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María Juliana Villaneda Valencia

Programa: Maestría en Abordajes Psicosociales para la Construcción de Culturas de Paz.


Contextos y Escenarios. Análisis película “La tierra y la sombra”, dirigida por Cesar Acevedo.

LA TIERRA Y LA SOMBRA

En un rincón entre las infinitas planicies fértiles del Valle del Cauca, donde la caña de azúcar
predomina el paisaje, un robusto árbol samán es testigo del paso del tiempo y los cambios que
con los años, han atravesado los habitantes de esta tierra. Esta es la historia de una familia que,
entre sombras y polvo, relata la película La Tierra y La Sombra de Cesar Acevedo y que plasma
la forma en la que el poder material de hombres y mujeres -la economía-, condiciona el carácter
de sus procesos relacionales, sociales, políticos y espirituales. Desde una mirada marxista, plasma
como la producción material produce al sujeto.
Alfonso es el nombre de un campesino, que después de diecisiete años, regresa a la tierra
en la que creció y construyó su hogar junto a Alicia su ex esposa. La razón de su retorno es para
cuidar y acompañar a su hijo Gerardo, quien padece de un dolor en el pecho que a pocos les
importa y que al parecer nadie puede curar. Alfonso es también la manifestación de la nostalgia
del pasado, el recuerdo borroso de un ayer que se siente lejano, de una vida diferente, de una
tierra que era y significaba diferente, Alfonso es la voz que se pregunta: ¿En qué momento se le
endurecieron las tripas a Alicia?¿Cómo fue que Gerardo, joven y fuerte, quedó postrado en una
cama?¿Desde cuándo Esperanza, esposa de Gerardo, empezó a sentir repudio por su tierra?¿Por
qué Manuel, hijo de Gerardo y Esperanza, nunca aprendió a reconocer los cantos del pájaro mirlo,
del azulejo y del “bicho fue”?
Son estas preguntas, que sólo la tierra puede responder, porque es en la tierra donde
confluyeron los intereses capitalistas de los grandes propietarios y fue la tierra misma, de la que
fueron despojados los campesinos para lograrlos. Alicia, Gerardo y Esperanza, pasaron a vender
su fuerza de trabajo en el cultivo de caña de azúcar a cambio de un salario, un pago que no hacía
justicia a sus horas de esfuerzo ni a las nefastas condiciones de trabajo y que no llegaba a la fecha
prometida, pero que tenía que ser así para producir plusvalía y valorizar el capital de los
empresarios. En palabras de Esperanza, “esta es la única finca del mundo donde uno trabaje y
trabaje y no saca nada” y precisamente es en la complejidad de la lógica capitalista, que reside la
intención de que la clase proletarizada lo dé todo y no saque nada, para que la clase social
poseedora de capital, la burguesía industrial, dé nada y lo saque todo.
Como lo afirma Vega Cantor, el azúcar fue el eje de desarrollo capitalista de la región
valluna, que con su protagonismo limitó las posibilidades de resistencia por parte de los
campesinos, al crear relaciones sociales donde predominaron los contratos y salarios, alejándoles
la posibilidad de poseer pequeñas propiedades. Es así como en el caso puntual de Alicia y
Esperanza, que por el incumplimiento de la fecha de pago, manifiestan “nosotras no podemos
parar, necesitamos la plata”, presentando allí la tensión entre resistirse a trabajar hasta que
reciban su pago y el miedo que genera la necesidad de dinero, que se puede perder si paran su
actividad. Alicia, Esperanza, Argemira, Piedad, Carmen, son los posibles nombres de mujeres -no
de una película, sino de la vida real- que sudaron gotas de esfuerzo y de dolor para el
establecimiento de La Manuelita, empresa azucarera que se fundó bajo el régimen capitalista en
Palmira en 1864 y es la misma que el pasado 30 de noviembre de 2018 en su plataforma de redes
sociales publicó “Manuelita promueve el desarrollo de mujeres emprendedoras en Colombia y
Perú” y que tiene de slogan “Generamos bienestar y progreso”.

Recuperado de www.manuelita.com

En el sistema capitalista, el sujeto que importa es aquel que representa una fuerza de
trabajo productiva. Por eso, en cuanto Gerardo se enferma y no puede trabajar, deja de importar y
esto lo pone en palabras muy claras uno de sus compañeros de trabajo “cuando él estaba
alentado, te sirvió y ahora que está enfermo no te sirve para nada”. Igualmente ocurre con
Esperanza y Alicia, que además de ser mujeres, la última tiene una avanzada edad y se les quita la
posibilidad de trabajar, pues su capacidad productiva no es la misma a la que pudo haber tenido
hace veinte años y tampoco es igual a la de sus compañeros hombres. Es así como no se habla
únicamente del sistema capitalista operando, sino también de un sistema patriarcal y generacional
en función de este.
Por otro lado, el encuentro entre Alfonso y Manuel, entre abuelo y nieto, hace tangible
cómo la nueva dinámica de trabajo -un régimen capitalista extractivista- a la que se tienen que
someter los integrantes de la familia, da lugar a un nuevo escenario socioterritorial que
transforma el carácter relacional entre ellos y ellas y que desarticula lo material de lo cultural.
Alfonso le dice a Manuel “todo esto es suyo, tiene que cuidarlas, hágales suave” al regar las
matas que están a la entrada de la casa, le enseña los nombres de los pájaros que escuchan cantar
bajo el samán y a imitar su canto y hacer volar su cometa. Y es ahí, en la apertura a nuevas
actividades para Manuel, que se hace evidente como este ha concebido la tierra que habita desde
otros lentes y no porque lo haya decidido así, sino porque para sus padres la tierra dejó de ser un
espacio vital e integral para convertirse el lugar en el que se registra y opera su opresión y en ese
sentido, la tierra tomó este significado para él. Es así, como el sistema capitalista atraviesa todos
los órdenes de la vida e involucra necesariamente a todos los actores, incluyendo el territorio
como un actor también, que cobró un carácter mercantil, que es explotable y comercializable.
Y cómo la tierra se convirtió en sinónimo de opresión y muerte, Esperanza empacó sus
maletas y se fue con su hijo Manuel, tras el fallecimiento de su esposo Gerardo. Y fue
precisamente el desplazamiento una de las grandes características de la imposición capitalista,
quitándoles las opciones de vivir a los campesinos en las áreas rurales y obligándoles a buscar
nuevas oportunidades en las ciudades vendiendo su fuerza de trabajo. Con esta suma de sucesos,
no hay duda de que el capitalismo es violento, que este se ha escrito con sangre y fuego; una
sangre que no siempre es explícita, como sucedió en La tierra y la Sombra, pues no se derramó
una sola gota de sangre, pero estuvo atravesada por una violencia profunda y en ocasiones
simbólica: como lo fue la última escena con Alicia sentada en la banca, sin su familia, sin la caña
que había sido quemada el día anterior y acompañada únicamente por el samán y un corazón roto.
Alicia, una mujer de carne, hueso y hierro, sentada en la banca, simboliza la resistencia al
sistema, la fortaleza de una mujer que no deja su tierra, porque la historia del capitalismo, es
también la historia de las resistencias, de las Alicias que se oponen a abandonar la tierra, de los
Alfonsos que se siguen conectando con el valor vital e integral de esta y de todos aquellos y
aquellas, que como los compañeros de trabajo de la familia, gritaron desde sus entrañas: “¿le
parece justo que el compañero esté postrado en una cama?, ¿que se esté muriendo?… si no trae
al médico ya sabe que no va ver una caña mas cortada por los muchachos”.

Hace 3 años escribí junto a una amiga “Don Manuel y el árbol”. Hoy, entiendo que el cuento que
escribimos, fue tan solo un sueño nostálgico de Manuel, hijo de Gerardo y Esperanza, quien
consumido en la rutina de la ciudad, recuerda a su padre, a su abuela, al samán y al niño que el
fue … a todos ellos, que se quedaron en aquellas tierras lejanas, deseando haberse quedado él
también.

DON MANUEL Y EL ÁRBOL

Manuel es el nombre del señor que un 18 de agosto de algún año lejano del antiguo siglo caminó dos horas,
cuarenta y siete minutos y trece segundos con unas semillas en su bolsillo. Estas semillas, susceptibles de
ser refundidas en una bolsa de arroz por su pequeño tamaño, se convirtieron en un árbol tan grande que ni
el mayor de los bisnietos de Don Manuel podía abrazarlo uniendo sus manos.

Este árbol llevaba consigo el paso de los años, las huellas de las yemas de los dedos de Don Manuel, el
agua que su esposa le roció en sus primeros años de vida, la marca en forma de corazón que talló Lorenzo,
el hijo menor de Don Manuel, junto con su primer amor, Florencia, en una noche de luna llena, y cada
pequeño o grande acontecimiento que alrededor del árbol sucedieron.

Como el árbol, Don Manuel también fue testigo del crecimiento de sus hijos, nietos, bisnietos y
tataranietos. Fue testigo de las lluvias del trópico que rodeaban las raíces del árbol y de los vientos que
arrasaban con sus hojas. Había podido ver el crecimiento del árbol, de cómo sin hacer ruido, su tronco se
ensanchaba y sus raíces se fortalecían para aguantar el peso. Ahora era el árbol el que debía acompañar a
Don Manuel durante sus últimos años. Don Manuel había presenciado su nacimiento, ahora aquel debía
presenciar su vejez.

Aunque parecía que Don Manuel, aún con sus manos temblorosas y su voz sabia por el paso de los años,
había aprendido de su amigo el árbol a mantenerse en pie; ni los médicos más reconocidos del pueblo
entendían lo que pasaba con la prolongada e inacabable vida de Don Manuel. Desde hace dos décadas,
diferentes generaciones de médicos afirmaban, sin que les temblara la voz, que le quedaba tan solo un año
de vida, y así habían pasado los años y Don Manuel parecía haber aprendido de su árbol, parecía haber
aprendido a vivir; su resistencia era tan fuerte como el tronco del árbol que lo había acompañado casi toda
su vida. Este tronco se había hecho de tormentas, vientos, lluvias, sequías eternas y primaveras hermosas.
De igual forma había pasado con don Manuel.

Hoy, sentado en una banca al frente de su siempre amigo, Don Manuel reconoce que es un árbol imposible
de tapar con su dedo, pero recuerda que alguna vez ese mismo árbol se escondió en el bolsillo de su
chaqueta. Don Manuel solo lo mira queriendo ser su testigo por siempre; de igual forma el árbol sabe que
mientras sus hojas sigan vivas, él seguirá siendo testigo de Don Manuel, porque la historia de aquel hombre
es la historia del árbol y la vida del árbol es la vida misma de Don Manuel.

Tal vez el día en que Don Manuel ya no pueda respirar, el árbol lo haga por él.

Por Camila Cárdenas y María Juliana Villaneda


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Marx, K. (1867) El Capital, Tomo I. Cap 24. La llamada acumulación originaria.


Disponible en línea.

Sañudo y cols. (2016) Extractivismo, conflictos y defensa del territorio: El caso del
corregimiento de La Toma (Cauca-Colombia). Revista Desafíos, vol. 28, no. 2. Pp. 367-409.
Disponible en línea.

Vega, R. (2002) Gente muy Rebelde. Vol 1. Cap I. Irrumpe el capitalismo Pp. 53-178.
Bogotá: Ediciones Pensamiento crítico.

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