Tras 25 años de su muerte, se mantiene como uno de los mejores del vallenato
No es mejor maestro el que más sabe sino el que mejor enseña y Alejo enseñaba
con el ejemplo, cantaba sin aspavientos, sólido en su postura, erguido, gigante en
la anchura de su hombros, el acordeón en el cual él decía llevar el alma,
serpenteaba entre sus manos, los dedos largos y toscos parecían levitar para
acariciar el teclado, cuando lo hacía, el acordeón gemía, lloraba o emocionaba de
alegría. Ver tocar a Alejo era como estar frente al poderoso tronco de un árbol que
afianzado en sus raíces sólo deja oscilar sus ramas para convertir en música el
sonido del viento. Cuando cantaba, su voz grave, profunda, oscura, recorría el alma
y el cuerpo, mientras él concentrado con sus ojos pequeños y brillantes parecía
explorar con su música cada rincón del espíritu para llenarlo con sus notas y
recrearlo desde el alma.
Dicen que Alejo no bebía nunca y algunos explican que dejó de hacerlo cuando
siendo joven en medio de una parranda golpeó con la fuerza de sus poderosos
puños de negro jornalero a su mejor amigo, otros por el contrario creen que si lo
hacía, sólo que reservaba ese placer para hacerlo directamente en los labios
hermosos de las mujeres que amaba.
En los años 80, la niña Irene con su comadre, también la niña Emilia, recorren
muchas partes del país, “las viejas” como se fueron dando a conocer en toda la
costa caribe, en las fiestas de carnavales, eran insignia, un ingrediente que no podía
faltar a la hora de estas celebraciones. Pasado un tiempo, ellas (Irene y Emilia),
notaron el talento que ambas poseían y la aceptación de la gente con su música
bullerengue, que optaron por separarse y crear su propio grupo, Irene quedó
grabando con Los Soneros de Gamero mientras Emilia formó el de ella.
Esta separación trajo consigo muchos enfrentamientos, como quien dice; “partieron
los pollos”, se desmembró un dúo sensacional que se erigió en muchas partes de
la región con la música folclórica y de doble sentido, generando así el inicio de una
batalla campal entre las comadres y amigas de antaño por la autoría de varias
canciones. La canción “Se vá, se vá”, fue la manzana de la discordia, en la cual
hasta las disqueras intervinieron. Dicha disputa, en muchos casos para la opinión
pública era producto de iniciativa del señor Wady Bedran, el cual fungía como el
directo de la orquesta Los Soneros de Gamero con el fin de crear publicidad para
posteriormente adquirir más ganancias. Para este personaje Irene Martinez
significó, lo mismo que representó el descubrimiento de América a los españoles.
Irene siendo una mujer de casta campesina, iletrada, eso lo constata el
desconocimiento de la fecha de su nacimiento por parte de ella, pero se cree que
su nacimiento fue en la segunda década del inicio del siglo XX, acostumbrada a
fumar, lo que hacía como comer las tres comidas al día. Viviendo con todos los
rigores de la humildad y la sencillez que caracteriza a las provincias, se aparta de
lo modesto y se enfila a la carrera como artista, a muchos viajes y giras Irene se
sometió.
Irene por no saber escribir tampoco leer, le dio el poder de sus contratos a su
manager y director, Wady Bedran, que la sometió a una agenda complicada de
compromisos, incluso se cree que no se le pagaba lo justo, en su familia
desconocían sobre el tema de la orquesta, no sabían mucho respecto al tema del
salario que le correspondía a la sexagenaria artista; para defender sus derechos. A
Irene le tocaba atender muchas veces, extensas y extenuantes jornadas de trabajo,
Wady Bedran, constantemente en la gira le daba licor en todo instante.
Este método se utilizaba para “animar a la vieja” a que cantara más y mostrara
mucho furor bailando y “se espelucara”, con eso alegrar al público -se comentaba-.
Los excesos de alcohol acompañaban a Irene en su carrera de cantante. Como fue
a finales del mes de Octubre del año 1987(Aproximadamente) en una caseta en ese
entonces conocida con el nombre “la estación” en el municipio de Arjona, Irene
estaba cantando borracha, ” prendía” con una enorme “juma”(embriagada) que
termino defecándose en la tarima, pues su cuerpo no se pertenecía de la cantidad
de ron que le proporcionaban para “animarla”. Ser artista a Irene no le cambio tanto
la vida, solo se le vio que su “rancho” se le hizo una mejora. En otros aspectos no
se notó. En los viajes se transportaba hasta en tractores y la tenían en condiciones
no favorables con su profesión, sin olvidar los varios congos de oro que recibió en
la ciudad de Barranquilla como mejor cantante que le dieron un suspiro a su
destacable labor. Se rumoraba -la romería- que Wady Bedran, fue el que más salió
beneficiado con “el descubrimiento” del talento de Irene en la parte lucrativa – se
especula-.