Esta diminuta semilla, un tesoro heredado de los mayas y los aztecas, aporta
energía, proteínas de gran calidad y abundantes minerales y vitaminas del
grupo B. Por su sabor y textura gusta tanto a niños como a mayores.
Entre los cereales y pseudo cereales el amaranto ocupa una posición destacada:
con un 13,6% aporta casi el doble de proteínas que el arroz integral y supera al trigo
(11,4%), al alforfón (10%) y al mijo (10,5%).
Pero lo que hace al amaranto aún más extraordinario es el valor biológico de esas
proteínas, ya que incluyen todos los aminoácidos esenciales (los que el organismo
no es capaz de sintetizar y precisa recibir de los alimentos) en una proporción óptima
para ser asimilados.
El componente principal de esta semilla son los hidratos de carbono (59%), la gran
mayoría de los cuales se encuentran en forma de almidón. Y no vienen
acompañados de gluten como ocurre en otros cereales.
Rico en minerales
Campeón en escualeno
El amaranto en la cocina
Para cocerlo se precisa una proporción de dos tazas y media de agua por una de
semillas, aunque esto es solo aproximado, ya que fluctúa con la variedad.
Una vez cocido se puede usar, por ejemplo, para rellenar berenjenas,
calabacines o tomates, preparar croquetas o dar consistencia a sopas y salsas.
Se suele condimentar con pimienta negra, mostaza y cilantro, aunque también hace
buenas migas con laurel, ajo, ajedrea, tomillo o perejil.
En recetas dulces la miel es su mejor compañera. Con esta mezcla los mejicanos
preparan un dulce típico cuya receta apenas ha variado desde los tiempos de
Moctezuma: una nutritiva golosina llamada “alegría” que se ofrece en ferias y
tiendas ambulantes.
Puedes germinarlo
Harina de amaranto