A las seis de la mañana, los gallos cantan, sale el sol y viene la alegría en el
bosque sin fin.
Unos campesinos que vivían con sus dos hijos Julián y María, disfrutaban de
las bondades que brindaba la naturaleza. Mientras la esposa hacía el desayuno
su esposo se encontraba recortando algunas malezas. Entre tanto los dos
niños muy curiosos que eran, salieron en aquella mañana primaveral a recorrer
la chacra donde su padre trabajaba todos los días. Aprovecharon para visitar la
granja y de pronto oyeron relinchar a un caballo desde la espesura de la selva
pidiendo ayuda. Presurosamente acudieron al lugar de donde provenían los
relinchos, al llegar vieron un hermoso caballo plateado que se encontraba
atado de una de las patas traseras al tronco de un palo caído que seguramente
algunos leñadores habían tumbado. Los dos niños asombrados de ver un
caballo en medio del bosque titubearon por un momento y se preguntaban de
quién sería el corcel abandonado, pero al notar que el animal movía la cola y la
cabeza haciendo señas de auxilio, los dos niños ayudaron al caballo a
desatarse del tronco. El caballo al verse libre empezó a dar saltos y pararse de
dos patas como tratando de agradecer a sus libertadores. Los niños tomando
confianza empezaron a acariciar al animal quien correspondía con movimientos
suaves. El animal se inclinó hacia abajo invitando a los niños a montar sobre él.
Los niños sin pensarlo dos veces montaron de inmediato sobre el caballo
plateado y se internaron en el bosque.
Después de haber caminado una hora, vieron que las ramas de los arbustos se
movían de un lado para otro y no se podía distinguir de qué se trataba. Cuando
de pronto hizo su aparición un hermoso oso, gordo, color marrón y muy
juguetón que se unió a ellos en seguir caminando por el bosque. De pronto, un
rugido estremecedor hizo saltar a los dos niños de su cómodo viaje. De quién
se trataba. Era un viejo otorongo de hermosa piel, que se encontraba sobre las
ramas bajas de un árbol de ojé. El otorongo de un salto bajo a tierra y se
acercó al grupo de viajeros, haciendo muecas con las patas y enseñando sus
amarillentos colmillos. Los niños se quedaron asombrados al ver que el caballo
ni el oso se perturbaron por su presencia, actuaron como si se conocían desde
antes. Los niños no salían de su asombro, al ver que el otorongo empezó a
seguirles como si se tratará de un manso animal doméstico. Miraban con
asombro cómo la caravana iba en aumento. Mientras seguían caminando los
dos niños iban descubriendo las bellezas que escondían los bosques:
mariposas de múltiples colores, una gran variedad de insectos grandes y
pequeños y de curiosos aspectos; y qué decir de la gran variedad de flores
exóticas entre ellas las hermosas orquídeas de muchas variedades que
presentaban paisajes románticos y atractivos. Julián y María, eran niños que ya
tenían la edad suficiente como para poder emitir un juicio valorativo de lo que
estaban observando. Julián empezó a acordarse lo que su maestro de quinto
grado de primaria le había enseñado sobre las riquezas que tiene la región San
Martín. Ahora que estaba en el lugar de los hechos, se daba cuenta de la
realidad y empezó a nacer en su corazón un gran aprecio de cuidar y proteger
toda aquella gran diversidad que él y su hermanita podían disfrutar. Mientras
que en la ciudad, sus compañeros solo podían observar a través de
documentales que se ofrecen en canales de televisión por cable. Así que en su
mente joven le nació la idea de motivar a su maestro para programar visitas a
los bosques más cercanos a su localidad o de repente un viaje de excursión a
algún parque nacional que exista en la región.
Ajenos a las razones por la que desaparecieron aquellos animales, los niños
decidieron regresar a casa, porque ya era mediodía y estaban pensando en
que sus padres, seguramente estaban preocupados por su ausencia. Rogaron
al caballo plateado que los hiciera volver a su casa. El animal movió la cabeza
en son de afirmación, se inclinó para que los dos niños subieran a su lomo.