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Rouquié, Alain. ¿Qué es América Latina? . En: América Latina, Ed. SigloXXI. 1988.

Puede parecer paradójico comenzar a hablar de un "área cultural" mencionando la precariedad de su definición. Por
singular que pueda parecer, el concepto mismo de América Latina representa un problema. No es inútil pues intentar precisarlo, recordar
su historia y hasta criticar su uso. De empleo corriente hoy en la mayoría de los países del mundo y en la nomenclatura internacional, no
tiene todo el privilegio del rigor. Un poco al estilo del más reciente y muy ambiguo "Tercer Mundo", ese término a veces parece ser fuente
de confusión más que instrumento de delimitación preciso. ¿Qué se entiende geográficamente por América Latina? ¿El conjunto de los
países de América del Sur y América Central? Desde luego, pero según los geógrafos México pertenece a América del Norte. ¿Quizá para
simplificar debemos conformarnos con englobar bajo esta denominación a las naciones al sur del río Bravo? Pero entonces habría que
admitir que Guyana y Belice donde se habla ingles y el Surinam de habla holandesa forman parte de América Latina. A primera vista se
trata de un concepto cultural. Y nos inclinaríamos a pensar que cubre exclusivamente las naciones de cultura latina de América. Ahora
bien, aunque con Quebec, Canadá sea infinitamente más latina que Belice y tanto como Puerto Rico, estado libre asociado de Estados
Unidos, nunca nadie ha pensado incluirlo, ni siquiera al nivel de su provincia francohablante, en su subconjunto latinoamericano. Por eso
uno se interroga sobre la existencia misma de América Latina. De Luis Alberto Sánchez en Perú a Leopoldo Zea en México, los intelectuales
se han planteado la cuestión sin dar respuesta definitiva. Lo que está en tela de juicio no es sólo la dimensión unitaria de la denominación
y la identidad que encierra frente a la pluralidad de las sociedades de la América llamada latina. En efecto, en ese caso, para poner el
acento en la diversidad y evitar cualquier tentación generalizante, bastaría con eludir la cuestión hablando, como por lo demás se ha
hecho, de "Américas latinas". Este término tiene la ventaja de reconocer una de las dificultades, pero al precio de acentuar la dimensión
cultural. Ahora bien, también plantea un problema.

¿Qué abarca esta etiqueta ampliamente aceptada hoy? ¿De dónde viene? Las evidencias del sentido común desaparecen
pronto en el caso de hechos sociales y culturales. ¿Son latinas esas Américas negras descritas por Roger Bastide? ¿Latinas la sociedad de
Guatemala donde el 50% de la población desciende de los mayas y habla lenguas indígenas, y la de las sierras ecuatorianas donde domina
el quechua? ¿Latino el Paraguay guaraní, la Patagonia de los agricultores galeses, la Santa Catarina brasileña poblada de alemanes así
como el sur chileno? En realidad se hace referencia a la cultura de los conquistadores y de los colonizadores españoles y portugueses para
designar formaciones sociales de componentes múltiples. Se comprende así a nuestros amigos españoles y muchos otros que hablan más
fácilmente de América hispana, y hasta, para no ignorar el componente de habla portuguesa del que es heredero el gigantesco Brasil, de
Iberoamérica. En efecto el epíteto latina tiene una historia aun cuando Haití, francohablante en sus élites, puede hoy servir de coartada:
aparece en Francia bajo Napoleón III, vinculado al gran designio de "ayudar" a las naciones "latinas" de América a detener la expansión de
Estados Unidos. La desafortunada locura mexicana fue la realización concrete de esta idea grandiosa. La latinidad tenía la ventaja, al
borrar los vínculos particulares de España con una parte del Nuevo Mundo, de dar a Francia legítimos deberes para con esas "hermanas"
americanas católicas y romanas. Esa latinidad fue combatida por Madrid en nombre de la hispanidad y de los derechos de la madre patria,
donde el término América Latina sigue sin tener derecho de ciudadanía. Estados Unidos, por su parte, opuso el panamericanismo a esa
máquina de guerra europea antes de adoptar esa denominación vertical conforme a sus propósitos y que contribuyó a propagar.

Esa América conquistada por los españoles y los portugueses es bastante latina, al menos hasta 1930 en la formación de
sus élites donde la cultura francesa reina exclusivamente. ¿Quiere esto decir que esa América sólo es latina por sus "preponderantes" y
sus oligarquías, que la América del primer ocupante y de los de abajo que sólo recoge migajas de latinidad y resiste a la cultura del
conquistador representa por sí solo la autenticidad del subcontinente? Los intelectuales de la década de los treinta, particularmente en los
países andinos, que descubrían al indígena olvidado, desconocido, lo creyeron. Haya de la Torre, poderosa personalidad política peruana,
propuso incluso una nueva denominación regional: "Indoamérica". A primera vista, nos hallamos frente a una América marcada por la
colonización española y portuguesa (y hasta francesa en Haití) que se define por contraste con la América anglosajona. Así pues allí se
habla español y portugués en lo esencial, a pesar de florecientes culturas precolombinas y hasta de núcleos inmigratorios recientes más o
menos bien asimilados. Sin embargo la ausencia de Canadá (a pesar de Quebec) en ese conjunto y el hecho de que organismos
internacionales como el SELA o el BID incluyan entre los estados latinoamericanos a Trinidad y Tobago, Las Bahamas y Guyana dan al perfil
de la "otra América" una innegable coloración socioeconómica y hasta geopolítica.

Todas esas naciones, cualesquiera que sean su riqueza y su prosperidad, ocupan en efecto el mismo lugar en la
discrepancia Norte-Sur. Aparecen en vías de desarrollo o de industrialización y ninguna forma parte del "centro" desarrollado. Dicho de
otra manera, esos países se inscriben entre los estados de la "periferia" del mundo industrial. Pero tienen por añadidura varias
particularidades comunes. Todos dependen históricamente del mercado mundial como productores de materias primas y de bienes
alimentarios (en ello el estaño de Bolivia no es diferente de la nuez moscada de Granada), pero igualmente del "centro", que determina
las fluctuaciones de precios, les proporciona tecnología civil y militar, los capitales y los modelos culturales. Notable particularidad e
innegable factor de unidad, todos esos países situados en el "hemisferio occidental" se hallan a diversos niveles en la esfera de influencia
inmediata de la primera potencia industrial del mundo que es también la primera nación capitalista. Peligroso privilegio que ninguna otra
región del Tercer Mundo comparte. A este respecto, los 3 000 kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos constituyen un
fenómeno único. La famosa "cortina de tortillas" que fascina a millones de mexicanos candidatos a la inmigración clandestina en el país
más rico del planeta, forma una línea de demarcación a la vez cultural y socioeconómica excesivamente cargada de valor simbólico.

Si bien la definición latina del subcontinente no abarca integral ni adecuadamente realidades multiformes y en evolución,
no por ello podemos abandonar una etiqueta evocadora retomada hoy por todos y particularmente por los propios interesados
("nosotros los latinos"). Esos señalamientos tenían por único objetivo subrayar que el concepto América Latina no es ni plenamente
cultural ni solamente geográfico. Utilizaremos pues ese término cómodo, pero con conocimiento de cause, es decir sin ignorar sus límites
y sus ambigüedades. América Latina existe, pero sólo por oposición y desde fuera. Lo cual significa que los "latinoamericanos" en cuanto
categoría no representan ninguna realidad tangible más allá de vagas extrapolaciones o de generalizaciones cobardes. Lo cual significa
también que el término posee una dimensión oculta que complete su acepción.

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