INTRODUCCIÓN
“No hay más conocimiento verdadero que el científico-experimental, por tanto, la
filosofía no puede ser otra cosa que teoría de la ciencia”. Es ésta una de las tesis
principales del positivismo. Sin embargo, no duró mucho su impacto intelectual ya que
en poco tiempo el mismo positivismo entró en crisis y se asumió que el conocimiento
científico es siempre provisional y que, por ende, dista mucho de agotar la realidad de la
que habla.
Es cierto también que el siglo pasado ha sido el siglo de la ciencia, que ha probado ser
una fuente esencial de conocimiento sobre el universo.
Por estos motivos, y por los repliegues de la ciencia y la filosofía, hemos decidido
retomar el tema de su relación. Apuntamos que son saberes autónomos pero
complementarios, como lo sugiere el título de este escrito que hemos dividido en tres
partes. Todas ellas analizan la relación entre filosofía y ciencia, yendo desde el uso del
término “ciencia” hasta mostrar que una sana filosofía metafísica nos abre la posibilidad
a la trascendencia.
Hablar de “la ciencia” es un tanto complicado, pues este término, hoy por hoy, no tiene
la misma carga semántica que tenía en la antigüedad. Ha sido sujeto de una larga
evolución que ha desembocado en una restricción que denota sólo por ciencia a la
ciencia experimental1.
En tiempos de los filósofos clásicos, por ejemplo, la ciencia (episteme) estaba mezclada
con la filosofía, incluso podían identificarse; pero llega el siglo XVII y la ciencia
experimental comienza a sistematizarse y la filosofía deja el lugar de reina y señora para
convertirse, aparentemente, en subordinada de la nueva scientia ya consolidada.
Ferrater Mora3 nos muestra que la relación filosofía-ciencia es de índole histórica: «la
filosofía ha sido y seguirá siendo la madre de las ciencias en el curso de la historia,
también la reina de las ciencias en todo instante, ya sea por conocer mediante el más
alto grado de abstracción, ya sea por ocuparse del ser en general, ya por tratar de los
supuestos de las ciencias».
1
ARTIGAS, M., Filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona 1999, p. 15.
2
Ibíd., p. 131.
3
FERRATER MORA, J., Diccionario de filosofía, Ariel Filosofía, Barcelona 1994, p. 546.
4
REICHENBACH, H., La filosofía científica, Fondo de Cultura Económica, México 1967, p.
127.
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LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD
Por consiguiente, aunque la ciencia experimental sea uno de los mayores logros del
intelecto humano no debe tener pretensiones absolutistas, pues será siempre una
construcción humana. De la misma forma, la filosofía no debe mostrarse como la
“herramienta para el saber absoluto”. Las dos viven complementándose, son
instrumentos de la gran empresa que llamamos conocimiento humano.
De este modo, las ilusiones del cientificismo llevarían a la ciencia a degradarse en una
simple ideología. Es necesario integrar el valor cognoscitivo de la ciencia en una
perspectiva filosófica que permite fundamentarlo7.
5
ARTIGAS, M., «Filosofía de la ciencia»…, p. 233.
6
RADNITZKY, G., Hacia una teoría de la investigación que no es ni reconstrucción lógica, ni
psicología o sociología de la ciencia, Teorema, 3 (173), p.254-255.
7
Cf. ARTIGAS, M., Filosofía de la ciencia experimental, 3. ª ed., EUNSA, Pamplona 1999, p.
419.
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LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD
Pero como el hombre es aquél que busca la verdad,8 aquél que desea conocer a Dios,
debe tener las herramientas necesarias para alcanzarlo. El Santo Pontífice Juan Pablo II
dice sobre la razón (y la fe): « son como las dos alas con las cuales el espíritu humano
se eleva hacia la contemplación de la verdad9».
La filosofía como pregunta por las causas últimas es un saber autónomo, irreductible a
cualquier otro, también al de la ciencia. Si por algo se caracteriza es por tocar el orden
trascendental, en tanto que la ciencia no sale del ámbito experimentable. Pongamos un
ejemplo: la creación. Se argumenta que para explicar la creación no es necesaria la
participación divina. “El mundo se creó a sí mismo”, defienden. Pero a nuestro parecer,
estas conclusiones científicas “aventuradas” están fuera del marco de la ciencia. La
ciencia experimental no está capacitada para hablar sobre el momento de la creación, ni
sobre el Creador. No puede ofrecernos respuestas últimas. «No resuelve, por sí sola,
problemas ontológicos10». Desde luego que el saber científico-experimental tiene
siempre el carácter de penúltimo.
8
JUAN PABLO II., Carta encíclica Fides et Ratio, 14. IX. 1998, n.88.
9
Ibíd., Proemio.
10
ARTIGAS, M., «Filosofía de la ciencia»…, p. 149.
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LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD
Por otra parte, la filosofía no se define ahora como ciencia, al menos en el sentido de
ciencia empírica, ni tampoco se limita a ser teoría de la ciencia. La filosofía tiene su
propio campo, su propio método.
A pesar de todo esto, el progreso científico abre nuevos panoramas que pueden servir
para aumentar el sentimiento de asombro y admiración delante del mundo que podemos
descubrir y controlar11.
CONCLUSIONES
11
Ibíd., p. 150.
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LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA. AUTONOMÍA Y COMPLEMENTARIEDAD
La ciencia puede darnos respuestas sobre este mundo; pero, por ejemplo, sobre Dios no
podemos interrogarla. Éste no es experimentable empíricamente, no podemos repetirlo
en un laboratorio, no es un fenómeno a estudiar. Dios escapa al conocimiento científico.
Más aún, dejándonos guiar nada más por el alcance de la ciencia experimental no
podemos aspirar a una vida más plena, no hay lugar para la trascendencia. En cambio,
sirviéndonos de una filosofía metafísica sana, podemos esperar y confiar que llegaremos
a nuestra felicidad Absoluta, a nuestra Causa Final.