ARQUITECTURA Y CIUDAD
DESPLIEGUES DE LO URBANO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES. 1870 – 1900.
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Para las relaciones entre trama y parque público puede consultarse Gorelik, Adrián. La Grilla y el
Parque. Universidad Nacional de Quilmes. Buenos Aires. 1998.
las formas del impulso transformador lo harán hacia el este y el noroeste, las clases bajas y la
producción, al sur. La especulación inmobiliaria y de percepción de la renta no será ajena a este
proceso. Si por un lado, la lógica del loteo permitirá el acceso a la propiedad de amplios sectores
medios y medios bajos, por el otro la titularidad de la propiedad en las áreas centrales y en la
zona sur en manos de la elite patricia les permitirá hacer grandes negociados en oportunidad de
las expropiaciones para la construcción de obra pública 3 o beneficiarse con la explotación
inmobiliaria del conventillo. Esta precariedad de los sectores más bajos y de inmigrantes
respecto de la falta de capacidad habitacional por parte de ciudad será resuelta por esa forma
de explotación y beneficio del conventillo, algo que será modificado parcial y posteriormente a
partir de la década del ’20 con los primeros planes de construcción de vivienda social y con el
traslado a los barrios más alejados y la adquisición de lotes propios.
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Los negocios leoninos por parte de la elite a costa del patrimonio público pueden constatarse por ejemplo en el caso de la
expropiación de la casa de Zuberbuhler con motivo de la apertura de la Av. de Mayo, en Muschietti, Ulises. La Casa Municipal.
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Bs.As. 2006.
diferencias técnicas notables – la propuesta de Huergo era innovadora técnica y funcionalmente,
con su sistema de diques en peine y con una flexibilidad y optimización que estaban en
consonancia con los adelantos internacionales en la materia – sino, y sobre todo, las visiones
antagónicas antes mencionadas. A mediados del XIX encontramos antecedentes de este
debate, los proyectos de Coghlan en el ’59, de Pellegrini en el ’62 y de Bateman en el ’71,
siendo estos dos últimos los referentes de la propuesta de Madero en 1882.
La misma constaba de un sistema de cuatro diques alineados en forma sucesiva, dos dársenas,
un dique militar, un murallón de defensa y dos canales de acceso y egreso ubicados al norte y al
sur, junto con toda la serie de instalaciones de infraestructura y apoyo, vías férreas, elevadores,
grúas y sistemas de comunicación telegráficos; la documentación definitiva y la dirección de
obras fue otorgada al estudio británico de Hawkshaw, Son & Hayter.
Como ya ha quedado registrado ampliamente por la historia, todo el proceso del proyecto, la
promulgación de la ley y la contratación y ejecución de la obra estuvo atravesada por los fuertes
debates entre los diversos grupos antagónicos del poder político y económico, por los intereses
corporativos de una elite que sostenía un modelo de país propio.
Lamentablemente, y ya desde su origen, el puerto de Madero adolecía de grandes falencias
técnicas, su organización era obsoleta y presentaba inconvenientes de circulación y
obstaculizaciones; en suma, las limitaciones de una estructura ya superada, muy acotada y
reducida. Tan solo veinte años después, en 1902, ya resultaba ineficiente y comenzaban a
considerarse las posibilidades para su ampliación.
Más allá de las consideraciones técnicas, el planteo de Puerto Madero importaba una forma de
interpretar la ciudad. Su propio concepto y disposición no responde a las características
geográficas naturales del lugar ni a la lógica territorial de la cuenca del Río de la Plata. Su
organización acabada en sí misma, cerrada, obedecía a brindar una respuesta unilateral y
exclusiva a la ciudad y a los intereses particulares que en ella se determinaban. Una mirada
sobre la ciudad – y desde la misma – entendida en términos de concentración, de exacerbación
de los principios de jerarquía y centralidad y de su autocelebración simbólica.
Este ímpetu modernizador se va a proponer también fundacional en la superación del pasado
colonial, para lo cual sus representaciones materiales y simbólicas deben ser borradas;
postulando un urbanismo de la tábula rasa. En el imaginario de las elites gobernantes de la
época, la antigua ciudad colonial debía así desaparecer para dejar paso a una urbe pujante y
moderna, en uno de los tantos y sucesivos actos fundacionales que parecieran signar nuestra
cultura. Si la ciudad de fines del XIX y principios del XX ha sido pensada a la manera de un gran
teatro, en el espacio público del parque y del boulevard es donde se condensa tal imaginario. En
nuestro caso, junto con Palermo, el eje cívico de Av. de Mayo encarna la espacialización de esa
escena teatral; con su telón arquitectónico, la vida pública, los pasajes, los cafés, los tranvías, en
tanto espacio de representación.
El dispositivo de Av. y Plaza de Mayo no resulta menor, estando decididamente involucrado al
problema de la capital, de los conflictos entre nación y provincia y al proyecto político de la elite
gobernante. Precisamente será uno de sus representantes, Torcuato de Alvear, primer
intendente de la ciudad, quien encarne y lleve adelante el ímpetu modernizador de este proceso,
el que en su época generó fuertes debates ente sus exégetas y detractores.
La ciudad de Alvear se presentaba como heredera de la tradición iluminista, la cual va a
presentar su propio modelo de saberes y prácticas urbanas, reunidos en la idea de la Ciudad
como Virtud.
Si bien no es posible reducir la complejidad de lo urbano a una clasificación por modelos ó a
categorías unidimensionales, es cierto también que, aun y dentro de las viscosidades y aporías
de lo moderno, se han constituido determinadas líneas de pensamiento que proponen y
condensan un imaginario de ciudad, sobre todo en aquellas asociadas a un ideal ó a un espíritu
fundacional. Tales manifestaciones reconocen una extensa tradición en algunas versiones de lo
moderno, una suerte de auto justificada necesidad de fundar una declaración de principios, un
momento de iniciación.
La ciudad como virtud es la ciudad de Voltaire, de Adam Smith, del Iluminismo Liberal, basada
en un pensamiento positivo-valorativo. Para Voltaire, la ciudad es el lugar de la cultura y del
trabajo. Su referencia va a ser Londres, en donde encuentra la libertad de comercio, la libertad
política, la libertad cultural. La ciudad es así el sitio para el despliegue de estas facultades y de
toda su capacidad potencial, el lugar en donde se logre el equilibrio entre la movilidad social y el
orden jerárquico, entre el placer y la industrialidad. En el mismo sentido, para Adam Smith el
concepto de progreso encuentra su espacialidad en la ciudad, la cual permitiría el libre juego de
los diversos intereses intervinientes y “naturalmente” regiría el equilibrio entre los mismos; la
ciudad es el fenómeno nivelador y la pieza que articula las relaciones con el campo y el territorio,
dirigiendo las formas de su explotación y control.
En el ideal ilustrado es la cultura urbana el instrumento para la renovación social. Pero esta
renovación se encuentra despojada de aquellas componentes críticas y progresistas que el
propio iluminismo engendrará, despojada de sus aspectos de una dialéctica compleja y no
necesariamente generadora de una síntesis, despojada de sus aporías. A propósito del
Congreso de Viena y a contramarcha de las comunas y rebeliones urbanas, en la ciudad del
pensamiento ilustrado el ideal del progreso coincide con el ideal de reconciliación. En esta
renovación social ilustrada se considera que toda mejora del orden físico importa un beneficio de
la estructura política y social. Se supone así una identidad lineal entre lo espacial y lo social, ya
que una organización física ordenada ordena las funciones sociales, la racionalidad política del
sistema coincide con la racionalidad del ordenamiento urbano y territorial, el orden regular físico
coincide con el orden regular del comportamiento social. Forma y política, Ética y Estética, se
reúnen así en una unidad coherente y de vocación pedagógica y evangelizadora, el deseo de
reunificar una existencia que comienza a sufrir el estallido provocado por el propio proceso.
Es también en la ciudad que un ideal civil asegura el control de las acciones de gobierno, en
donde la opinión pública y el sistema representativo – la vida urbana – impiden los excesos y el
despotismo. La ciudad emerge así como una maquinaria de regulación del comportamiento
social, siendo el espacio simbólico y representativo que cumple una función didáctica en donde
Forma y Política se vuelven identitarias.
El proyecto de remodelación de la plaza y la apertura de la Av. de Mayo formó parte de un plan
de obras de carácter más general vinculado al urbanismo europeo de fines del XIX. El mismo
sigue los principios del urbanismo francés de tradición iluminista, basados en una estructura
racional y sistemática de la ciudad y del territorio como una forma de materialización y
representación del control y la eficacia y en una identificación entre regulación espacial y
regulación social. El proyecto encarado por Alvear ha sido asociado generalmente con una
traslación lineal de las obras de Haussmann para Paris, pero en realidad este referente es
parcial y el plan retomaba ciertas ideas planteadas por Rivadavia, los debates post rosistas de
Pellegrini y Sarmiento y una serie de antecedentes locales como los planes de Lagos de 1869,
de Carranza y Solier de 1872 y del Intendente Crespo en el ’87.
La remodelación de la plaza y la apertura de la avenida definía la conformación de un eje cívico
conectado además con un boulevard de circunvalación – mas allá de la actual Callao – y con el
sistema de parques públicos de Recoleta, Agronomia y la Convalecencia. Se formaba así un
recinto con su espina en el eje cívico que reforzaba la idea de la ciudad central tradicional. Esto
cumplía con un triple objetivo: optimizar la organización y administración de la ciudad, reforzar y
jerarquizar la noción de centro, y construir la representación simbólica de una operación
ideológica hacia el exterior y el interior expresada en un cambio de la fisonomía urbana.
Tal operación no se encontraba exenta de sus propias contradicciones aparentes y
complejidades. Si por un lado se exponían los valores del cambio y la modernidad, por el otro no
se modificaba realmente la estructura de la ciudad: el cambio de formas consolidaba la idea de
centralidad y de poder estatal para conservar los valores de la vida social y política. Consolidar
la vieja ciudad modificando su fisonomía. Mas la escala del dispositivo trascendía la escala de la
ciudad. Era parte de una noción de ciudad en relación a un proyecto de país y su
monumentalidad respondía a la capital de la república y a la escala de la nación. Como toda
declaración de modernidad, ésta también se hallaba imbuida de un carácter fundacional, y
como en otros momentos de nuestra historia, esta nueva fundación se proponía eliminar los
vestigios del pasado.
En tanto se conserva la idea de centralidad, debe transformarse el sentido original del término.
Las intervenciones en la Plaza – demolición de la Recova y unificación de las plazas Victoria y
25 de Mayo, junto al proyecto de remodelación de Blot y Buschiazzo – cambian la escala del
pasado criollo y la gran aldea, y la convierten en la escala monumental de la metrópoli y la
nación. El pasado colonial debe ser superado y sustituido por una nueva expresión y nuevos
imaginarios. El país independiente próximo a su centenario debe sepultar las referencias
hispánicas y semejarse al modelo preferido de la élite social: la cultura francesa. Todo el
dispositivo se va configurando como una operación “ceremonial”, consagratoria, construida
sobre el recurso de la figura simbólica presente en el espacio urbano y en la instauración de una
identidad.
Esta necesidad de superación de un pasado – entendido como rémora – puesta en práctica por
las elites locales será algo que se replique en diversos lugares de Latinoamérica, cada uno de
ellos con sus obvias particularidades. El historiador Robert Morse4 va a dar cuenta de este
despliegue ocurrido que constata la lenta consolidación de los modelos urbanos que expresan el
triunfo de las ideas republicano-liberales que encarnaban las autoproclamadas elites patricias a
partir de mediados del siglo XIX. Morse señala que en los relatos de un conjunto de intelectuales
de la época y en distintos puntos de la cultura latinoamericana, se ponía de manifiesto la
necesidad de superar el pasado colonial como condición necesaria para una entrada en lo
moderno, analizando el discurso de personajes como el peruano Joaquín Capelo, el colombiano
Miguel Samper y el argentino Juan Agustín García. Con los matices señalados, estos autores
recorrían toda una serie de tópicos vinculados al positivismo iluminista, el higienismo, las
metáforas fisiológicas, los preceptos morales indicados para una sociedad, los orígenes de la
ingeniería social, la depuración física y social, las clasificaciones, todo lo cual percibía a la
tradición hispana y su organización social colonial como productora de lacras y rémoras a
superar.
Entre 1850 y 1870 comienza a modificarse el paisaje de la plaza, con la incorporación de
equipamiento urbano, plantación de árboles, la remodelación de la pirámide y la organización
geométrica de canteros, perdiendo la condición de un vacio sin orden ni estructura de las
imágenes de 1810. Las obras de la apertura de la Av. de Mayo comienzan en 1889 y finalizan en
4
Morse, Robert. Los intelectuales americanos y la ciudad (1860 – 1940), ensayo incluido en Hardoy, J. E., Morse, R. y
Schaedel, R. (compiladores): Ensayos histórico-sociales sobre la urbanización en América Latina. Ediciones SIAP. Bs.
As. 1978.
1894, con 30 varas de ancho y 14 cuadras de largo, aunque en 1897 con la Plaza de los
Congresos pierde las tres últimas. Para ello, va a ser necesario demoler las tres arcadas del
Cabildo y expropiarse los inmuebles ubicados en la manzana que corta el paso de la avenida,
muchos de ellos propiedad de las familias tradicionales pero muchos también convertidos en
inquilinatos por la migración patricia hacia el norte. La fisonomía de la plaza va alterándose – se
construye entre 1890 y 1914 el Palacio Municipal y el Cabildo modifica su apariencia a manos de
una supuesta renovación estilística, perdiendo además su torre – lo mismo que la de la avenida,
conformándose cuadra tras cuadra. Una vez consolidado, el eje cívico encarnará la
espacialización de la ciudad como teatro, una escena con su telón arquitectónico, su vida
pública, los cafés, los hoteles, los pasajes, los tranvías y el movimiento del splint de fines del XIX
y principios del XX en tanto espacio de representación. Y ese corredor de la Av. de Mayo, aun
en su modernidad y diversidad de casos entre el Eclecticismo y el Art Nouveau, expresará
todavía un sentido de cohesión, una visión más integradora de la problemática urbana respecto
de la manera de vincular los diversos componentes de lo metropolitano en una mirada que
todavía se pretende orgánica y restitutiva frente a los estallidos y aporías de lo moderno.
Por ese escenario desfilarán los personajes de la cultura, la política y la sociedad, Clemenceau,
la Infanta Isabel, Eduardo de Windsor, Umberto de Saboya, Teddy Roosvelt, junto a Pirandello,
Sara Bernhardt, Caruso, Rubén Darío, Le Corbusier o Isadora Duncan; una heterogeneidad y
multiplicidad cosmopolita que tiene sus programas en lo cosmopolita del hotel, el teatro, el café,
los diarios, los inicios de la comunicación masiva y las primeras proyecciones de cine. La
imagen del Zeppelín junto al Barolo y los faros y reflectores de este mismo, del Palacio Municipal
o del Hotel Majestic se corresponden con el trazado del primer subterráneo de Latinoamérica. El
movimiento del boulevard hunde su dinámica en la profundidad de la tierra; hacia abajo el
subterráneo y hacia arriba los primeros ascensores y rascacielos todavía anclados en el XIX,
movimiento articulado por los pasajes – Barolo, Roverano - que penetran y atraviesan el
interior privado de la manzana y derraman en ella lo público, en el fragor del movimiento y en la
exaltación de la vida nerviosa.
Algunos de los edificios más significativos de la ciudad – dentro de la variada uniformidad del
conjunto – acentúan el recorrido procesional: La Prensa, el Palacio Municipal, el Hotel Castelar,
el Tortoni, La Inmobiliaria, el Barolo, el anexo de Gath y Chaves o el Teatro Avenida por citar
sólo algunos.
Aunque no estaba previsto en el planteo original, la construcción del Congreso Nacional y la
Plaza de los Dos Congresos entre 1895 y 1906 completa el sentido longitudinal del eje cívico. Se
verifica así física, visual y simbólicamente la presencia del dispositivo urbano, el cual se termina
de definir con las aperturas de las diagonales Sáenz Peña y Roca, que refuerzan la figura
simbólica al convertir el eje cívico en el tridente que lo integra al Palacio de Justicia y al
Legislativo Municipal.
Tales procesos de desarrollo metropolitano y de modernización se conjugarán con la
consagración de ciertos repertorios lingüísticos, la aparición y desarrollo de diversas tipologías
formales y programáticas, las relaciones entre espacialidad y los protocolos del habitar, la
irrupción de lo masivo y colectivo al trabajo y al esparcimiento, y las nociones de lo público y lo
privado en el contexto de lo arquitectónico y de lo urbano.
Los requisitos de las nuevas instituciones del estado y de las clases acomodadas van a
encontrar en el repertorio del eclecticismo las formas de su representación simbólica, en un acto
a priori contaminado de anacronismo pero que se presenta renovador en tanto “moderno”
respecto de ciertas acciones y emprendimientos vinculados a un momento cultural.
En la arquitectura de ese fin de siglo, el modelo dominante será el de los Historicismos y el
Eclecticismo Academicista. Su prédica universal – que no obstante incluye un alto grado de
diversidad que no deja de ser moderna – es aplicada en Buenos Aires, Rosario, La Plata,
Córdoba, Tucumán o Gualeguaychú. Y no sólo por la aplicación, aceptación y repetición de un
modelo del imperialismo cultural sino también por la incapacidad o anuencia de nuestros
diversos estamentos y elites de producir otro código, es que el repertorio del Academicismo es el
que, nos guste o no, va a dar respuestas a las necesidades de los nuevos programas y
demandas institucionales y domésticas.
Claramente también, su aplicación es funcional a los requerimientos de representación y
reconocimiento de la mencionada elite y de sus pretensiones de asimilación a determinados
modelos, aunque muchos de ellos considerasen que su autodenominada condición patricia
fuese equivalente a ser los hijos de la tierra. Siempre resulta interesante el análisis de esta
paradoja entre propiedad y tradición telúrica, por un lado, e internacionalismo, por otro.
Del mismo modo, la necesidad de resolver las demandas de la arquitectura doméstica, de las
infraestructuras y los servicios o del ocio y el esparcimiento darán cumplimiento a las
elaboraciones que van desde la sofisticación del palacio francés a la casa chorizo, pasando por
las estaciones de ferrocarril - Retiro y Constitución -, Usinas - Compañía Ítalo-Argentina de
Electricidad -, Mercados – San Telmo o Abasto -, Hospitales – Ramos Mejía o Italiano -,
Escuelas – como la Presidente Roca o la Petronila Rodríguez -, o por el sistema de parques y
paseos públicos como el Paseo de Julio, la Costanera Sur o los proyectos de Bouvard y
Carrasco.
En el despliegue de este desarrollo van a comenzar también los problemas de las
concentraciones metropolitanas: las infraestructuras, la densidad, las demandas de la vivienda
popular, las diversidades y superposiciones. Buenos Aires encarna así una serie de tensiones
dialécticas entre centralidad y periferia, concentración y expansión ó nacionalismo y
cosmopolitismo, que definirán las condiciones de una identidad en el espacio metropolitano
contemporáneo. Si a finales del siglo XIX la ciudad de Alvear expresó la idea de una modernidad
basada en el supuesto de un equilibrio y del consenso, en las primeras décadas del siglo XX el
nuevo ciclo de transformaciones conferirán un paisaje de lo urbano-metropolitano claramente
diferenciado de la ciudad anterior: aquella ciudad del consenso y del progreso será sustituida por
la ciudad del conflicto.
BIBLIOGRAFIA
Aliata, Fernando. Cultura urbana y organización del territorio, en AA.VV, Nueva Historia
Argentina. Tomo III. Sudamericana. Buenos Aires. 1998.
Gorelik, Adrián. La Grilla y el Parque. Universidad Nacional de Quilmes. Buenos Aires. 1998.
Muschietti, Ulises. La Casa Municipal. Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Bs.As. 2006.
Romero, José Luis. Latinoamérica. Las ciudades y las ideas. Siglo XXI. Bs. As. 2001.
Romero, José Luis y Romero y Luis Alberto, directores. Buenos Aires. Historia de cuatro siglos.
Editorial Abril. Buenos Aires. 1983.