Francesco Muzzioli
El encuentro con Juan Carlos Rodríguez fue extraordinario y, para mí, totalmente
imprevisto. Lo conocí gracias a la mediación de Rosario Scrimieri, que había asistido a
unos cursos en Roma y me lo presentó durante una convención en Madrid, en 1999. En un
período de atenuación y confusión de la izquierda, con conversiones al liberalismo e
invasiones de los pietismos hermenéuticos y escepticismos deconstructivos, incluso de
derivas pararreligiosas, no me esperaba encontrar un marxismo resistente, aguerrido y
riguroso como el de Juan Carlos. Fuerte en todos los terrenos: en el general de la teoría y en
el particular de la crítica. Esas dos vertientes estaban estrechamente enlazadas en su
pensamiento, desde una noción-clave, la de «matriz ideológica», una «articulación», un
«dispositivo» de fondo que caracteriza cada época, el gancho que mantiene unidas las
relaciones económicas y las concepciones culturales, y permanece fijado en el inconsciente.
Dicha «matriz» se refiere precisamente a la cuestión de la identidad, la respuesta a la
pregunta del «Yo soy». En la sociedad clásica, la «matriz» reside en la división
«Amo/esclavo»; en la sociedad feudal, en la de «Señor/siervo»; con el advenimiento de la
sociedad burguesa-capitalista, nos encontramos con el «sujeto libre». Pero la «matriz
ideológica» concerniente a nuestra época se escribe de la siguiente manera: «Sujeto/sujeto»,
es decir, con un Sujeto con mayúscula superpuesto a un sujeto subalterno que es explotado.
Se trata de un esquema aparentemente simple, elemental, pero que debe articularse a
continuación en cada ámbito, en la forma y en la sustancia, en el nivel consciente y en el
inconsciente. Respetando la especificidad y el desarrollo histórico: la particularidad de la
literatura y de la poesía. Una vez, en uno de nuestros encuentros posteriores, Juan Carlos
afirmó que el marxismo mismo no significa nada si no consigue explicarme el verso que
tengo frente a mí…
La cuestión es que, una vez establecida esa base, ese planteamiento, si se aplica de manera
radical, todo cambia de signo y es necesario reescribir todo. El marxismo se convierte en un
descarte absoluto respecto no solo del sentido común, sino también de la praxis del
pensamiento y de las tendencias de los estudios. La diferencia, Rodríguez la ha resumido en
la divergencia entre la perspectiva antropológica (por la cual existe el Hombre,
sustancialmente inmutable) y la visión de la «radical historicidad»:
Toda la obra de Juan Carlos Rodríguez nos ayuda a pensar la alternativa, la crítica del no.
No se trata de salvar la literatura, como piensan Harold Bloom y los muchos conservadores
del canon, nostálgicos de un pasado prestigioso, sino de contraescribir huyendo de los
mitos viejos y nuevos. Esto es, sin duda, una empresa complicada: si estamos dentro del
inconsciente ideológico, ¿cómo podemos liberarnos de él sin caer en una ilusión de
libertad? Precisamente en su intervención en la convención de Madrid donde le conocí,
Juan Carlos, indagando en la cuestión del sujeto psicoanalítico, abordaba este punto crucial
y decisivo:
Como se ve, estamos en el filo de una espada. No ofrece seguridad ni tampoco fácil
esperanza. La tarea, como repitió Juan Carlos en varias ocasiones, a través del aire «árido»
de Montale o el leopardo congelado de Hemingway, está «en el vacío y en el frío». Y aún
más ahora que nos ha dejado.