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DAVID AYALA ORTUÑO

LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD

INTRODUCCIÓN
“No hay más conocimiento verdadero que el científico-experimental, por tanto, la
filosofía no puede ser otra cosa que teoría de la ciencia”. Es ésta una de las tesis
principales del positivismo. Sin embargo, no duró mucho su impacto intelectual ya que
en poco tiempo el mismo positivismo entró en crisis y se asumió que el conocimiento
científico es siempre provisional y que, por ende, dista mucho de agotar la realidad de la
que habla.

Después de este hecho, surgieron, principalmente, dos actitudes contrarias: unos


pensaban que la filosofía tenía que constituirse, a la vista de los resultados débiles de la
ciencia empírica, en ciencia apodíctica, última y verdadera; otros postulaban que la
filosofía no tenía nada que ver con la actividad científica.

Es cierto también que el siglo pasado ha sido el siglo de la ciencia, que ha probado ser
una fuente esencial de conocimiento sobre el universo.

Por estos motivos, y por los repliegues de la ciencia y la filosofía, hemos decidido
retomar el tema de su relación. Apuntamos que son saberes autónomos pero
complementarios, como lo sugiere el título de este escrito que hemos dividido en tres
partes. Todas ellas analizan la relación entre filosofía y ciencia, yendo desde el uso del
término “ciencia” hasta mostrar que una sana filosofía metafísica nos abre la posibilidad
a la trascendencia.

1. LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. UNA VISIÓN HISTÓRICA


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LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD

Hablar de “la ciencia” es un tanto complicado, pues este término, hoy por hoy, no tiene
la misma carga semántica que tenía en la antigüedad. Ha sido sujeto de una larga
evolución que ha desembocado en una restricción que denota sólo por ciencia a la
ciencia experimental1.

En tiempos de los filósofos clásicos, por ejemplo, la ciencia (episteme) estaba mezclada
con la filosofía, incluso podían identificarse; pero llega el siglo XVII y la ciencia
experimental comienza a sistematizarse y la filosofía deja el lugar de reina y señora para
convertirse, aparentemente, en subordinada de la nueva scientia ya consolidada.

No obstante los intentos de exclusión por parte de la ciencia experimental, siempre ha


habido una relación de autonomía y complementariedad ya que «ciencia y filosofía
tienen la misma raíz, el mismo afán de saber…»2.

Ferrater Mora3 nos muestra que la relación filosofía-ciencia es de índole histórica: «la
filosofía ha sido y seguirá siendo la madre de las ciencias en el curso de la historia,
también la reina de las ciencias en todo instante, ya sea por conocer mediante el más
alto grado de abstracción, ya sea por ocuparse del ser en general, ya por tratar de los
supuestos de las ciencias».

En torno al debate que se ha suscitado entre filosofía y ciencia experimental, Hans


Reichenbach ha adoptado una postura radical: «los sistemas filosóficos -filosofía
especulativa como gusta llamarle-, no han contribuido al desenvolvimiento de la
ciencia. Los problemas no se resuelven por medio de vanas generalidades, o por medio
de pintorescas descripciones sobre las relaciones entre el hombre y el mundo, sino por
medio del trabajo técnico. Éste es el trabajo realizado por las ciencias4 »

A nuestro juicio, la pretensión de absolutizar a la ciencia que Reichenbach quiere


imponer y su afán por demostrar que la única fuente de conocimiento viable es el que
proporciona la ciencia práctica, es un tanto arrogante. Nosotros creemos que cualquier
tipo de ciencia humana no puede agotar la inmensidad de la realidad. No podemos

1
ARTIGAS, M., Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona 1999, p. 15.
2
Ibíd., p. 131.
3
FERRATER MORA, J., Diccionario de filosofía, Ariel Filosofía, Barcelona 1994, p. 546.
4
REICHENBACH, H., La filosofía científica, Fondo de Cultura Económica, México 1967, p.
127.
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aspirar a encontrar verdades científicas completas, acabadas, perpetuas. La verdad


científica es siempre contextual, parcial5.

Por consiguiente, aunque la ciencia experimental sea uno de los mayores logros del
intelecto humano no debe tener pretensiones absolutistas, pues será siempre una
construcción humana. De la misma forma, la filosofía no debe mostrarse como la
“herramienta para el saber absoluto”. Las dos viven complementándose, son
instrumentos de la gran empresa que llamamos conocimiento humano.

2. LÍMITES Y COMPLEMENTARIEDAD DE LA CIENCIA


EXPERIMENTAL.

El objeto formal de la ciencia experimental se restringe al ámbito fenoménico y


sensible. De cualquier realidad que no cae en el campo de la experimentación, ésta
ciencia “no puede” decir algo. Así, cuando la ciencia pretende ser ilimitada,
transgrediendo su objeto formal, se convierte en cientificismo. De esta forma lo dice
Gerard Radnitzky:

«La creencia dogmática de que el modo de conocer llamado “ciencia” es el


único que merece el título de conocimiento, y su forma vulgarizada: la creencia
de que la ciencia eventualmente resolverá todos nuestros problemas o, cuando
menos, todos nuestros problemas significativos. Esta creencia está basada en
una imagen falsa de la ciencia. Muchos e importantes filósofos, desde Nietzsche
a Husserl, Apel, Gadamer, Habermas, Heelan, Hisiel, Hockelmans y otros, han
considerado el ciencismo como la falsa conciencia fundamental de nuestra era»6.

De este modo, las ilusiones del cientificismo llevarían a la ciencia a degradarse en una
simple ideología. Es necesario integrar el valor cognoscitivo de la ciencia en una
perspectiva filosófica que permite fundamentarlo7.

3. LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA ANTE LAS PERMAMENTES


PREGUNTAS DEL HOMBRE

5
ARTIGAS, M., «Filosofía de la ciencia»…, p. 233.
6
RADNITZKY, G., Hacia una teoría de la investigación que no es ni reconstrucción lógica, ni
psicología o sociología de la ciencia, Teorema, 3 (173), p.254-255.
7
Cf. ARTIGAS, M., Filosofía de la ciencia experimental, 3. ª ed., EUNSA, Pamplona 1999, p.
419.
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Si la ciencia busca entender la realidad y la filosofía busca su sentido último a la luz de


la razón, queda manifiesto que el marco de la filosofía es más amplio. La ciencia, por
naturaleza, no puede negar -ni afirmar- realidades meta-experimentables o espirituales,
pues, si lo hace, atenta contra su propio método.

Pero como el hombre es aquél que busca la verdad,8 aquél que desea conocer a Dios,
debe tener las herramientas necesarias para alcanzarlo. El Santo Pontífice Juan Pablo II
dice sobre la razón (y la fe): « son como las dos alas con las cuales el espíritu humano
se eleva hacia la contemplación de la verdad9».

Según esta encíclica, a través de la razón especulativa el hombre es capaz de encontrar


las verdades últimas sobre la existencia. Exclusivamente una filosofía de alcance
metafísico puede ayudarnos a encontrar respuestas convincentes y, sobre todo, no sólo
probables.

En cuanto a la ciencia, no podemos hablar de una “ciencia experimental metafísica”, ni


fiarnos de las respuestas que propone o de las conclusiones a las que llega sobre las
principales cuestionantes que aquejan parte de nuestra existencia.

La filosofía como pregunta por las causas últimas es un saber autónomo, irreductible a
cualquier otro, también al de la ciencia. Si por algo se caracteriza es por tocar el orden
trascendental, en tanto que la ciencia no sale del ámbito experimentable. Pongamos un
ejemplo: la creación. Se argumenta que para explicar la creación no es necesaria la
participación divina. “El mundo se creó a sí mismo”, defienden. Pero a nuestro parecer,
estas conclusiones científicas “aventuradas” están fuera del marco de la ciencia. La
ciencia experimental no está capacitada para hablar sobre el momento de la creación, ni
sobre el Creador. No puede ofrecernos respuestas últimas. «No resuelve, por sí sola,
problemas ontológicos10». Desde luego que el saber científico-experimental tiene
siempre el carácter de penúltimo.

8
JUAN PABLO II., Carta encíclica Fides et Ratio, 14. IX. 1998, n.88.
9
Ibíd., Proemio.
10
ARTIGAS, M., «Filosofía de la ciencia»…, p. 149.
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Por otra parte, la filosofía no se define ahora como ciencia, al menos en el sentido de
ciencia empírica, ni tampoco se limita a ser teoría de la ciencia. La filosofía tiene su
propio campo, su propio método.

A pesar de todo esto, el progreso científico abre nuevos panoramas que pueden servir
para aumentar el sentimiento de asombro y admiración delante del mundo que podemos
descubrir y controlar11.

CONCLUSIONES

11
Ibíd., p. 150.
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Aunque no se valga del mismo método que la ciencia experimental, la filosofía no


puede vivir al margen de los avances de esta ciencia. Las conclusiones científicas deben
servir de acicate al pensamiento filosófico y cuando la ciencia pierda su camino
metodológico la filosofía debe salir en su ayuda, aún para marcarle sus límites.

La ciencia puede darnos respuestas sobre este mundo; pero, por ejemplo, sobre Dios no
podemos interrogarla. Éste no es experimentable empíricamente, no podemos repetirlo
en un laboratorio, no es un fenómeno a estudiar. Dios escapa al conocimiento científico.

Más aún, dejándonos guiar nada más por el alcance de la ciencia experimental no
podemos aspirar a una vida más plena, no hay lugar para la trascendencia. En cambio,
sirviéndonos de una filosofía metafísica sana, podemos esperar y confiar que llegaremos
a nuestra felicidad Absoluta, a nuestra Causa Final.

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