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thar Babkov, Etienne Balibar, Teresa Berger, Ritu Birla, Marina Bollinger, Beppe Carlsson, Amit Chaudhuri, Kathleen Davis, Carola Dietze, Carolyn Dinshaw, Saurabh Dube, Constantin Fasoit, Dilip Gaonkar, Amitav Ghosh, Carlo Ginzburg, Catherine Halpern, Amy Hollywood, Lynn Hunt, John Kraniauskas, Claudio Lomnitz, Alf Liidtke, Rochona Majumdar, Ruth Mas, Achille Mbembe, Allan Megill, Cheryl McEwan, Hans y Doris Medik, Sandro Mezzadra, Donald Moore, Aamir Mufti, Almira Ousmanova, Anand Pandas, ‘Luisa Passerini, Ken Pomeranz, Jorn Risen, Birgit ‘Scahebler, Ajay Skaria, R. Srivatsan, Bo Strath, Charles Taylor, Susie Tharu, Peter ‘Wagner, Milind Wakankat y Kathleen Wilson. Dwaipayan Sen ha proporcionado una ayuda a la investigacion muy apreciada: vaya para él mi agradecimiento. Chicago, 1 de febrero de 2007 28 Introduccién La idea de provincializar Europa Europa [..J desde 1914 se ha provineializa- do, [..] s6lo las clencias naturales son capa- ces de suscitar un vivo eco internacional. ‘Hans Georg Gadamer, 1977 Occidente es el nombre de un tema que se con- grega en el discurso, pero también un objeto constituido discursivamente; es, por supues- to, un nombre que siempre se asocia a sf mis- ‘mo con aduclias regiones. comunidades y pue- blos que parecen politica o econémicamente superiores a otras regiones, comunidades y pueblos. En esencia, es como el nombre de «Japon», [..] Sostiene que es capaz de mante- ner, o de trascender realmente, un impulso a trascender todas las particularizaciones. Naoki Sakai, 1998 Al margen de Europa no es ww libro acerca de la region del myn- do que denominamos «Europa». Esa Europa, podria decitse, ya ha sido convertida en provincia por la historia misma. Hace tiempo que los historiadores han admitido que hacia mediados del siglo xx la denomimada «edad europea» de la historia moderna comenz6 a ceder sitio a otras configuraciones glabales y regionales.’ No se con- sidera ya que la historia europea encarne algo asi como la «historia humana universal».* Ningiin pensador occidental de peso, por ejem- plo, ha compartido publicamente la «vulgarizacién del historicismo hegeliano» de Francis Fukuyama, que consideraba la cafda del muro de Berlin el final comtin de a historia de todos los seres humanos.* El contraste con el pasado parece agudizarse cuando recordamos la prudente pero calurosa nota de aprobacién con la que Kant per- cibié en su momento en Ja Revolucién francesa una «disposicién ‘moral en fa raza humana» 0 con la que Hegel vio en Ia importancia de ese acontecimiento el imprimstur del «espiritu del mundo». 29 Mi formacién es la de un historiador del Asia meridional mo- derna; ésta conforma mi archivo y constitaye mi objeto de analisis, La Europa que intento provincializar y descentrar es una figura imaginaria que permanece profundamente arraigada en formas es- tereotipadas y comodas de algunos habitos de] pensamiento coti- diano, las cuales subyacen invariablemente a ciertos intentos en Jas ciencias sociales de abordar asuntos de modernidad politica en Asia meridional.’ E] fenémeno de la «modernidad politica» —en concreto, del dominio ejercido por las instituciones modemas del Estado, la burocracia y las empresas capitalistas~ no puede con- cebirse de ninguna manera a escala mundial sin tener en cuenta ciertos Conceptos y categorias, cuyas genealogfas hunden sus rai- ces en las tradiciones intelectuales, incluso teol6gicas, de Euro- pa.’ Conceptos como los de ciudadania, Estado, sociedad clvil, es fera publica, derechos humanos, igualdad ante la ley, individuo, la distincién entre lo pablico y lo privado, la idea de sujeto, democra- cia, soberanfa popular, justicia social, racionalidad cientifica, etcé tera, cargan con el peso del pensamiento y la historia de Europa. Seacillamente ao se puede pensar en la modernidad politica sin Estos y otros conceptas relacionados que alcanzaron su punto cul minante en el curso de la Tlustracién y el siglo x1x europeos. Estos conceptos suponen una inevitable -y, en cierto sentido, ispensable— vision universal y secular de lo humano. El coloni- zador europeo del siglo xix predicaba este humanismo de fa Hus- tracién a los colonizados v, al mismo tiempo, lo negaba en la practi- ca. Pero la visién ha sido poderosa en sus efectos, Ha suministrado: histéricamente un fundamento sélido sobre el cual erigir ~tanto ‘en Europa como fuera de ella eriticas a practicas socialmente in- justas. El pensamiento marxista y el liberal son legatarios de esta tradicién intelectual. Ahora esta herencia es global. La clase me- dia culta bengali (a la que pertenezco y parte de cuya historia re- feriré mas adelante en este libro) ha sido caracterizada por Tapan Raychaudhuri como «él primer grupo social de Asia cuyo mundo mental fue transformado a través de su interaccién con Occiden- te».” Una larga serie de miembros ilustres de este grupo social desde Raja Rammohun Roy, itamado en ocasiones e! «padre de Ja India moderna», hasta Manabendranath Roy, quien discutfa con Lenin en la Internacional Comunista— acogieran con entusiasmo las cuestiones del racionalismo, la ciencia, la igualdad y los dere- chos humanes promulgadas por la Ilustracién europea." Las eri- 30 ticas sociales modernas del sistema de castas, de la opresién de fas mujeres, de la falta de derechos de las clases trabajadoras y su- balternas de la India, entre otras ~y, de hecho, la propia critica al colonialisme-, no resultaa concebibles sino como un legado, en Parte, del modo en que el subcontinente se apropié de la Europa ilustrada, La constituci6n india comienza, de manera reveladora, repitiendo ciertas ideas universales de la Ylustracién consagradas, por ejemplo, en la Constitucién de Estados Unidos. Y es saludable recordar que ent la India briténica fos escritos que proclamaban las eriticas més duras de la institucién de la cintocabilidad» nos remiten a determinadas ideas originalmente ewropeas sobre la lic bertad y la igualdad de los hombres.’ También yo escribo desde dentro de esta tradicién. La erudi- cién poscofonial se ve comprometida, casi por definicién, a traba- jar con los universales -tales como la figura abstracta de lo huma- no 0 de la Raz6n—que fueron forjados en la Europa del sigio xvill ¥ que subyacen a las ciencias humanas. Este compromiso marca, Por ejemplo, la escritura del filésofo e historiador tunecino Hichem Djait, quien acusa a la Europa imperialista de «negar su propia concepcién del hombre»."° La lucha de Fanon por conservar la idea ilustrada de lo humano ~aun cuando sabia que el imperialismo curopeo habia reducido esa idea a la figura del hombre blanco co- Jonizador~ es ahora ella misma parte de la berencia global de to- dos los pensadores poscoloniales." El conflicto se produce porque no hay una manera sencilla de prescindir de estos universales en Ja condicién de fa modernidad politica. Sin ellos no habria ciencia social que abordase cuestiones de justicia social moderna. Este compromiso con e) pensamiento europeo se ve también fomentado por el hecho de que en la actualidad la denominada tradicion intelectual europea es la tinica que esta viva en los de- Partamentos de ciencias sociales de la mayoria, si no de todas, las ‘universidades madernas. Empleo el término «viva» en un sentido particular. Sélo dentro de ciertas tradiciones de pensamiento muy particulares tratamos a pensadores fundamentales que han muer- to hace mucho no tinicamente como a personas pertenecientes a su propia época, sino también como si fueran nuestros contempo- réneos. En las ciencias sociales se trata invariablemente de pen- sadores que se encuentran dentro de fa tradicién que ha dado en Mamarse a s{ misma «europea» u «occidental». Soy consciente de que la entidad denominada «tradiciOn intelectual europear que se 31 remonta a los antiguos griegos es una creacién de la historia euro- pea relativamente reciente, Martin Bernal, Samir Amin y otros han criticado con justicia la aseveracién de los pensadores europeos de que tal tradici6n sin fisuras haya existido alguna vez o que in- cluso pueda denominarse «europea» con propiedad." La cuestién, sin embargo, ee que, creacion o no, ésta es la genealogia de pensa- miento en la que los cientificos sociales se encuentran insertos. Ante la tarea de analizar los desarrollos o las practicas sociales de la India moderna, pacos -si es que hay alguno- cientificos socia- les indios o especializados en la India debatirfan seriamente con, por ejemplo, el logico del siglo xin Gangesa, con el gramatico y fi- I6sofo del lenguaje Bartrihari (siglos v-v1) 0 con el estudioso de la estética del siglo x -u x1- Abhinavagupta. Es lamentable, pero es asf; una consecuencia del dominio colonial europeo sobre Asia me- ridional es que las tradiciones intelectuales alguna vez fuertes y vi vas en sdnscrito, persa 0 arabe son ahora para la mayoria de ~qui- 24 para todos- los cientificos sociales modernos de la regién un tema de investigacién historica."? Tratan dichas tradiciones como verdaderamente muertas, como historia. Aunque las categorias que fueron en su momento objeto de escrupulosas reflexiones e in- vestigaciones teéricas existen ahora como conceptos précticos, privados de todo desarrollo tedrico, arraigados en las practicas cotidianas de Asia meridional, los cientificos sociales contem- pordneos del sur de Asia rara vez disponen de una formaciGn que les permita transformar esos conceptos en recursos para un pen- samiento critico del presente.'* ¥, sin embargo, los pensadores europeos del pasado y sus categorfas nunca estén completamen- te muertos para nosotros de la misma manera. Los cientificos so- ciales de Asia meridional discutirian apasionadamente con Marx © Weber sin sentir ninguna necesidad de historizarlos 0 de colocar- los en sus contextos intelectuales europeos. En ocasiones —aunque esto es poco habitual debatirian incluso con los antecesores anti- guos, medievales o de la modernidad temprana de esos pensado- res europeos. Pero la misma historia de la politizaci6n de los pueblos, 0 el advenimiento de la modernidad politica, en paises que no forman parte de las democracias capitalistas occidentales produce una profunda ironfa en Ja historia de la politica. Esta historia nas de- saffa a repensar dos legados conceptuales de la Europa decimon6- nica, conceptos esenciales para la idea de modernidad. Uno es el 32 historicismo -la idea de que, para comprender cualquier fenéme- no, éste debe considerarse a la vez como una unidad y en su de- sarrollo hist6rico- y el otro es la idea misma de lo politico. Lo que hisiricamente permite un proyecto como el de «provincializar Europa» es la experiencia de la modernidad politica en un pats como la India. El pensamiento europeo mantiene una relacién con- tradictoria con un caso de modernidad politica como éste. Resul- ta la vez indispensable e inadecuado para ayudarnos a pensar las diversas practicas vitales que constituyen lo politico y lo hist6rico en la india. La investigacién tanto en el plano tedrico como en el féctico- de este caracter indispensable y a la vez inadecuado del pensamiento de la ciencia social es la tarea que este libro se ha im- puesto a si mismo. La politica del historicismo Los trabajos de filésofos posestructuralistas como Michel Fou- cault indudablemente han estimulado ataques globales al histori- cismo." Pero seria un error concebir los embates poscoloniales al historicismo (0 a lo politico) como un simple derivado de las erf- ticas ya elaboradas por pensadores posmodernos y posestructura listas de Occidente. De hecho, pensarlo de esa manera seria caer en el historicismo, pues tal concepcién repetirfa meramente la estructura temporal de Ia afirmacién: «primero en Occidente ¥ luego en otros sitios». Al sostener esto no pretendo disminuir la importancia de los debates recientes sobre cl historicismo en los cuales los criticos han considerado su declinacién en Occidente ‘como una consecuencia de lo que Jameson ha denominado ima- ginativamente «la légica cultural del capitalismo avanzadox." El especialista en estudios culturales Lawrence Grossberg se ha pre- guntado con sagacidad si la historia misma no se halla en peligro debido a las pricticas de consumo propias del capitalismo con- temporneo. ¢Cémo es posible producir observacién y andlisis his- \6ricos, se interroga Grossberg, «cuando todo acontecimiento es tuna prueba potencial, un factor potencialmente determinante y, a la vez, cambia demasiado rapido como para permitir la serenidad que requiere el trabajo académico»?" Pero estos argummientos, pese a su valor, obvian las historias de la modernidad politica en el ter- cer mundo. Nadie, desde Mandel hasta Jameson, considera el « 33

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