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Antología
Félix Guattari

Ediciones Imaginarias

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FÉLIX GUATTARI / PARA ACABAR CON LA MASA-
CRE DEL CUERPO
16/04/2016 ANÓNIMO

Sin importar cuáles sean las pseudotolerancias de las que


haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (fami-
lia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa
sometiendo toda la vida deseante, sexual y afectiva a la dicta-
dura de su organización totalitaria fundada sobre la explota-
ción, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendi-
miento…

Sin descansar, continúa su sucia tarea de castración, aplas-


tamiento, tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus
leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus
aparatos de reproducción de la esclavitud.

A costa de retenciones, estasis, lesiones o neurosis, el Es-


tado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime
sus rasgos, distribuye sus roles, difunde sus programas… Me-
diante todas las vías de acceso que tiene nuestro organismo,
sumerge dentro de lo más profundo de nuestras vísceras sus
raíces mortales, confisca nuestros órganos, desvía nuestras
funciones vitales, mutila nuestros goces, somete todas las pro-
ducciones vividas al control de su administración patibularia.
Hace de cada individuo un lisiado, cortado de su propio
cuerpo, ajeno y extraño a sus deseos.

Con ayuda de una gran cantidad de terror social que es vi-


vido como culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación

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capitalista, con su sistema cada vez más refinado de agresión,
estímulo y chantaje, se ensañan en reprimir, excluir y neutra-
lizar todas las prácticas deseantes que no tengan por efecto
reproducir las formas de la dominación.

Es así como se prolonga indefinidamente el reino milena-


rio del goce desdichado, del sacrificio, de la resignación, del
masoquismo instituido, de la muerte: el reino de la castración
que produce al “sujeto” culpable, neurótico, laborioso, su-
miso, explotable.

Este añejo mundo, que por todas partes apesta a cadáver,


a nosotros nos horroriza, y hemos decidido tomar la lucha re-
volucionaria contra la opresión capitalista justo donde está lo
más profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro CUERPO.

Es el espacio de este cuerpo con todo lo que produce de


deseos lo que nosotros queremos liberar de la influencia “ex-
tranjera”. Es en este lugar que nosotros queremos “trabajar”
por la liberación del espacio social. Entre ambos no existe nin-
guna frontera. YO me oprimo porque YO es el producto de un
sistema de opresión extendido a lo largo de todas las formas
de lo vivido.

La “consciencia revolucionaria” es una mistificación siem-


pre que no pase por el “cuerpo revolucionario”, el cuerpo pro-
ductor de su propia liberación.

Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino —


implantado desde hace siglos en sus propios cuerpos—, los
homosexuales en rebelión contra la normalidad terrorista, los
“jóvenes” en rebelión contra la autoridad patológica de los
adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el es-
pacio del cuerpo a la subversión, y el espacio de la subversión
a las exigencias inmediatas del cuerpo.
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Son ellas y son ellos quienes han comenzado a desafiar el
modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce
y el poder, el cuerpo y el sujeto, tal como funcionan en todas
las esferas de la sociedad capitalista, al igual que en los grupos
militantes.

Son ellas y son ellos quienes han hecho quebrar definitiva-


mente la vieja separación que separa “la política” de la reali-
dad vivida, para el máximo beneficio tanto de los administra-
dores de la sociedad burguesa como de aquellos que preten-
den representar a las masas y hablar en su nombre.

Son ellas y son ellos quienes han abierto los caminos de la


gran sublevación de la vida contra las instancias mortales que
no cesan de insinuarse en nuestro organismo, para someter
cada vez más sutilmente la producción de nuestras energías,
de nuestros deseos y de nuestra realidad a los imperativos del
orden establecido.

Es así como resulta trazada una nueva línea de ruptura,


una nueva línea de enfrentamiento más radical y definitiva, a
partir de la cual se redistribuyen necesariamente las fuerzas re-
volucionarias.

Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca,


nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intesti-
nos, nuestras arterias… para hacer de ellos las piezas y los en-
granajes de la sucia mecánica de producción del capital, la ex-
plotación y la familia.

Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras muco-


sas, nuestra piel y todas nuestras superficies sensibles, unas
zonas ocupadas, controladas, reglamentadas y prohibidas.

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Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso
sirva de retransmisor al sistema de explotación capitalista, es-
tatal y patriarcal, ni que nuestro cerebro funcione como una
máquina de suplicios programada por el poder que nos cerca.

Ya no podemos sufrir el soltarnos, retener nuestras cogi-


das, nuestra mierda, nuestra saliva, nuestras energías, todo
esto conforme a las prescripciones de la ley y sus pequeñas
transgresiones controladas: nosotros queremos hacer volar en
pedazos al cuerpo frígido, encarcelado y mortificado que el
capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de
nuestro cuerpo viviente.

Este deseo de liberación fundamental, que permite intro-


ducirnos a una práctica revolucionaria, llama a que salgamos
de los límites de nuestra “persona”, a que trastornemos en no-
sotros mismos al “sujeto” y a que salgamos de la sedentarie-
dad, del “estado civil”, para atravesar los espacios del cuerpo
sin fronteras y vivir así en la movilidad deseante más allá de
la sexualidad, más allá de la normalidad, de sus territorios, de
sus agendas.

Es en este sentido que algunos de nosotros hemos sentido


la necesidad vital de liberarnos en común de la influencia que
las fuerzas de aplastamiento y de captación del deseo han ejer-
cido y ejercen sobre cada uno de nosotros en particular.

Todo aquello que hemos vivido sobre el modo de la vida


personal, íntima, lo hemos tratado de abordar, explorar y vivir
colectivamente. Nosotros queremos derrumbar el muro de
concreto que separa, en interés de la organización social do-
minante, el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado
de lo social.

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Hemos comenzado a descubrir juntos toda la mecánica de
nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras re-
sistencias, de nuestros orgasmos, a llevar al conocimiento co-
mún el universo de nuestras representaciones, de nuestros fe-
tiches, de nuestras obsesiones, de nuestras fobias. “Lo incon-
fesable” ha devenido, para nosotros, materia de reflexión, de
difusión y de explosiones políticas, en el sentido en que la po-
lítica manifiesta, dentro del campo social, las aspiraciones
irreductibles de “lo viviente”.

Hemos decidido romper el insoportable secreto que el po-


der hace caer sobre todo cuanto toca al funcionamiento real
de las prácticas sensuales, sexuales y afectivas, así como lo
hace caer sobre el funcionamiento real de toda práctica social
que produce o reproduce las formas de la opresión.

Destruir la sexualidad

Al explorar en común nuestras historias individuales, he-


mos podido valorar hasta qué punto toda nuestra vida
deseante estaba dominada por las leyes fundamentales de la
sociedad estatal, burguesa, capitalista de tradición judeocris-
tiana, y, en realidad, subordinada a sus reglas de eficiencia, de
plusvalía y de reproducción. Al confrontar nuestras experien-
cias singulares, sin importar qué tan “libres” hayan podido pa-
recernos, nos hemos percatado de que no dejábamos de con-
formarnos a los estereotipos de la sexualidad oficial, la cual
reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su admi-

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nistración desde las camas matrimoniales hasta las habitacio-
nes de burdeles, pasando por los baños públicos, las pistas de
baile, las fábricas, los confesionarios, las sex shop, las prisio-
nes, los colegios, los autobuses, las casas de orgías, etc… etc…

Para nosotros, esta sexualidad oficial, esta sexualidad a se-


cas, no conlleva a un problema en torno a si queremos acon-
dicionarla, como quien acondiciona sus condiciones de deten-
ción. Se trata de destruirla, de suprimirla, porque no es otra
cosa que una máquina para castrar y recastrar indefinida-
mente, una máquina para reproducir en todo ser, en todo
tiempo, en todo lugar, las bases del orden esclavista. La “se-
xualidad” es una monstruosidad, así sea en sus formas restric-
tivas o en sus formas llamadas “permisivas”, y está claro que
el proceso de “liberalización” de las costumbres y de “erotiza-
ción” promocional de la realidad social organizada y contro-
lada por los administradores del capitalismo “avanzado”, no
tienen otro objetivo que hacer más eficaz la función “repro-
ductora” de la libido oficial. Lejos de reducir la miseria se-
xual, estos tráficos no hacen más que alargar el campo de las
frustraciones y de la “carencia”, la cual permite la transforma-
ción del deseo en necesidad compulsiva de consumir a la vez
que asegura la “producción de la demanda”, motor de la ex-
presión capitalista. De la “inmaculada concepción” a la puta
publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad volunta-
rista de las orgías burguesas, no existe ninguna ruptura. Es la
misma censura lo que está obrando. Es la misma masacre del
cuerpo deseante lo que se perpetúa. Simple cambio de estra-
tegia.

Lo que nosotros queremos, lo que nosotros deseamos, es


reventar la pantalla de la sexualidad y sus representaciones

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para conocer la realidad de nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo
viviente.

Eliminar el adiestramiento

A este cuerpo viviente lo queremos liberar, descuadricular,


desbloquear, descongestionar, para que se libere en sí mismo
todas las energías, todos los deseos y todas las intensidades
aplastadas por el sistema social de inscripción y de adiestra-
miento.

Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de nues-


tras funciones vitales con su potencial integral de placer.

Queremos recuperar las facultades que son verdadera-


mente elementales como el placer de respirar, literalmente as-
fixiado por las fuerzas de opresión y de contaminación; el pla-
cer de comer y de digerir, perturbado por el ritmo del rendi-
miento y el repugnante alimento producido y preparado según
los criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar y
el goce del culo sistemáticamente masacrado por el adiestra-
miento intrusivo de los esfínteres, mediante el cual la autori-
dad capitalista inscribe incluso en la carne sus principios fun-
damentales (relaciones de explotación, neurosis de acumula-
ción, mística de la propiedad y de la limpieza, etc.); el placer
de masturbarse alegremente sin vergüenza y sin angustia, ni
por carencia o compensación, sino por el placer de mastur-
barse; el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de caminar,
de moverse, de expresarse, de delirar, de cantar, de jugar con
el cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos recuperar

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el placer de producir el placer y de crear, despiadadamente
mermado por los aparatos educativos encargados de fabricar
trabajadores (consumidores obedientes).

Liberar las energías

Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro y de los


otros, dejar pasar las vibraciones, circular las energías y com-
binarse los deseos para que todos y cada uno puedan dar libre
curso a todas sus fantasías y a todos sus éxtasis, para que pue-
dan vivirse al fin sin culpabilidad, sin inhibición, todas las
prácticas voluptuosas individuales, duales o plurales que tene-
mos imperiosamente necesidad de vivir para que nuestra reali-
dad cotidiana no sea esta lenta agonía que la civilización ca-
pitalista y burocrática impone como modelo de existencia a
aquellos que ella enrola. Queremos extirpar de nuestro ser el
tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las
opresiones.

Conocemos, evidentemente, los formidables obstáculos


que tendremos que vencer para que nuestras aspiraciones no
sean únicamente el sueño de una pequeña minoría de margi-
nados. Conocemos en particular que la liberación del cuerpo,
de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas y extáticas, está
indisolublemente ligada a la liberación de las mujeres y a la
desaparición de todas las formas de categorías sexuales. La
revolución del deseo pasa por la destrucción del poder mascu-

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lino y de todos los modelos de comportamiento y de empare-
jamiento que aquél imponga, así como pasa por la destrucción
de todas las formas de la opresión y de normalidad.

Queremos acabar con los roles y las identidades distribui-


dos por el Falo.

Queremos acabar con toda forma de asignación a una resi-


dencia sexual. Queremos que ya no haya entre nosotros hom-
bres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, poseedores y
poseídos, mayores y menores, amos y esclavos, sino humanos
transexuados, autónomos, móviles y múltiples; seres con di-
ferencias variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus
goces, sus éxtasis y sus ternuras, sin tener que hacer funcionar
algún sistema de plusvalía, algún sistema de poder, si no es a
modo de juego.

Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como es-


pacio productor de intensidades subversivas y como lugar
donde se ejercen al final de cuentas todas las crueldades de la
opresión, conectando la práctica política a la realidad de este
cuerpo y sus funcionamientos, buscando colectivamente to-
das las vías de su liberación, producimos ya una nueva reali-
dad social en la que el máximum de éxtasis se combina con el
máximum de consciencia. Ésta es la única vía que puede dar-
nos los medios para luchar directamente contra la influencia
del Estado capitalista allí donde se ejerce directamente. Éste
es el único paso que puede hacernos realmente FUERTES con-
tra un sistema de dominación que no cesa de desarrollar su
poder, de debilitar, de fragilizar, a cada individuo para constre-
ñirlo a suscribir sus axiomas. Para adherirlo al orden de los
perros.

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Escrito publicado originalmente de manera anónima en la
revista francesaRecherches n° 12, 1973, edición consagrada a
una “gran enciclopedia de las homosexualidades” titu-
lada “Tres mil millones de pervertidos: Gran enciclopedia de
las homosexualidades”, en la que participaron Gilles De-
leuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem, Da-
niel Guérin, Jean-Paul Sartre, entre otros. El gobierno francés
decomisó y destruyó los ejemplares de la revista y tomó car-
gos contra Félix Guattari, director de la publicación, acusán-
dolo de “afrontar a la decencia pública”.
Traducción publicada en el número 69 de Revista Fractal

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Llamamos comunismo…
Félix Guattari y Toni Negri

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La palabra comunismo está marcada por la infamia. ¿Por
qué? Aunque indica la liberación del trabajo como posibilidad
de creación colectiva, se ha convertido en sinónimo del aplas-
tamiento del hombre bajo el peso del colectivismo. Por nues-
tra parte, lo entendemos como la vía de la liberación de las sin-
gularidadesindividuales y colectivas, es decir, lo contrario al
encuadramiento del pensamiento y de los deseos.
Evidentemente los regímenes colectivistas que se remiten
al socialismo han fracasado. Sin embargo, la cuestión del ca-
pitalismo permanece. Las promesas de libertad, de igualdad,
de progreso, de «ilustración», han sido traicionadas por una y
otra parte. Las organizaciones capitalistas y socialistas han
llegado a ser cómplices; han unido sus esfuerzos para desple-
gar sobre el planeta una inmensa máquina para esclavizar la
vida humana en todos sus aspectos: el trabajo y la infancia, el
amor, la vida, la razón, así como el sueño y el arte. El hombre,
que un día hiciera de su trabajo y su cualificación una digni-
dad, se encuentra, cualquiera que sea su posición, constante-
mente amenazado por la degradación social: desocupado, mi-
serable, asistido en potencia.
En vez de trabajar por el enriquecimiento de las relaciones
entre la humanidad y su entorno natural, el hombre trabaja

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sin cesar por la exclusión de la humanidad misma mediante
los procesos de mecanización.
El trabajo y su organización capitalista y/o socialista se
han convertido en la fuente de todas las irracionalidades en
las que se anudan todas las constricciones y todos los sistemas
de reproducción y de amplificación de estas mismas constric-
ciones, que llegan así a infiltrarse en la conciencia, a proliferar
en todos los itinerarios de la subjetividad colectiva. El primer
imperativo de esta gigantesca máquina de sometimiento capi-
talista es la puesta en funcionamiento de una red implacable
de vigilancia colectiva y de autovigilancia, capaz de impedir
cualquier fuga de este sistema y de contener cualquier intento
de discusión sobre su legitimidad política, jurídica y «moral».
Nadie puede sustraerse a la ley capitalista que ha llegado a ser
la ley de la ceguera por excelencia, la ley de las finalidades
absurdas. Cualquier secuencia de trabajo, sea cual sea su na-
turaleza, se halla sobredeterminada por este imperativo de re-
producción de los modos de valorización y de las jerarquías
capitalistas.
¿Por qué la palabra comunismo es difamada y perseguida
por aquellos mismos a quienes pretendía liberar de sus cade-
nas? ¿Quizá porque se ha dejado contaminar por el «progre-
sismo» del capital y por los imperativos de la racionalidad del
trabajo? Los dispositivos capitalistas se han apropiado del dis-
curso comunista para expoliarlo de su capacidad de análisis y
de su potencia de liberación. También las diversas variedades
del socialismo se han gangrenado a causa de las epidemias de
«recuperación».
Los unos y los otros han pretendido sustituir la «ética» de
la revolución social por una nueva trascendencia de los valo-

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res de referencia, dotada de una lógica únicamente instrumen-
tal. El sueño de la liberación se ha convertido en una pesadi-
lla. Todas las revoluciones han sido traicionadas y nuestro fu-
turo parece hipotecado por una inercia histórica insuperable.
Hubo un tiempo en que la critica atacaba el concepto de
mercado. Hoy las almas traumatizadas se someten pasiva-
mente a su yugo, considerado como la condición menos opre-
siva de la planificación capitalista y/o socialista.
Es preciso reinventar todo: la finalidad del trabajo tanto
como la disposición del socius, los derechos y las libertades.
Así pues, recomenzamos llamando comunismo a la lucha co-
lectiva por la liberación del trabajo, esto es, en primer lugar,
por el fin del estado de cosas actual. Economistas cabeza
hueca dictan leyes sobre todos los continentes. El planeta es
inexorablemente devastado. Ante todo debemos reafirmar
que no es cierto que haya sólo una vía: la del imperium de las
formas capitalistas y socialistas del trabajo. Su persistencia y
su vitalidad relativas dependen, en gran parte, de nuestra in-
capacidad de redefinir un proyecto y de las prácticas de libe-
ración. Llamamos comunismo al conjunto de las prácticas socia-
les de transformación de las conciencias y de las realidadesen el ám-
bito de lo político y lo social, de lo histórico y lo cotidiano, de
lo colectivo y lo individual, de lo consciente y lo inconsciente.
El discurso es ya un acto. Realizar otro discurso sobre lo exis-
tente puede activar su destrucción.
Nuestro comunismo no será por ello un fantasma que se
agite sobre la vieja Europa. Lo queremos como una imagina-
ción que se alza al mismo tiempo desde procesos colectivos e
individuales, que recorre el mundo con una inmensa ola de
rechazo y de esperanza. El comunismo no es otra cosa que el

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grito de la vida que rompe el cerco de la organización capita-
lista y/o socialista del trabajo que empuja hoy el mundo, no
ya solamente hacia un surplus de opresión y explotación, sino
hacia el exterminio de la humanidad.
La explotación se ha convertido en amenaza de ejecución
capital en virtud de la acumulación nuclear y del peligro de
destrucción y guerra que ésta genera.
No somos deterministas. Pero hoy no es necesario serlo
para reconocer que la catástrofe está presente y próxima si de-
jamos el poder a la organización capitalista y/o socialista del
trabajo. Desactivar la catástrofe es ejercer una acción colec-
tiva de libertad.
La vida cotidiana se halla recorrida por estremecimientos
de miedo. Un miedo que no es ya el que describía Hobbes —
guerra permanente del uno contra el otro, segmentalidad fe-
roz de los intereses y las voluntades de poder—, se trata ahora
de un miedo trascendental que infiltra la muerte en las con-
ciencias individuales y polariza a roda la humanidad alrede-
dor de un punto de catástrofe. Promovida a título de prohibi-
ción fundamental, la esperanza es destronada de este uni-
verso. La vida cotidiana no es otra cosa que tristeza, aburri-
miento, monotonía, en tanto que no logra organizarse para
romper el sentido de esta espantosa ciénaga de absurdos. La
palabra colectiva —el discurso pretencioso, fiesta del logos o
cómplice concertación— ha sido expropiada por el discurso
de los mass-media. Las relaciones entre los hombres están
marcadas por la indiferencia, el desconocimiento simulado de
la verdad del otro y en consecuencia de la propia, que cada
cual acaba por detestar. ¡Lo cual sin embargo no deja de ge-
nerar sufrimiento! La trama de los sentimientos más elemen-
tales se disgrega en la medida en que no consigue ya anudarse

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a lineas de deseo y de esperanza. Una guerra larvada atraviesa
el mundo desde hace treinta años sin que la conciencia colec-
tiva la perciba como acontecimiento clave de la historia, como
empresa de destrucción masiva, tenaz, encarnizada.
Desde entonces, las conciencias pulverizantes-pulveriza-
das no tienen otro recurso que abandonarse a una individua-
lización de la desesperación, a una implosión personal del
conjunto de los universos de valor. Todas las formas particu-
lares de impotencia encuentran su anclaje en este miedo y pa-
rálisis masivos de la vida. Sólo la barrera del sinsentido atur-
dido de la existencia retarda, quizá ya por poco tiempo, la
transformación brutal de la desesperación en pasión por el sui-
cidio colectivo. La exploración ha asumido el rostro del
miedo: un miedo universal, físico y metafísico, de las líneas
de singularidad del deseo, así como de las tentaciones de en-
trelazar para el mundo otras lineas de futuro.
Y sin embargo, el desarrollo de las ciencias y de la potencia
productiva del trabajo ha alcanzado el umbral de una alterna-
tiva (princept) entre el exterminio y el comunismo, entendido
como liberación del trabajo, no como reapropiación de la ri-
queza producida (este estiércol que no se puede utilizar ni si-
quiera como abono), sino como valorización de la potenciali-
dad de la producción colectiva.
El comunismo consiste en crear las condiciones para la
emergencia de una permanente renovación de la actividad hu-
mana y de la producción social con el despliegue de procesos
de singularización, de autoorganización, de autovalorización.
Sólo un inmenso movimiento de reapropiación del trabajo, en
cuanto actividad libre y creadora, en cuanto transformación
de las relaciones entre los sujetos, sólo una revelación de las

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singularidades individuales y/o colectivas, machacadas, blo-
queadas, dialectizadas, por los ritmos de la opresión, generará
nuevas relaciones de deseo susceptibles de transformar com-
pletamente la situación actual.
El trabajo puede ser liberado porque por su propia esencia
es un modo de ser del hombre tendencialmente colectivo, ra-
cional, solidario. El capitalismo y el socialismo lo someten a
una máquina logocéntrica, autoritaria, potencialmente des-
tructiva. La reducción de los niveles de explotación directa y
mortal que los trabajadores han logrado imponer a través de
sus movimientos progresistas en los países con un elevado
desarrollo industrial, ha sido pagada con la acentuación y el
cambio en la naturaleza de la dominación, con la disminución
de los grados de libertad, que ha hecho precaria la paz en zo-
nas limítrofes, marginales, o con un desarrollo industrial dé-
bil, donde la explotación del trabajo, además, se ha entrela-
zado con el exterminio por hambre. La disminución relativa
de la explotación en las zonas metropolitanas se ha pagado
con el exterminio en el Tercer y Cuarto Mundo. No es una
casualidad que todos estos fenómenos acontezcan en el
mismo momento en que llega a ser posible la liberación del
trabajo mediante su reapropiación gracias a las ciencias y las técni-
cas más avanzadas por parte de los nuevos proletarios. En conse-
cuencia, es fundamental que las comunidades, las razas, los
grupos sociales, las minorías de cualquier tipo logren conquis-
tar una expresión autónoma. Ninguna causalidad histórica,
ningún destino impone que la potencia liberadora del trabajo
a medida que aumenta esté condenada a una creciente mani-
pulación y opresión. ¿Cómo logra el Capital utilizar la fuerza
colectiva del trabajo en sus variaciones infinitas como variable
dependiente, si aquélla se presenta en las particularidades y en

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las variaciones que la constituyen como una variable indepen-
diente no delimitable? Los nuevos movimientos de transfor-
mación social deberán necesariamente enfrentarse con esta
aporía bajo sus formas constantemente renovadas.
El rechazo del trabajo, como perspectiva de lucha y como
práctica espontánea, tiende a la destrucción de las estructuras
tradicionales, obstáculo de una verdadera liberación del tra-
bajo. Se trata, ahora y rápidamente, de acumular otro capital,
el de una inteligencia colectiva de la libertad, capaz de dirigir
las singularidades fuera del orden de serialidad y de unidimen-
sionalidad del capitalismo. Se trata de sostener los procesos
de emergencia y de amplificación de los proyectos de libera-
ción; en otros términos, de una reconquista del control sobre
el tiempo de la producción, que es lo esencial del tiempo de
vida. La producción de nuevas formas de subjetividad colec-
tiva, capaces de gestionar según finalidades no capitalistas la
revolución informática y de las comunicaciones, de la robó-
tica y de la producción difusa, no se remite en absoluto al te-
rreno de la utopía. Se inscribe en la actual encrucijada de la
historia como una de sus claves fundamentales. Se desprende
de la capacidad humana de sustraerse de sus antiguos campos
de inercia para superar «el muro» de los saberes y de los pode-
res ligados a las viejas estratificaciones sociales.
Considerado desde este punto de vista, el comunismo es
fundación y reconocimiento de vida comunitaria y de libera-
ción de la singularidad. Comunidad y singularidad no se opo-
nen. La construcción del nuevo mundo no opone el aumento
de la singularización al enriquecimiento de las potencialida-
des colectivas. Estas dos dimensiones son parte integrante de
la liberación del trabajo. La explotación del trabajo, en cuanto

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esencia general, produce la generalidad; pero en cuanto pro-
ceso liberador y creativo, el trabajo genera modos de ser sin-
gulares, una proliferación de nuevos posibles. El rizoma de
los procesos autónomos y singulares que el trabajo puede
constituir se enriquecerá infinitamente más sobre el terreno de
una nueva colectividad que bajo el yugo de una codificación
capitalista sobredeterminada. El comunismo no es colecti-
vismo ciego, reductor, represivo. Es la expresión singular del
devenir productivo de las colectividades, que no son reduci-
bles, «remisibles», las unas a las otras. Y este devenir mismo
implica una activación continua, una defensa, un reforza-
miento, una amplificación, una reafirmación permanente de
este carácter de singularidad. En este sentido calificaremos
también al comunismo como proceso de singularización. El
comunismo no podría reducirse en ningún modo a una adhe-
sión ideológica, a un simple contrato jurídico o a un igualita-
rismo abstracto. Se inscribe en la confrontación prolongada
que atraviesa la historia a lo largo de líneas siempre nuevas,
ya que ahí se encuentran puestas en discusión las finalidades
colectivas del trabajo.
Sobre este terreno se hallan ya maduras numerosas alian-
zas de nuevo tipo. Se ha comenzado a buscar a tientas al final
de la fase espontaneísta y creativa que se ha desarrollado pa-
ralelamente a la gran disgregación-reagregación que hemos
conocido en los últimos tres decenios. Para individualizarlas
mejor y comprender su importancia, pueden distinguirse:
—los antagonismos molares que se expresan en el plano de las
luchas contra la explotación,mediante la crítica de la organi-
zación del trabajo, mediante la perspectiva de su liberación, y
—la proliferación molecular de los procesos singulares que
transforma irreversiblemente las relaciones de los individuos

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y la colectividad con el mundo material y con el mundo de los
signos.
¡Avanzar sobre el terreno de los antagonismos molares
contra las formaciones de poder capitalistas y/o socialistas
puede contribuir, de modo decisivo, a la maduración de mu-
taciones de los dispositivos productivos, y viceversa! Pero la
puesta en juego que suponen la estructuración y los modos de
subjetivización de la fuerza de trabajo colectiva sigue siendo
fundamental: es el terreno en el cual se registran, en última
instancia, la destrucción del capitalismo y/o del socialismo y
la instauración de una sociedad dirigida a la liberación de las
nuevas singularidades que llegan a estar así en condiciones de
ser actualmente el contenido y el medio de la revolución.
Arranquemos el sueño glorioso del comunismo a las mistifi-
caciones jacobinas y a las pesadillas estalinistas; devolvá-
mosle su potencialidad de articulación y de alianza entre la
liberación del trabajo y la generación de nuevos modos de sub-
jetividad.
Singularidad, autonomía y libertad son las tres líneas de
alianza que se anudarán sobre el nuevo puño levantado contra
el orden capitalista y/o socialista. A partir de ellas podrán ser
inventadas, desde el presente, formas adecuadas de organiza-
ción para la emancipación del trabajo y de la libertad.

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De lo posmoderno a lo posmedia*

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Traducción de Félix Guattari « Du postmoderne au post-
média » (1985), Multitudes 3/2008
27
Una cierta concepción del progreso y de la modernidad se
haya en bancarrota, poniendo en peligro con su caída la con-
fianza colectiva en la idea misma de la práctica social eman-
cipatoria. Paralelamente, una especie de glaciación se ha apo-
derado de las relaciones sociales: las jerarquías y las segrega-
ciones se han endurecido, la miseria y el desempleo tienden
hoy a ser aceptados como males inevitables, los sindicatos
obreros se aferran a las últimas ramas institucionales que les
son concedidas y se encierran en prácticas corporativistas que
les conducen a adoptar actitudes conservadoras, adyacentes
regularmente a las de los círculos reaccionarios. La izquierda
comunista se hunde irremediablemente en la esclerosis y el
dogmatismo, mientras que los partidos socialistas, ansiosos de
presentarse como socios tecnocráticos confiables, han renun-
ciado a todo cuestionamiento progresista de las estructuras
existentes. No hay que sorprenderse, después de esto, si las
ideologías que pretendían, hace mucho tiempo, servir de guía
para reconstruir la sociedad sobre bases menos injustas, me-
nos desiguales, han perdido su credibilidad.
¿Se deduce de esto que a partir de ahora se estará conde-
nado a quedarse con los brazos cruzados ante el ascenso del
nuevo orden de la crueldad y del cinismo que está sumer-

28
giendo rápidamente al planeta, con la firme intención, al pa-
recer, de perdurar? Es a esta lamentable conclusión a la que
en efecto parecen haber llegado numerosos círculos intelec-
tuales y artísticos, especialmente aquellos que se afirman den-
tro de la moda posmodernista.
Dejaré a un lado, al menos en el marco de este trabajo, el
lanzamiento, por los mánagers del arte contemporáneo, de las
grandes operaciones de promoción que, en Alemania, fueron
bautizadas como neo-expresionismo, en los Estados Unidos
Bad Painting o New Painting, en Italia transvanguardia, en
Francia Figuración Libre o Nouveaux Fauves, etc. Por el con-
trario, iré a la parte más bella para demostrar que el posmo-
dernismo es sólo una última crispación del modernismo, a
modo de respuesta y, de alguna manera, a modo de reflejo de
los abusos formalistas y reduccionistas de este último, de los
que en realidad no se desmarca. No hay duda de que surgirán
de estas escuelas algunos pintores auténticos cuyo talento per-
sonal será resguardado de los relieves perniciosos de este tipo
de exaltación que es mantenida por los medios publicitarios,
pero seguramente no habrá una recuperación de los filums
creadores que ellas tenían la intención de reanimar.
El posmodernismo arquitectónico, para ser la más cercana
a las tendencias profundamente reterritorializantes de la sub-
jetividad capitalística actual, me parece, por otro lado, mucho
menos epidérmico y mucho más significativo en el lugar asig-
nado al arte por las formaciones de poder dominantes. Me ex-
plico: en cualquier momento y por cualquiera de los avatares
históricos, la pulsión capitalística ha entrelazado siempre dos
componentes fundamentales: uno de destrucción de los terri-
torios sociales, de las identidades colectivas y de los sistemas
de valor tradicionales, que califico como desterritorializante,

29
y el otro de recomposición, incluso por los medios más artifi-
ciales, de cuadros personológicos individuados, de esquemas
de poder y de modelos de sumisión, si no formalmente simi-
lares a los que ha destruido, sí por lo menos que le son homo-
téticos desde un punto de vista funcional. Es a este último al
que califico como movimiento de reterritorialización. A me-
dida que las revoluciones desterritorializantes ligadas al desa-
rrollo de las ciencias, de las técnicas y de las artes barrían con
todo a su camino, una compulsión de reterritorialización sub-
jetiva se moviliza. Y este antagonismo se agravia aún más con
el auge prodigioso de los maquinismos comunicacionales e
informáticos que focalizan sus efectos desterritorializantes en
las facultades humanas, tales como la memoria, la percep-
ción, el entendimiento, la imaginación, etc. Se trata de una
cierta fórmula de funcionamiento antropológico, un cierto
modelo ancestral de humanidad que se halla así expropiado
en su propio corazón. Y creo que es porque no pueden hacer
frente, adecuadamente, a esta mutación prodigiosa, por lo que
la subjetividad colectiva se abandona a la absurda ola de con-
servadurismo que conocemos actualmente. En cuanto a qué
condiciones se volvería posible reducir el estiaje de estas
aguas maléficas y qué papel podrían jugar, para este fin, los
islotes residuales de voluntades liberadoras que emergen to-
davía de este diluvio, ésta es precisamente la cuestión que es
subyacente a mi propuesta de transición hacia una era post-
mass-media. Sin anticipar más sobre esta temática, diría que
me parece que el columpio que nos ha llevado hacia una rete-
rritorialización subjetiva peligrosamente retrógrada podría in-
vertirse espectacularmente el día en que se afirmen de manera
suficiente nuevas prácticas sociales emancipatorias y sobre
todo agenciamientos alternativos de producción subjetivos ca-

30
paces de articularse, sobre un modo diferente al de la reterri-
torialización conservadora, en las revoluciones moleculares
que elabora nuestra época.
Volvamos ahora a nuestros arquitectos posmodernos. Para
algunos de ellos, ésta no es realmente en el sentido figurado
una cuestión de reterritorialización, por ejemplo para Léon
Krier, cuando propone sencillamente reconstruir las ciudades
tradicionales, con sus calles, sus plazas, sus barrios1. Con Ro-
bert Venturi, se trata menos de reterritorializar el espacio que
de cortar los puentes en el tiempo, al rechazar los proyectos
sobre el futuro de los modernistas como Le Corbusier, así
como los sueños nostálgicos de los neoclásicos. Está de moda,
a partir de ahora, que el actual estado de las cosas sea acep-
tado tal como es. Mejor aún, Venturi asumirá los aspectos
más prosaicos; se extasiará sobre las “cintas comerciales” bor-
dadas de “tinglados decorados” que laceran el tejido urbano
de los Estados Unidos; incluso hará elogio de la ornamenta-
ción kitsch de los jardines de las ciudades prefabricadas que
comparará con las urnas de los parterres de Le Nôtre2. Mien-
tras que, en el campo de las artes plásticas, los jóvenes pinto-
res estaban obligados a someterse al ambiente conservador
por la mediación de los amos del mercado —ya que de lo con-
trario quedarían condenados a vegetar en los márgenes—,

1
Léon Krier, “La reconstitution de la ville”, en Rationale Ar-
chitecture Rationnelle, Bruselas, Archives d’Architecture Mo-
derne, 1978; La Présence de l’histoire. L’après modernisme, Festi-
val d’automne à Paris section architecture, Paris, L’Équerre,
1981.
2
Robert Venturi, L’Enseignement de Las Vegas, Bruxelles, Éd.
Mardaga, 1978;De l’ambiguïté en architecture, Dunod, Paris,
1976. Ver también Charles Jencks,Le Langage de l’architecture
post-moderne, Paris, Denoël, 1985
31
donde la adecuación a los valores del neoliberalismo más re-
trógrado se realiza sin declive. Es cierto que la pintura, para
las clases dirigentes, nunca ha sido más que un asunto de “su-
plemento del alma”, una moneda de prestigio, mientras que
la arquitectura siempre ha ocupado un lugar mayor en la con-
figuración de los territorios del poder, en la fijación de sus em-
blemas, en la proclamación de su perennidad.
No estamos, por tanto, en medio de eso que Jean-François
Lyotard llama La condición posmoderna3, que a diferencia de
este autor, yo entiendo como el paradigma de todas las sumi-
siones, de todos los compromisos con el statu quo existente.
Debido al derrumbamiento de lo que él llama los grandes re-
latos de legitimación (por ejemplo, el discurso de la Ilustra-
ción, el de Hegel sobre el cumplimiento del Espíritu o el de
los marxistas sobre la emancipación de los trabajadores), con-
vendría, siempre de acuerdo con Lyotard, tener cuidado con
las bajas inclinaciones de la acción social concertada. Todos
los valores de consenso, nos explica, se han vuelto obsoletos
y sospechosos. Sólo los pequeños relatos de legitimación, o en
otras palabras las “pragmáticas de partículas lingüísticas”,
múltiples, heterogéneas y cuya performatividad sólo podría
ser limitada en el tiempo y el espacio, pueden aún salvar algu-
nos valores de justicia y libertad. Lyotard va acompañado
aquí por otros teóricos, tales como Jean Baudrillard, para
quien lo social y lo político nunca han sido más que señuelos,
“apariencias” de las que convendría desprenderse lo más rá-
pidamente. Resumiéndose toda la agitación social a juegos de
lenguaje (y sentimos que el significante lacaniano no se en-
cuentra lejos), la única consigna kitsch que Lyotard —ese

3
Jean-François Lyotard, La Condition postmoderne, Paris, Mi-
nuit, 1979.
32
viejo anfitrión de la revista izquierdista Socialisme ou Barba-
rie— logra salvar del desastre es el derecho a un libre acceso a
las memorias informáticas y a los bancos de datos.
Ya sean pintores, arquitectos o filósofos, los héroes de la
posmodernidad tienen en común que valoran que las crisis
que enfrentan las prácticas sociales y artísticas de hoy en día
sólo podrían conducir a un rechazo definitivo de cualquier
proyectualidad colectiva de envergadura. Cultivemos nuestro
jardín, y, de preferencia, en conformidad con los usos y cos-
tumbres de nuestros contemporáneos. ¡No más olas [vagues]!
Sólo modas, moduladas en los mercados del arte y de la opi-
nión, a través de las campañas publicitarias y de las encuestas.
En cuanto a la socialidad ordinaria, un nuevo principio de
“comunicación suficiente” deberá ser capaz de mantener sus
equilibrios y su consistencia efímera. Si lo consideramos bien,
vaya camino que se ha recorrido desde la época en que se po-
día leer en las pancartas de la sociología francesa: ¡“los hechos
sociales son cosas”! Y he aquí que, para los posmodernos, ¡no
son más que nubes erráticas de discurso flotando en el seno
de un éter-significante!
¿Pero de dónde sacan, en realidad, que el socius es así re-
ductible a unos hechos de lenguaje, y estos últimos, en su to-
talidad, a unas cadenas de significantes binarizables, “digita-
lizables”? Sobre este punto, ¡los posmodernos apenas han in-
novado! Se inscriben directamente en la tradición, bien mo-
dernista, del estructuralismo, cuya influencia en las humani-
dades parece haber sido relevada, bajo las peores condiciones,
al sistemismo anglosajón. El vínculo secreto entre todas estas
doctrinas es, me parece, que han sido subterraneamente mar-
cadas por las concepciones reduccionistas transportadas
desde la inmediata posguerra por la teoría de la información

33
y las primeras investigaciones cibernéticas. Las referencias
que las unas y las otras no cesaban de extraer de las nuevas
tecnologías comunicacionales e informáticas fueron tan pre-
cipitadas, tan mal dominadas, que nos proyectaban muy lejos
de la investigaciones fenomenológicas que les habían prece-
dido.
Habría que volver a una evidencia simple, pero con muy
graves consecuencias, a saber, que los agenciamientos socia-
les concretos —que no deben ser confundidos con los “grupos
primarios” de la sociología estadounidense, los cuales sólo
atañen a la economía de la opinión— implican muchas cosas
más que unas performances lingüísticas: unas dimensiones
etológicas y ecológicas, unos componentes semiótico-econó-
micos, estéticos, corporales, fantasmáticos, irreductibles a la
semiología de la lengua, una multitud de universos incorpo-
rales de referencia, que no se insertan fácilmente en las coor-
denadas de la empiricidad dominante… Los filósofos posmo-
dernos tienen bellos revoloteos alrededor de las investigacio-
nes pragmáticas, permanecen fieles a una concepción estruc-
turalista del habla y del lenguaje que nunca les permitirá arti-
cular los hechos subjetivos en las formaciones del incons-
ciente, en las problemáticas estéticas y micropolíticas. Para
decirlo sin rodeos, creo que esta filosofía ni siquiera es una; es
sólo un estado de ánimo predominante, una “condición” de
la opinión que arroja sus verdades de acuerdo con el estado
del clima. Ya que, por ejemplo, para qué se tomarían la mo-
lestia de elaborar un apuntalamiento especulativo serio a su
tesis relativa a la inconsistencia del socius. ¿La omnipotencia
actual de los mass media no suple ampliamente a la demos-
tración de que en efecto cualquier eslabón social pueda ade-
cuarse, sin resistencia aparente, a la laminación desingulari-

34
zante e infantilizante de las producciones capitalísticas del sig-
nificante? Un viejo adagio lacaniano, según el cual “un signi-
ficante representa al sujeto para otro significante”, podría ser
colocado como epígrafe de esta nueva ética del descompro-
miso. Porque, en efecto, ¡es a esto a lo que hemos llegado!
Pero en realidad no hay lugar para la complacencia, como ha-
cen los posmodernos. ¡Toda la cuestión consiste más bien en
saber cómo es posible salir de un impasse semejante!
Que la producción de nuestra materia prima señalética sea
cada vez más tributaria de la intervención de las máquinas4 no
implica que la libertad y la creatividad humanas queden
inexorablemente condenadas a ser alienadas por procedi-
mientos mecánicos. Nada impide, antes que el sujeto quede
bajo el control de la máquina, que sean las redes maquínicas
las que se comprometan en una especie de procesos de subje-
tivación; en otros términos, que el maquinismo y la humani-
dad den inicio, un día, a relaciones fructíferas de simbiosis.
En este sentido, podría ser conveniente establecer una distin-
ción entre dicha materia señalética y las materias opcionales
de la subjetividad, con las que me refiero a todas las áreas de
decisionalidad, puestas en marcha por los agenciamientos de
enunciación (colectivos y/o individuales). Mientras que las
materias señaléticas conciernan a lógicas de conjuntos discur-
sivos cuyas acciones son atribuibles a objetos que se desplie-
gan de acuerdo a coordenadas extrínsecas (enérgico-espacio-
temporales), las materias opcionales conciernen a lógicas de
autorreferencia que asumen rasgos de intensidad existenciales
que rechazan cualquier sumisión a los axiomas de las teorías

4
Tema actualizado, desde 1935, por Walter Benjamin,
«L’œuvre d’art à l’ère de sa reproductibilité technique»,
in Essais T. 2, Paris, Denoël-Gonthier, 1985.
35
conjuntistas. Estas lógicas, que llamaría igualmente lógicas de
los cuerpos sin órganos, o lógica de los territorios existencia-
les, tienen de particular que sus objetos son ontológicamente
ambiguos: son las dos caras objeto-sujeto que no pueden ser
discernabilizadas, ni discursivadas como figuras representa-
das sobre un fondo de coordenadas de representación. Por
consiguiente, no se pueden aprehender desde el exterior; sólo
se pueden asumir, tomándolas sobre uno mismo, a través de
una transferencia existencial.
La función “transversalista” de estos objetos ambiguos,
que les confiere la posibilidad de atravesar las circunscripcio-
nes de tiempo y espacio y de transgredir las asignaciones iden-
titarias, se halla en el corazón de la cartografía freudiana del
inconsciente y también, aunque desde un ángulo diferente, en
las preocupaciones de los lingüistas del inconsciente.
El proceso primario, la identificación, la transferencia,
los objetos parciales, la función “après coup” de la fantasía,
todas estas nociones familiares a los psicoanalistas implican,
de una u otra forma, la existencia de una ubicuidad y de una
recursividad — prospectividad de las entidades que ellas im-
plican. Pero haciendo indirectamente depender la lógica del
inconsciente de la lógica de las realidades dominantes —la in-
terpretación viéndose asignada la tarea de volver a la primera
traducible en los términos de la segunda—, Freud ha perdido
la especificidad de su descubrimiento, a saber, que ciertos seg-
mentos semióticos, siendo llevados fuera del contexto de su
“misión” significativa ordinaria, podrían adquirir una poten-
cia particular de producción existencial (universo de la neuro-
sis, de la perversión, de la psicosis, de la sublimación, etc.).
La tripartición lacaniana de lo Real, lo Imaginario y lo Sim-
bólico, lejos de arreglar las cosas, no hace, desde este punto

36
de vista, más que agraviar el particionamiento de las instan-
cias tópicas de las unas con relación a las otras.
Por su parte, los lingüistas de la enunciación y de los actos
de habla5 destacan el hecho de que ciertos segmentos lingüís-
ticos, paralelamente a sus funciones clásicamente reconocidas
de significación y de denotación, podrían adquirir una efi-
ciente pragmática particular haciendo cristalizar las posicio-
nes respectivas de los sujetos enunciadores o mediante el es-
tablecimiento, de facto, de algunos encuadres situacionales.
(Un ejemplo clásico: el Presidente que declara: “Se abre la se-
sión” y que, haciendo esto, la abre efectivamente). Pero ellos
también se han sentido obligados a limitar el alcance de su
descubrimiento al único registro de su especialidad. Así que
en realidad, esta tercera función “existentializante”, sobre la
cual ponen el acento, debería implicar, lógicamente, una rup-
tura definitiva del corsé estructuralista en el cual continúan
manteniendo a la lengua6. Esto no es con el único fin de inde-
xar, en el seno de los enunciados, unas posiciones subjetivas
generales —las deícticas— o para situar la contextualización
del discurso, que la lengua saca así de sí misma, sino que es

5
John L. Austin, Émile Benveniste, John Searle, Oswald
Ducrot, Antoine Culioli, etc.
6
Ella implica también, sin que pueda detenerme en este
punto, la salida de toda una tradición ontológica dualista que
hace depender la existencia de una ley del todo o nada: “ser o
no ser”. A través de un retorno transitoriamente indispensable
al pensamiento animista, la cualidad de ser prima sobre una
esencialidad “neutra” de un existente, universalmente afecta-
ble y por lo tanto intercambiable, que se podría calificar como
facticidad capitalística. La existencia aquí se gana, se pierde,
se intensifica, cruza los umbrales cualitativos, debido a su ad-
hesión a tal o cual universo incorporal de endorreferencia.
37
también y sobre todo para hacer cristalizar singularidades
pragmáticas, catalizar los procesos de singularización más di-
versos (recortes de territorios sensibles, despliegues de univer-
sos incorporales de endorreferencia…). No hace falta decir
que la pragmática de la “puesta en existencia” no es el privi-
legio exclusivo de la lengua; todos los otros componentes se-
mióticos, todos los otros procedimientos de codificación na-
turales y maquínicos contribuyen aquí. Por tanto, esto no sig-
nifica automáticamente que el significante lingüistico ocupe
el lugar privilegiado que la subjetivación capitalística le ha
ofrecido, debido a que constituye un soporte esencial a su ló-
gica del equivaler generalizado y a su política de capitaliza-
ción de valores abstractos del poder. Otros regímenes de se-
miotización son susceptibles de “hacer marchar” los asuntos
del mundo y, por tanto, de destituir de su posición de trascen-
dencia con respecto a los rizomas trazados por las realidades
y los imaginarios, este imperium simbólico-significante en el
cual se enraíza la actual hegemonía de los poderes mass-me-
diatizados. Pero ciertamente no nacen por generación espon-
tánea, están ahí, para construir, dentro del alcance de nuestras
manos, en la encrucijada de nuevas prácticas analíticas, esté-
ticas y sociales, lo que ninguna espontaneidad posmodernista
nos servirá en bandeja.
La emergencia de estas nuevas prácticas de subjetivación
de una era posmedia será facilitada en gran medida por una
reapropiación concertada de las tecnologías comunicaciona-
les e informáticas, siempre que éstas autoricen cada vez más:
1. La promoción de formas innovadoras de concertación e
interacción colectiva y, a la larga, una reinvención de la
democracia;

38
2. La miniaturización y la personalización de los equipamen-
tos, una resingularización de los medios de expresión ma-
quínicamente mediatizados; se puede suponer, acerca de
esto, que es la ampliación en red de los bancos de datos la
que nos reservará perspectivas más sorprendentes;
3. La multiplicación infinita de “embragues existenciales”
que permitirán acceder a universos creativos mutantes.
Por último, remarquemos que el multicentraje y la autono-
mización subjetiva de los operadores posmediáticos no será
correlativa a su recierre sobre ellos mismos o de un descom-
promiso de tipo posmodernista. La revolución posmediática
que se avecina debería ser llamada para hacerse cargo (con
una eficacia fuera de toda proporción) de los grupos minori-
tarios que son los únicos que, todavía hoy, tienen una cons-
ciencia clara del riego mortal para la humanidad de problemas
tales como:
 La carrera de armamento nuclear;
 La hambruna en el mundo;
 Las degradaciones ecológicas irreversibles;
 La contaminación mass-mediática de la subjetividad colec-
tiva.
Esto es al menos lo que espero y es lo que me gustaría in-
vitarles a trabajar. A menos que el futuro se oriente hacia estas
vías, yo no daría mucho del final del presente milenio.

39
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