Según Anderson, el modernismo designa una tradición filosófica occidental, una era,
un discurso monovocal, que representa el ideal renacentista de la humanidad como
centro y dueña del universo, y también los conceptos cartesianos de objetividad,
certidumbre, cierre, verdad, dualismo y jerarquía. La tradición modernista es el
pensamiento que se origina en Descartes, y que ha perdurado hasta el siglo XX, y aspira
al ideal filosófico de un conocimiento básico fundamental de lo que es, que se vuelca
hacia adentro, hacia el sujeto cognoscente, donde intenta descubrir los fundamentos de
una certidumbre en nuestro “conocimiento del mundo exterior”.
El conocimiento verdadero es un conocimiento mediado, documentado, un
conocimiento educativo que guía al hombre desde las oscuras cavernas del tiempo hasta
el luminoso cielo de una presencia eterna. El conocimiento es representativo de un
mundo objetivo, que existe con independencia de la mente y los sentimientos; es
subjetivamente observable y verificable; y es universal y acumulativo. De este
conocimiento derivan grandes teorías generalizadoras; el modernismo es un discurso
monovocal donde domina la verdad y se valora la estabilidad.
Desde esta perspectiva, el sujeto cognoscente es autónomo y separado de aquello que
observa, describe y explica. El individuo que conoce es la fuente y validación de todo
conocimiento. El individuo es privilegiado.
En esta versión modernista, el lenguaje es el medio para el conocimiento; es decir, el
conocimiento se comunica a través del lenguaje. La función del lenguaje, igual que la
del conocimiento, es ofrecer un cuadro correcto que represente el mundo y nuestras
experiencias en el mundo, referido a lo que es real. Los seres humanos utilizan el
lenguaje como un medio para trasmitir pensamientos y sentimientos, o como una
expresión.
El terapeuta, en una posición de observador independiente con acceso privilegiado al
conocimiento de la naturaleza humana, las personalidades individuales, la vida de
relación, las conductas normales y anormales, los pensamientos, los sentimientos y
emociones. Este conocimiento permite a los terapeutas observar, describir y explicar
objetivamente los comportamientos. Con esta autoridad de conocimiento y verdad,
los terapeutas mantienen una posición dualista y jerárquica, y es así como su saber
predomina sobre el saber marginal, cotidiano, no profesional de los clientes.
Desde una perspectiva moderna, el conocimiento y, por lo tanto, la vedad, es
piramidal: construye una jerarquía.
Un terapeuta, en tanto representante de un discurso social y cultural dominante, sabe
cuál es la historia humana y cuál debería ser. Este saber del terapeuta, basado en
teorías, prejuicios y experiencias profesionales y personales, actúa como una
estructura a priori que predetermina el conocimiento que un terapeuta trae a la
sesión, y se impone al conocimiento del cliente. El terapeuta se convierte en un
experto en observar, revelar y deconstruir la historia tal como realmente es y tal como
debería ser. El conocimiento del terapeuta da forma a sus observaciones y las valida;
actúa como una retro-referencia y proyecta el pasado en el futuro.
El discurso modernista perpetua la noción de las metáforas universales,
descubribles, para la descripción humana, ideas fijas monovocales y determinadas
unilateralmente, sobre la naturaleza humana universal y la conducta individual.
Estas verdades pasan por alto el mundo interpersonal, social, económico y político en
que vivimos, y las variaciones que existen dentro de este mundo.
La terapia modernista es un proyecto liderado por el terapeuta, influido por las verdades
dominantes de la cultura, y que conduce a posibilidades determinadas por el terapeuta.
Estas verdades se expresan en diagnósticos, objetivos, y estrategias de tratamiento
que se determinan a priori y se aplican indiscriminadamente. A su vez, los
pensamientos y las acciones del terapeuta pueden validar y reificar su pre-conocimiento,
y hacer que se pierda o deseche lo singular, rico y complejo en un individuo o un grupo
de individuos. A medida que el pre-conocimiento y la voz monovocal se forman, los
resultantes pensamientos y acciones del terapeuta tienden a dominar y silenciar la
voz del cliente.
El discurso modernista promueve la noción dualista y jerárquica del cliente como sujeto
de indagación y observación, y coloca al terapeuta en la posición superior de
experto. En este discurso, los participantes son entidades estáticas separadas (cliente y
terapeuta), y no participantes que interactúen en una empresa conjunta. El aspecto
relacional de la noción del individuo en relación pasa a segundo plano. El cliente, en
tanto sujeto de indagación que no sabe, es liberado del problema malvado por un
terapeuta que sabe y es un experto en la naturaleza y la conducta humanas. Un lenguaje
de psicoterapia basado en un discurso modernista es un lenguaje basado en una
deficiencia y se presupone que representa adecuadamente la realidad conductual y
mental.
Los diagnósticos operan como códigos culturales y profesionales para recolectar,
analizar y ordenar datos a la espera de ser descubiertos. A medida que se descubren
similitudes y pautas, la gente y sus problemas se asignan a un sistema de categorías de
deficiencia, manteniendo a través del lenguaje y vocabulario de nuestros discursos. El
lenguaje y los vocabularios de la psicoterapia, entonces, son impersonales y
desconocen el carácter singular de cada individuo y cada situación.
Desde esta perspectiva moderna, la psicoterapia es una tecnología: un ser humano es
una máquina, y el terapeuta, un técnico que trabaja con máquinas humanas defectuosas.
El papel del terapeuta es diagnosticar la disfunción o el defecto en el sistema
humano en cuestión, y devolver al sistema un estado normativo.
En esta perspectiva, el lenguaje es el medio, la herramienta que nos permite usar nuestra
posición privilegiada para descubrir, explicar, predecir y cambiar.
Posmoderno significa una crítica, no una época. Designa una ruptura en una
orientación filosófica que se aparta radicalmente de la tradición moderna y cuestiona el
discurso modernista monovocal como fundamento de la crítica literaria, política y
social. El posmodernismo no logro reconocimiento hasta la década de 1970. No está
representado por un autor en particular ni por un concepto unificado. El pensamiento
posmoderno a menudo ligado al posestructuralismo, y usualmente asociado con los
escritos de los filósofos Mijail Bajtin(1981), Jacques Derrida (1978), Michael Foucault
(1972), 1980; Jean François Lyotard (1984); Richard Rorty(1979) y Ludwig
Wittgenstein (1961), representa ante todo un cuestionamiento y alejamiento de las
metanarrativas fijas, los discursos privilegiados, las verdades universales, la realidad
objetiva, el lenguaje de las representaciones y el criterio científico del conocimiento
como algo objetivo y fijo.
El posmodernismo rechaza el dualismo fundamental (un mundo real externo y un
mundo mental interno) del modernismo, y se caracteriza por la incertidumbre, la
impredecibilidad y lo desconocido. El cambio se acepta y se da por supuesto.
El pensamiento posmoderno avanza hacia un conocimiento como practica discursiva;
hacia una pluralidad de narrativas más locales, contextuales y fluidas; hacia una
multiplicidad de enfoque para el análisis de temas como el conocimiento, la verdad, el
lenguaje, la historia, la persona y el poder. Acentúa la naturaleza relacional del
conocimiento y la naturaleza generativa del lenguaje. El posmodernismo ve al
conocimiento como una construcción social al conocimiento y al conocedor como
interdependientes, partiendo de la premisa de una interrelación entre contexto,
cultura, lenguaje, experiencia y comprensión. No podemos tener un conocimiento
directo del mundo; solo podemos conocerlo a través de nuestras experiencias.
Continuamente interpretamos nuestras experiencias y nuestras interpretaciones. El
resultado es la continua evolución y amplificación del conocimiento. El pensamiento
posmoderno, incluyendo todas sus variantes, no es más que un tipo de crítica
social, todo está sujeto a cuestionamiento, incluyendo el posmodernismo.