una cierta composición fisicoquímica: ¿podemos infe­
rir que tiene una cierta función de preferencia racional? Esto
se reduce a la pregunta: ¿podemos inferir la tabla de máqui­
na de la máquina a partir de su composición fisicoquímica?
Como asunto empírico, no hay duda de que podemos, por lo
menos en casos simples. Pero lo que nos concierne aquí es
la cuestión de inferencias lógicamente válidas, no empírica­
mente factibles. A fin de saber que una máquina tiene cierta
tabla de máquina, debemos saber de cuántos estados significa­
tivamente diferentes es capaz la máquina, y cómo están
causalmente relacionados. Esto no puede inferirse a partir
de la composición fisicoquímica de la máquina, a menos que,
además de saber su composición fisicoquímica, también se­
pamos las leyes de la naturaleza. No tenemos que conocer
todas las leyes de la naturaleza, sólo tenemos que conocer un
conjunto finito relevante; pero no hay manera de especificar
de antemano exactamente qué conjunto finito de leyes de la
naturaleza tendrá que darse, además de la composición fisi­
coquímica de la máquina, antes de que seamos capaces de
mostrar que la máquina en cuestión tiene cierta tabla de má­
quina. Del solo hecho de que una máquina tenga una cierta
composición fisicoquímica no se sigue que tenga, o que no
tenga, cualquier particular función de preferencia racional y,
por lo tanto, que prefiera o no prefiera A a B.
Dadas una descripción de la composición fisicoquímica de
la máquina y una declaración de todas las leyes de la natu­
raleza (por simplicidad, asumiremos que éstas son finitas),
¿podemos inferir que la máquina prefiere A a B ? Suponga­
mos, por motivos de precisión, que las leyes de la naturaleza
son de la clase del atomismo clásico; esto es, que describen
cómo se comportan las partículas elementales, y que hay una
función de composición que nos permite decir cómo se con­
ducirá cualquier complejo aislado de partículas elementales.
Finalmente, la composición fisicoquímica de la máquina se
describe al describir un cierto complejo de partículas elemen­
tales. Aun en este caso, no podemos, como cuestión de lógica
pura, deducir de los enunciados dados, que la máquina tiene
una particular tabla de máquina o una particular función de
preferencia racional, a menos que, además de dársenos la
composición fisicoquímica de la máquina y las leyes de la
naturaleza, se nos dé la premisa adicional (que, desde un
punto de vista formal, es Un enunciado lógicamente indepen­
diente) de que se nos ha dado la descripción de toda la má­
quina. Supongamos, a fin de dar un ejemplo, que además de
partículas elementales existen entidades desconocidas por la
teoría física — “ paquetes de ectoplasma” — y que la máquina
total consta de partículas elementales y de algunos “ paquetes
de ectoplasma” en una compleja especie de interreláción cau­
sal. Entonces, cuando damos la composición fisicoquímica de
la máquina, en el sentido usual, sólo estamos describiendo
una subestructura de la máquina total. De esta descripción
de la subestructura, más las leyes de la naturaleza en el sen­
tido ordinario (las leyes que gobiernan la conducta de siste­
mas aislados de partículas elementales), podemos deducir
cómo se comportará esta subestructura mientras no ocurran
interacciones con el resto dé la estructura (los “ paquetes de
ectoplasma” ). Puesto que no es un hecho de lógica pura el
que la descripción fisicoquímica de la máquina sea la des­
cripción de toda la máquina, uno no puede, por pura lógica,
deducir que la máquina tiene alguna particular tabla de má­
quina, o una particular función de preferencia racional, a
partir de la composición fisicoquímica de la máquina y de las
leyes de la naturaleza.
La situación recién descrita es lógicamente análoga a la
situación que surge cuando ciertos filósofos intentan conside­
rar las generalizaciones universales como conjunciones (posi­
blemente in finitas); esto es, se ha propuesto analizar el enun­
ciado “ todos los cuervos son negros” como “ a, es un cuervo
3 es negro) & (a, es un cuervo 3 a2 es negro) & (a 3 es un
cuervo ^ a3 es negro) . . . ” donde a ,, a2, . . . es una lista po­
siblemente infinita de constantes individuales que designan a
todos los cuervos. El error aquí es que, aun cuando esta con­
junción se sigue en verdad del enunciado de que todos los
cuervos son negros, el enunciado de que todos los cuervos son
negros no se sigue de la conjunción sin la premisa universal
adicional: “ alt a2, . . . son todos los cuervos que hay” . Podría
sostenerse que la posibilidad de que existan agentes causales
desconocidos por la física moderna, y que no consistan de
partículas elementales, es tan remota que debe ignorarse. Pe­
ro esto es abandonar enteramente el contexto del análisis lógi­
co. Por otra parte, sólo tenemos que reflexionar un momento
para recordar que hoy en día conocemos una multitud de
agentes causales que habrían quedado fuera de cualquier in­
ventario de “ lo que hay en el mundo” hecho por un físico del
siglo diecinueve. Los átomos y sus componentes tipo sistema
solar, electrones y nucleones, posiblemente podría haberlos
adivinado el físico del siglo diecinueve, pero ¿qué de los
mesones, y qué de los quanta del campo gravitacional, si es
que acaso existen? No, la hipótesis de que cualquier inven­
tario incluya una lista de todos los últimos “ bloques de cons­
trucción” del proceso causal es sintética y no puede ser con­
siderada verdadera por la lógica pura.
E l materialismo es, como lo he admitido anteriormente,
un blanco ficticio de fácil refutación. Los materialistas mo­
dernos (o teóricos de la identidad, como prefieren llamarse)
no sostienen que la intensión de términos tales como “ prefe­
rencia” pueda darse en términos fisicoquímicos, sino sólo que
hay un referente físico. Su formulación sería, a grandes ras­
gos, que preferir A a B es sintéticamente idéntico a poseer
ciertas características más o menos estables de la composi­
ción fisicoquímica (v. gr. “ preferir A a B es un estado más
o menos duradero de la corteza cerebral humana” ) . Esto lleva
a la dificultad de que la preferencia es un universal, no un
particular — preferir A a B es una relación entre un organis­
mo y una alternativa— y el “ es” apropiado para los univer­
sales aparece como el “ es” del análisis del significado. De­
cimos, por ejemplo, que ''la solubilidad es la propiedad que
algo posee si y sólo si es el caso de que si estuviera en agua se
disolvería” . No decimos: “ la solubilidad es una cierta es­
tructura fisicoquímica” , sino más bien que la solubilidad de
aquellas substancias que son solubles se explica por el hecho
de que posean cierta estructura fisicoquímica. De manera si­
milar, en el caso de nuestras máquinas, lo que diríamos es
que preferir A a B es poseer una función de preferencia ra­
cional que asigna un valor más alto a A que a B. Si decimos,
además, que preferir A a B es “ sintéticamente idéntico” a
poseer una estructura fisicoquímica — digamos, un cierto pa­
trón de flip-flops— , entonces nos metemos en lo que a mí me
parece una notable e insuficientemente motivada extensión de
uso. Por ejemplo, si la misma máquina de Turing se realiza
físicamente de dos maneras muy diferentes, entonces, aun
cuando no sólo la función de preferencia racional, sino toda
la tabla de máquina, es la misma en los dos casos, tendremos
que decir que “ preferir A a B es algo distinto en el caso de
la máquina 1 y de la máquina 2” . De manera similar, ten­
dremos que decir que “ creer” es algo diferente en los dos ca­
sos, etc. Sería mucho más claro decir que la realización de la
tabla de máquina es diferente en los dos casos. Sin embargo,
hay aquí una serie de sutilezas de las que conviene estar
consciente.
Por principio de cuentas, lo que se ha dicho hasta aquí
sugiere el punto de vista incorrecto de que dos propiedades
sólo pueden ser analíticamente idénticas, y no sintéticamente
idénticas. Esto es falso. Sea “ a-,” una constante individual
que designa una particular hoja de papel, y supongamos que
yo escribo una única palabra: “ rojo” , en esa hoja de papel.
Entonces el enunciado “ la propiedad rojo es idéntica a la pro­
piedad designada por la única palabra escrita en a ^ es un
enunciado sintético.4 Sin embargo, ésta es la única manera en
la cual las propiedades pueden ser “ sintéticamente idénti­
cas” , y los enunciados “ la solubilidad es una cierta estruc­
tura molecular” , “ el dolor es la estimulación de las fibras C” ,
no son de esta clase, como uno puede fácilmente convencerse.
Hasta aquí he sugerido que, aparte del enunciado sintético
de identidad antes citado, el criterio para la identidad de dos
propiedades es la sinonimia, o equivalencia en algún sentido
analítico, de los designadores correspondientes. En mi ar­
tículo “ Minds and Machines” señalé que para ciertas clases
de entidades abstractas — v. gr. situaciones, eventos— . esto
no parece ser correcto, y que podría haber razones para aban­
donar este punto de vista aun en el caso de las propiedades.
En ese trabajo cité el “ es” de la identificación teórica
(por ejemplo, el “ es” ejemplificado por enunciados tales
como “ el agua es ELO” , “ la luz es radiación electromagnéti­
ca” ), y sugerí que algunas propiedades podrían ser conec-
tables por esta clase de “ es” . Pero esto no ayudaría al teó­
rico de la identidad. (Esto representa un cambio de punto
de vista en relación con mi trabajo anterior.) Aun si estamos
dispuestos a decir “ ser P es ser Q” en algunos casos en que
los designadores “ P” y “ (?” no son sinónimos, deberíamos
requerir que los designadores sean equivalentes y que esta
equivalencia sea necesaria, por lo menos en el sentido de físi­
camente necesaria. De este modo, si una particular compo­
sición fisicoquímica resultara la explicación de todos los ca­
sos de solubilidad, no sería enteramente inmotivada la ex­
tensión del uso ordinario efectuada al decir que la solubilidad
es la posesión de esa particular composición fisicoquímica.
Hay en mi trabajo anterior un argumento en favor del pare­
cer de que esto no sería necesariamente un “ cambio de signi­
ficado” . Una cosa así no puede suceder en el caso presente.
No podemos descubrir leyes en virtud de las cuales sea física­

* M ás simplemente, “ azul es el color del cielo” es un enunciado sintético de


identidad que concierne a las propiedades. Este ejemplo se debe a N eil Wilson
de la Universidad de Duke, con quien estoy en deuda por el esclarecimiento del
tema de la identidad de propiedades.
mente necesario que un organismo prefiera A a B si y sólo si
está en un cierto estado fisicoquímico. Pues sabemos de an­
temano que tales leyes serían falsas. Serían falsas porque, aun
a la luz de nuestros conocimientos actuales, podemos ver que
una máquina de Turing cuya realización física sea factible,
puede serlo de una multitud de maneras totalmente diferen­
tes. Por tanto, no puede haber una estructura fisicoquímica
cuya posesión sea condición necesaria y suficiente para pre­
ferir A a B, aun si tomamos “ necesario” en el sentido de fí­
sicamente necesario y no en el sentido de lógicamente nece­
sario. Y ponerse a hablar de que las propiedades son “ idénti­
cas en algunos casos” porque sucede que son coextensivas en
esos casos sería, no sólo un cambio de significado, sino un
cambio de significado más bien arbitrario.
Hasta aquí, hemos atribuido a nuestras máquinas sólo dis­
posiciones de “ vías múltiples” [ multi-tracked dispositions] ,
tales como la preferencia y la creencia, pero no estados más o
menos transitorios, como los estados de sensación. Por su­
puesto, hemos equipado a nuestras máquinas con órganos sen­
soriales y, si suponemos que estos órganos sensoriales no son
perfectamente confiables, entonces, como argumenté en mi
trabajo anterior, es fácil ver que la distinción entre aparien­
cia y realidad surgirá automáticamente en la “ vida” de la
máquina. Podemos clasificar ciertas configuraciones de estas
máquinas como “ impresiones visuales” , “ impresiones tácti­
les” , etc. Y ¿qué pasa con sensaciones tales como el dolor?
Adaptando convenientemente la discusión de Stuart Hamp-
shire en su Feeling and Expression, podemos introducir en
nuestro modelo una contrapartida del dolor. La idea de
Hampshire es que las sensaciones son estados caracterizados
por el hecho de que dan origen a ciertas inclinaciones. Por
ejemplo, el dolor es normalmente, aunque no invariablemente,
ocasionado por un daño en alguna parte del cuerpo y da ori­
gen a la inclinación a retirar la parte del cuerpo que parece
dañada y a evitar aquello que causa el daño doloroso en cues­
tión. Estas inclinaciones son, en cierto sentido, espontáneas
—este punto debe enfatizarse para no exponer esta explica­
ción a objeciones perjudiciales. Esto es, cuando X lastima mi
mano, la inclinación a retirar mi mano de X surge enseguida
y sin raciocinio de mi parte. Puedo contestar a la pregunta:
“ ¿Por qué retiras tu mano de X ? ” diciendo “ X está lastiman­
do mi mano” . Uno no sigue preguntando: “ Pero ¿por qué
es ésa una razón para retirar tu mano de X ?” El hecho de
que el que X esté lastimando mi mano sea ipso facto una ra­
zón para retirar mi mano de X se fundamenta en, y presu­
pone, la espontaneidad de mi inclinación a retirar mi mano
de X cuando estoy en el estado en cuestión.
Equipemos entonces a nuestras máquinas con “ señales de
dolor” (esto es, señales que normalmente serán ocasionadas
por un daño en alguna parte del “ cuerpo” de la m áquina), con
“ fibras de dolor” y “ estados de dolor” . Estos “ estados de do­
lor” serán causados normalmente por un daño en alguna parte
del cuerpo de la máquina y darán origen a inclinaciones es­
pontáneas a evitar lo que cause el dolor en cuestión. Pienso
que podemos ver cómo introducir en nuestro modelo la no­
ción de inclinación: las inclinaciones pueden tratarse como
modificaciones, de duración más o menos corta, de la función
de preferencia racional de la máquina. Temporalmente, la
máquina asigna un valor muy alto a “ sacar el brazo de ahí” .
Por supuesto, este cambio temporal de la función de preferen­
cia racional de la máquina no deberá confundirse con un cam­
bio a largo plazo en la conducta de la máquina, ocasionado
por el aprendizaje de que algo que previamente no sabía que
es doloroso, es doloroso. Esto último puede incluirse dentro
de la función de preferencia racional de la máquina y no ne­
cesita explicarse suponiendo que la experiencia del dolor
haya cambiado la función de preferencia racional, a largo
plazo, de la máquina (aun cuando, en un modelo dinámico,
podría hacerlo). En cierto sentido, esto complica el modelo
de Hampshire: 5 los estados de dolor se caracterizan, al mismo
tiempo, por la inclinación momentánea y espontánea a la que

s Sin embargo, otros aspectos del modelo de Hampshire se omiten aq u í: el


papel de las respuestas imcondicionadus, la “ supresión” de las inclinaciones, y
el papel de la imitación.
dan origen y por el valor negativo que la función básica de
preferencia racional de la máquina asigna a lo que la máqui­
na ha aprendido, por experiencia, que la pone en estos es­
tados.
Las anteriores observaciones en contra de identificar la
preferencia con una particular composición fisicoquímica se
aplican ahora, con igual fuerza, en contra de identificar el
dolor con una particular composición fisicoquímica. Suponga­
mos que las fibras de dolor de las máquinas son de cobre y
que éstas son las únicas fibras de cobre de las máquinas. To­
davía resultaría absurdo decir: “ El dolor es la estimulación
de las fibras de cobre” . Si decimos esto, entonces tendríamos
que decir que el dolor es algo diferente en el caso de la má­
quina 1 y en el caso de la máquina 2, si la máquina 1 tiene
fibras dolientes de cobre y la máquina 2 tiene fibras dolien­
tes de platino. Nuevamente parece más claro decir lo que ya
hemos dicho antes: que el “ dolor” es un estado de la máquina
normalmente ocasionado por un daño ocurrido en el cuerpo
de la máquina y caracterizado porque da origen a “ inclina­
ciones” a. . .etc., y evitar la formulación: “ El dolor es sin­
téticamente idéntico a la estimulación de las fibras de cobre”
en favor de una formulación más clara: “ La máquina está
físicamente realizada de manera que las vibraciones de ‘do­
lor’ viajan por medio de fibras de cobre.”

III. CO N D U CTISM O LÓ G ICO

Hemos visto que los enunciados acerca de las preferencias


de nuestras máquinas no son lógicamente equivalentes a
enunciados concernientes a la composición fisicoquímica de
estas máquinas. ¿Serán quizá lógicamente equivalentes a enun­
ciados concernientes a la conducta efectiva y potencial de es­
tas máquinas? Para contestar esta pregunta es conveniente
ampliar la discusión y considerar, no sólo enunciados acerca
de las preferencias de nuestras máquinas, sino también enun­
ciados acerca dé süs “ conocimientos” , sus “ creencias” y su
“ conciencia sensorial” . Al ampliar de esta manera la discu­
sión, es fácil ver que la respuesta a nuestra pregunta es nega­
tiva . Consideremos dos máquinas, Tx y 7'2, que difieren de
la siguiente manera: T1 tiene “ fibras de dolor” que han sido
cortadas, así que Tx es incapaz de “ sentir dolor” . T,, no tiene
cortadas las fibras de dolor, pero tiene una función de prefe­
rencia racional poco usual. Esta función de preferencia ra­
cional es tal que, si T2 cree que cierto evento ha ocurrido, o
que cierta proposición es verdadera, entonces T2 asignará un
valor relativamente infinito a ocultar el hecho de que sus fi­
bras de dolor no están cortadas. En general, % sostendrá
que sus fibras de dolor han sido cortadas; cuando se le inte­
rrogue, afirmará que es incapaz de “ sentir dolor” y suprimirá
su inclinación a dar evidencia conductual de sentir dolor. Si
T2 no cree que un evento crítico ha ocurrido o que una propo­
sición crítica es verdadera, entonces T> no tendrá razón para
ocultar el hecho de que es capaz de “ sentir dolor” y se com­
portará de manera muy distinta que Tx. En este caso, pode­
mos decir que una máquina es una realización física de T„ , y
no de Tx, con sólo observar su conducta.
Sin embargo, una vez que 7\ y T2 han sido ambas infor­
madas de que el evento crítico ha ocurrido o de que la pro­
posición crítica es verdadera, entonces no hay manera de
distinguirlas en el terreno conductual. Esto equivale a decir
que la hipótesis de que una máquina sea una instancia de Tt
que cree que un evento crítico ha ocurrido lleva exactamente
a las mismas predicciones, respecto a toda conducta efectiva
y potencial, que la hipótesis de que una máquina sea una
instancia de Tz que cree que un evento crítico ha ocurrido o
que una proposición crítica es verdadera. En suma, ciertas
combinaciones de creencias y de funciones de preferencia ra­
cional que sean bastante diferentes llevarán exactamente a la
misma conducta efectiva y potencial.
He argumentado en “ Brains and Behavior” * que exacta­

* [Capítulo 16 de Mind, Language and Reálity, ed. cit. Aparecerá próxima­


mente en español: Cerebro y comportamiento, Cuadernos de Crítica.]
mente esto mismo es verdadero en el caso de los seres huma­
nos. Esto quiere decir que dos seres humanos pueden tender
a conducirse de la misma manera bajo todas las posibles cir­
cunstancias, uno por una razón normal y el otro por una com­
binación de razones absolutamente anormal. Si permitimos
que la habilidad computacional o la inteligencia de la má­
quina varíe, este punto se aclara aún más. Considérese el
problema de distinguir entre una máquina con una función de
preferencia normal, pero una inteligencia más bien baja, y
otra máquina equipada con una inteligencia muy superior
pero con una función de preferencia racional anormal que
asigna un valor relativamente infinito a ocultar su alta inteli­
gencia. Es claro que esta diferencia no es enteramente incon­
trastable. Si se nos permite desarmar las máquinas para ver
qué pasa adentro de ellas, podremos decir si una máquina
dada es una instancia del primer tipo o una instancia del se­
gundo tipo, pero se entiende claramente que no hay manera
de distinguirlas sin examinar la composición interna de las
máquinas en cuestión. Esto es, combinaciones muy diferen­
tes de habilidades computacionales, creencias y funciones de
preferencia racional pueden llevar exactamente a la misma
conducta, no sólo en el sentido de la misma conducta efectiva,
sino también en el sentido de la misma conducta potencial
bajo todas las circunstancias posibles.
Sea Ti una máquina de baja inteligencia y sea Tz una má­
quina de inteligencia más alta que está simulando la conduc­
ta de 7, . Se podría preguntar en qué consiste precisamente la
mayor inteligencia de T-,. Pues podría consistir en dos cosas.
En primer lugar, T2 puede estar imprimiendo en su cinta
muchas cosas que no contengan señales de operación y que,
por lo tanto, constituyan un simple monólogo interior. T., pue­
de estar resolviendo problemas matemáticos, analizando la
psicología de los seres humanos con los que entra en contac­
to, escribiendo comentarios cáusticos sobre las instituciones y
costumbres humanas, etc. T2 ni siquiera necesita contener un
subsistema de estados que de alguna manera se asemejen a
los estados o a las computaciones de Tx. T2 podría ser lo bas­
tante inteligente como para determinar lo que T, haría en
cualquier situación particular sin reconstruir efectivamente
los procesos de pensamiento por los que T, llega a tal deci­
sión. Esto sería análogo al caso de un ser humano cuya con­
ducta de ninguna manera fuese algo fuera de lo ordinario,
pero que, sin saberlo nadie más, disfrutara de una vida inte­
rior rica e insólita.
Se observará que las máquinas que hemos estado conside­
rando tienen todas, en algún sentido, funciones de preferencia
racional patológicas, esto es, funciones de preferencia racio­
nal que asignan un valor relativamente infinito a algo. Asignar
un valor relativamente infinito a algo significa simplemente
preferir eso en todas las alternativas, sean las que fueren.
Supongamos que llamamos no patológica a una función de
preferencia racional si no asigna un valor relativamente in­
finito a nada, excepto posiblemente a la supervivencia de la
máquina misma. Sea t la teoría de que todos los sistemas inte­
ligentes que de hecho existen poseen funciones de preferencia
racional no patológicas. Entonces, puede mostrarse que el
enunciado de que una máquina con habilidades computacio-
nales fijas tiene una particular función de preferencia ra­
cional es equivalente, bajo t, a decir que tiene una cierta clase
de conducta efectiva o potencial. De hecho, decir que una má­
quina tiene una particular función de preferencia racional es
equivalente, bajo t, a decir que bajo toda circunstancia se
comporta exactamente como se comportaría una máquina con
una particular función de preferencia racional. Esto, sin em­
bargo, no justifica al conductismo lógico, aunque anda muy
cerca de ello. E l conductismo lógico, en el caso de nuestras
máquinas, sería la tesis de que el enunciado de que una má­
quina tiene una particular función de preferencia racional es
lógicamente equivalente a algún enunciado acerca de la con­
ducta efectiva o potencial de la máquina. Lo correcto es que
hay una teoría t, que es muy probablemente verdadera (o
cuya análoga en el caso de los organismos es muy probable­
mente verdadera), tal que en la teoría t todo enunciado de la
forma “T prefiere A a B ” es equivalente a un enunciado acerca
de la conducta efectiva y potencial de T. Pero hay toda la di­
ferencia del mundo entre la equivalencia como un asunto
exclusivo de la lógica y la equivalencia dentro de una teoría
sintética.
En cierto sentido, la situación respecto al conductismo ló­
gico es muy similar a la situación respecto al materialismo.
En relación al materialismo, vimos que, aunque el enunciado
de que una máquina tiene una cierta tabla de máquina no es
lógicamente equivalente al enunciado de que tiene cierta com­
posición fisicoquímica, se sigue del último enunciado, dentro
de una teoría sintética; a saber, la teoría que consiste en las
leyes de la naturaleza junto con un enunciado de completad,
esto es, el enunciado de que no existe ningún agente causal
además de las partículas elementales y las combinaciones de
partículas elementales, y que éstas sólo poseen el grado de
libertad que la teoría física les atribuye. Claro está, fácil­
mente puede verse que hay una clase C de composiciones
físicas tales que el enunciado de que una máquina tiene una
particular tabla de máquina es equivalente, dentro de la teo­
ría sintética mencionada, al enunciado de que su composición
física pertenece a la clase C. Puesto que el enunciado de que
la máquina prefiere A a B, o de que tiene cierta creencia, o
de que “ siente dolor” , etc., es verdadero sólo si es verdadera
una adecuada conjunción de dos enunciados — el primero de
los cuales dice que la máquina tiene cierta tabla de máquina,
mientras que el segundo describe la configuración total de la
máquina en el instante presente-— y puesto que alguna con­
junción tal puede ser verdadera, asumiendo la teoría sinté­
tica a la que se ha aludido, sólo si la composición física de la
máquina pertenece a una muy grande clase C * de composi­
ciones físicas, podemos ver que el enunciado, cualquiera que
sea, será equivalente, dentro de la teoría sintética mencionada,
al enunciado de que la composición física de la máquina per­
tenece a tal clase C *.
De manera similar, asumiendo la teoría sintética a la que
se ha aludido en relación al conductismo lógico — la teoría
de que ninguna máquina tiene una función de preferencia ra­
cional patológica— , cualquier enunciado acerca de la “ vida
mental” de una de nuestras máquinas será equivalente a algún
enunciado acerca de su conducta efectiva y potencial.
Dado un “ agente” de nuestra “ comunidad” hipotética, ésta
es nuestra situación: con suficiente información acerca de la
conducta efectiva y potencial de este agente, podemos inferir
con relativa certeza que el agente prefiere A a B ; o de otro
modo, con suficiente información acerca de la composición
fisicoquímica del agente (y suficiente conocimiento de las
leyes de la naturaleza) podemos inferir con relativa certeza
que el agente prefiere A a B. Pero estas dos inferencias no
apoyan las pretensiones del conductismo lógico ni las del
materialismo, respectivamente. Ambas son inferencias sintéti­
cas llevadas a cabo dentro de teorías sintéticas.
Pero, podría preguntarse, ¿cómo podemos saber que la su­
posición de la inexistencia de una función de preferencia ra­
cional patológica, o bien la suposición de la completud res­
pecto de la teoría física, es correcta? Creo que la respuesta es
la misma en ambos casos. Cada suposición se justifica mien­
tras no haya una buena razón para pensar que podría ser
falsa. Si esto es correcto, entonces las inferencias acerca de la
vida mental de cualquier sistema real empíricamente dado
podrían justificarse perfectamente; pero nunca serán inferen­
cias analíticas si las premisas sólo dan información acerca
de la conducta efectiva y potencial del sistema y acerca de
su composición fisicoquímica. Tales inferencias son siempre
“ revocables” : siempre hay circunstancias forzadas bajo las
cuales las premisas podrían retenerse y la conclusión anu­
larse.
Revisando lo que he escrito, debo confesar un cierto senti­
miento de decepción. Me parece que lo que he dicho aquí es
demasiado obvio y trivial para que valga la pena decirlo, aun
cuando, claro está, ciertos filósofos estarían en desacuerdo.
Pero al mismo tiempo me parece que estas observaciones, aun
cuando parecen obvias, podrían sugerir algo acerca de la na­
turaleza de nuestros conceptos mentalistas que no es nada
común señalar. Lo que sugiero es esto: parece que saber con
certeza que un ser humano tiene una creencia particular, o una
preferencia, o lo que sea, implica saber algo acerca de la
organización funcional de este ser humano. Aplicada a las
máquinas de Turing, la organización funcional está dada por
la tabla de máquina. Una descripción de la organización fun­
cional de un ser humano bien podría ser algo bastante dife­
rente y más complicado. Pero lo importante es que las des­
cripciones de la organización funcional de un sistema son de
una clase lógicamente diferente de las descripciones de su
composición fisicoquímica, así como de las descripciones de
su conducta efectiva y potencial. Si las discusiones de la filo­
sofía de la mente son con frecuencia curiosamente insatisfac­
torias, yo pienso que es porque esta noción, la noción de orga­
nización funcional, ha pasado inadvertida o se confunde con
nociones de especies enteramente diferentes.
CO M EN T A R IO S

por Alvin Plantinga

Mr. Putnam quiere demostrar que las propuestas tradiciona­


les respecto al problema mente-cuerpo — dualismo cartesia­
no, conductismo lógico y materialismo, tanto antiguo como
moderno— son incorrectas. Se propone hacerlo demostrando
que ninguna de ellas da cuenta adecuadamente de las “ vidas
mentales” de una comunidad hipotética de máquinas de Tu­
ring; pretende que “ ver por qué los análogos del materialis­
mo, dualismo y conductismo lógico son falsos en el caso de
estas máquinas de Turing, nos permitirá ver por qué estas
teorías son incorrectas en el caso de los seres humanos” . Lo
que yo tengo que decir se refiere sólo a su discusión del dua­
lismo cartesiano y del materialismo moderno.
Evidentemente, Putnam considera obvio que el dualismo
cartesiano es insostenible como explicación de la vida inte­
rior de sus agentes hipotéticos; yo no pienso que sea obvio
para nada. ¿Sería posible que una cierta clase de par ordena­
do de máquinas de Turing fuera a su vez una máquina de
Turing? Esto es relevante de la siguiente manera: Putnam
señala que una máquina de Turing no necesita ser siquiera un
sistema físico; al dualista cartesiano “ uno podría decirle que,
desde el punto de vista de la lógica pura, es enteramente po­
sible que la mente humana sea una máquina de Turing” . Lo
que Putnam dice aquí implica, según me parece, que es lógi­
camente posible que algo sea a la vez una máquina de Turing
y una mente cartesiana, donde una mente cartesiana es cual­
quier cosa que tenga todas las propiedades que, desde el pun­
to de vista cartesiano, son necesarias y suficientes para que
algo sea una mente humana. Pero yo supondría también po­
sible que algo sea a la vez una máquina de Turing y un cuer­
po cartesiano. Además, nada en la caracterización que
Putnam hace de una máquina de Turing parece excluir la
posibilidad de que una máquina de Turing que sea una mente
cartesiana sostenga con otra, que sea un cuerpo cartesiano, la
relación — llamémosla R— que, desde el punto de vista de
Descartes, la mente humana sostiene con el cuerpo humano.
Ahora supongamos que un par ordenado cuyos elementos son
una mente cartesiana y un cuerpo cartesiano que están en R,
pueda a sú vez ser una máquina de Turing. Si esto es así,
entonces, por todo lo que Putnam nos dice, cada miembro de
su comunidad hipotética podría ser justamente uno de tales
pares ordenados y, entonces, cada uno de ellos sería precisa­
mente aquello de lo que el dualismo cartesiano es una des­
cripción correcta. De esta manera, si es posible que tal par
ordenado sea una máquina de Turing, el dualismo cartesiano
podría muy bien ser una descripción correcta de la vida in­
terior de los agentes de Putnam.
Por otra parte supongamos que, para un par ordenado cu­
yos miembros sean una mente cartesiana y un cuerpo carte­
siano relacionados por R, es imposible ser una máquina de
Turing. Entonces, en verdad, se seguiría que el dualismo car­
tesiano no es una descripción correcta de los agentes de Put­
nam. Pero ¿cómo es que el hecho de ver que el análogo del
dualismo cartesiano es falso en el caso de estas máquinas nos
permite ver que la teoría es falsa en el caso de los seres huma­
nos? Quizá ninguna máquina de Turing pueda ser un par
ordenado de la clase que mencioné anteriormente; pero de
eso no se sigue que no haya tales pares ordenados, ni tampoco
que las personas no sean tales pares ordenados. Lo que se
sigue es sólo que, si las personas son pares ordenados de esta
clase, entonces no son máquinas de Turing. Y esta conclusión
puede aceptarla con ecuanimidad el dualista cartesiano. Pues­
to que Putnam mismo considera improbable que las personas
sean máquinas de Turing, me siento inclinado a concluir que
no nos ha dado razón alguna para rechazar al dualismo car­
tesiano como teoría acerca de los seres humanos.
Mi segundo comentario se refiere a la discusión de Putnam
en torno al materialismo moderno o teoría de la identidad.
Putnam emprende la demostración de que esta teoría no es
una explicación correcta de la “ vida mental” de sus máquinas
y, en consecuencia, puede suponerse que tampoco es una ex­
plicación correcta de la vida mental de los seres humanos. Con
una excepción que mencionaré más tarde, los argumentos que
opone a la teoría de la identidad no incluyen premisas que
mencionen máquinas de Turing o se refieran a ellas; en lo
que respecta al argumento de Putnam contra la teoría de la
identidad, las máquinas de Turing parecen ser irrelevantes.
Según la teoríá de la identidad, dice Putnam, hay un estado
físico S tal que preferir A a B es contingentemente idéntico
a poseer S. Putnam señala entonces que preferir A a B es un
universal; y también lo es poseer S. Pero, arguye, los univer­
sales U y U’ son contingentemente idénticos sólo bajo condi­
ciones muy especiales; y universales tales coma preferir A a
B y poseer S no llenan estas condiciones. Yo encuentro que este
argumento es totalmente confuso, pues no alcanzo a ver cuá­
les podrían ser las condiciones especiales a las que se refiere.
Sin embargo, dudo que el teórico de la identidad desearía
discutir la conclusión de Putnam; pues me inclino a pensar
que, cuando dice: tener un dolor es, en realidad, estar en un
cierto estado neurológico S ’, el teórico de la identidad no desea
afirmar la identidad de ningunos universales. Lo que desea
afirmar es que toda instancia del universal tener un dolor es
contingentemente idéntica a alguna instancia del universal
poseer el estado neurológico S ’ ; y que toda instancia del uni­
versal preferir A a B es contingentemente idéntica a alguna
instancia del universal poseer S. Entonces, dentro de esta teo­
ría, el universal preferir A a B no necesita ser idéntico, ni
contingentemente ni de ninguna otra manera, al universal
poseer S ; pero el que Jones pref iera A a B en el tiempo t es
contingentemente idéntico a que Jones posea S en t. Por su­
puesto, con más generalidad, esta teoría sostiene que para ca­
da estado mental M Hay un estado corporal B tal que, para
cualquier persona P y tiempo t, el que P esté en M en t es con­
tingentemente idéntico a que P esté en B en t. Esta teoría no es
vulnerable a ninguna de las objeciones que Putnam despliega
en contra del materialismo moderno. Yo podría equivocarme
al suponer que ésta es la teoría que los materialistas modernos
desean sostener; no obstante, Putnam debió haberla conside­
rado, pues las palabras en las que él mismo enuncia la teoría
de la identidad están abiertamente sujetas a esta interpreta­
ción. Es concebible que alguien pudiera sostener que la teoría
de la identidad sólo es verdadera si es causalmente o física­
mente necesario que alguien prefiera A a B si se encuentra
en algún estado fisicoquímico S. Putnam sugiere este punto
de vista Pero declara:

No podemos descubrir leyes en virtud de las cuales sea fí­


sicamente necesario que un organismo prefiera A a B si
y sólo si está en un cierto estado fisicoquímico. Pues sabe­
mos de antemano que tales leyes serían falsas. Serían falsas
porque, aun a la luz de nuestros conocimientos actuales,
podemos ver que una máquina de Turing cuya realización
física sea factible, puede serlo en una multitud de maneras
totalmente diferentes. Por tanto, no puede haber una estruc­
tura fisicoquímica cuya posesión sea condición necesaria y
suficiente para preferir A &B, aun si tomamos “ necesario”
en el sentido de físicamente necesario y no en el sentido de
lógicamente necesario.

Ahora bien, lo que Putnam ha demostrado aquí es que (a) no


hay un estado fisicoquímico S tal que sea físicamente nece­
sario que una máquina de Turing prefiera A a B si se en­
cuentra en el estado S. Pero, por supuesto, esto no implica
que (b) no hay un estado fisicoquímico S ’ (al que sea física­
mente necesario que un organismo prefiera A a B si y sólo
si está en 5 ’ ; y tampoco implica que (c) no hay un estado
fisicoquímico S tal que sea físicamente necesario que un ser
humano prefiera A a tí si y sólo si está en S. Tras una refle­
xión superficial me parece que, si cualquier premisa es tal
que su conjunción con (a) implica (b), se trata de un notorio
círculo vicioso, o bien, es tal que su conjunción con (a) im­
plica la falsa proposición de que es necesario que toda má­
quina de Turing sea un organismo. Por tanto, no parece haber
esperanza alguna para este argumento.
Podríamos preguntarnos si hay alguna otra línea de obje­
ción que pudiera esgrimirse plausiblemente en contra de la
teoría de la identidad. Un planteamiento que se ha sugerido
algunas veces es el siguiente: consideremos el estado mental
“ la creencia de Jones en p ” . Esta creencia podría tener, por
ejemplo, la propiedad de estar apoyada en toda la evidencia
disponible. Supongamos que lo está. Sin embargo, ningún es­
tado fisicoquímico puede tener la propiedad de estar apoyado
en toda la evidencia. Sino que, para cualquier x y y, si x es
idéntica a y, entonces x tendrá todas las propiedades de y, y
ninguna más. Por tanto, no hay ningún estado fisicoquímico
que sea idéntico a la “ creencia de Jones en p ” .
Este argumento tiene cierta plausibilidad; pero infortuna­
damente una de sus premisas -—que para cualquier x y cual­
quier y, si x es idéntica a y, entonces x tiene todas las propie­
dades que tiene y, y ninguna más— es falso en esta forma
irrestricta. Podemos verlo en lo que sigue: Digamos que x es
necesariamente rojo si y sólo si x no es rojo es contradictorio.
El objeto rojo que está sobre mi escritorio es necesariamente
rojo, ya que la proposición el objeto rojo que está sobre mi
escritorio no es rojo es contradictoria. Sin embargo, el objeto
rojo que está sobre mi escritorio es idéntico al cenicero que
está sobre mi escritorio. Pero la proposición el cenicero que
está sobre mi escritorio no es rojo no es contradictoria; por
tanto, el cenicero que está sobre mi escritorio no es necesaria­
mente rojo. Así, el cenicero que está sobre mi escritorio, aun­
que es idéntico ai objeto rojo que está sobre mi escritorio, no
tiene todas aquellas propiedades, y ninguna más, que tiene
este último; de modo que este principio, en su forma irrestric­
ta, es falso. Quizás haya alguna condición o restricción a
dicho principio que pudiera ser útil para el argumento y que
fuese evidentemente verdadera. Yo no conozco ninguna y, por
tanto, no conozco en esta línea ningún argumento sólido con­
tra la teoría de la identidad. Por otra parte, claro está, tam­
poco conozco ningún argumento sólido a favor de la teoría.
E l “ Comentario” de Mr. Plantinga se lee con placer por su
lucidez y por la vivacidad con la que se dedica a la discusión
de los argumentos centrales de mi trabajo. Le estoy agrade­
cido por darme la oportunidad de enfatizar aún más uno o
dos puntos que parecen requerirlo.
Aparentemente, Plantinga entiende el “ dualismo” de una
manera diferente que yo en mi trabajo. Hasta donde puedo
comprender, el “ dualismo cartesiano” , tal como Plantinga
lo entiende, es sólo una ligera variante del punto de vista del
sentido común ordinario acerca de la naturaleza de los orga­
nismos humanos vivientes. Desde el punto de vista del sentido
común ordinario, la “ sede de las facultades superiores” , para
emplear el encantador lenguaje antiguo, es el cerebro. Según
una perspectiva diferente, esto es erróneo. La sede de las fa ­
cultades superiores es un órgano al que llamaré “ espiri-cere­
bro” * (de otra manera, “ el alma” o “ la Mente” con “ M”
mayúscula). No se supone que el “ espiri-cerebro” sea un
“ objeto físico” o, en cualquier caso, que conste de partículas
elementales o que tenga masa, etc, (S í se supone que sea una
“ substancia” , según Descartes, y esto más bien sugiere que
podría ser “ física” en alguno de los más amplios sentidos del
término propuestos recientemente.) Descartes pensaba que el
“ espiri-cerebro” era inmortal; pero Plantinga, afortunada­
mente, no introduce este tema en nuestra discusión.

* Esta fue m i réplica a los “ Comentario»” de Alvin Plantinga (también pu­


blicados en Intentionalily, M inds and Perception) sobre “ L a vida mental de
algunas m áquinas” .
* [Sbrain en inglés, de soul (alm a) y brain (cerebro).]
Llamo a este punto de vista una ligera variante ;del punto
de vista del sentido común porque no parece tener ninguna
importancia filosófica que la sede de las facultades superio­
res sea el cerebro, el estómago, el espiri-cerebro o el pie. Tam­
poco importa, hasta donde puedo ver, que el cerebro o el
espiri-cerebro consista de partículas elementales o de “ subs­
tancia mental” . Por supuesto, científicamente tendría una con­
siderable importancia. Por ejemplo, si la sede de las funcio­
nes superiores no es el cerebro sino el espiri-cerebro, enton­
ces, ¿para qué es el cerebro? Y ¿por qué un daño al cerebro,
pero no al estómago, causa la pérdida de la memoria, el habla
y otras funciones psicológicas? Asimismo, si el espiri-cerebro
consiste en una “ substancia” que existe en el tiempo, pero no
en el espacio (ordinario), entonces, ¿qué clase de matemáti­
cas serán necesarias para una descripción adecuada de este
singular órgano? ¿Deberíamos pensar quizá en los espiri-cere-
bros y entidades similares (v. gr. los ángeles) como existen­
tes en un “ espacio” topológico adecuado con propiedades
matemáticas propias, en términos de las cuales las leyes obe­
decidas por las “ substancias mentales” admitirían una for­
mulación simple y reveladora? Claramente, el dualista car­
tesiano serio va a tener un trabajo cortado a su medida..
Una posibilidad podría ser que los seres humanos tuvieran
dos cerebros en vez de uno: el cerebro ordinario y su con­
trapartida fantasmal, inmaterial, a la que estamos llamando
“ espiri-cerebro” . Esta intrigante sugerencia tiene incluso al­
gún valor explicativo: uno podría, por ejemplo, explicar va­
rios desórdenes psicológicos en términos de conflictos entre
el cerebro y el espiri-cerebro. Pero, por más fascinante que
sería seguir internándonos en la hipótesis de que las personas
tienen espiri-cerebros, debo regresar a la filosofía. Pues, por
supuesto, no hay la más mínima razón para pensar que las
personas tengan espiri-cerebros además de cerebros, o espiri-
pies además de pies, o espiri-intestinos además de intestinos.
Y en cualquier caso, no es asunto del filósofo ni adelantar, ni
refutar hipótesis empíricas irresponsables.
En mi artículo, como el lector puede verificar rápidamén-
te, hablé del “ dualismo” , contrastándolo con el “ materialis­
mo” y el “ conductismo lógico” , como teorías del significado
de palabras tales como “ prefiere” y “ cree” . Sólo hubo una
referencia pasajera al dualismo cartesiano — la complicada
doctrina que acabamos de d isc u tir^ y sólo con el propósito
de clarificar la noción de máquina de Turing y no con el
propósito de refutar esta complicada doctrina. Si Plantinga
desea enfatizar que de esta manera la doctrina no ha quedado
refutada por mí, concuerdo alegremente.
¿Qué doctrina estaba yo, entonces, interesado en refutar?
La doctrina de que el carácter peculiar de los conceptos de
preferencia, creencia, etc., requiere que asumamos la exis­
tencia de agentes causales fantasmales. La doctrina de que
el mismo análisis semántico de palabras tales como éstas pre­
suponga una explicación tal como la complicada doctrina a
la que hace poco hemos aludido. E l “ dualismo” así entendido
es una pretensión conceptual; y la refutación de esta clase de
pretensiones es eminentemente tarea del filósofo. Pero esto es
A , B , C ...
Plantinga hace tres críticas distintas contra mi discusión de
la teoría de la identidad y concluye con una breve discusión
propia. Me ocupo ahora de estas críticas.
(1) ¿B ajo qué condiciones admitiría yo qué los universales
IJ y U’ fueran contingentemente idénticos? “ Encuentro que es­
te argumento es totalmente confuso, pues no alcanzo a ver
cuáles podrían ser las condiciones especiales a las que se re­
fiere” , escribe Plantinga. Las condiciones que tenía en mente
son sólo que el enunciado de identidad U = IP sea deducible
de premisas que podamos admitir como verdaderas (sin re­
currir a doctrinas filosóficas dudosas), en donde “ deducible”
puede entenderse en el sentido de cualquier sistema estándar
de lógica de orden superior.
Por ejemplo, todos admitiríamos que “ a,_ es azul” es ver­
dadero cuando a, es un objeto azul apropiado. Pero de "a. es
azul” podemos deducir “ Azul r—la única F tal que F es un
color y F ( « t ) ” dados la premisa “ Nada tiene dos colores al
mismo tiempo” y, digamos, los símbolos y reglas lógicos de
Principia Malhematica. Así, por ejemplo, “ Azul = el color
del cielo” es un enunciado de identidad sintético no proble­
mático desde el punto de vista filosófico. No es problemático,
aun cuando afirma la identidad de universales, porque se si­
gue de “ el cielo es (normalmente) azul” y de “ el cielo sólo
tiene un color (norm al)” , premisas que pueden intrigar a un
pintor, pero no son problema para un filósofo. Sin embargo,
“ Ira — tal y tal estado del cerebro” no es esta clase de enun­
ciado de identidad. No puede deducirse de ningún hecho co­
nocido acerca de los cerebros y acerca de la ira — o, en todo
caso, si puede deducirse, no será una “ deducción” que pueda
validarse mediante Principia Mathematica. No parece ser una
consecuencia lógica de hechos empíricos ordinarios o de una
variedad rara de hechos empíricos, sino la propuesta de una
nueva manera de hablar a la luz de esos hechos. Y justo la
distinción que Plantinga encuentra confusa — entre los enun­
ciados sintéticos de identidad acerca de universales que todos
hacemos comúnmente ( “ Azul es el color del cielo” ) y aqué­
llos que yo deseo rechazar ( “ Ira = tal y tal estado del cere­
bro” ) — ya nos ha sido trazada por el formalismo deductivo
de la lógica moderna.
(2) Pero todo esto no viene al caso, argumenta Plantinga,
poique lo que el teórico de la identidad “ desea afirmar” es
que toda instancia del universal “ tener un dolor” es contin­
gentemente idéntica a alguna instancia del universal “ poseer
el estado neurológico S ” . “ El que P esté en M en t es contin­
gentemente idéntico a que P esté en B en f.” Ahora bien, las
“ instancias” o miembros de la extensión ( “ instancia” se res­
tringe normalmente a predicados de un lugar) de un predi­
cado de dos lugares son los pares ordenados < X, Y > tales
que X es el soporte de la relación en cuestión con Y. Así, las
“ instancias” de “ P está enojado en í” son sólo el par
<P, t> tal que P es un organismo y t es un instante tempo­
ral, y tal que el organismo, que es el primer miembro del par
ordenado, está enojado en el instante que es el segundo miem­
bro del par ordenado.
(i) Para todo P , t, <P, £> es una instancia de “ estar en M”
si y sólo si <P, í> es una instancia de “ estar en B ” .

—-lo que afirma la “ identidad contingente” de las instancias


de los predicados de dos lugares M y B (no de los universa­
les mismos)— , es lógicamente equivalente al “ enunciado de
paralelismo” :

( 1 1 ) Para todo P,t, P está en M en t si y sólo si P está en


B en t.

— de este modo, en la interpretación de Plantinga, el “ teórico


de la identidad” estaría haciendo una aseveración abierta­
mente empírica y, más aún, justamente la aseveración que el
“ paralelista psicofísico” hace. Evidentemente, esto no puede
ser correcto.
En vez de “ instancias” , Plantinga podría haber dicho “ he­
chos” . Considérese la afirmación “ el hecho de que P esté en
M en t es idéntico al hecho de que P esté en B en í” . Esta ase­
veración podría objetarse en un terreno lingüístico similar al
que usé para argumentar en contra de la “ identidad sintética”
de los universales. Los “ hechos” , en el uso filosófico, parecen
estar asociados uno a uno con enunciados verdaderos. En este
uso, la aseveración anterior se reduce a “ el enunciado de que
P está en M en t es exactamente el mismo que el enunciado
de que P está en B en í” , y esto es evidentemente falso. En
verdad, la “ identidad sintética” entre hechos no parece tener
más sentido que la identidad sintética entre universales. Y si
tomamos la palabra “ hecho” en el sentido idiomático de lo
que puede establecerse más allá de toda disputa, entonces es­
tamos peor aún, puesto que evidentemente podría darse el
caso de que el estado psicológico de un hombre se estableciera
más allá de toda disputa, pero no así su estado cerebral, o
que su estado cerebral se estableciera más allá de toda dispu­
ta, pero no así su estado psicológico. Por tanto, el hecho de
que Jones esté enojado simplemente no es el mismo hecho
de que Jones esté en el estado cerebral B.
E l hecho es que, simplemente no veo lo que Plantinga quie­
re decir por "instancia” de tener un dolor, 0 cómo la “ identi­
dad contingente de instancias” puede posiblemente ayudarnos
aquí.

(3) En sus comentarios, Plantinga declara:

Tras una reflexión superficial me parece que, si cualquier


premisa es tal que su conjunción con (á) implica (b) , se tra­
ta de un notorio círculo vicioso, o bien, es tal que su conjun­
ción con (a) implica la falsa proposición de que es necesa­
rio que toda máquina de Turing sea un organismo. Por tan­
to, no parece haber esperanza alguna para este argumento.

Emplearé (a), (b) y (c) para referirme a las proposiciones


así denotadas en el Comentario de Plantinga.
(c) me parece irrelevante. Aun si hay un estado fisicoquí­
mico S tal que sea físicamente necesario que un ser humano
prefiera A a B si y sólo si está en S, la propuesta de decir (por
esta razón) que el universal “ preferencia” es idéntico al uni­
versal “ estar en S ” , es completamente inaceptable. Pues su­
poniendo que los marcianos tuvieran una constitución física
enteramente diferente a la nuestra, esto haría analíticamente
falso que los marcianos algunas veces prefirieran A a B aun
cuando nunca estuvieran en S. Pero yo sostengo que, de hecho,
usamos “ preferir” de tal manera que puede decirse correc­
tamente de las creaturas cuya conducta se asemeje suficien­
temente a la nuestra, que “ prefieren A a B ” , ya sea que estén
o no estén en el mismo estado fisicoquímico que nosotros.
(Cf. Wittgenstein: . .m ira ahora la mosca que se debate y
enseguida estas dificultades se desvanecen y parece que el do­
lor podría sentar pie aquí, donde antes todo le resultaba, por
así decirlo, demasiado liso.” (Wittgenstein, 1953, p. 9 8 ).)
Para (b) sólo se necesita la premisa “ cualquier sistema físi­
co evolucionado naturalmente que sea funcionalmente isomór-
fico a un organismo, es un organismo” . Restrinjo esta premisa
a sistemas “ evolucionados naturalmente” con el fin de ex­
cluir a los robots, etc. En mi artículo ilustré la noción de
isomorfismo funcional (igualdad de organización funcio­
nal) de esta manera: dije que dos máquinas de Turing (o
incluso dos autómatas probabilistas, que es lo que los orga­
nismos probablemente son) con la misma tabla de máquina
son funcionalmente isoinórficos (tienen la misma organiza­
ción funcional). Para evitar enteramente el lenguaje de la
teoría de autómatas, pongamos la misma noción de la si­
guiente manera: sea P un organismo, y sean Mz , . . . to­
dos los estados de P que deseamos reconocer como “ psicoló­
gicos” . Aquí, M i, M2. .. pueden ser estados psicológicos, ya
sea en el sentido lego (v. gr. estar enojado con algo, estar ena­
morado) o en algún sentido técnico (tener un alto “ potencial
inhibitorio” , tener “ una fijación a nivel oral” ). Sean
B j, B , , . . . los correspondientes estados físicos. Sea P' un
sistema capaz de tener los estados físicos B f , B f , . . . que sean
diferentes (en términos de física y química) de B ±, B.2, ,
pero que tengan las mismas relaciones causales-probabilistas
entre sí y con la conducta. Así , si Mx es “ estar enojado con el
psicólogo” , cuando P' está en el estado B f se comporta exac­
tamente como un organismo que está enojado con el psicólogo.
Por otra parte, si P está pensando en silencio y pasando por
una serie de estados B, . . . . Bn, entonces P' , cuando esté pa­
sando por los correspondientes estados B f , . . . , B * , también
se sentará en silencio (como pensando), y tendrá las mismas
disposiciones conductuales que P. Por tanto, P' es isomórfico
respecto a P —- hasta donde se dé, como quiera que sea, una
diferencia “ psicológica” respecto a la conducta.
Lo que sostengo en mi artículo es que, bajo las anteriores
condiciones, llamaríamos a P' un organismo tanto como a P,
y diríamos que P' , cuando se encuentra en el estado B f , “ está
enojado con el psicólogo” , etc. En suma, si un predicado
psicológico se aplica a un organismo P, entonces se aplica a
todo organismo que sea funcionalmente isomórfico a P, y que
esté en los estados que (bajo el isomorfismo) corresponden a
los estados en que 1J se encuentre. Aquí no importa la vague­
dad de “ psicológico” y de “ funcional” . Pues éste es un punto
semántico, y como quiera que tomemos la noción de “ predica­
do psicológico” , debemos tomar la noción de “ organización
funcional” de tal manera que una diferencia en qué predica­
dos psicológicos sean aplicables corresponde a una diferencia
en la organización funcional y viceversa.
Para completar el argumento, es suficiente señalar que
cualquier sistema fisicoquímico que posea una “ organización
funcional” que pueda representarse por una tabla de máquina
o por una tabla de máquina probabilista (y 110 puedo ima­
ginar qué clase de organización funcional no lo fuera) es
funcionalmente isomórfico a una innumerable infinidad (por
lo menos) de sistemas con constituciones fisicoquímicas abso­
lutamente diferentes. Pero si (b) es falso, entonces hay un
estado fisicoquímico que es la contraparte de “ preferencia”
en el caso de todos los posibles organismos; digamos, la pre­
sencia de ciertas intensidades eléctricas en una cierta distri­
bución. Entonces se seguiría que no existe — en principio, y
no sólo de hecho—- ningún sistema físico que sea funcional­
mente isomórfico a un organismo que prefiera A a B y que
sea de naturaleza no-eléctrica y evolucionado naturalmente.
Pero esto es simplemente falso. Y si se argumentara que po­
dríamos modificar la noción de “ estado fisicoquímico” de ma­
nera que el “ estado fisicoquímico” se conservara bajo un
isomorfismo funcional, entonces esto es sólo decir que lo que
todos los posibles organismos que prefieren A a B tienen en
común no es un estado fisicoquímico, en el sentido en que este
término se entiende en el presente, sino un estado psicológico.
R E F E R E N C IA S BIB LIO G R A FIC A S

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L a vida mental de algunas má­
quinas se acabó de imprimir el
día 17 de diciembre de 1981 en
los talleres de la Imprenta M a­
dero, S. A., Avena 102, México
13, D. F. L a edición estuvo al
cuidado del Instituto de Inves­
tigaciones Filosóficas. Se tiraron

1,300 ejem plares.

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