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III.

El sueño es un cumplimiento
de deseo

Si hemos atravesado un desfiladero y de pronto alcanza-


mos una eminencia desde la cual los caminos se separan y se
ofrecen las más ricas perspectivas en diversas direcciones, po-
demos demorarnos un momento y pararnos a considerar adon-
de nos dirigiremos primero.' Algo semejante nos ha ocu-
rrido dcsputls de tramoniar esta primera interpretación de
sueños. Aliora nos rodea la claridad de un conocimiento sú-
bito. El sueño no es comparable al sonido desordenado de
un instrumento que no pulsa el ejecutante sino que es gol-
peado por un poder externo [cf. pág. 101]; no carece de
sentido, no es absurdo, no presupone que una parte de
nuestro tesoro de representaciones duerme al tiempo que
otra empieza a despertar. Es un fenómeno psíquico de pleno
derecho, más precisamente un cumplimiento de deseo; debe
clasificárselo dentro de la concatenación de las acciones aní-
micas de vigilia que nos resultan comprensibles; lo ha cons-
truido una actividad mental en extremo compleja. Pero un
tropel de preguntas nos conturban en el mismo momento en
que queremos regocijarnos con este conocimiento. Si el sue-
ño, según lo declara su interpretación, figura un deseo cum-
plido, ¿de dónde viene la forma sorprendente y extraña en
que se expresa ese cumplimiento de deseo? ¿Qué alteración
han sufrido los pensamientos oníricos hasta que se configuró
desde ellos el sueño manifiesto, tal como lo recordamos al
despertar? ¿Por qué vías se cumplió esa alteración? ¿De
dónde surge el material que ha sido procesado como un sue-
ñ<i? ¿De dónde provienen muchas de las características que
podemos observar en los pensamientos oníricos, por ejem-

' [En su caria a Flicss del 6 de agosto de 1899 (Freud, 1950«,


Carta 114), Freud describe de la siguiente manera los capítulos ini-
ciales de este libro; «El conjunto ha venido a remedar un paseo ima-
ginario. Primero está el umbrío bosque de los autores (que no al-
canzan a ver los árboles), donde no hay una perspectiva clara y es fácil
extraviarse. Sigue luego un desfiladero a través del cual guío a mis
lectores —mi sueño paradigmático, con sus peculiaridades, detalles,
indiscreciones y chistes malos—. Por fin, de pronto, el altiplano, el
vasto panorama, y la pregunta al viandante: ",;Adonde desea dirigirse
ahora?"».]

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pío, el que estén autorizados a contradecirse entre sí? (Cf.
la analogía con el caldero, pág. 140.) ¿Puede el sueño ense-
ñarnos algo nuevo acerca de nuestros procesos psíquicos in-
ternos, puede su contenido corregir opiniones que sostuvi-
mos durante el día?
Propongo que por el momento dejemos de lado todas esas
preguntas y sigamos adelante por un único sendero. Hemos
averiguado que el sueño figura un deseo como cumplido.
Nuestro interés inmediato debe ser saber si es este un rasgo
general del sueño o sólo el contenido contingente de aquel
sueño (el de «la inyección de Irma») del cual partió nuestro
análisis. En efecto, por más que contemos con que todo
sueño tiene un sentido y un valor psíquico, aún tenemos que
dejar abierta la posibilidad de que ese sentido no sea el
mismo en todos los sueños. Nuestro primer sueño fue un
cumplimiento de deseo; quizás otro resulte ser un temor
cumplido, acaso un tercero tendrá por contenido una refle-
xión y un cuarto reproducirá simplrmcnle un rcciicrílo.
¿Existen otros sueños c|uc los de deseo o acaso sólo cxi.stcn
sueños de deseo?
Es fácil demostrar que u incinulo IOH NucñoH tlHiin ver
bien a las claras el carácter del cumplimiento de deseo, u
punto tal que puede maravillarnos que el lenguaje tic los
sueños no haya sido comprendido desde mucho tiempo atrás.
Por ejemplo, hay un sueño que yo puedo producir cuantas
veces quiera, por así decir experimentalmente. Cuando al
atardecer como sardinas, aceitunas u otros alimentos muy
salados, por la noche me sobreviene una sed que me des-
pierta. Pero el despertar es precedido por un sueño que to-
das las veces tiene idéntico contenido: yo bebo. Tomo agua
a grandes sorbos, y me sabe tan gustosa como sólo puede
serlo una bebida fría para el que muere de sed; después me
despierto y tengo que beber en la realidad. La ocasión de
este sueño simple es sin duda la sed, pues yo la experimento
al despertar. De esta sensación nace el deseo de beber, y ese
es el deseo que el sueño me muestra cumplido. Así sirve a
una función que ahora dilucidaré. Yo acostumbro dormir
muy bien, y no estoy habituado a que me despierte una n e -
cesidad cualquiera. Si con el sueño de que bebo logro apla-
car mi sed, no necesito levantarme para satisfacerla. Es, por
tanto, un sueño de comodidad. El soñar sustituye a la acción,
como por lo demás ocurre a menudo en la vida. Por desdi-
cha, mi necesidad de agua para extinguir la sed no se satis-
face con un sueño como se satisfizo mi sed de venganza con-
tra mi amigo Otto y el doctor M., pero la buena voluntad es

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la misma. No hace mucho este sueño se modificó en algo. En
esta ocasión experimenté sed antes de dormirme, y apuré
entero el vaso de agua que estaba sobre mi mesita. Horas
después, en la noche, me sobrevino de nuevo una gran sed
que trajo consigo sus incomodidades. Para procurarme agua
debía levantarme y buscar el vaso que estaba sobre la me-
sita de luz de mi mujer. Soñé entonces, en armonía con este
fin, que mi mujer me daba de beber en un cacharro; este era
una urna cineraria etrusca que yo había traído para mi casa
de un viaje a Italia, y que después regalé. Pero el agua que
contenía sabía tan salada (por las cenizas, evidentemente)
que hube de despertarme. Bien se ve cuan cómodamente
dispone las cosas el sueño; puesto que su exclusivo propósito
es un cumplimiento de deseo, está autorizado a ser un egoís-
ta completo. Y, realmente, el amor a la comodidad es in-
compalililc con la consideración por los demás. Es probable
cjiíe la intromisión de la urna cineraria sea otro cumplimiento
de deseo; me pesaba no poseer más ese cacharro, como por
otra parte no me era asequible el vaso de agua que estaba
del lado de mi mujer. La urna cineraria se adecúa también a
la sensación del sabor salado, que ahora se ha intensificado y
sé que me obligará a despertar."
Con mucha frecuencia tuve en mis años juveniles esos sue-
ños de comodidad. Habituado desde siempre a trabajar hasta
muy avanzada la noche, el despertar a hora me resultaba
siempre difícil. Solía entonces soñar que había saltado de
la cama y estaba junto al lavabo. Después de un tiempo ya
no podía ocultarme más la evidencia de que aún no me había
levantado, pero mientras tanto había dormido otro poco.
Un sueño similar de pereza, cuya forma es particularmente
chistosa, me fue comunicado por uno de mis jóvenes colegas
que parece compartir mi gusto por dormir. Vivía él cerca del
hospital; su hospedera tenía el estricto encargo de desper-

2 Weygandt (1893, pág. 41) conocía también la existencia de los


sueños de sed, pues dice: «Justamente la sensación de sed es perci-
bida con mayor precisión que todas: produce siempre la representa-
ción de saciarla. F,l modo en que el sueño la representa es miáltiple
y su forma específica deriva de algún recuerdo próximo. En estos
casos es también. un fenómeno general la desilusión, inmediata a la
representación de extinguir la sed, por el escaso efecto del supuesto
refrescamiento». No obstante, Weygandt descuida el carácter univer-
sal de la reacción del sueño frente al estímulo. — El hecho de que
otras personas, atacadas de noche por la sed, despierten sin soñar
antes no implica objeción alguna a mi experimento, sino que las ca-
racteriza como malos durmientes. — {Agregado en 1914:] "Véase, a este
respecto, Isaías, 29:8: «Pues así co.mo un hambriento sueña que come,
pero cuando despierta su alma sigue vacía; y así como un sediento
sueña que bebe, pero cuando despierta está extenuado y sediento. . .»,

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tarlo a hora cada mañana, pero buen trabajo le daba cumplir-
lo. Cierta mañana el dormir era particularmente dulce. La
mujer dio voces a través de la puerta: «¡A levantarse, señor
Pepi, que hay que ir al hospital!». Sobre eso soñó el dur-
miente con una habitación del hospital, una cama en la aue
él yacía, y una pizarra de cabecera donde podía leerse: «Pepi
H. . . . cand. med. {candidato a médico}, veintidós años».
Díjose en sueños: «Puesto que ya estoy en el hospital, no
necesito encaminarme a él»; y se dio vuelta y siguió dur-
miendo. Así se había confesado sin tapujos el motivo de su
sueño.'''
Otro sueño cuyo estímulo sobrevino igualmente durante el
dormir: una de mis pacientes, que había debido someterse
a una operación del maxilar, de mal pronóstico, por deseo
del médico debía llevar día y noche un aparato refrigerante
sobre el lado enfermo de la cara. Pero ella solía arrojarlo de
sí tan pronto se dormía. Cierta vez me pidieron que se lo
reprochase; de nuevo había tirado al suelo el aparato. La
enferma se disculpó: «ün esta ocasión rcíilmcnlc no pudo
hacer nada; fue a causa de uu sueño que tuve por la noche.
En sueños estaba en lui palco de la Opcni y nic inlcrcNiíl)»
vivamente por la represcDincióii. l'.n cambio, fii el siiniilorio
estaba Karl Meyer, que se lameiilaba terriblcnicnlc portiuc le
dolía la quijada. Me dije que yo no tenía los dolores y en-
tonces no necesitaba el aparato; por eso lo arrojé». Este sue-
ño de nuestra pobre adolecida parece la figuración de un
giro que aflora a nuestros labios en situaciones desagrada-
bles: ¡Cómo quisiera algo más divertido! El sueño muestra
eso más divertido. Karl Meyer, a quien la soñante atribu-
yó sus dolores, era, entre los jóvenes que podía recordar,
el que le resultaba más indiferente.
Ño es difícil descubrir el cumplimiento de deseo en al-
gunos otros sueños que he recogido de personas sanas. Un
amigo que conoce mi teoría sobre el sueño y la ha comuni-
cado a su mujer me dijo cierto día: «Debo contarte algo de
mi mujer; ayer ha soñado que tenía el período. ¿Sabrás de-
cirme el significado de eso?». Por cierto que sé: si la joven
señora ha soñado que tiene el período, es que este no apa-
reció. Puedo suponer que le gustaría gozar todavía por al-
gún tiempo de su libertad antes de afrontar los trabajos de
la maternidad. Fue un hábil modo de dar noticia de su
primer embarazo. Otro amigo escribe que su mujer soñó, no
ha mucho, que descubría manchas de leche en su blusa. Es
•' [Freud narró a Fliess este sueño en su carta del 4 de marzo de
189^ (Freud, 1950a, Carta 22), AE, 1, pág. 253; es esa la primera
alusión de que se tenga noticia a la teoría del cumplimiento de deseo.]

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también señal de un embarazo, pero no del primero; la
joven madre desea entre sí tener para su segundo hijo más
alimento que tuvo para el primero.
Una joven señora que durante semanas estuvo aislada del
trato social por cuidar a su hijo, que padecía una enfermedad
infecciosa, soñó, después del desenlace feliz de esta, con una
velada en que se encontraban Alphonse Daudet, Paul Bour-
get. Marcel Prévost y otros, todos los cuales se dirigían a ella
con extrema amabilidad y la divertían exquisitamente. LO.Í
aludidos autores presentaban en el sueño los mismos rasgos
que se reproducen en sus retratos; Prévost, de quien ella no
conocía retrato, se veía idéntico al hombre encargado de la
desinfección que había esterilizado la habitación el día an-
terior y que había sidt) su primera visita después de largo
tiempo. Aquí creemos poder traducir el sueño sin lejar la-
fíuiias: Ya .sería hora de estar en algo inás divertido que este
eterno cuidar enfermos.
Quizá baste con esta selección para demostrar que con
mucha frecuencia y bajo las condiciones más diversas halla-
mos sueños que pueden comprenderse sólo como cumpli-
miento de deseos y que exponen su contenido sin ningún
disfraz. Casi siempre son sueños breves y simples, que con-
trastan gratamente con las confusas y exuberantes composi-
ciones oníricas que han atraído más la atención de los au-
tores. Merece la pena, no obstante, demorarse un poco más
en estos sueños simples. Las formas de sueño más simples
de todas hemos de esperarlas de los niños, cuyas operaciones
psíquicas son con seguridad menos complejas que las de los
adultos. La psicología infantil está llamada, en mi opinión,
a prestar a la psicología del adulto servicios parecidos a los
que el estudio de la conformación y el desarrollo de los ani-
males inferiores presta a la investigación de la estructura de
los animales superiores. Hasta ahora pocos escritos hubo que
deliberadamente sacaran partido de la psicología del niño
con este propósito.

Los sueños de los niños pequeños son con frecuencia •*


simples cumplimientos de deseos y en ese caso,' a diferencia

•* [La expresión «con frecuencia» fue agregada en 1911. En GS, 3


(1925), pág. 21, aparece, con respecto a este punto, el siguiente
comentario: «La experiencia ha demostrado que en niños de cuatro
o cinco años se encuentran ya sueños desfigurados, que requieren
interpretación; y ello está en un todo de acuerdo con nuestro punto
de vista teórico sobre las condiciones que determinan la desfigura-
ción en los sueños».]
° [Antes de 1911: «por esa razón».]

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de los sueños de adultos, no son interesantes. No presentan
enigma alguno que resolver, pero naturalmente son inapre-
ciables para demostrar que el sueño, por su esencia más
íntima, significa {tiene el valor psíquico de} un cumplimien-
to de deseo. Del material que me proporcionaron mis pro-
pios hijos pude recoger algunos ejemplos de tales sueños.
A una excursión que hicimos en el verane? de 1896 desde
Aussee hasta la bella región de Hallstatt ^ debo dos sueños,
uno de mi hija, que por entonces tenía ocho años y medio,
y el otro de mi hijo, de cinco años y tres rneses. Como in-
forme preliminar debo indicar que ese verano residíamos en
una casa situada sobre una colina, en el Aussee, desde donde
gozábamos, con buen tiempo, de una soberbia vista del
Dachstein. Con el anteojo se discernía bieO el refugio de
Simony. Los pequeños se esforzaron muchas veces por ver
a través del anteojo, no sé con qué resultado. Antes de la
partida yo les había contado que Hallstatt estaba al pie de!
Dachstein. Estuvieron muy alegres csii jornnil'i' Desde Hull-
statt llegamos hasta Hchcrnliil,' ciiyii» cmtihitmicii ptiiilMJeii
embelesaron a los niños. Pero im(>, el de dnt'o «ftoii \m |MI'
niéndose mustio. Cada vez que ii|im'ecltt a ntííliri vllll uni
nueva montaña, prcmintiihii; «¿V.n el DHchutclll?». A Í0 eui]
debía yo responderle: «No, no son sino los contr«fuertei(i»,
Después que hubo repetido algunas veces eüUi prcuuntrt, se
encerró en un mutismo total; por nada del mundo quiso
trepar con los demás hasta una caída de agua- Lo creí fati-
gado, pero a la mañana siguiente se llegó radiante hasta mí
y me contó: «Esta noche he soñado que estuvimos en cl
refugio de Simony». Entonces comprendí: había esperado,
puesto que yo hablé del Dachstein, que en la excursión ii
Hallstatt escalaría la montaña y llegaría a tener al alcance
de la vista el refugio de que tanto se había hablado con mo-
tivo del anteojo. Como vio entonces que se lo exhortaba a
contentarse con meros contrafuertes y una CÍ^'X^». de agi.ia^ se
sintió defraudado y se enojó. El sueño lo resarció de eVio.
Quise saber detalles del sueño: eran muy pobres. «Se sube
por escalones durante seis horas», tal como había oído decir.
También en la niña de ocho años y medio despertaron
durante esa excursión deseos que el sueño debió satisfacer.
Habíamos llevado a Hallstatt con nosotros al hijo de nues-
tro vecino, un muchacho de doce años, todo un caballero
que, según me pareció, ya había conquistado las simpatías
de la pequeña. Y bien, al levantarse por la mañana ella me
o [En el distrito de Salzkammergut, en la Alta Austria.]
" [En todas las ediciones en alemán, «Echerftal» aparece mal
escrito; «Escherntal».]

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contó el siguiente sueño: «Figúrate que he soñado que Emi-
lio era uno de los nuestros, les decía a ustedes "papá" y
"mamá" y dormía con nosotros en la habitación grande co-
mo nuestros chicos. Entonces vino mamá a la habitación y
echó un puñado de grandes tabletas de chocolate, envueltas
en papel azul y verde, debajo de nuestras camas». Sus her-
manos, que por cierto no han heredado la capacidad de in-
terpretar sueños, declararon, tal como lo hacen nuestros au-
tores, que ese sueño era un disparate. Pero la niña se aferró
por lo menos a una parte del sueño, y para la teoría de las
neurosis interesa mucho saber a cuál: «Que Emilio se haya
quedado para siempre con nosotros es un absurdo, pero lo
de líis tabletas de chocolate no». Para mí, precisamente esto
último era lo oscuro. La madre me dio la explicación. En
el camino desde la estación de ferrocarril hasta la casa los
niños se habían detenido frente a una máquina automática
y codiciado precisamente esas tabletas de chocolate envuel-
tas en papel metálico de brillantes colores que, como sabían
por experiencia, la máquina entregaba a cambio de unas mo-
nedas. La madre, con razón, opinó que la jornada había
traído consigo suficientes cumplimientos de deseos, y este
deseo quedó pendiente para el sueño. La pequeña escena me
había pasado inadvertida. En cuanto a la parte del sueño
proscrita por mi hija, la comprendí sin más. Yo mismo ha-
bía oído cómo el juicioso huésped exhortaba por el camino
a los niños para que aguardasen la llegada de papá o de
mamá. De esa presencia temporaria hizo el sueño de la pe-
queña una adopción permanente. Su ternura no conocía aún
otras formas de estar juntos que las mencionadas en el sueño
y que derivan del amor fraterno. La razón por la cual la.s
tabletas de chocolate fueron arrojadas bajo las camas no
podía esclarecerse, desde luego, sin indagar a la niña.
Por un amigo conozco un sueño en un todo semejante
al de mi hijo varón. Lo tuvo una niña de ocho años. Su pa-
dre había emprendido un paseo hacia Dornbach,** llevándola
junto a oíros niños, con el propósito de visitar el refugio
de Rohrer; pero, habiéiulose hecho muy tarde, emprendió el
regreso, prometiendo a los niños resarcirlos por ello en otra
ocasión. Cuando volvían, pasaron junto a un poste que
señalaba el camino a Hameau. Los niños le pidieron que los
llevase allí, pero otra vez, y por la misma razón, debieron
contentarse con una promesa para otro día. A la mañana si-
guiente, la niña de ocho años acudió satisfecha a su papá:
«Papá, hoy soñé que estabas con nosotros en el refugio de
'^ [F.n las colinas próximüs a Viena.]

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Rohrer y en Hameau». Su impaciencia había anticipado en-
tonces el cumplimiento de la promesa hecha por papá.
Tan franco como este es otro sueño que la belleza del
paisaje de Aussee suscitó en mi hijita, entonces de tres años
y tres meses. Era la primera vez que la pequeña navegaba
por el lago, y el paseo resultó muy corto para ella. Ya en
el muelle, no quería abandonar la barca y lloró amargamente,
A la mañana siguiente contó: «Esta noche viajé por el lago».
Esperemos que la duración de ese paseo onírico la haya
dejado más satisfecha.
El mayor de mis hijos varones, de ocho años a la sazón,
soñaba ya con la realización de sus fantasías. Viajó con Aqui-
les en un carro y Diomedes era el auriga. Desde luego, días
atrás s€ había entusiasmado con las sagas griegas que le fue-
ran obsequiadas a su hermana mayor.
Si se me concede que lo que hablan los niños mientras
duermen pertenece igualmente al ámbito de los sueños, pue-
do comunicar uno do ios más precoces de (oda mi colección.
Mi hija menor, qiw tenía diecinueve meses, hiiliía vomiliulo
cieria innñnnii y por eso se In tuvo n diclii el rcMlo del flíii.
I.ii noche que si(.',uin ii eso din de luimlMc se lu oyó |Mx>l'crir,
c-\ciiadii, <'ii sueños: «Aiiiiii l\ciid, l\r(J)/n'ir, ílochhfcr.
I''icr(\)pfis, I'll/)//».'' Uiilizaha su nombre para expresar la
lom.i de posesión; el menú abarcaba todos los platos que
debían parcccric codiciables; el que las fresas apareciesen en
dos variedades era una protesta contra la política sanitaria
del hogar, y tenía su explicación en la circunstancia colateral,
bien observada por ella, de que la niñera había atribuido la
indisposición de Anna a un atracón de fresas; contra ese dic-
tamen incómodo para ella tomó entonces en sueños su re-
vancha."
Si juzgamos dichosos a los niños porque todavía no co-
nocen el apetito sexual, no desconozcamos que las otras gran-
des pulsiones vitales pueden convertirse para ellos en riquí-
* [Anna habla en media lengua; si se expresara correctamente,
deberíamos traducir: «Anna l'rcud, fresas, fresas silvestres, huevos,
papilla», peto un niño de esa edad diría algo así: «Ana Feud, fesas,
fesas silvestes, evos, papía».}
í* La misma hazaña de la nietecita fue consumada poco después en
sueños por la abuela, cuya edad sumada a la de aquella rondaba
lo? setenta aiios. Después que se vio obligada a pasar todo un día
d.' hambre a causa del malestar que le provocaba su riñon flotante,
soñt), evidentemente trasladándose a la época dichosa de su flore-
ciente juventud, que la «invitaban» a las dos comidas principales y
en cada caso le ofrecían los más exquisitos bocados. — [El sueño de
la pequeña fue relatado por Freud a Fliess poco después de ocu-
rrido, en la carta del 31 de octubre de 1897 (Freud, 1950fl, Carta
73). AL. 1, pág. 309,]

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sima fuente de desengaño y de renunciamiento, y por lo
tanto de estimulación onírica.^" Aquí va un segundo ejem-
plo de ello. Mi sobrino de veintidós meses recibió el encargo
de felicitarme para mi cumpleaños y obsequiarme una ca-
nastilla de cerezas, que en esa época del año eran todavía las
primicias. Pareció resultarle duro, pues repitió varias veces
con voz inaudible: «Kirschen sind d(r)in»* y no daba se-
ñales de soltar la canastilla. Pero supo resarcirse. Hasta en-
tonces solía contar a'su madre por las mañanas que había
soñado con el «soldado blanco», un oficial de la guardia
con su capote que lo había deslumbrado una vez por la calle.
El día que siguió al sacrificio del cumpleaños se despertó
alegre con esta noticia, que sólo pudo provenir de un sueño:
«Ilc(r)maini alie Kirschen (iuti!,cssen!»:'''•' "

1" [Nota agregada en 1911:] Un estudio más a fondo de la vida


anímica de los niños nos ha enseñado que las fuerzas pulsionales
sexuales, en su conformación infantil, desempeñan un papel consi-
derable, sólo que descuidado durante mucho tiempo, dentro de su
actividad psíquica; además, nos permite dudar un poco de la^felicidad
de la infancia tal como los adultos la construyen más tarde. Cf. mis
Tres ensayos de teoría sexual (1905¿). — [La notable incoherencia
entre esta frase y otros pasajes del texto (véase, por ejemplo, infra,
págs. 265 y sigs.) es objeto de un comentario en mi «Nota intro-
ductoria» a Tres ensayos (AE, 7, pág. 115). — Según una comuni-
cación de Ernest Jones, la presente nota fue agregada a sugerencia
áz Cari G. Jung.]
* {También en media lengua; el equivalente castellano sería «aden-
to •:edczas-> («adentro hay cerezas»).}
'••••• {«¡Gemán comió todas cedezas!» («¡Germán se comió todas las
cerezas!»).]
11 [Nota agregada en 1911:] No debemos dejar de mencionar el
hecho de que en niños pequeños pronto suelen sobrevenir sueños
más complicados y menos trasparentes, y, por otra parte, también en
adultos se presentan a menudo, en ciertas circunstancias, sueños de
ese carácter infantil simple. Insospechada riqueza puede tener ya el
contenido de sueños de niños de cuatro a cinco años, como lo mues-
tran los ejemplos de mi «Análisis de la fobia de un niño de cinco
años» (1909^) y de Jung (1910c-). — [Agregado en 1914:] Para
inicrptctaciones analíticas de sueños de niños, véanse también Von
lliiM-llelInmth (1911 y 1913d), Putnam (1912^), Van Raalte (1912),
•Spi'.-lrcin (1913) v Tausk (1913¿). Cf. otros en Bianchieri (1912),
Huscmann (1909 y 1910), Doglia y Bianchieri (1910-11) y, en par-
ticular, en Wiggam (1909), quien destaca su tendencia al cumpli-
miento de deseo. — [Agregado en 1911:] Por otra parte, en los
adultos parecen sobrevenir con particular frecuencia sueños de tipo
infantil cuando se encuentran en condiciones inhabituales de vida.
Así informa Otto Nordenskjold en su libro Antarctic (1904, 1, págs.
336-7) acerca del destacamento que invernó con él: «Muy caracte-
rísticos de la orientación de nuestros pensamientos más íntimos eran
nuestros sueños, nunca tan vivos ni tan numerosos como entonces.
Aun aquellos de nuestros camaradas que sólo por excepción soña-
ban, ahora tenían por la mañana, cuando intercambiábamos nuestras
últimas experiencias de este mundo de la fantasía, largas historias

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Con qué sueñan los animales, eso no lo sé. Un dicho cuya
mención debo a uno de mis estudiantes afirma saberlo, pues
prcj^unta: «¿Con qué sueña el ganso?» y responde «Con
maíz»}- Toda la teoría que ve en el sueño un cumplimiento
de deseo está contenida en estas dos frases.^^
Ahora reparamos en que habríamos alcanzado también
por un camino más corto nuestra doctrina sobre el sentido
oculto del sueño, con sólo indagar en los modismos idioma-
ticos. La sabiduría del lenguaje juzga muchas veces bastante
mal al sueño —parece que quisiera dar razón a la ciencia

que contar. Todas versaban sobre aquel mundo exterior, tan lejano
ahora de nosotros, pero a menudo se adecuaban a nuestra situación
actual. Uno de mis compañeros tuvo un sueño particularmente ca-
racterístico: se creía de nuevo en el banco de la escuela donde le
habían asignado la tarea de desollar unas focas en miniatura desti-
nadas a propósitos pedagógicos. Comer y beber eran, por lo demás,
los ejes en torno de los cuales giraban casi siempre nuestros sueños.
Uno de nosotros, que descollaba por su pariicipación en grandes al-
muerzos noclurnos, era diViiosi) cuando por la inafiiiiia podía iiilorinai'
"i|uc había iisislido ii iimi loiniíju de ircs pililos"; olio soiíaliii mii
laliiK'o, c'on moiiliilUii ciilrinK de Uilmm, utm, ton el biiuo que rt Kulii
vein se- luciciibii por el nuil iiliirilo. Aun olio Micllo iiicrnr ser iiirii
ci<iiiailo: l'.t (iirlrro IICKII (OII III loirrNpniulriirlii y dit muí liiruii rMhll
caci('m sobre los inolivo.i por los iiuiU-s se hizo cipcrar Innio, (ii liiiolil
enlrenado lioiide no conespoiidía y sólo iras innclio trabajo lo^ró re
ciiiierarla. Desde luego, mientras dormíamos nos ocupábamos de co-
sas más imposibles aún, pero era en extremo llamativa la falta de
fantasía en casi todos los sueños que yo mismo soñé o escuché con-
tar. Sería de gran interés psicológico, ciertamente, el que todos esos
sueños pudieran registrarse. Y fácil es comprender cuánto anhelá-
bamos dormir, pues así se nos ofrecía todo lo que cada cual ape-
tecía fervientemente». — [Agregado en 1914;] Citaré todavía, si-
guiendo a Du Prel (1885, pág. 231): «Mungo Park, próximo a morir
de consunción durante un viaje por el Africa, soñaba sin cesar con
los valles y las vegas de su patria, de abundantes aguas. De igual
modo, el barón Trenck, atormentado por hambre en la fortaleza de
Magdeburgo, se veía rodeado por opíparos manjares, y George Back,
que participó en la primera expedición de Franklin, cuando a con-
secuencia de terribles privaciones estuvo próximo a morir de hambre,
soñaba de continuo y monótonamente con abundantes comidas».
1- [Nota agregada en 1911:] Un proverbio húngaro citado por
Ferenczi [191Üa] dice algo más: «Los cerdos sueñan con bellotas y
los gansos con maíz». — [Agregado en 1914:] Un proverbio judío
dice: «¿Con qué sueñan las gallinas? Con mijo» (Bernstein y Segel,
1908, pág. 116).
18 [Nota agregada en 1914:] Lejos de mí está el aseverar que nin-
gún autor antes que yo haya pensado en derivar un sueño de un
deseo. (Véanse las primeras frases del capítulo que sigue.) Los que
asignan importancia a tales anticipaciones podrían mencionar, de la
Antigviedad, al médico Herófilo, que vivió bajo el primer Ptolomeo.
Según Büchsenschütz (1868, pág. 33), disünguía tres clases de sue-
ños: los enviados por los dioses, los naturales (que nacen cuando
el alma se forma una imagen de algo provechoso para ella y que
sobrevendrá) y los mixtos, que nacen por sí solos mediante aproxi-

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cuando dictamina «Los sueños, sueños son»—* pero en los
giros idiomáticos el sueño es preferentemente el bienaven-
turado cumplidor de deseos. «Ni en el sueño más atrevido
lo hubiera imaginado», exclama, en su trasporte, el que ve
sus esperanzas colmadas con creces en la realidad.^i t

maeión de imágenes cuando venios lo que deseamos. De la colección


de ejemplos de Schcrner, J. StSrckc (1913 [pág. 248]) atina a des-
tacar un sueño caracterizado por el propio autor como de cumpli-
miento de deseo. Dice Scherner (1861, pág. 239): «Si la fantasía
cumplió tan prontamente el deseo de vigilia de la soñante, fue por
el simple hecho de t|ue hahía permanecido vivo en su ánimo». Este
s.' siiiia cnirc los «sueños de talante»; próximos a él se hallan los
sueños de «anhelo amoroso masculino y Icmenino» y los de «talante
malhumoiado». Ni hahlar, como se ve, de que Scherner adscriba a
los deseos mayor signilicacicín, con respecto al suciig, que a cualquier
otro estado del alma durante la vigilia, y menos todavía de que
conectara al deseo con la esencia del sueño.
"•'• {En alemán: «Trchimc sind Schaitmc»; literalmente, «Los sue-
ños son quimeras».}
1"' [Los sueños de niños (incluyendo la mayoría de los registrados
en este capítulo) y los sueños de tipo infantil son objeto de estudio
en la 8'- de las Conjercmias de inlroducciún al psicoanálisis (Freud,
1916-17) y, más sucintamente, en Sobre el sueño (ISOld), injra, 5,
págs. 627 y sigs.]

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