INTRODUCCIÓN
¿Por qué los iberoamericanos debemos estudiar y conocer la historia temprana
de nuestra ciencia y tecnología? Nos referimos a la ciencia y tecnología hecha
en España cuando todos en la región iberoamericana éramos españoles.
Los aportes a la ciencia y la tecnología forman parte de nuestra cultura y por
lo tanto deben ser conocidos. La historia de la ciencia y tecnología presentada
en los libros que se usan para enseñarla casi nunca los mencionan. Pero,
recordemos aquí, que la historia de la ciencia y la tecnología ha sido escrita
principalmente por anglosajones, italianos y franceses, cuyas sociedades
fueron antagonistas históricas del imperio español.
Por otra parte, aunque los historiadores están constreñidos por las evidencias
históricas, las historias sobre el pasado llevan la filosofía de los autores e
incluyen su opinión sobre el presente, pasado y futuro. En otras palabras, los
productos de las investigaciones históricas se escriben teniendo en mente a
alguien (una audiencia) y siempre tienen un propósito. Es decir, los relatos
históricos nunca son inocentes y siempre son ideológicos, no solo en lo
político sino también en lo epistemológico y están relacionados con la visión
de mundo del autor. La historia de la ciencia en la narrativa dominante le
niega a España su participación en el advenimiento de la modernidad.
La narrativa dominante de la historia de la ciencia, que se llama la Gran
Tradición (en inglés, Big Picture ) considera que la ciencia avanza gracias a
los esfuerzos de grandes personalidades y está centrada en las figuras
familiares de Nicolás Copérnico (1473-1543), Tycho Brahe (1546-1601),
Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler
(1571-1630), William Harvey (1578-1657), Rene Descartes (1596-1650),
Robert Boyle (1627-1691), Christiaan Huygens (1629-1695), Isaac Newton
(1642-1727) y Gottfried Leibniz (1646-1716), entre otros. La Gran Tradición
es una corriente historiográfica que coloca el origen de la modernidad europea
y de la ciencia moderna durante el período que algunos historiadores han
llamado la Revolución Científica, y le da un papel preponderante a la física, la
astronomía y la matematización del estudio de la naturaleza y no considera
importantes las áreas en donde Iberia realizó grandes contribuciones: la
historia natural (por ejemplo, la botánica), la farmacología, la cartografía, la
cosmografía, la navegación, la astronomía requerida para hacer los mapas
celestes del hemisferio sur, la antropología y la etnología.
En la América hispana, la historia de la ciencia, por lo general, se enseña
siguiendo la narrativa dominante. Pero este marco conceptual es limitado, ya
que, no solo impide aproximarse a los hechos de la ciencia y tecnología tales y
como ocurrieron, sino que además, para los hispanohablantes, este enfoque
tienen el inconveniente adicional de que dificulta la presentación de los
aportes que desde Iberia se hicieron a la revolución científica temprana.
A modo de resumen, señalaremos que el aporte más importante de España a la
historia de la ciencia en los albores de la llamada Revolución Científica, como
bien lo ha explicado el historiador Antonio Barrera Osorio consistió no en
aportes teóricos, sino en la creación e institucionalización de prácticas
empíricas para el estudio de la naturaleza americana que contrastan con las
prácticas escolásticas que para la época operaban en el continente europeo.
En segundo lugar, debemos estudiar y conocer la historia temprana de nuestra
ciencia y tecnología porque creemos que conocerla, en parte, ayuda a aliviar la
angustia ontológica, la subestimación y duda que, al parecer, tenemos los
latinoamericanos.
¿Cuál angustia? El escritor peruano-español Mario Vargas Llosa recuerda que
el boom latinoamericano en la literatura de fines de los años cincuenta y
principios de los sesenta rompió con el complejo de inferioridad
latinoamericano en la prosa narrativa.
Pero lo contrario ocurre en la región en el área de la ciencia y la tecnología
donde la sociología de la ciencia ha conceptualizado a la actividad
como periférica. Este sentirse periférico afecta, no solo a la ciencia, sino
también al ejercicio de la filosofía. Como lo expresa el profesor de filosofía
Antonio Tinoco Guerra en el libro Latinoamérica: Filosofía, identidad y
cultura (Unica, 1992):
El alma criolla tiene, como uno de sus rasgos más hermosos y terribles, la
angustia de llegar a definir su propio ser. Los criollos más verdaderos y más
grandes son los que mejor han expresado ese estado de ánimo. Esa voluntad
exacerbada de querer encontrarse y reconocerse…..A veces han parecido
saber lo que no quieren ser…..Otros en cambio, han partido de la
certidumbre de lo que querían ser…….pero en todos ellos el punto de partida
y la ansiedad esencial es la no saber lo que son. Es lo que pudiésemos llamar
la angustia ontológica del criollo. El desasosiego constante por llegar a
conocer su ser y su elección con el mundo que lo rodea.
Si bien la distinción analítica entre centro y periferia ha sido útil para el
análisis sociológico, la carga de sentirse periféricos tiene una influencia
negativa. Y sobre todo para los nuevos estudiantes de las carreras en ciencias
e ingeniería quienes de entrada perciben que, históricamente, su cultura no ha
sido parte de la historia de la ciencia y la tecnología.
Sin embargo, hay un antídoto que no se usa, la historia temprana de nuestra
ciencia y tecnología: ¿Quiénes, por ejemplo, les enseñan a nuestros
estudiantes que la primera patente, o privilegio de invención como se
llamaba en la época, de una máquina de vapor no le corresponde a un
inglés llamado Thomas Savery (c. 1650–1715) sino a un inventor español
llamado Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553-1613) quien obtuvo la
patente en 1606, es decir, noventa y dos años antes que la patente Savery
de 1698?
Esta mentalidad de subestimación y duda contrasta con la actitud de poder-
hacer (can-do mentality ) que existe en el mundo anglosajón y con la ventaja
que ellos tienen de saberse actores principales del desarrollo científico y
tecnológico. En nuestra opinión, conocer la historia de nuestra ciencia y
tecnología, saber que nuestra cultura ha sido desde el principio partícipe del
desarrollo científico y tecnológico, alivia y es un buen antídoto contra esta
duda ontólogica latinoamericana y nos prepara mejor para el futuro.