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Reseña crítica de Modernidad e Independencia.

Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, de Francois-Xavier


Guerra, Madrid, Mapfre, 1992.

Por Mariano Schlez

1. El contexto de producción

Guerra publica Modernidad e Independencia a principios de la década del ’90. El prólogo nos otorga una muestra
de la tónica de los tiempos que corrían, con la caída del muro de Berlín como principal acontecimiento político de
la época. Este hecho, que expresa el fin de los “socialismos reales”, parece tener su correlación el campo de la
historiografía con la consolidación de un proceso iniciado a fines de los años ’70: el abandono de los análisis de
cuño marxista y estructuralista en pos del resurgimiento de la historia política y de los estudios culturales. Claro
que a partir de nuevos presupuestos y con una renovada mirada sobre los problemas, planteando un nuevo
programa de investigación que corre el eje de la estructura económica y centra su mirada en la política, el análisis
discursivo y de la sociabilidad.
El libro está formado por un conjunto de ensayos que se propone revisitar el problema de la transición del
“feudalismo al capitalismo” o, en sus términos, del “antiguo régimen a la modernidad”. Sin la estructura clásica de
investigación científica, el libro recorre una serie de problemas, lógicamente encadenados, aunque destacando una
mirada ensayística, que puede tener que ver con el carácter exploratorio de muchos de los problemas planteados.
Más que cerrar o concluir, Guerra continúa, clarifica y abre una serie de temáticas. A lo largo de los capítulos (que
pueden también leerse como escritos independientes) realiza un balance de aquellos trabajos dedicados, la mayoría
de las veces tangencialmente, a los temas por él tratados, planteando hipótesis exploratorias. Generalmente no deja
de presentar los problemas para aproximarse a los temas que deben tratarse, aunque no deja de aportar las fuentes y
metodologías que pueden realizar un aporte en ese sentido. Al hacerlo, sienta las bases de un programa de
investigación a ser desarrollado en el mediano plazo. 1

2. Temas, problemas e hipótesis

Guerra busca, a lo largo del libro, estudiar el proceso de transición a la “modernidad” en Europa y América como
un proceso único. Toda la mirada de su trabajo está recorrida por su principal hipótesis. Para el autor, ni la
estructura económico-social, ni las características locales pueden explicar lo esencial de las independencias: su
simultaneidad y la semejanza de los procesos. Lo que unificaría, entonces, a los diferentes actores y regiones es su
pertenencia a un mismo conjunto político y cultural, por lo que “en el campo de lo político y de lo cultural donde,
sin olvidar las otras, habrá que buscar las causalidades primeras”. A su vez, considera que el núcleo del análisis
debe concentrarse entre 1808 y 1810, debido a que en los procesos de ruptura, a diferencia del “largo plazo”, debe
atenderse a los hechos de manera metódica, para poder comprender su dinámica.
Atendiendo a estos objetivos, el trabajo comienza dedicando un capítulo a demostrar la relación entre la
Revolución Francesa y las Revoluciones Hispánicas. A continuación describe los elementos centrales de lo que él
entiende como el “conjunto de mutaciones múltiples en el campo de las ideas, del imaginario, de los valores, de los
comportamientos”: la Modernidad. Ella desarrollará todas sus potencialidades con la invasión napoleónica a
España en 1808, hecho que planteará la posibilidad real de una transformación de largo alcance. Para explicar la
dinámica, Guerra estudia, los nuevos (y viejos) imaginarios y valores, los mecanismos de difusión de las nuevas
ideas (educación, imprentas y ámbitos de sociabilidad), para finalizar discutiendo las diferentes concepciones y
aspectos de los conceptos de pueblo y Nación.
El autor se pregunta, de esta manera, por la naturaleza y las novedades de los procesos revolucionarios en América
y la Península, los sujetos que lo impulsaron y sus principales consecuencias. Y lo hace siempre desde una
perspectiva comparativa, que le permita abordar las diferencias entre el mundo latino y el anglosajón en su paso a
la Modernidad. En síntesis, el trabajo cuestiona cuáles han sido las verdaderas rupturas entre el Antiguo Régimen y
la Modernidad.

Las principales hipótesis de Guerra son las siguientes:

1
“Hay por eso que construir una geografía histórica de la modernidad que incluya el tipo, la densidad y la implantación de los
grupos modernos; el número y la tirada de los periódicos ilustrados; las fases de mayor y menor libertad de reunión y de
imprenta…”. Pag. 109.
1. La invasión napoleónica a la Península desencadenó tanto el proceso independentista en América, como la
revolución “liberal” en España, por lo que la transición a la modernidad en ambos continentes debe estudiarse
como un proceso revolucionario único.

2. La modernidad surge y se desarrolla al interior del Antiguo Régimen, desembocando en su desintegración en


múltiples Estados.

3. La naturaleza del proceso revolucionario de principios del siglo XIX no tiene que ver con “una radical
transformación de las estructuras sociales y económicas, o con el acceso al poder de una nueva clase social”, sino
con el surgimiento de un “hombre nuevo” (“individual”, “desgajado de los vínculos” estamentales y corporativos
antiguos), una “nueva sociedad” (“contractual, surgida de un nuevo pacto social”), y una “nueva política”
(“expresión de un nuevo soberano, el pueblo”).

4. La novedad del proceso está dada por la “creación de una escena pública”, que acompaña el surgimiento de un
“nuevo sistema de referencias” que abandona poco a poco los círculos privados donde se recluía.

5. Este proceso es testigo del triunfo de una “nueva legitimidad” –la de la Nación, o la del pueblo soberano- y una
“nueva política con actores de una clase nueva” –los políticos profesionales-.

6. La ruptura con el Antiguo Régimen está dada por la victoria de la una serie de transformaciones caracterizadas
como Modernidad, y que los propios actores vivieron como una verdadera Revolución.

7. El proceso “revolucionario” no estuvo encabezado por una clase social, la burguesía, sino por una diversidad de
actores (además de burgueses, nobles, patricios, clérigos, profesores, estudiantes y empleados públicos) cuyo rasgo
común es la pertenencia a un mismo mundo cultural.

Esta serie de hipótesis llevan a Guerra a dedicar sus esfuerzos en adentrarse en el mundo cultural de principios del
siglo XIX, principalmente en los imaginarios sociales y políticos, los valores y los comportamientos, además de sus
mecanismos de propagación a lo largo de Europa y el Imperio español.

3. Argumentación: fuentes, observables y conclusiones provisorias

A partir de la hipótesis de que “la Modernidad es, ante todo, la ‘invención’ del individuo”, es decir, de que estamos
ante la imposición de un nuevo sistema de valores, imaginarios e instituciones, Guerra decide observar el mundo de
la “sociabilidad”, la “república de las letras”, “donde se gesta un nuevo modelo de sociedad, la opinión pública y la
política moderna”, desde donde se desarrollará la Revolución.
Su primer trabajo es, entonces, examinar “dónde, cuándo, en qué medios y en qué campos” se producen las
transformaciones modernas, por lo que dirige su atención a los lugares y formas en que se efectúa la socialización
de los hombres. Parado allí plantea que lo radicalmente nuevo es que, a diferencia del hombre antiguo, que
entablaba relaciones basadas en la tradición y en su lugar de nacimiento, el hombre moderno decide con quién
asociarse a partir de su mera voluntad. Estas nuevas formas de sociabilidad se expresan en toda una gama de
“organizaciones”: salones, tertulias, academias, sociedades literarias, logias masónicas y sociedades económicas.
Es en este microcosmos dónde surge la nueva política, que implica la igualdad de todos los individuos, la elección
de las autoridades, la caducidad de los mandatos y el fin de todo privilegio, y que poco a poco se irá trasladando
desde estos pequeños círculos al conjunto de la sociedad. Estas sociedades poseen, para Guerra, el germen de la
sociabilidad democrática, por lo que se convierten en observables privilegiados a la hora de estudiar las mutaciones
modernas. Todas ellas son analizadas como parte del mundo de la elite moderna que impulsa las transformaciones:
una “clase cultural” unida por una sensibilidad común, una misma creencia en el progreso, unas mismas lecturas y
prácticas societarias que enseñan el libre sufragio, bien diferente de la tradicional clase social, agrupada bajo
categorías socioeconómicas. Lejos de tratarse de un sector antagónico, el grupo revolucionario es parte de la elite
del Antiguo Régimen, siendo sus principales características identitarias su juventud y su nivel cultural: los jóvenes
sólo conocieron la decadencia de la monarquía, por lo que se plantean la creación de un nuevo régimen basado en
la sociabilidad que llevan adelante en sus grupos intelectuales.
Ubicados los núcleos de las ideas revolucionarias, Guerra se pregunta por el cómo se expandieron a lo largo de la
sociedad y, al mismo tiempo, como pasaron desde Europa hasta América. Es así como pasa al estudio de la
alfabetización (educación formal universitaria, “secundaria” y primaria), las imprentas, las publicaciones (libros,
periódicos y folletos y sus correspondientes lugares de publicación y tirada) y los ámbitos de socialización de
dichos textos (desde sociedades patrióticas hasta bares, pulperías y plazas). Para medir su evolución realiza un
análisis cuantitativo de cada una de estas variables en términos comparativos, intentando dilucidar las similitudes y
diferencias entre Europa y América. La conclusión a la que llega es que el mundo latino se organiza en tres círculos
concéntricos que expresan una notable desproporción de todas las formas de sociabilidad moderna: 1) Francia; 2)
Italia, España, Portugal; y 3) América. A su vez, considera que el proceso de Independencia tiene como
precondición la existencia de una modernidad cultural y técnica previas.

4. Algunas preguntas

Guerra le otorga importancia al caso México, que concluye que es, al mismo tiempo, una sociedad tradicional y
moderna. Mas allá que no me convenza demasiado esta conclusión, es una prueba fuerte contra sus hipótesis el
hecho de que allí el enorme nivel de educación y la gran cantidad de libros y periódicos publicados no haya
producido una cultura política moderna. De hecho, reconoce que fueron las regiones con elites modernas menos
numerosas (como Buenos Aires) las más avanzadas. ¿Por qué debería ser válida, entonces, la teoría de los círculos
concéntricos, que pone en el centro a Francia a partir de su elevadísimos niveles de sociabilidad?

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