Lacan y lo político
r.prometeo
\J l i b r o s
Stavrakakis, Yannis
Lacan y lo político - la. ed. - Buenos Aires: Prometeo
Libros, 2007.
214 p.; 21 x 15 cm.
ISBN 987-574-194-9
ISBN: 987-574-194-9
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Derechos reservados
índice
Agradecimientos.............................................................................................................. 9
Nota bibliográfica .......................................................................................................... 11
Introducción....................................................................................................................13
1. El sujeto lacaniano: la imposibilidad de la identidad y la centralidad
de la identificación.........................................................................................................31
2. El objeto lacaniano: dialéctica de la imposibilidad so cial............................... 69
3. Cercando lo político: hacia una teoría política lacaniana ............................111
4. Más allá de la fantasía de utopía: la aporía de lo político y el desafío
de la democracia..........................................................................................................145
5. La democracia ambigua y la ética del psicoanálisis........................................175
Bibliografía.....................................................................................................................199
Agradecim ientos
E: Jacqu es Lacan, Écrits, A Selection, Irad. Alan Sheridan, Londres: Tavistock Publications,
1977.
I: Ja cq u es Lacan, The Sem inar, B ook I. F reu d’s P apers on Technique, 19 5 3 -4 , Jacqu es-A lain
Miller (ed.), trad, con notas Jo h n Forrester, Cam bridge: Cam bridge University Press,
1988.
II: Ja cq u es Lacan, The Seminar, B ook II. T he Ego in F reu d ’s Papers an d in the Technique o f
Psychoanalysis, 1 954-5, Jacqu es-A lain M iller (ed .), trad. Sylvana Tom aselli, notas de
Jo h n Forrester, Cam bridge: Cam bridge University Press, 1 9 8 8 .
Ill: Jacq u es Lacan, The Seminar, B ook III. The Psychoses, 1955-6, Jacqu es-A lain M iller
(ed .), irad. Russell Grigg, Londres: Routledge, 1 9 93.
VII: Jacq u es Lacan, The Seminar, B ook VII. The Ethics o f Psychoanalysis, 1 9 5 9 -6 0 , J a c
ques-A lain M iller (ed .), trad. D ennis Porter, co n notas de D ennis Porter, Londres:
Routledge, 1 9 9 2.
XI: Ja cq u es Lacan, The Seminar, B ook XI. The F ou r Fundam ental Concepts o f P sychoan aly
sis, 1964, Jacqu es-A lain M iller (ed .), trad. Alan Sheridan, Londres: H orgarth Press
and the Institute o f Psycho-A nalysis, 1 9 7 7 .
XX : Ja cq u es Lacan, The Seminar, B ook XX. Encore, On Fem inine Sexuality, The Limits o f
Love an d Know ledge, 1 9 7 2 -3 , Jacqu es-A lain M iller (ed .), trad, co n notas Bruce Fink,
Nueva York: N orton, 1 998.
Otras obras de Lacan publicadas se citan en el texto sólo com o fechas. Las referencias a los
sem inarios inéditos de Lacan se indican m ediante la fecha del sem inario entre parén
tesis. A fin de evitar cu alquier anacron ism o, los sem inarios de Jacq u es Lacan se
incluyen en la Bibliografía en el orden de su com posición. Debido a que todas las citas
de los Écrits se indican con la abreviatura E, y a que esta recopilación incluye m uchos
artículos d iferentes, se tom ó la d ecisión de inclu ir la siguiente labia a fin de que los
lectores puedan orientarse co n m ayor facilidad:
E, 1-7: El estadio del espejo com o form ador de la fun ción dél yo [je] tal co m o se nos
revela en la experiencia psicoanalílica (1 9 4 9 ).
E, 8 -2 9 : La agresividad en psicoanálisis (1 9 4 8 ).
E, 3 0 -1 1 3 : F u n ción y cam po de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis (1 9 5 3 ).
E, 1 1 4 -4 5 : La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis (1 9 5 5 ).
E, 1 4 6 -7 8 : La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud (1 9 5 7 ).
E, 1 7 9 -2 2 5 : De una cuestión prelim inar a lodo tratamiento posible de la psicosis (1 9 5 7 -8 ).
E, 2 2 6 -8 0 : La dirección de la cura y los principios de su poder (1 9 5 8 ).
E, 2 8 1 -9 1 : La significación del fa lo (1 9 5 8 ).
E, 2 9 2 - 3 2 5 : Su bversión del su jelo y dialéclica del deseo en el inconsciente freudiano
(1 9 6 0 ).
Introducción
¿Qué tiene que ver Lacan con lo político? ¿No es Lacan ese oscuro
psicoanalista místico convertido en filósofo que no tiene nada que ver
con la consideración del ámbito político? Esta es una de las potenciales
respuestas que puede generar el presente libro. En este tipo de respuesta,
encontramos dos objeciones diferentes al proyecto encarado aquí. La pri
mera está relacionada con la idea general de reunir al psicoanálisis y a lo
político. Es una idea que parece ajena tanto a los dentistas sociales como
a los psicoanalistas, aunque, sin duda, se espera que la lectura de este
libro no esté limitada a estas dos categorías profesionales. La primera de
estas dos categorías de eventuales lectores siempre recela de cualqúier
reducción de lo social, del nivel “o bjetivo ”, a un análisis a nivel del
individuo, al nivel “subjetivo”, y no sin razón. No hay duda de que el
reduccionism o psicológico, es decir la comprensión de los fenómenos
sociopolíticos refiriéndolos a alguna clase de substratum psicológico, a
una esencia de la psique, es algo que debe ser evitado con claridad.
Como ha sido señalado correctam ente por W rong, el reduccionism o
psicoanalítico en el estudio de los problemas sociopolíticos (tales como
atribuir la guerra a estallidos de agresión reprimida, la revolución rusa a
una revuelta contra “la imagen del padre nacional”, y el “nacionalsocia
lismo alemán” a una cultura paranoide, es decir, tratar a “la sociedad
como a un paciente” poseedor de un inconsciente colectivo o un superyó
y que sufre un trastorno psicopatológico) ha conferido a los psicoanalis
tas una merecida mala reputación entre los historiadores, los sociólogos y
los cientistas políticos (Wrong, 1994: 17 2 ).' En ese sentido, Fredric Ja-
m eson está en principio en lo correcto cuando llama nuestra atención
por ejemplo, la siguiente afirmación de Stuart Hall: “Creo que el lacanismo corre el peligro
de sustituir un esencialismo psicoanalítico por un esencialismo de clase” (Hall, 1988: 68).
Si bien Hall está hablando de esencialismo, el problema es, claramente, la reducción de lo
social a una esencia psicoanalítica o de clase. No obstante, en la medida en que todo
análisis presupone la elucidación de un campo o problema particular refiriéndolo a un
elemento que es usualmente externo a él, y de esa manera articula un determinado metadis-
curso (si estudiamos un fenómeno lingüístico, éste sería un discurso metalingüístico; si es
un fenómeno psicológico, se puede hablar de una metapsicología), todo análisis se vuelve,
hasta cierto punto, reduccionista. Aun la más “objetiva" (casual) lectura de un texto, el más
simple análisis de una cuestión, están contaminados por cierto reduccionismo. En ese
sentido, el reduccionismo es inevitable (lo mismo se puede decir del esencialismo; nuestra
referencia a la afirmación de Hall no era tan inocente), si bien el crudo reduccionisino
criticado por Wrong es sin duda evitable (com o señala Lacan, “las tentativas, siempre
renovadas y siempre falaces, para fundar en la teoría analítica nociones tales como la de la
personalidad modal, la del carácter nacional, o la del superyó colectivo deben ser distingui
das de ella por nosotros con el mayor rigor” - 1 9 6 6 a : 16). Por otro lado, este hecho
inevitable no significa que sea posible articular una reducción cerrada exitosa, un metalen-
guaje cerrado exitoso. Según Lacan, la posición metalingüística es algo necesario (todo
lenguaje es metalenguaje -III: 2 2 6 ) pero en última instancia imposible (es imposible un
metalenguaje - E : 3 1 1 - porque toda formalización metalingüística del lenguaje tiene que
usar el mismo lenguaje y así se socava su carácter puro -X X : 119). Sin duda, la estrategia de
Lacan es mostrar que no hay metalenguaje; pero esta revelación sólo puede tener lugar
mediante el reconocimiento de la imposibilidad implicada en toda operación metalingüís
tica. Para demostrar esto, es necesario ubicarse en el terreno del metalenguaje. Si el meta-
lenguaje fuese negado desde el afuera, entonces se sostendría la fantasía de evitarlo por
completo y con ella permanecería intacta la entera posición metalingüística. En ese sentido,
Lacan articula una negación metalingüística del metalenguaje; la operación metalingüística
está presupuesta pero sólo com o una operación fallida. De modo parecido, ir más allá o
más bien crear una distancia del reduccionismo, presupone cierto riesgo de reduccionis
mo. Cuando se abordan el reduccionismo, el esencialismo y otras categorías y posiciones
por el estilo desde un punto de vista lacaniano, es necesario evitar las posiciones absolutas
- e l “absolutismo" presupone la represión- e introducir un conjunto de juegos de lenguaje
que permita un manejo más sutil pero efectivo del problema. La cuestión importante no es
“reducción o no reducción” sino “¿qué tipo de reducción?". Para crear una distancia de la
reducción cruda, es necesario operar dentro del campo de la reducción; es necesario
reducir la reducción a su propia im posibilidad.
2 Por otra parte, no obstante, se podría sostener que en una época de trabajo interdiscipli
nario y de comunicación (¿sin distorsiones?) entre diferentes campos científicos y corrien
tes teóricas, es decir, en una época de apertura (si bien este no es el cuadro completo sino
más bien aquel en el que el intelectual occidental gusta identificarse), sería absurdo quedar
fijado dentro de fronteras establecidas a priori. Esta posición, sin embargo, no debería
entenderse como una lógica de “vale todo”, una posición imposible en sí misma: debería
llevar a una reevaluación y rediseño más que a una abolición “posmoderna" de todo tipo de
fronteras y límites. Ese rediseño es lo que siempre está en ju ego, aun cuando se fantasea con
la posibilidad de una abolición.
INTRODUCCIÓN 15
3 Este parece ser especialmente el caso con el libro de Freud sobre el presidente W ilson.
Este libro, una biografía psicológica del presidente, que fue el resultado de la colaboración
entre Freud y su ex paciente, el em bajador norteamericano en París, W. C. Bullitt, fue
publicado recién en 1967 (Freud y Bullitt, 1967). Si bien la injerencia exacta de Freud en
la redacción de este libro no está clara, su originalidad no está en disputa. En lugar de servir
de modelo para un estudio que atraviese los límites entre el psicoanálisis y la política,
deberla leerse más bien como un compendio de lo que hay que evitar en una empresa de
ese tipo. Como concluye Roazen, “hay algunos puntos específicos en el libro de W ilson que
nos pueden enseñar qué es lo que hay que evitar” (Roazen, 1969: 319).
INTRODUCCIÓN 17
4 Como veremos, se puede sostener también que es justam ente gracias a su concepción no
reduccionista de la subjetividad que Lacan está en condiciones de alcanzar una nueva
concepción del orden sociosim bólico del Otro: “El advenimiento del sujeto escindido
señala una división o ruptura correspondiente del Otro” (Fink, 1995a: 46).
5 Ver especialmente Roustang, 1982 y 1990. La crítica a Lacan, ya sea como teórico o como
clínico, toma muy a menudo la forma de un ataque personal y vitriólico. Lacan es presen
tado invariablemente como un agente dañino, una figura malvada comparable con Sade,
como el fundador de un edificio teórico e institucional monstruoso que retrotrae el psicoa
nálisis a los años 1920 (Castoriadis, 1991: 81-95) o incluso, más recientemente, simplemente
INTRODUCCIÓN 19
como “el psiquiatra del infierno”, un “psicópata físicamente atractivo" culpable de dañar a
“pacientes, colegas, amantes, esposas, hijos, correctores, editores y opositores”; realmente
es un milagro que el autor de ese artículo haya sobrevivido, a pesar de ser obviamente un
opositor. Quizá su artículo sea la prueba del daño que le infligió su encuentro con lo muy
poco que parece haber entendido del “legado lunático" de Lacan - e l éxito de Lacan sólo
puede atribuirse al “aura que lo ro d eó "-; bien, después de todo era un "dandy elegante”
(Tallis, 1997: 20).
6 Es cierto que la obra de Lacan constituye una entidad compleja de la que resulta imposible
extraer algunos fragmentos mientras se ignora a todos los otros, sin llegar a conclusiones
grotescas (Verhaeghe, 1997: 91). Esto es evidente en la reciente crítica de Alan Sokal al uso
de formulaciones matemáticas por parte de Lacan. No resulta sorprendente que, aisladas de
su contexto amplio, no tengan ningún sentido.
20 L ac an v lo p o lít ic o
7 Sin embargo, no deberla olvidarse que durante estos últimos diez años han aparecido
algunos trabajos muy interesantes y estimulantes acerca de la relación entre Lacan, la
filosofía y lo político, debidos a las intervenciones innovadoras de teóricos como Slavoj
Zizek, Ernesto Laclau, Thanos Lipowatz y otros. Sin esos trabajos, este libro no habría sido
posible y seguramente no sería el mismo.
INTRODUCCIÓN 21
8 Además, aun cuando lo prioritario es un esquema tripartito, las marcas que dividen estas
tres fases no son siempre idénticas. Por ejemplo, si bien generalmente se acepta que la
tercera fase parte aproximadamente del undécimo seminario, también se ha afirmado que
esta fase comienza en 1960, extendiéndose la primera fase desde la publicación de la tesis
de Lacan hasta 1 9 5 3, y la segunda desde 1953 hasta finales de la década (Benvenuto y
Kennedy, 1986).
9 El desarrollo radical de la teoría de Lacan está unido a una insistencia paralela en la
utilización de un conjunto de conceptos esenciales que permanecen centrales, si bien
continuamente redefinidos. Por ejem plo, Lacan dedica uno de sus últimos seminarios a los
conceptos de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario (RSI -1 9 7 4 -5 ) , un título casi idéntico a
su exposición de 1953 acerca de lo Sim bólico, ló Imaginario y lo Real.
22 L acan y lo p o lít ic o
10 Aquí no se pueden dejar de lado las similitudes entre la posición de Lacan y la posición
de otros pensadores como Saussure y Wittgenstein.
INTRODUCCIÓN 23
Reseña biográfica 11
mayor de tres hijos. Su padre, Charles Marie Alfred Lacan, era el repre
sentante de ventas en París de un fabricante provinciano de aceite y ja
bón, y su madre, Emilie Philippine Marie Baudry, una cristiana devota
que ayudaba a su marido en su trabajo. La familia Lacan vivía en condi
ciones confortables en el Boulevard du Beaumarchais antes de mudarse a
la zona de Montparnasse. El joven Jacques asistió a un prestigioso colegio
jesuíta, el Collège Stanislas, donde comenzó a estudiar filosofía, espe
cialmente la obra de Spinoza.
En 1919 inició su formación médica en la Faculté de Médicine en
París. De 1926 en adelante comenzó su especialización en psiquiatría y,
ese mismo año, fue coautor de su primera publicación que apareció en la
Revue Neurologique. Muy pronto pasó a ser interne des asiles y luego, en
1932, C hef de Clinique. Trabajó durante tres años en el área de medicina
forense y, en 1932, recibió su diploma de doctorado en psiquiatría. Pu
blicó su tesis, que se titula De la psychose paran oïaqu e dans ses rapports avec
la person n alité (De la psicosis p aran oica en sus relaciones con la p erso n a li
dad). Envió una copia de su disertación doctoral a Freud, quien acu
só recibo enviándole una tarjeta postal. El mism o año, fue publicada
en la Revue F ran çaise de Psychanalyse su traducción del artículo de Freud
“Sobre algunos m ecanism os neuróticos en los celos, la paranoia y la
h o m o sexu alid ad ”.
Los años treinta marcan el desarrollo de la relación de Lacan con los
movimientos psicoanalítico y surrealista. Inició su análisis de formación
con Rudolf Loewenstein quien más tarde, luego de instalarse en los Esta
dos Unidos, se convirtió en uno de los padres fundadores y paladines de
la Ego Psychology. Se incorporó a la Société Psychanalytique de Paris (SPP), la
sociedad psicoanalítica francesa reconocida oficialmente por la Interna
cional Psychoanalytic Association (IPA), primero, en 1 934, como miembro
candidato, y luego, en 1938, como miembro pleno (M embre Titulaire). Al
mismo tiempo, se conectó con el movimiento surrealista francés. Mantu
Éditions du Seuil, pero él se negó sin hesitar. Su aversión por las biografías también se revela
en los sardónicos comentarios sobre el biógrafo de Freud, Ernst Jones (Miller, 1996: 4). En
esto, sigue sin duda el paradigma freudiano, ya que Freud destruyó dos veces sus manuscri
tos, correspondencia y diarios, en 1885 y en 1907. Aparentemente, la opinión de Freud era
que “en cuanto a los biógrafos, dejem os que se preocupen, no tenem os deseos de
facilitarles las cosas” (Freud en Macey, 1 988: 1). El “retorno a Freud” de Lacan es
tam bién entonces significativo con respecto a sus actitudes ante la biografía, si bien esta
actitud no fue siem pre idéntica. En todo caso, esta reseña biográfica está concebida
para brindar el trasfondo general del desarrollo teórico de Lacan y no debería inm is
cuirse directam ente en la evaluación de su obra, que tiene una vida propia, la vida de
la letra, independientem ente de su autor.
INTRODUCCIÓN 27
12 Esto no quiere decir que Freud fuese una especie de conservador cínico. En realidad,
estaba más bien a favor de un mayor igualitarismo económ ico, sin compartir, no obstante,
la opinión de que este igualitarismo pudiese alterar significativamente la naturaleza huma
na (Roazen, 1969: 2 45). También se ha afirmado que la mayoría de los principales discípu
los y seguidores de Freud eran socialdemócratas fervorosos y que él mismo tenía básica
mente una orientación socialista, aunque no del tipo activo. Y si bien era escéptico acerca
de algunos de los principios de la democracia, por otra parte muchos de sus seguidores
desarrollaron un fuerte interés por el psicoanálisis justam ente en razón de su potencial
democratizador (Kurzweil, 1998: 2 8 5 -6 ). Acerca de la relación de Freud con la democra
cia, ver el ensayo de Peter Widmer “Freud und die Demokratie’’ (Widmer, 1995).
INTRODUCCIÓN 29
P rolegóm enos
1 Antes de que se lo bautizara como posestructuralista, Lacan había sido categorizado como
estructuralista. Anika Lemmaire, en la primera tesis doctoral escrita acerca de la obra de
32 Y a n n is S t a v r a k a k is
Lacan, ju n to con los de Derrida, continúan siendo hoy, tal vez más que
nunca, dos de las fuerzas más poderosas que contribuyen a evitar el ais
lamiento y la clausura de la alteridad del lenguaje” y a mantener así vivo
Lacan, asevera con notable certeza que “Lacan es un estructuralista” (Lemaire, 1977: 1).
Unas pocas páginas más adelante, agrega: “Lacan es efectivamente un estructuralista: lo
inconsciente es la estructura oculta debajo de una aparente disposición propia consciente
y lúcida” (ibíd.: 7). Diez años más tarde, Stephen Frosh promulga el veredicto final. No solo
Lacan emplea m étodos estructuralistas, sino que “hace del psicoanálisis una rama del
estructuralismo, específicamente, de la lingüística estructural” (Frosh, 1987: 130). Cierta
m ente, la totalidad de la empresa lacaniana fue influenciada por la lingüística estructural y
la antropología estructural. No obstante, reducir el psicoanálisis lacaniano a esas instancias
está lejos de ser un paso legítimo. Como ha señalado recientemente Bruce Fink, “mientras
que la estructura juega un rol muy importante en la obra de Lacan, no se reduce a ella, ni
tampoco ocurrió eso en ningún momento del desarrollo de Lacan” (Fink, 1995b: 64). La
apropiación de la teoría lacaniana por el posestructuralismo muestra justamente eso. Si
Lacan intenta una “reconceptualización de Freud a la luz de la teoría posestructuralista”
(Elliott, 1994: 9 1 ), si la influencia de la escuela lacaniana “ha sido sobre la ‘deconstruc
ción’” (Rustin, 1995: 2 4 2 ), entonces con seguridad no puede ser un mero estructuralista.
Por otro lado, la lectura posestructuralista de Lacan, al tiempo que avala la riqueza de sus
teorías, también es groseramente reduccionista. Jonathan Culler está en lo correcto cuando
afirma que "la oposición entre estructuralismo y posestructuralismo solamente complica el
intento de entender estas figuras principales" (Culler, 1989: 27). Lo que se mostrará en las
páginas siguientes -e so esperam os- es que la teoría lacaniana va mucho más allá de lo que
pueden representar estos dos rótulos: no sólo porque Lacan no es, hablando estrictamente,
ún filósofo; su punto de partida es siempre la praxis del psicoanálisis, de ahí que su teoría
esté siempre articulada como una reflexión acerca de la imposibilidad revelada en nuestro
encuentro con lo real de la experiencia, un real más allá tanto del estructuralismo como de
la mayoría de las corrientes del posestructuralismo. Sobre la relación de Lacan con el
posestructuralismo, el texto de Zizek “W hy Lacan is not a post-structuralist?” continúa
siendo indispensable (Zizek, 1987, también incorporado en Zizek, 1989: 153-61). Insistir
en la particularidad de la empresa de Lacan y su diferencia con el estructuralismo y el
posestructuralismo (una diferencia que puede basarse en una variedad de puntos, como la
centralidad del concepto de “sujeto”, el uso de conceptos como “jouissance", lo “real” y
“verdad" y los complejos juegos del lenguaje que Lacan articula con ellos) no significa, por
supuesto, que explorar la relación entre Lacan y la teoría posestructuralista (especialmente
la obra de Jacques Derrida) no pueda ser una empresa fascinante y fructífera, y que debe ser
llevada a cabo urgentemente. En efecto, pareciera que la mayoría de las resistencias a esa
tarea están siendo dejadas de lado lentamente.
Un ejemplo de esto es el cambio en la posición de Derrida vis a vis la teoría lacaniana.
Aunque “Purveyor of Truth" de Derrida, publicado en los comienzos de los años setenta, es
un ensayo a veces injustamente crítico, atribuyendo a Lacan, entre otras, una serie de
pretensiones de verdad trascendentales e idealistas, culpables de fonocentrismo (la priori
dad del habla y la voz por sobre la escritura, algo que Lacan estaba, en realidad, cuestionan
do ya desde su seminario inédito La Identificación, de 1961-2, es decir, aun antes de la
publicación de la crítica de Derrida), a fin de contrastarlos con la posición deconstruccio-
nista ( “Aquí la diseminación amenaza la ley del significante y de la castración tanto como
el contrato de la verdad”, escribe Derrida; Derrida, 1988: 187), en un articulo reciente,
significativamente titulado “For the Love of Lacan”, el propio Derrida se asocia a un
homenaje a Lacan, un Lacan cuya “sofisticación y competencia, su originalidad filosófica,
1. EL SUJETO LACANIANO 33
sivas mías), mientras que Mark Bracher concluye que “la teoría lacaniana
puede brindar la clase de definición de la subjetividad que necesita la
crítica cultural” (Bracher, 1993: 12). Para resumir, la idea nuclear de este
argumento es que Lacan es relevante para el análisis político contem po
ráneo en razón de su concepción del sujeto humano. Como Feher-Gure-
vich afirma á propos de la teoría social: “El enfoque psicoanalítico de
Lacan está fundado en premisas que están en agudo contraste con las de
quienes han llevado al fracaso a la alianza entre el psicoanálisis y la teoría
social”. ¿Y cuáles son estas premisas? “Lacan brinda a la teoría social una
visión del sujeto humano que arroja nueva luz sobre las relaciones entre las
aspiraciones individuales y los fines sociales” (Feher-Gurevich, 1996: 154).
En términos más simples, la concepción lacaniana de la subjetividad
está llamada a remediar las deficiencias o “suplementar” -este término no
está utilizado aquí en su más estricto sentido derrideano, aunque un
aroma deconstruccionista no esté enteramente ausente- al posestructura-
lismo, la teoría social, la crítica cultural, la teoría de la ideología, etc.
¿Pero una acción de esa clase no es una acción reduccionista p a r excellen-
cc? Aunque nuestro propio enfoque, como será desarrollado en los capí
tulos siguientes, se localiza claramente más allá de una lógica de suple-
mentación, sería injusto considerar al sujeto lacaniano como término de
una reducción inaceptable. Este sería el caso sólo si la noción lacaniana
de subjetividad fuera una simple reproducción de un sujeto esencialista,
de un sujeto articulado en torno a una sola esencia positiva, transparente
para sí misma y totalmente representable en el discurso teórico. Pero este
sujeto esencialista, el sujeto de la tradición filosófica humanista, el sujeto
cartesiano, o aun el sujeto reduccionista marxista cuya esencia se identi
fica con sus intereses de clase, es justam ente lo que ha sido y tiene que
ser cuestionado; no puede ser parte de la solución porque forma parte
del problema inicial. El sujeto lacaniano está claramente localizado más
allá de una noción de la subjetividad tan esencialista y simplista. No solo
es Lacan “obviamente el más distante de aquellos que operan con catego
rías esencialistas o nociones simplistas de causa u origen psíquico” (Ba-
rrett, 1991: 107), sino que el sujeto lacaniano se opone y trasciende radi
calmente a todas esas tendencias sin, de todos modos, arrojar al bebé
jun to con el agua sucia, es decir, al locus del sujeto jun to con sus formu
laciones esencialistas.
Para Lacan es “cierto que el cogito está en el núcleo de ese espejismo
que hace al hombre moderno tan seguro de ser sí mismo en sus incerti-
dumbres sobre sí m ism o” (E: 165). Pero esta fantasía esencialista, que
reduce la subjetividad al ego consciente, ya no puede sostenerse: “Mito
1. EL SUJETO LACANIANO 35
1 Lacan se refiere aquí a la psicología del yo, a la que acusa de distorsionar la dimensión
radical de los descubrim ientos freudianos. Para un reciente informe “balanceado" -es
decir, no polém ico- de la relación de Lacan con la psicología del yo, ver Zeitlin, 1997. Vale
la pena también leer el libro de Smith Arguing with Lacan: Ego Psychology and Language, donde
2. EL SUJETO LACANIANO 37
7 En este sentido, se podría afirmar que el poder proviene de lo imaginario. Todas las formas
imaginarias de polaridad están caracterizadas por una tensión antagónica; son juegos de
suma cero entre adversarios que solo pueden resolverse a través de la destrucción total
(Lipowatz, 1 986, 1995b: 136). Como veremos, sin embargo, el poder no puede ser con-
ceptualizado adecuadamente mediante la sola referencia al registro imaginario.
1. EL SUJETO LACANIANO 41
11 Lacan vuelve su atención a la centralidad del lenguaje por primera vez en su seminal
“Discurso de Roma”, que fue desarrollado en Roma en septiembre de 1953 durante la XVIa
Conferencia de Psicoanalistas de Lenguas Romances. Este discurso está publicado en los
Écrits bajo el título “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, y marca
un considerable viraje en su interés, que influenció todo el desarrollo subsiguiente de su
enseñanza.
44 Y a n n is S t a v r a k a k is
lingüística, tal com o fue fundada por Saussure -y a que Saussure “puede
llamarse el fundador de la lingüística moderna" (E: 1 2 5 )- como la guía
en esta empresa, un rol que más tarde asignará a las matemáticas y a la
topología13: “La lingüística puede aquí servirnos de guía, puesto que es
este el papel que desempeña en la vanguardia de la antropología contem
poránea, y no podríamos permanecer indiferentes ante esto” (E: 73). La
lingüística es de gran importancia para el psicoanálisis por dos razones
principales. Primero, puede asistir en el desarrollo de la teoría analítica,
un desarrollo que depende para Lacan, de su adecuada formalización:
El psicoanálisis ha desempeñado un papel en la dirección de la sub
jetividad moderna y no podría sostenerlo sin ordenarlo bajo el movi
miento que en la ciencia lo elucida.
Este es el problema de los fundamentos que deben asegurar a nues
tra disciplina su lugar en las ciencias: problema de formalización, en
verdad muy mal abordado.
(E: 72)
Y, por supuesto, la lingüística es adecuada para esta reapropiación
psicoanalítica porque el análisis opera a través del lenguaje: los psicoa
nalistas son “practicantes de la función simbólica”, y así sería “asombroso
que nos desviemos de profundizar en ella, hasta el punto de desconocer
(méconnáitre) que es ella la que nos coloca en el corazón del movimiento
que instaura un nuevo orden de las ciencias” (E: 7 2 ). El consejo de
Lacan, “leed a Saussure” (E: 125), está además legitimado por el hecho
de que el propio Freud consideró al lenguaje como el fundamento de su
descubrimiento del inconsciente. El argumento de Lacan es que Freud
anticipó a Saussure debido a que su interés principal, ya desde La inter
pretación de los sueños (1 9 0 0 ), no es articular una psicología de los sueños
sino explorar su elaboración, es decir su estructura lingüística (E: 2 59).
Lacan deja en claro que lo que Freud presenta com o formaciones del
inconciente -ch istes, sueños, síntom as- no son más que el re'sultado de
su capacidad de discernir el status primario del lenguaje.
Así, la estrategia de Lacan es utilizar la lingüística moderna con el fin
de “recuperar” la verdad de la empresa freudiana, una verdad perdida
tiempo atrás para la teoría analítica. ¿Es esta empero su única motiva
ción? No hay duda de que este es un movimiento de doble vía. Al buscar
en Freud un determinado elemento lingüístico, Lacan reconstruye a Freud
de un modo que está influenciado por la lingüística moderna. La genia
14 Esta es parce de la estrategia general de Lacan de articular su propio punto de vista con
lecturas de los trabajos de Freud de una manera en la que no siempre es fácil discernir qué
es una contribución original y qué es sólo la presentación de la posición de Freud. Este
doble movimiento es característico también de la dimensión filosófica del retorno de Lacan
a Freud: “Fue un movimiento altamente estratégico que le permitió a Lacan vender Freud
a los filósofos, mientras que, al mismo tiempo, les vendía filosofía a los psicoanalistas bajo
la misma etiqueta del buen viejo Freud. Esta estrategia resultó increíblemente exitosa... Lo
que significa simplemente que el psicoanálisis, gracias a Lacan, es ahora la filosofía oficial
de Francia" (Borch-Jacobsen, 1997: 213).
15 El lenguaje puede ser pensado como el resultado de una sedimentación, una admisión o
incluso una hegemonización (es decir, de una dom esticación simbólica) de un campo
primario de lalangue, del sustrato caótico primario de la polisemia y lajouissance lingüística
(Evans, 1996a; 97).
1. EL SUJETO LACANIANO 47
ls Aun Hjelmslev, quien se inclinaba a excluir del ámbito lingüístico cualquier clase de
sustancia, promoviendo un formalismo que fue crucial en la expansión de la teoría del
lenguaje a otros sistemas semióticos, buscó tardíamente reintegrar el referente, una sustan
cia clara, a su modelo lingüístico; en sus propias palabras, trató de “semiotizar incluso hasta
ese trozo de sustancia rebelde conocida como el ‘nivel psíquico’” (Hjelmslev en Gadet,
1986: 126). El comentario de Gadet es el siguiente y se relaciona con nuestra discusión:
“Esta (la de Hjelmslev] es una empresa extraña, y podemos preguntarnos si la lingüística tal
como fue constituida por Saussure no se empantana en ella" (Gadet, 1986: 126).
2. EL SUJETO LACANIANO 49
cia a los signos implica una referencia a las cosas como garantia de la
significación, algo que Saussure fue finalmente incapaz de evitar, m ien
tras que la noción de la primacía del significante rompe con tales conno
taciones representacionalistas. Si una teoría intuitiva del sentido se basa
usualmente en un esquema “descriptivo” o denotativo, como aparece en
la descripción agustiniana del lenguaje, de acuerdo a la cual las palabras
significan objetos,17 Lacan subvierte claramente esta teoría simplista. En
este punto, no obstante, es crucial evitar un error común. Esta subver
sión no se lleva a cabo mediante la eliminación de la posición estructural
del significado.
¿Qué pasa entonces con el significado en el esquema de Lacan? Lacan
entiende el significado como un efecto de transferencia. Si hablamos de
significado es sólo porque nos gusta creer en su existencia. Es una creen
cia crucial para nuestra construcción de la realidad como un conjunto
coherente, “objetivo”; una creencia en algo que garantiza la validez de
nuestro conocim iento, sosteniendo la fantasía de una adaequatio entre el
lenguaje y el mundo. Pero para Lacan, com o afirma en su sem inario
sobre Las Psicosis (1 9 5 5 -6 ), aún “la transferencia de significado, tan esen
cial en la vida humana, sólo es posible debido a la estructura del signifi
cante” (III: 2 2 6 ). Dicho de otra forma, “el pretendido realismo de la des
cripción de lo real mediante el detalle, sólo se concibe en el registro del
significante organizado...La articulación formal del significante es domi
nante respecto a la transferencia del significado” (III: 229). Lacan enton
ces radicaliza la idea sem iológica, im plícita en Saussure y expresa en
Barthes, que “resulta cada vez más difícil concebir un sistema de imáge
nes y objetos cuyos significados puedan existir independientemente del
len g u aje... El m undo del significado no es otro que el del lengu aje”
(Barthes, 1973: 10). El significado nunca es una presencia plena consti
tuida fuera del lenguaje. La radicalización de Lacan, no obstante, im pli
ca el quiebre definitivo con el isomorfismo entre el significante y el signi
ficado y una resolución refinada del problema de la realidad externa. El
punto de Arquímedes de su solución es el siguiente: lo simbólico no es el
orden del signo, como en la lingüística saussureana, sino el orden del
significante. La significación es producida por el significante: “El signifi
17 “Un nombre está en lugar de una cosa, otro en lugar de otra”, como Wittgenstein afirma
en el Tractatus (Wittgenstein, 1988: 22). En sus Investigaciones filosóficas, vuelve sobre esto
y describe este cuadro agustiniano del lenguaje como sigue: “Las palabras del lenguaje
nombran objetos -la s oraciones son combinaciones de esas denom inaciones... Cada pala
bra tiene un significado. Este significado está coordinado con la palabra. Es el objeto por el
que está la palabra” (Wittgenstein, 1992: 2).
1. EL SUJETO LACANIANO 51
ficación, justam ente porque en su dimensión real está situado más allá
del nivel de lo sim bólico. Lo que permanece es el locus del significado
que ahora es designado por una falta constitutiva. Lo que también per
manece es la promesa o la aspiración de alcanzar el significado perdido/
imposible, de llenar el vacío en el locus del significado ausente. La signi
ficación está articulada en torno a la ilusión de alcanzar el significado,
pero esta misma ilusión es un resultado del juego del significante. El
significado, como hemos señalado, es un efecto creado por el significante
en el proceso de la significación. El contenido conceptual de un enun
ciado, como señala Jam eson, debe verse como un efecto de sentido; es la
relación entre significantes lo que produce el espejism o objetivo de la
significación (Janieson, 1992: 26). Es el significante, en otras palabras, el
que determina el efecto ilusorio del significado: “El significante tiene
una función activa, mientras que lo significable -aquello que puede ser
significado- soporta su marca. El significado es causado por el signifi
cante” (Klotz, 1995: 94 ). La ilusión de un sentido estable es un efecto del
juego de los significantes; la teoría del sentido de Lacan se sitúa así más
allá de cualquier problemática representacionalista. Lo que él quiere de
cir con esto es que, si hay un significado, éste sólo puede ser un signifi
cante al que atribuim os una función de significado transferencial. El
significado es un “sujeto supuesto saber” lingüístico, o más bien un “ob
jeto supuesto saber” que un significante significa para un sujeto.
Pero ahora, cierta confusión parece contam inar nuestro argumento.
¿Cuál es el status exacto del significado? ¿El significado es real o imagina
rio? Al principio postulamos que el significado es el efecto de la ilusión
transferencial, una entidad imaginaria. Más adelante presentamos al sig
nificado referido al orden de lo real, un orden más allá de la significa
ción. Lacan parece aceptar dos definiciones opuestas del significado. Un
examen más cuidadoso revela, sin embargo, que esto no es el resultado
de alguna clase de confusión conceptual sino la ingeniosa solución de
Lacan al problema del sentido. Un acercam iento lacaniano riguroso al
terreno del sentido y la significación debe tener en cuenta a la vez a las
tres dimensiones involucradas: los registros de lo real, lo imaginario y lo
simbólico. Según Lacan, el significado, lo que es supuesto ser, a través de
sus conexiones con la realidad externa, la fuente de la significación,
pertenece efectivamente a lo real. Pero este es un real que se resiste a la
simbolización, esta es la definición de lo real en Lacan: lo real es lo que
no puede ser simbolizado, lo imposible. Seguramente, si este real está
siempre ausente del nivel de la significación no puede ser en sí mismo y
por sí mismo la fuente de esta misma significación. Su ausencia, sin
2. EL SUJETO LACANIANO 53
ls Aunque inicialmente Lacan utiliza las categorías de sentido (sens) y significación (signifi-
cation) de modo intercambiable, desde finales de los años cincuenta en adelante vincula la
significación a la dimensión de lo imaginario del proceso de significación (a la producción
ilusoria de significado), mientras que utiliza el sentido para referirse a la dimensión sim bó
lica de este proceso. Aunque esta distinción tiene alguna importancia clínica, no influye
drásticamente en nuestra exposición del análisis que hace Lacan de lo simbólico.
54 V a n n is S ta v r a k a k is
ria entre madre e hijo erigiendo la prohibición del incesto: “En el nombre
del padre es donde tenemos que reconocer el sostén de la función sim bó
lica que, desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona
con la figura de la ley” (E: 67). Dicho simplemente, el padre introduce la
idea de un nuevo orden. Esta es, según Lacan, la dimensión más destaca
da de la función del padre. La función paterna introduce un orden, pero
un orden estructuralmente diferente al orden natural, un orden que ins
tituye la sociedad humana, una cierta comunidad de sentido (III: 3 2 0 ).
En ese sentido, el rol del significante que instituye el orden simbólico
para el sujeto, el rol del Nombre-del-Padre, es tanto prohibitivo, puesto
que demanda algo del sujeto, como también productivo, puesto que hace
posible la em ergencia del sujeto del significante en su relación con el
orden de la realidad simbólica.
Si las leyes del lenguaje, para poder funcionar de alguna manera,
presuponen, la aceptación de la Ley como tal, para Lacan esta Ley está
claramente articulada en el nivel del significante. La significación, la ar
ticulación de significantes en ciertos órdenes, se fundamenta en el hecho
de que hay una Ley. Si, con respecto al drama familiar, la Ley se introdu
ce con la prohibición del incesto, en términos de la dialéctica general de
la formación de la identidad la Ley se introduce con el sacrificio de todo
acceso inmediato a un real presim bólico, un sacrificio im plícito en el
advenimiento del lenguaje. En otras palabras, la función del lenguaje en
general, el orden social en sí mismo como distinto al orden natural, es
soportada por el Nombre-del-Padre como portador de la Ley sim bólica.21
La cuestión de la im portancia de este significante puede tam bién ser
examinada por una vía negativa. Podemos preguntar, por ejemplo “¿Qué
sucede cuando el significante que está en ju eg o , el centro organizador, el
punto de convergencia significativa que constituye, es evocado, pero falta
[jait déjaut]?” (III: 283). Cuando el Otro es excluido, lo que concierne al
sujeto es dicho por el pequeño otro, por sombras de otro (III: 53). La falta
de lo simbólico es recubierta por construcciones imaginarias que toman
la forma de delirios.
En la psicosis el significante está en causa, y como el significante
nunca está solo, como siempre forma algo coherente - e s la
21 En la concepción de Lacan, que en este punto está influenciada por la obra de Lévi-
Strauss, la Ley no es entendida com o una pieza particular o un contenido positivo de
legislación, sino como el principio de orden o estructuración que hace posible la existencia
social. La Ley es la condición estructural para la emergencia de lo social. Y como lo social
sólo puede articularse a través del intercambio simbólico, es decir, dentro del orden sim bó
lico, esta Ley es, para Lacan, la Ley del significante: “Esta ley se da pues a conocer suficien
temente como idéntica a un orden de lenguaje” (E: 66).
3. EL SUJETO LACANIANO 59
23 Mientras que la percepción general parece ser que Lacan y Foucault, tanto en lo personal
como en sus proyectos teóricos, fueron extraños entre sí y en gran parte incompatibles, esto
no es verdad..A pesar de las muchas diferencias de importancia, hay que señalar que, al
menos durante sus seminarios Problemas cruciales del psicoanálisis (1 9 6 4 -5 ) y El objeto del
psicoanálisis (1 9 6 5 -6 ), Lacan instó repetidamente a su audiencia a leer los libros de Foucault,
y elogia especialmente la afinidad del trabajo de Foucault en El nacimiento de la clínica con
su propio proyecto (seminario del 31 de marzo de 1961). El año siguiente pidió a todos
que leyeran Las palabras y las cosas de “nuestro amigo Michel Foucault” (seminario del 27
de abril de 1966), quien asistió al seminario del 18 de mayo de 1966.
1. EL SUJETO LACANIANO 61
Lo que hay que enfatizar ahora es que lo que está en juego aquí no es
sólo la identificación subjetiva sino la constitución de la realidad en sí
misma: “Para que haya realidad, para que el acceso a la realidad sea
suficiente, para que el sentimiento de realidad sea un ju sto guía, para
que la realidad no sea lo que es en la psicosis, es necesario que el com
plejo de Edipo haya sido vivido” (III: 198). Como veremos en el capítulo
segundo, la realidad está construida simbólicamente y articulada en el
lenguaje. Una vez más, la articulación lingüística presupone cierta pér
dida, la exclusión de algo por medio de un acto de decisión: el poder se
revela como un elemento inherente a la lógica del significante.24 No hay
sociedad y realidad social sin exclusión; sin ella, el mundo colapsa en
un universo psicótico. ¿Pero qué es exactamente lo que se sacrifica en el
mundo del lenguaje? Dijimos que es la madre, la Cosa materna. En un
nivel más general, es también nuestro acceso a un nivel inmediato de
necesidad relacionado con toda la vida animal. Debemos al hecho de la
constitutividad de lo simbólico en la vida humana que la necesidad se
convierta en demanda y el instinto se convierta en pulsión y luego en
deseo. Lo que acontece en todas esas transformaciones es la pérdida de
un nivel primordial de lo real. Lo que se pierde es todo acceso inmediato
a lo real. Ahora sólo podemos tratar de encontrar lo real a través de la
simbolización. Ganamos acceso a la realidad, la que es principalmente
un constructo sim bólico, pero el significado del significante “realidad”,
lo real en sí mismo, es sacrificado para siempre.25 Ninguna identificación
nos posibilita restaurarlo o recapturarlo. Pero es justam ente esta imposi
bilidad la que nos fuerza a identificarnos una y otra vez. Nunca obtene
rnos lo que se nos prometió, pero es por eso justam ente que seguimos
anhelándolo.
En otras palabras, cualquier identidad resultante de la identificación
es siempre una identidad inestable, escindida, o aun una no-identidad,
en tanto que toda identificación está marcada por una dimensión alie
nante. Como sostuvimos antes, si bien la identificación imaginaria ofrece
al sujeto un sentido de identidad, también implica una ambigüedad ra
dical, introduce cierta tensión antagónica. La misma alienación caracte
riza a la identificación simbólica: en Los cuatro conceptos fundam entales del
psicoanálisis, Lacan se refiere a una falta que emerge por la invasión de lo
simbólico, “debido a que el sujeto depende del significante y el signifi
cante está primero en el campo del O tro” (XI: 2 0 4 -5 ). Aquí nos confron
tamos con una ambivalencia similar a la que llevó al fracaso de la identi
ficación imaginaria. Lo que pertenece al Otro socio-sim bólico nunca puede
volverse totalmente nuestro; nunca puede convertirse en nosotros: será
siempre una fuente de ambivalencia y alienación y esta brecha nunca po
drá ser superada. El resultado final de la identificación simbólica es una
alienación en el lenguaje más amplia, en el mundo social: “La paradoja
de la Palabra es que, por su emergencia, se resuelve la tensión del antago
nismo presimbólico, pero a un precio: la Palabra...acarrea una irrecupe
rable externalización-alienación” (Zizek, 1 9 9 7 a : 4 2 ). Para recapitular
nuestra exposición hasta este punto, tanto la identificación imaginaria
como la sim bólica fracasan en brindarnos una identidad estable. Una
falta resurge continuam ente allí donde la identidad debería consolidar
se. Todos nuestros inten tos de recu brir esta falta del sujeto m ediante
identificaciones que prom eten darnos una identidad estable fracasan;
este fracaso pone en prim er plano el carácter irreductible de esta fal
ta, que a su vez refuerza nu estros in ten tos de colm arla. Este es el
ju ego circular entre la falta y la identificación que m arca la condición
hum ana; un juego que hace posible la em ergencia de toda una p o líti
ca del sujeto.
En este aspecto debemos ser muy claros, asumiendo al mismo tiempo
el riesgo de cierta repetición: la política del sujeto, la política de forma
ción de la identidad, sólo puede entenderse com o una política de la
imposibilidad. Si el ego está basado en el desconocimiento imaginario de
la imposibilidad de la completud y de la clausura, esto comporta tam
bién una alienación constitutiva, haciendo visible cierta falta. Esta falta
también constituye un elemento irreductible del orden simbólico al cual
el sujeto recurre para su representación; aquí la falta es elevada a la posi
1. EL SUJETO LACANIANO 63
“una ciencia del ind ivid u o” (Feh er-G u rew ich , 1 9 9 6 : 1 6 4 ), no sólo
son incapaces de brindar una co n exió n entre Lacan y lo p olítico o
“una nueva alianza entre psico an álisis y teoría so cia l” (ib íd .: 1 5 1 )
sino que además están com pletam ente fuera de lugar; Lacan es extre
m adamente claro en esto:
Con el término sujeto. . .no designamos el sustrato viviente necesario
para el fenómeno subjetivo, ni ninguna especie de sustancia, ni nin
gún ser del conocimiento en su patía, segunda o primitiva, ni siquiera
el logos encarnado en alguna parte.
(XI: 126)
Lacan no hay sujeto que no sea, ya, siempre, sujeto social" (Lacoue-Labar-
the y Nancy: 1992, 3 0 ).27
No obstante, aún hay un problema obvio en esta afirmación: a saber,
no hay nada muy radical o innovador en ello. En términos simples, no es
solo la teoría lacaniana la que enfatiza este rol del factor “objetivo”, so
cial. El propio Freud, a pesar de todas sus tendencias reduccionistas,
señaló ya desde el comienzo que “En la vida anímica del individuo, el
otro cuenta, con toda regularidad, como m odelo, com o objeto, com o
auxiliar y como enem igo... La relación del individuo con sus padres y
hermanos, con su objeto de amor, con su maestro y con su m édico”,
todas estas relaciones sociales son cruciales para la identidad individual
(Freud, 1985: 95-6). Hoy en día es un lugar común, en la teoría analítica
y en la teoría en general, sostener que lo social constituye el reservorio de
las representaciones que utiliza lo psíquico, es decir el lugar donde se
originan los objetos de identificación. También está generalmente acep
tado que este proceso no se limita a nuestros primeros años sino que
determina la totalidad de la vida (Leledakis, 1995: 166-77). Pero enton
ces, ¿qué es lo novedoso que aporta Lacan? Ciertamente, la concepción
de Lacan de la subjetividad debe verse com o una radicalización y una
elaboración de esta posición freudiana, y de hecho, una radicalización
de proporciones innovadoras. En Lacan, esta idea imprecisa está funda
mentada sobre un aparato conceptual firme y una base teórica rigurosa.
Pero, como veremos, y esto es lo más importante, la relevancia de Lacan
para el análisis sociopolítico no se limita a esta radicalización.
¿Qué más puede ofrecer la teoría lacaniana? Intentaremos responder a
esta pregunta resumiendo simultáneamente nuestra argumentación hasta
aquí. Nuestra primera afirmación fue que la teoría lacaniana puede ser
relevante para el análisis sociopolítico porque ofrece una concepción
“sociopolítica” de la subjetividad. Lo subjetivo no es más “subjetivo” en el
sentido tradicional de la palabra, que presupone la identificación del
sujeto con el ego consciente. El sujeto es equivalente a la falta que está en
27 De hecho, Lacan siempre ha estado alerta a esta interacción de lo social con lo individual.
Desde su tesis doctoral en adelante, intentó encarar la cuestión de la relación entre lo social
y lo subjetivo. En su tesis examina, a través del estudio detallado de un caso, la interacción
entre la personalidad y el mundo social. Define la personalidad com o “el conjunto de las
relaciones funcionales especializadas que constituyen la originalidad del animal-hombre,
aquellas que lo adaptan al enorm e predom inio que en su medio vital tiene el medio
humano, o sea la sociedad” (Lacan en Muller y Richardson, 1982: 2 6-7). No sorprende,
entonces, que su tesis fuese recibida favorablemente en publicaciones de izquierda como
L'Humanité y La Critique S ociale, debido precisamente a la inclusión de estos postulados
sociocéntricos.
1. EL SUJETO LACANIANO 67
O tro del sentido: “Hay allí una falla, un agujero, una pérdida [en el
O tro]” (XX: 28). Si Lacan presenta una visión tan radical del nivel socio-
político, entonces seguramente nuestra argumentación no puede quedar
fyada o focalizada exclusivamente en su concepción de la subjetividad.
Para poder extraer todo lo que Lacan tiene para ofrecer a la teoría política
necesitamos pasar de lo subjetivo a lo objetivo. Este es el propósito del
siguiente capítulo.
2. EL OBJETO LACANIANO.
Dialéctica de la imposibilidad social
1 Lacan se mostró siempre muy bien predispuesto para deconstruir las bipolaridades hege-
mónicas del pensamiento occidental; introduce, por ejemplo, el neologismo extimité con el
fin de subvertir la oposición entre lo externo y lo interno.
2 Definir lo subjetivo y lo objetivo, especialmente en su oposición mutua, es extremada
mente difícil incluso para el discurso filosófico dominante. Esto aparece ilustrado, por
ejemplo, en las vías opuestas y conflictivas por las que se los define en el pensamiento
medieval y en el pensamiento moderno (W illiams, 1988: 308).
70 Y a n n is S t a v r a k a k is
3 Sólo un significante vacío puede representar la promesa de esta completud imposible. Este
es el significante que com parten tanto el sujeto como el Otro: “Lo que compartim os
nosotros y el Otro inaccesible es el significante vacío que representa esa X que elude ambas
posiciones” (Zizek, 1997a: 51). Sobre la noción del significante vacío y sus implicancias
políticas, ver Laclau, 1996, especialmente pp. 3 6 -4 6 . También ver, en conexión con esto,
el capítulo 3 de este volumen.
2. EL OBJETO LACANIANO 71
4Jouissancc es uno de los más importantes pero complejos términos introducidos por Lacan
en el vocabulario psicoanalítico. Aparece por primera vez en el seminario de Lacan durante
los tempranos años cincuenta pero adquiere su lugar central en el edificio teórico lacaniano
hacia finales de los sesenta y los setenta. Simplificando un poco, jouissance significa goce. Si
bien inicialmente Lacan liga este goce con los placeres de la masturbación y el orgasmo,
más tarde opone placer y jouissance. La jouissance es postulada ahora como la parte de lo real
que está limitada por la introducción del “principio del placer”, un principio condicionado
por la ley simbólica (Evans, 1996a: 91).
De esta manera, la jouissance está claramente localizada más allá del placer. Sólo puede ser
experimentada a través del sufrimiento, el “goce doloroso” que cada uno extrae de su
síntoma, en la medida en que gozar del síntoma está localizado más allá de la barrera del
placer socialmente sancionado. Sin embargo, mientras que a la jouissance se le niega el
acceso al mundo de la satisfacción “legítima", el entero juego del deseo condicionado por
el principio del placer está articulado en torno a la búsqueda de esta jouissance en última
instancia imposible (si la jouissance es real, entonces alcanzarla tiene que ser finalmente
72 Y a n n is S ta v r a k a k is
imposible). La dialéctica de este juego será examinada más adelante en este capitulo, junto
con la serie de cuestiones que plantea el uso ambiguo en Lacan de la categoría d e jouissance.
5 La Cosa (das Ding en el vocabulario de Freud) es, de acuerdo con Lacan, la cosa en lo real,
fuera de la red sim bólica. Como tal está postulada como perdida, como el objeto real
negado por la prohibición del incesto, la madre. La Cosa adquiere su significado dentro de
un contexto de jouissance y se caracteriza por su afinidad con conceptos como el de objet
petit a (Evans, 1996a: 2 0 4 -5 ).
2 . EL OBJETO LACANIANO 73
6 En su segundo seminario, Lacan señala que “lo real carece absolutamente de fisura” (II:
97). No está claro si esta afirmación es compatible con sus comentarios de finales de los
años cincuenta y los sesenta (en su seminario inédito El deseo y su interpretación, por
ejemplo, donde habla de cortes en lo real -sem inario del 27 de mayo de 1959), a los que
ya nos referimos, o si estamos ante un cambio de opinión. Este es un problema que tiene
que ver con la general indeterm inación en las definiciones de Lacan de lo real. Con
respecto a esto, ver el análisis en la próxima sección de este capítulo.
76 Y a n n is S t a v r a k a k is
Esto se articula com o una operación total y así puede ser pensado
com o esencialmente imaginario. En efecto, Lacan, en diversos lugares de
su obra, subraya el carácter imaginario de la fantasía. No obstante, la
fantasía no es puramente imaginaria8. Tal como se muestra en Las fo r m a
ciones del inconsciente, la fantasía es un imaginario tomado en una función
significante (seminario del 21 de mayo de 1 9 5 8 ); una afirmación que se
repite un año más tarde (seminario del 28 de enero de 1959). Esto se
debe a que la fantasía emerge como un soporte justamente en el lugar
En Freud, la castración es claram ente concebida com o una fantasía que escenifica la
mutilación del pene. Lacan conecta esta fantasía con todas las otras fantasías de desmem
bramiento ligadas a la imagen del cuerpo fragmentado (Evans, 1996a: 21). En consecuen
cia, la fantasía apunta a ocultar la imposibilidad fundamental de recubrir la falta en el Otro,
de encontrar una jouissance imposible. Para conseguir esto, nos asegura que esa completud
(la completud del Otro, el encuentro con la jouissance absoluta) no es imposible sino
prohibida, y, de esta manera, que es posible recapturarla en algún momento futuro (esa es
la esencia de la promesa fantasmática) si la instancia (o más bien el agente) de la castración
es precisado y se adopta una determinada estrategia vis á vis su función: “En este sentido
preciso, la fantasía es la pantalla que separa el deseo de la pulsión. Relata la historia que
permite al sujeto (no) percibir el vacío en torno al cual circula la pulsión en tanto pérdida
primordial constitutiva del deseo. O, para decirlo todavía de otro modo: la fantasía propor
ciona una explicación para el punto muerto inherente al deseo; da una razón del enigma de
‘por qué no hay relación sexual’. La fantasía es así no sólo la fantasía de una relación sexual
exitosa, sino más bien la fantasía de por qué salió mal. Construye la escena en la cual la
jouissance de la que estamos privados se concentra en el Otro, quien nos la robó. En la
fantasía ideológica antisemita, el antagonismo social es explicado mediante la referencia a
los judíos com o el agente secreto que nos roba la jouissance social (acumulando ganancias,
seduciendo a nuestras mujeres, etc.). También por esa razón, la noción de fantasía es
ambigua: la fantasía beatífica (la visión del estado de las cosas ‘antes de la Caída’) es
sostenida por la perturbadora fantasía paranoica que nos dice por qué las cosas salieron
mal (por qué no conseguimos a esa chica, por qué la sociedad es antagónica). Atravesar,
pasar a través de la fantasía, significa que aceptemos el círculo vicioso de dar vueltas en
torno al objeto y hallar jouissance en él, renunciando al mito de que la jouissance se acumula
en alguna otra parte" (Zizek, 1998: 2 0 9 -1 0 ).
Para recapitular, la fantasía sostiene nuestro deseo escenificando un estado de completud
en tanto que marcado por la falta, negado por el Otro castrador. Esta proyección imaginaria
de completud real es escenificada como negada por algún agente particular; así se oculta su
imposibilidad última. Como veremos, particularmente en el capítulo cuarto, esta concep
ción de la fantasía la convierte en una categoría crucial para el análisis de la política y
especialmente de la política de la utopía. En ese capítulo subrayaremos el carácter dual de
la fantasía (el lado beatífico y el lado horrorífico/demoníaco), mientras que en el presente
desarrollaremos también un enfoque levemente diferente, combinando el uso del concepto
de fantasía en su sentido beatífico armonioso con el de la categoría lacaniana de síntoma.
8 En El objeto del psicoanálisis, Lacan señala que la fantasía no es imaginaria y que el objet petit
a, el objeto de la fantasía, no puede ser capturado en el espejo porque constituye el marco
que emerge cuando abrimos los ojos (seminario del 18 de mayo de 1966). El objeto no
puede ser reducido a la imagen especular y por lo tanto no es de naturaleza estrictamente
imaginaria (seminario del 30 de marzo de 1966).
EL OBJETO LACANIANO 79
10 De hecho - y esto es algo que será elaborado más adelante- es a causa de la organización
de nuestro deseo en torno a este objeto que lo real resulta equivalente a la completud. Es así
porque, como ha señalado J. A. Miller, el objeto es un real “falso”, es decir una parte de la
jouissance tal com o es escenificada en la fantasía (la fantasmática o semántica, en otras
palabras, la parte elaborada de la jouissance), la que proyectamos retroactivamente a nues
tro reflejo sobre lo real pre-simbólico: un real que es, en tanto tal, imposible de pensar.
82 Y a n n is S t a v r a k a k is
cial, del lado del Otro, del Otro tachado. Incluso en Freud, la fantasía
implica el registro subjetivo de estructuras simbólicas normativas:
Si bien el sujeto considera a su fantasía como su propiedad privada y
su posesión más íntima y peculiar, la fantasía es el precipitado en el
sujeto de formaciones que están más allá de los límites de la subjeti
vidad y la intersubjetividad: formaciones que están presentes en los
mitos, leyendas, cuentos de hadas, relatos y obras de arle de diferen
tes épocas y civilizaciones.
(Rodríguez, 1990: 101)
En ese sentido, la fantasía pertenece a esos escándalos lacanianos en
los que es subvertida la forma habitual de oposición entre lo subjetivo y
lo objetivo. Si la fantasía no es “objetiva" (no existe fuera de la percep
ción subjetiva), tam poco es “subjetiva” (no se reduce a la consciencia
subjetiva). Pertenece a lo que Zizek llama el nivel “objetivamente subjeti
vo” (Zizek, 1997b: 118). La fantasía está localizada del lado de la reali
dad, sostiene nuestro sentido de la realidad (Zizek, 1997b: 66). Nuestra
construcción social de la realidad adquiere su consistencia ontológica a
partir de su dependencia de determinado marco fantasmático. Cuando
este marco se desintegra, la ilusión -la prom esa- de capturar lo real que
sostiene la realidad, la ilusión que cierra la brecha entre lo real y nuestras
simbolizaciones de ella, entre significante y significado, queda dislocada.
¿Cuál es, no obstante, la exacta significación política de la promesa
fantasmática? Del milenarismo al Manifiesto Comunista y siguiendo con la
ideología verde, sabemos que toda promesa política está sostenida por
una referencia a un estado perdido de arm onía, unidad y com pletud,
una referencia a un real presimbólico que la mayoría de los proyectos
políticos aspira a recuperar. Una vez más, la presencia constante de esta
idea de un pasado perdido no revela nada acerca de la verdadera natura
leza de ese estado; es una proyección retrospectiva condicionada por la
intervención de la falta simbólica. Si la realidad social está marcada por
la falta, si el goce es sólo parcial, entonces el estado presimbólico que
añoramos tiene que ser un estado de completud, un estado sin límites;
“jouissance sans entrants’’ fue uno de los lemas de les événements de mayo de
1968, como lo muestra la famosa fotografía tomada por Cartier-Bresson.
Las características de este estado tal com o está articulado en la fantasía
política son un efecto retroactivo de la sim bolización: la simbolización
nos hace creer que lo que es imposible ha sido prohibido y entonces
también puede ser recapturado. El psicoanálisis, como veremos, recono
ce la importancia de esas fantasías, sin pronunciarse acerca de su posibi
2. EL OBJETO LACANIANO 87
12 Además, la ética lacaniana apunta a otra via de construcción de un proyecto político más
allá de la promesa fantasmática. Esta estrategia será desarrollada en los dos últimos capítu
los de este libro.
88 Y a n n is S t a v r a k a k is
13 En algunos puntos de su obra, Lacan insinúa que el sujeto puede vivir, pero sólo
temporariamente, este goce prohibido (nos referimos a la jouissance2, en el sentido de
Fink). Durante el orgasmo, por ejemplo, como Lacan señala en su seminario La identifica
ción, el sujeto castrado puede alcanzar por un instante su identificación, hacer coincidir su
demanda con su deseo (seminario del 27 de junio de 1962). Esto sólo dura un instante y es
seguido por un sentimiento de insatisfacción. Esto se debe a que, si bien el deseo anhela la
continuidad, la jouissance sólo puede experimentarse durante un momento. Luego de este
instante particular, vuelve a establecerse la brecha entre deseo y demanda y la falta se
reinscribe en el nivel subjetivo. Para una descripción detallada de los matices de la concep
ción lacaniana d e jouissance, ver Evans, 1998.
2 . EL OBJETO LACANIANO 89
cual aún sim bolizam os, aún representamos, aún nos identificam os, es
que toda simbolización, toda representación de la realidad, está articula
da en un marco fantasmático, una promesa de encontrar nuestra jouissan-
ce perdida. La fantasía crea esta ilusión ofreciéndonos el objet petit a como
corporización, en su ausencia, de esta completud. La fantasía, no obstan
te, no puede colmar el deseo, ya que no puede capturar el real presimbó-
lico desconocido; sólo puede sostenerlo, revelando la experiencia huma
na como una dialéctica de la imposibilidad. La promesa de completud
que sostiene el deseo es generada de manera performativa por la falta
simbólica. El nivel objetivo se revela así como el nivel de una falta estruc
tural pero también como el nivel en el cual ocurren intentos fantasmáti-
cos, fútiles, de neutralizar esta falta. Si, de todas maneras, la simboliza
ción y la fantasía son cruciales en cada uno de esos intentos de producir
el objeto imposible “sociedad”, ¿no significa eso que la teoría lacaniana
no es más que otra versión del construccionismo social, de la idea de que
la realidad como un conjunto coherente está socialmente construida?
caparidad de acceder a esta realidad por fuera del discurso, nuestra capacidad de conse
guir un acceso definitivo a la esencia de las cosas, a cualquier real presimbólico. Los
humanos están atrapados en el universo del discurso. Esto significa que es imposible
concebir o articular lo que está fuera del discurso sin articularlo dentro del campo del
discurso en alguna de sus formas (política, científica, etc.) (Barrett, 1991: 76-7). Como
señalan Laclau y Mouffe, el hecho de que todos los objetos estén constituidos como objetos
de discurso no presupone que el mundo externo no exista, no es relevante para la oposición
realismo/idealismo. Un terremoto es un acontecimiento que existe independientemente de
nuestra voluntad, si bien su especificidad como objeto será construida dentro de una lógica
científica de los “fenómenos naturales” o como una expresión de la voluntad de Dios,
dependiendo de la estructuración del particular campo discursivo en cuestión (Laclau y
Mouffe, 1985: 108). Según Castoriadis, todo lo que existe en la “realidad objetiva” es
accesible a través del magma del sentido social instituido, un sentido que la transforma
ontológicam ente. La naturaleza pone lím ites o crea obstáculos a la institución social de
la sociedad, pero focalizarse sobre estos obstáculos naturales no revela nada acerca de
la sociedad hum ana, justam ente porque nuestro universo sim bólico no está determ ina
do por ninguna ley natural. Para qué “es” la sociedad, qué “es” dentro de nuestro
universo sim bólico, puede no corresponder a ninguna infraestructura real o natural y
viceversa (Castoriadis, 1 9 7 8 : 3 3 6 ).
En términos lacanianos, de este modo algo puede “ser” sin existir, puede “ser” en nuestro
mundo sim bólico e imaginario y mediante el habla, sin encontrar un sostén en lo real (p.
e., el Otro com pleto) (Evans, 1996a: 16). Sabem os, por ejem plo, que la procreación
presupone el coito, pero eso no revela nada acerca de la vasta alquimia de deseo y sexua
lidad que jalona la historia humana. Como se explica muy bien en un artículo reciente de
O bserver Review, “Los pájaros lo hacen, las abejas lo hacen, y los conejos también están en
eso, bueno, com o conejos. Pero ninguno de ellos se enfunda en látex” (Diamond, 1997: 7).
El sostén natural y los límites naturales algunas veces son tomados en cuenta y otras son
ignorados, pero en cualquier caso se transforman a través de su inserción en la red de
sentido y significación. Esto no quiere decir que todo se reduzca a discurso sino que incluso
lo real -q u e , para Lacan, permanece fuera de la sim bolización- hace sentir su presencia a
través del fracaso de este universo discursivo. En otras palabras, los intentos de simbolizar
lo real son constantes pero jam ás totalmente exitosos; siempre se escapa algo, pero esta
pérdida sólo se muestra mediante la interrupción de la sim bolización misma. Además, no
hay que pasar por alto el hecho de que, en Lacan, así com o en gran número de otros
pensadores com o W ittgenstein, Austin y Laclau, el nivel discursivo no se reduce al nivel de
las ideas, al carácter mental que habitualmente se les atribuye, opuesto a una determinada
infraestructura material. Lacan enfatiza la materialidad del significante (lo que él denomina
la “materialidad freudiana del significante”) así como Wittgenstein afirma la dimensión
material de los juegos de lenguaje, Austin la performatividad de los actos de habla y Laclau
la materialidad del discurso.
EL OBJETO LACANIANO 91
vista cada vez más com o una construcción social. La ciencia social ya no
puede presuponer la objetividad de la naturaleza como una esencia in
mutable” (Delanty, 1997: 5).
Este énfasis en la pérdida de un anclaje objetivo, natural, del sentido,
la inversión del construccionism o, parece, com o ya hem os insinuado,
muy cercano a la conceptualización lacaniana de la significación. El sig
nificado, el objeto real implicado en la significación, está finalmente au
sente en ambos casos y se construye un reemplazo a través de un proceso
de significación. En Lacan, también sucede que la realidad siempre es
precaria (III: 30). La realidad que interesa al psicoanálisis “es sosten i
da, en tretejid a, co n stitu id a, por un entrelazam ien to de sig n ifica n
tes”; la realidad, en otras palabras, “im plica la integración del sujeto
en un particular ju ego de significantes” (III: 2 4 9 ). Es el significante lo
que produce la realidad:
El día y la noche, el hombre y la mujer, la paz y la guerra; podría
enumerar todavía otras oposiciones que no se desprenden del mun
do real, pero le dan su armazón, sus ejes, su estructura, lo organizan,
hacen que, en efecto, haya para el hombre una realidad, y que no se
pierda en ella. La noción de realidad tal como la hacemos intervenir
en el análisis, supone esa trama, esas nervaduras de significantes.
(III: 199)
Brevemente, la realidad está siempre construida discursivamente. En
Los problem as cruciales del psicoanálisis, Lacan señala que cualquier referen
cia a la realidad, a la realidad como un conjunto objetivo, debería gene
rar cierta desconfianza (seminario del 2 4 de febrero de 1 9 6 5 ); en otra
parte se refiere al mito de la realidad. Y, en Aun, concluye: “No hay la
más mínima realidad prediscursiva, por la buena razón de que lo que se
forma en colectividad, lo que he denominado los hombres, las mujeres y
los niños, nada quiere decir como realidad prediscursiva. Los hombres,
las mujeres y los niños no son más que significantes” (XX: 33). La exis
tencia depende de la representación lingüística; lo que no puede ser
articulado en el lenguaje, estrictamente hablando, no existe. El énfasis
tiende aquí a estar en la construcción simbólica. Parece legítimo entonces
reducir la posición lacaniana a un construccionismo puro. ¿O no?
En un nivel bastante simple, es posible incluso señalar una serie de
conexiones directas entre el influyente libro de Berger y Luckmann, La
construcción social de la realidad (Berger y Luckmann, 1 9 6 7 ), y la teoría ana
lítica. Por ejemplo, estos autores parecen sostener que la internalización
de la realidad socialmente construida, en los primeros años ele vida, es
2 . EL OBJETO LACANIANO 93
Explorando la realidad
15 Como ya hemos señalado, en la fantasía, esta ilusión está articulada como una promesa
de alcanzar la completud en el futuro. Lo que niega la realización de la fantasía en el
presente (la imposibilidad de la completud en cuanto tal) es reducida a la intervención de
un Otro de la prohibición localizado. En otras palabras, siempre que hablamos de “recu
brir”, de “suturar”, etc., la falta constitutiva en el Otro, nos referimos a una promesa
fantasmática que es pospuesta aun dentro de los límites de la fantasía. Pero este aplazamien
to no es atribuido a la imposibilidad constitutiva de cum plir esta promesa; acusando
siempre a “algún otro”, la fantasía intenta transformar la imposibilidad en una posibilidad
prohibida y de este modo sostener la fuerza hegemónica de su promesa.
2. EL OBJETO LACANIANO 95
habla sido identificado con las Azores, Cabo Verde, Roma, Copenhague,
Jerusalén, Pisa, París y otros lugares. Podía ubicarse donde uno quisiera.
¿Qué revela esto? Revela que lo que era necesario para la estabilidad y
el uso práctico de cierta significación (el cálculo de la longitud) fue el
ordenamiento estructural introducido por un determinado punto de re
ferencia; este punto de referencia era un significante cuyo significado
podía producirse de diversas maneras, que contenían todas ellas im pli
caciones comparables en términos de simbolización de lo real. Lo que
también es muy importante es que el rol estructural del point de capitón en
la producción de sentido introduce un determinado elemento político.
Nuestro ejem plo pone en evidencia que “el emplazamiento del primer
meridiano es una decisión puramente política” (Sobel, 1996: 4). Si el rol
del point de capitón es necesario (o universal) en términos estructurales, su
contenido particular (el significado producido por su predom inio de
significación) no es un asunto de reflejo de una realidad objetiva pre
existente sino una disputa ele hegemonía. No sorprende entonces que la
decisión final de declarar el meridiano de Greenwich como primer m e
ridiano del mundo se haya realizado en un cónclave internacional, la
Conferencia Meridiana Internacional desarrollada en Washington en 1884.
Es im portante tam bién m encionar que esta decisión fue, en parte, el
resultado de la gradual hegem onización del uso de las cartas náuticas
para la navegación marítima por el Nautical Almanac, que se imprimía en
Inglaterra y utilizaba el meridiano de Greenwich como punto de referen
cia universal. Esta disputa hegem ónica dio como resultado no sólo la
solución del problema de la longitud sino también la solución de otro
problem a, el de la organización de los husos horarios internacionales.
Greenw ich se convirtió en el punto de referencia para el cálculo del
tiem po en todo el mundo: “Debido a que el tiempo es longitud y la
longitud tiem p o... los husos horarios de todo el mundo siguen un nú
mero establecido de horas por delante o detrás del Tiem po Medio de
Greenwich (GM T)” (Sobel, 1996: 168). No se puede subestimar la im
portancia práctica de estas soluciones: “Con el desarrollo de los viajes
(servicios de diligencias y ferrocarriles) durante el siglo XIX, aumentó la
preocupación por la estandarización del tiempo, basada en un nivel supra-
local. GMT se convirtió en la base para la fonnalización de una tabla de
horarios ferroviarios estandarizada” (Thompson, 1995: 33). Hoy en día, in
cluso los astrónomos utilizan el GMT, al que llaman tiempo universal.18
18 De este modo, una función universal (lo que determina el tiempo global y planetario) es
asignada a un elemento particular. Este elemento particular es vaciado de su contenido
específico y aceptado como la personificación de la universalidad. Así es transformado en
un significante vacío. La relación entre points de capitón y significantes vacíos será analizada
en el capítulo siguiente.
100 Y a n n is S t a v r a k a k is
19 Esta es sólo una suposición provisional que describe la estrategia que ha sido dominante
hasta hoy. Existe, no obstante, la posibilidad de una estrategia diferente, atravesando las
ilusiones fantasmáticas de las construcciones de la realidad dominantes. Esta estrategia será
explorada, y especialmente sus múltiples implicancias políticas, en los tres últimos capítu
los de este libro.
102 Y a n n is S t a v r a k a k is
20 El primer abordaje es desarrollado por Zizek en una variedad de textos recientes (Zizek,
1994b, 1995, 1996b). El segundo abordaje puede verse en todo su El sublime objeto de la
ideología (Zizek, 1989).
104 Y a n n is S t a v r a k a k is
social. El resultado de este proceso es una particular sim bolización de la naturaleza como
sujeto de la voluntad del dios, una voluntad que puede ser influenciada mediante sacrifi
cios, etc. Si esta voluntad no es alterada, y el volcán continúa su curso destructivo y
desestabilizador, es concebible que esa construcción perderá algo de su atractivo hegemó-
nico y será gradualmente reemplazada por otra. Este es un proceso equivalente al cambio
de un paradigma científico a otro en el esquema de Thomas Kuhn, a la fuerza transforma
tiva de la dislocación en la obra de Laclau. En nuestro ejem plo, una construcción particular
de la naturaleza, si bien está articulada con el fin de adjudicar un sentido al terror asociado
a un acontecimiento natural, no refleja la naturaleza objetiva en sí misma, pero, no obstan
te, tiene que probar su relevancia y validez en la interacción con la parte de la naturaleza
que está fuera de su alcance, la parte de la realidad que siempre queda “afuera”, im p resen
table para siempre, con lo real de la naturaleza.
3. CERCANDO LO POLÍTICO.
Hacia una teoría política lacaniana
ma político (com o señala Beck, “si acá los relojes de la política están
parados [dentro de las arenas oficiales del sistem a político], entonces
parece que la política en su totalidad ha dejado de funcionar”; Beck,
1997: 98), la política solo puede ser representada en términos espaciales,
com o un conjunto de prácticas e instituciones, com o un sistema, aunque
sea un sistema en expansión. La política es idéntica a la realidad política
y la realidad política, como toda realidad, está, primero, constituida en
el nivel simbólico, y segundo, soportada por la fantasía.
Pero si la realidad en general solo puede tener sentido en relación
con un real que siempre la excede, ¿qué puede ser ese real asociado con
la realidad política? Si la realidad no puede agotar lo real, tampoco la
política podrá agotar lo político. No es sorprendente entonces que uno de
los más apasionantes desarrollos en la teoría política contemporánea, y
promovido por teóricos como Laclau, Mouffe, Beck y Lefort, sea que lo
político es irreductible a la realidad política tal como la hemos descripto:
Lo político no puede restringirse a determinado tipo de institución, o
imaginar que constituye una específica esfera o nivel de la sociedad.
Debe concebirse como una dimensión que es inherente a toda socie
dad humana y que determina nuestra condición ontológica misma.
(Mouffe, 1993: 3)
A fin de ilustrar esta “em ancipación” del m om ento de lo político,
examinemos muy brevemente el importante argumento expuesto por Clau-
de Lefort. El proyecto de Lefort implica la reinterpretación de lo político.
Considera inadecuadas tanto la definición marxista de lo político como
las estrictamente científicas. El marxismo considera a lo político como
una mera superestructura, determinada por una base que consiste en el
nivel supuestamente real de las relaciones de producción, y así es inca
paz de reconocer alguna especificidad sustancial en lo político. La socio
logía política y la ciencia política, por otro lado, intentan delinear los
hechos políticos en su particularidad, en tanto diferentes a otros hechos
sociales que se consideran pertenecientes a otros niveles separados de la
realidad social: el económ ico, el estético, el ju ríd ico , el científico, el
social en sí mismo. Este abordaje pretende brindar una reconstrucción
objetiva de la realidad, consistente en todas esas diferenciaciones estric
tas, y de este modo no percibe que sus propias construcciones derivan de
la vida social y están, en consecuencia, histórica y políticamente condi
cionadas -nuestra discusión sobre el construccionismo vuelve a ser rele
vante. En la definición de la política (en tanto espacio de las institucio
nes políticas, como los partidos, etc.), lo que se pierde es lo político en sí
3. CERCANDO LO POLÍTICO 113
2 Ninguno de estos polos existe como una entidad autocontenida o autónoma. El desorden
siempre perturba un campo de fyación parcial y de orden y nunca es absoluto en sí mismo;
siempre lleva a un nuevo orden, una nueva estructuración de lo social. La realidad no
puede dominar lo real - y está así siempre lim itada- y por otro lado, no obstante, lo real no
puede eliminar la realidad; su presencia sólo puede sentirse dentro de la realidad -cuando
esta realidad es perturbada y comienza a emerger el deseo de una nueva simbolización.
3 Para usar el vocabulario de Zizek, la política correspondería a la “lucha antagónica que se
libra en la realidad social” (a la lucha entre proyectos políticos ya construidos, entre
diferentes simbolizaciones de la realidad), mientras que lo político correspondería al m o
mento de “puro antagonismo" que es lógicamente anterior a esta extemalización (Zizek,
1 9 9 0 : 2 5 2 -3 ): el antagonismo no se debe a la presencia empírica del enemigo sino que,
antes del desarrollo de nuestra o de su (la del enemigo) identificación o proyecto fantasmá-
tico, constituye la obstrucción real alrededor de la cual ésta y toda identificación se estruc
tura. Es la huella empírica de esta imposibilidad ontológica.
3. CERCANDO LO POLÍTICO 117
Es evidente que lo que está en juego en la función del point ele capitón
es la fijación de una construcción discursiva dada, la inclusión en su
cadena significante de un conjunto de significantes especialmente privi
legiados. Esa inclusión presupone una exclusión, es decir una significa
ción de los límites de la realidad política. Los grupos sociales, por ejem
plo, tienden a definirse a sí mismos a través de la exclusión, al comparar
se con los “extraños”. ¿Pero cómo se definen esos extraños? Un elemento
crucial es la falta de comunicación. Lo que añade el matiz ominoso al
encuentro con el extraño es la falta de un lenguaje común, el fracaso de
la com unicación. Esto sucede porque es imposible representar lingüísti
camente, comunicar, lo que está más allá del lenguaje. Para cercar este
ámbito irrepresentable, se emplean una cantidad de nombres: “Los tér
minos como ‘gogim’, ‘barbaroi’ y ‘nemtsi’, todos ellos implican la percep
ción de la incompletud humana de las personas que no podrían com u
nicarse con el grupo propio, quienes constituyen el grupo los únicos
‘hom bres reales’” (Armstrong, 1982: 5-6). Debido a que la realidad se
construye en términos discursivos, el encuentro con alguien que no es
miembro de una comunidad lingüística dada postula el problema de los
límites del lenguaje y de la realidad; constituye el encuentro con un real
que está más allá de nuestra construcción de la realidad. Únicamente la
exclusión de este real puede garantizar la estabilidad de nuestra reali
dad. Nuestra realidad puede ser real solo si se niega lo real exterior a la
realidad, atribuido al Otro que de alguna manera nos lo robó.4 Benvenis-
lares; la ilusión es que puede vaciarse por completo hasta el punto que
pueda contener todo; en el marco de una ilusión transferencia], se supo
ne que cualquier cosa puede inscribirse en él. El otro lado del vacío
semiótico es la completud fantasmática.5
El soporte fantasmática. Si la realidad política es una construcción sim
bólica producida a través de procesos metafóricos y metonímicos y arti
culada en torno a points de capitón y significantes vacíos, depende sin
embargo de la fantasía a fin de constituirse. Esta dimensión ya tiene que
haberse vuelto evidente a esta altura de nuestra exposición. No obstante,
puede resultar útil presentar un ejem plo más que ilustra con claridad
esta dimensión.
Las fantasías de dominio, especialmente las fantasías de dominio del
conocim iento, tienen una significación política directa. Thomas Richards,
en su libro The Im perial Archive: Knowledge and the Fantasy o f the Empire,
explora la importancia de la fantasía en la construcción del Imperio Bri
tánico. No hay duda de que ninguna nación puede poner las manos
sobre la totalidad del mundo. En ese sentido, un imperio siempre es, al
menos en parte, una ficción. El control político absoluto es imposible
por muchas razones, tales como la falta de información y de control en
partes distantes del territorio imperial. Esta brecha en el conocim iento
(en la constitución simbólica del imperio) y en el control, fue cubierta
por la construcción fantástica del archivo imperial, “una fantasía de un
conocim iento recolectado y unificado al servicio del Estado y del Im pe
rio”. En ese sentido, “el mito del archivo imperial reunió en la fantasía lo
que en los hechos se estaba rompiendo en pedazos” y así fue ampliamen
te aceptado; incluso tuvo un impacto en la toma de decisiones políticas
(Richards, 1993: 6). Este archivo imperial no era un museo real o una
biblioteca real, no era una construcción o una colección de textos, sino
una fantasía de conocimiento total proyectado: constituyó la “confluen
cia colectivamente imaginada de todo lo que era conocido o cognoscible,
una representación fantástica de un plan maestro epistem ológico, un
punto focal virtual para el conocim iento local heterogéneo de la m etró
polis y el Imperio” (Richards, 1993: 11). En este espacio utópico, el des
orden fue transformado en orden, la heterogeneidad en homogeneidad,
’ Esta es otra característica que co n ecta a los points de capitón y los significantes vacíos. Aquí
cu en to con el trab ajo de Zizek para sugerir que esta con flu en cia parad ójica constitu y e una
m arca d efinitoria del point de capitón en tan to que, detrás del esp lend or deslum bran te del
point de capitón ( “dios", “patria”, “p artid o”, “clase”), detrás de su com p letu d fan tasm ática, es
posible d etectar una operación perform ativa autorreferen cial conting ente: el significante
sin significado, el significado de u n vacío (Z izek, 1 9 8 9 : 9 9 ).
3. CERCANDO LO POLÍTICO 125
Hay al menos dos objeciones que se pueden levantar contra esta lec
tura política de la teoría lacaniana. La primera es de naturaleza epistemo
lógica y teórica; cuestiona la plausibilidad “epistemológica” y la operati-
vidad del discurso lacaniano. La segunda es de naturaleza ético-política;
concierne a la relevancia política de este discurso, así com o a su efectivi
dad y fundamento ético. Aproximémonos a la primera a través de un
punto que ha sido puesto en relieve por Ju d ith Butler en relación al
status de lo real y a nuestra utilización sim bólica de él en el discurso
teórico. Butler sostiene que
Sostener que lo real se resiste a la simbolización continúa siendo un
modo de simbolizar lo real como una especie de resistencia. La pri
mera afirmación (lo real se resiste a la simbolización) sólo puede
ser verdad si la última afirmación (decir que “lo real se resiste a la
simbolización” es ya una simbolización) también es verdadera,
126 Y a n n is S t a v r a k a k is
6 Esta verdad, sin embargo, no es algo fácil de aceptar: “La dimensión de la verdad es
misteriosa, inexplicable, nada permite captar decisivamente su necesidad, pues el hombre
se acomoda perfectam ente a la no-verdad” (III: 2 1 4 ). En otras palabras, no debemos
subestimar la tendencia de los humanos a preferir la ignorancia de esta verdad, de un
peligro posible que no son capaces de manipular (Douglas y Wildavsky, 1982: 66).
7 También esto es ignorado por Lacoue-Labarthe y Nancy cu and o. afirman que “Lacan
adapta incansablemente su discurso, de muy variadas maneras, a la posibilidad de una
representación, una verdadera representación adecuada de esa cosa misma que excede la
representación” (Lacoue-Labarthe y Nancy, 1992: xxx; cursivas mías). Retornaremos en
breve al argumento de Lacoue-Labarthe y Nancy.
8 Estos límites son traspuestos todo el tiempo en la medida en que las simbolizaciones se
reemplazan unas a otras, pero esta dimensión óntica no cambia la causalidad ontológica de
lo real que no cesa de inscribirse a través del fracaso de la simbolización. La causalidad de
lo real se inscribe a sí misma dentro de la simbolización al no cesar de no inscribirse, es
decir, al perm anecer siempre fuera del campo de lo sim bólico y de la representación
fantasmática, y así es capaz de dislocarlos mostrando su falta interna, al revelar el hecho de
que no puede ser domesticada.
3. CERCANDO LO POLÍTICO 127
10 Los textos de Lacan abundan en referencias al arte. Por ejemplo, analiza Los em bajadores
de Holbein en su seminario XI y El grito de Munch en Problemas cruciales p a ra el psicoanálisis.
También se refiere a Magritte en su seminario El objeto del psicoanálisis (seminario del 25 de mayo
de 1966). Aunque Jacques-Alain Miller también se ha referido a Magritte, para un análisis
lacaniano de la obra de Magritte en general ver Zizek, 1993 (especialmente pp. 103-8).
11 Como ha dicho Ernesto Laclau, “si bien la completud y la universalidad de la sociedad
son inalcanzables, su necesidad no desaparece: siempre se mostrarán a través de la presen
cia de su ausencia” (Laclau, 1 996: 53). Quiero sugerir que lo que está en juego aqui es
nuestra capacidad de señalar y de hacer visible esta ausencia com o lo que aflora de una
imposibilidad constitutiva, sin reducirla a la acción del Otro; brevemente, de detectar, más
allá de la escenificación fantasmática de la castración, la causalidad de un real no domes
ticado, no imaginarizado.
130 Y a n n is S t a v r a k a k is
así como una teoría “negativa”, pero, no obstante, una teoría incapaz de
escapar a las trampas de la superación y de la ontologia, capaz única
mente de desplazar pero no de subvertir la metafísica. El principio de su
movimiento sigue siendo la “mediación y, en consecuencia, Aufhebung”
(Lacoue-Labarthe y Nancy, 1992: 124). Lacan es presentado como si, en
última instancia, adoptara los objetivos de lo filosófico en sus m utacio
nes cartesiana y hegeliana, incluyendo la apropiación de un conocimiento
de la verdad (como la alétheia heideggeriana), la sistematicidad y el domi
nio del fundamento (Lacoue-Labarthe y Nancy, 1 992: xxix). Esta es la
paradoja de Lacan: “[¿] La menor paradoja de este texto, dedicado a la
subversión de la autoridad ‘clásica’ del discurso, no reside en esta suerte
de reconstrucción de otro discurso clásico [?]" (Lacoue-Labarthe y Nan
cy, 1992: 11). ¿Resulta entonces que la totalidad de la estrategia lacaniana
se socava a sí misma?
Examinemos los argumentos de Lacoue-Labarthe y Nancy uno por
uno. En un nivel bastante simple se puede sostener que, com o ya se
mencionó más arriba, Aufhebung y superación decididamente no son las
metas del proyecto de Lacan. Para Lacan no hay Aufhebung. Sabemos des
de Freud que el psicoanálisis sólo puede prometer la transformación de
la desdicha histérica en infelicidad común, y también sabemos que, para
Lacan, el psicoanálisis no promete ninguna clase de armonía. Su fin no
puede reducirse a ningún logro milagroso. No intenta recubrir la falta
constitutiva que marca la condición humana y hace imposible cualquier
resolución final en términos de completud social y subjetiva. Como ha
señalado Miller, “el psicoanálisis no promete armonía, ni logros, ni éxito
n i el llenado de ninguna falta, que es, por el contrario, estructural” (Mi
ller, 1997: 98). Para refutar esta sustantiva objeción, Lacoue-Labarthe y
Nancy pueden, por supuesto, alegar que su argumento principal es que,
si bien esto puede ser cierto en los términos del contenido concreto del
discurso de Lacan, no ocurre lo mismo con la estructura de su argumen
tación, que aspira a cierta sistematicidad y clausura. Este punto es crucial
porque se relaciona con nuestra discusión previa: ¿la estrategia lacaniana
es reconocer la causalidad de lo real en lo simbólico localizado más allá
de la clausura de su domesticación fantasmática (una posición dominan
te en la vida cotidiana y en la reflexión filosófica) o es ella una mera
reocupación de esta misma estrategia?
En el discurso de Lacoue-Labarthe y Nancy, Lacan es presentado como
alguien que, al intentar evitar la ortopedia, no puede im pedir que su
proyecto se vuelva ortopédico; su único logro es la articulación de una
“ortopedia antiortopédica” (Lacoue-Labarthe y Nancy, 1 992: 9 0). Su onto-
138 Y a nn xs S t a v r a k a k is
más apropiados (Laclau, 1988a). Las dudas liberan; hacen que las cosas
sean posibles. Ante todo, la posibilidad de una nueva concepción de la
sociedad. Una visión antiutópica fundada en el principio “Dubio ergo
sum” (Beck, 1997: 162), más cercana a la duda subversiva de Montaigne
que al escepticism o engañoso de Descartes. Aunque Lacan pensaba que
en Montaigne el escepticismo no había adquirido la forma de una ética,
sin embargo señaló que
Montaigne se centra, no en un escepticismo, sino en torno al mo
mento vivo de la afanisis del sujeto. Y por eso es fecundo, guía eterno,
que rebasa todo lo que fue capaz de representar respecto al momen
to por definir de un viraje histórico.
(XI: 223-4)
Este es un punto de vista a la vez crítico y autocrítico: no existe un
fundamento “de tanta amplitud y elasticidad para una teoría crítica de la
sociedad (que entonces también sería forzosamente una teoría autocríti
ca) com o el de la duda” (Beck, 1997: 173). La duda, el champagne vigori
zante del pensamiento, apunta a una nueva modernidad “más moderna
que la vieja modernidad industrial que conocemos. Esta última, después
de todo, está basada en la certeza, en repeler y suprimir la duda” (ibíd.:
173). Beck nos pide luchar por “una modernidad que comienza a dudar
de sí m ism a, que, si todo sale bien, hace de la duda la medida y el
constructor de su autolimitación y de su automodificación” (ibíd.: 163).
Nos pide, para utilizar la frase de Paul Celan, “construir sobre inconsis
tencias". Esta será una modernidad instituyeme de una nueva política,
una política que reconozca la incertidumbre del momento de lo político.
Será una modernidad que reconozca la constitutividad de lo real en lo
social. Una modernidad verdaderamente política (ibíd.: 5). En los próxi
mos dos capítulos intentaré mostrar de qué manera la teoría política laca-
niana puede actuar como catalizador de este cambio. La actual crisis de
la política utópica, en lugar de generar pesimismo, puede convertirse en
el punto de partida para una renovación de la política democrática den
tro de un marco ético radicalmente transformado.
4. MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA
DE UTOPÍA.
La aporía de la política y el desafío
de la democracia
¿Utopía o distopía?
2 No es sólo una coincidencia que Aldous Huxley utilice justam ente esta frase como
epígrafe para presentar su novela Un mundo feliz (1 9 3 2 ), una visión distópica del futuro en
la que esboza el lado oscuro de la realización de la “utopia”, abriendo el camino a toda una
tradición de escritura antiutópica.
3 Se podría sostener en este punto que hoy nadie cree realmente en las utopías; todo el
análisis de este capítulo podría parecer un poco pasado de moda. Lo que trataré de mostrar
es que la utopía no está lejos de la manera en que entendemos el mundo y organizamos
nuestra praxis política. Esta distancia sólo es una ilusión. De hecho, más allá del mundo
occidental antiutópico de hoy, en el resto del globo, el nacionalism o y otras fantasías
utópicas proliferan con un ritmo sin precedentes. Pero aun si, en algunos contextos, la
utopía se está alejando, este es un peligro que no debemos descuidar. En el Primer Mundo,
por ejemplo, la crisis de las políticas utópicas no se ha canalizado en una elaboración
políticamente productiva, sino que permanece como una fuente de frustración, especial
mente para la izquierda. El resultado de este desenlace aporético es que las políticas
utópicas vuelven a obsesionar nuestra teoría política y nuestra imaginación política. Esta
fijación, que obedece principalmente al dominio persistente de una ética utópica de la
armonía, oscurece una serie de posibilidades políticas radicales que se ubican más allá de
la política fantasmática. En ese sentido, ajustar las cuentas con el discurso utópico y sus
fundamentos éticos es crucial para la revigorización de nuestro pensamiento político y
nuestra imaginación práctica.
4 . MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA DE UTOPÍA 147
4 Para una revisión reciente del análisis de Zizek del antisem itism o, ver el artículo de
Santner “Freud, Zizek and the Joys of Monotheism" (Santner, 1997).
148 Y a n n is S ta v r a k a k is
El argumento histórico
6 Es verdad que el neologismo “utopia” fue introducido por primera vez en 1516 con la
publicación de Utopía de Tomás Moro, una obra que exhibe todas las características del
pensamiento utópico, tales como la aspiración a eliminar la dislocación y el antagonismo
y a crear la armonía social, etc. Sin embargo, esto no significa que Moro fuese el primero en
imaginar un orden utópico as!, es decir, un orden que luego de la publicación de su libro
se llamaría utópico. De hecho, él mismo reconoce que su empresa es similar a la de Platón
en el Político, pero m ejor, ya que, como él señala, lo que en Platón era fantasía, en su Utopía
es realidad. En otras palabras, su genio fue “darle a su mundo imaginario un lugar concreto
y un nom bre”. Y si bien “nom brar algo es, en un sentido, crearlo” (Neville-Sington y
Sington, 1993: 15) no es ilegítimo rastrear en el pasado las huellas de esta manera de pensar
utópica.
150 Y a n n is S t a v r a k a k is
8 Para una crítica favorable del exhaustivo análisis de Sartre acerca del antisemitismo, ver
Connolly, 1991: 9 9 -1 0 7 .
9 La utopía nazi fue, desafortunadamente, no tan optimista como la Nova Atlantis de Bacon
(1 6 2 7 ), en la que los judíos eran reformados y en lugar de ser exterminados dejaban de
“odiar a Cristo y a los pueblos que los acogen".
154 Y a n n is S t a v r a k a k is
i0 No hace falta decir que la preem inencia del anticristo y del fin del mundo estaba
normalmente asociada con la dislocación social y las crisis políticas: “El énfasis puesto en
el anticristo tiene la ventaja en tiempos de crisis aguda del simple maniqueísmo de su
doctrina: el mundo se divide en blanco y negro, cristiano y anticristiano” (Hill, 1990: 170),
y la solución resulta obvia: la eliminación de los poderes identificados como anticristianos.
156 Y a n n i s S t a v r a k a k is
11 No hay que caer en el error de suponer, sin embargo, que la negatividad de la experiencia
conduzca siempre directamente a la demonización de una categoría social. Claramente,
este no es el único modo en el que es posible administrar el encuentro con lo real. Es sólo
la particular administración utópica del miedo o del terror a la experiencia la que conduce
a la producción de un chivo expiatorio. Aun en la temprana sociedad moderna, una
sociedad que ha sido caracterizada como una sociedad de miedo omnipresente (si bien
ahora resulta evidente que todos los períodos históricos pueden ser considerados así), este
miedo no siempre condujo a unificar a la sociedad en contra de un enemigo com ún,
identificado con un grupo social marginal. Si bien “jud íos, leprosos, brujas, vagabundos,
los pobres, herejes y extranjeros fueron todos señalados como chivos expiatorios en varios
momentos de los períodos de finales del medioevo y principios de la modernidad’’, por otra
parte, “sólo en los casos más extremos el poder unificador del miedo tuvo como resultado
la persecución de los grupos marginales” (Roberts y Naphy, 1997: 1-3). Sin embargo,
cuando el miedo lleva a la persecución, tienen lugar los hechos más impredecibles. La
elección de un grupo a estigmatizar no está determinada por ninguna conexión racional.
Está determinada, en cambio, primero, por su status relativamente marginal: por lo general,
los enemigos son gente relativamente débil. Este desplazamiento de la hostilidad “esté o
n o ... justificado, es gratificante, ya que ofrece una vía para descargar el descontento sobre
un objetivo que por lo general puede hacer poco para devolver el golpe” (Edelman, 1988:
78); y, segundo, por su visibilidad. Esto explica, por ejem plo, por qué, en la temprana
Europa moderna, la peste se combatía con la matanza de perros en gran escala, una especie
animal que no tiene nada que ver con la peste. Se los mataba en gran número, en parte
porque los perros eran muy visibles y porque estaban simbólicamente asociados con una
serie de cualidades (humanas) negativas. De esta manera, “estas criaturas [podían ser
señaladas co m o ]... una fuente visible de desorden” (Jenner, 1997 : 55 ).
4. MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA DE UTOPÍA 157
El argumento psicoanalítico
12 Por supuesto, por esta vía, esta misma imposibilidad de la utopía se inscribe en última
instancia en el discurso utópico aunque bajo la forma de una negación.
158 Y a n n is S t a v r a k a k is
lógico existente? Este parece ser el temor de Paul Ricoeur ya que, para él,
“el juicio de la ideología es siempre el juicio desde una utopía” (Ricoeur,
1986: 172-3). Ricoeur, si bien es crítico de la incapacidad de Mannheim
para resolver el problema del contraste con una realidad percibida más o
menos objetivam ente, aunque cam biante y relacional, elabora su idea
para contrastar la utopía con la ideología, y particularmente la idea de
que la ideología está al servicio de determinado orden social mientras
que la utopía lo demuele (Mannheim, 1991). Según este punto de vista,
si la función central de la ideología es la integración, la preservación del
statu quo establecido, la función central de la utopía es explorar lo posi
ble. Las construcciones utópicas cuestionan el orden social presente; la
utopía es una variación imaginativa acerca de
la naturaleza del poder, la familia, la religión, etc. Estamos obligados
a experimentar la contingencia del orden social... La intención de la
utopía es cambiar -dem oler- el orden presente... Aquí Ricoeur ela
bora un sentimiento de Mannheim que éste no llegó a incorporar a
su teoría, que la muerte de la utopía sería la muerte de la sociedad.
Una sociedad sin utopía estaría muerta, porque no podría tener ya
ningún proyecto, ningún logro prospectivo.
(Taylor, 1986: xxi)
Con la utopía, entonces, experimentamos la contingencia del orden.
Este es, para Ricoeur, el principal valor de las utopías. En determinados
períodos históricos, cuando todo está bloqueado por sistemas que aun
que fracasen parecen im batibles -e sta es su apreciación del presente-,
considera que la utopía es nuestro único recurso. Para él, ella es no sólo
una escapatoria, sino tam bién, y es lo más im portante, un arma de la
crítica (Ricoeur, 1986: 300). En ese sentido, la solución de Ricoeur a la
aporía de la política contemporánea es la revitalización de la operación
utópica. Pero una revitalización de esa clase com porta el peligro de la
producción de nuevos archienemigos, nuevos “ju d íos”. Este parece ser
un riesgo estructural inscripto en el corazón de la operación utópica. En
otras palabras, lo que Ricoeur no ve es que la utopía constituye una
crítica ideológica de la ideología (Marín, 1984: 1 96), que no brinda solu
ciones de ninguna clase a la desdicha y la injusticia inherentes a nuestras
organizaciones sociales y ordenamientos políticos.
De todos modos, en la posición de Ricoeur no debe descuidarse la
centralidad del elem ento de la esperanza. Sin duda, una sociedad sin
esperanza es una sociedad muerta. Sin embargo, en realidad, eliminar el
elemento de la esperanza de la vida humana no sólo es indeseable sino
también imposible. Como afirma Jacques Derrida:
4. MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA DE UTOPÍA 161
15 Queda claro ahora que la afirmación según la cual la cuestión de la ética es ajena a la
teoría política de Laclau y Mouffe (Zerilli, 1998: 33), está completamente fuera de lugar. Lo
cierto, por supuesto, es que su proyecto democrático radical requiere y puede estar asocia
do solamente a una nueva concepción de la ética. Sostendremos que la ética lacaniana de
lo real está muy bien calificada para esta tarea.
16 Nuevamente, sería necio suponer que los componentes de esperanza y pasión podrían
ser eliminados de nuestra cultura, o que un acontecimiento así seria deseable (Kolakowski,
1997: 2 2 1 ). Sin embargo, contrariamente a lo que Kolakowski supone, cuando esta espe
ranza se reduce a la operación utópica y esta operación utópica se acerca a su realización,
el único resultado posible es la catástrofe y la angustia, ya que la angustia, según el semina
rio de Lacan La angustia, es creada por la falta de la falta, perspectiva que viene aparejada
con la realización de los programas utópicos. La posibilidad del llenado completo de un
vacío (que debería preservarse) ocasiona el surgimiento de la angustia (seminario del 12 de
diciembre de 1962). Sin embargo, desde este punto de vista, una realización plena de la
utopía es imposible porque presupondría la regresión a un estado prelingüístico (Ko
lakowski, 1997: 2 2 4 ), ya que es el lenguaje lo que introduce una falta estructural en el
mundo humano. El único problema es que a veces la realización de esta imposibilidad
requiere millones de víctimas.
4 . MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA DE UTOPÍA 163
El peligro de la reocupación
19 Una versión más refinada de esta crítica es la que articula W hitebook. Para W hitebook,
Lacan “absolutiza la desunión y, en cierto sentido, deja de ser él mismo un teórico del
conflicto, lo que quiere decir que asigna a Thánatos una victoria sin atenuantes’’ (W hitebo
ok, 1 995: 129).
4. MÁS ALLÁ DE LA FANTASÍA DE UTOPÍA 171
Bruce Fink, quien quiere sostener un elemento utópico en su lectura de Lacan, localiza su
“momento utópico" más allá del nivel de la fantasía. Según Fink, la separación que implica
el atravesamiento de la fantasía conduce al sujeto más allá de la alienación neurótica:
“Subjetivizando el propio destino, esa causa extranjera (el deseo del Otro) que nos trajo al
mundo, se puede sobrepasar la alienación. Un m om ento utópico de esta clase en los
últimos trabajos de Lacan, este pasaje más allá de la castración, no fue nunca, según lo
entiendo, desechado en los últimos trabajos de Lacan, a diferencia de otros momentos
utópicos (p. e. la palabra plena), que fueron criticados implícitamente en los lugares
com unes de ‘Lacan contra Lacan’ (el Lacan tardío contra el Lacan tem prano)” (Fink,
1995a: 79). No es articulando una nueva fantasía que se identifica un verdadero momento
utópico. La articulación de una nueva fantasía permanece dentro de los límites de la
neurosis. Es, por el contrario, “el atravesamiento de la fantasía... [lo que] implica el pasaje
más allá de la castración y un momento utópico más allá de la neurosis" (ibíd.: 72). La
articulación de una nueva fantasía, si bien promete un encuentro con nuestra jouissance
perdida/imposible, si bien supone un beneficio secundario (y aquí Homer está en lo
correcto), no puede ser verdaderamente utópica (en el sentido positivo del término intro
ducido por Fink); sus consecuencias son escurridizas: “El sujeto castrado es así un sujeto
que no ha subjetivado el deseo del Otro y que permanece acosado, y que sin embargo
obtiene un ‘beneficio secundario’ de su sumisión sintomática al O tro... A través del primer
tipo de separación se logra una especie de ser: el que brinda la fantasía. No obstante, una
vez más Lacan habla generalmente de la ‘afanisis’ o desvanecimiento del sujeto neurótico en
su fantasía en la medida en que el objeto-causa se apropia del primer p lano... de ese modo,
el sujeto se eclipsa o ensombrece. De esta manera, el falso ser del ego y el ser elusivo que
brinda la fantasía son rechazados por Lacan, uno tras otro, como tachados: ninguno de
ellos puede llevar al sujeto más allá de la neurosis. En ambos casos, el sujeto permanece
castrado, sujeto al Otro. Lacan, sin embargo, mantiene la noción de un ser más allá de la
neurosis” (ibíd.: 7 2 -3).
En ese sentido, incluso si fuera posible y deseable disponer de una utopía lacaniana -s i
pensamos que este concepto podría ser purificado de sus connotaciones discapacitantes-
esta utopía estaría claramente localizada más allá del campo de la fantasía, más allá de
cualquier “reocupación” de la política tradicional. De hecho, se podría sostener que aun
nuestro propio proyecto democrático radical se basa en una aspiración “utópica” a hacer lo
imposible, a institucionalizar la falta social, a sedimentar el reconocimiento de la imposi
bilidad de la sociedad. Pero éste reconocimiento no es concebido como una empresa total
y, además, todos sabemos que puede llevarse a cabo, al menos hasta cierto punto: la
democracia no sólo es un proyecto sino también una experiencia cotidiana. En cualquier
caso, incluso si supone un elemento cuasi utópico, tenemos que trabajar con una utopia
realista más allá de la política fantasmática; una cuasi utopía articulada en torno a la idea de
su propia imposibilidad.
Fue Freud, en realidad, el primero en conectar la política con lo imposible. En su concep
ción, la política, ju n to con el psicoanálisis y la educación, constituye una profesión im po
sible. Pero si la política democrática intenta algo en última instancia imposible, es decir
institucionalizar la falta social, aun si, en efecto, esta es una acción cuasi utópica, esta es una
cuasi utopía estructurada en torno a su propia negación; niega la idea de su realización
absoluta, en otras palabras es una “cuasi utopía" más allá de la política fantasmática. Si hay
174 Y a n n is S t a v r a k a k is
una Aujhebung en Lacan, es una en la cual el progreso de Hegel es reemplazado por los
antiutópicos “avatares de una falta” (Lacan en Evans, 1996a: 4 3 ). Por esta vía, lo que se
altera no son sólo los contenidos positivos de la política (las concepciones utópicas son
reemplazadas por los juegos de lenguaje en torno al reconocimiento de la falta, lo que
significa que la felicidad ya no es un objetivo político legítimo, si bien una m ejor sociedad
sin duda sí lo es) sino también el sostén que da coherencia a su contenido positivo (el sostén
fantasmático es atravesado por este reconocim iento de la falta). Además, si este es un paso
cuasi utópico o utópico, sólo puede ser una negación utópica de la utopía (recordar la
negación metalingüistica de Lacan del metalenguaje en la primera nota de la introducción).
Quizá la estructura fantasmática de la utopía sólo pueda ser atravesada luego de que nos
situemos y orientemos en este terreno peligroso; la fantasía tiene que ser construida antes de
atravesarla. Además, hay que tener presente que el cruce de la fantasía utópica no implica
la desaparición del síntoma social sino una nueva modalidad de interacción con él. Volve
remos a esto en el último capítulo de este libro. En todo caso, esta nueva modalidad, aun
si se quiere seguir llamándola utópica, tiene importantes repercusiones en nuestra vida:
neutraliza los efectos o subproductos catastróficos de las concepciones utópicas. Y esto es
algo fundamental.
5. LA DEMOCRACIA AMBIGUA
Y LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS
1 Como señala Lacan en La tran sferen cia, la concordia puede em erger de la discordia y
el conflicto, y no presupone un fundam ento arm onioso (sem inario del 14 de diciem bre
de 196 0 ).
178 Y a NNIS S i AVRAKAKIS
1 Por otro lado, con la democracia, sale a la luz toda la suciedad, com o ha señalado
Enzensberger; pero esa suciedad es nuestra, y tenemos que asumir la responsabilidad de
producir y de lidiar con eso. El “encanto” del régimen no democrático está en que nos libra
del peso de esta responsabilidad.
180 Y a n n is S t a v r a k a k is
1 Parece que, hoy en día, el futuro de la teoría política y de la praxis política efectiva
dependen de nuestra capacidad de ir más allá de la dicotomía optimismo/pesimismo que
ha sido hegemónica. En efecto, la interpenetración irreductible de esos dos polos significa
que el pesim ism o en sí mismo se revela com o la condición de posibilidad de cierto
optimismo. Por ejem plo, la irreductibilidad y constitutividad de la dislocación, en otras
palabras, el hecho de que ningún discurso o ideología pueda instituirse a sí mismo sobre la
base de la clausura total, constituye la condición de posibilidad de la libertad; si la clausura
fuera posible, esto significaría el fin de la historia, nuestra captura eterna dentro de cierto
modelo discursivo. Para este juego entre optimismo y pesimismo, ver Laclau, 1990, espe
cialmente la primera parte.
182 Y a n n is S t a v r a k a k is
das Díng, que es la madre, que es el objeto del incesto, es un bien inter
dicto, y [porque] no existe otro bien. Tal es el fundamento, invertido en
Freud, de la ley moral” (VII: 70). Generalizando su análisis, se puede
afirmar que casi la totalidad de la historia de la filosofía y el pensamiento
ético occidentales es una interminable y siempre fallida búsqueda de la
armonía, basada en sucesivas concepciones del bien:
Insistí en ello a lo largo de todo el año: toda meditación sobre el bien
del hombre, desde el origen del pensamiento moralista, desde que el
término ética adquirió un sentido en tanto que reflexiones del hom
bre sobre su condición y cálculo de sus propias vías, se realizó en
función del índice del placer. Digo todo, desde Platón, desde
Aristóteles ciertamente, a través de los estoicos, los epicúreos y a
través del mismo pensamiento cristiano, en santo Tomás. En lo con
cerniente a la determinación de los bienes, las cosas florecen, del
modo más claro, en las vías de una problemática esencialmente he
donista. Es harto claro que esto se acompaña de dificultades extre
mas, que son las dificultades mismas de la experiencia y que, para
zafarse de ellas, todos los filósofos se vieron llevados a discernir
-n o los placeres falsos y verdaderos, pues una tal distinción es
imposible de realizar- sino entre los verdaderos y falsos bienes
que el placer indica.
(Vil: 221)
Este es el caso también en la mayoría de los puntos de vista éticos de
la vida cotidiana. El claro objetivo de todos estos intentos es reinstalar al
Otro, al sistema sim bólico, al campo de la construcción social, com o un
todo unificado arm onioso, refiriéndolo a un único principio positivo;
esto mismo es aplicable al sujeto: tal vez en primer lugar al sujeto que, de
acuerdo a la ética tradicional, puede ser armonizado por medio de la
sujeción a la ley ética. Es evidente que una concepción ética basada en la
fantasía de la armonía, aplicada tanto al sujeto como a lo social, no es
compatible con la democracia, y más bien sólo puede reforzar el “totali
tarismo” o la “fragmentación”. En lugar de una sociedad armoniosa, la
democracia reconoce un campo social intrínsicamente dividido; en un
sentido, está fundada sobre el reconocimiento de la falta en el Otro. En
lugar de armonizar las subjetividades, la democracia reconoce la división
de las identidades de los ciudadanos y la fluidez de sus opiniones polí
ticas. En efecto, ella apunta a la falta en el sujeto, a una concepción de la
subjetividad que no está unificada por medio de la referencia a un único
principio positivo. Así, la intervención del psicoanálisis en el campo de esta
antítesis entre la ética tradicional y la democracia es de suma importancia.
184 Y a n n is S t a v r a k a k is
6 Como señala Kolakowski, “es posible que, desde una perspectiva histórica, algunos
importantes logros de la ciencia del siglo veinte - e l principio de Heisenberg y el teorema de
G ód el- lleguen a ser vistos como contribuciones al mismo espíritu antiutópico de nuestra
era” (Kolakowski, 1 997: 136).
7 Fue Lacan, después de todo, quien afirmó que- “el ateísmo sólo pueden sustentarlo los
clérigos” (XX: 108).
8 Una vez más, la cuestión del metalenguaje es absolutam ente relevante en todo este
análisis. Son precisamente tales enunciados “im posibles” los que mantienen abierto el
proceso de significación y evitan así que asumamos una posición metalingüística. Esta
imposibilidad está necesariamente articulada en un marco metalingüístico, ya que el meta-
lenguaje no es una mera entidad imaginaria. Es real, en estricto sentido lacaniano: “Es decir,
es imposible ocupar la posición de aquél. Pero, Lacan agrega, es más difícil aún simple
mente eludirlo. No se puede alcanzar, pero tampoco se puede evadir” (Zizek, 1987: 34). En
ese sentido, a fin de evitar una posición fantasmática metalingüística (una afirmación
metalingüística del m etalenguaje), es necesario producir un enunciado que muestre la
imposibilidad de ocupar una posición metalingüística pura a través del fracaso del propio
5 . LA DEMOCRACIA AMBIGUA Y LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS 191
9 También se podría afirmar que un sistema basado sobre partes com o en la antigua Atenas
estaría m ucho más cercano a un intento de institucionalizar tal reconocimiento de la falta
social. En todo caso, el problema de la democracia de la antigua Grecia y su relación con
nuestra comprensión de la democracia moderna no es explorado en este libro. Para un
estudio del discurso y de las instituciones democráticas que resulte útil para nuestro propio
estudio de la democracia moderna, sugiero Vernant, 1982.
194 Y a n n is S t a v r a k a k is
10 Esta tarea no debe concebirse com o un emprendim iento pedagógico sino como un
proyecto hegemónico. La aplicación de la pedagogía a la política habitualmente enmascara
una aspiración totalitaria. No obstante, sería posible articular una educación socrática,
democrática y política que evitase tales aspiraciones totalitarias. Para un intento de esta
naturaleza, ver Euben, Wallach y Ober, 1994.
5. LA DEMOCRACIA AMBIGUA Y LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS 195
13 En la medida en que la falta real puede ser cercada simbólicamente, el point de capitón en
la democracia sólo puede ser el significante de la falta en el Otro. En la democracia, el punto
de referencia que totaliza el sentido social es ocupado por un destotalizador, un reconoci
miento sim bólico de la imposibilidad de cualquier totalización final.
5. LA DEMOCRACIA AMBIGUA Y LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS 197
14 Aunque la “democracia por venir” de Derrida ha sido descripta com o utópica (por Rorty
y Critchley, entre otros), Derrida señala que cuando habla de la “democracia por venir”
“esto no significa que mañana se establecerá la democracia y no se refiere a una futura
dem ocracia... Esto no es utópico, es lo que tiene lugar aquí y ahora, en un aquí y ahora que
trato regularmente de disociar del presente" (Derrida, 1996: 83).
198 Y a n n is S t a v r a k a k is
15 Para una exposición más detallada del proyecto de la democracia radical, ver Laclau y
Mouffe, 1985 (especialmente el capítulo 4); Mouffe, 1992; Trend, 1996a, 1996b.
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