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CAMINO A DAMASCO

Colección
Dame de beber

Retiros predicados por el presbítero


Manuel F. Pascual

1. El mirar de Dios es amar

2. Lo reconocieron al partir el pan

3. Si yo no tengo amor...

4. Certezas en la oscuridad

5. Camino a Damasco

Como un hombre cualquiera *

Andar en tu Presencia *

El arte de vivir *

* En preparación
Pbro. Manuel F. Pascual

Camino a Damasco

12 meditaciones
Diseño y composición: Alberto Azzolini y Adrián Broggini

Foto de Tapa: archivo Editorial Guadalupe

Editorial Guadalupe
Mansilla 3865
1425 Buenos Aires, Argentina
Tel. / Fax.: (054 11) 4826-8587
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Todos los derechos reservados
Impreso, en la Argentina
©Editorial Guadalupe, 2005
¡Gracias!
a todos los que me ayudaron
a ser y a hacer

EL AUTOR
Una guía para el Lector
A fin de poder identificar en forma sencilla y rápida las diversas
meditaciones de este volumen, hemos impreso, en el margen derecho
de las páginas impares, una serie de “manchas”, en forma escalonada
hacia abajo, que señalan con claridad el número de la meditación de la
que se trata en esas páginas.

1. “Camino a Damasco” 1

2. ”Tarso: el desierto es inevitable” 2

3. “Agar y Sara” 3

4. “He peleado el buen combate conservé la fe”


4
5. “La creación entera gime
5
y sufre dolores de parto”
6
6. “El amor no pasará jamás”

7. “Me hice todo a todos para ganar a algunos 7


a cualquier precio”

8. “Este es un gran misterio...” 8

9. “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé” 9

10. “Mi poder triunfa en la debilidad” 10

11. “No sabemos orar como es debido” 11

12
12. “¿Quién eres tú, Señor?”

7
8
Introducción

Como los niños, somos capaces de reír, jugar y dormir


cuando la madre está cerca. Así atravesó Jesús su noche, con
María al pie de su Cruz; así nació la Iglesia en Pentecostés,
con la silenciosa y confiada presencia de la Madre.

PBRO. MANUEL F. PASCUAL


Buenos Aires, julio de 2004

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10
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1ª meditación
“Camino a Damasco”

“Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte


contra los discípulos del Señor,
se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas
para las sinagogas de Damasco,
a fin de traer encadenados a Jerusalén
a los seguidores del Camino del Señor
que encontrara, hombres o mujeres”
(Hechos 9, 1-2).

Para poder vivir necesitamos tener una razón, un sentido,


una esperanza. Si uno no supiera que hay algo, alguien, una
razón para vivir, los seres humanos quedaríamos paralizados;
estamos constituidos de tal manera que no podemos
movernos sin una finalidad, sin un sentido.
Cuanto más profundo, más fuerte es un ideal o un proyecto,
cuanto más este implica el fondo y la totalidad de la per-
sona, más lo defendemos y más nos involucra. En ese ideal,
en ese proyecto, en ese sueño que acariciamos, está en juego
nuestra propia vida y también la de todos los que amamos.
No sólo para nosotros sino también para todos aquellos para
quienes vivimos; si deja de estar la razón de vivir, todo pierde
sentido.
Una persona está centrada, unificada, apasionada,
cuando tiene una razón profunda para vivir. Es tan potente
que todos los intereses se ordenan hacia esa gran razón. Todo
está ordenado a ella. Típico ejemplo en el plano humano: el
enamorado subordina todo al amor que encontró. Nosotros
podemos decir lo mismo: Jesús se convierte en aquella luz

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Manuel F. Pascual Camino a Damasco

que ordena, da valor a todos los demás valores y amores de


nuestra vida.
Cada generación y cada ser humano tienen un desafío
cuando empiezan a tomar conciencia de sí mismos, cuando
sueñan con resolver la existencia. Un día se dan cuenta que
la vida les fue dada, pero hay que resolverla. Hay que re-
solver la existencia; el temor más hondo es no hacer de su
vida algo que valga la pena, no vivir bien. Sentimos todos el
deseo de poder escapar de la mediocridad, del sin sentido,
del dolor, de la muerte. Y el desafío es: ¿podré librarme,
tendré que repetir tal cual lo que vivieron otros, o podré
aprender de sus aciertos y errores y podré proyectar una vida
mejor? Todos estamos metidos en este problema.
Todo parece decirnos que no es posible, que nadie escapa
al fracaso final, la muerte. Pero, sin embargo, el corazón nos
grita, nos implora que lo sigamos intentando. Esa es la
paradoja humana: conocemos bien el final y el corazón nos
grita: no es posible, no te resignes, algo vas a encontrar, todo
no puede terminar así, la muerte, el mal no pueden tener la
última palabra. Por más que la evidencia sea que el fracaso
está, el corazón no se resigna a las razones de la razón y
sigue gritando: buscalo, intentalo. ¡Qué difícil es saber
proyectar toda una vida con pasión, poniendo todo para
intentar vivir y cambiar la realidad y, al mismo tiempo, con
equilibrio realista, comprender que no todo lo vamos a poder
cambiar!
Pasión y realismo, ¡qué difícil! Uno conoce a muchos
apasionados que se dan golpes contra la pared y a muchos,
tan equilibrados, que nunca se apasionan por nada ni por
nadie. Quien es demasiado consciente de esto podría caer
en la tragedia. ¿Qué es la tragedia? Cuando uno tiene una
visión de la vida que ciertamente termina mal; en el fondo,
vivo, pero ya estoy muerto.
Desde Babel hasta hoy quienes no dialoguen con la
realidad intentarán alcanzar el cielo en la tierra. Quien es

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1ª meditación “Camino a Damasco”

demasiado consciente puede caer en la tragedia (como el


antiguo mito de Sísifo, condenado a llevar una enorme pie- 1
dra a la cumbre de una montaña de donde volvía a caer).
De allí a la desesperación hay solo un paso. La desesperación
puede tomar forma de apatía total, de total inactividad -“to-
tal… ¿para qué?”-, o también puede tomar una forma más
fina, que parece todo lo contrario: el empecinamiento. Intento
desesperadamente llevar a cabo mi proyecto -o mi manotazo
de ahogado-, sin querer mirar la realidad; ya no escucho, ya
no miro.
Algo de esto padecía el joven Saulo. Se había tomado en
serio su vida, era un joven honesto, apasionado, que quería
vivir, ser feliz, por eso se alistó en el grupo de Gamaliel, el
sabio maestro de Israel. Era un joven que tenía ideales
profundos, por eso había buscado a un hombre sabio, y a
sus pies quería formarse. Sabía ser discípulo porque quería
aprender. Era fariseo de estricta observancia, de los que tratan
de cumplir la ley y defenderla hasta el fin. El ideal de Saulo
era el ideal que le había entregado la Escritura: cumpliendo
la ley alcanzo la salvación.
Un día, Saulo es testigo de algo que hubiese preferido no
ver. Presencia la muerte de Esteban.
“Ellos (algunos miembros de la sinagoga de Los
Libertos) comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos,
se precipitaron sobre él como un solo hombre; y
arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los
testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven
llamado Saulo. Saulo aprobó la muerte de Esteban”
(Hechos 7, 57-58; 8, 1)
Es verdad que no participa activamente (cf. Hechos 7, 58),
pero es cierto que aprueba su muerte (Hechos 8, 1). Aquí ya
no puede seguir a su maestro:
“Un fariseo, llamado Gamaliel, que era doctor de
la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en

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Manuel F. Pascual Camino a Damasco

medio del Sanedrín” […] y dijo: “Israelitas, cuídense


bien de lo que van a hacer con esos hombres. […] Por
eso, ahora les digo: No se metan con esos hombres y
déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer
viene de los hombres, se destruirá por sí mismo, pero
si verdaderamente viene de Dios, ustedes no podrán
destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una
lucha contra Dios” (Hechos 5, 34-35. 38-39).
Cuando un hombre es sabio no quiere cerrar nunca las
puertas, sabe que la realidad tiene caminos que escapan a
la lógica. Este hombre que sabía mucho de Dios y de la Biblia,
y no quería encasillar a Dios diciendo: “Él tiene que obrar
así”, y sabía que el tiempo es un gran amigo de Dios. Porque
el tiempo pone de manifiesto normalmente qué es de Dios y
qué no lo es; lo que es verdad y lo que no lo es. Un sabio
sabe que el tiempo es el único que pone de manifiesto la
verdad, eso que tan bellamente decía Jesús:
“Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen
uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo
árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo
produce frutos malos. Un árbol bueno no puede
producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos
buenos” (Mateo 7, 16-18).
Gamaliel sabe esperar, es capaz de estar abierto, el joven
Saulo no, eso le da inseguridad, amenaza su proyecto de
vida al cual estaba aferrado desesperadamente. Cuando uno
es joven tiene miedo a la inseguridad, tiene miedo que
afirmar otra cosa de la que piensa sea decir que lo que piensa
es falso. Cuando uno es muy inseguro es muy fanático.
Cuando uno es seguro, no se asusta que aparezcan otras
opiniones, otras ideas, que el mundo cambie porque, si estoy
seguro, mis valores no cambian, mi Dios no cambia. En el
fondo puedo estar abierto al movimiento sólo cuando tengo
certezas. Este joven que era inseguro, tenía miedo. Aquí más
que parecido a Gamaliel es parecido al joven Moisés que,

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1ª meditación “Camino a Damasco”

también con violencia, defiende y hace justicia. Es normal


que en la juventud se sea apasionado y violento. 1
En cambio, Gamaliel -y el joven Saulo cuando llega a ser
el anciano Pablo-, saben ser sabios abiertos, pacientes.
También, como Moisés, necesitará Saulo un largo proceso
para adquirir flexibilidad que no es lo mismo que blandura
o falta de convicción. Flexibilidad es la capacidad de vivir
haciendo menos resistencia a Dios y a sus misteriosos caminos,
es la capacidad de convivir con otros, es la capacidad de
vivir en una realidad compleja. ¡Cuántas veces lo que parece
fidelidad, es decir alguien que está cerrado en sus proyectos,
es una inseguridad que se autoafirma. En cambio, quien ha
aprendido a ser flexible ha aprendido a hacer menos
resistencia a un Dios imprevisible, y sabe abrazar la realidad
como viene. Ser flexible es ser capaz de vivir con otros, con
otras personas que son distintas, es la capacidad de vivir en
la realidad y no siempre luchando contra ella.
Pero Saulo había visto algo que ya no podía negar, había
visto a un hombre morir amando a sus verdugos.
“Mientras lo apedreaban, Esteban […] exclamó en
alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado».
Y al decir esto, expiró” (Hechos 7, 59.60).
¿Qué vio Saulo? Que en Esteban había fortaleza y dulzura.
No la fortaleza del empecinamiento, sino fortaleza y dulzura,
que es muy distinto. Una cosa es ser un cabeza dura y otra
cosa es la constancia y la firmeza que da el amor, “el amor
es más fuerte que la muerte” (Cant. 8). La verdadera fortaleza
y la verdadera constancia no son las de un cabeza dura, sino
las de alguien que tiene amor. El amor no cansa ni se cansa.
Es paciente y servicial, no pasa nunca. Es diferente y Saulo se
había dado cuenta de ello.
Hay cosas que uno cree que no son posibles hasta que las
ve o las padece. Y Saulo no había visto caridad, sino empe-
cinamiento, pero nunca había visto esta misteriosa comunión:

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Manuel F. Pascual Camino a Damasco

fortaleza y dulzura. En cierta educación donde primó la


fortaleza, se perdió la dulzura, y en educaciones donde se
dio demasiado espacio a la dulzura, hay blandura. En la
caridad es el único lugar donde encontramos un fuerte dulce.
Acá hay todo un proyecto de vida, sobre todo femenino y de
la vida consagrada. ¡Qué difícil es la verdadera fortaleza
que da el amor, pero es la única que no quita feminidad sino
que la consagra!
Entonces Saulo acaba de ser testigo de un martirio,
acababa de ver a un mártir, es decir a un testigo de Alguien
al que él todavía no conocía pero que era la real amenaza
para su vida. Acaba de ver a un testigo de quien va a ser su
verdadero problema en la vida: Jesús. Saulo tiene su primer
encuentro con Cristo a través de un testigo, no en el camino
a Damasco, como solemos pensar. El primer encuentro de
Saulo con Jesús fue a través de un mártir. Muchos hombres
sólo se van a encontrar con Cristo en el camino a Damasco
si se encontraron con un testigo previo que preparó el camino.
La amenaza era tan real o la herida era tan profunda frente
a ese martirio, que Saulo se enceguece de furia y pasa a la
acción: ya no quiere ser un simple testigo que cuida mantos,
quiere él mismo ser perseguidor y así pide permiso a las
autoridades para llevar atados a Jerusalén a los “Seguidores
del Camino” (¡qué lindo nombre para los cristianos!), sean
hombres o mujeres. Pero Saulo ya está como los grandes
árboles que todavía están en pie, pero que a los hacheros
sólo les falta el golpe final para derribarlo. Saulo estaba
todavía de pie, pero ya estaba herido de muerte, en el
encuentro con Cristo, a través del testigo Esteban.
Ese golpe lo recibe rumbo a Damasco. Curiosamente será
una luz la que lo cegará. ¡Qué paradoja! La luz nos permite
ver todas las cosas pero, en exceso, hiere y ciega. El mismo
efecto de la oscuridad, de no ver, lo puede provocar el exceso
de luz. Por eso un místico, un hombre de Dios, puede estar
ciego. En nuestro proceso espiritual, es normal que quedemos

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1ª meditación “Camino a Damasco”

a oscuras por exceso de luz y no por falta de fe. ¡Qué extraño


que la luz que nos permite ver todas las cosas, ella misma 1
sea capaz de herir y de cegar! Una manera de cegar es ver
que no se veía, como cuando la verdad pone de manifiesto
el error o el mal; así por ejemplo en el relato del ciego de
nacimiento (Juan 9). Puede ser también de otra manera,
cuando la verdad nos pone de manifiesto ya no el error o el
mal, sino la insuficiencia de lo comprendido o lo relativo de
lo vivido. Así por ejemplo en el caso de Job:
“Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto
mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el
polvo y la ceniza” (Job 42, 5-6).
Perdón Señor, te conocía sólo de oídas, era verdad que
sabía algo de Vos, pero sólo de oídas. Ahora que te vi me
doy cuenta que era ignorante. O María, nuestra Madre,
cuando en la Anunciación se encuentra con el Ángel y su
mensaje. María se da cuenta que sabía poco, Ella sabía del
Dios de Israel pero se acaba de enterar del Padre, del Hijo a
quien llevará en su seno, y del Espíritu que la hará fecunda.
“El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo
descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado
Hijo de Dios»” (Lucas 1, 35).

****

Saulo “mientras iba caminando, al acercarse a


Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de
improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó
una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?». «Yo
soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué

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Manuel F. Pascual Camino a Damasco

debes hacer». Los que lo acompañaban quedaron sin


palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos
abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo
llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin ver, y sin
comer ni beber” (Hechos 9, 3-9).
Saulo cayó en tierra en este encuentro con la luz, y este
caer en tierra es mucho más que caer del caballo. “Me
derrumbé, me caí”, es mucho más profundo. Se cayó mi
manera de pensar, de vivir, mis ideales, mi fuerza: me
derrumbé. Si andar erguido es lo propio del ser humano con
respecto al animal, caer significa ser derribado en lo más
propio. Esto pasa cuando Dios nos sale al encuentro. Por eso
no es extraño que en una Profesión, en la Ordenación, en
Cuaresma, para rezar, lo mismo que Jesús en Getsemaní,
uno se postre. Muchos hemos necesitado rezar boca abajo,
tirados en el piso, como queriendo expresar hasta con el
cuerpo: “Señor, no soy nada, soy polvo, me derrumbé”.
El mismo Pablo, más tarde en su carta a los romanos va a
decir:
“Pero tú, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Puede
el objeto modelado decir al que lo modela: Por qué
me haces así? ¿No es el alfarero dueño de su arcilla,
para hacer de un mismo material una vasija fina o
una ordinaria?” (Romanos 9, 20-21).
Saulo va a tener que aprender. Dios nos sale al encuentro
no para humillarnos sino para plenificarnos. Nos quiere
invitar a la conversión, es decir: “¿por qué no intentás dejar
de ser feliz tú solo y trabajamos juntos?”. En última instancia
la conversión significa intentar vivir con Dios y dejar de hacerlo
solos. No es Dios que quiere venir a irrumpir a nuestra vida y
destruirnos, sino es el Dios que sale al encuentro y nos dice
“¿por qué no me dejás que te dé la mano, por qué no vamos
conversando en el camino y lo hacemos juntos?, yo vengo
para ayudarte, yo quiero intentar lo mismo que estás

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1ª meditación “Camino a Damasco”

intentando vos, ayudarte a ser pleno y feliz”.


La conversión no es fácil; Dios es el único que sabe en qué 1
momento nos va a visitar para derrumbarnos. Un camino
formativo puede poner etapas: postulantado, noviciado,
juniorado, puede asignar fines a estas etapas. Pero nosotros
no podemos proyectar cuándo será la hora de la conversión
profunda, ni siquiera en la formación permanente. Es Dios el
único que sabe cuándo la persona está madura, cuándo está
madura para ponerla en crisis, cuándo está madura para
soportar que se le caiga todo y no destruirse: sólo Dios es
quien sabe esto, porque puede ser tan fuerte la crisis que, en
vez de mejorar, puede echar a perder todo. La conversión es
algo así como la diferencia entre lo simplemente dado y lo
hecho en común, el proyecto del hombre y de Dios no como
caminos paralelos o antagónicos, sino como un punto común
(por ej.: la roca y el escultor). Hace falta mucho tiempo para
que estemos maduros para este encuentro. Esta crisis es cru-
cial: o madura o destruye.
A veces el médico nos dice: conviene no operar aunque le
duela la espalda; a ver si muere en la operación, puede ser
peor el remedio que la enfermedad. Sólo Dios es el Médico
profundo del hombre, Él sabe cuándo a una persona la puede
dejar entrar en una crisis profunda. Por eso el tiempo y la
ocasión la eligen sólo Dios, que sabe quiénes somos. Algo
de esto tiene el paso crítico de una edad a otra o las
circunstancias fuertes de la vida. Y ese encuentro de Saulo
rumbo a Damasco nos tiene que pasar a nosotros también,
pero las circunstancias van a ser diferentes.
Tampoco hay que imaginarla puntual e igual para todos.
Hay una graduación (por ej. la noche del sentido y la del
espíritu) y una gran diversidad de formas según cada per-
sona. ¿Cuáles pueden ser nuestras circunstancias? Por
ejemplo: un fracaso, una enfermedad, un error, un grave
pecado, un momento fuerte de oración, se nos pueden caer
esquemas mentales, afectivos, imágenes de Dios (fe,

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Manuel F. Pascual Camino a Damasco

esperanza, caridad), imágenes de nosotros mismos o del


prójimo. Son verdaderas crisis existenciales. A veces, ilu-
sionados, al sentir alguna mejoría, pensamos “ya pasó”, pero
sin embargo, no es así.
Las verdaderas crisis existenciales no se dan cuando me
siento mal o fui a un retiro y salí perfecto, la verdadera crisis
existencial es cuando tomé conciencia de problemas, heridas
o de abismos que no se van a retirar nunca más, que esa
herida me va a acompañar toda la vida. Lo que sí es cierto
es que podré vivirla de otra manera, pero esa herida no va a
cambiar hasta el fin, hasta el encuentro con Jesús en la
eternidad. La verdadera mejoría es muy lenta, lleva toda la
vida. Solo se vuelve a encontrar equilibrio en Él, en la otra
orilla.
“¿Quién eres tú, Señor?”, es la pregunta de Saulo. “Yo soy
Jesús a quien tú persigues”. Saulo dice: “Señor” y el Señor
dice: “Jesús”. Saulo lo aleja, lo vive a Dios como trascen-
dente, como lejano, misterioso, y el Señor le responde “Yo
soy Jesús”. Jesús le responde con un nombre que implica
cercanía, humanidad, visibilidad. Saulo padece la trascen-
dencia de Dios, Dios lo introduce en la máxima trascendencia
que es su inmanencia, su capacidad insuperable de cercanía,
lo introduce en el misterio de la encarnación. Dios es tan
distinto al hombre que el hombre jamás se imaginó que Dios
iba a terminar haciéndose hombre. Para entenderlo, ya no
hay que mirar al cielo, sino al rostro de este hombre. “Yo soy
Jesús a quien tú persigues”. El Dios Altísimo a quien tus pa-
dres buscaron en el Sinaí, ahora aprendelo a descifrar en el
Rostro de Jesús. Y esa va a ser la herida de Saulo hasta el fin
de su vida, poder entender el rostro humano de Jesús.
Todo hombre persigue a Jesús sin saberlo; lo busca de mil
modos; todo hombre busca ser feliz, todo hombre está
intentando escapar a la muerte. Son estas otras tantas
maneras de decir que todo hombre está intentando encontrar
el camino, la verdad y la vida. Pero también Jesús persigue

22
1ª meditación “Camino a Damasco”

al hombre. “Los amigos se encuentran a mitad de camino”.


Lo bueno es que Dios también está buscando al hombre. 1
También Dios va a irrumpir misteriosamente en la vida de
cada persona para posibilitarle un encuentro que le permita
vivir sin desesperar. ¡Qué bueno que no sólo estamos nosotros
intentando alcanzarlo, Él está al acecho nuestro, intentando
encontrarnos!
“Levántate”, le dice Jesús. La verdadera humildad no es
quedarse postrado en la tierra sintiéndose pobre y pecador;
la verdadera humildad sólo se alcanza de pie ante Dios, sólo
se conoce en este incomprensible dejarse amar como uno
es, como uno está. Consciente de mi pobreza y de mi pecado,
animándome a dar la cara a un Dios que me busca para
sanarme. Es menos humildad esconderse en un rincón, que
mirar a la cara, como pobre que se es, a quien me intenta
salvar. Es más fácil huir a un rincón, que sufrir la humillación
de mirar a los ojos, con conciencia de mi pobreza, al que se
me acerca para sanarme. La verdadera humildad es ponerse
de pie, es buscar, es dejarse encontrar.
¿Qué le dice el Señor?: “Entra en la ciudad”. O mejor
dicho, sal de tus caminos y entra en mí camino. Dejá de
intentar vivir tu proyecto e incorporate, humilde, al mío. ¡Qué
liberador sería si entendiéramos esto!: dejá de intentar vivir
desesperadamente tu proyecto y entrá sereno al mío, que
hay lugar para vos; en mi plan de salvación estás incluido,
eso nos quiere decir Jesús. Convertirse significa: “entregate
pobre a mis caminos y creé que me estoy ocupando de vos:
vos formás parte de mi sueño”.
“Allí te dirán qué debes hacer”. La conversión implica la
pobreza; es la dura y liberadora escuela de tener que
aprender a escuchar. Convertirse es vivir teniendo que estar
a la escucha de un Dios que nos va a ir señalando el camino,
incluso y sobre todo, a través de personas y acontecimientos.
“Te dirán qué debes hacer”; soportá todas las oscuridades,
ya que tuviste la luz de saber que estoy. Sólo soportan las

23
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

oscuridades del camino los que tiene la certeza de que Dios


está en el camino.
No sólo tener que escuchar. Saulo no veía nada..., había
quedado ciego, lo llevaron de la mano’, como a un niño
perdido, como Jesús le profetizó a Pedro:
“Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te
vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo,
extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a
donde no quieras” (Juan 21, 18).
A Saulo y a Pedro se les dice lo mismo. No es tan extraño
que en nuestra vida nos vaya pasando esto. Esa es la
pedagogía de la fe y sobre todo de la obediencia religiosa.
Más aún, esa es la pedagogía de Dios con todo hombre a
través de las circunstancias de la vida. No somos los únicos
que obedecemos. Todo hombre tiene que estar obedeciendo
la realidad bajo muchas circunstancias crudas.
A los tres días Saulo recuperará la vista y podrá comer y
beber. “tres días sin ver, y sin comer ni beber”, una verdadera
experiencia pascual. La conversión es una verdadera
experiencia pascual. Para resucitar hay que morir. Cada
conversión, cada paso de la vida no hay que extrañarse de
que tenga algo de muerte y de oscuridad.
“Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado
Ananías, a quien el Señor dijo en una visión:
«¡Ananías!». Él respondió: «Aquí estoy, Señor». El Señor
le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa
de Judas a un tal Saulo de Tarso. Él está orando y ha
visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que
entraba y le imponía las manos para devolverle la
vista». Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos
que este hombre hizo un gran daño a tus santos en
Jerusalén. Y ahora está aquí con plenos poderes de
los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos
los que invocan tu Nombre». El Señor le respondió: «Ve

24
1ª meditación “Camino a Damasco”

a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí


para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes 1
y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que
padecer por mi Nombre»” (Hechos 9, 10-16).
Ananías, desconcertado, le responde: “Señor, es un
perseguidor…”, pero Jesús le dice “Ve a buscarlo, porque es
un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas
las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver
cuánto tendrá que padecer por mi Nombre”. Como diciendo:
no te preocupes que Yo lo voy a educar, yo lo voy a pulir.
Nuestro Maestro de Novicios es Dios, nuestro noviciado no
acabó. Tenemos a Alguien que sabe quiénes somos, que sabe
para qué nos llamó y que sabe todo lo que nos hará vivir
para poder estar a la altura de esa misión. Descansemos
sabiendo que alguien que nos ama vela sobre nuestras vidas
y sabe lo que nos conviene vivir.
“Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le
dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor Jesús -el mismo
que se te apareció en el camino- me envió a ti para
que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo».
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de
escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado.
Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo
permaneció algunos días con los discípulos que vivían
en Damasco” (Hechos 9, 17-19).
¡Qué linda expresión, “me envía Jesús, el que se te apareció
por el camino por donde venías, no por el camino que vas a
seguir, sino el camino por donde venías”! ¡Qué bueno si lo
aplicamos a nosotros, a ver si el camino por donde volvemos
no es el mismo por el que veníamos. Jesús, el que se te
apareció en el camino por donde venías para que recobres
la vista y seas lleno del Espíritu Santo! Así Saulo fue bautizado,
tomó alimento y recobró las fuerzas. Ser padre o madre no
es sólo dar la vida, dar a luz; es hacerse cargo, es acompañar,
alimentar. Dios es Padre y Madre, no sólo es quien encuentra

25
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

en el camino a Damasco, sino quien vela por Saulo para


que tenga quien lo eduque y lo alimente. En otras palabras:
Dios, en su providencia, tiene previsto los medios necesarios.
Dios es providente y tiene previsto para Saulo quién lo va a
educar, quién lo va a alimentar. El mismo Pablo, años más
tarde, engendrará Iglesias con su predicación, pero también
las alimentará y las fortalecerá con sus cartas y sus visitas.
¡Qué bueno es saber esto: alguien va a proveer todo lo
que nos haga falta en el camino!. Podríamos dar testimonio
ya de cómo el Señor fue poniendo personas, circunstancias,
que nos fueron alimentando para llegar hasta hoy. La pena
es que seguimos dudando de si mañana aparecerán otros
que nos irán dando lo necesario para llegar hasta el fin.
Pablo siempre recordará el encuentro de Damasco como
una gracia, un encuentro fundamental o tal vez “el” encuentro
de su vida. Pero también con dolor sereno y transfigurado
siendo anciano nos dirá:
“Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino
al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor
de ellos. Si encontré misericordia, fue para que
Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia,
poniéndome como ejemplo de los que van a creer en
él para alcanzar la Vida eterna” (1Timoteo 1, 15-16).
Recuerdo de gozo, de sereno dolor y de humildad al
descubrir que Dios perdonándolo a él, que era un pecador, y
sosteniéndolo. Aún con sus heridas y sus pecados, va a ser un
testigo, a lo largo de su vida, para animar a los otros
pecadores, que somos nosotros, para que no nos hundamos.
Y esto tal vez nos pueda dar la clave de por qué somos
tan pobres: porque tal vez nuestra pobreza quiere ser puesta
por Dios como testimonio para los demás. ¡Qué lectura de
fe! No desesperar de ser el pobre que somos. A lo mejor esta
pobreza es un instrumento de Dios para animar a los demás;
pero una pobreza que ya no tiene que ser vivida con rabia e

26
1ª meditación “Camino a Damasco”

impotencia sino con serena humildad y gozo, sabiendo que


Dios nos quiere así. Eso significaría haber entendido. 1
Con María y como María estemos abiertos al Dios que
busca al hombre para procurar su salvación. A Saulo lo tuvo
que derribar, a María la encontró esperando. ¡Qué lindo si a
nosotros, Dios, cuando nos busca, no nos tiene que derribar
con violencia, sino que nos encuentra, como a la Virgen,
aguardándolo!

27
2ª meditación
“ Tarso: el desierto es inevitable”

“Sus hermanos, al enterarse,


lo condujeron a Cesarea
y de allí lo enviaron a Tarso”
(Hechos 9, 30).

¡Qué confianza, y con que dignidad nos trata Dios, nuestro


Padre, ya que al crearnos nos invitó a ser con Él artífices del
mundo y de nosotros mismos! Cuando en el Génesis Dios, al
crear al hombre a su imagen y semejanza, le dice: somete la
tierra, nos invita a ser creadores con Él. ¡Qué delicadeza esto
de que el Creador nos creó creadores, no sólo de las cosas,
que ya hubiera sido mucho, sino que nos regaló la libertad
para que nosotros seamos también con Él artífices de nosotros
mismos. Uno, al fin de su vida, va a ser el fruto de su libertad,
de la libertad de Dios y de aquellos que estuvieron cerca de
nosotros. Éste es el peso de la dignidad humana: Dios nos
creó con capacidad de crear. Una tarea tan propia de Dios,
como crear y dar vida, también nos la confió a nosotros. ¡Qué
grandeza la del hombre! Pero también nos creó con
capacidad de amistad, de encuentro, de gratuidad, de
percibir y gozar la belleza, de descubrirlo a Él y a los demás.
El hombre es aquel que no sólo se mueve para buscar lo
que necesita, sino es capaz de tener encuentros gratuitos con
la creación, con los demás. Dios nos creó con capacidad del
séptimo día, es decir, no sólo de hacer sino de gozar de lo
que está, de mirar, de contemplar, de maravillarnos, de
descubrirlo a Él, de maravillarnos ante la belleza, de
maravillarnos ante los demás. El hombre es capaz de
detenerse y de adorar, de dar gracias por lo gratuito, por lo
bello, por lo delicado.

29
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Todo don, todo regalo, toda capacidad implica una


responsabilidad, todo don tiene una contra cara de riesgo,
¿Cuál sería el riesgo de esta capacidad de admiración, de
gratuidad? Un ejemplo muy clásico: cuando uno quiere
hojear el origen de la filosofía, del pensar humano, de la
reflexión sobre el sentido de la vida, se encontrará con esta
expresión: el ocio es la madre de la filosofía. Para pensar en
el sentido profundo de las cosas hace falta también tener
tiempo, no tener siempre la mano en el arado; el que tiene
que estar trabajando siempre con intensidad, tiene poco
tiempo para pensar en las cosas profundas. Si no tengo una
cierta quietud, si no hay un tiempo de ocio y de gratuidad,
difícilmente podré entrar en contacto con esa dimensión más
profunda que todos tenemos pero que puede quedar
escondida, en segundo plano, si nos falta el ocio. Pero también
hay otra expresión muy clásica: el ocio es la madre del vicio.
San Pablo tiene una expresión muy elocuente: “no hacen nada
y andan metiéndose en todo”.
“Ahora, sin embargo, nos enteramos de que algunos
de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y
entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los
exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz
para ganarse su pan” (2 Tesalonicenses 3, 11).
La pasividad puede terminar costando cara al hombre en
un mundo donde hay que ganar el pan “con el sudor de la
frente”. ¿Cuál es la contra cara de esta capacidad de
contemplación, de gratuidad, de belleza? Sería el ocio en el
mal sentido que nos puede llevar a no hacer nada, a no
cultivarnos, a no llevar a su plenitud al ser humano que somos,
a no transformar a la Iglesia, al mundo: la pasividad puede
hacernos mal.
Pero también la capacidad de crear tiene sus riesgos.
Cuando nos olvidamos que el trabajo es colaboración con
Dios, también corremos un riesgo y tal vez mayor. Es difícil
para el hombre, tan pequeño e insignificante, creer que Dios

30
2ª meditación “Tarso: el desierto es inevitable”

se esté ocupando de él. Por eso la desconfianza nos puede


llevar a creer que si no hacemos algo nada pasa. Nos da la
sensación de que si todo no está en nuestras manos y no es
fruto del esfuerzo es imposible la santidad, es imposible que 2
cambie la comunidad, la vida, etc. ¡Qué misterio! Trabajar
mucho puede esconder una honda falta de fe. Si sabemos
discernir veremos que no siempre el que trabaja mucho es
porque tiene un corazón amante e incansable: muchas veces
trabajar mucho esconde el temor a que Dios no provea lo
necesario. Por eso el que no tiene fe, al que le cuesta adorar,
no puede descansar en el sentido más hondo de la palabra.
Descansar en el amor de Dios, en su Providencia.
Qué linda experiencia la de hacer algo y ver los resultados,
la obra acabada. Un ejemplo desde lo más simple: cuando
una cocinera presenta un plato en la mesa y le salió rico y
bien, es una satisfacción. ¿Se acuerdan de Gaudete in
Domino?, Pablo VI decía que parte integral de la alegría
cristiana es la alegría de las pequeñas cosas, del deber
cumplido, la satisfacción de hacer algo bien.
“Sería también necesario un paciente esfuerzo de
educación para aprender o aprender nuevamente a
gustar con simplicidad las múltiples alegrías humanas
que el Creador pone en nuestro camino: la alegría
exaltadora de la existencia y de la vida; la alegría del
amor casto y santificado; la alegría pacificadora de
la naturaleza y del silencio; la alegría, a veces austera,
del trabajo esmerado; la alegría y la satisfacción del
deber cumplido; alegría transparente de la pureza,
del servicio, de la participación; la alegría exigente
del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, comple-
tarlas, sublimarlas: pero non puede despreciarlas. La
alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías
naturales. Muy seguido Cristo anunció el Reino de Dios
partiendo de estas alegrías.”
Uno se va a dormir distinto cuando en el día tiene la

31
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

sensación de que hizo algo bueno, que a alguien le sirvió,


que algo nos salió bien. Pero ¡qué peligroso también
refugiarse en esa experiencia para encontrar seguridad!
Cuántas veces nos tenemos que ir a dormir con el sinsabor
de no saber si lo que hicimos hoy, le sirvió a alguien o no. Si
me voy a dormir triste porque no lo sé, porque tengo la
sensación que hoy no hice nada importante, en el fondo, me
falta confianza y humildad. Sólo me iría a dormir tranquilo si
tuviera la sensación psicológica de que hice algo bueno y
esa sensación es ambigua, es una seguridad humana. Lo
bueno sería que me fuera a dormir tranquilo porque Dios es
mi Padre y no sólo porque las cosas me salieron bien. Es un
hilo fino, una línea muy delgada pero que marca con sutileza
espiritual el riesgo de poner nuestra seguridad en lo que
hacemos.
Por eso la noche es amiga de Dios ya que nos obliga a
entregarnos, a volver a ser como niños, a abandonarnos a
los brazos de Dios. Hasta los más trabajadores se tienen que
ir a dormir. Hay un momento en el cual uno tiene que poner
todo en manos de Dios; cada día, al ir a dormir, tenemos
que ensayar la muerte, tenemos que ensayar la partida de
este mundo, hay que terminar la tarea, hay que ir a descansar.
Más positivo, hay que volver a ser como niños todas las noches
y decir: no puedo, estoy cansado, y tengo que abandonar mi
tarea, abandonarme en los brazos de Dios. La Escritura dice:
“Es inútil que ustedes madruguen; es inútil que velen
hasta muy tarde y se desvivan por ganar el pan: ¡Dios
lo da a sus amigos mientras duermen!” (Salmo 127,
2).
Jesús nos decía:
“El Reino de Dios es como un hombre que echa la
semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de
noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin
que él sepa cómo” (Marcos 4, 27).

32
2ª meditación “Tarso: el desierto es inevitable”

Como diciendo, ser hombre y saber adorar es saber ir a


dormir.
¡Qué difícil es ser hombre y sostener simultáneamente tanta
grandeza y tanta pequeñez al mismo tiempo, tanta capacidad 2
y tanta experiencia de fragilidad; qué difícil el equilibrio!
Aunque nos cueste reconocerlo, en la medida en que somos
más conscientes, más adultos, nos cuesta el silencio, el estar,
jugar, perder el tiempo, abandonarnos. ¿Por qué? porque en
realidad le tenemos miedo al vacío, esa experiencia trágica
que traen los años, lo probé todo y nada llena.
“Todo el esfuerzo del hombre va a parar a su boca,
pero el deseo no se satisface jamás” (Eclesiástico 6,
7).
Qué dura es la experiencia del hombre que de pronto se
da cuenta del temor que la vida sea como el juego de la
zanahoria, va corriendo detrás de algo que cuando lo atrapa
se muestra insuficiente de llenar el corazón. Cuando uno está
en silencio, cuando uno evalúa la vida, uno tiene miedo de
tener esta experiencia, miedo a la soledad. Pasaron los años,
“Señor, me entregué, amé a los demás, pero cuando me
callo, ¿dónde están mis hijos, mi familia?”. Tenemos miedo
que la soledad aparezca como una sombra y nos haga pensar
que tal vez nuestra vida fue estéril. Tenemos miedo al
aburrimiento, al no saber qué hacer, a sentir ansiedad,
desesperación, a enfrentarse a la propia historia, que a veces
no nos gusta, o a enfrentar nuestra grandeza que a veces nos
asusta. Cuando uno se calla y se pone a rezar, uno recuerda,
el corazón nos recuerda que queríamos hacer de la vida algo
grande, maravilloso o que estamos llamados a la santidad.
Es duro tomar conciencia de nuestra grandeza, nos da miedo
recordar que somos llamados a algo tan alto, y tenemos
miedo de no poder responder.
Al hacer silencio, tenemos miedo de encontrarnos con
nuestra insignificancia, de darnos cuenta que somos un pobre
ser humano. Un pobre ser humano que mañana puede morir.

33
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

La vida va a seguir, alguno llorará..., un ser humano insig-


nificante. Tenemos miedo, en el silencio, de encontrarnos con
la tensión entre el ya y el todavía no; ser hombre, ser un ser
humano es estar siempre tensionado, entre que ya estamos
con el Señor y todavía no, ya me convertí y todavía no, ya
empecé a cambiar y todavía no, ingresé al convento y todavía
no. Esto que lo sabemos todos es difícil de tenerlo presente, y
el silencio lo hace presente. Tenemos miedo a seguir
esperando y muchas veces experimentar sólo la nada y el sin
sentido de todo: ¿seguir esperando qué?, ¿qué me puede
entusiasmar a esta altura de la vida? Tenemos miedo a perder
esto que somos y tenemos, miedo al futuro. En otras palabras,
no somos tan tontos y nos cuesta estar en silencio, y darnos
cuenta de lo complejo que es vivir.
Pablo, como todo converso o novicio, quiere cambiar todo
ya, se encontró con Jesús en el camino a Damasco. Todavía
no sabe todo lo que le falta para terminar de comprender a
Jesús y al mundo. ¡Qué complejo es todo! La levadura es
buena, pero fermentar la masa llevará tiempo, lágrimas y
también sangre; no es cuestión de soplar y hacer botellas, la
tarea era mucho más compleja.
“Sus hermanos al enterarse (que querían matarlo), lo
conducen a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso”. Sucede lo
inexplicable, lo inesperado. Cuando parecía que había
llegado la hora de la acción, que había un apóstol con
énfasis, con fuerza, con una vitalidad que no tenían los doce
en ese momento, Saulo va a tener que ir a Tarso. Qué
misteriosos son los caminos de Dios; en vez de llegar la hora
de la acción, había llegado otra hora, comienza la hora de
la profundización. Una hora a la que todos estamos, tarde o
temprano, citados. Dicho de otro modo: el acero tendrá que
estar bien templado para la tarea que le espera, el acero
tenía que estar muy duro, porque le esperaba una tarea muy
dura, iba a tener que pasar muchas veces por el fuego antes
de entrar a la acción definitiva.

34
2ª meditación “Tarso: el desierto es inevitable”

Como Moisés, tendrá que aprender, con dolor, que los


tiempos y los caminos de Dios no son los nuestros. El impulsivo
Moisés iba a tener que pasar cuarenta años cuidando ovejitas
en el desierto. Las grandes cosas y los grandes hombres no 2
se improvisan. Dios emplea el tiempo para que los hombres
maduren, profundicen y estén a la altura de su misión. Se
acuerdan que en filosofía se decía: “La causa final es la
primera en la intención pero la última en la ejecución (por ej.
la construcción de una casa: el arquitecto programa, hace
primero el plano de la casa, tiene una idea de lo que quiere
hacer que es lo primero que él concibe, y esto va a ser lo
último en aparecer; hasta que no se edifique toda la casa no
vamos a ver lo que el arquitecto tenía en la cabeza.).
Al apóstol Pablo Dios lo soñó y lo llamó pero hasta que el
apóstol Pablo se asome a la Iglesia y al mundo, va a hacer
falta construirlo, va a hacer falta tiempo. No siempre es
cuestión de fuerza de voluntad. Dios no sólo le regaló a Pablo
la experiencia del camino a Damasco sino también el tiempo
para poder asimilar esa experiencia, las dos cosas son
imprescindibles. Dios nos regala experiencias y gracias fuertes
que a veces son cuestión de un instante, pero necesitamos
tiempo para que esa experiencia redunde, repercuta, inunde,
transforme todo nuestro ser y nuestra historia. Hace falta
esfuerzo y tiempo para corresponder a una gracia inicial.
La conversión y la madurez son un claro ejemplo. Dios
nos regala la experiencia y el tiempo de asimilación. Las dos
son imprescindibles,
“Hay un momento para todo y un tiempo para cada
cosa bajo el sol” (Eclesiastés 3, 1).
El impulso es necesario para corresponder a la gracia, a
la experiencia fundante, pero no ahorra el proceso, el
camino. Sin nuestra colaboración, sin nuestro esfuerzo, si no
hubiéramos respondido al llamado de Dios no estaríamos
acá. Pero entrar no era todo, iba a hacer falta madurar. Hace

35
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

falta esfuerzo para responder a una gracia y esa gracia


necesitará tiempo para que se vaya inundando nuestro
corazón.
Tomar posesión de sí lleva tiempo, al igual que asimilar
una experiencia y ver cómo repercute y cambia todo lo que
ya estaba. Podemos entender todo ya, pero no es lo mismo
poder vivirlo; entender algo es muy distinto a poder vivir. No
es lo mismo entender que vivir. Podemos ir con la mente a
cualquier lugar, pero no es lo mismo que ir.
¡Qué aparente desperdicio tener a este apóstol tantos años
inactivo! De seis a nueve años pasaron entre este episodio y
cuando lo van a buscar a Tarso. Seis o nueve misteriosos años
en los cuales este hombre, (que vamos a conocer tan bien en
sus cartas y en los Hechos de los Apóstoles), estuvo en silencio
fermentando la experiencia del camino a Damasco. Tantos
años este apóstol a la sombra, en la oscuridad y el
anonimato, viviendo “como un hombre cualquiera”
(Filipenses 2), volviendo a su lugar de origen. Pero él también
tendrá que “volver a nacer”, como le dijo Jesús a Nicodemo
(Juan 3). Pablo tiene que volver a los orígenes, qué aparente
desperdicio tener a este apóstol nueve años en el silencio.
Pensemos ¿no es un desperdicio haber tenido al Mesías treinta
años en Nazaret? Esto es bueno oírlo seguido para que no
tengamos una mentalidad eficientista sino que volvamos a
entender que Dios tiene otros tiempos y otra manera de
pensar.
Dios tiene sus recursos para llevarnos a Tarso a cada uno
de nosotros. ¿Qué quiere decir? Cuántos de nosotros
podemos contar que, en un momento de plena acción, la
enfermedad nos visitó y nos obligó a quedarnos quietos. O
la vejez, que lentamente nos va obligando al silencio; o la
noche, los retiros, las vacaciones, en el campo los días de
lluvia, cuando no se puede hacer nada, el domingo, los
destinos inútiles. ¡Cuántas veces personas de gran capacidad
apostólica misteriosamente, por distintas razones, son

36
2ª meditación “Tarso: el desierto es inevitable”

destinadas a lugares que uno diría: “acá podría no estar que


no pasa nada”...! Si tuviéramos una mirada honda, de fe,
tendríamos que sospechar: Dios está preparando una gran
misión detrás de una aparente quietud o de un perder el 2
tiempo en un destino, una enfermedad, etc.
Ahora, sí, Pablo será discípulo de Gamaliel; será él mismo
sometido a la prueba de la asimilación que el maestro le
había enseñado, a tener que asimilar en el tiempo, la prueba
de la interiorización (todo su pasado, toda su persona). Si
era de Dios lo iba a transformar, si era un impulso humano
iba a pasar, el tiempo la iba a borrar; en cambio, si era de
Dios Pablo se iba a encender y convertir en apóstol de Jesús.
El tiempo y la distancia son como el viento que apaga los
fuegos pequeños y enciende los grandes. Los grandes
hombres de Dios se encienden, no se enfrían cuando tienen
tiempo, es como si el fuego de Dios abrasara no sólo su
corazón sino todo su ser para convertirlos en apóstoles de
Cristo.
Pensemos que para Dios un día es como mil años y mil
años como un día, es un Dios rico de tiempo. Él no obra por
impulsos, como nosotros, Él no quiere perder nada ni a nadie,
por eso suele usar metodologías lentas a nuestros criterios,
pero que permiten salvar a muchos, o que permiten que no
sólo seamos un propagandista sino un testigo suyo. Es muy
diferente preparar a alguien para que haga propaganda de
Jesús que preparar a alguien para que viva a Jesús, y esto es
una tentación cuando hay pocas vocaciones. Propagandistas
se hacen rápido, pero nunca se hará rápido la asimilación
del amor de Cristo; eso necesita tiempo, años. Cuántos siglos
de Adán a Abraham, en Egipto, el camino largo del desierto,
no vaya a ser que se vuelvan atrás, la lenta conquista de la
tierra, el exilio, Jesús en Nazaret (San Ignacio, Santa Teresa,
Francisco Javier, San Francisco y Santa Clara), etc.
En esos largos años no sólo maduraba Pablo, sino que
aquellos que se habían dispersado por la muerte de Esteban

37
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

llegaron, entre otros lugares, a Antioquía. Muchas veces la


Iglesia se hizo misionera no tanto porque la movió el corazón
a ir a evangelizar sino porque tuvo que huir y, huyendo,
propagó el Evangelio. Fíjense los caminos de Dios: las
persecuciones, muchas veces, engendran misiones y, en este
caso, fue así. Los cristianos se dispersaron, algunos fueron a
Antioquía y, en esos años, no sólo estaba madurando el
agricultor sino estaba madurando a la grey. Cuando Bernabé,
que “era un hombre bondadoso, lleno del Espíritu Santo y de
mucha fe” (Hechos 11, 24), es enviado a alimentar y predicar
en la Iglesia de Antioquía, cuando llega allí, se acuerda de
aquel joven impetuoso, que tenía una experiencia muy
valiosa y cree que llegó el momento de ir a buscarlo.
“Entonces partió hacia Tarso en busca de Saulo, y
cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Ambos vivieron
todo un año en esa Iglesia y enseñaron a mucha gente”
(Hechos 11, 25-26).
¡Qué misterio! Este hombre, Bernabé, se acuerda de aquel
joven y dice: “ahora sí, ahora ya no es el impulsivo, ahora
está maduro para la misión”, y lo va a buscar.
Una vez más podríamos decir: el Padre ve en lo secreto,
nada escapa a su mirada. Por eso cuando necesita a alguien
para una misión no hay lugar donde esconderse. Pensemos
en David, en Jeremías, etc. Saulo, cuántos días habrá
pensado en esos años: “se olvidaron de mí, qué extraños son
los caminos de Dios, para qué me regaló la experiencia en
Damasco, si ahora estoy aquí haciendo carpas en mi pueblo,
sin poder hacer nada”. Cuando llegó el momento, el Padre
que ve en lo secreto, envió un mensajero, Bernabé, a que lo
vaya a buscar. Por eso ninguno de nosotros tiene que pensar
que Dios se olvidó de él; cuando Dios nos necesite nos irá a
buscar, y si no nos va a buscar es porque nos necesita donde
estamos. Cuántas veces protestamos con la tarea que nos
toca hacer y no sabemos descubrir que es allí, donde nos
está tocando vivir, donde debemos amar y expandir el Reino.

38
2ª meditación “Tarso: el desierto es inevitable”

Ambos vivieron todo un año juntos; hacía falta no sólo


madurar en el silencio, sino también que Bernabé le terminara
de comunicar en la acción cómo ser apóstol de Jesús. Una
hermana no se forma sólo en el Noviciado, hace falta convivir 2
con otras hermanas que le trasmitan el carisma, el
apostolado, cómo la vivencia cristiana se traduce en la
práctica. Saulo también necesitó convivir con otros cristianos
para que le enseñaran a serlo. Pero es verdad que no hay
Pablo sin Bernabé. ¿Estaría Pablo, si Bernabé no lo hubiese
ido a buscar? Pensemos en nuestra vida. ¿Estaríamos aquí,
si alguno no se hubiera fijado en nosotros y nos hubiera
ayudado a ser lo que hoy somos? Por un lado nos tiene que
llevar al agradecimiento, al recuerdo de aquellos que nos
fueron a buscar y nos trajeron a donde estamos, y también:
¿nosotros somos Bernabés que saben encontrar a los Saulos
que están esperando en su Tarso que alguien los descubra?
Cuántas personas podrían ser apóstoles, tantos que en el
anonimato, están esperando que los inviten a trabajar en la
viña. Nuestra ceguera, nuestra pasividad, nuestra inactividad
pueden hacer que no descubramos a tantos que están
esperando que los invitemos al banquete de la vida. ¡Qué
mejor manera de ser agradecidos con quienes nos buscaron
en lo secreto que ser nosotros capaces de ir a buscar a los
que nos están esperando! Recordemos a quienes nos supieron
encontrar y seamos capaces de ir a buscar a aquellos que
Dios llame.
La humanidad parecía olvidada de Dios y librada a sí
misma; sin embargo, una joven velaba y, a pesar de vivir en
un humilde pueblito, Dios la encontró. Dios no sólo sabe ir a
buscar a Tarso, sino también supo ir a buscar a Nazaret, y
allí donde haya alguien esperándolo. Reconciliémonos
entonces con nuestro lugar, con nuestra situación, con nuestra
pobreza y creamos que para Dios no hay lugar insignificante,
no hay lugar pobre, pero sí requiere que alguien lo esté
aguardando, velando, una actitud muy propia del Adviento.
Este es un tiempo para velar a un Dios que está buscando al

39
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

hombre pero que difícilmente lo encuentra preparado o atento


para poderlo invitar a la vida.
Tratemos nosotros, como María y como Saulo, de estar
siempre con la expectativa de un Dios que nos busca para
salvarnos y para invitarnos a trabajar con Él. Si volvemos al
título, “Tarso, el desierto es inevitable”, comprenderemos que
no sólo Moisés, el pueblo de Israel y Jesús, sino también Saulo
tuvo que ir al desierto. También nosotros, pero no lo vivamos
como una desgracia, sino como tiempo donde se gesta el
hombre profundo.
“La sabiduría madura en la desesperación”, como
diciendo: si no vivimos circunstancias límites, difícilmente
tendremos sabios. Si Dios nos ama no es raro que nos invite
a compartir con Jesús, con Israel, con los grandes santos y
con los hombres de Dios, tiempos de inactividad, de fuego y
de desierto, donde nuestro corazón se temple para poder
estar como instrumento capaz en sus manos.

40
3ª meditación
“Agar y Sara
Sara””

“Ustedes que quieren someterse a la Ley, díganme:


¿No entienden lo que dice la Ley?
Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos:
uno de su esclava y otro de su mujer, que era libre.
El hijo de la esclava nació según la carne;
en cambio, el hijo de la mujer libre,
nació en virtud de la promesa”
(Gálatas 4, 21-23).

Agar y Sara, las dos mujeres de Abraham, este hombre


del Antiguo Testamento que descubre la gracia como la Nueva
Alianza que vino a sellar Jesucristo con la humanidad.
¡Qué extraño nos resulta, a quienes somos pura necesidad,
vivir la gratuidad con naturalidad! Un ser humano, sobre todo
si uno mira a un niño, a un bebé, es como contemplar una
semillita que es pura posibilidad, pero también es pura
necesidad: de cariño, de alimento, de educación; es como si
el niño, en su llanto, estuviera gritando ¡necesito, ayúdenme!
Justamente tan necesitados somos que nos resulta muy
extraño lo gratuito, lo que va más allá de nuestras nece-
sidades. Más aún, cuántos años harán falta para que el niño,
el hombre, aprenda que existe una posibilidad más profunda
que “lo necesito” y que consiste en darse cuenta de que las
cosas existen más allá de la utilidad. Las cosas son bellas,
son buenas, tienen un sentido más allá del hombre. El hombre
no es el que usa todo y que todo no tiene sentido si él no lo
usa.
Es tanto lo que nos falta, que llegamos a ver y a valorar
todo por la utilidad que representa. Las cosas y las personas
son y valen en la medida en que me son útiles. Aún en nuestros
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

ámbitos religiosos, que tendrían que ser ámbitos de la


gratuidad del amor y de la gracia, cuántas veces con dolor
nos damos cuenta que valemos y nos aman y nos reconocen
en la medida en que somos útiles. Sin embargo nos lastima
profundamente, nos hiere el corazón cuando nos sentimos
valorados y amados sólo por lo que le servimos a otro. Nos
damos cuenta en carne propia que no puede ser esto de que
valgamos sólo por lo útil, nos sentiríamos descartables, tal
vez nunca descubiertos en lo más profundo; sería muy triste
si sólo valiéramos por lo que hacemos, por lo que se nos
puede reconocer desde afuera.
Nuestro ser reclama, en ese dolor que siente cuando es
utilizado, una capacidad más profunda, la capacidad o
necesidad de que alguien nos descubra en nuestro ser, en
nuestra identidad, en nuestra persona y no sólo en nuestras
capacidades. Por eso ¡qué dignidad alcanza el hombre
cuando es capaz de celebrar la existencia y la vida de la más
pequeña de las creaturas, cuando un hombre, a lo mejor sin
darse cuenta, dice qué bello fue el canto de ese pájaro, qué
lindo este atardecer, qué hermosa planta, qué noble gesto el
de ese hombre o esa mujer, cuando el hombre es capaz de
decir gracias, o hacer poesía, o música o expresar o pintar;
cuando el hombre celebra lo bello, lo bueno! En el fondo, es
él quien se dignifica porque se asomó a esa capacidad honda
de valorar las cosas más allá de su utilidad. Nuestro ser
reclama más allá de la necesidad, o tal vez una necesidad
más profunda, la de ser capaces de descubrir y amar a las
personas y las cosas por lo que son. Por eso cada uno de
nosotros debe preguntarse: ¿yo llego a eso, sobre todo con
las personas? Qué bueno sería si un día miro a mi comunidad,
a mi congregación o a la gente y me pregunto: ¿me di cuenta
quienes son? O solamente los miro desde su rol, desde su
utilidad.
¡Qué dignidad alcanza el hombre cuando alguien se
detiene gratuitamente ante a él y lo descubre, lo hace florecer

42
3ª meditación “Agar y Sara”

y lo celebra! ¿Quién sos?, esa pregunta que difícilmente se


hace, y se hace bien... Qué difícil es que alguien se acerque
con gratuidad y nos diga: ¿y vos quién sos?, y no sólo que
nos descubra, sino alguien que se consagra a hacer florecer
lo descubierto, porque cuando nos asomamos descubrimos
que todo hombre tiene tesoros y capacidades que están
necesitando que se las cultiven.
3
El hombre es como el campo, si nadie lo cultiva, no da
frutos. Cuántas capacidades quedan escondidas en el
corazón del hombre porque nadie las descubre y,
descubiertas, las hace florecer, pero alcanza su cumbre no
sólo cuando las hacemos florecer sino después, cuando las
celebramos, es decir, cuando nos alegramos de que alguien
haya crecido, que sea, que viva. Es lo que hace Dios el
séptimo día, lo que hace un padre y una madre cuando, luego
de educar a su hijo, verlo crecer, sacrificarse por él, un día se
alegran de que ese hijo haya descubierto su camino y entonces
celebran su vida, aunque esa celebración implique el
abandono del hogar, implique que sea él, y ya no el que
dependa de ellos.
No es exagerado decir que se termina de nacer cuando se
es dado a luz por el amor de alguien y sobre todo por el de
Dios. ¿Cuándo un ser humano alcanza la plena estatura?
Cuando descubre que Dios lo descubrió, que nos llamó por
nuestro nombre, miró con bondad y amor nuestro ser, nos
descubrió con capacidades, se dedicó a hacerlas crecer y
las celebró. Cuando un hombre cree que Dios lo está mirando
así, termina su nacimiento o se afirma en su existencia. Existir
es salir del anonimato y formar parte, aunque sea humilde,
pero imprescindiblemente, de esta hermosa sinfonía de la
creación. Uno existe no cuando está en el mundo, sino cuando
uno cree que el amor de otros, y sobre todo el amor de Dios,
lo sacó del anonimato: soy alguien. Ésa es la experiencia de
Saulo, soy alguien. Dios irrumpió en mi camino y pronunció
mi nombre. Soy alguien imprescindible para alguien. ¡Qué

43
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

lindo cuando sentimos que para alguien somos impres-


cindibles, no por lo que hacemos, imprescindibles porque
nos aman! ¡Qué lindo si uno pudiera creer que alguien no
pudiera ser feliz si yo no estuviera, no sé si lo podemos llegar
a creer pero, sobre todo, qué maravilla si uno puede creer
que Dios (¡qué locura lo que estamos diciendo!) no puede
ser feliz si yo no existiera..!, y eso que no es así metafísicamente
hablando, es así por decisión amorosa de Dios: Él no sería
feliz sin mí. Si creyéramos esto se acabó este libro, ya
entendimos lo esencial.
Qué maravilla si creyéramos que somos imprescindibles,
y que formamos parte de esta hermosa sinfonía de la creación
con todas las creaturas y las personas; formamos parte de la
vida, no estamos al margen. Por eso marginados son, por
supuesto, los sin techo, los sin pan, los sin voz, sin cultura,
pero marginado es, en el fondo, todo hombre a quien no se
le ha pronunciado su nombre con amor. A muchos no los
podemos sacar de la marginación, del dolor, de la pobreza,
pero los podemos sacar de la marginación de la no dignidad
de no ser amados. Que un consagrado gaste su vida por un
pobre es estarle diciendo: “tu dignidad es muy grande, sos
alguien” y ese hombre, en su pobreza, si llega a saber eso,
es más rico que un solitario en su palacio. Esto no es sólo
pastoral, metodología apostólica, esto es calidad de vida. Y
cuántas veces con dolor tenemos que decir que formamos
parte de una comunidad pero no sentimos que en casa sucede
esto, y hasta que esto no suceda en casa, no lo desbor-
daremos naturalmente hacia los demás. ¡Qué bueno cuando
no nos dimos cuenta que lo estamos haciendo porque es
nuestra manera natural de existir! Esto tiene que empezar en
nuestra propia casa.
Tal vez, peor que morir, es no haber nacido. ¡Qué triste
que un hombre puede haber nacido y muerto sin haber
alcanzado nunca la experiencia de haber encontrado amor!
A la luz de lo que acabamos de considerar, no haber nacido
a nuestra dignidad humana por el amor de alguien. Ésa es

44
3ª meditación “Agar y Sara”

nuestra misión, porque evangelizar es anunciar que el amor


existe, más que con palabras, con hechos. Y ¿cómo
evangelizar sin haber sido encontrado? Por eso, siempre, un
apóstol es alguien precedido por un encuentro amoroso con
Jesús y, a través de Él, con el Padre.
Tal vez la manera de ser creador con Dios no es la de
hacer cosas, sino la de dar a luz a los hombres con nuestro 3
amor. Qué triste la vida religiosa si se ha quedado en el hacer,
olvidándose de su capacidad más profunda, la de hacer
dignos a los hombres con su calidad amorosa de trato. Eso
no es etéreo, se hace a través de las obras y en las obras,
pero qué triste si las obras tienen tal densidad que opacaron,
dejaron en segundo plano la finalidad. Si tenemos un colegio
y no termina sirviendo como plataforma para hacer
experimentar amor, no sirve; o, lo mismo, el hospital o lo
que sea, la parroquia, etc. Esta capacidad humana alcanza
su cumbre en el artista, ya sea en la música, la pintura, la
danza, la poesía. También es artista el apóstol, la hermana,
el sacerdote quienes, justamente, con el amor, dan a luz la
dignidad humana. El mundo permanece en silencio hasta
que el hombre lo descubre y lo pronuncia. Todos ellos le dan
voz a todo, cuando se nos hace sospechar que son mensajeros
de “Alguien” que nos quiere invitar al amor. Qué bueno si
con nuestro amor somos poetas vivientes que hacemos
sospechar a los demás que somos mensajeros de Otro que
los está queriendo invitar al amor.
Esta fue la novedad más importante en la vida de Saulo.
¿Cuál? La gracia, es decir, la gratuidad, la manera de amar
de Dios. Es el amor de Dios el que nos hace buenos, es el
amor de Dios el que crea de la nada, es el amor de Dios el
que redime a los pecadores. Recordemos algunas frases de
San Pablo, y veamos cómo, en este contexto, resuenan
diferente:
“En efecto, ¿con qué derecho te distingues de los
demás? ¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo

45
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras


recibido?” (1 Corintios 4, 7).
Como diciendo, de qué puede gloriarse un ser humano si
todo en él es gracia, más aún:
“No hay proporción entre el don y la falta. Porque
si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la
gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un
solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más
abundantemente sobre todos” (Romanos 5, 15);
o, incluso:
“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió
por nosotros cuando todavía éramos pecadores”
(Romanos 5, 8),
no cuando éramos buenos sino pecadores. Es decir,
“Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”
(Romanos 5, 20).
¿Cuál es la gran sorpresa del apóstol Pablo? Él fue un
fariseo acostumbrado a cumplir la ley para alcanzar una
mirada benévola de Dios y termina descubriendo que el amor
de Dios irrumpe en su vida y lo precede. Dios precede los
méritos del hombre. El único mérito del hombre es el de
acoger humildemente el amor de Dios y no “me lo gano con
lo que hago, con lo que llegue a ser”.
En realidad “todo es gracia”. ¿Dónde termina la natu-
raleza y empieza la gracia? ¿Quién puede decir dónde está
ese límite? Podemos decir “todo es gracia”, y esto es muy
bueno recordarlo para no acostumbrarnos al amor mani-
festado hasta en las cosas más pequeñas. Hay que despertar
y, aunque nos sintamos tontos o ridículos, intentar no
acostumbrarnos jamás a que el amor de Dios nos está
gritando de mil modos: “aquí estoy”, “te quiero”. Pero en un
sentido propio, gracia, es aquello que va más allá de la
naturaleza, de lo debido a nuestra condición humana y que

46
3ª meditación “Agar y Sara”

le es dado al hombre. El hombre no tiene derecho a ser


invitado a ser hijo, a la vida Trinitaria, a ser perdonado
cualquiera haya sido su pecado. La gracia es el más allá
que Dios ofrece, más allá de lo debido a nuestra naturaleza,
que a su vez, es don.
Gracia es sobre todo la oferta, la manifestación, la
comunicación que Dios hace de sí mismo. Dios no sólo nos 3
quiso regalar la vida, las cosas, a las personas sino, en el
fondo, la gracia, el regalo, el don, es que Dios se nos ofrece
como destino del corazón humano. Como si nos dijera: “Te
invité a estar frente a Mí”. Si Dios nos creó, es para poder
regalarse. Si Dios nos creó, es para tener la oportunidad de
poder darse y, por eso, un ser humano es, alguien existe
cuando, en el fondo, se da cuenta para qué fue creado, y
acoge humilde el don de Dios, el don de su amistad. Por eso
el Padre nos regaló a su Hijo, por eso el Hijo nos regaló su
Espíritu. Nos dirá San Pablo:
“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios
son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido […] el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios
¡Abba!, es decir, ¡Papá!” (Romanos 8, 14).
El Espíritu, derramado en nuestros corazones el día de
nuestro bautismo, nos hace hijos y nos capacita con su gracia
a vivir como tales.
“El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo
antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho
presente” (2 Corintios 5, 17).
Esa es la gracia de que ahora ya no sólo el Señor es mi
Señor, es mi Papá, y tengo nuevos derechos, soy heredero
junto con Cristo, tengo el derecho a ser escuchado, a pedir
su ternura, ahora sí. Gracia, todo gracia; Dios me ha dado
gratuitamente el derecho de reclamarle como hijo su atención
de papá, ahora sí podemos reclamarle a Dios su mirada, su
cuidado, su ternura, porque somos sus hijos queridos. Y eso

47
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

lo obliga; Dios se ha querido obligar con el hombre al decir:


“porque sos mi hijo querido sabé que podés golpear a mi
puerta como alguien que tiene derechos”. Su gracia nos
asume como somos. La gracia nos asume, viene a cada uno
de nosotros y, así como el agua se adapta a la jarra, la gracia
se adapta a mi modo de ser, a mi comunidad, a mi
psicología, nos asume y, al asumirnos como somos, nos sana.
La gracia no se queda inactiva, el amor de Dios no sólo
nos acepta; es cierto que es amor que alguien nos acepte
como somos, pero es más amor si además se ocupa de
hacernos mejores. Nos asume como somos pero, además,
porque nos quiere, nos quiere hacer mejores, quiere sanar
nuestras heridas, hacernos crecer donde nos quedamos
pequeñitos, nos eleva, nos quiere elevar a su dignidad. Me
ama bien el que me quiere comunicar todo lo que es, todo
lo que tiene. La Iglesia ahora comprende mejor que antes la
caridad. La caridad antes se entendía: “te dono cosas”, hoy
la caridad es “quiero elevarte en tu dignidad para que tengas
las mismas posibilidades que yo; te quiero educar, hacer
crecer, pensar; no quiero mantenerte pobrecito para que yo
siempre te ayude. Si te amo bien quiero hacerte crecer”. Así
nos ama Dios, así tenemos que amar nosotros. Esta vida se
manifiesta sobre todo en la fe, en la esperanza y en la caridad
que nos permiten corresponder con gratuidad.
La gracia es un don, y los dones, por definición, no se
compran ni con dinero, ni con obras ni con mérito alguno.
Muchas veces nuestra espiritualidad es una especie de
comercio donde queremos comprar el amor de Dios. Ocurre
hasta en el amor humano, hay quienes quieren comprar el
amor de otro con obsecuencia, y eso es triste, no es digno
del hombre. “Logré que me llevara el apunte porque lo
compré”: eso es triste. Lo lindo es que un día me presten
atención porque me encontraron, no porque los compré. El
don es creerle a Dios que no tengo que conquistarlo, que
tengo que recibirlo con pobreza, agradecida. Mi conducta

48
3ª meditación “Agar y Sara”

será acorde a la conciencia del don que tenga. No es


facilismo, al contrario, cuánto más me dé cuenta que el amor
es gratis, más alta será la deuda. ¡Qué terrible es tener una
deuda de amor, que no tiene precio, que no tiene costo! Por
eso los dones se consienten, se acogen (también la propia
vida, mi ser, a los otros, la realidad toda), se piden con
humildad, se agradecen, se cultivan, se comunican. Una
3
manera de ser agradecidos es cultivar el don que se me ha
hecho. ¿Y cómo estoy cuidando el don que Dios me ha hecho?
¿Cómo cuido mi fe, mi condición de hijo, a mis seres
queridos, el mundo en que vivo, la casa que tengo? El cariño
con la realidad, nuestra capacidad de amar la realidad y
las cosas están expresando si creemos que son un don
amoroso de alguien o no.
Se reciben gratuitamente y se conservan gratuitamente.
Se está a merced del amor de otro. Ser amado es estar a
merced del amor de otro. “A merced de su gracia…”, como
se decía antiguamente. Así estamos los hombres, a merced
del amor de Dios y del amor de los demás. El amor siempre
es una sorpresa: ¿por qué alguien me ama, por qué no se
cansa de mí? Que me haya amado la primera vez puede ser
curiosidad; amables, un rato, somos todos, pero que lo siga
haciendo, es difícil de entender... ¡Qué pobres nos hace el
amor! El que vive del amor de otro, siempre es un mendigo,
un pobre, alguien que sabe que su roca, donde está afirmada
su vida no le pertenece. Mi roca es la libertad amorosa de
otro, por eso su amor nos hace humildes. El que se sabe
amado es pobre, humilde, porque siempre sabe que su
fortaleza, su identidad, su seguridad no le pertenece, es una
amorosa decisión de otro. Esto crea en nosotros una
dependencia de amor, y a su vez, nos da una inmensa
libertad.
El amor no hay que comprarlo. Una de las experiencias
más tristes o más angustiantes de la vida es vivir con la
angustia de creer que todo depende de mí, y que si dejo de

49
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

hacer esfuerzos, me dejan de amar. En cambio, si tuviéramos


fe y creyéramos que dependemos de la fidelidad de Dios
-que es eterna-, podríamos descansar en lo profundo del
corazón. Ser conscientes del don nos llena de responsabilidad
y nos llena de posibilidades. Esto da paradójicamente una
honda sensación, al mismo tiempo, de inseguridad y
seguridad; de humildad y de grandeza; de dependencia y
de libertad; de responsabilidad y posibilidad.
“Yo lo puedo todo en aquel que me conforta”
(Filipenses 4, 13).
Tu fuerza supera mi fuerza, dice quien tiene gracia pero, al
mismo tiempo humildad, todo lo puedo en Aquel, no soy
yo... ésa es la paradoja del santo, pobre y fuerte, humilde y
capaz de emprender aventuras que superan la fuerza del
hombre. Es un pobre soñador y un pobre que planea más
allá de sus fuerzas. Por eso los santos parecen locos, no se
miden por lo que son, sino que viven apoyados en el amor
del que es poderoso y sabio.
Dios sale al encuentro de Abraham y le hace una promesa
fuera del alcance de sus posibilidades. A este anciano, cuya
mujer es estéril, le promete un hijo, por eso Agar y Sara
representan la eterna lucha del hombre. Preferir hacer algo
con esfuerzo, a nuestra proporción, a costa de vender
horizontes, o me atrevo a soñar lo desproporcionado
apoyado en la gracia de Dios. Esta es la eterna lucha del
hombre: o planeo desde mis fuerzas o planeo apoyado en
el amor de Dios. Esto no es fácil de discernir. Puede haber
personas que uno dice “cómo trabajan, cómo hacen” pero
hay que fijarse. Cada uno de nosotros sabe si está viviendo
en proporción a sus fuerzas o si está viviendo en proporción
a la gracia que le es dada. Un ejemplo: “para qué voy a
seguir rezando si no cambié, para qué voy a seguir intentando
hacer esto con las chicas si cada vez son más rebeldes, para
qué voy a intentar tener una comunidad de hermanas si me
pegué tantos golpes”; es cuestión de despertarme cada día

50
3ª meditación “Agar y Sara”

con la inocencia, no del que desconoce, sino del que cree,


para volver a intentar vivir algo distinto.
San Pablo descubrió que algunos pondrán su esfuerzo y
seguridad en la razón, como el griego, otros en la voluntad y
la obediencia como el judío, otros en lo acumulado y ya
conseguido, como el que atesora y guarda. En cambio, san
Pablo descubrió que hay una seguridad más profunda y es 3
la gracia de Dios, la sabiduría de la cruz, una locura para
los griegos, un escándalo para el judío. Esa era justamente
la pedagogía de la ley. Poner de manifiesto la imposibilidad
de cumplirla, la imposibilidad de auto salvarse
“En efecto, habiendo conocido a Dios, no lo
glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por
el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y
su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo
alarde de sabios se convirtieron en necios” “Porque a
los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras
de la Ley, ya que la Ley se limita a hacernos conocer el
pecado. Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la
justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas:
la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos
los que creen. Porque no hay ninguna distinción: todos
han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero
son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud
de la redención cumplida en Cristo Jesús” (Romanos
1, 21-22; 3, 20-24).
San Pablo lo dirá con toda crudeza, tanto nos cuesta creer
esto a los hombres que Dios por medio de la pedagogía de
la ley, quiso terminar de convencernos de que no podemos
salvarnos solos. Y cuando estemos a punto de desesperar y
digamos ya no puedo, tal vez sea el momento donde, pobres,
digamos: “Señor, ahora sí me pongo en tus manos, confío,
me dejo salvar, me dejo amar”.
El verdadero sacrificio no es cumplir la ley; es no deses-
perar cuando me sé pobre y ser capaz de ponerme en las

51
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

manos de Dios. El verdadero sacrificio es volver a amanecer


cada día y planear el día desproporcionado respecto a mis
fuerzas, desproporcionado a lo que ve mi razón, intentar creer
nuevamente que puede florecer en este campo estéril de mi
casa, de mi pueblo, de mi mundo. El verdadero sacrificio es
el de la desproporción, de ir más allá, de vivir más allá,
dependiendo del pan de cada día. La gratuidad impide y
rechaza el cálculo, la medida.
Qué curioso que los grandes defensores de la gracia de
Dios sean Agustín y Pablo. Agustín, el humanista inteligente,
tuvo que reconocer humildemente que la razón no era todo.
Pablo, el fariseo de estricta observancia, el hombre con una
voluntad de acero, (lo apedreaban en un pueblo, entraba de
nuevo al día siguiente) va a tener que gritar al mundo, la
fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. No son los
frágiles sino los fuertes los que nos dicen: el hombre no puede.
El fuerte tiene que hacerse débil, -uso sus palabras porque
son incomparables (y qué consuelo para mí)-:
“Por mi parte, hermanos, cuando los visité para
anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el
prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al
contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y
Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante
ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi
predicación no tenían nada de la argumentación
persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran
demostración del poder del Espíritu, para que ustedes
no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino
en el poder de Dios” (1 Corintios 2, 1-6).
¡Qué hermoso plan para evangelizar! La Iglesia podría
decir lo mismo: me presenté ante el mundo débil, temerosa
y vacilante, no lo sé todo, no soy la dueña de la ciencia, pero
sigo creyendo en la sabiduría de Jesús.
Hoy nosotros no discutimos sobre circuncisión o alimentos,
pero hacemos del cristianismo y de la vida consagrada un

52
3ª meditación “Agar y Sara”

“cumplimiento”; la hemos deformado; muchas veces hemos


reducido la vida cristiana al cumplimiento de la ley. Pero no
hay que reducir la vida; para el cristiano ya no hay ley; lo
que hay es el amor, es la respuesta plena al amor pleno. Por
eso Pablo y todo el que es alcanzado por el amor de Cristo,
quiere ser misionero y desea abrazar y alcanzar a cada
hombre, encontrando en la misión la oportunidad de
3
agradecer a Dios lo que Dios hizo con él.
“Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no
fue estéril en mí” (1Corintios 15, 10).
Hay que saber desenmascarar las formas actuales de
negar la gracia. Por ejemplo cuando los códigos preceden a
la vida:
“Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene
de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente” (Gálatas 2,
21).
¡Qué lindo si nuestras virtudes, si nuestra consagración, si
nuestro apostolado no fuesen una obligación sino una
oportunidad donde pudiéramos decirle a Dios: “Gracias
porque me amaste”. ¡Cuántas caras largas, cuánto
cristianismo con tono de angustia habrían desaparecido...!
En su lugar habría un cristianismo feliz de haber encontrado
la Buena Noticia del amor y feliz de encontrar, hasta en las
dificultades, la oportunidad de decirle a Dios: ¡Gracias!
Cuando alguien nos ha hecho un favor, ¿no estamos deseosos
de encontrarlo para decirle que lo queremos? Nuestra vida,
si hubiéramos entendido el amor, sería la hermosa
oportunidad, (esta circunstancia que nos está tocando vivir)
para decirle a Dios: ¡Gracias!
La gratuidad es creciente: en la medida que ese recibida,
hace capaz de recibir más. Quien se deje amar se dejará,
cada vez más, hacerse más capaz de recibir el amor. Por eso
Jesús decía: quien tiene poco se le quitará lo poco que tiene,
y a quien tiene se le dará más. Quien se deja amar se irá

53
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

haciendo cada vez más capaz de recibir amor. Por eso ¡que
barbaridad cuando decimos: “si Dios me dio esto, ¿qué me
va a pedir ahora?”, tengo miedo de recibir este regalo de
Dios porque ahora qué me va a pedir..! Cuando nos pasa
algo lindo decimos: ¡huy!, ¿qué va a venir después?, como
diciendo: después me van a pasar la cuenta... En cambio
qué lindo si un cristiano dice: “Dios me regaló esto y tiene
mucho más para regalarme”. A lo sumo, si algún día me
dice: “soltá el caramelo”, es porque “te quiero dar torta, no
te quiero dejar con hambre”. Cuando Dios nos pide “abrí tu
mano” es para que dejemos de estar aferrados a lo chiquito
y nos pueda dar lo más. La gratuidad es creciente: no
temamos recibir. Nos hemos vuelto desconfiados; el cariño
se volvió sospechoso, la ternura, el buen trato... ¡Qué
barbaridad que hasta se volvió sospechoso con Dios!
Sospechamos de Dios como diciendo esto está demasiado
bueno, en vez de ser alguien que recibe con confianza.
Dios se nos quiere regalar y nos quiere regalar la sabiduría
de la Cruz:
“Mientras los judíos piden milagros y los griegos
van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio,
predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para
los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y
sabiduría de Dios para los que han sido llamados,
tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es
más sabia que la sabiduría de los hombres, y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de
los hombres” (1 Corintios 1, 22-25).
Por eso, no nos asustemos de ser pocos y pobres, Pablo
dirá y sigue siendo absolutamente vigente:
“Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para
confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil,
para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable
y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale” (1
Corintios 1, 27-28).

54
3ª meditación “Agar y Sara”

Muchas veces pensamos: esto es una locura cuando


perdemos la confianza en Dios, al vernos tan pobres los unos
y los otros, y sin creer que Dios, a pesar de esta pobreza
eclesial y de esta pobreza del hombre puede sacar cosas
buenas. Una vez más casi podríamos volver a decir con
Abraham: ‘Sal de tu carpa y mira las estrellas”, como
diciendo: no nos olvidemos en manos de quién estamos.
3
A la gratuidad, corresponde la gratitud. ¿Cómo soy cons-
ciente de que me he dejado amar? En la medida que me
brota la gratitud, la alegría, la gratitud, la necesidad de
respuesta. Por eso la “Llena de gracia” canta agradecida. Si
miramos a la Virgen no es nada raro que María cante agra-
decida el Magnificat, y haga de su vida un canto de gratitud.
Pidámosle al Señor que nos permita creernos amados, y
la fe será la puerta. Sin fe no le puedo creer a Dios que me
ama. Pidámosle humildemente como cuando los discípulos
no pudieron curar a un poseso:
“Respondió Jesús. «Todo es posible para el que
cree». Inmediatamente el padre del niño exclamó:
»Creo, ayúdame porque tengo poca fe»” (Marcos 9,
23-24).

55
56
4ª meditación
“He peleado el buen combate
conservé la fe”

“He peleado hasta el fin el buen combate,


concluí mi carrera,
conservé la fe”
(2 Timoteo 4, 7).

Hablando de la fe, el misterio no es tanto que nosotros


creamos en Dios sino el misterio es que Dios creyó primero
en nosotros. ¡Qué misterio! El primero que ha hecho un acto
de fe en el hombre fue Dios. Ha tenido confianza y nos ha
creído capaces de acoger lo que Pablo llamaba el misterio
escondido desde toda la eternidad: su intimidad, su
paternidad, su amor.
“Este es el designio que Dios concibió desde toda
la eternidad en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien
nos atrevemos a acercarnos a Dios con toda confianza,
mediante la fe en él” (Efesios 3, 11-12).
¡Qué misterio! Siendo tan pequeñitos, criaturas tan
insignificantes, Dios nos creó capaces de tanto, de
comunicarnos su vida, de dárnosla a conocer y de destinarnos
a su gloria. Nos ha creído capaces, en su propio lenguaje,
de llevar este tesoro en vasijas de barro. Este tesoro de ser
sus hijos, de ser depositarios de tantos dones y talentos, a
este ser, a quien Pablo no duda en llamar, vasija de barro.
“Sé en quien he puesto mi confianza, y estoy
convencido de que él es capaz de conservar hasta
aquel Día el bien que me ha encomendado” (2
Timoteo 1, 12).

57
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Capaces de confiarnos el Espíritu Santo, capaces de com-


pletar lo que falta a su pasión;
“Los que quieren ser fieles a Dios en Cristo Jesús,
tendrán que sufrir persecución” (2 Timoteo 3, 12).
Capaces del ministerio de la reconciliación, nos ha puesto
como instrumentos de su reconciliación en medio de los
hombres; capaces de llevar todo a su plenitud; capaces de
confiar a nosotros a nuestros hermanos, Dios va a poner per-
sonas a cargo nuestro, a pesar de nuestra fragilidad, de
nuestros pecados; capaces de hacernos coherederos con
Cristo; capaces de llamarlo “Abbá”, Papá.
¡Qué misterio! Dios cree en el hombre. La fe de Dios nos
invita e interpela a dar una respuesta. La fe es la actitud fun-
damental e inicial del hombre frente a Dios. Nuestra fe es la
respuesta amorosa a alguien que nos tuvo tanta confianza
que apenas abrimos la Biblia nos dice: “somete la tierra”.
Ese Dios que nos creó a su imagen y semejanza y no sólo nos
confió el mundo, a quien tan mal tratamos, sino que nos
confió a su Hijo, a su Iglesia, a los hermanos, etc. Parece que
Dios no hubiera aprendido la lección que, a pesar de ser tan
malos administradores como somos, ha seguido
confiándonos, cada vez, cosas más sagradas.
Nuestra fe humana es la respuesta a esta fe de Dios en el
hombre. La fe en el hombre es la actitud fundamental, ella
desencadena toda nuestra respuesta a Dios, como si fuera la
llave que abre la puerta y que es fundamento de todo lo
demás. Por la fe creemos en Dios y en su designio de amor.
Cuando creemos decimos: “Te creo Señor, y creo que nos
estás amando, y creo que somos un sueño amoroso tuyo, y
que tenés un plan, un camino para mí y para todos, que no
estamos librados al azar”. Ese es el contenido esencial de la
fe. “Y porque te creo y porque la vida tiene un sentido y porque
me has destinado a un fin, entonces puedo esperar”. La fe es
madre de la esperanza, engendra la esperanza: “porque te
creo puedo esperar, te escuché y vos tenés un futuro para

58
4ª meditación “He peleado el buen combare, conservé la fe”

nosotros, y por eso podemos mirar para adelante”. Porque


hay una primavera, desde el corazón del invierno me atrevo
a sembrar, me atrevo a amar, me atrevo a comprometer mi
vida sin tener miedo a quedar defraudado.
Es decir que la vida tiene una finalidad, una razón de ser y
por eso nos animamos a esperar; hay un futuro, hay una
primavera y por eso nos animamos a sembrar, a amar, a
darnos sin temor a perdernos, y eso lo hacemos porque
creemos.
“Porque a nosotros, el Espíritu, nos hace esperar por 4
la fe los bienes de la justicia. En efecto, en Cristo Jesús,
ya no cuenta la circuncisión ni la incircuncisión, sino la
fe que obra por medio del amor (Gálatas 5, 5-6).
Así como la fe suscita la esperanza, la fe y la esperanza
nos permiten amar. Esa pregunta que todos tenemos en el
corazón: ¿Podré cometer la locura de amar? ¿Podré darme
y no quedar defraudado?, ¿o me tengo que guardar hasta
que se acabe lo poquito que tengo y que soy? Porque hay
seguridad podemos correr el riesgo de entregarnos.
“He peleado hasta el fin el buen combate, concluí
mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para
mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez,
me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos
los que hayan aguardado con amor su Manifestación”
(2 Timoteo 4, 7-8).
¿Qué es la fe en lenguaje de Pablo? La fe es una obe-
diencia, o tal vez es la obediencia por excelencia: tener que
creerle a Dios el sentido que tiene la vida. ¿Qué mayor
obediencia que creerle a Dios que su Rostro es el que Él dice
que es y que nuestro rostro es el que Él dice que es. Creer es
creerle que Él es Padre y nosotros sus hijos queridos? Ésa es
la gran obediencia de la vida. Las demás son pequeñitas.
“Señor, te creo Padre, y me creo hija”, eso es ser obediente
en el sentido más profundo. Es confiar en él y en su amor
para con nosotros.

59
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“Por Él hemos recibido la gracia y la misión apos-


tólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para
gloria de su Nombre” (Romanos 1, 5).
Para creer hace falta vivir lo que vivió el pueblo de Israel,
lo que vivieron Abraham, Moisés, lo que vive todo hombre
de Dios. Hace falta salir, la fe pide un éxodo, un salir de sí
mismo. Creer es salir de lo que yo siento, pienso, e imagino
para poder aceptar lo que vos me decís que es. Es confesar
que uno no tiene toda la verdad y que la verdad le pertenece
a otro. Por eso la fe es un gran acto de confianza. El hombre
que cree tiene el corazón dispuesto para la obra amorosa
de Dios. El que cree tiene el corazón dispuesto para que Dios
lo mueva, para que lo lleve más allá de la lógica de la razón.
La fe crea disposición para el obrar de Dios que supera
nuestra lógica; la fe no pone la frontera de la razón como
límite de lo real o de lo posible. Sólo voy a permitir que me
suceda lo que yo comprendo. Qué lástima, cuando la razón
que nos es tan útil para tantas cosas, nos deja prisioneros de
nosotros mismos y le impide a Dios llevarnos más allá. Esto
es fácil de decir, y todos sabemos qué difícil es cuando, a
oscuras, hay que decir “te creo”, cuando a oscuras hay que
decir “acepto”, cuando a oscuras hay que dejarse conducir
donde uno no sabe.
El secreto es haber entendido quién nos lo pide, en manos
de quién está la realidad, es saber que hay un designio de
amor más profundo que nuestra sabiduría pequeñita. Por eso
la fe dilata el corazón o, dicho en términos más existenciales,
quien reza tiene el corazón más preparado para ofrecer
menos resistencias al Dios que nos va haciendo la vida.
Cuando cotidianamente rezo más allá de lo que pienso, de
lo que hago, del modo de mi oración, estoy haciendo que
mi fe me ponga el corazón en la temperatura adecuada para
que el Artesano no me encuentre haciendo tanta resistencia.
Por eso es tan importante perseverar en la oración.

60
4ª meditación “He peleado el buen combare, conservé la fe”

Pablo dirá:
“Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya no
conocemos a nadie con criterios puramente humanos”
(2 Corintios 5, 16).
Como diciendo: yo no quiero entender nada ni a nadie,
ni mirar a nadie, sino con los ojos de la fe, con criterio de fe.
“Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino
que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la
carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó
4
y se entregó por mí” (Gálatas 2, 19-20).
El hombre que comprendió que ya miraría parcialmente
la realidad si no la mira con los ojos de Jesús, ese es el hombre
que tiene fe. Fe es mirar el mundo como lo mira Dios. Y orar
es, entre otras cosas, disponerse en esa mirada. ¿Cómo podré
mirar con fe a todos los que hoy encuentre en mi camino si
en mi oración no me puse tan cerca de Dios que pueda
mirarlos con sus ojos, amarlos con su corazón?
La fe nos permite, aún en el plano humano, la maravillosa
posibilidad de comunicarnos. Si no nos creyéramos los unos
a los otros no podríamos comunicarnos. ¡Qué poco sabríamos
de los demás si sólo sabemos lo que vemos y no creemos en
lo que nos están diciendo, qué sienten, qué esperan, qué
aman, qué sufren! ¡Es tan parcial la mirada externa! Si yo no
le creo a alguien lo dejo incomunicado. Si no creo, nunca
podré poseer la profundidad de Dios ni la de los demás. Por
eso, creerle a alguien es dignificarlo. Cuando te creo, más
allá del contenido de lo que me estás diciendo, te estoy
diciendo: sos creíble. Cuando alguien nos cree nos está
diciendo sos digno de fe, qué valioso que sos, qué veraz sos
que se te puede creer. O, dicho al revés, cómo nos duele que
no nos crean, porque en el fondo nos están diciendo: sos
mentiroso, no sos creíble, decís todas ilusiones... Creer es
dignificar; si solamente le creyéramos a los demás lo que
dicen, les estaríamos haciendo un inmenso favor.

61
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Creer, en el fondo, es poner la propia vida en manos de


otro, es ir más allá de lo que veo, creer es abandonarme en
tu palabra; porque te creo me apoyo en lo que me decís. Por
eso creer es hacer el sacrificio de ir más allá de la propia
experiencia y creer que él ve más, que yo no lo sé todo. Por
eso, creer es rendirle culto a Dios; cuando le creemos le
estamos diciendo: sos Dios, te adoro, te reconozco, sos
creíble, sos digno de confianza; rendirle culto a Dios,
acogiendo su misterio y el nuestro como Él nos lo revela:
“Tributo un culto espiritual anunciando la Buena
Noticia de su Hijo” (Romanos 1, 9).
Creer es quedarse pobres y en silencio en sus manos de
Padre, abandonarnos en disponibilidad; creer es abrazar la
realidad como amorosa pedagogía de Dios, cuando
podemos abrazar el día y decir: Gracias, aunque venga lo
que venga. Nos dice Pablo:
“Dios dispone todas las cosas para el bien de los
que lo aman” (Romanos 8, 28).
Creer es tener la certeza de que:
“Dios tiene poder para cumplir lo que promete”
(Romanos 4, 21).
“Sé en quién confié” es tener certeza de que cumple; es
como haber encontrado una roca, un punto de apoyo, alguien
en quien confiar.
La fe es algo vital, tiene sus crisis y su proceso de madu-
ración. La fe tiene que ser necesariamente purificada a lo
largo del tiempo, volverse más preciso el objeto de esa fe.
Así por ejemplo, la fe en uno mismo, revela una cierta
ingenuidad que tarde o temprano la vida va minando; no
somos tan fuertes como creíamos, ni tan buenos, ni tan
nobles. Con el tiempo se corre el riesgo de no poder ya creer
en uno mismo ni en los demás. Es bastante común decir: “yo
ya no creo en nadie, ni en mí mismo”. ¡Qué bueno si un día

62
4ª meditación “He peleado el buen combare, conservé la fe”

nos damos cuenta que Dios sí cree en nosotros! Si Dios cree


en mí, en la humanidad, si Dios se encarnó y cree que la
historia vale la pena, si Dios fundó, a través de alguien, una
congregación y cree en nosotros, ¿no tendré que volver a
creer? porque creo en Dios, tengo que volver a creer en mí y
en los demás.
Sin embargo, si Dios cree en mí, yo puedo volver a tener
confianza, pero el fundamento ya es otro. No creo porque
soy un niño ingenuo que cree que todos son buenos. Es un
proceso purificador que todos tenemos que hacer, un proceso 4
que no se da sin lágrimas, sin a veces años de no poder creer
en nadie. Lentamente la fe que Dios nos tiene, nos va a invitar
a la verdadera fe, es que tal vez no la habíamos tenido nunca;
lo que teníamos era confianza inocente, infantil, en nosotros
y en los demás, y ahora somos invitados a tener una fe
teologal. Ya no creo en Dios porque creo en mí, ahora creo
en Dios y por eso creo en todo lo demás. Lo mismo con la
esperanza y con el amor, tendrán que ser purificados.
Creo en Dios y por eso creo en el hombre. Qué bueno si
un día, después de haber recibido muchos golpes y después
de tener muchas cicatrices y estar defraudado por todos,
volvemos a mirar a la humanidad y decimos: creo en el
hombre porque Dios sigue creyendo en el hombre, y gasto
mi vida en él para rendirle culto a Dios que se encarnó.
Es duro tener que creer en Dios. Tanto es así que Pablo lo
llama “el buen combate” de la fe; tener fe es un combate; y
qué alivio que Pablo, apóstol, nos diga esto. A nosotros nos
daría miedo usar esta expresión. Pablo, recién cuando llega
a la ancianidad se anima a cantar victoria, y dijo esto: “no
perdí mi fe”, pero tuvieron que pasar muchos años para que
Pablo se animara a decir: “y no la perdí”. Algo de esto, (y no
pretendo reducir el sentido de la expresión), cuando santa
Teresa de Ávila, muriendo, dice: “al fin, hija de la Iglesia”. Al
fin no me fui de la Iglesia, muero en la Iglesia.

63
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Sólo Dios es digno de fe, sólo el amor es digno de fe. Lo


único creíble es el amor, sobre todo el amor de Dios mani-
festado en Jesús que murió y resucitó por nosotros. ¿Por qué
tenemos fe? Porque hemos entendido el gesto amoroso de
Dios en su encarnación redentora. “Te creo, entendí tu gesto,
entendí tu mensaje”. Nosotros, para suscitar la fe de los
demás, tenemos que ganar la confianza y ganarla con
hechos. Un buen amigo suscita la fe cuando es capaz de
mantener una actitud heroica de fidelidad hacia nosotros.
Cuando creemos le decimos al Padre: “entendí”, entendí a
Jesús y le creo, entendí que nos estabas amando en Cristo
Jesús.
Pero no es fácil creer ante el misterio de Dios que la vida
del hombre, tan insignificante y pasajera, tiene sentido y es
tomada en serio por Él, que se está ocupando de nosotros.
Por eso es tan difícil tener fe. Es fácil creerle al amor pero,
cuando estamos ante el silencio, cuando no entendemos,
¡qué difícil es tener fe con los ojos abiertos que miran a la
realidad como es! La verdadera fe es con los ojos abiertos,
“la sabiduría madura en la desesperación”. Tener fe a pesar
de la enfermedad, de la violencia, de los accidentes, abusos,
disminuciones, etc., es difícil; ahí la fe se muestra valiente y
firme. Por eso es tan importante contemplar a Jesús. Ese es el
gran mensaje para suscitar la fe. ¿Qué le dice Pablo a su
discípulo Timoteo?
“Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida
eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual
hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de
numerosos testigos” (1 Timoteo 6, 12).
Un apóstol que le habla a su discípulo que ya empezó a
probar que la fe puede llevar al martirio. Timoteo se vio cerca
del martirio, “no te fuiste en el momento de la prueba” pero,
le advierte, “pelea el buen combate, conquista la Vida
eterna”. En esa época también era difícil creer. Pablo lo llama
“el combate de la fe”.

64
4ª meditación “He peleado el buen combare, conservé la fe”

Tener fe es creer en el perdón, en la misericordia, a pesar


de ser un gran pecador o estar lleno de contradicciones. Este
es otro punto esencial. A veces decimos: “yo creo en Dios”
pero vivo amargado y asustado porque no termino de creer
en su perdón. Tener fe es saber salir de mi sensación de culpa
e insignificancia y animarme a mirarme con los ojos de
ternura del Padre. Hacer el sacrificio de no estar ya
mirándome con la lupa de mi estrecha conciencia y sí de
mirarme con los amorosos ojos del Padre.
La fe crece y se alimenta en sus contenidos por medio de 4
la formación y del estudio, y crece en la intensidad por medio
de la oración, de la interiorización, de los procesos purifi-
cadores a los cuales Dios nos va sometiendo. Dios sabrá qué
prueba, qué circunstancia, qué purificaciones nos ayudarán
a dar un salto cada vez más profundo en Él. No es extraño
que Dios permita que yo pierda la fe en mí para poder, al fin,
tener fe en Él. Nosotros consideramos un fracaso haber
perdido la seguridad en nosotros mismos y Dios está
diciendo: “al fin soltaste la baranda y te tiraste a mis brazos”.
Esa es la paradoja de los caminos de Dios.
¿Qué dice Pablo?
“Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que
dice la Escritura: «Creí, y por eso hablé», también
nosotros creemos y, por lo tanto, hablamos” (2 Corintios
4, 13).
¡Qué bueno si nuestro apostolado fuera suscitado por la
fe: creí, y por eso hablé! Como decía Pablo:
“Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en Él? ¿Y cómo
creer, sin haber oído hablar de Él? ¿Y cómo oír hablar
de Él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si
no se los envía?” (Romanos 10, 14-15).
La fe se suscita por la predicación. Qué bueno esto: creí, y
por eso hablé, y porque hablé otros podrán creer. Es lo que
debe suscitar nuestra predicación y nuestro amor: ¿cómo

65
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

creerán si nadie les predica? Por eso el Evangelio nos tiene


que quemar en las manos. Si recibimos el mensaje que nos
permitió creer, no nos lo podemos guardar. ¡Qué triste debe
ser vivir sin fe! Parte de las purificaciones a las que Dios nos
somete es para permitirnos tener momentos o años de
ausencia de Dios para que nos demos cuenta a qué terrible
infierno está sometido el hombre que todavía no sabe de
Dios.
Pero, ¿cómo tener fe, si nadie tiene fe en mí? Nuestra fe en
los demás dispone a los hombres a la fe. Cuántas veces nos
hizo crecer el que alguien creyera en nosotros; yo no creía en
mí pero, cuando alguien creyó en mí, me animé. ¿Cómo tener
fe en mí si nadie cree en mí? ¡Qué misterio: Dios cree en mí!
Si pudiéramos creer que Dios cree en nosotros, nuestra
fragilidad se tornaría en fortaleza. No nos miraríamos tanto
en nuestra fragilidad sino miraríamos los ojos que nos están
diciendo: te creo capaz, salí de vos mismo, salí de tu pequeña
conciencia de fragilidad.
En última instancia tiene fe el que se anima a vivir. El hombre
que se anima a tener hijos, a emprender una tarea, a edificar
una casa, a comprometerse con la historia, con la realidad,
ese hombre cree en la vida y, por eso, se anima, se atreve a
invertir en su vida. A veces nosotros tenemos una fe teórica,
pero no nos animamos a vivir, estamos como maniatados.
Dios nos invita a poner en práctica nuestros talentos, el talento
de la vida. Para animarse a vivir hay que creerle a Dios que
la vida tiene sentido. Y nosotros, por temor a sufrir, nos
animamos a una fe teórica pero no a una fe práctica: a
comprometernos con la realidad, a animarnos a vivir en este
mundo, a abrazar la vida como un don del Padre.
Paradójicamente quien cree en el Cielo se tiene que animar
a poner sus raíces en la tierra. Sin fe en la eternidad no me
comprometeré hasta lo último con este mundo relativo.
María creyó y lo dejo a Dios hacer en su vida. Creer es
dejar que el amor despliegue su sueño en nosotros. Creer es

66
4ª meditación “He peleado el buen combare, conservé la fe”

darle permiso a Dios para que lo que soñó de nosotros lo


realice. ¡Qué lindo, qué delicadeza de amor si le decimos a
Dios con la vida: te doy permiso y aquí estoy para que puedas
desplegar tu sueño de amor en mí y en los demás!

67
5ª meditación
“La creación entera gime y sufre
dolores de parto”

“En efecto, toda la creación espera ansiosamente


esta revelación de los hijos de Dios.
Porque también la creación será liberada
de la esclavitud de la corrupción
para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente,
gime y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella: también nosotros,
que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos interiormente.
Porque solamente en esperanza estamos salvados
(Romanos 8, 18. 21-23)

No es exagerado decir que vivir es esperar. Para el ser


humano, vivir es una espera. Si ser un ser humano no es estar
mal hecho, sino no terminado, vivir es esperar, vivir es padecer
esa tensión entre lo que ya somos y lo que estamos llamados
a ser, entre lo que ya tenemos y lo que estamos llamados a
esperar. Por eso la creación entera -y nosotros que somos
parte de ella-, aguardamos la plena manifestación de nuestra
condición de hijos de Dios que ya tenemos pero que aún no
ha redundado en todo nuestro ser, de permitirnos eliminar el
dolor, la muerte, el vivir en la fe, y no en la visión, el vivir en la
casa del Padre y no todavía de camino; si bien ya somos
hijos, somos peregrinos.
Esperamos muchas cosas pero, sobre todo en lo más
profundo, esperamos encontrarnos con “alguien”. La espera
no es de algo, es de alguien. Cuando se espera bien no se
esperan cosas, se espera a alguien. Esperamos encontrarnos

69
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

con alguien que nos ayude a entendernos y a ser, con alguien


con quien poder desplegar todo lo que somos, todos esos
sueños que si no encontramos en quién depositarlos, quién
nos los sustente y garantice, quedarían como encerrados en
el corazón sin animarse a salir.
Esperamos encontrarnos con Aquel que nos dio la vida,
que es nuestro creador y nuestra plenitud, no sólo nuestro
origen; es nuestra plenitud. Aguardamos, como la humilde
semilla, que el agua y el sol la saque de su sueño paralizante
y la animen a intentar la plenitud. Qué bueno si el encuentro
con Dios nos anima a intentar la plenitud y nos saca de ese
sueño paralizante en el que a veces nos encontramos. Cada
día estamos tentados de paralizarnos ante el misterio de la
vida y, si no nos encontráramos con Dios, difícilmente nos
animaríamos a intentar desplegar nuestro ser.
Curiosamente la memoria del pasado nos anima a tener
memoria del futuro. Si no tuviéramos recuerdos lindos que
tuvieran algo de plenitud, difícilmente nos animaríamos a
buscar lo que de alguna manera hemos intuido que existe y
que está. Cuando hemos tenido una linda experiencia, más
que para aferrarnos a ella, está destinada a animarnos a
buscar lo pleno que esa experiencia relativa nos sugirió. Para
esperar hace falta padecer algo de vacío, y poder gozar algo
futuro como ya presente. Qué incómodo es experimentar el
vacío, la no plenitud, la insatisfacción y, sin embargo, son
estas nuestras amigas que nos ponen en camino y nos
recuerdan que estamos hechos para más. Quién de nosotros
no intenta huir, cada día, de la experiencia de vacío, una de
las experiencias más terribles -o de la insatisfacción- y, sin
embargo, pensar que es una amiga que Dios nos puso en el
camino para hacernos decir: no te detengas donde no debés,
estás llamada a más, no confundas descanso con plenitud,
no entregues horizontes por un poco de tranquilidad.
La esperanza está profundamente ligada a la fe; porque
creo, espero; ella es su raíz y el amor es su motivo. Porque te

70
5ª meditación “La creación entera gime y sufre dolores de parto“

creo, espero y sigo esperando porque te quiero, sigo espe-


rando porque te amo. Curiosamente los hechos presentes,
las metas que vamos alcanzando en la vida, las realizaciones,
se van tornando vacías al mostrarse incapaces de llenar el
corazón. Todas las metas que vamos alcanzando se convierten
en motivos de esperanza, pero insuficientes para darnos paz.
Nos ayudan a esperar. Por un lado son un anticipo, un aliento
y, por el otro, al mostrarse insuficientes, nos ponen nuevamente
en camino. Un ejemplo muy simple y común: en algún
momento la meta fue profesar, -¡qué bueno!-, y no es
suficiente para llenar el corazón. Pero llegar a esa meta, haber
sellado esa alianza de amor con Dios en el camino que costó
tanto y que fue objeto de esperanza, ahora es un anticipo
para animarme a esperar el otro encuentro, la otra alianza 5
plena que está en el Cielo. Y así cada meta de la vida. Las
metas nos animan a emprender cosas nuevas pero, al mismo
tiempo, nos damos cuenta que eso que fue nuestra meta
pequeñita no era suficiente para mantenernos vivos.
Se alcanza tanto cuanto se espera, pero qué difícil es no
endurecer el corazón, mantenerlo abierto a la plenitud, no
esperar poco; ese es el gran riesgo del hombre. Ponemos
metas alcanzables para no sentir tanta angustia por la meta
grande, pero, de alguna manera, nos van empequeñeciendo
el corazón. Las metas pequeñas nos enseñan en parte la
insuficiencia de toda meta que no sea la plena para el
hombre, y esto puede hacer que, por temor a sufrir, por temor
a padecer, nos hagamos un corazón pequeño que, cada vez,
busque menos sufrir el desaliento y la desesperación. La
insuficiencia e insatisfacción nos pueden desalentar, nos
pueden hacer querer no sufrir más o, por el contrario, nos
pueden enseñar a no esperar poco. Esperar poco es el gran
riesgo del hombre llamado a la no medida.
Lo esperado tiene que ser percibido como un bien, como
algo valioso para mí, si no, no lo podría esperar; por eso, en
la vida, es tan importante tener hermosas experiencias de

71
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

amor, de encuentro, de plenitud; si nuestra vida no va teniendo


pequeñas alegrías que nos permitan intuir lo pleno,
difícilmente podremos aguardar lo que de ninguna manera
vemos o creemos que existe. En la medida en que nuestra
vida se torne dura, que a nuestra convivencia le falte amor,
que tengamos demasiados fracasos y ninguna alegría, no es
raro que vaya desapareciendo nuestra esperanza, nuestra
tensión hacia el futuro.
En cambio, cuando hemos percibido algo como bueno,
que nos dio una alegría, entonces sí nos animamos a
emprender el camino. Para poder esperar algo tengo que
percibirlo como un bien. ¿Cómo voy convenciendo al corazón
de que lo que espero es bueno? En la oración; ese es el lugar
donde el corazón tiene que enterarse de que lo que espero
es bueno para él. Y lo hago para que se conozcan; si no le
doy tiempo al Señor y al corazón, si no le doy tiempo al
corazón para que interprete que las palabras de Jesús, que
las promesas de Dios son lo que él está aguardando, si mi
corazón no interpreta que lo que Dios me promete coincide
con lo que anhela, difícilmente tendré yo pasión, tensión vi-
tal para alcanzar la plenitud, sino la viviré todo como un
deber.
La esperanza es una necesidad no una obligación más;
es lo que el corazón necesita para vivir. La esperanza tiene
que ser percibida como un bien, todavía no alcanzado en
plenitud, si no, no lo podría esperar. Y, por eso, qué duro es
tener esperanza; es como animarse a entusiasmarse pero, al
mismo tiempo, es estar diciéndose siempre la verdad: todavía
no lo tenés en plenitud. Qué difícil es soportar esa tensión
que nos crea ansiedad. Hay una buena ansiedad, la del que
aguarda lo pleno, pero qué incómodo es tener el corazón
sin poder anidar, sin poder descansar todavía. Para eludir
esa tensión podemos renunciar a la esperanza, pero esa
tensión es sinónimo de vida.
Qué lindo cuando uno se encuentra con una persona que

72
5ª meditación “La creación entera gime y sufre dolores de parto“

está en tensión a causa de la meta: tiene una sana tensión,


está como en guardia, en camino, en espera. No está con la
quietud de quien ya no aguarda nada, quietud más parecida
a la muerte que a la paz. Lo que esperamos es muy grande,
es posible aunque arduo. No esperamos cualquier cosa; eso
es justamente la esperanza cristiana ¿dónde alcanza su
plenitud, dónde se muestra en toda su estatura? Cuando nos
encontramos ante la muerte, en la que el hombre experimenta
que todas sus fuerzas y sus sueños parecen una mera ilusión;
ante la muerte, en la cual la palabra humana ya no tiene
nada que decir, es donde la esperanza nos dice: ahora
empieza todo. Se encuentra en toda su plenitud y estatura ya
que es un bien, una meta muy grande y que supera nuestras
fuerzas. 5

Esperar contra toda esperanza significa que la sola razón


para esperar ya no es otra que la fidelidad de Dios. ¿Hay
alguna circunstancia en la cual se puede perder la esperanza?
Nunca. El hombre nunca debe perder la esperanza porque
nunca estuvo basada en él mismo; podría perderla si se
hubiera basado en sus fuerzas y un día ve que ya no las tiene.
La esperanza cristiana tiene su fundamento en la fidelidad
de nuestro Señor. Ante la muerte no es una locura esperar; al
contrario, allí se reconoce su verdadera grandeza. San Pablo
nos dice:
“Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en
Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres
más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de en-
tre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte
vino al mundo por medio de un hombre, y también por
medio de un hombre viene la resurrección. En efecto,
así como todos mueren en Adán, así también todos
revivirán en Cristo” (1 Corintios 15, 19-22).
Y digamos la verdad, muchas de nuestras desilusiones,
de nuestras caras amargas ¿no son porque pusimos la
esperanza en cosas en las que no debíamos ponerla? ¿Cuál

73
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

era el verdadero objeto de la esperanza? ¿Nos hemos


desilusionado o es que Dios nos ha educado en esos fracasos
invitándonos a levantar la mirada y decir, “esperá lo que
corresponde, no esperes cosas que te pueden desilusionar”?
La humanidad, generación tras generación, espera ser
feliz; cada ser humano tiene sus sueños, sus ilusiones, que lo
ponen en camino: encontrar amor en el matrimonio, tener
hijos, bienes necesarios para una vida digna, salud, empresas,
un mundo mejor, paz, etc. También los consagrados esperan
ser mejores, identificarse más con Jesús, poder amar, una
Iglesia más evangélica, comunidades fraternas, ser felices
haciendo felices a otros, etc. Pero si abrimos los ojos a lo que
vemos, no es vana la pregunta: ¿es lícito esperar?, más aún,
¿se puede esperar?, ¿es lícito esperar y animar a otros a que
lo hagan? A la luz de lo que veo, de lo que viví, a la luz del
estado de mi corazón ¿es lícito que le digamos a otros que
intenten todavía vivir?
Ser un ser humano es estar condenado a intentarlo, a
esperar. No hay otro remedio porque si no espero, muero.
En el Antiguo Testamento, la esperanza estaba prácticamente
limitada a que alguien recuerde el nombre de uno y nada
más. Cada amanecer la vida nos invita a volver a intentar
hacer de la vida algo que valga la pena. El sol siempre vuelve
a salir, la primavera siempre llega, los niños siguen naciendo.
¿Cuál es el mensaje de la vida? Si la miramos con sencillez
es: la creación se resiste a morir, los hombres no quieren morir.
Al hombre no le basta ver el fracaso de los otros para decir
basta, hay algo en el corazón, hay un rumor en el fondo del
corazón humano y de la creación que dice: seguilo
intentando, estamos destinados a la vida. La creación, ella
no sabe el secreto, ella no sabe de Jesús resucitado, pero
ella escuchó el rumor. Dios le susurró al oído, al corazón de
todo hombre y de la creación, que estamos llamados a la
vida y no a la muerte. La creación es capaz de hacernos
escuchar el rumor, el eco del misterio, ¡estamos destinados a

74
5ª meditación “La creación entera gime y sufre dolores de parto“

la vida! Así el hombre no se equivoca cuando escucha este


rumor, cuando espera vivir y grita, mirando al cielo:
“Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado,
nunca vacilaré. Por eso mi corazón se alegra, se
regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que
tu amigo vea el sepulcro” (Salmo 16, 8-10).
Nos amás tanto, hiciste este mundo tan hermoso, nos hiciste
a tu imagen y semejanza, yo sé Señor, aunque no sé cómo,
que no puedes dejar que tu amigo conozca la corrupción.
Hay en la vida un inevitable y doloroso paso entre la ilusión
y la esperanza o, mejor dicho, ente la esperanza y “La”
esperanza. Es bueno y sano tener una cierta confianza en uno 5

mismo. El joven estrena sus fuerzas y todavía tiene algo de


esa confianza de la niñez, donde cree que los padres o los
adultos saben y pueden. El adulto pone su confianza en el
presente, en sus logros pero, tarde o temprano, va llegando
a la crisis de realismo y, de allí, hay solo un paso al hombre
maduro que tiene que seguir esperando, cuando ya sabe que
no hay nada que esperar. Y qué duro que es vivir cuando uno
amanece escuchando algo que no quisiera escuchar en su
interior: ¿para qué amanecés si ya no hay nada que encontrar,
para qué empezar a leer este libro si sabés que ninguna
novedad va a traer, para qué empezar esto si todos vamos a
morir..?
Sólo allí se está en condiciones de valorar la Esperanza.
Por eso Pablo, que se da cuenta que no es fácil comprender
qué significa la esperanza a la cual Jesús nos invitó, no sólo
predica sino que ruega al Padre para que
“Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan
valorar la esperanza a la que han sido llamados […]
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra
en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza.
Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo,

75
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

cuando lo resucitó de entre los muertos” (Efesios 1, 18).


Pablo quiere que nos demos cuenta que el Espíritu de Jesús
es el que ha sido derramado en nuestros corazones y que,
por eso, podemos esperar con mayúsculas. Aquí aparece en
toda su estatura la esperanza cristiana: Esperar a Dios con el
poder de Dios que ya está actuando en nosotros. Las
posibilidades del hombre son mayores que sus capacidades.
Los hombres tenemos más posibilidades que fuerzas, porque
contamos con la capacidad de Dios, con el poder de Dios
que actúa en nosotros; son más amplias las posibilidades
que la capacidad que tenemos. Mis ojos pueden ver, con
buena visibilidad, unos 10 kms; cuando el hombre cree, tiene
una visibilidad infinita, puedo ver el corazón de Dios.
Caminar con esperanza en este mundo, nos pide tener la
siguiente actitud: no desentendernos de la historia: “el que
no trabaje que no coma”:
“Porque ustedes ya saben cómo deben seguir
nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no
vivíamos como holgazanes, y nadie nos regalaba el
pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos
duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de
no ser una carga para ninguno de ustedes. […]
Queríamos darles un ejemplo para imitar. En aquella
ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera
trabajar, que no coma” (2 Tesalonicenses 3, 7-11).
Por el contrario, empezar a construir la eternidad. Ese es
el proyecto del Reino, y no porque aguardamos la eternidad
debemos creer que el mundo es descartable, sino que la
historia es el ámbito donde Dios nos invita a empezar a
plasmar lo que creemos, lo que esperamos. Y nos pide no
confundir este mundo con el cielo. ¡Qué difícil equilibrio! Uno,
a veces, está tentado a desentenderse de la historia o, a veces,
está tentado a darle tanta importancia a esta vida y a lo que
hace, que se olvida que va rumbo a la eternidad. Dicho de
otra manera: no nos pongamos tan tristes si fracasamos en

76
5ª meditación “La creación entera gime y sufre dolores de parto“

el intento de que todo salga perfecto, porque somos


peregrinos. No somos tan malos ni tan incapaces para vivir
nuestra vida fraterna, para ser más buenos, sino que estamos
ensayando; todavía no estamos en el cielo, por eso es que
las cosas nos salen todavía a medias; pero eso no quita que
lo sigamos intentando. El Reino de los cielos ha comenzado,
pero
“Solamente en esperanza estamos salvados”
(Romanos 8, 24).
Más aún:
“Si los muertos no resucitan, «comamos y bebamos,
porque mañana moriremos»” (1 Corintios 15, 32).
5
Caminar con esperanza es estar permanentemente tentado
al escepticismo, al individualismo. Quien espera se puede
desesperar, quien se ilusiona se puede desilusionar, quien dice
“tengo la solución” ya no espera nada, entonces nunca
desespera; ese ya está muerto. Quien espera algo se puede
golpear. Quien de ustedes se anime a intentar cualquier cosa,
seguro que todos los días estará tentado de pensar: ¿podré?
Pablo nos invita a que
“Por eso, queridos hermanos, permanezcan firmes
e inconmovibles (como un ancla), progresando
constantemente en la obra del Señor, con la
certidumbre de que los esfuerzos que realizan por Él
no serán vanos” (1 Corintios 15, 58).
Para tener esperanza hay que tener fortaleza: perma-
nezcamos firmes. Pablo usa la imagen del ancla, que se aferra
al suelo y mantiene firme la embarcación. A veces tener
esperanza significa eso: estar vapuleado por los acon-
tecimientos pero con el ancla puesta en el Señor: “Sé en quien
he puesto mi confianza”. Y lo hermoso de la esperanza es
que nos permite convivir con presentes precarios porque
tenemos horizontes infinitos... Podemos soportar momentos

77
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

tan pobres porque, en el fondo, aguardamos lo pleno;


podemos convivir con presentes precarios porque tenemos
horizontes infinitos. Si mi habitación es pequeña pero mi
ventana da al campo, no me importa. Prefiero una pieza
chiquita y una ventana con horizonte a un salón en el sótano.
¿Qué prefieren ustedes, un salón de baile en el sótano o una
pequeña piecita con vista al mar?
Pablo espera con ansias la plenitud pero acepta perma-
necer en este mundo si él es necesario para los demás; acepta
el trabajo por los otros. Espera más la plenitud de la Vida
que la llegada de la muerte:
“Mientras estamos en esta tienda de campaña,
gemimos angustiosamente, porque no queremos ser
desvestidos, sino revestirnos, a fin de que lo que es
mortal sea absorbido por la vida. Y aquel que nos
destinó para esto es el mismo Dios que nos dio las
primicias del Espíritu” (2 Corintios 5, 4-5).
Es mejor estar con Cristo pero, si mis hermanos me
necesitan... ¡Qué lindo cuando el amor nos aferra sanamente
a esta vida! Es cierto que lo bueno sería estar ya en la plenitud,
pero también es cierto que estoy en este mundo para
consolar, animar, comunicar, dedicarme a mis hermanos.
¿Qué mejor manera de demostrar que tengo esperanza
que gastar mi vida, que es otra manera de morir, en aquellos
que amo? ¿Cuál es la experiencia psicológica del hombre
con esperanza? Las experiencias vitales de la esperanza son
la alegría y la pobreza, las dos cosas simultáneamente.
Alegría por la certeza de la plenitud ya participada. Por eso
San Pablo dirá:
“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir,
alégrense” (Filipenses 4, 4), “sea que nos encontremos
en la gloria, o que estemos humillados; […] como
tristes, aunque estamos siempre alegres; como pobres,
aunque enriquecemos a muchos; como gente que no

78
5ª meditación “La creación entera gime y sufre dolores de parto“

tiene nada, aunque lo poseemos todo” (2 Corintios 6,


8. 10).
Manera extraña de hablar de un cristiano, la alegría es la
primera experiencia psicológica del hombre con esperanza.
Tener esperanza no significa estar siempre de fiesta, puede
ser, buen humor, alegría natural, pero alguien tiene esperanza
cuando desde el fondo de una tragedia tiene una alegría
que brota desde el fondo del corazón.
Alegría y pobreza. La posesión es enemiga de la espe-
ranza, el que espera es pobre porque no tiene. El que se aferra
a lo que tiene no espera, quien espera se siente pobre. Y no
sólo el Cielo; quien espera la santidad se siente pecador
porque espera la plenitud; por eso me siento tan sin amor, 5
tan pobre porque yo quiero más. Si esperara poco ya tendría,
si espero más me doy cuenta que no tengo. Por eso:
“Los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran;
los que lloran, como si no lloraran; lo que se alegran,
como si no se alegraran; los que compran, como si no
poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si
no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es
pasajera” (1 Corintios 7, 29-31).
Ser pobre no necesariamente significa no tener nada, sino
no vivir aferrado a lo que tengo.
La esperanza puede crecer, para eso hay que cultivarla
como una plantita, si queremos que crezca. La esperanza se
cultiva en la oración. San Pablo tiene una expresión muy
bonita:
“Olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia
adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar
el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho
en Cristo Jesús. […] Cualquiera sea el punto adonde
hayamos llegado, sigamos por el mismo camino”
(Filipenses 3, 13-14. 16).

79
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Como diciendo, nunca digamos ¡basta! Cualquiera sea


el punto adonde hayamos llegado sigamos adelante. Tener
esperanza es animarse a ser peregrino hasta el final,
animarnos a que sea la vida la que diga basta y no nosotros.
Nunca digamos basta. Esa es una palabra que tendría que
estar eliminada, una actitud desterrada del corazón. Cuando
la vida me diga basta, basta; pero hasta que no me lo diga,
tengo que seguir por el mismo camino, cualquiera sea el
punto al que hayamos llegado, sigamos adelante.
María fue más allá que Abraham. Dios no sólo le pidió
ver si estaba dispuesta a entregar a su Hijo; su esperanza se
mantuvo intacta aún pasando por la cruz.
¿Cómo nos damos cuenta cuando alguien tiene
esperanza? Cuando su alegría, su serenidad, su fe son a
prueba de cualquier catástrofe, aún después de la muerte.
Cuántas veces, aun en personas consagradas, aun en
nosotros, nos sucede algo en la vida y decimos: esto no, no
puede ser, Dios me abandonó, me traicionó. Todavía no
hemos entendido que la esperanza se mantiene de pie aún
ante el escándalo de la cruz. ¡Cuidado!, que Dios no nos
invitó a esperar que no nos fuera a pasar nada, nos invitó a
esperar que, aunque todo salga mal, todo puede salir bien.
Eso significa tener esperanza, por eso no hay que asustarse
de los finales trágicos. (Recuérdenmelo si me lo olvido.) No
es tan fácil tener esperanza contra toda esperanza.
Mientras tengamos tiempo, a ver si enteramos al corazón,
si le pedimos con Pablo que nos permita comprender a qué
tipo de esperanza hemos sido invitados. Pidamos a Dios la
gracia de enterar al corazón de la verdadera estatura de la
esperanza porque eso nos permitirá atravesar serenos
también la cruz.

80
6ª meditación
“El amor no pasará jamás”

“Aunque yo hablara todas las lenguas


de los hombres y de los ángeles,
si no tengo amor,
soy como una campana que resuena
o un platillo que retiñe”
(1 Corintios 13, 1)

Todo hombre, lo sepa o no, quiere ser feliz; en eso todos


coincidimos. Todos los seres humanos buscamos la vida en
plenitud, la felicidad, porque es intrínseca a nuestra
naturaleza, pero el problema consiste en saber qué es la
felicidad, qué es lo que la da, dónde se encuentra. Aquí ya
no coincidimos todos. Desear ser feliz, todos de acuerdo. Ver
qué nos hace felices, ahí comienza el problema, no es tan
fácil coincidir.
Desde que tenemos conciencia, hasta el final de nuestros
días, nos preguntamos cotidianamente: ¿a qué puedo aspirar,
qué vale la pena, qué me puede hacer feliz, qué es lo bueno?
San Pablo nos sale al encuentro y nos aconseja:
“Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más per-
fectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más per-
fecto todavía.” (1 Corintios 12, 31).
Así es anunciado el himno al amor. Pablo sale al encuentro
de los Corintios, fascinados por los dones que les daba el
Espíritu -y de lo más llamativo-: hablar en distintas lenguas,
la profecía. Pablo, saliendo al encuentro no sólo de los
Corintios sino de todo hombre, es como si nos dijera: no te
confundas, hay una sola cosa que al hombre no le puede
faltar si quiere ser feliz: el amor: Ese es el don al que hay que
aspirar, ese no puede faltar.

81
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“Aunque...”, dirá san Pablo. Para ser feliz hacen falta


muchas cosas, no hay que ser simplista. Aun las cosas
materiales son buenas y necesarias para ser feliz, pero es
cierto que aun teniendo todas esas cosas, si no estuviese el
amor faltaría lo fundamental. Y eso que aquí no se refiere a
los bienes materiales, afectos, salud, etc. Se refiere a dones
muy sublimes. Por eso “Aunque...”. Aunque hablara todas las
lenguas, aunque entregara mi cuerpo a las llamas, aunque
tuviese fe: no se refiere a bienes materiales sino a dones
extraordinarios y, sin embargo, no es suficiente para ser feliz.
Si repasamos un poco lo que dice, cómo comienza: “Aunque
hablara todas las lenguas...”, podríamos traducir: hablar
todas las lenguas, es decir poder comunicarse con todos, que
no es poca cosa, ser capaz de comunicarme con todo ser
humano..., eso no es la plenitud.
“Aunque tuviera el don de profecía...”, es decir pudiese
interpretar la voluntad de Dios en los acontecimientos
presentes o fuese capaz de interpretar los signos de los
tiempos. “Aunque conociera todos los misterios...”, no es
suficiente, no es eso la felicidad; aunque conociera todos los
misterios, es decir, la verdad profunda de cada cosa, de cada
hombre, aun del mismo Dios, no sería suficiente. “Aunque
tuviera toda la ciencia...”, es decir, el valor y utilidad de toda
creatura, y “aunque tuviera una fe capaz de trasladar
montañas”, es decir, aunque tuviera la mirada de Dios y una
confianza infinita en Él, no bastaría. “Aunque diera todos mis
bienes” a los más pobres, es decir, aunque me animara a
vivir todas las intemperies... “aunque entregara mi cuerpo a
las llamas…”, es decir, aunque diese mi vida por Dios y por
los hombres, si me falta el amor no soy nada.
Ante esto surge inmediatamente una pregunta: ¿pero qué
es el amor si cosas tan sublimes todavía no lo son? ¿Qué
será la caridad si cosas tan grandes y que se parecen al amor,
todavía no lo son? ¿Qué es el amor? El amor: no lo podemos
definir. Tenemos que ser más humildes: tenemos que

82
6ª meditación “El amor no pasará jamás”

aproximarnos a tratar de entenderlo pero sin pretender


domesticarlo: comprenderlo como comprendemos una suma,
una división; el amor no es una operación matemática.
En una primera aproximación podíamos decir que todo
lo anterior puede ser hecho por otro motivo que no sea el
amor. Eso que se decía en la espiritualidad clásica: la “pureza
de intención”. Así, por ejemplo, a veces nos encontramos
haciendo cosas para quedar bien delante de alguien o por
temor, por tantas razones que no son necesariamente por
amor. Pregunta que tiene que estar permanentemente en
nuestro corazón: ¿por qué hago lo que hago, para quién
hago lo que hago? ¡Qué triste si un día nos dicen, si buscabas
el aplauso, tu recompensa ya está! ¡Qué lindo si viviéramos,
si amáramos, si trabajáramos para Aquel que ve en lo secreto,
para alguien, para el Señor!
Aquí se trata de algo más profundo. Se trata del amor de
6
Dios comunicado a los hombres.
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”
(Romanos 5, 5).
Ese amor, que llamamos caridad, ese amor de Dios
derramado en el corazón del hombre, da a todo lo humano
una finalidad más profunda y una intensidad inusitada. Por
eso Pablo dirá:
“‘Todo lo que hagan, háganlo con amor” (1 Corintios
16, 14).
El amor es esa fuerza divina, es el amor de Dios que se
mete en el corazón del ser humano, para que todo lo que
haga lo pueda hacer por una finalidad más profunda que
para contentar a los demás, y con una intensidad más pro-
funda que la que brota de su corazón. Es el amor de Dios
que, estando en nosotros, puede transfigurar todo lo que
hacemos y hacerlo sublime. No hay acción pequeña para el
amor: “Todo lo que hagan, háganlo por amor”. Esta frase

83
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

hay que llevarla a nuestras cocinas, a nuestros pasillos, al


lavar los platos, al poner la mesa, al limpiar el baño...:
hagámoslo todo por amor.
El amor se manifiesta o se encarna de múltiples formas
pero ninguna lo agota. No hay acto humano que uno diga:
hacer esto es tener amor; ni siquiera dar la vida, porque puede
ser hecho por otro motivo. Es cierto que este es una de las
formas que adopta el amor, pero no necesariamente entregar
la vida, se hace por amor. El amor se manifiesta en las obras,
pero no hay una acción propiamente dicha que, si yo no la
hago, no tengo amor; no. El amor no es atrapado por
ninguna acción humana; ninguna es capaz de expresarlo en
su totalidad. Dios es inefable, ningún concepto, ninguna
palabra, ninguna idea lo puede contener; nada es capaz de
contener su realidad; Dios es imposible de ser dicho, somos
incapaces de decirlo en plenitud.
Lo mismo podemos decir del amor. Goza de una cierta
inefabilidad, se manifiesta de múltiples maneras pero las
trasciende a todas; ninguna lo puede atrapar, domesticar,
dominar, agotar. Por eso la caridad tiene forma de educación,
de servicio a los pobres, de misión, de enseñanza. La caridad
se encarna, por eso la vida religiosa, que tiene como meta
la caridad perfecta, puede tener distintos carismas. Porque
ningún carisma es dueño de la caridad, y la caridad se expresa
en todas esas formas que lo expresan y a través de las mismas.
Si miramos la Biblia, si miramos la historia de la salvación,
diríamos que el amor de Dios se ha manifestado de muchas
maneras. Se ha manifestado en la creación: todo lo hizo de
la nada, es una obra de amor; en la comunicación de sus
bienes, de su Palabra; en habernos hecho a su imagen y
semejanza; en toda la Historia de la Salvación (eros-ágape).
Se manifiesta sobre todo en el corazón del ser humano; si
miramos a cualquiera que ame estamos asomándonos,
aunque sea un vestigio, a cómo ama Dios. Por eso el amor
de un amigo, la ternura de la madre, la protección del pa-

84
6ª meditación “El amor no pasará jamás”

dre, son todas formas en las cuales el amor de Dios se asoma


al mundo -aún ignorándolo los que lo hacen-. Allí se asoma
el amor de Dios, se hace manifiesto.
No pretendiendo definirlo pero sí describirlo o sacar
alguna conclusión de todos esos acontecimientos, podríamos
decir que el amor tiene tres características: 1) toma la
iniciativa, 2) abre el corazón, se comunica y busca la
comunión, 3) lleva a la plenitud. Tendríamos que poder
verificarlas en Dios y en todo hombre o mujer que tenga
caridad. ¿Hay formas para medir la caridad? No. Pero sí
algunos rasgos que tendrían que estar presentes allí donde
esté el verdadero amor.
Toma la iniciativa: por eso el que ama crea, comienza, no
espera que comience el otro; da vida, busca, perdona, es
solar; como el sol, ilumina, madura todo ser que se le asoma,
suscita espacios de vida, condiciones para la vida, ordena,
6
no asfixia, hace florecer todo lo que pasa por sus manos,
dignifica todo lo que mira:
“Sabemos, además, que Dios dispone todas las
cosas para el bien de los que lo aman” (Romanos 8,
28).
Dicho más simple, por donde pasa una persona llena de
amor todo tiene más vida, es más fácil vivir, hay oxígeno;
uno dice: qué lindo en esta casa, en este lugar, es como si
uno se sintiera esponjado; hay espacio para aparecer, para
vivir, para crecer…
El que ama no sólo busca sino también se ofrece y me
necesita; por eso abre el corazón y dialoga, se comunica,
quiere hacerme conocer el amor en su persona y a través de
ella, por eso san Pablo dirá un día:
“Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseá-
bamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de
Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos
llegaron a sernos” (1 Tesalonicenses 2, 7).

85
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

El que ama no sólo quiere dar, también quiere darse.


El que ama busca no solamente informar, sino la
comunión; su centro ya dejó de ser él mismo, pasa a ser el
otro; ya no estoy preocupado por mí sino por vos, y quiero
emplear todo lo que soy y todo lo que tengo para que vos
seas. Es la capacidad o posibilidad de comprometer todo lo
que soy y tengo para que él sea. Por eso Dios se encarnó.
Todo lo que Él es y tiene lo quiere emplear en nosotros
para que crezcamos, pero no sin nuestro consentimiento, sin
nuestra aceptación.
“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Corintios 3,
17).
Sin libertad no puede haber amor. El amor quiere darse,
no imponerse; el amor no está deseando ganar al otro, sino
amarlo, que es algo distinto.
El amor libera y la libertad que comunica es justamente
para poder, a su vez, amar y servir a otros, y no usarlos.
Cuando alguien ama bien a una persona la deja libre, no
para que sea egoísta, sino para que esa persona, siendo libre,
pueda, a su vez, dar su vida por otros.
“Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir
en libertad […] háganse más bien servidores los unos
de los otros, por medio del amor” (Gálatas 5, 13).
Por ejemplo: estos tres pasos pueden ser entendidos a través
de los tres grandes momentos de la Eucaristía: 1) Los ritos de
iniciación, Dios nos busca, nos perdona, toma la iniciativa.
2) Liturgia de la Palabra, donde Dios nos abre el corazón,
nos ilumina, nos cuenta quién es, qué desea de nosotros. 3)
Liturgia de la Comunión, donde el amor no sólo quiere
informarnos sino que el amor quiere transformarnos, nos
quiere invitar a algo más, a la unidad de vida, a plenitud.
Por eso, sin amor, sin alcanzar esta capacidad, el ser

86
6ª meditación “El amor no pasará jamás”

humano y su ciencia son algo hueco, su vida y sus logros no


son nada, no le sirven para nada:
“Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar
a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no
tengo amor, no me sirve para nada! (1 Corintios 13,
3).
¡Qué maravillosa propuesta de Dios y, a su vez, qué riesgo,
qué temor no alcanzar esa plenitud que hace que nuestra
vida tenga sentido o no! San Pablo es tajante: “no me sirve
para nada”, como diciendo, o alcanzamos esa meta o nos
falta todo. Como si no alcanzando el amor, todas las otras
metas no son suficientes para hacer de nuestra vida algo
digno.
¿Dónde se manifestó el amor por excelencia? El amor ha
sido manifestado en Jesús.
6
“Sopórtense los unos a los otros, y perdónense
mutuamente siempre que alguien tenga motivo de
queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan
ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que
es el vínculo de la perfección” (Colosenses 3, 13-14).
En qué breve frase san Pablo nos dice todo: “El Señor los
ha perdonado, hagan ustedes lo mismo...”. ¿Dónde está la
fuente del amor? La fuente del amor está en Jesús. Él nos
amó primero, por eso el amor cristiano es consecuencia del
amor de Dios hacia nosotros; por eso, si queremos que
alguien ame, primero hay que amarlo. Y si Dios nos pide
caridad es porque nos amó primero. Nunca nos pide lo que
no nos dio. Lo que tenemos que hacer es darnos cuenta que
nos amó, que nos está amando.
Por eso el amor
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede
con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no

87
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la


injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor
todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta” (1 Corintios 13, 4-7).
Todas las virtudes están incluidas en el amor; si no hay
caridad ninguna virtud alcanzó la cumbre. Quien busca el
amor está buscándolo todo. ¿Dónde centrar nuestra atención,
nuestro esfuerzo? Concentrarnos en el amor que es la síntesis
de la perfección. El amor no se equivoca nunca (por ej., dar
una limosna a alguien que me engaña), el amor no fracasa.
Si yo te amé y vos te burlaste de mí, no me equivoqué, peor
para vos que abusaste de mi amor. La caridad nunca se
equivoca, por eso, fíjense qué lindo, para la caridad no hay
fracasos; pueden cerrarse nuestros colegios, nuestras casas,
nuestras comunidades porque pasaron de moda o porque
qué sé yo, pero nunca habremos fracasado si hemos amado
aunque se cierre la comunidad, aunque se acabe la
Congregación. El amor no fracasa jamás. “Todo es puro para
los puros” Tito 1, 15).
Cuando hay amor, hay como una inocencia y una libertad,
capaces de hacernos tratar a las creaturas con la inocencia
original. “El amor no pasa jamás”, es incondicional, de una
vez y para siempre. Cuando Pablo estaba tentado de sentir
angustia por las circunstancias del mundo, por su propia
pobreza, por su incapacidad de convertirse, encontraba
refugio en esta verdad:
“¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está
con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Él que no
escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de
favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios?
Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a
condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más
aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e in-
tercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces

88
6ª meditación “El amor no pasará jamás”

separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las


angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los
peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu
causa somos entregados continuamente a la muerte;
se nos considera como a ovejas destinadas al
matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia
victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo
la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles
ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los
poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni
ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del
amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor” (Romanos 8, 31-39).
Dios nos amó de una vez y para siempre. El amor de Dios
no se retira jamás. Esa es la única certeza inamovible. ¿Cuál
es la gran certeza de los cristianos? Dios nos amó. Por eso, ni
nuestra pobreza, ni nuestro pecado será más grande que su 6
inmensa fidelidad para con nosotros. Recordemos como
Jesús le avisaba a sus Apóstoles en la Última Cena,
mirándolos con pena pero con amor: miren que ustedes me
van a dejar sólo, me van a negar, a Pedro se lo dice más
claro todavía: “hoy antes que cante el gallo...”, pero mirá
Pedro, si te digo esto no es para humillarte sino para que
recuerdes, cuando te pase, que mi amor va a estar intacto; si
el tuyo alguna vez se entibia no te preocupes, el mío va a
estar intacto, eso es lo que te pido que creas que mi amor es
para siempre”.
“En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la
esperanza y el amor, pero la más grande de todas es
el amor” (1 Corintios 13, 13).
El Reino de los Cielos ha comenzado, la caridad es la
posibilidad de estar ya participando del Reino; ese Reino
que ha llegado en Jesús pero que se hace presente en cada
ser humano cuando este puede llegar a amar y desde allí
transformar todo lo que vive, todo lo que pasa por sus manos,

89
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

por su mirada, por su corazón. Nos decía san Pablo


“No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge
lo que se siembra: […] el que siembra según el Espíritu,
del Espíritu recogerá la Vida eterna” (Gálatas 6, 7-8).
Por eso mientras tengamos tiempo hagamos el bien a
todos empezando por casa, empezando por nuestros
hermanos en la fe. Es fácil compadecerse de los lejanos, es
difícil el bien para todos, empezando por nuestros hermanos
en la fe, allí donde nos toque vivir.
“Amor saca amor”, decía santa Teresa. Y supongamos que
tiene una pregunta: ¿Y si el amor Señor es tan importante, y
yo no sé ni siquiera si lo tengo, dónde lo puedo encontrar,
dónde está? Amor saca amor. Por eso Pablo le recomienda a
su hijo Timoteo:
“Acuérdate de Jesucristo...” (2 Timoteo 2, 8).
Si queremos despertar al amor hagamos memoria del
amor, que es lo que hacemos en cada Eucaristía. “Hagan
esto en conmemoración mía”, no se olviden que los amé hasta
el extremo. Y, a su vez “Este es mi mandamiento: Ámense los
unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15, 12), ¿qué
mejor manera de tenerme presente que amar a los demás
como Yo los amé. ¿Quién tiene presente el amor de Jesús
sino aquel que está tratando de tenerlo presente, haciéndolo
presente en su trato con los demás? Y a los cristianos de
Corinto: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Corintios 5, 14).
Si Él hizo esto por nosotros, ¡qué lindo si no viviéramos
apremiados por el miedo!... Eso sería no haber entendido el
amor. ¡Qué bueno si el amor de Cristo nos apremiara…! ¡Qué
triste sería que, asustados por el infierno, hiciéramos buena
letra! ¡Qué lindo sería si, habiendo entendido el amor de
Jesús, nos convirtiéramos en deudores del amor!
“Que la única deuda con los demás sea la del amor
mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley”
(Romanos 13, 8).

90
6ª meditación “El amor no pasará jamás”

¡Qué buen problema es tener deudas de amor!


¿Cómo sé yo que voy consintiendo al amor de Dios, que
me estoy dejando amar por Dios? Voy consintiendo al amor
en la medida en que soy capaz de consentir y abrazar lo que
soy y lo que me pasa. Me dejo amar por Dios cuando dejo
de patalear contra mí mismo y contra la realidad. Si vivo
rechazándome y si vivo peleándome con mi circunstancia,
en realidad no me estoy dejando amar, porque Dios me está
amando en este modo de ser que me dio, en este ser que soy
y en esta circunstancia que me está tocando vivir. Abrazar mi
ser, abrazar mi realidad y mi circunstancia, es estar abrazando
a Dios que me ama, en eso que me pasa y a través de eso
mismo.
María es la plenitud del amor, realizado en lo más simple
y cotidiano, María es la plenitud de la caridad, obrando y
consagrando lo ordinario, como si la Virgen nos diera este
6
gran mensaje: “El amor no necesita circunstancias
extraordinarias para realizarse”.
No esperemos la gran ocasión; convirtamos en gran
ocasión este día vulgar, este día que hoy nos está tocando
vivir, abrazándolo con amor según nos esté tocando vivirlo.

91
7ª meditación
“Me hice todo a todos
para ganar a algunos
a cualquier precio”

En efecto, siendo libre,


me hice esclavo de todos,
para ganar al mayor número posible.
Me hice judío con los judíos
para ganar a los judíos.
Y me hice débil con los débiles,
para ganar a los débiles.
Me hice todo para todos,
para ganar por lo menos a algunos,
a cualquier precio.
(1 Corintios 9, 19-20. 22).
Dentro de las formas que existen para aprender algo, una
de las más valiosas es, sin duda, la experiencia. A tal punto
que hay quien afirma: “Solo sabemos lo que
experimentamos”, es decir, terminamos de comprender sólo
aquello que nos toca vivir. Algunas de esas experiencias son
tan fuertes, tan importantes, que no sólo nos aportan algo
valioso, sino que nos transforman todo. Podríamos decir: “tal
experiencia me transformó entero”, podríamos decir: “a partir
de esto que me tocó vivir, gozar, padecer, ya no soy el mismo,
ya no puedo seguir viviendo de la misma manera”.
La experiencia de Damasco fue, sin duda, una de esas
experiencias que transforman la vida. Pablo podría decirnos
y tal vez nosotros mismos: “alguien me vino a buscar, se detuvo
ante mi, trató de comprenderme. Y todo esto estando en lo
peor, perdido, extraviado. Alguien me buscó cuando yo no
lo buscaba”. ¿Cómo no quedar marcado para siempre, cómo

93
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

no quedar eternamente endeudado con el amor, cuando el


amor tomó la iniciativa, nos buscó y nos rescató? Por eso,
lleno de dulzura, dirá:
“Que el Dios de la constancia y del consuelo les
conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros,
a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón
y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro
Señor Jesucristo. Sean mutuamente acogedores, como
Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios”
(Romanos 15, 5-6).
Qué linda esta palabra: ser acogido con amor por Jesús,
esa es la experiencia de Pablo que va a fundar su nueva
conducta, su trato con los demás. ¿Cómo no ser acogedores
con todos, si Él lo ha sido conmigo? Esa es la experiencia de
Pablo.
Esta actitud, es el mejor comentario a la encarnación
redentora. Comentar con nuestra vida que hemos entendido
que Dios nos vino a buscar y que se hizo cargo de nosotros,
que nosotros nos hacernos cargo de acoger a los que Dios
nos pone cerca, intentando, con ello, expresar y agradecer
lo que el Señor hizo con nosotros. Por eso va a decir san Pablo:
“Les ruego hermanos, que se hagan semejantes a
mí, como yo me hice semejante a ustedes” (Gálatas 4,
12).
Lo que da autoridad para pedir “sean semejantes a mí”,
es que primero yo me hice semejante a ustedes, y eso es lo
que hizo Jesús. Él, que se hizo semejante a nosotros, nos dirá
un día: “Ven, sígueme, ven y verás dónde habito”. Un Jesús
que nos puede pedir que amemos y vivamos como Él, porque
Él primero vivió como nosotros.
El amor pide semejanza, hace semejantes. Por algo se
habla en lenguaje místico de unión-transformante. Cuando
alguien está en comunión profunda con Dios, Dios tiene que
ir transformando su conducta a ejemplo de Él. No puede

94
7ª meditación “Me hice todo a todos para ganar a algunos...”

haber verdadera espiritualidad si no termina habiendo


caridad. El verdadero hombre espiritual tiene que quedar
transformado. No es solamente enterarse intelectualmente
sino ser transformado en nuestras vidas por el amor de Dios.
Quien ama a alguien trata de asemejarse a él para poder
estar más unido, y quien ama trata de asemejar al otro a sí
mismo, de elevarlo, de comunicarle lo mejor de sí, para
poder compartir lo que se le quiere dar. Ejemplo muy simple:
si la maestra no se adapta, el niño no aprende y si el niño no
crece, la maestra no le puede dar todo lo que tiene. Doble
movimiento, primero de acercarse, pero también es necesario
crecer. Si Dios no se hace hermano nuestro en Jesús no
podemos acceder a él. Por eso nos puede decir ‘ven y
sígueme’ o ‘ven y lo verás’ (cf. Juan 2); por eso nos puede
pedir, aunque suene muy alto, “sean perfectos como el Padre
celestial es perfecto”, porque en Jesús nos ha enseñado que
esa es una posibilidad del hombre renovado por la gracia.
Esto es la condescendencia amorosa: ponerse uno en el
lugar del otro. Esto incluye la inculturación. Ponerse en el lugar
del otro significa comprender cómo habla, cómo piensa, 7
cómo se expresa, cómo siente. ¿Se acuerdan qué bello el
comienzo de Gaudium et spes? “Que las alegrías y
esperanzas, las tristezas y los dolores de los hombres de
nuestro tiempo son también los nuestras...” Sentir con la
humanidad. Y, en una de las plegarias eucarísticas, pedimos
a Dios precisamente eso: poder sentir con los hombres. Pero
se trata de mucho más que de eso, es una cuestión de amor,
de simpatía, de cercanía, de tender puentes. San Pablo usa
un lenguaje que parece una locura:
“Fuimos tan condescendientes con ustedes, como
una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos
por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles,
no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también
nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos”
(1 Tesalonicenses 2, 7-8).

95
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

No sólo de amor a los demás:


“Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de
poder participar de sus bienes” (1 Corintios 9, 23).
No sólo es una necesidad de amor esto de hacerse
semejante, de inculturarse, de buscar comunión, sino además
es una exigencia del Evangelio. Es una deuda de amor con
Dios, no sólo un acto de amor a los hombres.
Dios es uno, trascendente, inefable; nosotros, junto con
todas las creaturas, somos diversos, cambiantes, dinámicos,
no somos eternos, estamos en movimiento. La vida es un
proceso de crecimiento, maduración. Variamos según la edad
que tengamos, somos la misma persona pero ¡cómo vamos
cambiando según los años! Variamos según los lugares, según
la época y las circunstancias que nos toquen vivir. Estas van
poniendo de manifiesto conductas, capacidades que antes
no conocíamos en nosotros mismos o en los demás. Por eso,
comunicarse entre personas, generaciones y pueblos es un
gran esfuerzo, no es fácil porque, si bien todos los seres
humanos tenemos algo en común, todos nos parecemos a
todos, son tantas las circunstancias, las edades, las culturas
que nos hacen tan distintos… Por eso comunicarse requiere
un esfuerzo.
Pablo dice:
“Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la
abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la
saciedad como al hambre, a tener de sobra como a
no tener nada” (Filipenses 4, 12).
Pero nos confiesa humildemente su secreto;
“Yo lo puedo todo en aquel que me conforta”
(Filipenses 4, 13).
Como diciendo, todo cambia, tengo momentos tan
diversos en mi vida y, sin embargo, mi secreto es que Él no
cambia. Hay uno que me conforta, es el mismo que me

96
7ª meditación “Me hice todo a todos para ganar a algunos...”

acompaña en las distintas edades y circunstancias. Pablo no


deja de señalar, con profunda humildad, que el secreto de
eso no está en él sino en Jesús y en su gracia.
“Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo...”
(Efesios 4, 5),
pero esa fe se expresa en un lenguaje humano que es hijo
de un tiempo y de una cultura, válido pero insuficiente. Por
eso se puede expresar de diversas maneras y es capaz de
desarrollarse, crecer, mejorar. Pablo experimenta el drama
de su pueblo Israel, que no es capaz de recibir la novedad
del Evangelio (“Siento una gran tristeza y un dolor constante
en mi corazón” Romanos 9, 2). Él, que amaba tanto al pueblo
de Israel se dio cuenta que ese pueblo no pudo pegar el
salto, evolucionar, no pudo adaptarse al Evangelio. A
nosotros nos puede pasar algo parecido, ¿me puedo adaptar
al Concilio, a las circunstancias de los tiempos, a los hombres
de hoy, a la juventud, a la cultura? No es tan fácil, esto no
pasó una sola vez en la historia. Es difícil adaptarse, pero
recordemos: “un solo Señor, una sola fe”, lo profundo no
7
cambia. Es importante saber distinguir. Lo que cambia es lo
superficial, lo que nos permite entrar en comunión y entender
mejor eso profundo que ya tenemos. San Pablo vivió el drama
de los judío-cristianos que no aceptan la no práctica de la
ley por parte de los gentiles convertidos. Más tarde sucederá
lo contrario, una Iglesia de gentiles que no sabe convivir con
los judíos conversos. La intolerancia es una forma de
simplificación motivada por el temor a lo diferente, al cambio.
Es tan vieja como el ser humano: lo distinto nos asusta y nos
cuesta. Nosotros queremos simplificar, uniformar para no
sentir, para no aceptar que lo nuestro es relativo. Nos cuesta
aceptar que hay otros modos. En la Iglesia no estamos tan
acostumbrados a vivir la diversidad en paz.
Por eso es fundamental poder distinguir lo esencial de lo
accidental. Percibido esto, da libertad para encarnarlo y
expresarlo de diversas formas. Quien es más profundo, tiene

97
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

mayor capacidad de perder lo secundario; quien captó lo


más esencial puede no temer que se pierdan cosas secun-
darias y, a mayor superficialidad, mayor temor y menos
capacidad de transformación. De allí la importancia de una
formación que comunique más criterios que normas, más
profundidad que costumbres. Porque cuando uno captó los
valores se puede dar cuenta que eso mismo se puede expresar
de muchas formas, sin perder el valor, lo esencial.
Por eso dirá Pablo:
“Me hice todo para todos, para ganar por lo menos
a algunos, a cualquier precio” (1 Corintios 9, 22).
El amor pide flexibilidad, pide capacidad de transfor-
mación. Miremos en profundidad. Me hice todo: “Todo”, in-
volucra a toda mi persona, mi modo de pensar, de amar, de
sentir, de expresar, mis costumbres, etc. ¿Quién iba a decir
que iba a tener que cambiar hasta mi modo de pensar? Todo
mi yo tiene que estar involucrado, todo mi yo es instrumento
de evangelización. Saber adaptarme, crecer en nuestro modo
de sentir, de amar. Fuimos educados de una manera y, a lo
mejor, hoy hay que aprender a hacer gestos, a expresar senti-
mientos, porque si esta generación, esta cultura, no entiende
otro lenguaje, la dejaríamos sin el mensaje de amor. Si noso-
tros no supiéramos expresarlo, esta cultura no podría crecer,
y madurar. Podríamos poner tantos ejemplos: “me encanta
acostarme temprano y ahora las reuniones son tarde”. Podrí-
amos poner una serie de ejemplos de cómo no tenemos que
absolutizar lo relativo en un mundo que cambia.
“A todos”, así como están y como son. San Pablo decía:
“Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobre-
llevar las flaquezas de los débiles y no complacernos
a nosotros mismos. Que cada uno trate de agradar a
su prójimo para el bien y la edificación común. Porque
tampoco Cristo buscó su propia complacencia”
(Romanos 15, 1-3).

98
7ª meditación “Me hice todo a todos para ganar a algunos...”

No les pidamos a los demás lo que primero tenemos que


hacer nosotros. Quien ama más tiene que hacer más, quien
ama más tiene que dar el primer paso. No le pidamos tanto
al que ingrese se acostumbre a nuestras manías sino que
nosotros nos acostumbremos un poco más a sus costumbres.
Que él se adapte al Evangelio; cuidado, no le ahorremos la
conversión, pero no le pidamos que se adapte a nuestras
manías.
Hay formas nuevas de pedirles a los hombres de hoy que
se circunciden; pensemos muchas costumbres de la vida
religiosa, ¿son necesariamente parte del Evangelio o son una
costumbre buena pero no imprescindible para los que están
ingresando hoy? ¿Habrá que circuncidar a los paganos o
basta pedirles que se bauticen y se conviertan? Si los amigos
se encuentran a mitad de camino, hay que recordar, que no
es una mitad matemática. Quien ama y pueda más, debe
dar el paso más largo. Lo que no puede hacer, porque ya no
sería amor, es forzar el consentimiento; el amor puede hacer
todo, yo puedo intentar acercarme lo más posible, puedo
intentar hacerme entendible, lo que no puedo es obligarlo a 7
la conversión.
Pablo va a ser realista: “Y todo esto «para ganar por lo
menos a algunos»”. Aquí Pablo es realista, humilde. Es como
si nos dijera, “mirá, vas a tener que hacer un gran esfuerzo, y
no habrá aparente proporción entre el sacrificio y el
resultado”. “Me hice todo a todos para ganar a algunos”,
no es que hoy las chicas de quinto año están terribles, y los
hombres del 2100 van a estar terribles, porque siempre el
Evangelio fue para ganar, por lo menos, a algunos. Si no,
miremos a Jesús, ¡qué pequeño puñado de hombres y
mujeres lo acompañan en tanto sacrificio de la cruz...!
¿Quienes se quedaron junto a Él? El Evangelio es sólo una
propuesta a la libertad del otro. Nuestra tarea, es proponer
algo a la libertad de un ser humano, consiste en disponer lo
más posible; hay zonas profundas y misteriosas del hombre

99
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

donde no entramos. Más allá sólo queda la oración y la


gracia; debemos acompañar nuestra tarea con la oración,
contando con la gracia de Dios.
Pablo decía:
“Eleven constantemente toda clase de oraciones y
súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con
perseverancia incansable a interceder por todos los
hermanos, y también por mí, a fin de que encuentre
palabras adecuadas para anunciar resueltamente el
misterio del Evangelio, del cual yo soy embajador en
medio de mis cadenas. ¡Así podré hablar libremente
de él, como debo hacerlo!” (Efesios 6, 18-20).
Pablo no sólo se esforzaba, no sólo se inculturaba, sino
que suplicaba a sus hermanos que supliquen a Dios le re-
gale la capacidad de hacerse entender y que abra el corazón
de los hombres. Hay que decir la verdad: nosotros rezamos
poco, estamos más preocupados que orantes en nuestras
tareas apostólicas. Recordemos que los hombres nos tienen
que perder el miedo si es que pretendemos que nos escuchen
y nos acojan. A veces la Iglesia pidió a los hombres que se
inculturaran a formas que no eran el Evangelio. Hemos
pisoteado muchas costumbres humanas, y por eso los
hombres nos tienen miedo. Digamos la verdad: ¿a cuántos
les hicimos mal en el campo del afecto, en tantas maneras
de enseñar imágenes de Dios que los asustamos, que los
cercenamos? No es que hoy estamos neutrales ante el mundo,
estamos ante un mundo que sospecha que al acercarse a
nosotros se corre el riesgo de ser amputado en su humanidad
y no plenificado, y encima quienes somos sus testigos, a veces,
estamos amputados, por eso no nos escuchan.
Y todo esto a “cualquier precio”: el costo es caro, a
cualquier precio. El amor no tiene medida. No lo tuvo el de
Dios para con nosotros. Dios no calculó el precio, quiso que
su última palabra para interpelar nuestra dureza fuera morir
por nosotros. Y esa será la última palabra que siempre tendrá

100
7ª meditación “Me hice todo a todos para ganar a algunos...”

la Iglesia, el martirio, morir amando a los que me rechazan.


Hasta ahí llega también el “cualquier precio”.
“En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos,
para ganar al mayor número posible” (1 Corintios
9,19).
¡Qué dignidad tiene el hombre que, libremente, puede
asumir una esclavitud de servicio para el bien de los demás!
Es una decisión amorosa, no sale por casualidad. Qué bueno
si uno un día dice: “tomé la decisión de hacerme esclavo de
mis hermanos ayudar a convertir a mi comunidad en más
fraterna “a cualquier precio”! Es difícil el “cualquier precio”;
uno está tentado a pensar: “hasta ahí sí, loca no”. Nos hemos
acostumbrado mucho a recordar nuestros derechos –algo
que está bien-, pero sigue siendo válido, volverse esclavo
por amor. Sigue siendo válido y necesario, para cambiar al
mundo, a nuestras comunidades y la Iglesia. Volverse esclavo
por amor: “Esclavo de los esclavos negros, para siempre”,
decía san Pedro Claver. No por un rato; para siempre: ¡qué
amor! Pablo llegará más lejos:
7
“Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia
me lo atestigua en el Espíritu Santo. […] Yo mismo
desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de
mis hermanos” (Romanos 9, 3).
Si el costo fuera el precio de mi propia salvación, lo haría
a favor de mis hermanos. ¡Qué difícil que alguien se juegue
a fondo por otro!, y ojo, por cosas mucho más suaves. A veces
por temor a que nos reten, a perder un puesto, a que no se
nos entienda, a que nos calumnien... San Pablo llega a decir:
“yo estaría dispuesto, no a perder el puesto, sino a ser maldito
y separado de Cristo a favor de mis hermanos…”.
Para ser realistas y para obrar en la verdad, habría que
decir que todo esto “según sea posible”. Nos tenemos que
hacer todo a todos según sea posible. Es decir, cada uno de
nosotros tiene su propia identidad, sus límites, su historia, e

101
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

incluso su propio pecado. No le podemos pedir a una


hermana de 70 años que se convierta en una adolescente
del año 2000. Hay límites, tenemos que ser humildes y decir:
todo no podemos, hay edades, hay momentos, hay
personalidades. Seamos realistas, no les pidamos a todos
que vivan todo. O, en un plano más objetivo, hay que afirmar
que la unidad no es nunca a costa de la verdad. Si para
ganar a los hombres hubiera que traicionar la verdad del
Evangelio, de lo que somos, etc., ya no. Si tengo que perder
mi esencia religiosa para hacerme cercano a los hombres
de hoy, no. Hay límites. Por eso Pablo se hará, cuanto pueda,
griego con los griegos, como lo hizo por ejemplo en Atenas:
“Ahora, yo vengo a anunciarles eso [«al dios
desconocido»] que ustedes adoran sin conocer. Él
señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus
fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea
a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad,
Él no está lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17,
23. 26-27).
Pudo ser griego hasta un punto, pero no pudo dejar de ser
cristiano, y judío con los judíos, como lo hizo, por ejemplo,
cuando lo apresaron en Jerusalén.
“Yo estoy dispuesto, no solamente a dejarme
encadenar, sino también a morir en Jerusalén por el
nombre del Señor Jesús” (Hechos 21, 13).
Se trata de una disponibilidad con identidad. Ejemplo:
una olla está a disposición de la cocinera para que la use
como olla, pero no como martillo. Cada uno tiene que estar
disponible, desde su identidad, pero tenemos una identidad
que es nuestra riqueza y nuestro límite, puedo algunas cosas
y no puedo otras. Cada una sabrá frente a Dios qué puedo y
qué no puedo. Una Congregación estará disponible para la
Iglesia pero desde su carisma, me ofrezco desde lo que soy.
No hay que correr tras la moda, hay que tener cuidado. No

102
7ª meditación “Me hice todo a todos para ganar a algunos...”

confundir inculturación, no confundir adaptarse a los tiempos


con adaptarse a la moda circunstancial y pasajera.
Recordemos que las instituciones son más lentas que las
personas. Muchas veces vamos a sufrir la lentitud, que nuestra
Congregación, nuestra Iglesia no siempre va a responder con
prontitud como conjunto, como cuerpo. La Iglesia tiene
muchos temores, pero también un temor muy santo, y que
encierra mucho amor. No vaya a ser que pierda verdad, que
traicione el depósito de la Revelación y que lo que parezca
un favor a los hombres de hoy los deje sin el Evangelio que
Jesús nos trajo. Amar es saber sostener la verdad y las
exigencias que Dios nos ha querido dar.
Algunos han dejado casa, país, afectos, costumbres, pero
todo eso, que es mucho, no es suficiente si no se comparte de
verdad la condición humana. Yo me puedo trasladar de un
país a otro, puedo cambiar de ropa, de idioma, dejar mi
familia, pero si no me animo a entrar y ser parte de la
humanidad, a vivir expuesto, a vivir lo que un ser humano
tiene que vivir; si no me animo a estar en este mundo, en esta
tierra, en el fondo no me terminé de encarnar. 7

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”


(Juan 1, 14),
y vivió en medio de su pueblo, quiso compartir sus difi-
cultades, su trabajo, las tentaciones de los hombres, por eso
pudo ser nuestro Salvador.
La inculturación es una cuestión de amor y una cuestión
de supervivencia. Quien no se adapte desaparecerá. Por eso
es mejor hacerlo a tiempo que, a lo mejor , tener que hacerlo
mal y cuando tal vez sea tarde. Pero esto implica, por
supuesto, una evangelización de la cultura. Es cierto que tengo
que aprender lo bueno que tienen los hombres, pero es cierto
que tengo siempre que purificar la naturaleza, las culturas y
a los hombres con el Evangelio y la gracia: las dos siempre
tendrán que estar. No tenemos que tener complejo de

103
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

adaptarnos, sin proponer también el tesoro que tenemos


entre manos: el Evangelio y la gracia de Dios. Pablo dirá:
“No extingan la acción del Espíritu; examínenlo
todo y quédense con lo bueno” (1 Tesalonicenses 5,
19. 21).
Hacerse todo a todos no es ser un amorfo, sino saber
ponerse en el lugar de los demás y traducirse lo mejor posible.
¿Qué quiere decir? Que mi mensaje sea entendible para este
hombre y esta mujer, para este joven y este anciano que tengo
delante de mí. Ese tiene que ser nuestro gran esfuerzo y nuestra
gran preocupación.
María tuvo la preciosa misión de hacer lo mismo con Jesús.
Tuvo que ser la mamá que se adaptara a ese niño que estaba
creciendo. María tuvo que hacer eso hasta con Jesús: ese
niño que crecía requería una mamá que se fuese adaptando
a él, desde saberlo tener en brazos y amamantarlo, hasta un
día saber abrazarlo muerto, cuando lo descendieron de la
cruz. Eso es lo que nos toca a nosotros con los hombres y las
mujeres que hoy Dios nos pone en nuestra vida.

104
8ª meditación
“Este es un gran misterio
y yo digo que se refiere
a Cristo y a la Iglesia
Iglesia””

Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia,


que es su Cuerpo.
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella,
para santificarla.
Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra,
porque quiso para sí
una Iglesia resplandeciente,
sin mancha ni arruga y sin ningún defecto,
sino santa e inmaculada.
Nadie menosprecia a su propio cuerpo,
sino que lo alimenta y lo cuida.
Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros,
que somos los miembros de su Cuerpo.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre
para unirse a su mujer,
y los dos serán una sola carne
Este es un gran misterio:
y yo digo
que se refiere a Cristo y a la Iglesia”
(Efesios 5, 23-32)

A veces podemos pensar equivocadamente que lo que


importa en la vida de alguien es lo que le pasó o lo que no le
pasó, como si los hechos fueran algo que, por sí mismos,
destruyeran o enriquecieran la vida de alguien. Pero, como
somos humanos, no basta haber vivido algo sino que, el
problema, es cómo lo asimilé. Si ustedes quieren en la vida
de un ser humano no importa tanto qué le pasó de bueno o

105
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

de malo sino qué hace con eso, cómo lo elaboramos, cómo


lo integramos. Lo que pasó de bueno o de malo no es tan
importante en sí mismo sino cómo eso lo incorporo a mi
existencia. Puede ser un lastre, una carga, perderse
simplemente en el olvido o convertirse en una fuente de
sabiduría, en experiencia que se puede aprovechar y de la
que se puede sacar una lección. Con un mismo
acontecimiento se puede ser un amargado o podemos
aprovecharlo y convertirlo en una ocasión de amor: se puede
sacar una perla de un granito de arena que se mete dentro
de la ostra.
El arte de vivir consiste, entre otras cosas, en la capacidad
de integrar todo lo vivido, de otra forma nuestra vida será un
montón de acontecimientos apilados como cosas en un
ropero desordenado y no como algo que forma parte de un
archivo vivo, provechoso. Esto es importante porque,
justamente, es lo que Dios hace con nosotros:
“Sabemos, además, que Dios dispone todas las
cosas para el bien de los que lo aman” (Romanos 8,
28).
Como diciendo, existe una providencia: entonces los he-
chos de la vida no son hechos aislados. Así como el hilito del
rosario nos permite enhebrar un montón de cuentas que solas
se caerían y nos costaría mucho juntarlas, ese pequeño hilo
permite convertirlo en una unidad.
Entonces el arte de vivir consiste en tratar de buscar el hilo
conductor de todos esos hechos que nos han pasado y, ya
que usamos la imagen del rosario, diría, convertirlos en los
misterios de la vida de Jesús en nosotros, o sea, los misterios
gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos, pero que son parte
de mi vida. Por eso Pablo recordará toda su vida con dolor:
“Yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera
merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a
la Iglesia de Dios” (1 Corintios 15, 9).

106
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

Pero, sobre todo, fue capaz de abandonarse a la acción


del Espíritu y poder así leer su vida con los ojos de Dios y así
sacar conclusiones llenas de provecho; preguntarse por qué
viví eso, de qué me sirvió, qué aprendí hasta de ese error
grave.
Su primera aproximación a Jesús fue justamente por medio
de la Iglesia. Conoció a un testigo de Cristo, a Esteban, no se
encontró a Jesús directamente. En Esteban, ese testigo de
Jesús, encontró el rostro amoroso y agonizante de Dios,
mendigando el corazón del hombre “a cualquier precio”.
“Todo a todos para ganar aunque sea a algunos a cualquier
precio”, y Pablo conoció ese tipo de amor, esa calidad de
amor. Él no vio agonizar a Jesús como Juan, al pie de la cruz,
pero quien haya visto a alguien morir amando o a alguien
vivir amando, que es otra manera de morir, puede decir:
conocí a Jesús. Los testigos de Jesús son aquellos que nos
permiten acceder al rostro de Dios, que no midió el precio
para venir a buscarnos.
Pablo, en la Iglesia, encontró transfigurado el rostro de
Cristo y, en el de Cristo, al Padre. A él le pasó como a los
apóstoles en la Última Cena y a nosotros, tantas veces:
vivimos cosas que, en el momento, no nos damos cuenta de
su importancia; son demasiado ricas. Yo mismo estoy 8
diciendo todo esto y, tal vez, comprenda sólo el uno por ciento
de lo que estoy diciendo, sin saber toda la riqueza que tiene.
Será en el tiempo, en el camino a Damasco, cuando Saulo
escuche a Jesús que le dice: “¿Porqué me persigues?”. Ahí
Jesús le estaba revelando el centro del misterio. “Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?” Pablo, con seguridad, en ese
momento no terminó de comprender pero, pasado el tiempo,
en Tarso, se habrá quedado rumiando esas palabras ¡vaya
si le habrán quedado grabadas en el corazón!, y se habrá
preguntado: ¿porque Jesús me dijo “me persigues”?, ¿era
simplemente una expresión genérica, era simplemente por
perseguir su causa, sus ideas o había una misteriosa

107
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

identidad, no comprendida, entre Jesús y su Iglesia? Él pudo


haber dicho, “¿por qué perseguís a mis seguidores, por que
te rebelás contra mi causa?”; Pablo irá comprendiendo que
ahí había un misterio de comunión. El Espíritu le irá enseñando
que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, eso que acabamos de
leer con tanta belleza en la carta a los Efesios.
Pablo irá comprendiendo progresivamente que ella es su
Cuerpo.
“Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin
embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser
muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también
sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados
en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos
y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos
bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone
de un solo miembro sino de muchos.
“Si el pie dijera: «Como no soy mano, no formo parte
del cuerpo», ¿acaso por eso no seguiría siendo parte
de él? Y si el oído dijera: «Ya que no soy ojo, no formo
parte del cuerpo», ¿acaso dejaría de ser parte de él?
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y
si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios
ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo,
según un plan establecido. Porque si todos fueran un
solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
“De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo
es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te
necesito», ni la cabeza, a los pies: «No tengo necesidad
de ustedes». Más aún, los miembros del cuerpo que
consideramos más débiles también son necesarios, y
los que consideramos menos decorosos son los que
tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros
menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que
los otros no necesitan ser tratados de esa manera.

108
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

“Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a


los miembros que más lo necesitan, a fin de que no
haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los
miembros sean mutuamente solidarios. ¿Un miembro
sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es
enaltecido? Todos los demás participan de su alegría.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en par-
ticular, miembros de ese Cuerpo” (1 Corintios 12, 12-
27).
Lo que les pasa a los apóstoles le pasa a él. La Iglesia es
su cuerpo y él es su cabeza. Pablo va a ir comprendiendo y
como sacando conclusiones al ver a la Iglesia crecer, vivir,
expandirse. En ese cuerpo hay diversos miembros, y diversos
miembros que, como en nuestro propio cuerpo, se
complementan y plenifican: la mano no le puede decir al
pie, no te necesito. Tuvo que aclarar eso porque de entrada
hasta a la misma Iglesia le costó vivir en armonía. Pablo va
entendiendo que, en la Iglesia, se continúa y plenifica el
misterio de la Encarnación. Que en ella se concreta,
misteriosamente, el amor a Dios y a los hombres. Como si
dijéramos: en este hombre Cristo Jesús, está Dios y el hombre.
En la Iglesia yo puedo amar a Dios y al hombre
simultáneamente. Por eso, el cristianismo, tiene un amor 8
encarnado, ¿cómo amar a Dios que no vemos si no amamos
al hermano que vemos? El amor cristiano inmediatamente
pide que concretemos.
“El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano,
es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien
no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este
es el mandamiento que hemos recibido de Él: el que
ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Juan
4, 20-21).
A la luz del Génesis y de todo el Antiguo Testamento Pablo
comprenderá que la Iglesia era el misterioso proyecto de
Dios, concebido desde toda la eternidad

109
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor


Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda
clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido
en él, antes de la creación del mundo, para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por
el amor (Efesios 1, 2-4).
[El Padre] “nos ha hecho dignos de participar de la
herencia luminosa de los santos. Porque Él nos libró
del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino
de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención
y el perdón de los pecados. Él es la Imagen del Dios
invisible, el Primogénito de toda la creación. El es
también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia”
(Colosenses 1, 12-13. 15. 18).
En el Oficio de las Vísperas recitamos, prácticamente todas
las semanas, los himnos de san Pablo, esos tan lindos:
“Bendito sea Dios que antes de la creación del mundo”.
Como si san Pablo empezara a vislumbrar el plan del
arquitecto, como diciendo, esto no era casualidad, yo primero
vi una fosa y no entendía qué estaban haciendo, después vi
columnas y, cuando empecé a ver que el edificio tomaba
forma, empecé a comprender que acá había un proyecto de
Dios capaz de incluir todos los tiempos, todas las
generaciones; Dios incluye todo. Era un plan unitario y Pablo
lo canta agradecido.
Cuando cantemos en Vísperas esos himnos, pensemos que
estamos cantando justamente eso, que todo tiene unidad, la
historia de la humanidad, con sus luces y sus sombras y
también la nuestra.
Un plan tejido lenta y ocultamente en la trama de la
historia de Israel y hecho concreto y visible en Jesús. No se
podía vislumbrar qué estaba haciendo Dios hasta que no
apareció Jesús con cuya encarnación se pudo al fin
comprender lo que el arquitecto estaba queriendo hacer.

110
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

Como una costurera que primero está haciendo una manga,


luego el cuello y uno dice:¿qué es esto? Hasta que un día
empieza a hilvanar y uno dice: ahora entiendo lo que está
saliendo. Un plan echo concreto y visible en Jesús. Y así como
el hombre es una sola carne con su esposa -san Pablo lo va
entendiendo-, así lo es Cristo con su Iglesia.
“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, 8
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra”
(Hymno de Vísperas).

111
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Por eso dice el Génesis:


“Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre
un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una
de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego,
con la costilla que había sacado del hombre, el Señor
Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El
hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido
sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su pa-
dre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a
ser una sola carne” (Génesis 2, 21-24)
Y San Pablo va entendiendo: gran misterio es éste, ya tenía
sentido en sí mismo el matrimonio, pero pensar que el amor
humano es todavía como el eco de otro misterio más hondo,
que estaba escondido y que era imposible de adivinar hasta
que no viéramos al gran modelo: Dios se hizo una sola carne
con el hombre para salvarlo. Terminamos de entender el
matrimonio, y el matrimonio nos ayudó a terminar de
comprender el misterio de Cristo. Y justamente el matrimo-
nio le sirve de imagen porque es una comunión que no es
fusión, una comunión en el amor; son dos que se hacen uno
por amor. Y eso justamente es lo que hace Dios: no se
confunde con la humanidad, se hace uno con ella pero es
verdadero Dios y verdadero hombre. Nosotros estamos
incorporados a Jesús pero no somos Dios, participamos de
su Vida pero seguimos siendo nosotros mismos. Nuestra
comunión no es al modo oriental: “me pierdo y me diluyo en
Dios”; no es la gotita que llega al mar y se diluye en el
océano; nosotros somos un alguien que entra en comunión
libre y amorosa con otro Alguien y siempre seguiremos siendo
“un” alguien.
Esto que parece algo secundario, tiene repercusiones
históricas. Por eso cayó el marxismo, porque ¿de qué me sirve
que la humanidad del futuro, alguna vez, sea feliz, si yo me
diluyo en el tiempo? Cada hombre quiere ser feliz, el hombre

112
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

no quiere ser el ladrillo que está haciendo de contra-piso


para que otro sea feliz; cada uno de nosotros quiere participar
de la esperanza. En la plenitud de los tiempos su Hijo nacido
de mujer (cf. Gálatas 4,4) se desposa con la humanidad, se
hace carne.
En el matrimonio no basta con ir al altar. Si un matrimonio
va al altar pero un día no se hace una sola carne en el amor,
ese matrimonio no es válido. Un matrimonio no es válido si
no está consumado. Entonces también Jesús: se hizo hombre,
pero ese matrimonio con la Iglesia se consuma en la Cruz.
Ahí Jesús termina de hacerse uno con la suerte del hombre,
es decir, llegó hasta el fondo: es decir, “me hice uno con vos
hasta el final, asumí todas las consecuencias. No sólo me
hice hombre para pasear por el mundo, sino comparto tu
suerte, y te acompaño hasta la tumba para convertir a la
tumba en un paso a la Vida y no en un final.
Jesús repara en su propia carne la carne de su esposa: la
lavó y la purificó con su Sangre; en lugar de ponerse a corregir
a todos, Él mismo asumió el pecado de todos. Algo de esto
pasa con Francisco de Asís cuando Jesús le dice: “Repara a
mi Iglesia”. Francisco comienza a reparar un viejo templo y,
de repente, comprende: ¿no habrá un misterio más hondo?
Y ni siquiera era reparar la Orden, sino que él tenía que dejar 8
que Dios le reparara la propia vida. Lo mismo pasa con
nosotros, decimos: “quiero mejorar al mundo, mejorar a la
comunidad, a la Congregación”, y un día nos damos cuenta,
“¿y si dejo que me reparen a mí?”. Porque cuando alguien
está reparado, después él también repara. Ir achicando
expectativas, concentrándose: “en mi propia vida voy a
mejorar a la humanidad, voy a mejorar a la Iglesia”.
Así como un hombre deja a su padre y a su madre para
unirse a su esposa, así también Él, por nosotros, por la
humanidad, dejó al Padre.
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él,
que era de condición divina, no consideró esta

113
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

igualdad con Dios como algo que debía guardar


celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose
semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio
el Nombre que está sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en
la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para
gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor” (Filipenses
2, 5-11).
Por la humanidad Jesús también dejó a su madre después
de Caná:
“Después de esto, descendió a Cafarnaún con su
madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron
allí unos pocos días” (Juan 2, 12).
De ahora en más lo que le pase a su Iglesia le pasa a Él. Y
ahora podríamos decir en plenitud lo que se dice en los
casamientos: El hombre no debe y no puede separar lo que
ha unido Dios. Ahí vino el error de Lutero: la Iglesia no se
repara separándose de ella, dividiéndola, sino cargando
sobre uno mismo su propio pecado y redimiéndola desde
dentro. La gran tentación: ¿de afuera no viviré más libre?,
¿no es más fácil evangelizar sin todo el problema de la
Parroquia, de la Congregación?..
El Padre, a esta Iglesia, la soñó para todos, un solo rebaño
y un solo pastor.
San Pablo va a decir que Dios:
“quiere que todos se salven y lleguen al cono-
cimiento de la verdad” (1Timoteo 2, 4).
La Iglesia no es para algunos, no es una secta, sino que es
“ecclesia” (reunión, asamblea); el sueño de Dios es incorporar
todo. Dios no quiere que se pierda nada de lo que ha hecho

114
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

ni nadie; entonces la Iglesia nunca puede descansar hasta


que todo el mundo sea Iglesia. Fíjense qué tarea que tenemos:
edificar la Iglesia con todos los seres humanos. La tarea no
terminó: aunque tuviéramos 200.000 hermanas, no
podríamos descansar. Aunque los templos estén repletos, no
podremos descansar hasta que los confines de la tierra no
conozcan y amen a Jesús o, lo que es lo mismo, no se sepan
conocidos y amados por Jesús.
Una Iglesia que tiene una meta inmensa, el mundo y la
historia, pero una Iglesia que se expanda con la humildad
de la semilla de mostaza, una Iglesia que se expanda con la
humildad de las leyes de la encarnación. ¿Qué significa “las
leyes de la Encarnación”? Que el mismo Jesús no empezó a
predicar hasta no tener 30 años. ¿Por qué no llegó a la tierra
como un hombre terminado y empezó a actuar, con todo lo
que había para hacer? Porque Dios tiene un camino
misterioso: entra en los tiempos del hombre. Por eso, tantos
siglos para poder llegar a Jesús, y tantos siglos para poder
darnos cuenta quién es Jesús. Entonces ¿cuáles son las leyes
de la Encarnación? El tiempo y el espacio; no nos podemos
escapar del tiempo y del espacio; tenemos que madurar, cada
uno de nosotros tiene que crecer. No podemos abarcar todo,
un pequeño círculo, así quiso Jesús que se expandiera el 8
Evangelio, de hombre a hombre, de lugar a lugar. Y tan rápido
como puede un hombre trasladarse de un lugar a otro, no
más.
Con los tiempos del corazón humano y no sólo con los
tiempos de la mente, de los aviones o de la Internet; con los
tiempos del corazón humano. El hombre de un día para otro
no se enamora, no cambia. Por algo decía Jeremías:
“¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!”
(Jeremías 20, 7).
Convivimos mucho tiempo, terminamos haciéndonos
amigos, pero no fue de un día para otro. Las leyes de la

115
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Encarnación también abarcan las geografías y los climas que


condicionan y configuran las culturas. El Evangelio va
creciendo según los ritmos del lugar, de las costumbres, de
las culturas. Entonces la humildad de la Encarnación. Si
ustedes quieren: Jesús quiso entrar a Jerusalén en una mula y
no en un tren bala; en mula.
La Iglesia tendrá siempre grandes metas pero dará pasos
muy humildes si quiere que sean sólidos. Ansias apostólicas,
pero humilde realismo. San Pablo decía:
“Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es Pablo?
Simples servidores, por medio de los cuales ustedes
han creído, y cada uno de ellos lo es según lo que ha
recibido del Señor. Yo planté y Apolo regó, pero el que
ha hecho crecer es Dios. Ni el que planta ni el que
riega valen algo, sino Dios, que hace crecer” (1
Corintios 3, 5-7).
Uno puede poner todos los medios pero el que hace crecer
es el Señor. Pablo expande la Iglesia con sus misiones, es un
incansable misionero, si uno mira los kilómetros, las
condiciones en que viajó. Pero Pablo no es un loco que
siembra al azar, sino que siembra y después también alimenta
y solidifica lo que sembró. Con sus visitas, sus cartas, va y
acompaña el proceso de estructuración: deja presbíteros, deja
diáconos, se queda a vivir y catequiza. Tiene que haber una
proporción entre las raíces y las ramas. Nuestra tentación:
“abramos mil casas”; ¿las podemos sostener?, ¿tenemos con
quién? No siempre es cuestión de cantidad y todo el mundo
corriendo desesperado, sino también de calidad de vida. La
Iglesia donde llega tiene que llegar viva, no con la lengua
afuera.
¿Cuál es entonces el papel de la Iglesia?, fíjense qué
hermosa definición: no somos más que “simples servidores”
de ustedes por amor a Jesús. Si alguien nos preguntara
“¿quién sos vos, qué es ser una monja?”: no somos más que

116
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

simples servidores de ustedes por amor a Jesús. Instrumentos


de Jesús, sacramentos de Jesús, nuestros dones son para el
servicio de los demás. Si a mí me amó primero no es para
que me quede en mí; la linda imagen de las fuentes, cuando
arriba se llena la fuente, el agua se desborda y llena la de
abajo, y así hasta el piso. Entonces todo lo que me dieron no
era sólo para mí, sino era para comunicarlo a los demás.
Así como en el rostro de Jesús conocemos el rostro del
Padre y el rostro del hombre, así en el rostro de la Iglesia,
todos los seres humanos tienen derecho a encontrar un lugar
donde conocer el rostro de Jesús y el rostro del hombre. ¿Cuál
es nuestra misión?, aunque suene muy alta y nos dé vergüenza
decir esto o nos haga casi sentir mal: que quien nos vea
pudiese intuir cómo nos ama Dios, y pudiese intuir de qué es
capaz el ser humano. Conocer al ser humano en plenitud.
Por eso es triste cuando en la Iglesia hay personas cercenadas,
que han sido cercenadas en lo humano o en lo divino. Por
eso necesitamos hombres y mujeres normales. Dicho con todo
respeto, que alguien conozca a una monjita y diga: “qué
mujer”, y que hasta le hubieran dado ganas de casarse con
ella. Porque si es una mujer capaz de mostrar lo que es una
mujer, va a ser alguien capaz de mostrar en esa condición de
mujer lo que es la ternura de Dios. El sacramento es nuestra 8
humanidad. Por eso,
“Los nuestros deben aprender a destacarse por sus
buenas obras, también en lo que se refiere a las
necesidades de este mundo: de esa manera, su vida
no será estéril” (Tito 3, 14).
No sólo destacarse en las cosas referentes a la fe, sino
también en las cosas de este mundo. “¡Qué normal, qué
buena, qué compasiva!”.
La Iglesia es un misterio de comunión de los hombres con
Dios y de los hombres entre sí. La esencia de la Iglesia, según
el Concilio Vaticano II es: un misterio de comunión. Y la

117
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Iglesia no es algo etéreo. Cada comunidad eclesial, debería


ser un espacio donde poder visibilizar y verificar esa verdad.
Para ser Iglesia, una comunidad tiene que tener las mismas
notas de la Iglesia. Un conjunto en el cual se visibilice y
verifique la comunión. Por eso la comunión no es una cosa
más. No hay otro lugar donde observar lo que puede llegar
a ser la humanidad. ¿Cómo los hombres pueden entu-
siasmarse y creer que la paz es posible, que la globalización
no va a ser sólo algo comercial sino una fraternidad, si
nosotros no vivimos la comunión? Por eso Jesús en la Última
Cena va a pedir, justo antes de morir: “¡Por favor sean uno
para que el mundo crea! Si quieren hagan menos planes
apostólicos, trabajen menos, pero miren que el mundo va a
creer si los ve unidos, porque el mundo no es tonto y se da
cuenta dónde hay amor”. Uno llega a una casa y se da cuenta
qué clima hay. Y ¿qué es lo que los hombres esperan encontrar
en nosotros? Amor. Hasta diría, cuántas de ustedes, en su
casa, tal vez no tuvieron amor y están esperando encontrar
en la Iglesia un espacio en el cual comprobar que el amor
existe. ¡Hay tantos hombres que no tienen amor, que no tienen
paz, que no tienen hogar! ¡Qué lindo si llegan y dicen, como
en el desierto cuando se encuentra un oasis: “aquí hay agua,
hay sombra; puedo andar por el desierto y puedo esperar
llegar a la tierra prometida, pero sólo si encontré un oasis
que me mostrara que esto es posible”. Porque sino va a pasar
como en el Éxodo, que muchos quedaron tendidos en el
desierto, desanimados, pensando que no es posible.
Si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, si la Iglesia es la
visualización del Reino de los cielos, si la Iglesia es la vocación
del mundo, es lógico que Pablo tenga pasión por la unidad.
San Pablo recogió el testamento de Jesús:
“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y
yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21).
Y lo hizo propio, por eso fue un apasionado de la unidad,

118
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

y lo va a decir muchas veces: un solo bautismo, una fe, un


solo Señor, un solo Dios y Padre. Y qué lindo esto, un solo
Dios que no es soledad, un Dios que es comunión y que nos
invita a la comunión. Por eso la pasión por la unidad no es
en nosotros una pasión por la uniformidad, sino por la
catolicidad. Comunión significa “distintos unidos en el amor”,
y no todos iguales. Una Iglesia católica, es decir, universal,
capaz de congregar diferentes pueblos, culturas, razas,
comunidades con personas con distintas nacionalidades. Una
Iglesia de judíos y griegos, de esclavos y libres, de hombres
y mujeres. San Pablo dirá:
“Viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos
plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de él,
todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los
ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de
todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en
el amor” (Efesios 4, 15-16).
La verdad sin amor no es verdad y el amor sin verdad no
es amor. No es cuestión de estar todos juntitos, ni tampoco
de una verdad implacable, sino qué difícil, pero construyendo
en la verdad y en el amor.
Una Iglesia que, por ser una, debe vivir la comunión de
8
los santos, es decir, el intercambio de bienes. Pablo
emprenderá grandes colectas para la Iglesia de Jerusalén
que enriqueció con el Evangelio a los gentiles. Hoy, no
importa con qué, pero qué lindo esto, si nos sentimos unos
miembros de los otros, y decimos: qué tengo yo para darte a
vos, y qué tenés vos para darme a mí. Nos necesitamos y nos
podemos complementar.
Una Iglesia que Pablo desea ver resplandeciendo el rostro
de Jesús, como le pasó a él con Esteban. San Pablo va a ser
un apasionado por ver a una Iglesia santa porque él sabe lo
que a él le pasó por conocer santos. Por eso Pablo va a criticar
a la Iglesia, y a su vez, curiosamente se va a dejar confirmar

119
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

por ella. Por eso una Iglesia que critica y que, a su vez, lo
confirma.
“Les expuse el Evangelio que predico entre los
paganos, en particular a los dirigentes para ase-
gurarme que no corría o no había corrido en vano”
(Gálatas 2, 2).
La buena crítica proviene del amor. Primero, si amo no
está todo bien, el que ama critica. Hay una manera de amar
que es no decirte nunca los defectos, eso no es amor. Amor
es criticar, pero que provenga del amor. Más aún, no deja
nunca de ver con los ojos de la fe; si mi crítica me enturbia la
fe, ya no es tan verdadera. Más aún, si mi crítica me hace
amargo, triste y no me deja una serena alegría, plena de
esperanza, tampoco es una crítica cristiana. Una Iglesia que
no se mejora -si vamos al fondo-, a fuerza de reuniones sino
de completar en sus miembros lo que falta a la pasión de
Jesús. Quien de ustedes diga: “yo quiero mejorar a mi
congregación”, que no sea un criticón por los pasillos; que
sea un santo; de lo contrario está dividiendo. Una Iglesia
soñada como la de la carta a los Efesios y una Iglesia realista
como la de los Corintios. Dios es capaz de soñar desde el
barro; lo besa cuando quiere hacer algo bello.
La pasión por la Iglesia no es la pasión por una institución,
sino la pasión por el ser humano. La Iglesia se hace con
piedras vivas. La Congregación son ustedes, no un ente que
no existe. Amar la a Congregación es amar a las hermanas,
o amar a la Iglesia es amar a los cristianos. Pasión por la
vida en abundancia: amar a la Iglesia es amar lo que amaba
Jesús: “he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia”; pasión para que la gracia plenifique la
naturaleza, querer elevar la condición de vida de los hombres,
eso es pasión por la Iglesia, pasión por adelantar lo más
posible el Reino, nuestra condición de hijos de Dios.
Una Iglesia que se hace concreta y visible en mi comunidad,
en mi parroquia, en mi diócesis. Una Iglesia universal pero

120
8ª meditación “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere...”

con Iglesias particulares. La pequeña comunidad tendrá una


sana tensión con la Iglesia universal, la pequeña comunidad
le da a la Iglesia universal raíz y horizonte, la Iglesia se termina
haciendo real en las pequeñas comunidades. Lo mismo la
comunidad y la Congregación. Lo particular da por un lado
raíz y horizonte a lo universal y, por otro lado, lo universal da
raíz y horizonte a lo particular.
María, en Pentecostés, se hace en plenitud Madre de la
Iglesia. Ella será su gran modelo y su auxilio hasta el fin de
los tiempos. ¡Qué lindo que Dios nos regalara en una mujer,
en alguien visible y concreto, el modelo de la Iglesia!

121
9ª meditación
“Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

“Pablo dijo a Bernabé:


«Volvamos a visitar a los hermanos que están en las
ciudades
donde ya hemos anunciado la Palabra del Señor,
para ver cómo se encuentran».
Bernabé quería llevar consigo
también a Juan, llamado Marcos.
Pero Pablo consideraba que no debía llevar
a quien los había abandonado cuando estaban en Panfilia
y no había trabajado con ellos.
La discusión fue tan viva que terminaron por separarse;
Bernabé, llevando consigo a Marcos,
se embarcó rumbo a Chipre.
Pablo, por su parte, eligió por compañero a Silas y partió,
encomendado por sus hermanos a la gracia del Señor”
(Hechos 15, 36-40)

Cuando Saulo, recién converso, comienza a tratar con la


Iglesia, con los apóstoles, “todos le tenían desconfianza”
(Hechos 9, 26), porque lo conocían y era famoso por ser
perseguidor.
Pero Dios en su providencia va poniendo personas, no sólo
en la vida de él, sino en nuestro camino y en y a través de
ellos, nos va guiando. Son instrumentos que Dios usa. Son
encuentros, que parecen meramente humanos y casuales pero
son a través de los cuales, Dios nos sale al encuentro en la
vida, empezando por nuestros padres, y por distintas perso-
nas que nos van acompañando.
“Cuando llegó a Jerusalén, trató de unirse a los
discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque

123
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

no creían que también él fuera un verdadero discípulo.


Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó
hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó
en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino,
cómo le había hablado, y con cuánta valentía había
predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde
ese momento, empezó a convivir con los discípulos en
Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre
del Señor” (Hechos 9. 26-28).
Bernabé fue ese instrumento que Dios eligió para ir a buscar
a Pablo a Tarso, para ser su maestro. Hacerse cargo de
alguien, es una de las formas más concretas de ejercer la
maternidad y la paternidad. Hacerse responsable, ser padre
o madre no es sólo dar a luz, sino decir: asumo a este hijo,
me hago cargo de su vida. Para eso hay que involucrarse,
jugarse por el otro, estar incluso dispuesto a quedar mal,
más aún a hacerse cargo de los posibles errores.
No es un amor circunstancial, sino que se compromete,
no es que cuando hay problemas “si te he visto no me
acuerdo”, sino querer de verdad hacerse cargo de Saulo.
Por eso unos años más tarde, habiendo esperado la
maduración de su joven discípulo, lo fua a buscar a Tarso.
“Bernabé era un hombre bondadoso, lleno del
Espíritu Santo y de mucha fe. Y una gran multitud
adhirió al Señor. Entonces partió hacia Tarso en busca
de Saulo, y cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía.
Ambos vivieron todo un año en esa Iglesia y enseñaron
a mucha gente” (Hechos 11, 24-26).
El fruto necesita un tiempo para madurar pero también
hay que tener cuidado que no se pase. Bernabé fue sabio en
esperar que se apagaran los malos impulsos del joven Saulo
y esperó con prudencia hasta que ese joven madurara, hasta
que creyó que había llegado el momento de llevarlo con él,
de compartir con él todo un año en la Iglesia de Antioquía,
porque hacía falta, no ya tiempo para madurar esa expe-

124
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

riencia de Damasco, sino convivir, que es la mejor manera


de comunicar experiencia y sabiduría. La imprudencia puede
ser por apuro o por tardar demasiado.
El punto final de la enseñanza no puede ser teórico, hacía
falta convivir, que es en definitiva la mejor manera de comu-
nicar la experiencia y la sabiduría. Cuando convivimos, en
nuestra vida comunitaria o vida apostólica, estamos teniendo
la oportunidad de comunicarnos lo que hemos adquirido en
la vida, en el simple convivir de cada día, con las actitudes,
los silencios, con el ejemplo. Somos maestros unos y otros,
nos vamos comunicando lo que hemos aprendido en la vida.
Saulo ya no es un simple discípulo, es un compañero de
misión, iban a trabajar juntos. Hasta que un día sucede lo
que nadie podía imaginar, llega la dolorosa ruptura (cf.
Hechos 15, 39), algo difícil de imaginar. Semejante maestro
que había sido tan importante, que lo había ido a buscar al
exilio, y Pablo, agradecido a ese hombre, un día se enfrentan.
El problema parece menor cuando uno lo lee, se trata de
Marcos, a quien Pablo no quiere como compañero de una
nueva misión, ya que los había abandonado en la anterior, y
Bernabé pensaba que sí. Pero el problema no era ese, Si uno
lee con atención los hechos descubre que subyace un
problema mucho más profundo. Muchas veces cuando en
nuestras vidas, en nuestras comunidades estalla un conflicto,
hay una chispa, pero si uno es honesto se da cuenta que el
problema no es la última chispa sino una situación que se 9
estaba viviendo y que, tarde o temprano, podía estallar en
un conflicto. ¿Cuál era ese conflicto?
El joven discípulo va creciendo y lentamente va ocupando
sin quererlo el primer lugar. Por eso el título de esta
meditación, Bernabé y Saulo - Saulo y Bernabé.
En el capítulo 12 de los Hechos se dice “Bernabé y Saulo:
“Mientras tanto, la Palabra de Dios se difundía
incesantemente. Bernabé y Saulo, una vez cumplida

125
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

su misión, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando


consigo a Juan, llamado Marcos” (Hechos 12, 24-25).
En el capítulo 13 de los Hechos ya se dice “Bernabé y
Saulo:
“En la Iglesia de Antioquía había profetas y
doctores, entre los cuales estaban Bernabé […] y Saulo.
Un día, mientras celebraban el culto del Señor y
ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a
Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he
llamado». Ellos, después de haber ayunado y orado,
les impusieron las manos y los despidieron. Saulo y
Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a
Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre. Al llegar
a Salamina anunciaron la Palabra de Dios en las
sinagogas de los judíos, y Juan colaboraba con ellos”
(3, 1-5).
Empezó a invertirse el orden, y cuando llegaban a un lugar
a misionar Pablo se destacaba. Aparentemente más capaz,
más locuaz, empezó a ocupar el primer lugar. No es fácil
para un maestro dar un paso al costado, no es fácil dejar el
lugar a otro, no es fácil que crezca el discípulo, no es fácil
dejar el lugar a la nueva generación. Todavía hoy, ¡cómo
cuesta aprender a envejecer; como cuesta no competir; como
cuesta creer en el Padre, que ve en lo secreto, y vivir para Él;
sin preocuparnos porque otros triunfen o reciban aplausos o
reconocimientos; cómo cuesta saber evolucionar y pasar de
la acción al consejo, del hacer al dar ánimo! Saber ocupar
el lugar del sabio, del anciano, del que anima, y dejar que el
protagonismo en la acción lo tengan otra generación, otras
personas.
Y esta tensión, esta dificultad, es normal que ocurra en
nuestras propias comunidades y hasta entre padres e hijos.
No es tan extraño y no es tan fácil; no es un movimiento natu-
ral, es una decisión amorosa esto de saber ocupar el segundo
lugar, es algo que hizo Juan Bautista cuando dijo:

126
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

“Ustedes mismos son testigos de que he dicho: «Yo


no soy el Mesías, pero he sido enviado delante de él».
En las bodas, el que se casa es el esposo; pero el amigo
del esposo, que está allí y lo escucha, se llena de
alegría al oír su voz. Por eso mi gozo es ahora per-
fecto. Es necesario que él crezca y que yo disminuya”
(Juan 3, 28-30).
Ese momento que Juan Bautista tuvo que vivir y que todos
tenemos que vivir, requiere mucha grandeza: que él crezca y
que yo disminuya.
Cada hombre para vivir necesita su espacio, su opor-
tunidad de realización. Todos necesitamos un oficio y que
allí se nos de un margen de libertad para realizarlo. Más
simple: “si cocina ella, dejá que cocine como sabe”, etc. No
es casualidad que Saulo inmediatamente, apenas surge el
conflicto con Bernabé, se cambia el nombre de Saulo por
“Pablo” (cf. Hechos 13, 9), como si hubiera crecido, como si,
mientras había estado a la sombra de Bernabé, todavía no
hubiera sido plenamente él. Hasta que, dada esa ruptura,
emprende a fondo su misión de ser apóstol de los gentiles y
cambia el nombre. Era un paso fuerte, no era simplemente
el apodo. Pablo quiere ser llamado así porque quiere
emprender hasta el fondo su misión de apóstol de los gen-
tiles y no es raro que, inmediatamente, el que hasta ayer era
discípulo, comienza él mismo a formar discípulos que iban a
ser sus amigos hasta el fin de la vida, como su querido amigo 9
Timoteo.
“Pablo llegó luego a Derbe y más tarde a Listra,
donde había un discípulo llamado Timoteo, hijo de una
judía convertida a la fe y de padre pagano. Timoteo
gozaba de buena fama entre los hermanos de Listra y
de Iconio. Pablo quería llevarlo consigo. […] Por las
ciudades donde pasaban, transmitían las decisiones
tomadas en Jerusalén por los Apóstoles y los
presbíteros, recomendando que las observaran. Así,

127
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

las Iglesias se consolidaban en la fe, y su número crecía


día tras día” (Hechos 16, 1-5).
No es lo mismo lo que hicieron Lot y el hijo pródigo. Ellos
necesitaron irse, Lot de al lado de Abraham y el otro de su
padre. Fue una reacción juvenil que quienes no supieron o
no quisieron crecer a la sombra del padre. Algo distinto a lo
del mismo Jesús y de Saulo. que necesitaron espacio para
poder ser, finalmente adultos. Dicho más claro, hay que sa-
ber aceptar, como Jesús que vivió a la sombra de sus padres
durante treinta años, que supo ser discípulo, aceptar la
progresión en la libertad. Nuestra impaciencia no hay que
confundirla con la necesaria libertad para vivir. A veces nos
cuesta ser discípulos, nos cuesta aceptar que la libertad irá
llegando progresivamente a nuestra vida; que hay momentos
de “todavía no, no es mi hora”, y esto no es pactar con la
mediocridad o renunciar a la posibilidad de hacer algo. Por
el contrario, es aceptar los tiempos normales de la vida en
los cuales nos toca esperar, es respetar a los mayores y recoger
de ellos lo mejor y lo más posible. No pretender ser antes de
tiempo alguien que tenga toda la libertad. Sepamos ser
discípulos y, nosotros los adultos, no ahoguemos a los que
necesitan crecer; las dos cosas. Los jóvenes aprendamos de
los mayores, y los mayores no ahoguemos a los hijos. El hijo
mayor (Lucas 15), se quedó en casa pero mal, como
reprimido, se quedó sin estar como discípulo en casa,
aguantando, y quien hace eso tarde o temprano reacciona
mal. Por eso: cuidado con tener demasiado sumisos a todos
porque, tarde o temprano, el que está aguantando con
bronca me va a reclamar y reprochar. No confundir docilidad
de alguno con la actitud de quien está reprimiendo. Por eso
Pablo dirá:
“Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor porque
esto es lo justo. […] Padres, no irriten a sus hijos; al
contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y aconse-
jándolos, según el espíritu del Señor” (Efesios 6, 1. 4).

128
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

¿Qué significó esta ruptura para Pablo? Él no nos cuenta


mucho qué dolor tuvo al tener que romper con su maestro.
Más de una vez en la vida nos puede pasar -a mí me pasó-,
que, a veces sacerdotes, padres, maestros que nos acompa-
ñaron durante mucho tiempo, un día la vida nos puso en
circunstancias tensas y hubo una ruptura con quien uno nunca
imaginó. Puede pasarle lo mismo hasta a los cristianos laicos
quienes, habiendo aprendido determinadas cosas, por
quererlas llevar hasta sus últimas consecuencias, se encuen-
tran en tensión con quienes con tanto cariño se las enseñaron.
Esas son las paradojas de la vida. Esto nos puede pasar con
nuestros padres y mucho en la vida consagrada; a veces el
tiempo nos puso enfrente de quien fue nuestro discípulo o
nuestro maestro.
San Pablo vivió otros conflictos y, a la luz de estos, pode-
mos darnos cuenta que no era alguien que se peleaba y punto.
No vivió de manera fácil, precisamente, ese hecho con
Bernabé.
Podemos asomarnos a otra experiencia de ruptura, con
sus hermanos judíos, ruptura acerca de la cual conocemos
más elementos.
“Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza,
dijeron: «A ustedes debíamos anunciar en primer lugar
la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se
consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos
9
ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: Yo
te he establecido para ser la luz de las naciones, para
llevar la salvación hasta los confines de la tierra».
Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron
la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados
a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del
Señor se iba extendiendo por toda la región” (Hechos
13, 46-50).
Parece un comentario a la frase de Jesús:

129
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras,


al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el
polvo de sus pies” (Mateo 10, 14).
Como diciendo, tratamos, no nos dejaron, nos fuimos a
otra parte. Parece que no lo afecta pero esto no es para nada
así, Pablo dice cuando se queda en la soledad y reflexiona el
dolor que le implicó tomar esta actitud:
“Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia
me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran
tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo
desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de
mis hermanos, los de mi propia raza” (Romanos 9, 1-
3).
Pablo no era un frío que se peleaba y no le pasaba nada.
Otro ejemplo claro:
“Aunque tengo absoluta libertad en Cristo para
ordenarte lo que debes hacer, prefiero suplicarte en
nombre del amor, Yo, Pablo, ya anciano y ahora
prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor
de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión. Y si
él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a
mi cuenta. Lo pagaré yo, Pablo que firmo esta carta
de mi puño y letra” (Filemón 8-10. 18-19).
Ahora es Pablo el que se quiere hacer cargo de otros. El
que supo lo que era que otro se hiciese cargo de él, ahora él
mismo es capaz de hacerse cargo y suplicar, ante otro, como
en este caso, por el esclavo Onésimo.
Como vemos Pablo, que era un hombre fuerte, aparen-
temente duro, era hombre un delicado, afectivo, cariñoso.
La prueba de ello la podemos encontrar en algunos textos.
Timoteo será hasta el fin, uno de los más fieles discípulos.
Con él tiene delicadezas casi maternales y en su ausencia lo
extraña mucho, y lo va a expresar:

130
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

“A causa de tus frecuentes malestares estomacales,


no bebas agua sola: toma un poco de vino” (1Timoteo
5, 23);
Cuidá tu estómago. Parece una mamá, más que un apóstol.
“Ven a verme lo más pronto posible, porque Demas
me ha abandonado por amor a este mundo. Él se fue
a Tesalónica, Crescente emprendió viaje a Galacia, y
Tito, a Dalmacia. Solamente Lucas se ha quedado
conmigo. Trae contigo a Marcos, porque me prestará
buenos servicios” (2 Timoteo, 4, 9-11).
Fíjense: Pablo sabe perdonar-. Tiene a veces mal carácter
pero, en el fondo, perdona. Cuántas veces mandamos a
pasear a alguno y después decimos: bueno, que lo traigan,
que de nuevo esté en la comunidad, con eso que pasó yo
creí que no iba a poder compartir más, y sin embargo, “traé
a Marcos”.
“Cuando vengas, tráeme la capa que dejé en
Tróade, en la casa de Carpo, y también los libros, sobre
todo, los rollos de pergamino. Alejandro, el herrero,
me ha hecho mucho daño: el Señor le pagará
conforme a sus obras. Ten cuidado de él, porque se
opuesto encarnizadamente a nuestra enseñanza.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó,
sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les
sea tenido en cuenta! Pero el Señor estuvo a mi lado, 9
dándome fuerzas, para que el mensaje fuera
proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de
todos los paganos” (2 Timoteo 4, 13-17).
El mismo que dice esto le dice: “pero cuando puedas, vení,
el Señor estuvo dándome fuerza, pero yo quiero el calor de
tu cercanía, necesito que estés”. Ese es el apóstol Pablo.
Otro de sus queridos discípulos es Tito a quien considera
su hijo.

131
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“A Tito, mi verdadero hijo en nuestra fe común, le


deseo la gracia y la paz que proceden de Dios, el Pa-
dre, y de Cristo Jesús, nuestro Salvador” (Tito1, 4).
Un Pablo que se va animando cada vez más a mostrar sus
sentimientos. La despedida de la Iglesia de Éfeso nos muestra
la profundidad de los lazos de paternidad y de amor de su
trato pastoral. Podemos reconstruir la escena:
“De todas las maneras posibles, les he mostrado
que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los
débiles, y que es preciso recordar las palabras del
Señor Jesús: «La felicidad está más en dar que en
recibir». Después de decirles esto, se arrodilló y oró
junto a ellos. Todos se pusieron a llorar, abrazaron a
Pablo y lo besaron afectuosamente, apenados sobre
todo porque les había dicho que ya no volverían a
verlo. Después lo acompañaron hasta el barco”
(Hechos 20, 27).
¡Qué escena, en la playa, ese grupo de discípulos y Pablo,
seguros de no volverse a ver, y con cariño se abrazan, se
besan, rezan y tienen que ver partir ese barco que no va a
regresar!
A la Iglesia de Roma le escribirá: “Tengo un gran deseo de
verlos”. En este texto aparece un Pablo que parece querer ir a
dar, a enseñar y, luego dice: voy a ir a dar y a recibir, y por
último, tengo ganas de ir a recibir:
“tengo un gran deseo de verlos, a fin de comu-
nicarles algún don del Espíritu que los fortalezca, mejor
dicho, a fin de que nos reconfortemos unos a otros, por
la fe que tenemos en común.
Hermanos, quiero que sepan que muchas veces
intenté visitarlos para recoger algún fruto también en-
tre ustedes, como lo he recogido en otros pueblos
paganos; pero hasta ahora no he podido hacerlo”
(Romanos 1, 11-13).

132
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

Pasa de “ya no soy sólo el que da” a “soy el que da y


recibe”, en el fondo, “soy el que también necesito recibir”.
Ese era el apóstol Pablo. Sabe dar pero también sabe recibir.
Qué bueno si en la vida tenemos estas actitudes, saber dar y
saber recibir de todos, y al que ayer le di, hoy también él
puede darme.
A los Gálatas les está sumamente agradecido, ya que lo
cuidaron en una dura enfermedad, no sabemos cuál, pero lo
cuidaron:
“A pesar de que mi aspecto físico era una prueba
para ustedes, no me desdeñaron ni me despreciaron;
todo lo contrario, me recibieron como a un ángel de
Dios, como a Cristo Jesús” (Gálatas 4, 14).
Pablo vio que no lo despreciaron, lo recibieron como a
Jesús.
Con los Filipenses no disimula sus sentimientos:
“Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos
en el corazón de Cristo Jesús” (Filipenses 1, 8).
Dimos un pantallazo, para asomarnos a los sentimientos
de Pablo, así como es bueno buscar en el Evangelio y recoger
los detalles donde se nos muestra la humanidad de Jesús,
las delicadezas del amor de Jesús.
En la vida hay pocas relaciones verdaderamente pro-
fundas; no es tan fácil encontrar amigos y que sean para 9
siempre, la Biblia dirá:
“Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo
encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no
tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un
amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los
que temen al Señor” (Eclesiástico 6, 14-16).
No es común. Hay amistades que son para siempre,
algunas son con mayúscula y otras con minúscula. Hay

133
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

amistades para algunos momentos o etapas del camino, no


para siempre, algunas que fueron en algunas edades o
destinos que nos tocó compartir. No es fácil encontrar
amistades de las que uno diga: son para siempre. Existen
otras con las cuales compartimos sólo algún aspecto o campo
de la vida.
Qué importante es poder confrontarse, donde podré sa-
ber si mi camino es correcto, donde encontraré un espejo
donde entender mi espíritu. Jesús lo hizo frente al Padre. Jesús,
en las noches, en las madrugadas buscaba, en la oración,
estar frente a su Padre para ver si su camino iba siendo el
que el Padre quería. Jesús lo hizo también frente a María de
Betania. Frente a Marta y María podía mostrar su corazón.
Pablo es capaz de confrontarse con Pedro. ¡Qué fe!, lo sabe
imperfecto pero lo cree Pedro. Pedro confirma y no aplasta.
Eso hará Pablo con sus Iglesias: las confirma, las alimenta,
las corrige, las estructura. Lo mismo nos puede pasar a
nosotros; con una mirada de fe podemos confrontarnos frente
a autoridades que, bajo otro aspecto, sabemos tan humanas,
tan frágiles y a veces hasta tan pecadoras. Y, sin embargo,
creo que ahí está Pedro, decía Pablo, y nosotros podemos
decir lo mismo, creo que son mis legítimas autoridades; o:
allí hay un sacerdote, sea el que fuere, ahí puedo recibir la
gracia; eso es tener una mirada de profunda fe. Y cuando no
es posible confrontarse, porque a veces pasa, uno dice, busco
y no encuentro. Un problema muy común también de los
consagrados: a veces nos cuesta encontrar con quien hablar,
con quien poder confrontar el espíritu. Y Pablo nos aconseja:
“Guarda para ti, delante de Dios, lo que te dicta tu
propia convicción. ¡Feliz el que no tiene nada que
reprocharse por aquello que elige!” (Romanos 14, 22).
Como diciendo: “si podés buscalo a Pedro, si no lo
encontrás, soledad frente a Dios y obrá en conciencia”; como
diciendo: “tratá de buscar pero, si no lo encontrás, con el
tiempo hay que animarse a vivir en conciencia, cargando el

134
9ª meditación “Bernabé y Saulo. Saulo y Bernabé”

peso que significa que muchas cosas no las vamos a poder


confrontar con nadie si no encontramos con quien poder
hacerlo”. No es raro que, con los años, vaya sucediendo que
uno tenga que cargar con personas, dificultades, problemas,
decisiones, que las tendráque resolver frente a Dios, porque
no encuentra frente a quién.
Necesitamos mediaciones. Así Jesús en Getsemaní le pidió
ayuda a sus discípulos, y junto a la cruz a María Magdalena,
al discípulo amado y a su madre. Una cosa es quedarse solo
y otra es buscar la soledad mala. Otra cosa es que Dios nos
pida un día: “soportá la soledad” y otra cosa es la soledad
que nos vamos haciendo por no buscar a tiempo sana
compañía para poder soportar la cruz. Pensemos que si el
mismo Jesús quiso tener presencias tan significativas en la
hora de la cruz, ¿quienes somos nosotros para querer ser
autosuficientes?
Lo mismo nos pasa con Dios. Tenemos una historia de
amistad. Es una historia con momentos. Vivir en presencia
del Padre en las buenas y en las malas, cuando lo entendemos
y cuando no lo entendemos, cuando vemos que nos ve y
cuando no vemos nada, cuando habla y cuando nos hiere
con su silencio, cuando su presencia nos anima y cuando su
presencia con forma de ausencia nos purifica y nos espanta,
cuando nos enamora y cuando su ausencia nos consume.
Saber ser fieles amigos de Dios es saber permanecer en esta
historia, que por ser historia tendrá distintos momentos y 9
estados interiores.
María, como fiel amiga de Jesús y fiel discípula suya, sabe
quedarse junto a Él hasta el final. ¡Qué lindo que María es
de esas que saben quedarse no sólo en las horas gozosas
sino también es aquella que sabe acompañar hasta el final,
hasta cuando el fracaso le toca vivirlo a su propio Hijo.

135
10ª meditación
“Mi poder triunfa en la debilidad”

“Y para que la grandeza de las revelaciones


no me envanezca,
tengo una espina clavada en mi carne,
un ángel de Satanás que me hiere.
Tres veces pedí al Señor que me librara,
pero él me respondió: «Te basta mi gracia,
porque mi poder triunfa en la debilidad».
Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad,
para que resida en mí el poder de Cristo.
Por eso, me complazco en mis debilidades,
en los oprobios, en las privaciones,
en las persecuciones y en las angustias
soportadas por amor de Cristo;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”
(2 Corintios 12, 7-10).

No creo que sólo Pablo sino que cada uno de nosotros,


cada ser humano es un comentario viviente de la parábola
del trigo y la cizaña. La fragilidad y la grandeza del hombre
son evidentes. ¿Quién de nosotros no se sabe poseedor de
ciertos dones, de ciertas capacidades y, a su vez, quién no
experimenta fragilidad, pobreza, miseria? Nos decía Pablo
en la carta a los Romanos: “La creación entera gime y sufre
dolores de parto” (Romanos 8, 22), no está terminada, pero
también está herida por el pecado original y por el de cada
uno de nosotros. San Pablo lo decía con toda crudeza:
“Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que
no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy
yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí”
(Romanos 7, 19).

137
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Pablo se da cuenta que padece en su ser algo que casi


escapa a su libertad, que lo lleva a pecar, a hacer lo que no
quiere.
La naturaleza está caída, herida, pero no corrompida, no
está destruida. Una cosa es estar herido y otra cosa es estar
muerto. Pablo dirá:
“Estoy plenamente convencido en el Señor Jesús de
que nada es impuro por sí mismo; pero si alguien
estima que una cosa es impura, para él sí es impura”
(Romanos 14, 14).
No es que la creación sea toda ella impura, que ya esté
todo corrompido. Por eso puedo decir:
“«Todo me está permitido», pero no todo es
conveniente. «Todo me está permitido», pero no me
dejaré dominar por nada” (1 Corintios 6, 12).
Nos va dando criterios de acción. El criterio es no dejarse
dominar por nada, no perder la libertad. Si bien la conciencia
y sus intenciones no pueden ser juzgadas por otro, hay que
ver que no le hagan daño a su debilidad.
“«Todo está permitido», pero no todo es conveniente.
«Todo está permitido», pero no todo es edificante” (1
Corintios 10, 23).
Como diciendo, no todo lo que hago puede hacerle bien
al prójimo. Eso también lo tengo que tener en cuenta. Dice
Pablo:
“¿acaso mi libertad va ser juzgada por la conciencia
de otro?” (1 Corintios 10, 29).
Eso no. Pero, al mismo tiempo, tengo que tener cuidado
de la fragilidad, de la conciencia no formada de un hermano;
lo puedo escandalizar. Dicho más claramente, a la hora de
obrar tendríamos que preguntarnos, como Pablo, estas tres
cosas. Se nos dan tres pautas: 1) no todo me es conveniente;
2) no dejarse dominar por nada; 3) edificar al prójimo. Tres

138
10ª meditación “Mi poder triunfa en la debilidad”

criterios de acción y siempre precedidos por estas palabras:


“todo me está permitido”. Libertad que no significa libertinaje,
ver si me hace bien a mí y al prójimo.
Este estar heridos por el pecado original ha dejado en
nosotros la concupiscencia, es decir una cierta propensión al
pecado, que todos tenemos, consecuencia del pecado, que
no es pecado pero que nos facilita pecar. Parece un juego de
palabras. No es pecado; por eso sentir no es consentir; estar
tentado no es ser un pecador, sentir esa predisposición a lo
que no siempre es bueno no es una falta, pero tenemos que
velar para que esa fragilidad no se convierta en realidad.
Pablo dirá:
“Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu
contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso,
ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero
si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos
a la Ley” (Gálatas 5, 17-18).
Por las dudas siempre que leamos en Pablo la palabra
“carne”, no debe ser entendida en sentido literal sino “carne”
como naturaleza humana, la condición humana no animada
por el Espíritu de Dios. Pablo nos dirá consolándonos: ustedes
no pueden hacer todo el bien que quieren. En nuestro corazón
se libra un combate. No es que seamos tan torpes que no
podamos hacer lo que queremos. Las obras de la carne son
unas. Las obras y los frutos del espíritu son otros. Tenemos
que velar para que lo que anime nuestra conducta no sea
nuestra naturaleza humana herida, sino dejarnos mover,
dejarnos animar por el Espíritu de Dios.
10
La conversión no es para nada un hecho puntual. Sería
incompleto, casi un error decir: “yo me convertí tal día”. Esa
frase no se puede decir. Sí la podemos decir en cuanto a un
cambio de rumbo pero, en ese camino a la Casa del Padre,
todavía estoy, no es que terminé de convertirme. “Me
convertí” si es una conversión en el sentido amplio: ahora mi
vida tiene por meta al Señor, o querer imitar a Jesucristo,

139
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

pero no “ya estoy, ya llegué, ya no tengo nada que cambiar”,


en el sentido más profundo es una tarea de toda la vida.
Sólo los santos -y ellos están en camino-, saben qué difícil,
qué don de Dios, qué sacrificio implica poder decir, con cada
rincón de nuestro ser, “Jesucristo es el Señor”. A veces nosotros
lo decimos por nuestra cuenta y con un acto de fe pero
sentimos que hay muchas zonas nuestras interiores que se
rebelan. Hay muchas zonas nuestras que todavía se resisten
a dejar que Jesús sea el Señor; zonas de mi imaginación, de
mis sentimientos, de mis actitudes, de mis pensamientos; no
es tan simple la cosa.
El problema no es sólo el pecado, sino sus consecuencias,
su memoria, las costumbres arraigadas, los hábitos. Por eso
no es sólo el hecho de no pecar sino las heridas que nos han
dejado los caminos errados, no es tan fácil revertir una
conducta. La reconciliación y la penitencia son un largo
camino, un proceso con hitos en los encuentros sa-
cramentales; momentos visibles, cumbres cuando vivimos el
sacramento de la reconciliación, pero en realidad la recon-
ciliación es un camino.
El camino penitencial es el camino de la vida. San Pablo
dirá:
“De todas partes nos acosaban las tribulaciones:
luchas por fuera y temores por dentro” (2 Corintios 7,
5).
Nos falta libertad. ¡Qué difícil es ser libre! ¡Qué linda
palabra, qué hermoso sueño pero qué difícil! Porque vivimos
en el mundo, tribulaciones por fuera, temores por dentro. Por
eso, ¡cómo tendríamos que estar de rodillas ante un ser
humano!, porque una cosa es lo que vemos y otra es lo que
padece. ¿Qué sabemos de las luchas interiores, de las
angustias, terrores, espantos vive alguien cuya vida exterior
es tan simple y que parece tan fácil? ¡Cuidado!, a veces
medimos demasiado externamente las cosas y no nos damos

140
10ª meditación “Mi poder triunfa en la debilidad”

cuenta. Voy a ser más crudo: algunos no se dan cuenta qué


terribles angustias y cruces pueden estar viviendo muchos de
los que están cerca de nosotros y que, en lo exterior, parece
no pasarles nada.
La meta del cristiano no es ser un estoico, tener autocontrol:
yo no siento, yo domino, yo manejo; un auto suficiente.
Nuestra meta es más bonita, ni siquiera es no pecar, parece
un escándalo; nuestra meta es la caridad, queremos “tocar
con el arpa de diez cuerdas”. Nuestra meta es poder poner
un día toda nuestra humanidad no cercenada, sino
consagrada, al servicio de la caridad. Muchas veces se ha
conseguido el orden destruyendo humanidad, y hemos
pagado el precio. Se ha esterilizado mucha formación: el
corazón, los sentimientos, hasta diría el cuerpo, en muchos
consagrados. Y eso no es castidad ni caridad. La caridad es
que todo el ser pueda vibrar al servicio del amor y del Espíritu
de Dios. Por eso, ¡qué linda imagen tocar con el arpa de diez
cuerdas, qué feo un arpa de una cuerda, qué linda un arpa
de diez cuerdas! Por supuesto es más complejo, pero más
lindo y mucho más respetuoso de nuestra humanidad y del
Señor que nos la regaló.
¿Cómo convivir con nuestra fragilidad? No olvidando que
somos vasijas de barro. “El que se cree muy seguro, ¡cuídese
de no caer!” La conciencia de la fragilidad ayuda mucho a
saber convivir con la fragilidad. Casi lo peor que podría
pasarnos es creernos “yo ya no soy frágil, no tengo
problemas, nada me hace mal”. Por el contrario, la conciencia
de nuestra fragilidad nos puede ayudar a administrarla. Pablo
dirá: Hasta ahora ustedes no tuvieron tentaciones que superen 10
sus fuerzas humanas. Qué triste si alguien sólo en el lecho de
muerte o ante una tragedia, se da cuenta un día qué duro fue
con los demás, cae en la cuenta de que no sabía lo que era
un momento de prueba, de dificultad. Les digo una frase
fuerte: muchas veces veo ciertos ambientes muy protegidos,
pienso en algún sacerdote, son todos amigos, están

141
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

protegidos, siempre comen juntos... No es lo mismo ser un


sacerdote solo en un pueblo, en una parroquia, estar en las
fronteras. Es muy fácil legislar y juzgar desde lejos, qué difícil
es estar solo en el frente de batalla. Pablo era apóstol, era
general de los que iban al frente, no de los que miraban el
mapa desde el escritorio.
“Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no
caer! Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que
superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y él no
permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas.
Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el
medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla”
(1 Corintios 10, 12-13).
Lo atrayente en nosotros es lo que significamos y lo que
somos, lo que anunciamos. Cuidado, la gente se nos acerca
con fe, cosa que, a veces, nosotros no tenemos con respecto
a nosotros mismos y a los demás. Entonces cuando se acercan
y nos dicen: “Padre”, “Hermana”, y nos abren el corazón y se
muestran pobres, humildes y frágiles, no es porque seamos
geniales, sino porque estamos representando a Dios.
Cuidado, que no se confunda el valor de la pobre vasija con
el tesoro sagrado que Dios puso dentro:
“Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de
barro, para que se vea bien que este poder
extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios”
(2 Corintios 4, 7).
Esto es muy importante.
Tampoco hay que querer anteponer nuestra justicia al
amor de Dios. Dicho más claro: “cuando yo sea buena, Señor,
me voy a dejar querer por Vos”. Eso es querer anteponer tu
justicia al amor de Dios. “Cuando supere este problema,
Señor, voy a venir a tu Presencia.” Sería un camino sin salida
que lleva a la desesperación, a la envidia, a la agresividad
como fruto de la impotencia por poder cambiar y, en

142
10ª meditación “Mi poder triunfa en la debilidad”

definitiva, por poder recibir amor. Por eso tenemos que


aprender a ser pobres en su presencia, pecadores en su
presencia. ese es el secreto fundamental.
Esto no significa dar rienda suelta a nuestros instintos, pero
sí saber caminar con humildad y una cierta vigilancia, en la
presencia del Señor. Por eso Pablo decía también:
“¿No saben que en el estadio todos corren, pero
uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera
que lo ganen. Los atletas se privan de todo, y lo hacen
para obtener una corona que se marchita; nosotros,
en cambio, por una corona incorruptible. Así, yo corro,
pero no sin saber adónde; peleo, no como el que da
golpes en el aire. Al contrario, castigo mi cuerpo y lo
tengo sometido, no sea que, después de haber
predicado a los demás, yo mismo quede
descalificado” (1 Corintios 9, 24-27).
Cuando hay vida cristiana viva hay también vigilancia y
entrenamiento. Uno protege lo que ama. Cuando uno ama
algo, lo cuida, vela por su amor. Hay que velar, cuidar el
corazón.
La solución no está tanto en la línea de la lucha como en
la de la seducción. Deseamos todos ser felices, el problema
está en saber qué es lo que da felicidad. Si encontramos a
alguien que nos ame como somos y como estamos, no
buscaríamos mal amor (cf. Juan 8, 1 ss.). A la mujer pecadora,
¿qué le dice Jesús?: ahora que sabés que alguien te conoce
y te quiere, tal vez podés no pecar más; pero recién ahora
que sabés que alguien te conoce y te quiere. Los humanos no
10
estamos tan mal hechos; lo que en el fondo estamos buscando
es amor, y un amor profundo. ¿Cuándo alguien halla paz,
cuándo un corazón humano está sereno? Cuando se sabe
amado, querido y tenido en cuenta, tal como es. A mí también
se me puede amar, no soy un excluido del banquete de la
vida. Si nos dejáramos encontrar, amar y sanar (cf. la película
“Secretos y mentiras”), pecaríamos menos. Quien se deja

143
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

encontrar por el Señor en la oración, quien encuentre amor,


no lo va ir a buscar mal.
¿A quién le puedo decir la verdad? ¿Somos tan maduros
para acogernos como somos? Esa es la pregunta. ¿Le podría
decir a una hermana de comunidad lo que me pasa sin que
se desmaye o sin que yo me desmaye? ¡Qué lindo que es
poder dejarse encontrar, amar, sanar! Pienso en la formación,
ojalá las maestras de novicias, de junioras, fueran madres
que no se espanten cuando escuchen cualquier cosa. Pero si
las novicias y junioras pueden aparecer como son y ser
amadas, ahorraríamos muchos dolores de cabeza para la
vida, porque empezaríamos a vivir en comunidad con cariño.
Todavía hay mucha “casa de brujas” entre nosotros, todavía
nos espantamos demasiado, todavía hay que cuidarse de
los hermanos. ¡Qué triste! No miremos a otros, cada uno de
nosotros piense si es, en su comunidad, en su lugar, alguien
capaz de acoger el misterio del prójimo y llevarlo sobre sus
hombros. Si hubiera más de esto nuestra vida sería, sin duda,
mucho mejor.
Tampoco hay que centrarse en sí mismo, hay que ocuparse
también del prójimo. Cuando uno da muchas vueltas a sus
propias miserias, errores, problemas y dolores, uno está en
un camino sin salida. ¡Qué bien nos hace olvidarnos de
nosotros y encontrarnos con el dolor de los demás! ¡Qué bien
que nos hace abrirnos a la realidad, a los verdaderos
problemas de la vida, de los hombres, ocuparse del prójimo!
Con respecto a Dios, hay que saber adorar. Cuántas veces
la oración se reduce a mirarme frente a Dios, siempre en
referencia a lo que me pasa, y nunca escuchándolo a Él más
allá de mí, saltear mis problemas y salir a campo abierto, al
horizonte inmenso y decirle: “Señor, y Vos ¿quién sos?, ¿qué
me querés decir hoy?”, y no qué pregunta tengo yo. “Señor,
¿cuál es tu misterio?” y, paradójicamente, a la luz de ese
misterio entendemos nuestro problema. Animarnos a ser tan
pobres que nos olvidemos de que somos pobres. El verdadero

144
10ª meditación “Mi poder triunfa en la debilidad”

pobre ya ni siquiera sabe que lo es; vive, se atreve a vivir a


pesar de su pobreza. Tender a la perfección, “corro hacia la
meta”, es una decisión pero la fidelidad está más en mantener
el rumbo y el ritmo que en el logro.
Cuando un religioso busca ser de Jesús aunque tenga mil
fracasos, está siendo fiel. Lo malo es si dice ¡basta! En el
error o en una cumbre, el que dijo basta, se equivocó. En
cambio, el que, lleno de miserias, de pecados y de fracasos,
sigue intentando, pobre, vivir para el Señor, ese está siendo
fiel. “Es preferible renguear en el camino que correr fuera de
él” (San Agustín). No nos asustemos de ir despacito, no
digamos basta, sigamos caminando.
Nuestra disciplina no está centrada en “lograr virtudes”
sino en crear ocasiones para el encuentro con Jesús. ¿Dónde
tenemos que poner la voluntad? Creemos espacio de oración
y encuentro profundo con Jesús, porque si nos encontramos
con Él todo lo demás vendrá por añadidura. Si tenemos
poquita fuerza concentrémosla en una sola cosa, que el día
de hoy no me pase sin rezar, porque si me queda poca agüita
en la cantimplora para llegar hasta el oasis, no importa,
porque en el oasis hay agua. La fuerza del Señor vendrá, me
revestiré de ella para emprender el día.
“Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo
demás se les dará por añadidura” (Mateo 6, 33).
Tenemos que reconciliarnos con nuestra propia insig-
nificancia: si me paso toda la vida tratando de no ser
pequeño, lo más probable es que muera amargado.
En cambio, si con San Pablo, un día me atrevo a decir: 10

“De ese hombre podría jactarme, pero en cuanto a


mí, sólo me glorío de mis debilidades” (2 Corintios
12, 5),
tal vez muera sonriendo. El tema es cómo aprender a ver
lo bueno, el ser frágil, porque en el fondo, me mantiene cerca

145
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

del Señor. Pablo tenía de qué gloriarse y dice: sólo me glo-


riaré de mis debilidades, que son las que me unen a Jesús.
No es lícito para un cristiano estar triste por lo que es o
por los dones que no tiene, y no extasiarse alegre en lo que
es Dios. Estar tristes porque somos pobres significa que
todavía no hemos entendido a Jesús. Saber adorar, es saber
extasiarse. Pablo decía:
“¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo
que me lleva a la muerte? (Romanos 7, 24),
y, al instante, también decía:
“¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor!”
(Romanos 7, 25).
Porque,
“Si somos infieles, él es fiel, porque no puede
renegar de sí mismo” (2 Timoteo 2, 13).
Si el hombre es infiel, Dios no puede dejar de serrnos fiel,
porque se estaría traicionando a sí mismo. Es como para
abusar de esa bondad. Fíjense lo que nos está diciendo: “sos
infiel, no te espantes que Dios sí es fiel”. Eso es lo que se
atrevió a decirnos Dios cuando nos dijo: “Mirá que soy tu
querido Papá. En el fondo, sabé que no puedo dejar de
amarte”.
María nos invita a cantar las grandezas de Aquel que mira
con bondad nuestra pequeñez. Que nuestra alegría ya no
dependa de si soy pequeño, justo o pecador, sino que mi
alegría haya encontrado la fuente: Dios mira con bondad la
pequeñez del hombre.

146
11ª meditación
”No sabemos orar como es debido”

“Igualmente, el mismo Espíritu


viene en ayuda de nuestra debilidad
porque no sabemos orar como es debido;
pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos
inefables.
Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu
y sabe que su intercesión en favor de los santos
está de acuerdo con la voluntad divina.
Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas
para el bien de los que lo aman,
de aquellos que Él llamó según su designio”
(Romanos 8, 26-28).

Así como el sol, el agua, la tierra, son vitales, impres-


cindibles para las plantas, para que puedan nacer, crecer,
desarrollarse, así son, para las personas, las relaciones, la
comunicación. Si no nos comunicáramos, si no nos relacio-
náramos no podríamos subsistir. Necesitamos tanto de los
demás para crecer, madurar, desplegarnos, que la calidad
de nuestra vida tiene que ver, sin duda, con la calidad de
nuestras relaciones.
La profundidad de nuestros encuentros tiene que ver con
la profundidad de nuestra madurez, de nuestro crecimiento.
Más aún, ¿dónde pondríamos todo lo que somos, lo que
tenemos? Casi podríamos definir ser persona como ser en
relación. A mayor calidad y profundidad de encuentros,
mejor calidad y profundidad de vida. Lo que somos tiene
íntima relación con nuestra capacidad de encuentro.

147
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

El libro del Génesis, en su lenguaje simple y primitivo, nos


muestra tres grandes ámbitos de relación para poder llegar
a madurar y crecer, y estos son: 1) nuestra relación con las
creaturas, 2) nuestra relación con el otro y 3) nuestra relación
con el Creador. Una relación de dominio, otra de igualdad y
otra de gratuidad y plenitud. Vemos cercanía y gratuidad.
Por eso decimos: los humanos somos religiosos por
naturaleza; sin relacionarnos, sin religarnos con nuestro
Creador, no podemos crear, ser creadores con Él. Si nosotros
no supiéramos de Él y no supiéramos que Él se nos ofrece
como último horizonte, como el Tú profundo que está frente
a nosotros, no nos atreveríamos a desplegarnos, a crear, a
hacer historia, a relacionarnos, a multiplicarnos. Sin origen
no hay fin; si no tenemos conciencia de nuestro origen, de
quién nos hizo, difícilmente tenderemos hacia Él todo lo que
somos, todo lo que hacemos.
Hay un sordo clamor en lo íntimo de la creación,
justamente, por alcanzar la plenitud, por no caer en el abismo
de la nada. A ese clamor san Pablo lo llama el gemido, los
dolores de parto de la creación entera, como si todo estuviera
gimiendo y gritando: no nos dejes volver al abismo de la
nada de donde fuimos sacados. Que es lo que la creación
entera, el impulso vital de todo ser vivo está diciendo, desde
las más humildes criaturas hasta nosotros: no nos dejes volver
al abismo, no nos dejes morir, no nos dejes desaparecer. Pablo
lo llama “la creación que gime y sufre dolores de parto”
(Romanos 8, 22).
No es fácil relacionarse ni siquiera con las humildes
criaturas; por eso, saber relacionarse con las cosas es un arte,
es un arte cultivar el campo, es un arte transformar las cosas
artesanalmente. El artesano es un artista, un hombre que sabe
relacionarse con cada criatura para poder utilizarla
adecuadamente. Y si es un arte saber relacionarse con las
cosas, mucho más con las personas, pero sobre todo con
Dios. Nuestro clamor a Dios: “no me dejes volver a la nada,

148
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

no nos dejes caer en el abismo de la muerte”, está tentado


de desaliento ante una aventura tan maravillosa como
superadora de nuestras pobres capacidades. Ese es el
misterio humano. ¡Qué maravilla poder hablar con el
Creador, qué maravilla que el Tú para el cual está hecho mi
corazón es Dios, pero a su vez, esto es tan alto, es tan grande,
es tan maravilloso, que cotidianamente estamos tentados a
decir: es imposible, es demasiado alto, supera mis fuerzas.
Pablo -y todo el que intentó rezar y buscar a Dios- dirá:
“No sabemos orar como es debido”. ¿Quién puede decir:
yo sé rezar? Es ahí donde experimentamos nuestro máximo
anhelo y nuestra máxima impotencia: “Señor, ante Vos, ¿qué
hago, cómo hago? Si nos lo planteamos con una persona,
¿cómo me relaciono, cómo llego, cómo lo alcanzo, cómo le
digo, cómo lo entiendo?, ante Dios nos pasa mucho más, no
sabemos orar como es debido.
Por eso el Padre toma la iniciativa nuevamente. No sólo
tomó la iniciativa para crearnos sino -menos mal-, para
buscarnos y para que no quedemos desalentados, para que
no seamos un gemido que cae impotente en el vacío. Nos
sale al encuentro con rostro humano en Jesús, para que su
rostro pueda ser inteligible, visible, cercano a nosotros. Los
hombres entendemos a los hombres, los conocemos a través
de nuestros sentidos, por eso Dios nos salió al encuentro con
el rostro humano de Jesús y derrama su Espíritu en nuestros
corazones: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad”
(Romanos 8, 26). Justamente el Espíritu es Aquel que nos
asistirá para que ese grito, que apenas llega unos metros
más allá y se desvanece en la distancia, toque el Corazón de
Dios, y que sea el Espíritu mismo de Dios el que exclame en
nosotros Abbá. Pablo dirá:
“La prueba de que ustedes son hijos, es que Dios 11
infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
que clama a Dios llamándolo” ¡Abba!, es decir, ¡Pa-
dre!” (Gálatas 4, 6).

149
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

“¿O no saben que sus cuerpos son templo del


Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido
de Dios?” (1 Corintios 6, 19).
¡Qué misterio el ser humano!
Dios no sólo ha puesto su morada en este mundo cuando
se hizo presente en su Hijo amado, sino Dios ha puesto su
morada en el corazón del hombre al derramar su Espíritu
que habita en nosotros y nos hace y ayuda a ser hijos y a
relacionarnos con Él. Lo inaccesible se hace accesible, lo
escondido se hace manifiesto.
“Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu,
porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo
de Dios. ¿Quién puede conocer lo más íntimo del
hombre, sino el espíritu del mismo hombre? De la
misma manera, nadie conoce los secretos de Dios, sino
el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios,
para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios
nos ha dado. Nosotros no hablamos de estas cosas con
palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con
el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado,
expresando en términos espirituales las realidades del
Espíritu. El hombre puramente natural no valora lo que
viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no lo
puede entender, porque para juzgarlo necesita del
Espíritu. El hombre espiritual, en cambio, todo lo juzga,
y no puede ser juzgado por nadie. Porque ¿quién
penetró en el pensamiento del Señor, para poder
enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de
Cristo” (1 Corintios 2, 10-16).
¡Qué texto tan simple y tan profundo! El Espíritu lo penetra
todo, hasta lo más íntimo de Dios. Dicho en pocas palabras,
¿quién conoce al hombre sino el espíritu del hombre? El
Espíritu de Dios que sondea a Dios y conoce a Dios, es el que
nosotros poseemos. Nosotros poseemos el Espíritu de Jesús.

150
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

El Espíritu nos ha sido dado en el Bautismo y, por eso, el


hombre que sondee su corazón conocerá los deseos del
Espíritu. El que “sondea los corazones conoce el deseo del
Espíritu” (Romanos 8, 27). Sin profundidad y silencio no se
puede escuchar la voz de Dios, la voz del Espíritu que está en
nuestro interior, que normalmente no grita, sino más bien
sugiere y mueve con respetuosa delicadeza. Si somos muy
extrovertidos, si vivimos haciendo mucho ruido exterior e in-
terior, difícilmente percibiremos que, en nuestros corazones,
el Espíritu de Dios nos está hablando, nos está ayudando a
interpretar, a relacionarnos con el Señor, a darnos cuenta, a
animarnos a vivir como lo que somos, sus hijos queridos. El
que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu. De
ahí la importancia de tener interioridad, de ser alguien que
está acostumbrado a bucear en el propio corazón. Ejemplo
muy cercano en estos días: ¿cómo llegaron, cómo están hoy?
Como a veces, en un marco de silencio o de descanso, es
importante dormir, no estar tensionados por tantas cosas, por
tantos reclamos, uno va pudiendo escuchar zonas más
profundas de la propia intimidad, nos vamos acercando a
la zona donde mora el Espíritu. Si lo hemos descubierto,
tenemos que pelear por vivir en esa zona, no dejarnos invadir;
no podemos quedarnos en el desierto pero podemos hacer
que el desierto se quede dentro de nosotros. Darnos cuenta
que el Espíritu de Dios está allí, está esperando que nosotros
lleguemos.
Sin el auxilio del Espíritu nos sería algo inaccesible entender
el Misterio de Jesús; no podríamos leer su rostro humano y
asomarnos al Misterio. Pablo dirá: ¿quién puede decir que
Jesús es el Señor sino aquel que está animado por el Espíritu
de Dios?, porque al leer su rostro humano podemos
asomarnos a su Misterio y creer que ahí está el Hijo de Dios,
porque el Espíritu habita en nosotros. ¿Por qué al leer la 11
Palabra de Dios nos damos cuenta que Dios nos está
interpelando y no que estamos leyendo simplemente un libro
de poesías o de metáforas? Porque el Espíritu nos lo hace

151
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

vivir como Palabra de Dios para nosotros. Pablo dice:


“Porque el mismo Dios que dijo: «Brille la luz en
medio de las tinieblas», es el que hizo brillar su luz en
nuestros corazones para que resplandezca el
conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro
de Cristo” (2 Corintios 4, 6).
El mismo Dios que un día dijo “haya luz” es el mismo Dios
que nos ha regalado al Espíritu que es quien nos permite
tener la luz con mayúscula para poder entender el Rostro de
Jesús.
Sin la ayuda del Espíritu no nos atreveríamos a llamar a
Dios “Abbá”, con los mismos sentimientos y palabras de Jesús
(cf. Gálatas 4, 6). Dejarse conducir por el Espíritu es animarse
al fin a ser hijos queridos, vivir con esa temperatura interior.
La oración, más que un acto, es una manera de vivir, frente
a Dios y con Dios, todo lo que nos sucede. El orante es el que
vive frente a Dios como su último horizonte e interlocutor, es
el que vive en Dios todo lo que hace, todo lo que acontece.
Dirá Pablo:
“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir,
alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida
por todos los hombres. El Señor está cerca. No se
angustien por nada, y en cualquier circunstancia,
recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de
acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios.
Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que
podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones
y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”
(Filipenses 4, 4-7).
Pablo nos invita a que, todo lo que vivamos, lo vivamos
en oración para que la paz de Dios tome bajo su cuidado
nuestros corazones y nuestros pensamientos. ¡Qué linda
imagen!, para que la paz de Dios abrigue nuestro solitario
corazón. El orante es alguien que se siente abrigado por la

152
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

presencia de Dios. Vivimos abrigados por el manto protec-


tor de la presencia de Dios.
Pablo estará rezando en toda circunstancia; así lo
encontramos rezando luego del encuentro de Damasco, lo
encontramos rezando en Tarso, cuando en esos largos años
decanta, asimila, profundiza esta experiencia; lo encontramos
orando antes de las misiones; prisionero; solo o
acompañado, en los naufragios, etc…, así podríamos recorrer
toda su vida. Incluso si vemos algunos de los Himnos que
encontramos en sus cartas, nos damos cuenta que
normalmente estaba hablando de algún tema y, cuando se
descuida, lo encontramos en oración, levantando su mirada
al cielo. Cuando Pablo se distrae se pone a rezar, hay que
decirle: “volvé que estábamos hablando”. Algo parecido
pasa con Jesús en la última cena (Juan 17, 1). Jesús estaba
hablando con los discípulos -ellos mismos lo cuentan-: “y
levantando la mirada hacia el cielo”, como diciendo: estaba
hablando con nosotros y vimos que empezó a transformarse
y de golpe lo vimos mirar hacia el cielo y decir: “Padre,
glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”; se fue –
diríamos-, estaba acá y de golpe se fue. Cuando un santo se
distrae se va como el barrilete, como el enamorado, hay que
agarrarlo y traerlo nuevamente.
No hay caso, sigue siendo verdad lo que decía Jesús:
“donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. El enamorado
siempre se escapa, se distrae o, mejor, siempre está
concentrado. Así por ejemplo, hablando de la justificación,
terminará con un Himno al amor de Dios:
“¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está
con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Él que no
escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de 11
favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios?
Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a
condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más

153
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e in-


tercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces
separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las
angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los
peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu
causa somos entregados continuamente a la muerte;
se nos considera como a ovejas destinadas al
matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia
victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo
la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles
ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los
poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni
ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del
amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor” (Romanos 8, 31-39).
Hablando de la suerte de su pueblo Israel, terminará
celebrando “la insondable sabiduría de Dios”:
“¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría
y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus
designios y qué incomprensibles sus caminos! ¿Quién
penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su
consejero? ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho
a ser retribuido? Porque todo viene de Él, ha sido hecho
por Él, y es para Él. ¡A Él sea la gloria eternamente!
Amén.” (Romanos 11, 33-35).
Hablando de Cristo y su Iglesia, contempla agradecido
“el plan de Salvación”:
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda
clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido
en él, antes de la creación del mundo, para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por
el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por
medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su

154
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia,


que nos dio en su Hijo muy querido. En él hemos sido
redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón
de los pecados, según la riqueza de su gracia, que
Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría
y entendimiento. Él nos hizo conocer el misterio de su
voluntad, conforme al designio misericordioso que
estableció de antemano en Cristo, para que se
cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas
las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo
jefe, que es Cristo. En él hemos sido constituidos
herederos, y destinados de antemano -según el previo
designio del que realiza todas las cosas conforme a su
voluntad- a ser aquellos que han puesto su esperanza
en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes,
los que escucharon la Palabra de al verdad, la Buena
Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también
han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo
prometido. Ese Espíritu es el anticipo de nuestra
herencia y prepara la redención del pueblo que Dios
adquirió para sí, para alabanza de su gloria” (Efesios
1, 3-14).
Pablo se da cuenta que no sólo están aconteciendo cosas
maravillosas sino que, en el fondo, somos un sueño eterno y
amoroso de Dios.
Antes de crear el mundo ya el Padre nos había soñado sus
hijos queridos. Hablando a los esposos y a los hijos, terminará
agradecido y extasiado por el misterio de amor entre Cristo
y la Iglesia:
“Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy
queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que
nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y 11
sacrificio agradable a Dios. Sométanse los unos a los
otros, por consideración a Cristo. Las mujeres deben
respetar a su marido como al Señor, porque el varón

155
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el


Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la
Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera
las mujeres deben respetar en todo a su marido.
Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la
Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la
purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque
quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha
ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e
inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar
a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su
esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su
propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace
Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los
miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a
su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos
serán una sola carne” (Efesios 5, 1-2. 21-31).
Hablando de la humildad, del trato que tenemos que tener
con los otros cantará la “humillación y glorificación de Cristo”.
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él,
que era de condición divina, no consideró esta
igualdad con Dios como algo que debía guardar
celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose
semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio
el Nombre que está sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en
la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para
gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»”
(Filipenses 2, 5-11).
Aquel que no tuvo como cosa imperdible su condición de
Dios y habitó entre nosotros, y vivió como un hombre
cualquiera; saliendo al encuentro de una discusión sobre

156
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

ángeles y jerarquías celestiales, cantará a “Cristo, imagen


de Dios y cabeza de la Iglesia”
“Él es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito
de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas
las cosas, tanto en el cielo como en la tierra los seres
visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones,
Principados y Potestades: todo fue creado por medio
de Él y para Él. Él existe antes que todas las cosas y
todo subsiste en Él. Él es también la Cabeza del
Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el
Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de
que Él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso
que en Él residiera toda la Plenitud. Por Él quiso
reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en
el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz”
(Colosenses 1, 15-20).
En otras palabras, Pablo es capaz de hacer oración con
todo y a partir de todo. Un orante sabe hacer oración con
cualquier leña, con lo que acontece; todo lo que sucede es
materia de oración y no de distracción. Nosotros solemos
dispersarnos en lo que acontece. Si fuéramos orantes no sólo
nada nos distraería, sino que cualquier circunstancia y
situación serviría de ocasión de diálogo con Jesús. ¿Acaso
no hay algo de esto cuando Jesús sale al encuentro de los
discípulos de Emaús, preocupados, agobiados, tristes y les
dice: “¿Qué comentaban por el camino?” (Lucas 24, 17).
¿Dónde terminan? En la fracción del pan. Cristo, el orante,
es aquel que empezando un diálogo con dos desalentados
los dejó a la Mesa adorando la Eucaristía. Eso significa sa-
ber integrar la vida desde cualquier circunstancia frente a
Dios y en Dios.
La oración quiere conocer, es lo propio del amor, pero 11
nunca dominar. Orar no es estudiar pero orar es amar, y el
amor quiere saber, necesita conocer, no para instruirse; desea
conocer para amar más. Cuánto más conocemos más

157
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

amamos. Querer conocer no es querer dominar. El amor hace


que queramos conocer pero con humildad. El amor quiere
conocer sin querer dominar, sin querer destruir el misterio del
que tengo delante sino más bien, asomarme, humilde, al
abismo que se me abre por amor.
De Dios se tienen experiencias pero con Él no se hacen
experimentos. Dios no es un problema a resolver, sino un
misterio a acoger. Dios es Alguien; ante Él hay que acercarse
humildes, castos, despojados de todo deseo de dominio y
una súplica humilde: ¿Señor, quién eres?
Pablo abrió su corazón y nos contó algo muy sublime
acerca de él mismo:
“Conozco a un discípulo de Cristo que hace catorce
años -no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!-
fue arrebatado al tercer cielo. Y sé que este hombre -
no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!- fue
arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que
el hombre es incapaz de repetir” (2 Corintios 12, 2-4).
¡Qué lindo lo que dice Pablo: “Yo no sé si con el cuerpo o
fuera del cuerpo, Dios lo sabe”, como diciendo, no lo sé ni
me interesa; yo sé que me llevó, yo sé que me lo mostró. No
quiso aprender el método; cuidado con los métodos de
oración, pueden esconder el deseo de domesticar el misterio
de Dios.
Con Dios, el mejor método, es la pobreza y el amor; no es
un método, sino una actitud. Hay métodos para aprender a
leer rápido, para aprender idiomas; pero hablar de métodos
de oración es casi una contradicción. “No sé, Dios lo sabe”.
Los orantes no nos quieren dejar mapas, nos quieren dejar
la espina clavada: “buscalo, vos, intentalo vos, esperalo, pero
no te regalo el mapa. A Dios no se lo puede dominar ni
agotar, Él es siempre novedad, ante Él hay que estar siempre
en una actitud de sorpresa, de expectativa; no se puede vivir
de memoria en el amor:

158
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

“¡A aquel que es capaz de hacer infinitamente más


de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que
obra en nosotros, a Él sea la gloria en la Iglesia y en
Cristo Jesús, por todas las generaciones y para
siempre! Amén” (Efesios 3, 20-21).
El amor no puede vivir de memoria; al ir a rezar pre-
guntémonos si vamos con actitud de expectativa, de sorpresa,
de encuentro inédito o como si fuera de memoria. En cambio,
¿quién de nosotros va al encuentro inédito de un Dios que,
porque lo conozco, no lo conozco, que porque lo empecé a
rastrear, me di cuenta que no hay rastro?
Es común que Pablo comience sus cartas con una acción
de gracias y una súplica. Gracias por el don y súplica por lo
que falta. Y esto no sólo le pasa a san Pablo cuando comienza
una carta. Así será mientras peregrinamos por este mundo,
nuestra vida será gratitud y súplica; gracias por lo que nos
diste y súplica por lo que nos falta, esa es la tensión del
corazón: tengo y no tengo, ya, pero todavía no. Sé y no sé,
por eso ¡qué importante es saber ver lo que está y saber
esperar y pedir lo que falta! (Cf. 1 Corintios, 2 Corintios,
Romanos). Apoyados en lo que sabemos y está, nos lanzamos
a lo que no sabemos y falta.
La oración, lejos de ser algo aislado de la vida, cuando
es auténtica, transfigura todo haciéndolo un verdadero culto
agradable a Dios, por eso Pablo dirá: El culto agradable a
Dios es la vida, no tomen como modelo el mundo:
“Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la mise-
ricordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una
víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto
espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo
a este mundo” (Romanos 12, 1-2).
11
¿Qué nos está queriendo decir? El verdadero orante hace
de su vida una liturgia, pero el que vivió bien la liturgia, el
que rezó bien los salmos, el que participó bien de la Eucaristía

159
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

se da cuenta que puede prolongar el Salterio en lo que vive,


que se puede prolongar el sacrificio en lo que le espera, en
lo que acontece, por eso el culto agradable a Dios es la vida.
¡Qué bueno es el incienso en una ceremonia, qué precioso
es el incienso de quien vive en la fe, la esperanza y la caridad
todo lo que acontece!
Hay que evitar todo divorcio con la realidad, por eso san
Pablo nos recomienda que la Eucaristía debe ser precedida
por una conducta acorde a lo que significa:
“Que cada uno se examine a sí mismo antes de
comer este pan y beber esta copa; porque si come y
bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su
propia condenación” (1 Corintios 11, 28-29).
Supongamos que una persona les pregunte: ¿hermana,
usted está divorciada? ¡No! A la luz de esto puede haber
bastantes divorciados entre nosotros, el divorcio de mi
conducta y la Eucaristía. Es decir, cuando llego a Misa, ¿de
dónde vengo?, ¿qué calidad de trato con mi Señor, con mis
hermanos y con la realidad? Es la cumbre, es la cima de la
vida cristiana, la Eucaristía es donde termino de expresarme.
Suele haber una queja de la mujer con respecto al marido,
el divorcio entre un acto de amor, un acto de sexualidad y la
vida.
Normalmente si algo le duele a la mujer, que por natu-
raleza es toda ella mucho más unificada, es cuando hay un
divorcio entre el trato común de la mesa, de la casa, de la
vida y el momento matrimonial por excelencia. Nos daña, y
a ustedes daña mucho más su ser femenino, el divorcio entre
la Eucaristía y la vida. Tendrían que estar integrados,
unificados.
La verdadera oración no sólo no está separada de la
realidad, sino que es capaz de consagrarla:
“Todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada es
despreciable, si se lo recibe con acción de gracias,

160
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

porque la Palabra de Dios y la oración lo santifican”


(1 Timoteo 4, 4).
Si fuéramos orantes y miráramos como Dios mira, y
tratáramos las cosas como Dios las trata, nada nos haría
daño.
El verdadero orante, como hombre del Espíritu, debe ser
un hombre libre, capaz de poder reflejar el rostro de Jesús.
Hemos denigrado la palabra libertad: “yo soy libre, a mí no
me manda nadie, hago lo que quiero...”. ¿Quién es el hombre
libre? Dice san Pablo:
“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad. Nosotros, en
cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en
un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados
a su propia imagen con un esplendor cada vez más
glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2
Corintios 3, 17-18).
Es interesante el paralelo con Moisés, al bajar del monte,
que tenía el rostro transfigurado y teniendo que cubrirlo.
¿Cómo tendría que estar el rostro de un orante, de un hombre
habitado por el Espíritu? Tendría que ser un rostro capaz de
mostrar el rostro de Jesús.
El rostro de un hombre es su conducta, su manera de estar,
ese es su rostro. Una manera de estar en la vida que refleje
la presencia de Jesús, ese es el verdadero orante. Orante
verdadero es aquel que, aunque nunca lo veamos rezar,
sabemos que lo hace porque su presencia, sus palabras, sus
actitudes reflejan el rostro de Cristo, hacen presente a Jesús.
La oración nos debe hacer alegres, dice Pablo:
“Nosotros obramos con integridad, […] con 11
docilidad al Espíritu Santo, […] como tristes, aunque
estamos siempre alegres” (2 Corintios 6, 6. 10).
Por las dudas, no significa siempre sonriendo, sí significa,

161
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

aunque llorando, alegre. De allí surge nuestra capacidad de


consolar, la oración es fuente de consuelo. Qué dirá Pablo:
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo, que nos reconforta en todas nuestras
tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los
que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios.
Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes;
si somos consolados, también es para consuelo de
ustedes” (2 Corintios 1, 3-4. 6).
Acá nos encontramos con un apóstol, con un hombre que
ya no se entiende viviendo en sí mismo, sino viviendo para
los otros. Por eso, si sufrimos o somos consolados, es para
ustedes. Ya no interpreta su dolor como “me pasa a mí”; es
para la fecundidad de la Iglesia, es para entender a los que
sufren, es para asimilarnos y completar los sufrimientos de
Jesús. Si somos consolados es para consolar a los que Dios
ponga en el camino.
Si la fe es un verdadero combate, si la esperanza es un
gemido que surge desde un corazón que sufre, si el amor
incluye todos los sufrimientos, no es raro que Pablo nos invite
a la perseverancia y a la constancia. La oración es un acto
de fe, de esperanza y de amor y, al mismo tiempo, estas
virtudes se alimentan del encuentro con Dios.
“Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la
tribulación y perseverantes en la oración” (Romanos
12, 12).
Por eso la oración es un combate, la oración es un gemido
de un corazón que sufre, la oración es un corazón que quiere
amar, padece ausencias y encuentros que lo alivian y lo
hieren. No es raro que sea difícil perseverar en la oración,
porque la oración es consuelo pero no consuelo al modo
humano. La oración desinstala, lastima, nos hace conscientes
de nuestra esperanza, pero nos hace conscientes de que

162
11ª meditación “No sabemos orar como es debido”

todavía estamos aquí, en este mundo, de que todavía vivimos


en la fe.
Que María, discípula y maestra de oración, mantenga el
ritmo de nuestra espera... La oración es la que nos hace
perseverar en la esperanza. Pidámosle a María, que es la
maestra por excelencia y la discípula de Jesús, que nos ayude
a perseverar en el ritmo de nuestra espera, creyente y amante.

11

163
12ª meditación
”¿Quién eres tú, Señor?”

“Y cayendo en tierra,
oyó una voz que le decía:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Él preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?».
«Yo soy Jesús, a quien tú persigues,
le respondió la voz»”
(Hechos 9, 4-5)

Esta pregunta, “¿Quién eres tú, Señor?”, no es una pregunta


más, ni siquiera es la más importante de algún aspecto del
saber o de una etapa de la vida. Esa pregunta es el quehacer
de una existencia, de ella dependerá todo lo demás. Es la
pregunta que no sólo para Saulo sino también para nosotros
se convierte en el quehacer de toda nuestra vida, de toda
nuestra existencia, casi diríamos que vivir es preguntar:
“¿Quién eres Tú, Señor?, ¿Quién es Dios, quién es Jesús?”.
Porque de la respuesta a esa pregunta dependerá todo lo
demás: lo que somos nosotros, nuestro destino, nuestra
conducta. Todo dependerá de esa respuesta.
Cada uno de nosotros podría preguntarse si se la está
formulando y cómo se la está formulando. ¿Con poca
intensidad, con mucha; es lo que estoy queriendo saber cada
día, cuando amanezco, cuando rezo, cuando trabajo? ¿Quién
es Dios? Esa es la pregunta que tiene el místico, el hombre
de Dios, siempre, en su quehacer, en su mirar, en su tratar. En
el fondo, no hace otra cosa que preguntarle a todas las
creaturas, a todos los hombres, a todas las circunstancias:
¿qué podés decirme de mi amado, de mi Señor, de mi Dios?,
¿quién es Él?

165
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

La Liturgia, varias veces al año, nos sale al encuentro con


la esperanza de mantenernos despiertos:
“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús
preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre
el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»” (Mateo
16, 13).
“¿Quién dicen ustedes que soy?”, es decir, “¿quién soy yo
para ustedes?”.¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa
en mi vida?
Pero la oración litúrgica no es suficiente. Quien le pregunte
a todos y sea capaz de mantener el corazón sediento, podrá
escuchar que aún, desde circunstancias difíciles, usando el
lenguaje evangélico, aún desde el seno de las tormentas,
surge una respuesta: “Soy yo no teman”.
“Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar
y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban
muy penosamente, porque tenían viento en contra,
cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando
sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. Ellos, al
verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un
fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían
visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló
enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no
teman»” (Marcos 47-50).
Eso que un día los apóstoles asustados en el lago creyeron
que era un fantasma: ¿quién eres?, “Soy yo, no teman”. ¿Y
hoy qué me va a suceder, en manos de quién está lo que me
pasa, esta enfermedad, este dolor, mi futuro? Si tuviéramos
fe, podríamos escuchar que Jesús nos dice: “Soy Yo, no tengas
miedo, no soy un fantasma, estoy aquí, no temas”.
Saber abrazar el presente, es decir, las realidades que nos
toquen vivir, es señal de haber encontrado la presencia.
¿Cómo abrazar el presente sin intuir la presencia? La
intensidad de nuestro abrazo a lo real dependerá de nuestra

166
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

certeza de la presencia de Dios en aquello que nos esté


tocando vivir, sufrir o gozar. Algo de esto le sucedió aquella
tarde a los discípulos de Juan el bautista:
“Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos
de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo:
«Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo
hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo
que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos
le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Mae-
stro- ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese
día” (Juan 1, 35-39).
“Maestro, ¿donde vives? Vengan y lo verán”. Si quieren
saber la respuesta a esa pregunta: “¿dónde vives?”, parecida
a la de Saulo, “¿quién eres Tú?”, “miren; para averiguarlo,
vengan y lo verán. Hará falta vivir conmigo, comprometerse,
hará falta no un día, sino toda la existencia si quieren saberlo”.
Aquí las palabras son otras pero realidad de fondo es la
misma. En este texto de Pablo, si cambiáramos un poco las
palabras podríamos decir que Jesús en la respuesta de “Yo
soy Jesús, ahora levantate, entrá en la ciudad”, etc., etc., ¿qué
le podría estar diciendo Jesús a Saulo, o a nosotros si tenemos
esa pregunta latente en el corazón: “No sos vos, hombre,
quien me va a interrogar, soy yo el que te interroga y te busca.
Cuando Dios sale al encuentro del hombre no es el hombre
quien primero va a interrogar a Dios, sino que la presencia
de Dios es ya, ella misma, un cuestionamiento para el
hombre; nos hace tomar conciencia de quiénes somos. Por
eso es como si Jesús dijera: “tendrás que saber muy bien
quién sos vos, si querés poder comprender quién soy yo. Si
primero no sabés lo que significa ser creatura, no sabrás quién
es el Creador. Conociendo tus capacidades que hablan de
mí, pero sobre todo tu pobreza, tus infinitos vacíos, tu
impotencia, tu atroz soledad”. Por eso, al acercarse a Dios,
12

167
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

hay que haber hecho un camino previo para hacer esa


pregunta de modo no insolente, sino de modo humilde; por
eso primero hay que preguntarse con hondura si me he
escuchado, si he permitido a mi ser que aparezca.
No es una pregunta más; en el fondo ni siquiera es una
pregunta. Cuando está bien hecha, es una humilde
invocación. No es lo mismo el tono de “¿quién eres Tú, Señor”
y de “Vos quién sos?” que preguntarle con el corazón pobre,
sin ningún derecho más que el del amor y el de la necesidad
humilde diciendo: “Señor, ¿quién eres Tú?”, como
expresando “comprendí que no terminaré nunca de saber
quién soy, si no sé quién sos”. Casi diría que ni siquiera es
una invocación, es una humilde disponibilidad ante Aquel
que está “a la puerta y llama” (Apocalipsis 3, 20), que se
quiere decir pero necesita nuestro humilde silencio y
disponibilidad para escuchar quién es. Hasta si preguntamos
demasiado estamos haciendo ruido y no dejamos darnos la
respuesta. Ejemplo típico: el del alumno en clase que vive
interrumpiendo a la maestra haciéndole preguntas, y un día
la señorita le dice: “querido, ¿por qué no me dejás explicar
y, si no entendiste, después me preguntás?”. Dios podría
decirnos más de una vez: “querida, ¿por qué no me dejás
explicarte quién soy y, después, me preguntás? Hacés tantas
preguntas que no te puedo ni decir quién soy. No temas que
Yo estoy más interesado que vos en decirte quién soy, si para
eso te creé. No creas que es tu iniciativa, es la mía. Si te creé
con sed es porque soy el manantial deseoso de darse”.
Esa pregunta termina siendo un clamor silencioso:
“Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como
tierra sedienta, reseca y sin agua” (Salmo 63, 2),
un amoroso gemido (Cantar), de alguien que
“Es el pobre, de espíritu acongojado, que se estre-
mece ante mis palabras” (Is 66, 2).

168
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

“¿A dónde te escondiste amado y me dejaste con


gemido?” [...] ”El ciervo vulnerado por el otero asoma”
(Cántico Espiritual).
Es decir, Dios se asoma herido de amor por aquellos que
están heridos por su amor, por el dolor de su ausencia.
¿Cuándo Dios se vuelve indefenso ante el hombre?
Cuando encuentra a un herido de ausencia, a un herido de
amor por la ausencia de Dios. A Dios le cuesta mucho trabajo
ir quitándonos todas las seguridades. Seguridades afectivas,
por ejemplo: muchas veces nos aferramos exageradamente
a personas que son significativas para nosotros; no está mal
tener afectos que nos dan seguridad, lo malo es si nos dan
tanta seguridad que no nos damos cuenta que necesitamos
de la seguridad de Dios. Seguridades morales: no está mal
ser bueno, correcto, honesto, pero ¡qué triste si un hombre se
siente seguro porque es correcto! Entonces Dios normalmente
le hará probar la pobreza para que no esté ante Dios
diciendo, “mirá qué bueno que soy, a mí me tenés que
escuchar”. Seguridades físicas: “mi salud es de hierro, a mí
no me pasa nada”. Seguridades materiales: es fácil confiar
en la Providencia si nunca me faltó nada. Seguridades
religiosas: soy cumplidor, rezo todos los días, no es extraño
que Dios un día nos deje tan a oscuras que ni sepamos rezar,
ni sepamos si somos buenos, malos, correctos.
¿Qué son esas seguridades para el hombre? Son como el
arbusto y las hojas donde los hijos de Adán y Eva seguimos
escondiendo nuestra frágil desnudez. Nos cuesta permanecer
pobres y desnudos frente a Dios. Así como Adán y Eva fueron
detrás del arbusto, nosotros, a veces, escondemos nuestra
pobreza detrás de nuestras seguridades. Su arte y su
delicadeza consisten en hacerlo de tal modo (el despojo de
nuestras seguridades) que respete nuestra libertad, de tal
modo, que parezca sólo obra y deseo nuestro. La muerte es
el último recurso que tiene Dios para hacer experimentar al
hombre su pobreza y su poder. ¿Cuál termina siendo la última 12

169
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

ocasión en la que el hombre se da cuenta que es absolu-


tamente pobre? Cuando muere, ella pone al descubierto
nuestra verdad. Qué elocuente la escena final de la vida de
san Francisco de Asís, cuando dijo: “pónganme desnudo
sobre la desnuda tierra”, como diciendo, sin defensas. Un
hombre que se quiso hacer consciente de que era polvo y
sólo polvo, porque estaba cierto que estaba ante el Señor.
Francisco nunca temió ser pobre. Y por eso quiso ejem-
plificarlo en ese último instante: desnudo sobre la desnuda
tierra. Pablo VI pidió que dejaran que su cajón al menos
tocara la tierra, como diciendo, ·tengan presente la escena
de Francisco”.
El amor es el único que despoja sin violencia. La vida
lentamente nos irá quitando todo aunque nos aferremos a
ella. Si estamos ante el amor iremos entregando todo sin
hacer tantas resistencias. Perdonen el ejemplo: no es lo mismo
una violación que la entrega amorosa de una esposa. Una
es a la fuerza, la otra es fruto de la comprensión del amor.
Qué lindo sería si no viviésemos como si nos estuvieran
violando y quitando todo lo que tenemos, sino si hubiéramos
comprendido que el amor nos va despojando, sin temor,
porque nos vamos a quedar frente a aquel que nos quiere
amar, nos quiere revestir.
El amor, nos cuenta la carta a los Filipenses, hizo que el
Hijo se despoje de su condición divina y aparezca como un
hombre cualquiera, más aún, como alguien capaz de
despojarse de su propia vida por nosotros. ¿Qué hizo que
Jesús no temiese despojarse de su condición divina sino
justamente el amor al hombre y el amor al Padre? Por eso el
Hijo se despoja. Qué bueno sería que, enterándonos de que
Dios se despojó para amarnos, nosotros no temiésemos
despojarnos para dejarnos amar. No hay otro camino al
señorío que la obediencia confiada al Padre (Filipenses 2).
¿Quién iba a decir que el camino, para ser Señor, iba a pasar
por vivir como un hombre cualquiera, obedecer, y obedecer

170
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

hasta la muerte, y por eso ser elevado a la gloria de Hijo de


Dios en plenitud?
Esa pregunta: “¿Quién eres Tú, Señor?” se hace con la
vida, en cada circunstancia y en cada etapa. Es en realidad
lo que los humanos perseguimos sin saberlo y, lo que es fun-
damental, es poderlo hacer de un modo explícito. ¿Qué
quiero decir con esto?, ¿Acaso todo ser humano, todos los
días no se pregunta dónde está la felicidad? Esa es una
manera de estar preguntando: “¿Quién eres Tú, Señor?”. Lo
lindo es que un día nos demos cuenta que ese deseo de
plenitud, de felicidad, de vivir, lo podemos expresar de modo
explícito y más claro: “¿Quién es Dios?”. Esa tiene que ser la
pregunta y la preocupación, allí está todo. Por eso Jesús le
pone nombre a esa preocupación: “¿porque me persigues?”.
Sólo persigue quien ya está atrapado, lo sepa o no:
¿podríamos buscar lo que de alguna manera no conocemos?
Saulo había empezado a conocer a Jesús con Esteban, por
eso ahora lo estaba buscando, lo estaba persiguiendo, Jesús
se le había hecho un problema. Por eso Pablo dirá años más
tarde:
“Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios,
misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria
antes que existiera el mundo; aquella que ninguno de
los dominadores de este mundo alcanzó a conocer,
porque si la hubieran conocido no habrían crucificado
al Señor de la gloria” (1 Corintios 2, 7-8).
Como diciendo, si se hubieran enterado quién era, no lo
habrían matado. Esa es la paradoja de quien, estando
enfermo, elimina a su médico. Nosotros también: ¡cuántas
veces huimos de Dios y no nos damos cuenta que es lo único
que nos puede hacer felices! Esa es la paradoja del ser
humano: el que estaba enfermo y solo, aguardando y
buscando la salvación, y cuando la salvación se presentó,
por no percibirla la mató, la eliminó.
12

171
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

¿Qué le responde Jesús?: “Saulo, Saulo”. Fíjense qué lindo


esto. Jesús sabía quién era Saulo. Saulo preguntó: “¿quién
eres tú?”. Pero qué sorpresa se llevó cuando el que le re-
sponde le dice: “Saulo, Saulo”, como diciendo te conozco y
por el nombre. Él sabe quiénes somos. Hasta implica ternura
y conocimiento profundo decir “Saulo Saulo”; como un pa-
dre o una madre ante una travesura de su hijo. Este hijo les
da trabajo pero lo aman. Acá la misma escena: Saulo estaba
en el piso y Jesús: “Saulo, Saulo, qué dolores de cabeza me
traés, si supieras la que te espera”. Este hijo le estaba dando
trabajo pero lo amaba. ¡Qué bueno que seamos un hijo que
le da trabajo a Dios, qué importante es que le creamos que
sabe nuestro nombre y que, aunque le demos trabajo, nos
ama. Eso es creerlo a Dios Padre. Un hijo, el que se sabe
hijo, se puede saber travieso, irresponsable, con el boletín
todo en rojo, pero sabe que su padre no lo puede dejar de
amar. Si escuchamos bien estas palabras: “Saulo, Saulo”,
los invito a que ustedes pongan su nombre allí, se dejen
pronunciar el nombre lleno de ternura de parte de Dios,
cualquiera sea la situación en que se encuentren.
Pablo le dice “Señor”; Él le dice: “Yo soy Jesús...”. Lo lleva
a descubrir su rostro humano, su cercanía, su humildad, al
Dios solidario de nuestra pobreza, de nuestra pregunta.
Piensen, si todavía no les pasa, que Dios es todavía
demasiado Dios, (entiéndanlo bien, ojalá siga siendo Dios).
Si escuchamos a Dios Él nos va a decir: “Yo soy Jesús”, como
diciendo, ·no me hagas tan lejano; descubrí que me hice
cercano, descubrí, date cuenta que me hice solidario de tu
pobreza y de tu pregunta. Yo también, me revestí de tu
pobreza y un día, mirando al cielo con vos, dije: «Dios mío,
¿por qué me has abandonado?»”.
Sólo quien es solidario puede representar a alguien. Y por
eso Jesús se hizo solidario, se hizo uno con la suerte del
hombre. Todavía la teología no termina de explicar esto que
dice Pablo:

172
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

“Déjense reconciliar con Dios. A aquel que no


conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en
favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados
por él” (2 Corintios 5, 19-20).
¿Se dan cuenta? Como si dijéramos, el Padre estaba
reconciliando al hombre consigo en Cristo, no teniendo en
cuenta los pecados de los hombres y, más bien, a Cristo lo
hizo pecado, y lo subió a la cruz con nuestras heridas, nuestras
faltas, nuestra falta de confianza, y por nosotros murió y
nosotros, por Él, fuimos justificados. Por eso nunca puede
faltar, a partir de Jesús, la esperanza, ni siquiera al hombre
más pecador, porque alguien murió por él, alguien se hizo
cargo de él.
“Ahora levántate”. Es bueno saberse pobre, pecador, ciego,
pero ahora que ya lo sabés hay que levantarse y dejarse
llevar, salvar y conducir. Si es cierto que te diste cuenta que
sos pobre, pecador y ciego, entonces demostrame que lo
sabés dejándote llevar, salvar y conducir. No sigas
pretendiendo ser un ciego que se auto-guíe, un pobre que se
auto-salva, un pecador que se auto-redime. Si te diste cuenta
que lo sos, dejate salvar, llevar y conducir. ¡Qué final más
gráfico para nosotros: entrá en la ciudad, “allí te dirán lo
que debes hacer”!
Si Jesús es nuestro hermano, si en el Bautismo fuimos hechos
uno con Él, si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, entonces Jesús
ya no es alguien extrínseco a nosotros; por el Bautismo fuimos
incorporados a Él por el Espíritu.
“Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida
que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el
Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gálatas
2, 20).
Jesús no es solamente alguien que está ante nosotros; si
ustedes quieren, no es un objeto a conocer, sino que está en
nosotros, y nosotros estamos con Él.
12

173
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

El conocimiento ya no es de sujeto a objeto o, mejor dicho,


de sujeto a sujeto, sino por con-naturalidad. Pero sobre todo
la con-naturalidad que da el sufrimiento. El Señor le dijo a
Ananías:
“Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido
por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a
los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto
tendrá que padecer por mi Nombre” (Hechos 9, 15-
16).
¿Cómo termina de conocer Pablo a Jesús? Viviéndolo a
Jesús. Él va a tratar de vivir a Jesús y, viviendo como Él vivió,
lo va a terminar de entender, compartiendo sus sufrimientos.
Por eso Pablo dirá:
“Al contrario, siempre nos comportamos como
corresponde a ministros de Dios, con una gran
constancia: en las tribulaciones, en las adversidades,
en las angustias, al soportar los golpes, en la cárcel,
en las revueltas, en las fatigas, en la falta de sueño,
en el hambre. […] ¿Son ministros de Cristo? Vuelvo a
hablar como un necio: yo lo soy más que ellos. Mucho
más por los trabajos, mucho más por las veces que
estuve prisionero, muchísimo más por los golpes que
recibí.
Con frecuencia estuve al borde de la muerte, cinco
veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve
golpes, tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado,
tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en
medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé
peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de
parte de mis compatriotas, peligros de parte de los
extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares
despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de
los falsos hermanos, cansancio y hastío, muchas noches
en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y
desnudez” (2 Corintios 6, 4-5; 11. 23-27).

174
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

“Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor


Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para
mí, como yo lo estoy para el mundo. […] Que nadie
me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cica-
trices de Jesús” (Gálatas 6, 14. 17).
Quien intente vivir el Evangelio va a llevar en su cuerpo
las cicatrices de Jesús, es decir, no necesariamente estigmas
visibles, pero sí las consecuencias que trae todavía hoy querer
vivir el Evangelio. San Juan de la Cruz decía: “El más puro
padecer trae consigo el más puro entender” (Cántico
Espiritual). Si esto es así no es raro que se pueda decir
“entremos más adentro en la espesura”. Entonces, justamente,
si queremos terminar de saber quién es Jesús, más que pensar
mucho en Jesús, tenemos que animarnos a vivir como vivió
Jesús; esa es la manera de entender a Jesús. Se suele decir:
¿quienes entienden el Evangelio? Los que lo viven. Los santos
son doctores de la Iglesia no necesariamente porque cursaron
doctorados en universidades, sino porque lo vivieron a Jesús
y saben de Él.
Pablo lo entendió muy bien, y nos lo cuenta en este texto:
“Para mi la vida es Cristo y la muerte una ganancia”
(Filipenses 1, 21).
“Pero todo lo que hasta ahora consideraba una
ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más
aún, todo me parece una desventaja comparado con
el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero
como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Filipenses
3, 7-8).
“Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo
solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me
lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta,
para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios
me ha hecho en Cristo Jesús” (Filipenses 3, 13-14).
12

175
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Él me alcanzó a mi, ahora yo le quiero alcanzar a Él. Él


salió a mi encuentro en el camino a Damasco y pasó; ahora
yo quiero correr para alcanzarlo a Él.
Esto es lo que ustedes hicieron cuando hicieron los votos.
Los votos son eso, una concentración de amor. Cuando
alguien profesa está concentrando su amor en alguien, está
diciendo, todas mis capacidades que podía volcar en tantos
y en tantas cosas, las concentro en Él. Él lo hizo por mí, ahora
yo lo hago por Él.
Nuestra renuncia no es abstracta o por nadie, ni siquiera
somos castrados; hemos concentrado nuestro amor en
alguien, que es nuestro tesoro, nuestra libertad y nuestro amor.
Pablo decía también,
“Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro
cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre
enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne
mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en
nosotros, y en ustedes, la vida” (2 Corintios 4, 10-12).
Pablo es consciente de que quien quiere vivir a Jesús
experimenta muertes, pero también experimenta vida. Y sI
experimenta muerte, fíjense que le da un sentido pastoral, es
para que ustedes tengan vida. Como decía Jesús en la última
Cena:
“Por ellos me consagro, para que también ellos sean
consagrados en la verdad” (Juan 17, 19).
Nuestro sufrimiento nunca es un fin en sí mismo. Si
aceptamos muertes es para tener más vida. Nuestra entrega
tiene un sentido de fecundidad.
El prisionero de sí mismo que encarcelaba, es ahora
prisionero de Jesús que libera. Ahora sí que es libre el que se

176
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

confiesa esclavo y es encarcelado el que se creía libre. ¿Cómo


nos daremos cuenta si somos libres, es decir, prisioneros del
amor de Cristo? Si nos abocamos a liberar al hombre, en
nombre de Jesús.
Saulo tarda tres días para volver a ver, comer y beber
(Hechos 9, 9). Es inevitable, hay que pasar por una verdadera
experiencia pascual. No nos asustemos que no ya a modo
de meditación sino a modo de experiencia real, revestida de
circunstancias vulgares, fracasos, enfermedades, traiciones,
etc., el Señor nos invite a vivir una verdadera experiencia
pascual. Por eso, ya anciano, le recuerda a su hijo Timoteo
para animarlo cuando comienzan las pruebas:
“Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los
muertos […] Si hemos muerto con él, viviremos con él.
Si somos constantes, reinaremos con él” (2 Timoteo 2,
8. 11-12).
Como diciéndole: “mirá, no te puedo ahorrar el sufrimiento
pero acordate de Él y te garantizo que ese es el camino”.
No hay página de sus cartas donde no esté varias veces el
nombre de Jesús, es casi una obsesión de Pablo. Hagan la
prueba y abran cualquier carta en cualquier lugar, uno podría
decir, de la abundancia del corazón hablan los labios. ¡Qué
bueno, qué presente lo tenía, y no por espiritualismo, frases
hechas! ¡Qué bueno sería si también nosotros repitiéramos
el nombre de Jesús, porque es nuestro amor! ¿Acaso no les
pasa ver una madre que vive hablando de sus hijos o a una
esposa enamorada que siempre hace referencia a su esposo?
Es imposible resumir su doctrina sobre Jesús, pero algunos
textos nos pueden dar un panorama:
- Jesús es realmente el Mesías:
“Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a
los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que
Jesús es realmente el Mesías” (Hechos 9, 22).
12

177
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

- Encuentro de Festo y Agripa:


“Lo que había entre ellos eran no sé qué discusiones
sobre su religión, y sobre un tal Jesús que murió y que
Pablo asegura que vive” (Hechos 25, 19).
- Dios envió a su Hijo nacido de una mujer:
“Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios
envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley,
para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y
hacernos hijos adoptivos” (Gálatas 4, 4-5).
- Adán y Jesucristo:
“Si la falta de uno solo provocó la muerte de todos,
la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de
un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho
más abundantemente sobre todos” (Romanos 5, 15).
- Acceso al Padre por medio de Cristo:
“Porque por medio de Cristo, todos sin distinción
tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu. Por lo
tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino
conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios” (Efesios 2, 18-19).
- “Cristo es nuestra paz”:
“Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos
pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad
que los separaba, y aboliendo en su propia carne la
Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó
con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia
persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios
en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo
la enemistad en su persona. Y él vino a proclamar la
Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban
lejos, paz también para aquellos que estaban cerca”
(Efesios 2, 14-17).

178
12ª meditación “¿Quién eres, tú, Señor?”

- Todo y todos somos de Dios:


“Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte,
el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes
son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Corintios 3, 22-
23).
Hasta el fin de su vida encontramos a Pablo predicando a
Jesús. Fíjense cómo termina el libro de los Hechos de los
Apóstoles:
“Pablo vivió dos años enteros por sus propios
medios, recibiendo a todos los que querían verlo,
proclamando el Reino de Dios, y enseñando con toda
libertad y sin encontrar ningún obstáculo, lo
concerniente al Señor Jesucristo” (Hechos 28, 30-31).
Desde que cayó al suelo en el camino a Damasco y
preguntó “¿Quién eres Tú?”, hasta estar a punto de ser muerto
y martirizado, tiene un solo tema, un tema que no lo cansó,
que no lo agotó. Hasta el final, con libertad, anunció el
nombre de Jesús. El tema de Jesús es absolutamente
inagotable en Pablo.
Predicar es importante, pero rezar es imprescindible para
poder comunicar su misterio. Por eso ¡qué buena culminación
esta oración que la podríamos haber usado al principio pero
tiene más densidad proclamada ahora:
“Por eso doblo mis rodillas delante del Padre,
de quien procede toda paternidad
en el cielo y en la tierra.
Que Él se digne fortificarlos
por medio de su Espíritu,
conforme a la riqueza de su gloria,
para que crezca en ustedes el hombre interior.
Que Cristo habite en sus corazones por la fe,
y sean arraigados y edificados en el amor.
12

179
Manuel F. Pascual Camino a Damasco

Así podrán comprender,


con todos los santos,
cuál es la anchura y la longitud,
la altura y la profundidad, en una palabra,
ustedes podrán conocer el amor de Cristo,
que supera todo conocimiento,
para ser colmados por la plenitud de Dios.
¡A Aquel que es capaz
de hacer infinitamente más
de lo que podemos pedir o pensar,
por el poder que obra en nosotros,
a Él sea la gloria
en la Iglesia y en Cristo Jesús,
por todas las generaciones
y para siempre! Amén”
(Efesios 3, 14-21).
Pablo se da cuenta que para entender el amor no basta
predicar, no basta ayudar a razonar, sino que “doblo mis
rodillas ante el Padre”: cayó de rodillas y, con toda humildad,
le dice a Dios: “Padre, te pido que les ayudes a conocer el
inmenso amor de Jesús, porque si alguien llega a entender
eso, entendió todo”.
Si el verdadero conocimiento es el de la con-naturalidad,
miremos y recemos a aquella que no sólo lo llevó en su seno
y en su corazón, sino que lo acompañó del pesebre al
Calvario, más aún, desde este mundo al Padre.
Hay que acompañar a Jesús para saber quién es Él, no
sólo desde el pesebre al Calvario, sino desde este mundo al
Padre. Ella también fue llevada en cuerpo y alma al cielo,
aquella que no sólo dio a luz sino que es también madre de
su cuerpo que es la Iglesia.

180
Índice

Una guía para el Lector .................................................. 7


Introducción ................................................................... 9
1. “Camino a Damasco” ............................................. 13
2. “Tarso: el desierto es inevitable” .............................. 29
3. “Agar y Sara” ........................................................... 45
4. “He peleado el buen combate: conservé mi fe” ....... 69
5. “La creación entera gime y sufre dolores de parto” .. 81
6. “El amor no pasará jamás” ..................................... 97
7. “Todo a todos para ganar a algunos
a cualquier precio” ................................................. 115
8. “Este es un gran misterio y yo digo que se refiere
a Cristo y a la Iglesia” ............................................ 133
9. “Bernabé y Saulo, Saulo y Bernabé” ....................... 147
10. “Mi poder triunfa en la debilidad” ........................ 165
11. “No sabemos orar como es debido” .................... 175
12. “¿Quién eres tú, Señor?” ...................................... 191

181
COLECCIó
COLECCIóNN HÉROES EN SERIO
Serie Huellas
- San Francisco de Asís
Liliana Ferreirós
- Madre Teresa
Liliana Ferreirós
- Vida de San Cayetano
Pbro. Eduardo A. González
- Padre Obispo Jorge Novak svd,
amigo de los pobres, profeta de la esperanza
Eduardo de la Serna
- Autobiografía
Beata Ana Catalina Emmerick
Alberto Azzolini (compilador)
- Nacimiento e Infancia de Jesús
Beata Ana Catalina Emmerick
Alberto Azzolini (compilador)
- Pasión y Resurrección de Jesús
Visiones y Revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick
Alberto Azzolini (compilador)
Serie Testimonios
- Santos, beatos, venerables y siervos de Dios en Argentina
Pedro Siwak
- Víctimas y mártires de la década del setenta en Argentina
Pedro Siwak
- Piloto misionero en África. La fuerza de un ideal
Mario Falcón svd
- Obispos protagonistas en la Iglesia del siglo XX
Pedro Siwak
- Mujeres protagonistas en la Iglesia del siglo XX
Pedro Siwak

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