Anda di halaman 1dari 13

Cuentos de Otoño

El nombre del árbol

Cuanto africano. Adaptación rimada de T. Chubarovsky

El final del verano había llegado y en este pueblo solamente un árbol con frutos había quedado.
Algunos habitantes se acercaron y lo sacudieron, lo zarandearon, lo movieron, pero ningún fruto al
suelo cayó.
Entonces el hombre más anciano recordó: -El nombre del árbol debemos saber, para de sus frutos
poder comer. Llamó a la liebre y le dijo:
-¡Corre corre, liebre corre!
¡Al gran jefe debes visitar, el nombre del árbol debes averiguar!
Corre, corre liebrecita, corre corre sin cesar
A la casa del Gran Jefe muy prontito haz de llegar.
-Te saludo Gran Jefe, dime por favor ¿Cuál es el nombre del árbol de frutos de rojo color?
-U wun gue LA MA – respondió
-U wun gue LA MA – la liebre respondió
Tan rápido la liebre corrió, que por el camino tropezó, rodó y rodó, y mientras tanto el verdadero
nombre olvidó. Al llegar exclamó:
-U wun gue LU NA.
- Todos repitieron - -U wun gue LU NA.
Pero ningún fruto cayó y avergonzada la liebre la cara se tapó. Entonces llamaron a la cabra y le
dijeron:

-¡Corre corre, cabra corre!


¡Al gran jefe debes visitar, el nombre del árbol debes averiguar!
Corre, corre cabritilla, corre corre sin cesar
A la casa del Gran Jefe muy prontito haz de llegar.

-Te saludo Gran Jefe, dime por favor ¿Cuál es el nombre del árbol de frutos de rojo color?
-U wun gue LA MA – respondió
-U wun gue LA MA – la cabra respondió

Tan rápido la cabra corrió, que por el camino sus cuernos en un arbusto se clavó, se sacudió y el
verdadero nombre olvidó. Al llegar exclamó:
-U wun gue TA MA.
- Todos repitieron - -U wun gue TAMA.
Pero ningún fruto cayó y avergonzada la cabra la cara se tapó. Entonces llamaron al león y le dijeron:

-¡Corre corre, león corre!


¡Al gran jefe debes visitar, el nombre del árbol debes averiguar!
Corre, corre león, corre corre sin cesar
A la casa del Gran Jefe muy prontito haz de llegar.
-Te saludo Gran Jefe, dime por favor ¿Cuál es el nombre del árbol de frutos de rojo color?
-U wun gue LA MA – respondió
-U wun gue LA MA – el león respondió
El león corrió y corrió, y por el camino una siesta se echó, y el verdadero nombre olvidó. Al llegar
exclamó:
-U wun gue TORO.
- Todos repitieron - -U wun gue TORO.
Pero ningún fruto cayó y avergonzado el león la cara se tapó. Dijo entonces el más anciano –
llamemos a la tortuga- y le dijeron a ésta:

-¡Corre corre, tortuga corre! ¡Al gran jefe debes visitar, el nombre del árbol debes averiguar!
Entonces la tortuga fue donde su madre y le preguntó:
-¿Madre, qué debo hacr, para un nombre recordar? Y dijo su madre:
-¡Pues repítelo, repítelo sin cesar!
Corre, corre tortuguita, corre corre sin cesar,
A la casa del Gran Jefe muy prontito has de llegar.

-Te saludo Gran Jefe, dime por favor ¿Cuál es el nombre del árbol de frutos de rojo color?
-U wun gue LA MA – respondió
-U wun gue LA MA – la tortuga respondió
Volvió la tortuga despacito repitiendo – U wun gue LA MA- todo el caminito. No para a descansar
hasta porfin al pueblo llegar. Contenta exclama:
-U wun gue LA MA.
- Todos repitieron - -U wun gue LA MA.

Los frutos cayeron y los habitantes rieron.


-¡Sabemos el nombre y estamos contentos, ya nunca más estaremos hambrientos!
¡Gracias árbol, gracias tortuga, nos han salvado de la hambruna!
Ahora sí podemos cantar, bailar y saltar,

Y todos juntos bailaron y cantaron:


Sensemayá ohhh Sensemaya ohh ohhh Sensemayá ohhh
La Gallinita roja

Cuento popular irlandés.

En alguna parte, en una casita pequeña al lado del bosque vivían un gatito, un ratoncito y una
gallinita roja. Allí, el gatito tenía una cesta blanda, el ratoncito tenía un agujero profundo y la gallinita
roja una alta barra de gallinero.
Una mañana, la gallinita roja se despertó y dijo:
–¿Quién se levantará y encenderá el fuego en el horno? -Yo no, -dijo el gatito. - -Yo
tampoco, -dijo el ratoncito.-Pues lo haré yo, -dijo la gallinita roja. Y se fue a encender el fuego.

Cuando el fuego estaba encendido, dijo la gallinita roja:


-¿Quién barrera la salita? -Yo no, -dijo el gatito. -Yo tampoco, -dijo el ratoncito. -Pues lo haré yo, -
dijo la gallinita roja. Y se fue a barrer la salita.

Cuando la salita estaba barrida, dijo la gallinita roja:


-¿Quién preparará el desayuno? -Yo no, -dijo el gatito. -Yo tampoco, -dijo el ratoncito. -Pues lo haré
yo, -dijo la gallinita roja. Y se fue a preparar el desayuno.

Cuando el desayuno estaba preparado, dijo la gallinita roja:


-¿Quién tomará este desayuno?-Yo -dijo el gatito. -Yo también, -dijo el ratoncito. -¡No! lo tomaré
yo solita -dijo la gallinita roja-, a no ser que me prometáis que desde ahora me ayudaréis siempre. -
Lo haremos -dijo el gatito. -Lo haremos -dijo el ratoncito.
Así la gallinita roja sintió compasión de sus amigos y compartió con ellos el desayuno.

Cuando terminaron con el desayuno, la gallinita roja miró por la ventana. ¿Y a quién vio en la
calle? ¡Al zorro! -¡Viene el zorro! -gritó, y corrió a su barra del gallinero. -¡Viene el zorro! -gritó el
gatito y se enrolló en su cesta. -¡Viene el zorro! -gritó el ratoncito y se metió en su agujero.
El zorro entró en la casita. -Buenos días, ratoncito. Buenos días, gatito. Buenos días, gallinita roja.
¿Quién de vosotros me rascará la piel? -Yo no -dijo el gatito. -Yo no -dijo el ratoncito. Pues te
rascaré yo -dijo la gallinita roja.
Le rascó y le rascó, desde el rabo hasta las orejas. Cuando llegó a las orejas, el zorro le dio un
zarpazo y metió a la gallinita en un saco.

-¿Quién me ayudará? -gritó la gallinita roja desde el saco. -Yo no -dijo el gatito, y se agachó aún
más en su cesta. -Yo tampoco -dijo el ratoncito, y se encogió aún más en su agujero.

Ellos creyeron que de esta forma se podrían salvar. Pero no era así. El zorro dio un salto, cogió al
gatito de la cesta, atrapó al ratoncito del agujero y los metió en el saco, junto a la gallinita roja. Se
colgó el saco en su espalda y se fue hacia su casa.
Era un día de otoño caluroso, y el saco con el gatito, el ratoncito y la gallinita roja le pesaba cada vez
más al zorro. Lo tiró al suelo, se tumbó en las hojas, y se durmió.
Apenas se había dormido, cuando la gallinita roja sacó unas tijeras pequeñas de debajo de su ala,
una aguja y un hilo, y dijo:
-¿Quién cortará con las tijeras? -Yo -dijo el gatito. -Yo también -dijo el ratoncito. Y así, con fuerzas
unidas, cortaron el saco y salieron de él.

Cuando estaban libres, dijo la gallinita roja: -¿Quién me traerá las piedras?
-Yo -dijo el gatito. -Yo también -dijo el ratoncito.
Y así, con fuerzas unidas, trajeron tres piedras y las metieron en el saco. Cuando las piedras estaban
en el saco, dijo la gallinita roja:
-¿Quién coserá el saco? -Yo -dijo el gatito. -Yo también -dijo el ratoncito.
Y así, con fuerzas unidas, remendaron el saco y se fueron corriendo a casa.

Desde aquel día, el gatito y el ratoncito ayudaron siempre a la gallinita roja.


¿Y qué pasó con el zorro? Se despertó después de un rato, tomó el saco, se lo puso por encima de
los hombros y se fue a su casa. -Me he dormido una buena siesta -se dijo-, pero este saco es pesado,
muy pesado.
Cuando llegó a su casa, gritó desde lejos: -¡Señora madre, ponga la olla de cristal en el horno, traigo
la cena! La vieja zorra puso la olla de cristal en el horno, la llenó de agua y encendió el fuego. Cuando
el agua empezó a hervir, el zorro subió con el saco al tejado, lo volcó justo encima de la chimenea,
y lo abrió:
-Gatito, ratoncito, gallinita roja, ¡a meterse en la olla! Y sacudió a través de la chimenea todo lo que
había traído. Pero… ¡en vez del gatito, el ratoncito y la gallinita roja cayeron las tres grandes piedras!
¡La olla de cristal se rompió en mil pedazos! Así el zorro avergonzado quedó sin comida, sin olla y
con mucha hambre.
CUENTOS de invierno
Los buenos amigos

Cuento tradicional chino

Miren los cerros y los campos blancos, ¡blancos de tanta nieve!


Hoy el conejito no tiene nada para comer. Abre la puerta y… ¡brrr, qué frío hace!
El conejito decide ir a buscar algo para comer y ¡no te vas a imaginar nunca qué ha encontrado!
Pues dos grandes zanahorias que dormían bajo la nieve.
Las sacude, las huele y se come una. Ya no tiene más hambre y se dice:
”Ha nevado tanto y hace tanto frío que seguro que mi vecino el caballito debe de estar muerto de
hambre. ¡Le llevaré esta otra zanahoria a su casa!”

Corre corre liebrecita (cantado)


No te vayas a enfriar
A la casa del caballo
Muy prontito haz de llegar

¡Toc, toc! Abre la puerta y…. ¡Oh! ¡El caballito no está!


Deja la zanahoria y se va.

El caballito está buscando algo para comer. Con su pezuña hurga en la nieve y….
¡No te vas a imaginar nunca qué ha encontrado! una papa enorme, blanco y morada que se escondía
bajo la nieve, la huele y se la come. Harto y satisfecho, regresa a su casa.
Al entrar, ve la zanahoria y dice:
-¿Quién la habrá traído? Seguro que ha sido mi vecino, el conejito gris: sus huellas quedaron
impresas en la nieve. Qué buen corazón el suyo.
Y aún añadió:
-“Ha nevado tanto y hace tanto frío que la ovejita debe de estar muerta de hambre. Le llevaré
esta zanahoria y regresaré.”-

Corre corre caballito (cantado)


No te vayas a enfriar
A la casa de la oveja
Muy prontito haz de llegar

La ovejita de rizos negros ha salido a buscar algo para comer y… ¡no te vas a imaginar nunca qué ha
encontrado! Una coliflor que se escondía bajo la nieve. La ovejita se come la coliflor y no deja ni una
sola hoja. Harta y satisfecha, regresa a su casa.

La ovejita entra en su casa y, al ver la zanahoria, dice:


– “¡Una zanahoria! ¿Quién la habrá dejado? Seguro que fue el caballito: se pueden ver sus huellas
en la nieve. Y aún añadió:
-Ha nevado tanto y hace tanto frío que mi vecino, el ciervito, estará muerto de hambre. Le
llevaré esta zanahoria y regresaré”.

Corre corre ovejita (cantado)


No te vayas a enfriar
A la casa del ciervito
Muy prontito haz de llegar

La ovejita de rizos negros corre que te corre por la nieve que cruje y resbala, por los prados
helados y por el bosque hasta la casa del ciervito. ¡Toc, toc! Abre la puerta y…
¡Oh! ¡El ciervito no está! Deja la zanahoria y se va.

El ciervito ha ido a buscar algo para comer y, ¡no te vas a imaginar nunca qué ha encontrado! Un
repollo bien helado. Come hasta hartarse y luego regresa a su casa. Ve la zanahoria y dice:
– “¿Quién la habrá traído? Creo que ha sido la ovejita de rizos negros. Perdió uno de sus rizos al
salir de aquí”. Y aún el ciervito, añadió:
– “Ha nevado tanto y hace tanto frío…. seguro que el conejito gris debe de estar muerto de
hambre”. Le llevó la zanahoria y regresó.

Corre corre ciervito (cantado)


No te vayas a enfriar
A la casa del conejo
Muy prontito haz de llegar

El ciervito rojo salta la reja y el huerto, y corre por los campos y bosques sin hojas hasta llegar, al fin,
a la puerta del conejito.
El ciervito encuentra la puerta entreabierta y al asomar la cabeza al interior de la casa ve al conejito
gris en su cama, durmiendo.
Con gran sigilo, deja la zanahoria a los pies de la cama. Pero entonces, el conejito se despierta y el
ciervito rojo le dice:

– “Ha nevado tanto y hace tanto frío que, a lo mejor, no tienes nada para comer. ¡Te traigo una
zanahoria!”

Y así pasó que del caballito a la ovejita y de la ovejita al cervatillo, la zanahoria regresó al conejito.
¡Oh, los buenos amigos!
Shingebiss
Cuento Chippewa (Nativo Americano)

En su cobijo en las orillas del lago Hurón, vivía un patito marrón, Shingebiss.
Cuando el feroz viento del norte bajaba veloz del país reluciente de nieve, Shingebiss, el patito
marrón, tenía preparados cuatro buenos leños para el fuego de su chimenea.
Shingebiss era valiente y animoso. No le importaba de qué manera bramaba el viento del norte, él
siempre andaba como andan los patos a través del hielo, y encontraba el alimento necesario.
Rompiendo la superficie del hielo que se formaba en su pequeño estanque, buceaba a través de los
agujeros que quedaban abiertos y se conseguía su pescado para cenar. Luego volvía a su refugio,
arrastrando un montón de peces detrás de sí.

Sentado al lado de su resplandeciente fuego, se preparaba su pescado para cenar y se instalaba


cómodo y calentito, cuando de repente el Viento del Norte gritó:

“¡Hu, hu! ¿Quién se atreve a desafiar al Gran Jefe Viento del Norte?”.
Todas las criaturas le temían, excepto Shingebiss, el patito marrón, que trataba a Viento del Norte
como si fuera un vientecito chiquitito.

Así que el Viento del Norte mandó ráfagas frías, heladoras, formando altos montones de nieve,
hasta que ningún pájaro o animal se atrevía a ir en socorro de Shingebiss. Sin embargo, Shingebiss
salía igual todos los días, sin dejarse molestar por el clima. Cada día encontraba pescado, cada noche
preparaba su cena y se calentaba al lado del fuego.

“¡Ah!”, se enojó aún más el Gran Jefe Viento del Norte, “el pequeño pato marrón. Shingebiss, no
hace caso ni de la nieve ni del hielo. Viento del Norte le congelará sus agujeros, así ya no
encontrará su alimento, y entonces Gran Jefe le conquistará”.
Así que Viento del Norte congeló las aperturas donde el patito marrón pescaba y cubrió su estanque
con nieve.

Pero cuando Shingebiss encontró sus agujeros cerrados impidiéndole llegar al agua, ni siquiera
refunfuñó. Simplemente seguía su camino animadamente hasta encontrar un estanque donde no
hubiera nieve. Entonces apartaba el hielo y abría nuevos agujeros para zambullirse y pescar.
“¡Pato marrón, ya verás quién es el jefe!”, aulló Viento del Norte lleno de ira.
Durante días y días siguió al patito marrón. Helaba sus agujeros en el hielo y cubría los estanques
con nieve.
Pero Shingebiss seguía adelante sin miedo, como había hecho siempre. Todas las veces conseguía
atrapar un par de peces antes de que estuviera helado cada agujero. Y, como siempre, volvía
animado a su casa, arrastrando los peces detrás de sí.

“¡Hu, hu!”, bramó enfurecido Viento del Norte, “gran Jefe irá al refugio del pequeño pato marrón,
Shingebiss, Gran jefe soplará en su puerta, se sentará a su lado y le soplará con aliento helado
hasta que se congele”.

En ese mismo instante, Shingebiss había terminado su cena y estaba cómodamente sentado al lado
de su ardiente fuego, calentando sus patitas.
Cuidadosamente, conteniendo la respiración para que Shingebiss no le oyera, lenta y muy
lentamente, Viento del Norte se deslizó hacia el refugio de Shingebiss.
Pero Shingebiss sintió el frío que le llegaba a través de las rendijas de la puerta. “Ya sé quién está
aquí”, pensó, y empezó a cantar con vigor:

Viento del Norte, viento feroz.


por mucho que soples eres como yo.
Sopla lo que puedas inténtame helar,
yo no tengo miedo, tengo libertad.

Y Viento del Norte oyó lo que cantaba, no podía contenerse de rabia, pero bajó su voz hasta susurrar
y dijo: “¡Jefe grande te congelará!” Y así Viento del Norte se deslizó por debajo de la puerta hasta
llegar donde estaba Shingebiss y se sentó al lado del fuego.
Shingebiss supo que estaba allí, pero no se inmutó ni lo más mínimo. Siguió cantando:

Viento del Norte, viento feroz.


por mucho que soples eres como yo.
Sopla lo que puedas inténtame helar,
yo no tengo miedo, tengo libertad.

“El gran Viento del Norte no se irá hasta que estés congelado”, murmuró Viento del Norte y sopló
su aliento más helador.
Pero en ese mismo momento Shingebiss se inclinó y agitó su fuego. Se levantó una lluvia de chispas
que iluminó su refugio de rojo dorado.
Y de repente el pelo escarchado de Viento del Norte empezó a gotear, lágrimas corrían por sus
mejillas, su respiración poderosa se fue debilitando, mientras Shingebiss seguía calentando sus
patitas con las llamas y cantando:

Viento del Norte,


viento feroz,
por mucho que soples eres como yo.
Sopla lo que puedas inténtame helar,
yo no tengo miedo, tengo libertad.

Súbitamente, Viento del Norte aulló: “¡Gran Jefe se está derritiendo!” y salió precipitadamente por
la puerta, cayendo encima de un montón de nieve.
“Extraño patito marrón, Shigenbiss”, susurró débilmente para sí mismo. “Gran Jefe Viento del
Norte no le puede helar, no le puede asustar”.
“¡Hu, Viento del Norte le dejará tranquilo! ¡El Gran Espíritu estará con él!

Y así, el fuerte, valiente y persistente patito Shingebiss pudo seguir disfrutando sus pescados y el
calor de su fuego con alegre libertad.
CUENTOs DE PRIMAVERA
El gusanito

En una ocasión, Padre Sol cabalgaba alegremente por el cielo azul mientras pensaba:

- Ya es hora de que llegue la primavera. Madre Tierra y yo hemos de crear juntos la primavera.
Entonces llamó abajo: -Madre Tierra, mira hacia arriba, ha llegado el momento de la primavera.
Tenemos mucho que hacer. La Madre Tierra miró hacia arriba desde su retiro invernal y respondió:
-Si, Padre Sol, realmente ya es hora de que llegue la primavera. Derrama tus rayos resplandecientes
sobre la tierra. Junto con los rayos del sol, también vinieron algunas lluvias, mientras Madre Tierra
iba de un lado a otro, y allí donde ella sacudía su mano aparecían verdes brotes; más tarde, miles
de capullos de colores como pequeñas estrellas se levantaron hacia la luz del sol, y las coloridas
flores aparecieron por los campos. Los niños felices salían de paseo a recoger pequeños ramitos de
flores e iban cantando

A través del prado, del prado, del prado; de paseo vamos, ya vamos, ya vamos,
Ay que divertido tralalalá.

Las pequeñas orugas salieron de sus huevos y empezaron a comerse las hojas de las plantas. A las
plantas no les importaba- ¡tenían tantas hojas! - y las orugas crecieron gordas trabajando
activamente. Una oruga acudió a Madre Tierra y empezó a refunfuñar: -No está bien-dijo-las plantas
tienen flores que pueden mecerse al viento y mirar al sol. Y yo me tengo que quedar en la sombra.
- ¿Por qué no puedo yo ser una flor y mirar al sol?-

Entonces la madre tierra habló lenta y solemnemente para entregarle un preciado consejo:

Teje teje gusanito, teje, teje sin cesar


Teje tu capullo hasta terminar.
Luego encerradito en tu capullito te convertirás en bella mariposa
Reina de las rosas que quiere a las flores de muchos colores.

Rápidamente el gusanito se puso manos a la obra:


Teje, teje gusanito, teje, teje sin cesar
Teje tu capullo hasta terminar.

Hasta que el capullito de seda se abrió con fuerza, y la oruga surgió a la luz del sol. Se dio cuenta de
que tenía alas doradas y de que podía volar hacia el sol. Alegremente gritó: - ¡Soy una flor que puede
volar! Gracias Madre Tierra, gracias Padre Sol - Y voló entremedio de las flores y surcando los aires,
y los niños que paseaban por los campos cantaban

Mariposita doradita que vas volando entre las flores,


Yo seré tu amigo, si juegas conmigo
Tralalalalá.
Y así fue como los gusanos aprendieron a ser coloridos y a jugar al aire como las flores.

Juanito pepita de manzana


Cuento inspirado en la vida de John Chapman

En un pueblo, junto a su madre, vivía un niño llamado Juanito.


En otoño lo que más le gustaba era comer manzanas. Le encantaba partirlas cuidadosamente por la
mitad y descubrir la estrella que formaban las semillas. Unas estrellas eran grandes, otras
pequeñas, unas con las puntas redondeadas, otras puntiagudas.
Cuando llegó la primavera la madre cogió una semilla, la llevó al jardín, hizo un hoyito con Juanito y
colocaron la pepita. Luego la cubrió con tierra fina y la regó.

Con el calor del sol y el agua de la lluvia, para el verano, ya había crecido un pequeño arbolito.

Juanito pidió a su madre que le hiciera un saquito del tamaño de su meñique para guardar, a partir
de ese día, todas las pepitas de manzana.

Cuando después de cierto tiempo no cabían todas las pepitas y el saquito comenzaba a rebalsarse,
le pidió a la mamá que le hiciera un saquito del porte de su mano. Su madre cogió un trozo de tela
un poca más grande y se la cosió.

Cuando ésta estuvo llena de pepitas le pidió que le hiciera una que fuera de la punta del dedo anular
hasta su codo. Su madre cogió un trozo de tela más grande aún y se la cosió. También esta bolsa se
llenó al cabo de unos años.

Finalmente le pidió que le cosiera una grande como su brazo. Su madre tomó un trozo de tela
colorida y se la cosió. Juanito fue llenando la gran bolsa, ya no sólo con las pepitas de manzana que
comía él, sino también con las pepitas de las manzanas que comían sus vecinos, sus abuelos y tíos.
Así es que pronto todos empezaron a llamarlo Juanito pepita de manzana.
Cuando por fin también este saco se llenó, Juanito se había convertido en un muchacho fuerte y
buen mozo. Entonces dijo a su madre:
-Ahora quiero marchar por el mundo y plantar las pepitas para que todos los niños puedan comer
de estas ricas manzanas y descubrir la estrella que hay dentro –
Ató el saco a un palo, se lo subió al hombro y se puso en camino.

A través del monte ¿quién va? ¿Quién va?


Es Juanito
¿Qué lleva? ¿Qué lleva?
Semillas Semillas

Llegó a un prado y cuidadosamente hizo un hoyito, puso la primera semilla, la tapó cuidadosamente
con tierra, la regó con agua del riachuelo, y siguió su camino plantando sus semillas en cada rincón,
para que los campesinos tuvieran manzanas que comer.

A través del bosque ¿quién va? ¿Quién va?


Es Juanito
¿Qué lleva? ¿Qué lleva?
Semillas Semillas

Llegó a un claro del bosque y plantó cuidadosamente sus semillas para que los caminantes tuvieran
que comer.

A través del parque ¿quién va? ¿Quién va?


Es Juanito
¿Qué lleva? ¿Qué lleva?
Semillas Semillas

También en los parques de las ciudades plantó sus semillitas y las regó con la fuente, para que los
niños tuvieran donde trepar y manzanas que comer

Siguió pronto su camino que fue muy muy largo, tan largo fue que un día llegó al mar, y ya no pudo
caminar más. Justo entonces le quedaba una sola pepita que plantó junto a la playa. Juanito
descansó y se puso otra vez a caminar, pero ahora de regreso a casa.

En los parques de la ciudad los arbolitos de manzanas ya tenían tamaño de su dedo meñique. Al
pasar por el bosque, tenían el tamaño de su mano, y más allá en el campo el tamaño de los
manzanos era como el de la punta de su dedo anular hasta su codo. Avanzó hasta el monte y se dio
cuenta que los manzanos ya eran grandes como su brazo entero. Siguió caminando y los árboles
cada vez eran más grandes, hasta que llegó finalmente a su casa donde los esperaba cariñosamente
su madre, para entregarle una rica manzana de su árbol, que ahora era tan grande como él.

Anda mungkin juga menyukai