La Revolución Mexicana fue un proceso desgarrador para las clases más bajas de la
sociedad. El hambre y la pobreza fueron los principales males que aquejaron a una
comunidad obligada a soportar las consecuencias de dirigentes desprovistos de empatía
por los menos favorecidos. Estas circunstancias, además de la violencia, dieron origen a las
Novelas de Revolución cuyo objetivo principal fue visibilizar y dar voz a quienes resultaros
perjudicados durante el proceso que definiría e devenir del país.
Mariano Azuela con su novela Los de abajo, Martín Luis Guzmán con El águila y la
serpiente, y Rafael Muñoz con ¡Vámonos con Pancho Villa!, son los principales
representantes de esta época. Las características narrativas de estas “novelas” se
fundamentan en el relato popular, el testimonio y la anécdota, ya que los autores se
concentran en el llamado de la tierra y la justicia social a partir de la experiencia como
sujeto inmerso en la Revolución.
Al mismo tiempo, un movimiento pictórico se apoderó de las calles mexicanas con
el fin de representar la tradición indígena y española que consolidaron México. Se trata
del Muralismo –Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, entre otros-,
uno de los aliados estratégicos de la Revolución, pues por medio de las obras se recreaba
una apología de los ideales políticos de la época. Se trata, entonces, de pinturas dedicadas
a establecer la identidad nacional por medio del acceso libre a cualquiera de las piezas con
el fin de despertar el espíritu nacionalista y sentido de pertenencia que hasta hoy persiste.
Durante estos años la música y el cine, así como la arquitectura tuvieron una
importancia significativa, sobre todo por su la carga ideológica que llegaron a contener.
Los corridos, las rancheras, y el cine de oro mexicano son algunos ejemplos del auge
multimedial de dichas décadas. Se distinguen, además, por la exploración de géneros
comerciales y no comerciales desde distintos centros de producción, así como una fuerte
tendencia a la representación tradicional mediante el empleo de color fuertes y el
desarrollo de centros cuya arquitectura destaca por su eclecticismo.
Los miembros del círculo literario de dicha época fueron partícipes del Boom
latinoamericano del cual se conservan algunas características que marcaron la literatura
del continente. Sus propuestas estéticas, narrativas, dramáticas y poéticas, consolidaron
una nueva literatura mexicana en la que la experimentación de la forma, de la mano con
una tradición contemplada a través de lo fantástico y desgarrador, posicionaron al país
como una cuna artística en la que lo único importante era desarrollar un estilo propio. Sin
embargo, la importancia de estos nombres ocultó otras tendencias más cercanas al
realismo cuyo aporte a la cultura es igualmente valioso.
Así, México se posicionó como uno de los centros artísticos más importantes
debido las dinámicas suscitadas gracias a la institucionalización de las artes, y al esfuerzo
de colectivos por posicionarse en el panorama mediante la creación de revistas o
movimientos que en medio de su vastedad, representan el contraste propio de una
cultura preocupada por sus raíces y por el devenir en medio de discursos extremistas –
políticos, económicos, de violencia, entre otros-, que no se cansa de proponer puntos de
vista radicalmente distintos con los cuales se haga frente a perspectivas desalentadoras.
Bibliografía
Galeano, E. (1990). Memoria del Fuego II (Las caras y las máscaras). Madrid: Siglo ventiuno
editores.