habitaban dos hermanos llamados Alí Babá y Kasim, los cuales vivían en absoluta pobreza. Cuando se hicieron jóvenes, Kasim se casó con una muchacha muy rica y se fue a vivir a su palacio, olvidándose de
su hermano. Estaba enamorado de Zulema, una linda muchacha que era hija de un leñador tan pobre como él.
Un día mientras Alí Babá paseaba
por el campo, vio a cuarenta hombres montados en sus caballos. El muchacho se escondió y observó como el jefe se bajaba de su montura, iba hasta una pared de piedra y pronunciaba las siguientes palabras: —¡Ábrete, Sésamo!—y al decirlo, una puerta de roca se deslizaba mágicamente revelando la entrada a una fantástica gruta. Allí se metieron los ladrones y salieron después de un rato. Al verlos marcharse, Alí Babá se acercó e imitó las palabras del jefe: —¡Ábrete, Sésamo! Y cuando la puerta se volvió a abrir, vio que en el interior había grandes riquezas. Toneladas de monedas de oro, piedras preciosas y vasijas valiosas, que lo habrían hecho a uno más rico que el sultán. Aún así, Alí Babá decidió tomar tan solo un poco de cada cosa para que los ladrones no se dieran cuenta. Salió y volvió hasta la ciudad, donde se hospedó en una buena posada. Esto despertó sospechas en su hermano Kasim, quien envidioso como era, no descansó hasta que le revelara la verdad.
Llevado por su avaricia, Kasim fue
hasta la cueva y repitió las palabras mágicas para cargar a sus mulas con todos los tesoros que hubiera adentro. Pero tuvo tan mala suerte, que los cuarenta ladrones le descubrieron y quisieron matarlo. Kasim les suplicó clemencia. —¡Ha sido culpa de mi hermano Alí Babá! ¡Él me ha enviado a robarles! Los ladrones, disgustados con que alguien más supiera su secreto, se dirigieron a la ciudad. Para indicarle dónde estaba la casa pintaron su puerta con
ceniza. Una de las criadas de Alí Babá oyó todo y pintó con ceniza todas las puertas del pueblo.
Como el plan de los ladrones no
funcionó, el jefe se presentó en casa de AlíBabá pidiendo posada como un falso vendedor de aceite con varias tinajas, en cada una de las cuales había un ladrón escondido. Alí Babá le aceptó en su casa. Ocultos en grandes vasijas de aceite, esperaron la señal del jefe para atacar.
La criada de Alí Babá miró por la
noche en las tinajas de aceite para encender unas lámparas. Pero al asomarse con el cucharón a la primera tinaja para coger aceite se encontró con el ladrón, a quien dio un golpe con la cuchara, dejándolo dormido al instante. Y así hizo con todas las tinajas.
Las autoridades apresaron a los
ladrones y Alí Babá vivió con su familia feliz para siempre repartiendo sus tesoros entre los más necesitados.