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La publicación de este libro ha sido posible gracias a la ayuda recibida por la SeCyT / BID
en el marco del Proyecto de Áreas de Vacancia (PAV ) nº181/2003, "TIC y Educación en Ar-
gentina. Caminos recorridos y desafíos pendientes" radicado en la Universidad Nacional
de General Sarmiento (2005-2006)
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Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . p. 8
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Anexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . p. 187
I. Las encuestas, la prensa y la construcción de
una nueva tradición democrática . . . . . . . . . . . . . . . . . p. 187
II. Encuestas y encuestadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . p. 195
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Agradecimientos
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Prefacio
Patrick Champagne
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Introducción
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tes de los partidos a los que los primeros se encontraban ligados. En este
mismo período, en un contexto de reorganización de los medios de
comunicación alrededor de empresas privadas, de profesionalización y de
mercantilización de la actividad, los actores de los medios encargados de
“cubrir” la vida política comenzarían igualmente un proceso de “autono-
mización” respecto de los partidos, hasta convertirse en voceros de la gen-
te frente a los políticos. El uso de las encuestas de opinión contribuyó a la
construcción de una posición de enunciación propia a partir de la cual los
periodistas podían intervenir en el juego de la comunicación política.
Las mutaciones del demos comportarían igualmente ciertas transfor-
maciones en la forma de interpelarlo, al mismo tiempo que se desplaza-
rían las escenas en las que la lucha política por la representación conoce
sus momentos más intensos. El diagnóstico ya conocido de la “mediati-
zación de la política” encuentra así su sentido en referencia a este des-
plazamiento: la gente ya no se encuentra en los actos partidarios sino
frente al televisor5. Tal como lo muestra Patrick Champagne (1990: p.
139 y ss.) a propósito del caso francés, los dirigentes partidarios comen-
zarían a interesarse de manera particular en la participación en los
medios de comunicación. Las “apariciones” mediáticas constituirían de
esta forma una de las maneras más eficaces de actuar políticamente. La
mediatización de la política será comprendida, en este sentido, como
fenómeno de legitimación de ciertos espacios privilegiados para hacer
política y como dinámica productora de acontecimientos público-políti-
cos con consecuencias sobre la distribución del poder simbólico y del
apoyo social. Si, como lo subraya Oscar Landi (1985), la televisión repre-
sentó en la Argentina de 1983 uno de los medios más eficaces para mos-
trar al gran público los actos partidarios, progresivamente se convertiría
en una escena del trabajo representativo en la que, por otra parte, otros
actores luchan por volver visible y legible el mundo social como espacio
significativo6. Si bien el combate por los cargos institucionales perma-
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Precisiones metodológicas
11 Estas entrevistas fueron realizadas por correo electrónico, puesto que los
entrevistados no estaban disponibles personalmente. Esta anécdota ilustra el rit-
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ria11. Recogimos datos sobre la trayectoria de los actores, sobre las for-
mas de experimentar y de significar las transformaciones políticas liga-
das a la introducción de las encuestas como herramienta política y sobre
su propia visión del rol de los sondeos en sus prácticas y en la de los
demás actores de la comunicación política.
La dificultad de acceso a los entrevistados, todos “personajes públi-
cos”, nos llevó a realizar nuestro trabajo de campo en diversas etapas: la
primera en 2000, la segunda en 2001, la tercera en 2003. Las dificultades
para recoger información de personas con existencia pública que invier-
ten su tiempo en actividades más rentables –desde el punto de vista polí-
tico, periodístico, o de las actividades empresarias de los expertos–,
muestra por otra parte la débil legitimidad de las ciencias sociales en la
Argentina como actividad “autorizada” a analizar las prácticas sociales de
los actores con mayor capacidad de intervención desde el punto de vista
político. Este desdoblamiento del trabajo de campo nos ha permitido,
sin embargo, controlar los efectos sobre la visión de los actores de la agi-
tada coyuntura política argentina, en especial puesto que luego de la cri-
sis política y social de diciembre de 2001 las formas de desarrollo del
juego de la comunicación política se modificaron, en ciertos casos de
manera sustancial.
La visión de los actores sobre su propio uso de las encuestas de opi-
nión ha sido puesta en relación con otros datos, como la pertenencia
política de los dirigentes partidarios, la posición de los entrevistados en
sus campos de acción respectivos, así como informaciones sobre sus tra-
yectorias. Por otra parte, hemos tenido acceso a informes confeccionados
por las consultoras de opinión pública para candidatos y para gober-
nantes, lo cual nos permitió ver cómo y qué tipo de información pre-
sentan los expertos a sus clientes políticos. Si bien los informes de los
que pudimos valernos corresponden a la campaña presidencial de 2003,
ellos representan, según nuestra observación y la opinión de los entre-
vistados, buenos ejemplos de la manera en que los resultados de los son-
deos son entregados a los clientes.
En segundo lugar, trabajamos con fuentes periodísticas –diarios, cam-
pañas publicitarias y programas de televisión de periodismo político–
con el objeto de analizar el funcionamiento del espacio de la comunica-
ción política, así como el uso de los sondeos en los períodos electorales
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Primer capítulo.
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13 Sobre los años de la dictadura militar y las circunstancias del retorno a la demo-
cracia, cf. (Palermo y Novaro, 2003) y los artículos contenidos en (Pucciarelli,
2004; 2006).
14 La UCR obtuvo el 51,9% de los votos y el PJ el 40,2% (Fuente: Cámara Nacional
Electoral, Poder Judicial de la nación, www.pjn.gov.ar/cne/index.html). Según O.
Landi (1988), la “interpretación del pasado” construida por el discurso del candi-
dato radical se encuentra en el núcleo de las explicaciones de su éxito electoral. A la
salida de los años de represión y de terrorismo de Estado, una gran parte de la socie-
dad estaba dispuesta a aceptar esta valorización de la democracia en su versión libe-
ral. Esta visión era también compartida por los principales animadores del campo
intelectual, como lo muestra D. Merklen (2005). Por otra parte, la imagen dejada
por los gobiernos peronistas de los años 1970 estaba asociada a la imposibilidad de
definir los conflictos políticos de manera no violenta, lo que era percibido como
parte de los prolegómenos del golpe de Estado. Esta imagen fue aprovechada y sus-
tentada por la denuncia que realizó Alfonsín de un supuesto “pacto militar-sindi-
cal” (Landi, 1988).
15 Cf., entre otros trabajos, (Portantiero y De Ipola, 1988b). Para una crítica de la
manera en que esta transición ha sido pensada en términos de “pacto” por los prin-
cipales intelectuales argentinos de la época, en especial por aquellos comprometi-
dos con el nuevo gobierno radical, cf. (Rinesi, 1994: en especial p. 24 y ss.). Cf.
también (Lesgart, 2003).
16 Entre los diversos trabajos escritos sobre la derrota del peronismo, pueden con-
sultarse (Unamuno et al., 1984), (Maronese et al., 1985), (Cordeu et al., 1985).
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Algunos de ellos fueron escritos por dirigentes del PJ con el objeto de zanjar las dis-
putas internas a través de la identificación de las causas de la derrota y de sus res-
ponsables políticos.
17 Los grupos representados son el fruto de un trabajo necesario para constituirlos
(Rosanvallon, 1998: p. 464): un trabajo de constitución de la multiplicidad en uni-
dad y un trabajo de constitución de una persona o de una organización en repre-
sentante, ambos en el espacio conflictivo de la política. Este trabajo “permite a una
simple collectio personarum plurium existir como una persona moral, como un
agente social” (Bourdieu, 1987a: p. 189). El trabajo político de la representación
requiere siempre elementos exteriores, en especial de conocimiento del mundo
social. Por otra parte, para investirse como representante, es necesario demostrar que
la persona actúa y habla en nombre de quienes no están presentes in corpore pero
se encuentran incorporados en la persona representativa, y que los primeros hablan
y actúan a través de ella. La lucha de los actores políticos es así un conflicto por inves-
tirse de propiedades representativas. Dar índices de que ciertas palabras son, como
sostiene H. Garfinkel, “the document of” una cierta posición legítima significa, a la
vez, contribuir a su constitución. El concepto de “presentación de sí” desarrollado
por E. Goffman (1997) permite analizar las formas de construir una posición de
enunciación investida de la legitimidad que da la palabra representativa.
18 La noción de poder simbólico puede ser útil para hacer referencia al hecho de
que un discurso o una práctica se encuentran investidos de propiedades reconoci-
das por los otros, al construir una posición de enunciación y de acción a partir de la
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19 Los capitales adquiridos son importantes para sostener la pretensión de ser reco-
nocido de la misma forma que la última vez, es decir de solicitar a los otros que se
conduzcan de la misma manera que anteriormente, y por tanto al futuro de pare-
cerse al pasado.
20 Cf. las contribuciones de L. Boltanski sobre este punto (1990: en especial p.
75 y ss.). Herramienta simbólica y cognitiva que permite a los actores ver y hacer
ver, el concepto de indicador podría también ser movilizado desde una sociolo-
gía de las pruebas de legitimidad como la de Boltanski. En este trabajo privile-
giamos, sin embargo, una aproximación desde la teoría de la práctica, en especial
del lugar que ocupan en ella el conocimiento y las relaciones de poder.
21 Sobre este punto, la relación entre la performance de un actor y lo esperado por
el auditorio, nos inspiramos en los trabajos de E. Goffman, en especial (1997).
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22 Por las características históricas de esta elección, tanto los indicadores ligados
a otro tipo de apoyos sociales (grupos empresarios, etc.), como los que refieren
a la densidad y amplitud del tejido organizativo que sostiene a un partido, tuvie-
ron un rol secundario. De esta forma, los indicadores que identificamos para
1983 no pueden ser aplicados automáticamente a otros períodos electorales.
23 Durante la campaña, la cuestión del número hacía también referencia a la canti-
dad de afiliados obtenida por cada partido durante el proceso de reinstitucionaliza-
ción iniciado a comienzos de 1983. Nos dedicaremos, sin embargo, a la cuestión de
la cantidad de participantes en los actos puesto que ella estuvo en el centro de la
lucha por la lectura de la competencia en los últimos meses de campaña.
24 Para un análisis del 17 de octubre de 1945, cf. (Torre, 1995); (Plotkin, 1994);
(Del Campo, 1983); (Sigal y Verón, 1988).
25 E. de Ipola ha analizado el dispositivo político peronista constituido en torno a
las movilizaciones a la Plaza de Mayo, cf. (De Ipola, 1995). Cf. también (Sigal y
Verón, 1988). Para una crítica de estas aproximaciones, ver (Rinesi, 1994: p. 96 y ss.).
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26 Por otra parte, según O. Landi la palabra política tenía gran importancia luego de
los años de represión y de autoritarismo, y la relación entre el orador y el auditorio
era “la forma privilegiada de comunicación política” en 1983 (Landi, 1985: p. 22).
Esto reforzaría la importancia de los actos partidarios y la medición de su peso en la
coyuntura según el tamaño del auditorio.
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27 Estas afirmaciones son válidas sobre todo para los diarios nacionales que anali-
zamos de forma sistemática: Clarín y La Nación. Había en ese momento otros dia-
rios de menor circulación, más comprometidos con las fuerzas partidarias, como el
caso de La Voz, financiado por un sector del peronismo, o La Prensa, portavoz de la
derecha antiperonista. La revista Somos, de la que nos ocuparemos luego, si bien
estaba ligada a sectores de la derecha liberal intentaba siempre mostrarse alejada de
los intereses partidarios.
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34 Citado en (Waisbord, 1995: p. 30). S. Waisbord escribió sobre este punto que,
durante la campaña electoral los dirigentes del PJ “estaban convencidos de que era
una reedición de la historia; la imaginación del presente y del futuro no contaba
en términos del pasado multitudinario del Peronismo. El justicialismo creía, en
palabras de su candidato de entontes, ‘que era mayoría hasta el fin de los tiem-
pos’” (Ibid.).
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39 Así, tienden a funcionar como una suerte de anticipación del resultado electoral.
40 El partido de derecha que lideraba Alvaro Alsogaray en 1973, Nueva Fuerza,
había encargado algunos estudios de ese tipo, pero ni las fuerzas mayoritarias ni
los medios periodísticos eran asiduos clientes de las empresas de medición de opi-
nión pública, en la Argentina dedicadas en su mayoría a los estudios de mercado.
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sus propios sondeos –es decir pagados por la revista– casi un año antes
de las elecciones42. En total fueron seis las encuestas publicadas, entre el
7 de enero y el 17 de octubre de 1983. En su tratamiento de las eleccio-
nes, la revista oscilaba entre dos posiciones: por una parte, una preten-
sión “modernizadora” al buscar nuevos indicadores del estado de la
carrera, como las encuestas, por ejemplo, pero también desconfiando en
algunos momentos de lo ineluctable del triunfo peronista al movilizar
una filosofía individualista del voto contraria a las organizaciones inter-
medias como los sindicatos e igualmente contraria a la idea de que el PJ
era una mayoría natural; por otra parte, una práctica “tradicional”, simi-
lar a la de los demás medios de prensa, es decir orientada por los estilos
y los indicadores compartidos a los que ya hicimos referencia: el peso de
la historia, la composición social de los actos y la cantidad de partici-
pantes en ellos. Desde esta posición contradictoria, Somos intentará
tomar distancia de los competidores para constituir una posición “neu-
tral” y a la vez propia, rasgo central de la intervención periodística en la
lucha política a partir de finales de la década de 1980. El análisis de los
sondeos publicados por la revista muestra que, aún en este caso de un
medio que se quería innovador, cada vez que aparecía una novedad res-
pecto de lo que mostraban los indicadores tradicionales, la fuerza de
éstos como esquemas prácticos aparecía para relativizar lo nuevo y mos-
trar el poder de las realidades anteriores. Los seis titulares de las tapas de
las ediciones en que se publicaron las encuestas fueron los siguientes:
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43 Este rasgo ha sido señalado por P. Champagne a propósito del caso francés.
Cf. (Champagne, 1990). Volveremos sobre este punto en el tercer capítulo.
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Esos datos eran: primero, el alto porcentaje de jóvenes entre los inde-
cisos, puesto que si se seguían las proporciones de los que ya tenían deci-
dido su voto se esperaba que el resto se inclinaría de forma mayoritaria
por el radicalismo; segundo, el predominio del radicalismo entre los
votantes de sectores medios y del peronismo entre lo de la clase obrera
era un peligro para el PJ, ya que en el país había crecido la “pequeña cla-
se media de los empleados por sobre la clase obrera”:
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47 Puede verse así como los indicadores tradicionales, incorporados en los actores
bajo la forma de esquemas de percepción, operan sobre los razonamientos prácti-
cos bajo la forma de lo “posible” y lo “imposible”, de lo “pensable” y de lo “impen-
sable” (Bourdieu, 1980). Una vez establecida la idea del “cambio de época”, el
sentimiento de “imprevisibilidad” gobernaría la relación de los actores de la comu-
nicación política con la lucha electoral, así como las certezas pre-transicionales lo
hacían en 1983.
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Los análisis de los tres sondeos que siguieron49 mantenían esta ten-
sión entre la posible novedad –en el cuarto (08-07-1983) se hablaba de la
48 Grondona mencionaba dos razones en las que se asentaba ese probable triun-
fo del PJ: en primer lugar, el ya mencionado “retraso” en la definición de las can-
didaturas peronistas; en segundo lugar, el fuerte peso del peronismo en los sectores
de niveles educativos medios-bajos y bajos: “el peronismo vive hoy, electoralmen-
te, de nuestras carencias educacionales, en tanto el radicalismo progresa en la medi-
da que progresa, con él, el nivel cultural de los argentinos”. El peronismo debía
adecuarse al “progreso intelectual”, pero mientras tanto “el carácter ‘mayoritario’ de
los niveles inferiores de educación en la sociedad argentina abre al peronismo, de
hecho, un argumento electoral difícilmente refutable”. Si los obreros dejaban de ser
mayoría, todavía quedaban los “niveles inferiores de educación” para garantizar
una mayoría estable.
49 En el número siguiente a la tercera encuesta, Somos publicó a doble página, bajo
el título “Una encuesta en el ruedo”, declaraciones de dirigentes políticos sobre los
resultados que había arrojado el último estudio publicado por la revista. Esta prácti-
ca se volverá habitual en la lógica de funcionamiento de las encuestas como herra-
mienta periodística. Como era esperable, los dirigentes del PJ, el partido más
desfavorecido por las cifras producidas por A&C, eran los más escépticos. Sin embar-
go, los dirigentes radicales tampoco mostraban un gran interés en valorizar el son-
deo. El candidato a presidente por la Alianza Federal Francisco Manrique, por su
parte, celebraba “el 29% de indecisos”, aunque afirmaba que la cantidad “desde mi
punto de vista, es todavía mayor”. Las razones de su satisfacción radicaban en la cre-
encia en que “ahí es donde está la opción de Centro porque, en general, esas perso-
nas son las que no encuentran ni en el peronismo ni en el radicalismo ni en la
izquierda, una propuesta que las satisfaga”. Volveremos sobre este punto. Lo mas sig-
nificativo, y aquello que era común a los comentarios de la mayoría de los dirigentes,
era el desconocimiento de la encuesta de referencia: “Es una falta de información
mía, pero no he leído la encuesta”, afirmaba Manrique; “No estudié la encuesta”,
decía Conrado Storani (UCR); “no he tenido en mis manos la encuesta de SOMOS,
por lo que no puedo abrir juicios sobre sus resultados”, sostenía Deolindo Bittel (PJ).
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hipótesis del triunfo de Alfonsín como “la sorpresa electoral del siglo”– y
la probable repetición de la historia. Aún en la publicación de la última
encuesta, en la que Alfonsín se mantenía luego de algunas oscilaciones
como posible ganador, y donde los expertos responsables de la empresa
A&C daban su opinión y aseguraban la fiabilidad del estudio, los editores
de la revista mantenían una extrema prudencia sobre el augurio de los
resultados finales. Es necesario esperar hasta la edición inmediatamente
posterior al día de las elecciones para encontrar una defensa abierta y defi-
nitiva de las encuestas de opinión como herramienta de lectura del mun-
do social y, más específicamente, en ocasión de una campaña electoral, de
las preferencias de los ciudadanos. Casi tres páginas de la revista Somos
estaban dedicadas al nuevo producto periodístico, y en especial a la pri-
micia obtenida a partir de la utilización de las encuestas. El artículo se
titulaba “Así lo pronosticamos”, en la bajada se celebraba la innovación:
“Desde un primer momento las encuestas de SOMOS y A&C mostraron
el fenómeno Alfonsín y predijeron su triunfo. La criticas que provocaron.
Cómo permitieron seguir el proceso político. Los detalles que fueron dan-
do las claves. Cómo se lee una encuesta de opinión”. Todas las dudas y las
perplejidades anteriores, sobre todo en relación a los pronósticos sobre
los resultados de las elecciones, eran olvidadas para dejar lugar a la cele-
bración de la nueva herramienta. Había, además, un interés pedagógico,
que puede verse por ejemplo en las enseñanzas sobre la lectura de una
encuesta. De hecho, podemos decir que el aprendizaje que la revista que-
ría inculcar a sus lectores era al mismo tiempo un aprendizaje para sí mis-
ma. La conclusión era, así, contundente:
50 Como sostiene Sergio Waisbord, hasta la década de 1980 las encuestas de opi-
nión “raramente fueron utilizadas […] no sólo porque se las consideraba inapro-
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piadas, sino porque eran innecesarias […] Tomar el pulso de la opinión pública
implicaba observar la capacidad de las facciones y líderes partidarios de llenar actos
públicos con sus seguidores […] o el récord de votaciones pasadas que ponía de
manifiesto el caudal político de jefes distritales. Estas eran medidas confiables del
latido de la vida pública, signos inequívocos de tendencias políticas” (Waisbord,
1995: p. 82).
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51 Lo cual no significa que hayan dejado de ser utilizados como herramienta sim-
bólica, en especial por los dirigentes partidarios, como veremos en el tercer capí-
tulo. Lo que perdieron en 1983 es su carácter de “indiscutibles”.
52 Es por eso que consideramos importante realizar un trabajo histórico-genea-
lógico sobre el uso de las encuestas de opinión como herramienta política. R.
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53 Sobre el discurso alfonsinista ver, entre otros, (Aboy Carlés, 2001) y (Landi,
1985). Los dos autores subrayan la voluntad del líder radical de proponer una
ruptura con el pasado. El discurso de Alfonsín intentaba al mismo tiempo poner
en cuestión el poder de las corporaciones en el nuevo ciclo democrático, en espe-
cial de los sindicatos, las fuerzas armadas y la iglesia.
54 Pueden comprenderse de esta manera los discursos de Herminio Iglesias, diri-
gente tradicional del peronismo de la provincia de Buenos Aires y uno de los seña-
lados en la interna partidaria como principal responsable del “peronismo de la
derrota”. Luego de las elecciones, él mismo derrotado en tanto que candidato a
gobernador de la provincia, sostuvo que el peronismo “era mayoría” “aún perdien-
do las elecciones, porque nosotros tuvimos el 42 por ciento y todos saben que el
radicalismo, el señor Alfonsín, no tiene el 52 por ciento. Acá desaparecieron todos
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los partidos. Ni sé si fue una estrategia de ellos, pero acá estaba arreglado, porque
no puede ser que el doctor Alende saque el dos por ciento de los votos, y la demo-
cracia cristiana el uno por ciento” (La Nación, 02-11-1983).
55 Una interpretación similar, en este caso en relación al caso francés, es presentada
por Loïc Blondiaux en su trabajo sobre la historia de las encuestas políticas en
Francia y los Estados Unidos: “Al sonar la derrota de los partidos políticos tradicio-
nales, la crisis de 1962 anticipa el declinamiento de una representación –mental tan-
to como política– de la opinión pública […] La opinión pública deja de ser la
opinión del público y el Parlamento deja de ser el reflejo más fiel de los estados de
esta última […] La representación de la opinión pública que traen las encuestas pare-
ce acceder finalmente a la realidad política. Lo que antes era superfluo y peligroso,
entonces se convierte en el mecanismo que la ‘mide’ y se impone a la vez como legí-
tima y como necesaria” (Blondiaux, 1998: p. 527) [La traducción es nuestra].
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63 Entre ellos Rosendo Fraga, futuro participante activo del espacio de la comu-
nicación política. Entonces se contaba entre los detenidos por el estado de sitio,
según el decreto 2070/85 que señalaba que su actividad “atenta contra los valo-
res indicados en el considerando anterior”, es decir “consolidar la paz interior,
asegurar la tranquilidad y el orden públicos y preservar los permanentes intere-
ses de la República” (Clarín, 26-10-1985).
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64 Sin duda, en la campaña de 1987 puede verse lo incipiente del uso sistemático
de las encuestas en el hecho de que los diarios estudiados mencionaban asidua-
mente el instrumento, aunque lo utilizaban poco como producto informativo. En
La Nación, por ejemplo, aparecían con frecuencia en la sección “Entretelones polí-
ticos” comentarios como “en materia de encuestas se está a la orden del día” (25-08-
1987) o “Alfonsín sigue las encuestas al minuto” (27-08-1983), pero se trataba aún
de espacios marginales. Volveremos sobre el punto en el tercer capítulo.
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65 Como parte de esa estrategia, el candidato radical había armado una fórmula
paralela con la conservadora jujeña María Cristina Guzmán, con lo cual esperaba
ganar votos de la ascendente UCEDE.
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67 La afinidad de la categoría de gente con otras formas del demos como el pue-
blo reside en el hecho de que, en español, es un sustantivo singular que hace refe-
rencia a un colectivo, en tanto que en otros idiomas, como el francés, se utiliza
un sustantivo plural (les gens).
68 Esta diferenciación entre un sujeto encarnado en los partidos y un sujeto autó-
nomo de las tradiciones partidarias se transformaría nuevamente en torno a la
construcción de la gente como enfrentada a “los políticos” que comenzó a exten-
derse alrededor de la crisis de 2001 y 2002. El desarrollo de esta distinción mere-
cería un análisis más profundo que escapa a los límites de este trabajo.
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que todos somos pueblo, lo popular era asociado a sectores sociales par-
ticulares, la gente se articuló con los ciudadanos desimplicados de los
lazos partidarios, indecisos a la hora de votar, a la vez que tendió a incluir
a todos en su interior. Por otra parte, si el pueblo ponía en relación una
categoría social –los trabajadores– con una pertenencia política –en la
mayoría de los casos, el peronismo– la gente opera a través de otro prin-
cipio de diferenciación: los que razonan y los que, a causa de los víncu-
los partidarios, no razonan políticamente, como lo expresaba la
publicidad del Partido Demócrata Progresista ya citada. Junto a este prin-
cipio de diferenciación, sin embargo, aparece una visión de la gente
como una entidad asociada a los sectores medios y altos, en oposición a
los “trabajadores peronistas”. En este terreno de ambigüedad trabaja la
categoría y muestra toda su fuerza como principio generador de discur-
sos de pretensión representativa.
Este nuevo tiempo político, sus nuevas tradiciones, se desarrollaron
de manera particularmente intensa a partir del establecimiento de un
nuevo espacio de acción en el que las encuestas han tenido un rol fun-
damental: la comunicación política. Por otra parte, la extensión del uso
de estas categorías políticas –el “indeciso” y el “independiente”– de los
partidos de derecha hacia los principales partidos de tradición nacional-
popular tuvo lugar, en gran parte, a partir del trabajo que los expertos
hicieron en el seno de estos partidos. Los expertos pudieron ofrecer toda
una serie de nuevos dispositivos explicativos para actuar políticamente
–para orientarse y para construir discursos de pretensión representativa–
que giraban en torno al uso de las encuestas de opinión. Los periodistas,
por su parte, también serían “educados” por los expertos en el uso del
instrumento. En este nuevo espacio de acción que se construía en torno
a la mediatización de la política y a la intervención pública de expertos y
periodistas, tanto los dirigentes partidarios como los periodistas y los
encuestadores encontrarían en los sondeos una herramienta cada vez
más fiable –desde el punto de vista técnico, y desde el punto de vista
práctico– para actuar en este espacio.
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Segundo capítulo.
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nuevo golpe de Estado, en 1976, haría otra vez de las encuestas un pro-
ducto de consumo privado. Sin elecciones, la información controlada
por la censura militar, los sondeos de opinión aparecerían sólo como
una herramienta de “control social” y, aún cuando algunas empresas rea-
lizaron estudios para las juntas militares, estos no trascenderían más allá
de la esfera de las fuerzas armadas73.
La formación y la experiencia profesional en el extranjero constituyen
otra de las fuentes de socialización y de aprendizaje técnico de los exper-
tos. Durante la última dictadura militar, al mismo tiempo que los
encuestadores que continuaron trabajando en la Argentina utilizaban las
empresas de estudios de mercado como “refugio”, otros futuros expertos
partieron a Europa, y en especial a España, donde comenzaron a traba-
jar en institutos de sondeos creados en el contexto de la transición post-
franquista. Esta narración representa una suerte de prehistoria de los
sondeos de opinión en Argentina, que debería ser objeto de un estudio
más detallado, puesto que ha tenido una gran importancia para la con-
solidación del instrumento en el juego político y en el de la comunica-
ción política. Aquí nos concentraremos en la trayectoria de tres de los
“padres fundadores” de la disciplina, en especial a partir de los años
1980.
Los casos de Julio Aurelio, Edgardo Catterberg y Manuel Mora y
Araujo nos parecen ilustrar particularmente bien cómo ciertos encuesta-
dores se convirtieron en los “padres fundadores” de la disciplina en los
años 1980. La descripción de sus recorridos profesionales nos permite, a
la vez, analizar las formas de “inversión” necesarias para la consolida-
ción de las encuestas como herramienta política en Argentina74. Tres
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George Gallup y Jean Stoetzel lograron hacerse reconocer como los prin-
cipales representantes de la disciplina de las encuestas a partir de sus vín-
culos –más estrechos que los de sus pares– con el mundo universitario.
Por otra parte, a diferencia del caso estadounidense en el que los institu-
tos de sondeos se multiplicaron en las universidades, en Francia fue la
sociedad de Stoetzel, la IFOP, la que monopolizó la producción de
encuestas hasta los años 1960 (Champagne, 1990: p. 84). En Argentina,
como ya lo hemos mencionado, las relaciones entre los encuestadores y
el medio académico fueron en la mayoría de los casos de indiferencia.
Ciertamente, las tres figuras elegidas en nuestro análisis ocuparon cáte-
dras y cargos en las universidades públicas. Su notoriedad no estuvo sólo
ligada a este hecho, puesto que la debilidad de sus posiciones –al menos
para imponer la disciplina de las encuestas– y la ausencia de interlocu-
tores los llevó a constituir, como veremos luego, sus propios espacios de
intercambio fuera de las universidades públicas. De esta manera, han
sido sus vínculos políticos y su capacidad de hacerse conocer en el espa-
cio periodístico lo que explica mejor el hecho de que se hayan transfor-
mado en las figuras principales de la disciplina. La segunda razón de la
elección de estos casos reside así en el hecho que los tres expertos man-
tenían relaciones políticas, cada uno con un grupo partidario diferente.
Podremos comprender entonces la articulación entre encuestadores y
dirigentes partidarios en su diversidad. Por último, la tercera razón de la
selección refiere a la importancia de las tres figuras como “maestros” de
futuros expertos. En la muestra constituida con nuestros entrevistados,
todos aquellos que pertenecen a la segunda o a la tercera generación de
profesionales de la disciplina se formaron con al menos uno de los tres
“padres fundadores”77 (cf. Tabla Anexo II).
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82 Así, La Nación titulaba una nota de balance sobre los pronósticos de los
encuestadores “Interrogantes sobre la real validez de las encuestas” en virtud del
desacierto de algunos expertos, al mismo tiempo que se aclaraba que “la excep-
ción la constituyó Julio Aurelio, hombre de la amistad de Antonio Cafiero, quien
a principios de la semana última reveló a LA NACION los resultados de un tra-
bajo según el cual el peronismo aventajaría al radicalismo por tres puntos” (07-
09-1987). De hecho, a pesar de sus conocidos vínculos partidarios, Aurelio
publicaría encuestas en La Nación en varias ocasiones.
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91 Ese fue el nombre definitivo, pues anteriormente contó con otros asociados,
como Marcelo E. Aftalión.
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en los márgenes del juego político y electoral, sin poder atraer la aten-
ción ni de los principales dirigentes partidarios ni de los principales
periodistas, lo cual puede verse en el hecho de que aún el candidato favo-
recido por las predicciones del instrumento lo utilizaba raramente como
forma de lectura o como recurso simbólico para mostrarse como vence-
dor. El hecho de que ciertos encuestadores hayan obtenido cargos guber-
namentales tampoco permite afirmar que éstos hayan sido ganados a
partir de una “consagración” de las encuestas, puesto que ellos trabaja-
ron más como técnicos auxiliares de la administración pública que como
verdaderos expertos en el sentido que damos al término en este trabajo,
es decir como actores intervinientes en la lucha simbólica de la comuni-
cación política por la definición del mundo social, poseedores de una
cierta autonomía para actuar en el juego a partir de la movilización de
formas técnicas de conocimiento.
A partir del análisis de los casos presentados, podemos distinguir tres
actividades fundamentales realizadas por los encuestadores dirigidas a
hacer de las encuestas herramientas útiles. En primer lugar, se consagra-
ron a un trabajo de educación de los dirigentes partidarios sobre el uso
del instrumento y sus potencialidades. La afinidad política de los exper-
tos ha sido en este sentido un recurso importante. Sin embargo, los
encuestadores no se presentaban sólo como “hombres del partido”, sino
también como expertos capaces de proporcionar un punto de vista obje-
tivo sobre la política y sobre el mundo social. El aspecto principal de su
actividad educativa ha sido en este sentido la utilización de la idea de la
existencia de una nueva era política con el objeto de mostrar que la incer-
tidumbre no podía ser reducida por los medios tradicionales. Entre la
expertise técnica y el compromiso político, trabajaron para hacer de las
encuestas un instrumento integrante de las prácticas de los dirigentes
partidarios. La socialización de éstos últimos en el uso del instrumento,
así, se produjo en los comités de campaña, en las dependencias del
Estado y en los seminarios y conferencias organizados por los expertos.
En segundo lugar, los encuestadores intentaron convencer y educar a
los periodistas políticos al mostrarles la utilidad de los sondeos como
producto periodístico, en la medida en que éstos permitían producir noti-
cias bajo la forma de la primicia. Una encuesta es una “exclusiva” porque
releva un hecho hasta entonces desconocido y que, además, aparece bajo
la forma de la expresión de los deseos y de las necesidades de la gente.
Puesto que la gente tiene una existencia cambiante, una encuesta es supe-
rada por la siguiente y de esta forma pueden ser una fuente “intermina-
ble”, al menos en principio, de primicias. La incertidumbre y el cambio
aparecen nuevamente como formas de justificación de la necesidad de
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insumos provistos por las encuestas que ellos mismos realizan99. De esta
forma, las formaciones de postgrado creadas en las universidades priva-
das constituyen principalmente espacios propicios para que los encues-
tadores mantengan su inserción universitaria, que se encuentra en la
base de una de las formas de capital que hemos identificado como fun-
damental para los expertos.
La iniciativa de Manuel Mora y Araujo y de Felipe Noguera de organi-
zar periódicamente seminarios sobre las campañas electorales muestra
que, junto a los espacios de intercambio más académicos, los encuestado-
res se interesaron en crear aquellos destinados a los periodistas, a los diri-
gentes partidarios y a los nuevos expertos. La forma del testimonio,
utilizada de forma dominante en estos seminarios, permite ver que, prin-
cipalmente, se trataba de convencer a los grupos potencialmente interesa-
dos en el instrumento y no sólo de compartir experiencias profesionales
entre los expertos más antiguos y los recién llegados100. Es en este sentido
que debemos analizar las primeras intervenciones mediáticas de los
encuestadores. Las columnas en los diarios y revistas y las apariciones en la
televisión y en la radio eran formas de mostrar la capacidad de los sonde-
os de medir el mundo social y los deseos de la gente. Estas apariciones
mediáticas representarían progresivamente la principal manera de inter-
vención de los expertos en el juego de la comunicación política, en espe-
cial en los períodos electorales. Portadores de una nueva herramienta de
lectura del mundo social, los encuestadores debían estar presentes cada vez
que ésta era utilizada en los medios de comunicación. Si, como lo mues-
tra Andrew Abbot (1988), ésta pretensión de proteger la nueva jurisdicción
es una característica compartida por todas las profesiones, en este caso las
maneras de actuar para proteger el monopolio del uso de las encuestas
conllevaría, al mismo tiempo, un aumento de los compromisos mediáti-
cos –de la inversión de tiempo, por ejemplo– de los expertos en opinión.
La profesión de encuestador nace así del compromiso y la intervención
en diferentes campos, lo que permitió a los expertos acumular diferentes
formas de capital. En el campo académico, obtuvieron el prestigio como
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102 Es importante aclarar que las empresas de encuestas de opinión política también
realizan estudios de mercado, en algunos casos como actividad económica principal,
puesto que constituye su principal volumen de negocios. Sin embargo, el formato
creado por los expertos en opinión se distingue de las empresas de investigación de
mercado tradicionales, que realizan sólo estudios de marketing y cuya oferta no se
encuentra ligada, como en el caso de los institutos de opinión pública, a la posición
de analistas políticos y a la notoriedad público-mediática de sus propietarios.
103 La formación de nuevos partidos, el debilitamiento de la UCR (que sería la
tercera fuerza en las elecciones presidenciales de 1995) y las transformaciones de
las orientaciones ideológicas del peronismo favorecerían la consolidación de un
electorado fluctuante de una elección a otra, y por tanto del sustrato empírico de
las figuras del “indeciso” y del “independiente”. Este contexto político es así una
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do ya constituid
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106 El 26 de septiembre de 1999, por ejemplo, Clarín publicó una nota escrita
por el periodista encargado habitualmente de analizar las encuestas, “Los conse-
jos de Mr. Morris”, en la que se informaba del nuevo libro que el consultor había
publicado en esos días. Allí se sostenía que “Morris disfruta la incipiente popu-
laridad de su libro en el mundillo local, varios de cuyos integrantes se apresura-
ron a conseguir ejemplares por vía aérea, como si en esas páginas estuviese
revelada la verdad de los tiempos por venir”. En la nota se recuperaban algunas
de las frases del libro, en las que Morris se mostraba como experto: “los electores
odian las campañas negativas”, “hoy gana quien logra captar el voto indepen-
diente sin ser atacado por su propio partido”, definía.
Aquí puede verse también la visión periodística de la lucha política, en la que los
dirigentes partidarios aparecen recurrentemente como desesperados consumido-
res de las nuevas tecnologías políticas. Volveremos sobre este punto en el capítu-
lo siguiente, en especial en relación a los réditos periodísticos de esta visión.
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107 Los objetivos declarados por ALACOP permiten ver los diferentes dominios en
los que los encuestadores intervienen, así como el hecho de que, al mismo tiempo
que los expertos se institucionalizan, intentan construir una cierta “deontología”
profesional: “La Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos, ALACOP, es
una institución sin ánimo de lucro constituida en 1996 por un grupo de profesio-
nales en las distintas disciplinas de la consultoría política, provenientes de varios
países de la región, cuyos objetivos son: Promover y sustentar el desarrollo demo-
crático, en los principios y en la práctica en Latinoamérica. Promover la investiga-
ción teórica y empírica en relación con los procesos electorales, la comunicación
política, las campañas electorales, las relaciones gubernamentales y temas afines y la
difusión de sus resultados. Generar un foro de intercambio de ideas, opiniones,
información, conocimientos y experiencias relativo a los principios teóricos y a las
técnicas prácticas de la comunicación política, las campañas electorales y las rela-
ciones gubernamentales. Generar y mantener actividades profesionales entre los
miembros de la Asociación, y entre éstos y las instituciones políticas y públicas, pro-
moviendo la comprensión y la cooperación en temas relativos a la actividad políti-
ca y a asuntos públicos. Contribuir a la capacitación de los dirigentes políticos en el
uso de técnicas modernas de investigación y comunicación política, campañas elec-
torales, relaciones gubernamentales y temas afines. Publicar libros, revistas y artícu-
los en materia de comunicación política, campañas electorales, relaciones
gubernamentales y temas afines. Promover la responsabilidad, conducta ética y la
excelencia en el desempeño de los profesionales miembros de la Asociación.
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108 Hay así, en la visión de los expertos, por un lado, una posición de tipo realis-
ta, que sostiene que la encuesta mide una realidad anterior y no la construye en esa
operación (argumento opuesto al constructivismo) y, por otro lado, una posición
atomista respecto de la opinión pública, cuya realidad aparece como la sumatoria
de las opiniones individuales (argumento opuesto a la posición holista).
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“En principio podemos decir que [la relación entre los exper-
tos y los dirigentes partidarios] es tan conflictiva como la rela-
ción de cualquier consultor con cualquier cliente. La relación
de uno con su médico tiende a ser conflictiva, porque uno
escucha, pero después, en un momento dado, no tiene ganas
de hacer, o duda y va a ver a otro a ver si no estará equivocado,
o no le hace caso, ¿no? y no toma le medicación porque le
parece que es excesiva, o porque uno se dice ‘yo me conozco
mi organismo mejor que él, yo sé que esto no me hacer bien’
o le discute. Es decir, se da exactamente lo mismo (entrevista
con Manuel Mora y Araujo).
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Los expertos son así, a la vez, encuestadores y analistas. Esta doble tarea
y esta doble posición son al mismo tiempo una jerarquía y una tensión.
Jerarquía, porque en el juego de la comunicación política y en la relación
con los dirigentes partidarios y con los periodistas, los expertos no quieren
ser sólo proveedores de datos, sino que se muestran también como intér-
pretes autónomos de la realidad de la gente, en tanto que la primera posi-
ción les asigna una función auxiliar en el campo político y en la producción
periodística de los acontecimientos. Como afirma un entrevistado:
112 Las tensiones entre la presentación de los datos y la pretensión de reflejar los
deseos de la gente aparece así claramente cuando, en las campañas electorales, los
encuestadores intervienen en el juego de la comunicación política como pronosti-
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117 Estas dos posiciones, los independientes y los partidarios, hacen referencia, en
cierta medida, a las figuras de los “padres fundadores” que ya hemos analizado.
Manuel Mora y Araujo encarna el experto independiente. Julio Aurelio y sus discí-
pulos, en especial Hugo Haime, ambos ligados al peronismo, son junto a Heriberto
Muraro los encuestadores que encarnan mejor el modelo ligado a los partidos.
118 Manuel Mora y Araujo, representante arquetípico de los independientes, afir-
maba sobre este punto en la entrevista que realizamos: “hay algunos que están
más pendientes para trabajar para uno u otro partido. Y otros que más bien nos
definimos como independientes, pero estamos relativamente cerca, no son
demasiado grandes las diferencias tampoco”.
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119 La exactitud de los pronósticos es, como afirman los encuestadores, una
fuente de legitimidad de la posición de cada experto en el juego de la comunica-
ción política y en el espacio de expertise. De esta forma, ningún encuestador, más
o menos comprometido con los partidos, se muestra dispuesto a “arreglar” los
resultados hasta volverlos falsos. Por otra parte, un encuestador comprometido
históricamente con el peronismo sostuvo: “En los años ’80 uno se manejaba por
los vínculos que tenía en términos de conocimientos personales de la gente, y
luego estaba vinculado a ciertos partidos, porque uno o había militado o tenía
conocidos o había conseguido sus primeros clientes. Después eso se volvió cada
vez más fluido y así que todos somos multipartidarios, lo único que hacemos por
una cuestión de discreción es atender a dirigentes políticos de diferentes partidos
en los mismos distritos” (entrevista con Heriberto Muraro).
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en Argentina. De esta forma, aún los expertos que permanecen más pró-
ximos a los partidos poseen una cierta autonomía y pueden trabajar para
diferentes clientes120. Si los encuestadores debieron movilizar sus rela-
ciones partidarias para convencer a los dirigentes de la fiabilidad de los
sondeos, progresivamente van a intentar alejarse de estas referencias tan
cercanas, por al menos dos razones de orden práctico, que se suman al
peso de los valores legítimos del espacio y que, de alguna manera, con-
tribuyen a explicar su institucionalización: por un lado, su presentación
en el juego de la comunicación política se vincula a la figura del analista
“neutral”, y para conquistar esta posición los expertos debieron mostrar-
se como poseedores de un punto de vista no partidario. Por otra parte,
esta neutralidad les permitiría desplazarse mejor en un contexto de trans-
formaciones políticas en el que los partidos no dejaron de fragmentarse
en corrientes internas y en nuevas fuerzas políticas, de modo que las fide-
lidades partidarias perdieron atracción y hasta sentido para los expertos,
aunque como veremos en el próximo capítulo los dirigentes políticos
continuarían exigiendo lealtad a sus intereses.
120 El mismo Julio Aurelio afirmaba en la entrevista que realizamos haber tra-
bajado en varias ocasiones para el radicalismo y para el gobierno de la Alianza.
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Tercer Capítulo.
121 Los nombres de los dirigentes partidarios y de los periodistas políticos entre-
vistados han sido modificados a lo largo del texto puesto que, a diferencia del
caso de los encuestadores, aquí es más relevante la posición ocupada en sus espa-
cios de acción que el nombre propio de los actores estudiados.
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122 Los testimonios de los asesores políticos franceses ilustran este uso de las
encuestas como principio de orientación para los gobiernos. Cf. (Sofres, 2001).
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Este “saber leer”, que forma parte del savoir-faire de los dirigentes polí-
ticos, permite tomar distancia respecto de los datos sobre la gente pro-
porcionados por los encuestadores. El margen de error de las encuestas
ofrece así un margen de interpretación a los actores del juego, lo cual no
significa que los dirigentes partidarios no crean en las cualidades técnicas
de las encuestas y de los encuestadores. Se trata, al contrario, de la misma
tensión que habíamos analizado en el capítulo anterior a propósito de los
expertos, pero esta vez desde el punto de vista de los actores del campo
político. Los encuestadores son portadores de un instrumento que les per-
mite volver legible la realidad a partir de cifras y de porcentajes y este capi-
tal técnico es condición de posibilidad de su participación en el espacio
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123 Un encuestador afirmaba al respecto: “yo creo que en los políticos argentinos
lo que ha ocurrido es un efecto obvio, que es que conocen mucho de encuestas, hay
políticos que son técnicamente muy avanzados y muy desarrollados, de todos los
partidos, conocen muchísimo de esto, saben cuando es una buena o una mala
encuesta. Ahora, todos han aprendido mucho, pero al mismo tiempo todos se han
vuelto menos discriminativos, toda encuesta es para un político útil, por más trucha
que parezca y por más trucha que sea, le sirve. El político cita todo lo que se le pon-
ga por delante y le da importancia a todo, aunque desde luego descarta alguna cosa,
pero ninguna la descarta de antemano” (entrevista con Enrique Zuleta Puceiro).
124 Dirigente radical de la provincia de Buenos Aires, diputado nacional y voce-
ro del gobierno nacional de la Alianza en 2001.
125 Es por eso que algunos candidatos, en ocasión de una campaña electoral,
crean empresas de opinión propias, ad-hoc, es decir destinadas a desaparecer
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encuestadores debe servir antes que nada a las estrategias de los candidatos.
Puesto que la información proporcionada funciona como principio de
orientación en la lucha política, permanece en el dominio privado de los
comités de campaña. El contrato de propiedad de los sondeos, que garanti-
za que sólo el cliente puede disponer de los resultados, constituye en este
sentido un soporte material del lazo de confianza.
La idea de que los encuestadores son personas de confianza de los
dirigentes partidarios hace también referencia, entonces, a la posibilidad
de utilizar las encuestas como herramienta simbólica. Como anticipa-
ción de los resultados de las elecciones, los sondeos permiten a los can-
didatos mostrar que las preferencias de la gente están de su parte. Estas
preferencias aparecen así como anticipaciones del voto. El célebre análi-
sis de Pierre Bourdieu sobre este punto (1990b) mantiene su validez: las
encuestas de opinión permiten a los dirigentes partidarios decir “’Dios
está con nosotros’. El equivalente de ‘Dios está con nosotros’ es hoy en
día ‘la opinión pública está con nosotros’” (Bourdieu, 1990b: p. 139), o,
en los términos de la política argentina, “la gente está de nuestra parte”.
En este sentido, las encuestas de intención de voto son indicadores de la
“carrera” electoral que pueden ser movilizados por los candidatos para
denotar su posición. Nada nuevo en este punto, excepto por el hecho que
esta utilización implica, como lo hemos visto en el primer capítulo, toda
una serie de transformaciones en las formas representativas. Al tomar las
encuestas como herramientas simbólicas, el margen de error es el mar-
gen de maniobra que poseen los encuestadores que trabajan para los
candidatos para colocar a la gente del lado de estos últimos. Para realizar
estos “acomodamientos”126, hay momentos más propicios, en especial
cuando el prestigio de los expertos no está en juego, lo cual forma parte
también del “saber leer” y del savoir-faire de los actores partidarios:
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gente político el que posee el “olfato” necesario para hacer, de los con-
tornos borrosos, límites precisos.
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130 Estos capitales son movilizados por los partidos mayoritarios, ya que los
nuevos partidos no poseen una historia encarnada en organizaciones capaz de
ser movilizada.
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131 Así, en las elecciones de 1983 un dirigente peronista sostenía: “lo que pasa…
es que las encuestas son instrumentos inventados por los yanquis que arrojan
resultados favorables a los yanquis”. Citado en (Adrogué, 1998: p. 403)
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y, así, las tres ramas de las fuerzas armadas se distribuirían los canales
siguiendo la lógica de repartición del poder aplicada en otros domi-
nios134. Fue necesario esperar hasta 1984 para que la ley de radiodifu-
sión de 1980 –que preveía la privatización de los canales de televisión–
tuviera sus primeros efectos: el canal 9 volvía entonces a manos de sus
antiguos dueños. La relación del gobierno alfonsinista con la televisión
fue igualmente conflictiva. A pesar de la promesa de constituir un nuevo
sistema de radiodifusión de acuerdo con la nueva etapa de pluralismo y
democracia, el gobierno nunca llegó a proponer una nueva ley. Aún
cuando la censura directa y la discriminación ideológica y política dis-
minuyeron sensiblemente, y el manejo de la programación de los anti-
guos canales privados hubiera pasado a manos de empresas productoras,
los servicios informativos, los noticieros y los programas de contenido
político se mantuvieron bajo el control de dirigentes radicales o de “per-
sonas de confianza”135. La situación combinaba así una tutela política
de los programas “sensibles” desde el punto de vista político con una
competencia privada para vender los programas potencialmente renta-
bles desde el punto de vista económico136. La transformación más
importante producida durante este período en la estructura de propie-
dad de la televisión fue la privatización del canal 2 de La Plata, que ya
había sido atribuido al consorcio que manejaba el diario Crónica, enca-
bezado por el empresario periodístico Héctor García137.
La relación entre los diarios y los canales de televisión ha sido históri-
camente problemática. La relativa independencia respecto del Estado y de
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138 Un diario puede así ser comprendido como “una matriz de decodificación
de los hechos sociales que organiza el conocimiento sobre una realidad que al
mismo tiempo construye” (Sidicaro, 1993: p. 7). En este sentido, es necesario
trabajar en el doble juego de la especificidad de una práctica determinada –la
práctica periodística– y de los grupos sociales que llevan a cabo esas prácticas
desde posiciones determinadas, en este caso no sólo en el campo social y en el
periodístico sino también en el espacio de la comunicación política.
139 A. Gramsci ha distinguido “el diario llamado de ‘información’ o ‘sin partido’
declarado, del diario de opinión, del órgano oficial de un determinado partido; el
diario para las masas populares del que está dedicado a un público más limitado”
(1984: p. 169).
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142 Los dos diarios principales del país, Clarín y La Nación, respondían así a pro-
yectos políticos diferentes. El primero, inspirado en el “desarrollismo”, todavía
hoy conserva en sus páginas algunas columnas de opinión económica ligadas a
esta corriente. El segundo, ligado a los grupos conservadores, defendía posicio-
nes ligadas a la defensa del “orden social” pero siempre tras una pretensión de
situarse por encima de los conflictos partidarios, cf. (Sidicaro, 1993).
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No sería así hasta los años 1990 que los periodistas políticos llegarí-
an a conquistar una posición autónoma. Trabajarían en los medios de
comunicación privatizados donde la independencia era una forma de
conquista de la audiencia. Toda tentativa de mostrar los deseos de la gen-
te sería así, al mismo tiempo, una forma de mejorar la posición indivi-
dual en el campo periodístico, de acercarse a la audiencia para producir
cuotas de rating comercialmente beneficiosas para el medio y, en fin, de
contribuir al trabajo colectivo de construcción periodística de una voz
autónoma en el juego de la comunicación política143. Los periodistas
políticos se apoyaron así en las crisis económicas sucesivas y en las difi-
cultades de los partidos para proponer salidas a largo plazo para trabajar
por la representación legítima del “hombre común” en un contexto de
“crisis de la representación”144. Esta crisis era profundizada por el
aumento de la corrupción política denunciado en y por los medios de
comunicación (Landi y González Bombal, 1993). La emergencia de un
“periodismo de investigación” debe ser así comprendida en este contex-
to de autonomización de los periodistas como profesión mediadora
(Muraro, 1997). La denuncia de hechos de corrupción y el develamien-
to de intereses políticos y económicos ocultos detrás de las acciones de
los gobiernos contribuyeron a la transformación de los periodistas en
guardianes de la democracia y de los deseos e intereses de la gente.
La literatura argentina sobre la relación entre los medios de comuni-
cación y la política ha estudiado las transformaciones producidas por el
formato televisivo en los discursos y en las prácticas políticas, desde el
momento en que los dirigentes partidarios deben “aparecer” en televi-
sión para realizar su trabajo representativo. Diversos estudios (Landi,
1992; Muraro, 1991; Quevedo, 1992, 1999) intentaron mostrar cómo
los estilos discursivos, las escenas políticas y las formas de verosimilitud
143 No se puede pasar por alto que la práctica de firmar las notas periodísticas
en los principales diarios –no sólo las de opinión, sino también las de informa-
ción– se ha hecho habitual desde los años 1980, lo que coincide con la génesis
del espacio de la comunicación política tal como lo conocemos hoy. Ante la posi-
bilidad de los periodistas televisivos de individualizar su intervención pública
–lo cual refuerza su pretensión representativa–, los de la prensa diaria persiguen
el mismo efecto a través de esta forma de autoidentificación.
144 Este concepto representa otra forma de deslizamiento de las ideas expertas a
la lucha política. Para una análisis de la utilización periodística de la noción de
“crisis de la representación” a propósito del caso francés, cf. (Neveu, 1992). Cf.
también los comentarios de J. C. Torre (2003) sobre el caso argentino.
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145 La televisión, según esta perspectiva, “somete a la palabra política a las reglas
propias de los medios” (Quevedo, 1992: p. 18).
146 Cf. los trabajos publicados en la revista Hermes (Dayan (compilador),
1993). Cf. también los trabajos de D. Dayan y E. Katz (1996) sobre la recepción
de las “ceremonias televisivas”. Para un análisis desde la perspectiva de los estu-
dios culturales ingleses, cf. (Morley, 1992). Sobre la relación entre la posición
política de los periódicos y la de los diferentes grupos sociales a los que ellos se
dirigen, cf. (Bourdieu, 1979).
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147 Excede los límites de este trabajo el estudio de las razones de la celebridad
de ciertos periodistas. dado que los periodistas más célebres comenzaron su
carrera en momentos en que las formaciones universitarias y post-universitarias
de periodismo aún no existían como espacio de socialización profesional, las
formas de capital que adquirieron para devenir “vedettes” de la profesión reen-
vían a sus vínculos políticos y a su capital relacional adquirido fuera de la políti-
ca (en especial la afinidad ideológica y/o de origen con los grupos propietarios
de los medios). Para un análisis de las propiedades sociales de los periodistas, de
sus jerarquías y de la relación entre los “generalistas” y los especializados a pro-
pósito del caso francés, cf. (Marchetti, 2002).
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148 Para un análisis del uso periodístico de las encuestas de opinión en Francia
durante una campaña electoral, cf. (Cori, 1997).
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150 Los diarios que no encargan sus propias encuestas, generalmente por razo-
nes financieras, deben así verificar la información enviada por los expertos que
trabajan para los partidos. El periodista encargado de publicar las encuestas en
Página/12, afirma sobre este punto: “hoy en día prácticamente ningún medio
argentino compra encuestas, de manera que esos estudios son pagados por los
candidatos. Si los números le dan bien, a ese candidato le interesa que la encues-
ta se publique porque le dice a sus votantes y a los indecisos que él constituye
una opción mayoritaria. Ahora, si la encuesta le da mal le dice al consultor que
la guarde y que no se la dé a nadie. ¿Cuál es mi papel? Verificar que la encuesta
sea cierta, o sea que los resultados que me dan para publicar coincidan con las
que me cuentan –en off the record– los consultores que no publican la encuesta
que tienen” (entrevista con Darío). Este caso ilustra, por otro lado, el hecho de
que los diarios poseen periodistas especializados en la publicación de encuestas,
lo cual muestra la importancia del instrumento como sub-género periodístico.
Por otra parte, Darío participó en los seminarios sobre campañas electorales
organizados por Manuel Mora y Araujo y Felipe Noguera, otra forma de consta-
tar su importancia como espacio de socialización en el uso del instrumento.
151 De lo cual se “quejaban” los expertos en las entrevistas que realizamos. Habría
que agregar, sin embargo, la demanda de encuestas de “boca de urna” de los prin-
cipales canales de televisión en días de elecciones nacionales o en la ciudad de
Buenos Aires.
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153 Esta presentación desigual sirve también para cubrirse de posibles “operacio-
nes de prensa” realizadas con encuestas falsas, etc., pero termina por producir una
diferenciación entre la objetividad propia y el sesgo de los partidos lo que, en
definitiva, favorece siempre a los periodistas en detrimento de los encuestadores.
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154 Lo cual no se aplica al caso de los diarios que no encargan sondeos, que deben
estar atentos a las “operaciones de prensa” de los candidatos que tienen por objeto
publicar datos “tocados”, como lo señaló el periodista de Página/12 entrevistado.
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155 “Las encuestas de intención de voto […] permiten, en una campaña electoral,
crear un verdadero suspenso que, día tras día, contribuye a mantener la atención de
los lectores y de los telespectadores, en su mayoría poco interesados por los debates
políticos […] estas encuestas hacen posible una presentación atrayente de la lucha
política sobre el modelo, más familiar para el ‘gran público’, de la competencia
deportiva o del enfrentamiento entre personalidades” (Champagne, 1995: p. 76).
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Las encuestas son así herramientas útiles para los periodistas, puntos de
apoyo para aprehender la campaña a partir de un elemento externo y obje-
tivo, técnico, que es a la vez un producto fácilmente convertible en “exclu-
sivas”, puesto que es una medida efímera al mismo tiempo que una
realidad robusta. Esta doble condición del instrumento permite a los
periodistas y a los medios de prensa encontrar una forma de producción
de “exclusivas” que, hasta el día de las elecciones, hace posible la presenta-
ción de noticias que pronto son superadas. Las encuestas encuentran su
poder no sólo en la afinidad con la nueva era democrática y en su capaci-
dad “sociológica” de ordenar al demos en proporciones, sino también en
su condición dual de realidad y virtualidad, lo cual les otorga una posición
ora de cosa, y por tanto dureza de lo real, inmodificable, que se presenta a
los dirigentes políticos como “la verdad de la gente”, ora como movi-
miento hacia la disolución en una nueva realidad, imposible de pensar
sino en su condición cambiante e incierta. Este carácter dual de las encues-
tas es particularmente atractivo, como vimos, para periodistas y consulto-
res, pero también funciona como recurso político para los dirigentes
interpelados por parte de los demás actores de la comunicación política.
Es particularmente interesante volver a la metáfora de la fotografía utiliza-
da por los encuestadores en las entrevistas que realizamos: precisamente la
fotografía tiene la capacidad de fijar un instante de una situación en movi-
miento, de dar soporte material a aquello que es lo más efímero.
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157 Ver, por ejemplo, la columna del periodista Mariano Grondona el 11 de julio
en La Nación, en la cual comparaba los resultados de su “televoto” con el de las
encuestas que circulaban por entonces.
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para mostrar que los políticos “nuevos” movilizan más raramente otras
formas de capital y de indicadores prácticos, como la experiencia y la tra-
dición partidaria, en tanto no están investidos ni de una ni de otra. En la
escena 2, Reutemann afirmaba, ante la demanda de pronósticos de
Neustadt, que no podía hacerlos sin encuestas.
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160 Cuando comenzamos la investigación que dio lugar a este trabajo, observa-
mos una manifestación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) en la que
el camión que encabezaba la columna de la Unión de Trabajadores de Prensa de
Buenos Aires (Utba) tenía un gran cartel con la leyenda “La gente existe”. Era el
año 2000, y el gobierno de la Alianza se proponía reducir los sueldos de los
empleados estatales. Una central sindical que intentaba reinventar formas dis-
cursivas ligadas a la tradición nacional-popular, mostraba una imagen de la gen-
te movilizada. Sobre el discurso de la CTA, cf. (Pérez, 2004).
161 Esta es una de las diferencias entre las encuestas políticas y otros tipos de encues-
tas utilizadas en otros dominios, como lo muestra E. Didier. Cf. (Didier, 2000).
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163 También pudieron poner en duda a los propios encuestadores. Para peor, con
sus armas: el 18 de junio La Nación publicaba una nota titulada “Cae la imagen de
los encuestadores”, en la que se afirmaba que “los desaciertos en algunos pronósti-
cos generaron una caída de la credibilidad, según revelan dos sondeos”. La Nación
mostraba un sondeo contra los expertos, quienes pretendían tener el monopolio del
uso del instrumento. La pretensión habitual del diario de ponerse como árbitro final
del desempeño de los encuestadores, esta vez encontraba una coyuntura inusual-
mente propicia. Luego había otra nota, “Diferencias no sólo en pronósticos”, en la
que el copete afirmaba que “muchos encuestadores llevan otra cruz en silencio: el
deterioro de su imagen pública y la caída de la credibilidad en sus pronósticos”.
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Ricardo Bussi y los sondeos boca de urna que apuntalaron ese resultado
el domingo a la noche fueron los grandes derrotados de la elección tucu-
mana”. Ese mismo día, el principal columnista político del diario se
encargaba de aclarar que “la elección del domingo pudo ser […] una
alarma que sonó a tiempo. Que las encuestas sirvan para medir un esta-
do de ánimo colectivo parece un presupuesto admisible. Pero de ningu-
na manera podrán aceptarse como herramienta para resolver situaciones
institucionales”. En La Nación, por su parte, se afirmaba en un título:
“Los encuestadores se escudan en los lemas y el voto vergonzante”; y lue-
go: “con las elecciones en Tucumán ocurrió lo que parecía que nunca iba
a ocurrir: ningún encuestador acertó en su pronóstico […] De esta mane-
ra, quienes aparecían como gurúes electorales ahora se convirtieron en
protagonistas de un desacierto”164.
Pero también hubo lugar para la “autocrítica” periodística. Un
columnista político de La Nación publicó una nota, “Peligros de la
‘encuestomanía’, en la que afirmaba que “mal que nos pese a los perio-
distas, la mayor autocrítica esta vez les cabe a los medios de comunica-
ción. Todos conocemos los límites de cualquier encuesta, por lo cual su
frecuente capacidad para predecir con llamativa exactitud lo que va pasar
no nos puede llevar a considerarlas como una verdad revelada. En los
últimos años la ‘encuestomanía’ se ha apoderado de dirigentes políticos
y candidatos […] Tras la lección de los comicios de Tucumán, será vital
que la ‘encuestomanía’ no se adueñe también de los medios y que se dé
a los sondeos de opinión pública el valor que realmente tienen, recor-
dando que la mejor noticia no es la que llega primero, sino la noticia
cierta”. Pagina 12, en tanto, también realizó su “autocrítica”; en el recua-
dro de tapa, con el título “Lección”, aparecía el análisis de los editores del
diario de la trampa en que, en aquella ocasión, se había constituido la
creencia colectiva en el espejo de la gente: “con los resultados de boca de
urna, con el reconocimiento de la derrota de los opositores, con la con-
164 Otra ocasión para colocar a los encuestadores en una posición “distorsiona-
da” fue otro de los pronósticos “fallidos”, el anunciado triunfo de Fernández
Meijide en la provincia de Buenos Aires en las elecciones para gobernador de
1999. El 26 de octubre, un periodista de Clarín titulaba, casi irónicamente, “Otro
fallido del boca de urna”; el copete recordaba lo que todos los encuestadores pre-
ferían olvidar: “ya se habían equivocado en Tucumán”, “un primer gran fiasco”,
según el periodista. En el artículo opinaban, nuevamente, encuestadores (que se
exculpaban y defendían sus pronósticos) y periodistas, esta vez de las redaccio-
nes informativas de los canales de TV que habían difundido esos datos.
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165 Poco tiempo después, la experiencia tucumana fue utilizada por el peronista
Carlos Corach para restar importancia a una encuesta de Mora y Araujo que otor-
gaba una diferencia de diecinueve puntos a favor del candidato aliancista a la pre-
sidencia: “las encuestas tienen muchísimas lecturas y una historia muy reciente de
errores” y, por tanto, el candidato justicialista, después de comenzar “una campa-
ña vigorosa, inteligente [se refería, entre otras cosas, a la inclusión de Duda
Mendonça como asesor] no tengo duda de que va a poder remontar la eventual
diferencia que pudiera existir”, diferencia que estimó en “tres o cuatro puntos”
(Clarín, 04-09-1999).
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166 Aquí puede verse ilustrado el hecho de que la fuerza del juego de la comuni-
cación política se encuentra en especial en el nivel nacional de la política argenti-
na. Tal vez debamos subrayar, así, la relación entre este cuestionamiento de las
encuestas y el hecho de que se tratara de elecciones provinciales, realizadas en una
provincia “tradicional” como la de Tucumán, donde dispositivos como la ley de
lemas reforzaban el peso de movilización de las organizaciones partidarias.
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ces pudo decir, con mayor frialdad, que “ninguna encuesta reemplaza al
escrutinio” y que los bocas de urna “están necesitando de un nivel altísi-
mo de precisión que, en este caso, pareció complicarse por el silencio de
muchos tucumanos a la hora de votar” (Clarín).
El segundo argumento movilizado por los expertos para la defensa
del instrumento era su afinidad con la democracia y sus valores. Enrique
Zuleta Puceiro, otro de los que había errado en los pronósticos, defendió
los sondeos boca de urna por su capacidad de dar “transparencia”: son
“decisivos para evitar el fraude. Dan transparencia e impiden las nego-
ciaciones a espaldas de los electores. Se pagarán los costos del error, pero
es innegable que dan transparencia” (La Nación). Esta justificación, que
muestra el poder simbólico de los sondeos que logran traer la voz del
demos transformado históricamente a partir de 1983, era el último bas-
tión del ataque contra los encuestadores: si las encuestas perdían su afi-
nidad con la lógica de la nueva tradición democrática, el espejo
terminaría astillado y marginalizado.
En La Nación y Página 12, que se constituyeron por esos días en tri-
buna de debate sobre el tema, con voces de encuestadores, periodistas y
científicos sociales dispuestos a dar la batalla por la ciencia167, continuó
la defensa de las encuestas en base a argumentos técnicos y de legitimi-
dad política. En una de las columnas de opinión de La Nación, “Una lec-
ción para todos”, Hugo Haime explicó extensamente las razones del
fracaso predictivo, sin dejar de hacer la promoción de la importancia
–ahora estratégica y cognitiva– de las encuestas: “son un poderoso ins-
trumento de diagnóstico sociopolítico para la planificación de campañas
y para conocer tendencias electorales” y a pesar de que “nunca pueden
reemplazar el voto ciudadano […] la lentitud con que generalmente se
dan a conocer los cómputos oficiales ha hecho que las encuestas en boca
de urna terminen reemplazándolos, en un mundo mediático donde la
noticia requiere cada vez mayor velocidad”. Manuel Mora y Araujo inter-
vino en el debate con una advertencia, similar a la que realizara Zuleta
Puceiro: “si la sociedad empieza a preguntarse si la importancia dada a
las encuestas no es excesiva, si las encuestas no están usurpando un lugar
central en los procesos políticos de nuestro tiempo, lo que sigue no es
solamente un período de cuestionamiento de las encuestas. Las conse-
167 Aparecía así la opinión de Francis Korn, quien desde la tribuna científica,
fuera del juego, criticaba, no sin aristas morales, “la falta de humildad de los que
dan pronósticos equivocados” y “esta especie de manía de producir información
minutos antes de que se produzca realmente”.
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cuencias serán mayores, porque las encuestas han sido el principal pivo-
te en el cambio de cultura política que va de la política cerrada de los apa-
ratos partidarios a la política transparente en que el protagonismo recae
en la opinión pública”. El llamado de atención contra los cuestiona-
mientos, ponía en juego no sólo el lugar de las encuestas, sino la trans-
parencia misma de la política y el lugar que cabía en ella, contra los
“cerrados aparatos partidarios”, para la gente.
El mismo encuestador que había construido uno de los argumentos
más acabados de la relación de los sondeos con el nuevo tiempo demo-
crático post-transicional, ahora volvía sobre esos argumentos cuando no
sólo la fiabilidad, sino también la legitimidad del instrumento parecían
estar en juego. Habían pasado más de quince años desde aquellas pri-
meras intervenciones en las que el fin del reinado de la “cautividad polí-
tica” –una forma de llamar a la mayoría histórica del peronismo– era
asociado a la aparición de la nueva herramienta, imprescindible para los
“decisions makers” argentinos según Mora y Araujo168. Las encuestas
eran entonces no sólo un instrumento de orientación en la nueva coyun-
tura, en la que el futuro ya no sería como el pasado, sino también una
forma de dar voz a esos ciudadanos “independientes” que ya no podían
ser “canalizados” por las organizaciones partidarias. Desde el momento
en que los expertos lograron ligar las encuestas a todo un conjunto de
fuerzas más poderosas que las de ese pequeño grupo, asociadas a la idea
de cambio de época y condensadas en lo que llamamos aquí la nueva tra-
dición democrática169, era suficiente para Mora y Araujo recordar esa
alianza para argumentar que, si los sondeos eran cuestionados, también
lo era la política post-transicional.
La solidez de los argumentos del experto se vería en las semanas
siguientes, cuando las consecuencias de la tragedia tucumana se mostra-
ron más bien débiles. Sin embargo, la coyuntura era una ocasión propi-
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Para concluir
“Lo que quiere la gente”: sondeos
de opinión y comunicación política
en Argentina
Con frecuencia, los fenómenos políticos son tan evidentes y actuales
que su interpretación es objeto de disputa simbólica por parte de los mis-
mos actores comprometidos en ellos, Así, para abordarlos desde las cien-
cias sociales es necesario utilizar herramientas analíticas que permitan
tomar distancia de esa disputa sin perder, en ese movimiento, la especi-
ficidad fenomenológica. En este trabajo intentamos avanzar, a la vez, en
la descripción del problema y en la especificación de sus diferentes
dimensiones explicativas. Las encuestas de opinión –y su uso en
Argentina– han sido analizadas como instrumento práctico de la lucha
política, es decir como herramienta cognitiva para volver legible la situa-
ción y como herramienta simbólica para construir una posición legítima
para hablar en nombre de otros y para dar un sentido al mundo social.
Una vez percibidos como la medida más fiel del demos, bajo la forma
histórica de la gente, los sondeos permitieron a los actores del campo
político volver legibles las posiciones propias y de los competidores, los
desafíos de la coyuntura y la distribución social de las legitimidades, al
mismo tiempo que les proveían información útil para administrar sus
energías. Por otra parte, las encuestas contribuyeron a que los dirigentes
partidarios se dotasen de ciertas propiedades representativas y, por tan-
to, de una cierta legitimidad para actuar en la lucha por la definición del
mundo social y por la representación de los grupos.
Aún cuando se trata de una técnica ya disponible y utilizada en otros
países, en especial en Europa y en los Estados Unidos, su uso en
Argentina tuvo lugar en un contexto político preciso, el del retorno de la
democracia luego de la última dictadura militar, cuando comenzó un
proceso de transformación de las prácticas y de los discursos políticos al
que los sondeos contribuyeron. L. Blondiaux afirma sobre el contexto de
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mer lugar, que a las nuevas formas de incertidumbre social ligadas a los
cambios recién enunciados las siguen nuevas formas de inteligibilización,
de construcción de marcos de significación y de articulación entre el poder
y el saber; en segundo lugar, que estas formas científicas de intervención
política deben comprenderse como parte de un largo proceso enraizado en
la modernidad capitalista y que, en este sentido, tienen vínculos de conti-
nuidad y de ruptura con las formas anteriores; por último, que una de las
novedades al respecto es la aparición de “técnicas de lectura social” acuña-
das por las ciencias sociales y puestas a jugar en el campo de la lucha polí-
tica y que, lejos de perder por eso su efecto técnico, deben a él su capacidad
de legitimar visiones del mundo.
Si bien la construcción de técnicas había dejado de ser propiedad de
las ciencias naturales ya con el lejano nacimiento de la estadística social,
de las reformas morales y disciplinarias y de la cientifización de la admi-
nistración pública, la diferencia radica aquí en el hecho de que estas nue-
vas tecnologías –entre las que contamos como una de las más
importantes a los sondeos de opinión– no son utilizadas sólo como
razón de Estado sino que pasan –a la vez que los expertos portadores de
esas tecnologías– a ser parte de la lucha política por la definición de los
significados del mundo social. En pocas palabras, técnicas acuñadas por
las ciencias sociales son “deslizadas” al conflicto político por la definición
de la realidad por los nuevos expertos que, a la vez que las ofrecen a los
actores tradicionales de ese conflicto, deben compartir con ellos el uso
simbólico de un instrumento que posee todos los rasgos de la objetivi-
dad. Sirve entonces recordar a Alfred Schutz (1962) y su sociología com-
prensivista, si bien complejizada por la introducción de las relaciones de
poder y de las sedimentaciones estructurales, para subrayar la importan-
cia de la lucha por la inteligibilidad social en un contexto de transforma-
ción y crisis de las formas de sociabilidad tradicionales. Al preguntarse
sobre los usos sociales de la ciencia política, Federico Schuster ha sosteni-
do que “así como aplicadas al asesoramiento de sujetos de élite en el
mundo social (políticos, empresarios, periodistas) las ciencias sociales
parecen más claramente tecnologías, en su uso social generalizado devie-
nen lo que podríamos llamar tecnologías de la interpretación, esto es, dis-
cursos que permiten a los agentes identificar su posición en la realidad,
confrontar sus interpretaciones y creencias cotidianas y actuar en conse-
cuencia” (1997: p. 157). Ahora bien, habría que puntualizar la impor-
tancia de indagar la lucha por el control de esas “tecnologías de la
interpretación” –o “técnicas de lectura social”, como las hemos llamado
hasta ahora–, la movilización de ellas en la disputa por la representación
y las consecuencias que ello trae para la política y, por tanto, para las for-
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Bibliografía y fuentes
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Fuentes primarias
Diarios y revistas:
Clarín, La Nación, Página/12, Somos, Mercado.
Entrevistas:
Entrevistas con encuestadores: Gerardo Adrogué, Julio Aurelio,
Analía del Franco, Eduardo Fidanza, Rosendo Fraga, Carlos
Gervasoni, Hugo Haime, Manuel Mora y Araujo, Heriberto Muraro,
Felipe Noguera, Enrique Zuleta Puceiro y Ricardo Rouvier.
Entrevistas con dirigentes partidarios: Darío Alessandro, Juan Pablo
Baylac, Mario Cafiero, Franco Caviglia, Gustavo Lema, Carlos
Raimundi, Jesús Rodríguez, Rodolfo Rodil y Rafael Romá.
Entrevistas con periodistas: Fabián Bosoer y Raúl Kollmann.
Entrevistas con dirigentes partidarios, periodistas y expertos tomadas
de: Trastiendda de una elección. Campañ ña presiddencial arggentina
19
999. Buenos Aires, Temas, 2000.
Programas televisivos:
“Hadad & Longobardi”, programa político conducido por los perio-
distas Daniel Hadad y Marcelo Longobardi, canal 2, grabaciones de la
campaña de 1995.
“Hora clave”, programa político conducido por el periodista Mariano
Grondona, canal 9, grabaciones de las campañas de 1995 y de 1999.
“Tiempo Nuevo”, programa político conducido por el periodista
Bernardo Neustadt, canal 2, grabaciones de la campaña de 1993 y de
1995.
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Anexos
I - Las encuestas, la prensa y la construcción
de una nueva tradición democrática
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II – Encuestas y encuestadores
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