Los dos períodos astronómicos básicos son el mes sinódico (el período de tiempo entre una
luna nueva y la siguiente) y el año trópico (el tiempo que tarda el Sol entre un equinoccio de
primavera y el siguiente). Ahora bien, ninguno de los dos tiene un número entero de días. El
mes lunar tiene 29´5306 días, y el año solar 365´242 días. Pero, naturalmente, en todo
calendario un año tiene un número entero de meses y de días. Eso quiere decir que en el
calendario civil que elaboremos tendrá que haber meses de 29 días y meses de 30 días. En
todo caso, doce meses lunares suman 354 días, es decir, un período más corto que el año
solar, 365´242 días. Por tanto, si atribuimos al año doce meses lunares el inicio del año civil
se irá alejando progresivamente del equinoccio de primavera, y se producirá un desfase
progresivo entre los meses y las estaciones. Así pues, si queremos evitarlo de vez en cuando
habrá que intercalar un mes adicional, pero hay que determinar la periodicidad con que hay
que hacerlo. Esos son los problemas básicos que históricamente se fueron afrontando hasta
la reforma, en 1582, del calendario gregoriano vigente en la actualidad.
En particular, el curso estudia los inicios de la ciencia occidental, centrándose en dos ejes
temáticos principales. La historia de la cosmología y la historia de las ciencias de la vida, de
la tierra y las ambientales. Hasta el siglo XVIII, el estudio de estas ciencias se denominó
“historia natural.” Así pues, este curso hará un recorrido desde los griegos hasta los siglos
XVII y XVIII del desarrollo de la cosmología y de la historia natural.
Objetivos:
Estudiar los dos grandes ejes temáticos que han sido centrales en la historia
de la ciencia y de la cultura occidentales. Por una parte, la historia de
la cosmología, que exige prestar atención a la física y a la astronomía. Por otra, la
“historia natural”, que, hasta el siglo XVIII, comprendía tanto las ciencias de la
vida, como las ciencias de la Tierra y las ambientales.
Mostrar qué problemas se plantearon, cómo se plantearon, y qué soluciones
se dieron en cada contexto histórico, prestando atención en primer lugar, a los
problemas centrales de las teorías -aunque su tratamiento no exige ninguna
preparación técnica especial previa-; en segundo lugar, a los problemas
metodológicos que planteaban o provocaban estas teorías; y en tercer lugar, al
contexto cultural, religioso, social o político, que tuvo mayor relevancia en cada
momento.
La
Introducción
Cualquier exposición de la Revolución Científica (en adelante R. C.) de los siglos
XVI-XVII, ha de incluir como elementos centrales la revolución astronómica de
Copérnico -una cosmología en la que el Sol ocupa el centro del universo y la Tierra gira
como un planeta más a su alrededor- y la nueva física de Galileo -que, entre otras cosas
explica cómo es posible que los cuerpos se muevan en el entorno terrestre como lo hacen en
una Tierra que gira a enormes velocidades sobre sí misma y alrededor del Sol-.
Pero la R. C. no se agota con la introducción de una nueva astronomía que exige una nueva
física. Hay elementos íntimamente relacionados con estas dos grandes transformaciones que
demandan también su protagonismo en la explicación de la R. C.
Contenido complementario 58
Contenido complementario 59
Por otra parte, el entorno social y político en el que trabajaba el científico cambió
sustantivamente desde la Edad Media y se transformó radicalmente a lo largo del
período cronológico del Renacimiento (digamos 1450-1600), con variantes importantes en
los distintos ámbitos geográficos.
Contenido complementario 60
Pero más recientemente los historiadores de distintas tendencias sociologistas han destacado
el papel del mecenas de la nobleza y, en general, de la cultura aristocrática.
Contenido complementario 61
Contenido complementario 62
En general, las universidades se habían ido convirtiendo en los baluartes del saber tradicional
y, a principios del siglo XVII, estaban en clara decadencia. La Iglesia y la cultura tradicional
veían con sospecha cualquier novedad, pero ésta surgía en todos los ámbitos de modo
imparable.
Contenido complementario 63
Pero todas estas novedades, de las que los contemporáneos tienen una clara conciencia, se
dan en un mundo en el que las transformaciones religiosas, en especial la reforma
protestante, han llevado a la Iglesia católica a radicalizarse en la defensa de la tradición y del
principio de autoridad.
Contenido complementario 64
Pero el recurso más famoso de los astrónomos de Maraga es el llamado “par de al-T_s_”. La
elipticidad de la órbita de Mercurio obligaba a atribuir al diámetro del tercer epiciclo un
movimiento rectilíneo de ida y vuelta, lo cual era obviamente contrario al dogma del
movimiento circular uniforme. Al-Sh_tir solucionaba el problema añadiendo a los tres
epiciclos las dos esferas del par de al-T_s_.
Figura 30
Figura 30. El par de Al-T#SYMBOL \f "Symbol"95s#SYMBOL \f "Symbol"95. Si AE = 2BA, y si
V2 = 2V1, el punto P recorre el diámetro en un sentido y otro, es decir tiene un movimiento
rectilíneo de ida y vuelta. Fue utilizado por los astrónomos de Maraga para evitar el recurso
al ecuante.
Lo más probable es que Copérnico conociera este recurso de los árabes, aunque se
ignora a través de qué vía.
Los filósofos y astrónomos árabes andalusíes eran aún mucho más radicales en su crítica a
Ptolomeo.
Contenido complementario 65
En todo caso, en torno a 1510 escribió un opúsculo conocido como Commentariolus, que no
llegó a publicar pero que dio a conocer a sus amigos. El Commentariolus constituye una
excelente presentación de los puntos básicos de su sistema.
Contenido complementario 66
Toma la cuestión donde Ptolomeo la dejó. Éste había conseguido mejorar la precisión de la
astronomía planetaria, pero aunque sus teorías
“(...) guardaban un perfecto acuerdo con los datos numéricos, parecían comportar una
dificultad no menor. Efectivamente, tales teorías sólo resultaban satisfactorias al precio de
tener asimismo que imaginar ciertos ecuantes, en razón de los cuales el planeta parece
moverse con una velocidad siempre uniforme, pero no con respecto a su propio centro. Por
ese motivo, una teoría de estas características no parecía ni suficientemente elaborada ni tan
siquiera suficientemente acorde con la razón.
Habiendo reparado en todos estos defectos, me preguntaba a menudo si sería posible
hallar un sistema de círculos más racional, mediante el cual se pudiese dar cuenta
de toda irregularidad aparente sin tener para ello que postular movimiento alguno
distinto del uniforme alrededor de los centros correspondientes, tal y como el
principio del movimiento perfecto exige.”
(Copérnico, Digges, Galileo, 1983, pág. 26)
Copérnico sabía que no serviría de nada proponer simplemente nuevas ideas o, como él las
presenta, revivir viejas ideas pitagóricas. Lo que se necesitaba era una teoría de los
planetas tan completa y tan útil como la de Ptolomeo, con tablas y cálculos, es decir, una
astronomía matemática cuantitativamente competitiva. Esto es lo que ofrecería en el De
revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes),
que acabó de redactar hacia 1530. Pero, a pesar de la insistencia de sus amigos y de alguna
autoridad eclesiástica, se resistía a publicar su obra. Según nos dice, temía el escándalo, la
reacción hostil de los teólogos y de los filósofos tradicionales.
La aparición de Georg Joachim von Lauchen, conocido como Rheticus (1514-1574), fue
decisiva. Tras acudir a estudiar con Copérnico y analizar su obra, este joven astrónomo
protestante, profesor de matemáticas en la prestigiosa universidad de Wittenberg, protegido
de Melanchton, publicó una presentación de la teoría copernicana, la Narratio Prima, sin que
surgiera ningún escándalo, a pesar de la crítica que había hecho Lutero a las ideas de
Copérnico.
Contenido complementario 67
Por el lado católico, algunas autoridades como su amigo el obispo Tiedeman Giese y el
cardenal Schönberg, le insistían en que diera a conocer su obra. A pesar de sus
reticencias, finalmente Copérnico se decidió a publicar su De revolutionibus..., y lo
hizo con gran valentía. En su dedicatoria de la obra al Papa Paulo III, Copérnico afronta la
cuestión que le preocupaba directa y francamente:
“Si acaso existieran mataiológoi [charlatanes] que, pese a ser totalmente ignorantes en
matemáticas, se permitieran juzgar acerca de ella basados en algún pasaje de las Escrituras,
deformado especialmente para sus propósitos, y se atrevieran a criticar y atacar mis
enseñanzas, no me preocuparé de ellos en absoluto; más aún desprecio su juicio como
temerario. Nadie ignora que Lactancio, célebre escritor pero matemático deficiente, habla de
la forma de la Tierra de manera tan pueril que ridiculiza a quienes declararon que ella tenía
forma de esfera. De modo que los estudiosos no se asombrarán si tales gentes me
consideran ridículo. La matemática se escribe para los matemáticos, quienes, si no me
equivoco, pensarán que mi trabajo será útil también a la comunidad eclesiástica, cuyo
principado ejerce ahora Vuestra Santidad.”
(Copérnico, (1543) 1965, págs. 44-45; Copérnico, (1543) 1987, pág. 11)
Era un texto de una enorme valentía. Ya hemos visto que, en el mundo cristiano,
desde un principio se había impuesto la tesis de la subordinación de la filosofía a la
teología. De hecho, en el decreto Apostolici regiminis del Concilio de Letrán V, de 1513, se
había insistido en esa subordinación y eso era válido con mucha mayor razón para la
matemática que, en la jerarquía de las disciplinas aceptada, se hallaba por debajo de la
filosofía. Pretender convertir su cosmología en una cuestión técnica para técnicos
podía ser visto sin duda como una violación de la primacía de la teología.
Por otra parte, al explicar de qué modo se le ocurrió “contra la opinión admitida de los
matemáticos y, casi contra el sentido común, la atrevida idea de atribuirle cierto movimiento
a la Tierra”, (Copérnico, (1543) 1965, pág. 40), Copérnico dice que el homocentrismo no era
capaz de reproducir los fenómenos y que Ptolomeo, que había usado las excéntricas y los
epiciclos más precisos, había tenido que introducir además el ecuante, cuyos problemas ya
hemos mencionado, y aún así no han conseguido explicar la constitución del mundo y
la simetría de sus partes, sino que han creado un monstruo.
Esto le indujo a leer a los filósofos antiguos para investigar si alguno “había propuesto una
opinión diferente acerca de los movimientos de las esferas del mundo.” (Copérnico, (1543)
1965, pág. 42)
Entonces descubrió toda una serie de autores que habían sostenido que la Tierra se
movía. Comprobó que si los movimientos de los planetas se referían a la Tierra, el
sistema resultaba totalmente simétrico y armónico.
Situando al Sol en el centro del universo y ordenando los planetas según su proximidad a
éste -Mercurio orbitando en 80 días, Venus en nueve meses, la Tierra, acompañada de la
Luna, en 1 año, Marte en 2 años, Júpiter en 12 años, y Saturno en 30 años- se mostraba una
estricta correspondencia entre la distancia de los planetas y su período de revolución -a
mayor proximidad más rápido-.
Figura 31
Figura 31. Figura explicativa del sistema heliocéntrico, incluida por Copérnico en su De
revolutionibus. El Sol en el centro del universo y los planetas girando en órbitas circulares a
su alrededor, excepto la Luna que gira con centro en la Tierra a la vez que la acompaña en
su revolución anual. La figura permite apreciar claramente la simplificación que representó la
eliminación de los epiciclos mayores, que en el sistema geocéntrico explicaban los
movimientos de retrogradación de los planetas. Pero disimula varios elementos importantes
del sistema copernicano. En primer lugar, no aparecen las excéntricas y epiciclos menores
que Copérnico utilizó en buen número y que, en este sentido, hacía su sistema tan complejo
como el de Ptolomeo. En segundo lugar, la figura no permite ver los enormes espacios
¿vacíos? que existen entre el orbe de un planeta y otro.
Ese criterio, aceptado por todos y que, sin embargo, en Ptolomeo no conseguía decidir la
disposición de Mercurio, Venus y el Sol, ahora daba como resultado un universo
perfectamente ordenado y armonioso, en el que ya no se podía modificar arbitrariamente
una parte sin afectar al todo, como sucedía en la cosmología ptolemaica.
Contenido complementario 68
Sin duda era una simplificación respecto al sistema ptolemaico. Pero aún había otra más
espectacular y de la que Copérnico estaba especialmente orgulloso con razón: en su sistema
los planetas se mueven siempre en la misma dirección y uniformemente en círculos
alrededor del Sol, y la segunda anomalía, es decir, sus movimientos de retrogradación, son
meras apariencias ópticas debidas a la diferencia de velocidad entre la Tierra y los demás
planetas.
Figura 32
Figura 32. Explicación del movimiento de retrogradación de los planetas como fenómeno
puramente óptico, en el sistema copernicano. T1, T2, etc. indican las sucesivas posiciones de
la Tierra, y P1, P2, etc. las del planeta, alcanzadas en los mismos intervalos de tiempo. En el
caso de los planetas superiores, Marte, Júpiter y Saturno, véase (a), la Tierra avanza más
rápidamente que el planeta, y en el caso de los inferiores, Mercurio y Venus, véase (b), va
más lenta que el planeta. Puede verse que, debido simplemente a esta diferencia de
velocidad entre la Tierra y los planetas, desde la sucesivas posiciones de la Tierra da la
impresión de que el planeta se enlentece, se detiene, retrocede, y vuelve a avanzar
acelerando, sobre el fondo de las estrellas fijas que sirve de referencia. En (a) puede verse
claramente como desde T1 a T7 el planeta (de P1 a P7) se ve acelerando de 1 a 2, mientras
que de 2 a 3 va más lento. Ell diferente espacio recorrido en ambos intervalos de tiempo
iguales así lo indica, En 3 se ha detenido y retrocede hasta 4 y 5, como se muestra por el
cambio de sentido del movimiento. Tras detenerse de nuevo en 5, recupera su movimiento
normal hacia el este acelerando de nuevo, como lo delatan los diferentes espacios recorridos
de 5 a 6 y de 6 a 7. En (b) la ilustración es similar. (Kuhn 1978, 223)
Eso significa que Copérnico puede prescindir del epiciclo mayor, que en Ptolomeo explicaba
la retrogradación. Además, el sistema de Copérnico presentaba otras simplificaciones que
podían presentarse como ventajas obvias respecto al sistema ptolemaico:
“Encontramos bajo esta ordenación una admirable simetría del mundo y un nexo seguro de
armonía entre el movimiento y la longitud de las órbitas, como no puede encontrarse de otro
modo. Aquí es posible advertir al observador atento por qué aparece mayor la progresión y
la retrogradación en Júpiter que en Saturno y menor que en Marte, y a la vez mayor en
Venus que en Mercurio; y por qué tal flujo y reflujo aparece más frecuentemente en Saturno
que en Júpiter y más raramente en Marte y en Venus que en Mercurio; además, por qué
Saturno, Júpiter y Marte acrónicos están más cerca de la Tierra que en las proximidades de
su ocultación y aparición. Pero sobre todo Marte, cuando dura toda la noche [en oposición al
Sol], parece igualar en magnitud a Júpiter (distinguible sólo por su color rojizo), sin
embargo, en otro sitio se le encuentra con dificultad entre las estrellas de segunda magnitud,
buscándole con una observación cuidadosa por medio de sextantes. Todo ello procede de la
misma causa: el movimiento de la Tierra.”
Contenido complementario 69
Figura 33
Figura 33. Mercurio y Venus presentan una elongación limitada: nunca se alejan del Sol más
de 28º y 45º respectivamente. En el sistema geocéntrico de Ptolomeo esto se explica
determinando arbitrariamente que el centro del epiciclo esté siempre en la línea recta
queune la Tierra con el Sol. En cambio, en el sistema de Copérnico la elongación limitada se
explica simplemente por el hecho de que la órbita de los planetas inferiores está contenida
dentro de la órbita de la Tierra. (Kuhn 1978, 231)
Figura 22
Kuhn destacó el hecho de que Copérnico no disponía de ningún elemento teórico o empírico
sustantivamente nuevo que justificara su nueva propuesta, y que para hallar sus causas
tenemos que salirnos del ámbito de la astronomía. Afirmó que Copérnico estaba influido por
algunas ideas neoplatónicas, con las que sin duda pudo familiarizarse cuando estudió en
Italia entre 1496 y 1500, y entre 1501 y 1503. Según Kuhn, entre estas ideas de origen
platónico, habría dos puntos especialmente importantes que compartirían
Copérnico y los copernicanos: la idea de que la naturaleza ha de ser explicable
mediante simples regularidades geométricas y, también, en especial en el caso de
Kepler, la idea de que el Sol tiene una especial relevancia y estatus entre los
cuerpos celestes.
Eso no significa que en el campo de la astronomía técnica no hubiera razones para proponer
su teoría heliocéntrica. De hecho, N. M. Swerdlow ha propuesto una conjetura sobre cómo
pudo Copérnico llegar a su modelo heliocéntrico a partir de los modelos ptolemaicos
del Epitome de Regiomontano:
Contenido complementario 70
Figuras 34 y 35
Figura 34. Arriba se muestra la equivalencia entre los modelos del epiciclo, usado por
Ptolomeo, y la excéntrica que había preferido Copérnico en el Commentariolus, para explicar
la retrogradación de los planetas superiores. La Tierra está en O, N es el centro de la
excéntrica, P es el planeta y S el Sol medio; e = r y ambos son paralelos. Copérnico habría
supuesto, según Swerdlow, que el Sol estaba en el centro de la excéntrica coincidiendo con
B. Eso le habría llevado a un sistema no copernicano sino tychónico, tal como se representa
en la figura inferior. En ésta el planeta, P, gira en torno al Sol medio, S, que a su vez gira
con centro en la Tierra, como en el sistema de Tycho Brahe que veremos más adelante. En la
hipótesis de Swerdlow, ese sería un primer paso que habría dado Copérnico, que a
continuación habría avanzado en otra dirección. Véase la figura 35. (Swerdlow 1996, 199; en
Walker (Ed.) 1996, 199)
Figura 35. En la parte superior se ilustra la equivalencia entre el modelo de epiciclo, usado
por Ptolomeo, y el de excéntrica, comentado por Regiomontano, para explicar la
retrogradación de los planetas inferiores. En este caso, como sabemos, el centro del epiciclo
siempre está en la línea que une el planeta con el Sol, pero de nuevo O es la Tierra, P es el
planeta y N es el centro de la excéntrica; e = r y NP siempre se mantiene paralela a OS.
Ahora lo que hizo Copérnico, siempre según Swerdlow, fue no hacer que S coincidiera con C,
sino que hizo mover el Sol al centro fijo S -en la figura inferior- y desplazó el planeta y la
Tierra paralelamente la distancia R. De este modo se ha pasado al sistema heliocéntrico de
Copérnico
En todo caso, y sea cuál sea la filiación de sus concepciones, lo que sí es evidente es
que una determinada versión de las ideas de simetría, armonía, simplicidad fue
determinante en las causas que animaron a Copérnico a proponer y defender su
innovación. En el final del Commentariolus, incluso ponderaba la simplicidad de su sistema
en términos cuantitativos.
Contenido complementario 71
Figura 36
Figura 36. Modelo de Copérnico para los planetas superiores. P = Planeta; C = centro del
deferente; T = Tierra; E = Sol medio. El planeta P gira en sentido antihorario sobre un
epiciclo menor, cuyo centro gira sobre un deferente con centro en C. OP y CO giran a la
misma velocidad angular y en el mismo sentido, de modo que los ángulos c son iguales. La
combinación de estos dos movimientos da como resultante una órbita que no es ni circular -
es oblonga- ni uniforme. El centro real de la órbita no es C, sino M colocada por debajo de C
de modo que CM = OP = 1/3 de CE. Todo sucede como si existiera un punto ecuante por
encima de C y a la misma distancia de C que M. En realidad, el epiciclo produce un
movimiento muy similar al ecuante de Ptolomeo y se puede mostrar que existe una
equivalencia prácticamente total entre el modelo ptolemaico y el copernicano. En todo caso,
es obvio que los modelos copernicanos no son más sencillos que los ptolemaicos. (North
1994, 293.)
Hoy podemos entender por qué Copérnico seguía necesitando utilizar epiciclos menores. Era
fiel al dogma del movimiento circular uniforme, que dicho sea de paso salió
reforzado de su obra, y para reproducir la variación de velocidad a lo largo de una órbita
elíptica no le era suficiente una excéntrica y necesitaba introducir epiciclos. Pero, sea como
sea, desde el punto de vista de la astronomía técnica, al final el sistema de Copérnico era tan
complicado como el de Ptolomeo.
Más aún, más allá de la estructura general -el heliocentrismo y el orden de los planetas-,
tampoco la cosmología de Copérnico está perfectamente definida. Para explicar el problema
de la ausencia de paralaje de las estrellas, Copérnico afirma que la distancia de la Tierra al
Sol es despreciable comparada con la inmensa distancia a que está la esfera de las estrellas
fijas. Pero se niega a entrar en la cuestión de si el mundo es finito o infinito. Parece obvio
que cree en la existencia física de los orbes celestes -el tercer movimiento que atribuye a la
Tierra obliga a pensarlo así- pero apenas se entra en los detalles no está nada claro cuál sea
su naturaleza.
Figura 37
Figura 37. Dado que, en el sistema de Copérnico, todos los movimientos observados en los
cuerpos celestes se explican por el movimiento terrestre, el modelo de la Tierra resulta
bastante complejo. En principio la Tierra tiene su movimiento diario, que explica la rotación
diurna de los cielos en su conjunto, y el movimiento anual, que explica el movimiento
aparente del Sol y la variación estacional. Pero el eje de la Tierra siempre apuntaba al mismo
punto del cielo, y Copérnico pensó que para explicarlo había que atribuir un “tercer
movimiento de declinación”, por el que el polo de la Tierra describe la superficie de un cono.
Ahora bien, Copérnico determinó que no lo hacía exactamente en un año, sino en algo
menos, lo cual le permitía además explicar la precesión de los equinoccios. Pero Copérnico
compartía el viejo error de pensar que el movimiento de los equinoccios era irregular, y
atribuyó al eje terrestre dos movimientos, que llamó “libraciones”, en ángulo recto uno
respecto a otro. El efecto combinado hace mover el polo de la Tierra en una especie de ocho
por dos pequeñas circunferencias. Pero, además, la explicación del movimiento anual de la
Tierra se complicó porque Copérnico participaba de viejos errores de los astrónomos griegos
y árabes respecto a la longitud del apogeo del Sol, y eso complicó un poco más el modelo.
En la figura se muestra el detalle del mecanismo copernicano para el movimiento anual
terrestre. La Tierra gira sobre un deferente excéntrico con centro en un punto E, el Sol
medio, que completa una revolución sobre su epiciclo en 3.434 años. A la vez, el centro de
este epiciclo completa una revolución, con centro en el Sol real, en 53.242 años.
Obviamente, se trata de un epiciclo muy pequeño. Si ET = 1, ES = 0´0368, y el radio del
epiciclo es igual a 0´0047.
Copérnico se muestra tan displicente con estas cuestiones como Ptolomeo con las suyas
análogas. En el caso del Sol, para dar otro ejemplo, a la hora de explicar la irregularidad de
su movimiento anual aparente, Copérnico simplemente demuestra que se puede explicar de
modo equivalente con un modelo de excéntrica y con un modelo de epiciclo.
Pero una vez hecho esto, se limita a decir: “no es fácil de distinguir cuál de ellos existe en el
cielo” y no parece creer necesario pronunciarse en un sentido u otro.
Contenido complementario 72
En este sentido, Verdet ha insistido en el carácter incompleto de los libros V y VI, que tratan
respectivamente de los movimientos en longitud y latitud de los planetas, como una razón
importante de la resistencia de Copérnico a publicar su De revolutionibus...
Contenido complementario 73
Todos estos aspectos son disimulados por el único diagrama que presenta Copérnico en
su De revolutionibus, en el que además se disimulan los enormes vacíos que hay entre un
orbe planetario y otro.
Figura 31
Figura 31. Figura explicativa del sistema heliocéntrico, incluida por Copérnico en su De
revolutionibus. El Sol en el centro del universo y los planetas girando en órbitas circulares a
su alrededor, excepto la Luna que gira con centro en la Tierra a la vez que la acompaña en
su revolución anual. La figura permite apreciar claramente la simplificación que representó la
eliminación de los epiciclos mayores, que en el sistema geocéntrico explicaban los
movimientos de retrogradación de los planetas. Pero disimula varios elementos importantes
del sistema copernicano. En primer lugar, no aparecen las excéntricas y epiciclos menores
que Copérnico utilizó en buen número y que, en este sentido, hacía su sistema tan complejo
como el de Ptolomeo. En segundo lugar, la figura no permite ver los enormes espacios
¿vacíos? que existen entre el orbe de un planeta y otro.
De hecho, son estos vacíos los que hacen al universo copernicano mucho mayor que el
aristotélico-ptolemaico.
Contenido complementario 74
Ahora bien, en el sistema copernicano la esfera de las estrellas fijas está inmóvil y,
por tanto, se ha eliminado el primer motor de la cosmología tradicional. Pero,
entonces, ¿qué es lo que hace mover la maquinaria celeste? Aquí se pone de
manifiesto la importancia de la existencia de orbes esféricos, porque según
Copérnico es la forma esférica de los orbes lo que hace que estos roten
espontáneamente alrededor de sus centros. Por eso insiste tanto en la forma
esférica de la Tierra, cuando ya nadie duda de ello. Porque la Tierra gira sobre sí
misma porque es esférica y gira alrededor del Sol, como los demás planetas,
porque está en un orbe esférico.
Contenido complementario 75
De ahí que Koyré dijera que Copérnico había construido una física geométrica, porque ahora
no era la forma sustancial aristotélica lo que constituía causa de movimiento, sino la forma
geométrica.
Al explicar por qué los cuerpos pesados caen hacia el centro de la Tierra, Copérnico
parece remitirnos al principio de tradición platónica según en cual lo semejante
atrae a lo semejante. Aduce que la Tierra no es el centro del universo. Por tanto, si
hay varios centros, se puede dudar si el centro del universo es el centro de
gravedad terrestre o son diferentes. Y entonces precisa:
"(...) yo creo que la gravedad no es más que una tendencia que la divina providencia del
autor de todas las cosas ha insuflado en las distintas partes para que se reúnan en una
unidad y en un todo permaneciendo unidas en forma de globo."
Contenido complementario 76
Y eso vale para las partes de la Tierra, las de la Luna, las del Sol y todos los demás
cuerpos o “todos” celestes.
Mientras que, por el contrario, Copérnico tenía como única base de apoyo su
eficacia en el ámbito de la astronomía. Y en base a ésta pretendía introducir una
estructura cosmológica llena de problemas desde el punto de vista del astrónomo tradicional,
y ciertas afirmaciones en el campo de la física que podían ser vistas como meras hipótesis ad
hoc.
Contenido complementario 77
Ni Copérnico, ni Rheticus en su Narratio Prima, le hicieron ningún caso. Pero, a pesar de ello,
cuando quedó al cuidado de la edición del De revolutionibus, Osiander decidió incluir
una Carta al lector sobre las hipótesis de esta obra, en la que presentaba la teoría de
Copérnico como una mera hipótesis matemática, cómoda y útil, pero que no pretendía en
absoluto describir la estructura real del mundo. Dado que no la firmó, dejaba entender que
la Carta era del propio Copérnico.
El contenido del libro I y otras partes de la obra dejaban poco lugar a dudas respecto al
realismo de Copérnico. Además, el obispo Tiedeman Giese, amigo de Copérnico, denunció
el hecho ante las autoridades de Nuremberg.
Por otra parte, las autoridades católicas sabían bien que Copérnico era un realista y le
atacaron inmediatamente por ello. Apenas publicado el De revolutionibus, el
cardenal Bartolomeo Spina, Maestro del Sacro Palazzo, quiso escribir una refutación de la
teoría copernicana, pero la enfermedad y la muerte se lo impidieron.
Aún así, la segunda edición del De revolutionibus seguía incluyendo la carta sin firma de
Osiander. A principios del siglo XVII, Giordano Bruno y Kepler denunciarían de nuevo el
fraude de Osiander. Pero el hecho es que, se conociera la autoría de la carta o no, la teoría
copernicana se difundió en esta perspectiva, es decir, como un logro en el ámbito de la
astronomía técnica y sin ninguna implicación o compromiso con sus tesis cosmológicas.
Reinhold, que era famoso por su habilidad como calculador, elaboró unas nuevas tablas,
que se conocerían como Tablas pruténicas, a partir del De revolutionibus de Copérnico. Estas
tablas se hicieron famosas inmediatamente, desbancando las Tablas alfonsinas, a las que
eran muy superiores. Eso significó un enorme empuje a la difusión del copernicanismo en
cuanto astronomía técnica.
En general, se impuso lo que Westman llamó la “interpretación de Wittenberg”, propuesta
por Melanchton, y que, en líneas generales, venía a coincidir con lo afirmado por Osiander:
las teorías astronómicas no pretenden describir el universo tal como es, es decir, ser
verdaderas, si-no sólo proporcionar recursos calculísticos útiles. (Westman, 1975).
Pero resulta llamativo el hecho de que siendo tan pocos los copernicanos, sus
copernicanismos sean tan distintos entre sí. Bruno ve a Copérnico sobre todo como la
aurora que anuncia la recuperación de la antigua y verdadera filosofía. Es un eslabón
especialmente importante en la cadena que lleva desde Hermes, Pitágoras y Platón hasta el
propio Bruno, que se ve a sí mismo, contra Aristóteles y Cristo, como el auténtico
protagonista de la restauración de la prisca theologia.
Contenido complementario 78
Pero entre los dos hay también enormes diferencias. Kepler, muy próximo al misticismo
pitagórico, cree descubrir las leyes geométricas con que Dios creó las esferas y sus
armonías. Copérnico sólo había mostrado cómo es el mundo, Kepler pretende mostrar por
qué es como es, en función de la unicidad de la geometría. En Galileo la teoría copernicana
no tiene ninguna de las connotaciones teológicas o místicas que tiene para Kepler. La única
insuficiencia de Copérnico, para Galileo, radica exclusivamente en la debilidad de
sus argumentos, especialmente en el campo de la física.
Hay otro punto que cabe mencionar. En el caso de Kepler y de Galileo nos consta que se
declararon copernicanos antes de haber desarrollado las respectivas aportaciones en el
campo de la astronomía y de la física, que constituían un apoyo y fortalecimiento de la teoría
copernicana. Es decir, Kepler no se hizo copernicano tras el descubrimiento de sus leyes del
movimiento planetario, sino que partió de su convicción copernicana y después, y desde esta
perspectiva, hizo sus descubrimientos. Y Galileo se declara copernicano en 1597, cuando aún
no sabe nada de la existencia del telescopio ni ha iniciado siquiera su nueva física.
Pero, antes de que, más de medio siglo después de la muerte de Copérnico, Kepler y sobre
todo Galileo consolidaran el copernicanismo, el geocentrismo planteó una dura batalla. Y
Tycho Brahe sería su más importante protagonista.
Introducción
Introducción
Galileo Galilei es el único de los grandes protagonistas de la Revolución Científica que
recorre entero el camino desde la antigua cosmología a la nueva.
Es el único que tiene que batallar, y lo hace con éxito, en los dos grandes campos
protagonistas de aquella Revolución, la astronomía y la física.
Pagó un alto precio, pero su derrota personal no impidió una clara victoria en el campo
científico.
Después de condenado por la Inquisición y encarcelado de por vida, sus obras, prohibidas o
no, se tradujeron a los distintos idiomas europeos, antes de su muerte, a pesar de la
vigilancia estricta de la Iglesia, y sus teorías científicas triunfaron.
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Trento y la Contrarreforma: el trasfondo religioso del
nacimiento de la nueva ciencia
La vida de Galileo transcurrió en tiempos tenebrosos. Nació un año después de la clausura
del Concilio de Trento. Desde principios de siglo la necesidad de una reforma venía
exigiendo la convocatoria de un concilio. Roma lo retrasaba, entre otras cosas, porque temía
una derrota del papado, y la reforma se convirtió en cisma con Lutero, es decir, en la
"reforma protestante".
Después de esto, los había que se oponían a un concilio que podía parecer una concesión a
los innovadores. El retraso posterior permitió la consolidación del protestantismo. En
realidad, en 1545, Paulo III ya no tenía ninguna esperanza de reincorporar a los
reformados. Fue más bien un concilio de reacción defensiva que se organizó al mismo tiempo
que el mismo Paulo III reorganizaba la Inquisición, en 1542, y con la misma intención.
Con el Concilio de Trento la Iglesia romana no sólo no se reformó, como desde hacía siglos
habían venido exigiendo sus más sinceros miembros, sino que se ratificó y radicalizó en sus
aspectos más tradicionales, e institucionalizó una ortodoxia más conservadora de lo que sus
miembros más radicales hubieran podido imaginar en el momento de iniciarse el Concilio.
Lo que pudo ser una “reforma” que reabsorbiera a los protestantes se concretó en
una “restauración” y una “contrarreforma”. La hipotética autocrítica se convirtió en
una reacción ofensiva no sólo contra el protestantismo sino contra cualquier
inquie-tud social o cultural que no mirara a un pasado que el Concilio se encargó de
inventar y codificar.
En las primeras sesiones se decidieron cuestiones cruciales que iban a resultar decisivas en
el caso Galileo. Para escándalo de muchos miembros de la propia Iglesia, 5 cardenales y 48
obispos, ninguno de ellos especialistas en el tema, decidieron una cuestión tan disputada
como qué libros de la Escritura se considerarían canónicos, es decir, inspirados por Dios, y
decidieron como la auténtica una traducción muy discutida por los filólogos.
Así se inició la revisión de la versión de la Biblia conocida como Vulgata, que tras sucesivas
comisiones se publicó como la Biblia católica. Según Lutero, la revelación se daba
únicamente a través de las Sagradas Escrituras. En la sesión IV del Concilio se decidió que
no sólo los textos bíblicos, sino también el testimonio oral transmitido por la propia tradición
eclesiástica debía considerarse revelado. El Concilio especificó además que, “en materias de
fe y de moral”, la Santa Madre Iglesia era el único juez que podía determinar “el verdadero
sentido y significado” de las Escrituras, haciéndose reo de herejía quien osara avanzar una
interpretación personal.
Pero Bellarmino radicalizó sustantivamente estos puntos. Para empezar determinó que “En
las Escrituras (...) todas y cada una de las palabras pertenecen a la fe”. En segundo lugar,
decidió que todo lo que a la Iglesia le pareciera necesario se atribuiría a los Apóstoles, lo cual
significaba que pasaba a formar parte de la tradición revelada, “la palabra no escrita de
Dios”. Además, por si no bastaba, estableció que la Iglesia era el único juez no sólo del
verdadero significado de las Escrituras, como había determinado el Concilio, sino
“del verdadero significado de la Escritura y de todas las controversias.”
Contenido complementario 85
La teoría del movimiento no ha hecho ningún avance decisivo respecto a los calculatores o
las teorías de la fuerza impresa o impetus de finales de la Edad Media. Más aún, en el siglo
XVI, esa física se había sacralizado al renovarse su alianza con la metafísica cristianizada por
Sto. Tomás y haberse puesto, desde el Concilio de Trento, al servicio de fines más altos que
el estudio de la naturaleza.
En Pisa, Galileo inicia sus reflexiones personales sobre física, que se reflejan en
una obra incompleta, de 1590, que nunca llegaría a publicar, conocida como De
Motu. Y lo primero que destaca él mismo es que toma como modelo a los matemáticos,
entre los que Arquímedes constituye su paradigma.
Por otra parte, en el texto se nos habla de experimentos con planos inclinados y desde
torres. La crítica a tesis aristotélicas es constante. Galileo rechaza la distinción pesado-
ligero y concibe el mundo sublunar con un modelo arquimediano: todos los cuerpos
son pesados y su movimiento hacia arriba o hacia abajo se explica en función de la
diferencia de densidad con el medio.
Y aunque en este momento no va mucho más allá, se plantea una interesante cuestión:
imaginemos una esfera de mármol, cuyo centro coincida con el centro del universo, a la que
damos un movimiento de rotación. Puesto que su movimiento es circular y no es violento,
argumenta, podríamos pensar que continuaría eternamente -como el de los cuerpos
celestes-, pero por otra parte la eternidad del movimiento “parece estar muy lejos de la
naturaleza de la Tierra, a la que parece que el reposo le sea más grato que el
movimiento.” (Opere I, pág. 305)
Contenido complementario 86
La teoría del movimiento no ha hecho ningún avance decisivo respecto a los calculatores o
las teorías de la fuerza impresa o impetus de finales de la Edad Media. Más aún, en el siglo
XVI, esa física se había sacralizado al renovarse su alianza con la metafísica cristianizada por
Sto. Tomás y haberse puesto, desde el Concilio de Trento, al servicio de fines más altos que
el estudio de la naturaleza.
En Pisa, Galileo inicia sus reflexiones personales sobre física, que se reflejan en
una obra incompleta, de 1590, que nunca llegaría a publicar, conocida como De
Motu. Y lo primero que destaca él mismo es que toma como modelo a los matemáticos,
entre los que Arquímedes constituye su paradigma.
Por otra parte, en el texto se nos habla de experimentos con planos inclinados y desde
torres. La crítica a tesis aristotélicas es constante. Galileo rechaza la distinción pesado-
ligero y concibe el mundo sublunar con un modelo arquimediano: todos los cuerpos
son pesados y su movimiento hacia arriba o hacia abajo se explica en función de la
diferencia de densidad con el medio.
Y aunque en este momento no va mucho más allá, se plantea una interesante cuestión:
imaginemos una esfera de mármol, cuyo centro coincida con el centro del universo, a la que
damos un movimiento de rotación. Puesto que su movimiento es circular y no es violento,
argumenta, podríamos pensar que continuaría eternamente -como el de los cuerpos
celestes-, pero por otra parte la eternidad del movimiento “parece estar muy lejos de la
naturaleza de la Tierra, a la que parece que el reposo le sea más grato que el
movimiento.” (Opere I, pág. 305)
Contenido complementario 86
Esto hace más inquietante el hecho de que en dos cartas de 1597, y por tanto antes de
haber iniciado su nueva física, Galileo afirme que es copernicano. En la dirigida a Kepler,
agradeciéndole el envío del Mysterium Cosmographicum, afirma: “desde hace muchos años
he aceptado la teoría de Copérnico, que me ha permitido descubrir las causas de muchos
efectos naturales que, sin duda, resultan inexplicables para la hipótesis común”, es decir, el
geocentrismo. (Opere X, pág. 67)
El estudioso de la obra de Galileo, Stillman Drake, sugirió que Galileo se refería a su teoría
de las mareas, pero la evidencia documental para esta hipótesis es muy débil. Garin y otros
historiadores han interpretado que Galileo no se refería a la solución de numerosos
problemas concretos de física, sino que más bien se trataría de que, como hemos visto, la
teoría de Copérnico concedía un nuevo valor a las matemáticas en sus relaciones con la física
y, en este sentido, prometía solución a numerosos problemas.
Estaríamos ante los orígenes de la matematización de la naturaleza que lleva a cabo Galileo
en su obra. De hecho hemos visto que ya en el De Motu toma como modelo a los
matemáticos como Arquímedes. En todo caso, es cierto que los adversarios aristotélicos de
Galileo veían en la matematización de la naturaleza que éste estaba introduciendo una
especie de generalización de la violación de la jerarquía disciplinaria que había cometido
Copérnico. Pero mencionemos los puntos básicos de la nueva física de Galileo.
En una carta de 1602 a Guidobaldo dal Monte, Galileo nos informa de un primer
logro: el descubrimiento del isocronismo del péndulo.Es decir, un mismo péndulo hace
sus oscilaciones en un mismo intervalo de tiempo, “o con muy poca diferencia, casi
imperceptible”, especifica Galileo en el Dialogo, tanto si lo apartamos muchos grados de la
vertical como si lo apartamos unos pocos.
Está claro que estas características del movimiento pendular van en contra de tesis
centrales de la teoría del movimiento aristotélica. Para empezar, Galileo señala que
tanto el isocronismo como el número enorme de las oscilaciones del péndulo hace ridícula la
idea de que el medio es el responsable de la continuidad del movimiento violento. Pero
además, una piedra que se balancea al final de una cuerda puede verse como una piedra que
cae con dificultad y así la veía seguramente un aristotélico.
Por lo demás, el experimento más burdo puede mostrar la falsedad de la tesis aristotélica.
Una bola de hierro de diez kilos no cae diez veces más deprisa que una bola de un kilo. Otra
cosa es demostrar experimentalmente que ambas caen al mismo tiempo. Lo que hoy se da
por seguro es que Galileo no lo hizo desde lo alto de la torre de Pisa ante todos los
universitarios congregados para ver el gran acontecimiento. Ésa es otra de las anécdotas que
a partir de una frase de Viviani, su discípulo y primer biógrafo, los historiadores posteriores
fueron aderezando como muestra del genio de Galileo y la estupidez de sus adversarios,
desde una concepción ingenuamente positivista de la ciencia.
En todo caso, uno de los logros más importantes de Galileo, en este terreno, fue su
descubrimiento de la ley de caída de los cuerpos, que enuncia en una carta de 1604 a
Paolo Sarpi. (Opere X, pág. 115)
Nos dice en ella que los espacios atravesados por un cuerpo en caída libre son
como los cuadrados de los tiempos y que los espacios atravesados en tiempos
iguales, son como los números impares a partir de la unidad.
Tabla 2
1 1 1 1
2 3 4 4
3 5 9 9
4 7 16 16
5 9 25 25
6 11 36 36
7 13 49 49
8 15 64 64
Tabla 2. Esquema de la ley de la caída de los graves de Galileo. Hay discusiones sobre cuál
fue exactamente el proceso de descubrimiento. Es probable que descubriera
experimentalmente que los espacios recorridos son como la serie de los impares a partir de
la unidad, y que después se diera cuenta de que las sumas de estos espacios eran iguales a
los cuadrados de los tiempos (1 + 3 = 4) (1 + 3 + 5 = 9) etc. Y eso significaba que los
espacios totales recorridos eran como los cuadrados de los tiempos. Pero, en todo caso,
Galileo buscó un principio del que derivar su ley, que encontró sólo en un segundo momento.
En esta carta Galileo dice que la ley se deduce a partir de un principio indudable, es
decir, que la velocidad del cuerpo que cae aumenta con la distancia al punto de
partida. Pero cuando presenta la ley en los Discorsi ya ha corregido su error inicial y expone
el principio correcto, según el cual la velocidad aumenta con el tiempo. (Opere VIII, págs.
203-204)
Pero su afirmación tiene interés en la medida en que confirma que Galileo no duda ni por
un momento que la naturaleza sigue una regularidad matemática simple. Ahora
bien, es evidente que Galileo no dedujo la ley del principio correcto puesto que la formuló
antes de descubrirlo. ¿Cómo la descubrió, pues? Dada la creencia de Galileo no sólo en la
utilidad sino incluso en la necesidad de las matemáticas para el estudio de la física, es
posible que contrastara experimentalmente algunas series matemáticas de espacios y
tiempos.
Koyré afirmaba que Galileo había utilizado un proceso de este tipo. Ahora bien, Koyré no
creía que Galileo, con los recursos de que disponía, fuese capaz de realizar experimentos
suficientemente precisos y que los experimentos que exponía en sus publicaciones eran en
realidad experimentos mentales.
Contenido complementario 87
Contenido complementario 88
Figuras 47
1 1 4,9 (4,9 x 1) 15
2 4 19,6 (4,9 x 4) 30
3 9 44,1 (4,9 x 9) 45
Figura 48
Figura 48. Fotografía estroboscópica en intervalos de 1/30 segundos, que pone de maifiesto
la independencia de los dos componentes del movimiento de un proyectil que Galileo analizó
teórica y experimentalmente. Como puede verse la bola proyectada, que describe una
trayectoria parabólica, obedece a la ley de la caída exactamente igual que el de la bola que
se ha dejado caer sin más. (Cohen 1985, 122)
Éste es el principio básico de una nueva física que ha roto definitivamente con la
dominante desde Aristóteles al siglo XVII. Pero no es aún la física de Newton. Entre
otras razones, porque el movimiento "inercial" galileano es circular, mientras que
el cartesiano-newtoniano es rectilíneo. Una diferencia fundamental, correlativa a la
que existe entre un universo finito y un universo infinito.
Pero no nos adelantemos. En 1609 Galileo había desarrollado una nueva física. Hasta
entonces Galileo era un reconocido profesor de matemáticas, pero no había publicado
prácticamente nada, ni había insistido en su tímida confesión de copernicanismo de 1597.
Sin embargo, en el plazo de un año su vida experimentaría un cambio decisivo.
Por lo demás, en países como Francia y Holanda se vendían por unas monedas, pero con
ellos no se podía ver nada de lo que se prometía. Eran meras baratijas. (Ronchi, 1954, pág.
116)
En 1609, Galileo empezó a construir por sí mismo telescopios cada vez mejores. Al
poco tiempo hizo una demostración, desde lo alto de la iglesia de San Marcos, a las
autoridades de Venecia. Su telescopio fue capaz de hacer ver naves aproximándose a puerto
que, a simple vista, sólo se verían dos horas después. Fue un éxito total y en recompensa
prácticamente le duplicaron el sueldo. Aquello desató los celos y envidias de muchos de sus
colegas. Pero los problemas no habían empezado aún. Algunos incluso habían mirado al cielo
con el nuevo instrumento pero, al parecer, no vieron nada relevante.
Cuando Galileo empezó sus observaciones, no podía mirar al cielo sin hacer algún
descubrimiento importante. Está claro que para ver hechos teóricamente
relevantes no basta tener ojos y mirar. (Beltrán, 1983, pág. 72 y ss.)
A finales de 1609 y principios de 1610 Galileo vio que la Luna estaba lejos de ser
una esfera perfecta de una sustancia etérea especialmente pura. Al contrario, su
superficie era tan “irregular, escabrosa y llena de cavidades”como la de la Tierra, e incluso
tenía montañas mucho más altas que nuestro globo.
Figura 49
Figura 49. Dibujos de distintas imágenes de la Luna dibujadas por Galileo a partir de sus
observaciones con su telescopio.
Otros, desde antiguo, habían visto manchas en la Luna. Bruno había dicho que “la Luna no
es más cielo para nosotros que nosotros para la Luna.” (Bruno, 1984, pág. 77)
La Vía Láctea y las nebulosas no eran sino cúmulos de innumerables estrellas, como las que
el telescopio descubría en número incontable y que a simple vista no se veían. Pero el
descubrimiento más sorprendente era el de los satélites de Júpiter. Galileo tarda
tres días en verlos como tales. En un primer momento cree que son estrellas fijas en una
curiosa alineación. Pero al tercer día su cambio de posición en torno a Júpiter elimina sus
dudas y reticencias: son satélites.
Figura 50
Figura 50. De arriba abajo, dibujos de Galileo de sus observaciones de los cuatro satélites -
los visibles con su telescopio- de Júpiter los días 7, 8, 10, 11, 12, 13, 15 de enero de 1610.
Los días 9 y 14 estaba nublado. en un principio Galileo creyó que se trataba de estrellas
fijas, pero al ver su cambio de disposición en torno a Júpiter, el tercer día de observación, el
día 10, decidió que no podían ser más que satélites de Júpiter. Siguió escrupulosamente las
observaciones y determinó los periodos de los respectivos satélites.
Más tarde vería otro argumento en favor del heliocentrismo al observar las fases de
Venus. Sus descubrimientos no constituían pruebas decisivas del sistema copernicano, pero
sin duda minaban seriamente la cosmología ortodoxa, cuya fortaleza, a estas alturas, tras la
ruina de las esferas celestes sólidas provocada por las observaciones de Tycho Brahe,
dependía en buena medida del poder de sus inflexibles defensores.
Pero, en una hábil operación diplomática, Galileo protegió su mayor descubrimiento, los
satélites de Júpiter, bajo el manto de los Medici. Tras las consultas con la corte de Florencia,
Galileo bautizó los satélites jovianos como “planetas medíceos”. Cualquiera que quisiera
criticarlos debería tener cuidado de no ofender a los Medici, que les habían dado nombre.
La crítica de los adversarios fue despiadada y, en algunos casos, desleal. Antonio Magini,
astrónomo de Bolonia, dirigía la oposición mandando cartas a toda Europa, negando los
descubrimientos o su originalidad, e intentando desacreditar a Galileo.
Cremonini, amigo personal de Galileo pero también enconado adversario teórico, hoy es
famoso porque no quiso mirar por el telescopio, aduciendo que no estaba para tonterías y
que además “le producía dolor de cabeza.” (Opere XI, pág. 165)
Pero no fue el único. Algunos afirmaban que los supuestos satélites eran alucinaciones
producidas por el mismo telescopio. Este tipo de críticas amainaron aproximadamente un
año después cuando Kepler, tras escrupulosas observaciones mediante un telescopio de
Galileo, aceptó con entusiasmo los descubrimientos de éste. “Vicisti Galilaee”escribió.
(Opere III, pág. 189)
Bellarmino, vigilante ante cualquier novedad, empieza a estar inquieto por la relevancia que
está adquiriendo la cuestión y pide un informe a los matemáticos del Colegio Romano.
Posiblemente se preguntaba si aquellas innumerables estrellas que había descubierto Galileo
por doquier podían reforzar la tesis de los infinitos mundos de Bruno, al que la Inquisición
había quemado diez años antes.
Los matemáticos jesuitas aceptaban la realidad de los nuevos descubrimientos, pero no así
su interpretación en clave copernicana. Los defensores de la ciencia tradicional, La
Galla y Lodovico delle Colombe por ejemplo, empiezan a atacar duramente a Galileo y su
copernicanismo.
La jerarquía de las disciplinas tenía una dimensión profesional muy clara. Pero Galileo
quería ser matemático y filósofo. Más aún, pretendía ser filósofo porque era
matemático. Afirmaba que sin las demostraciones geométricas “la filosofía no merece el
nombre de ciencia, sino más bien el de opinión.” (Opere IV, pág. 696)
Con la aceptación de los Medici a su petición, Galileo había inventado un nuevo estatus
profesional fuera de la universidad.
Contenido complementario 89
Lo más importante era que esto le permitió sustraerse a la jerarquía académica de las
disciplinas y enfrentarse de tú a tú con los filósofos universitarios y, sobre todo,
reivindicar lo que éstos veían como contradictorio: una física matemática.
“Espero un reproche terrible de algún adversario. Ya me parece estar oyendo que una cosa
es tratar las cosas físicamente y otra tratarlas matemáticamente, y que los geómetras
deberían limitarse a sus fantasías y no inmiscuirse en las cuestiones filosóficas, cuyas
verdades son distintas de las verdades matemáticas. Como si pudiera haber más de una
verdad; como si la geometría hoy pudiera estorbar a la consecución de la verdadera filosofía;
como si fuera imposible ser geómetra y filósofo.”
(Opere IV, pág. 49)
“La filosofía está escrita en este grandísimo libro que continuamente está abierto ante
nuestros ojos (me refiero al universo), pero no puede entenderse si antes no se aprende a
comprender la lengua y conocer los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje
matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las
cuales es imposible entender humanamente una palabra.”
(Opere VI, pág. 232)
En el otro texto afirma la distinción entre las cualidades primarias, figura, dimensión,
número, reposo, movimiento, y las cualidades secundarias, olor, sabor, sonoridad. Las
primarias son constitutivas de la naturaleza, las secundarias no pertenecen a la naturaleza,
radican en el sujeto que la estudia. (Opere VI, págs. 347-348)
Resulta así que la naturaleza está constituida por lo medible o geometrizable. Por
eso la matemática no es un mero instrumento sino una necesidad ineludible para el estudio
de la naturaleza. Los dos textos de Galileo están íntimamente relacionados y nos obligan a
reconocer la indisolubilidad de los problemas ontológico y metodológico.
Salviati (Galileo) y Simplicio, el aristotélico, están ante una torre desde la que se deja caer
una piedra. Galileo afirma que la trayectoria de la piedra es una mezcla de movimiento recto
y circular. ¡Santo Dios!, se escandaliza el aristotélico, pero si él la ve caer paralela a la torre,
recta y perpendicularmente. Claro, replica Galileo, él también ve lo mismo. El desacuerdo no
está en lo que ven sino en cómo lo piensan. Por eso lo que hay que hacer es analizar
conceptualmente la cuestión para ver quién se engaña y por qué.
Galileo quiere enseñar a mirar al aristotélico. Éste cree que para poder decidir si la Tierra
gira sobre sí misma o está quieta basta observar hechos como la caída de una piedra desde
una torre por ejemplo. En cambio Galileo sabe que esos hechos no prueban ni el reposo ni la
rotación de la Tierra. Quiere dar a entender al aristotélico que esa experiencia bruta a la que
se remite constantemente no es un criterio tan válido y unívoco como cree.
La piedra comparte con la torre, Galileo y el aristotélico el movimiento de rotación diurno de
la Tierra, y por ser común a todos “no se ve”. Pero ese movimiento de rotación junto con el
recto de caída, el único que puede observarse porque no es compartido por los dos
observadores, dan como resultado un movimiento mezcla de recto y circular. El aristotélico
no se equivoca porque vea mal, sino porque piensa mal. Miran lo mismo, pero lo ven de
diferente modo porque miran desde teorías distintas. Es decir, su error está en su teoría, no
en su experiencia. (Opere VII, pág. 280 y ss.; y III, Parte Prima, págs. 394, 397-398)
Uno de los textos más citados como prueba era Josué 10, 12-13: “Detente, Sol, en
Gabaón (...) El Sol se paró en medio del cielo y dejó de correr un día hacia el ocaso.” Los
intentos de Galileo de compatibilizar la investigación científica con la lectura del texto bíblico
resultaron vanos y, a pesar de todos sus esfuerzos, la teoría copernicana de la que se había
constituido en el gran defensor fue condenada en 1616, como falsa, por una parte, y
contraria a las Escrituras, por otra.
Por orden del Papa, Galileo fue amonestado por Bellarmino y se le prohibió que en
adelante defendiera la teoría copernicana. Posteriormente, Urbano VIII le permitió
escribir el Diálogo sobre los dos máximos sistemas, con la condición de que tratara la teoría
copernicana como una mera hipótesis. El texto se publicó, en 1632, tras ser reiteradamente
censurado y haber conseguido todos los permisos exigidos.
Pero, finalmente, eso provocaría que le acusaran de haber desobedecido la orden recibida en
1616 de no defender la teoría copernicana. Un proceso lleno de irregularidades, tratos
extrajudiciales, engaños, acabó con la condena de Galileo a cárcel domiciliaria de por vida.
La campaña copernicana desarrollada por Galileo en los veinte años anteriores fracasaba
definitivamente.
Dolido, anciano, y medio ciego, todavía halló fuerzas para escribir en sus últimos años
las Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas
ciencias (1638), en las que presentaba deductivamente su teoría del movimiento local y la
resistencia de materiales. Desde el punto de vista estrictamente científico es su obra más
acabada y explica que se le denomine el padre de la ciencia moderna. Con su condena, la
ciencia en Italia sufrió un golpe decisivo. Y el centro de gravedad de la vida
científica se desplazó primero a Francia, y después a Inglaterra.
Eso explica en buena parte que resulte muy fácil, y en una síntesis como la
presente muy tentador, prescindir del pensamiento renacentista a la hora de contar
el desarrollo de las ideas centrales de la física.
Contenido complementario 90
Y si puede hacerse es, entre otras cosas, porque desde la nueva ciencia que se impuso,
la filosofía natural mágico-naturalista, simplemente no es ciencia. Para Galileo o
Descartes, no se trata sólo de que sea una filosofía natural errónea, además es mera
superstición.
Para el filósofo natural renacentista la naturaleza era algo vivo, animado, dotado de toda
clase de poderes ocultos. La materia, en esta concepción, estaba dotada de vida y de
percepción, de características psíquicas humanas proyectadas en la naturaleza, como revelan
claramente los conceptos de "simpatía" y "antipatía" que se atribuían a todas las cosas. Éstas
explicaban que la sangre de un asesinado manara cuando pasaba cerca del asesino; o que
un tambor de piel de oveja no suene, por más que se le golpee, cuando suena un tambor de
piel de lobo. La acción causal se concibe como un poder psicológico y moral.
Eso hacía que donde el aristotelismo escolástico había afirmado un orden racional
que la inteligencia humana podía conocer, la filosofía natural del siglo XVI veía la
naturaleza como un misterio opaco a la razón. El naturalismo mágico se asentaba
fundamentalmente en la convicción de que la naturaleza es un enigma insondable en cuya
profundidad la razón humana nunca puede sumergirse. Es frecuente en este momento la
imagen de la naturaleza como un "oscuro laberinto".
La experiencia y sólo la experiencia podría enseñar a conocer las fuerzas ocultas que
impregnaban la naturaleza. Pero no se trataba del experimento tal como lo entendería y
llevaría a cabo la nueva ciencia. Muy al contrario, por más que el mago renacentista
destaque la importancia de la experiencia, en la magia natural el conocimiento empírico de la
naturaleza, en la medida en que es posible, consiste en un proceso empático, en el que el
mago se identifica con la cosa a conocer.
“Finalmente, en relación con las vanas doctrinas, consideraba que conocía suficientemente
su valor, de forma que no podía ser engañado ni por las promesas de un alquimista, ni por
las predicciones de un astrólogo, ni por las imposturas de un mago, ni por los artificios o
presunción de todos los que hacen profesión de aparentar saber más de lo que saben.”
(A-T, VI, pág. 9)
Contenido complementario 91
“Me parece que en general filosofa mucho mejor que la mayoría, en la medida en que
abandona todo lo que puede los errores de la Escuela, y trata de examinar las cuestiones
físicas con razonamientos matemáticos. En esto estoy enteramente de acuerdo con él y creo
que no hay otro medio para hallar la verdad. Pero me parece que adolece mucho de hacer
continuas digresiones y no se detiene a explicar completamente una cuestión; lo que
muestra que no las ha examinado por orden y que, sin haber considerado las primeras
causas de la naturaleza, sólo ha buscado las razones de algunos efectos particulares, y de
este modo ha construido sin fundamento”.
(A-T, II, pág. 380)
Según nos cuenta, identificó unas pocas reglas metodológicas que esperaba aplicar a las
otras disciplinas con el mismo éxito que al álgebra.
Contenido complementario 93
Pero, dado que en la filosofía no encontraba nada cierto y seguro, primero tendría que
determinar y establecer los principios sobre los cuales podían erigirse dichas disciplinas, y el
saber en su conjunto. No obstante, Descartes considera que a sus 23 años no está maduro
para la tarea y decide dedicarse a limpiar su mente de las malas opiniones recibidas,
acumular experiencia y practicar con su método.
En los nueve años siguientes, en los que no es fácil seguirle la pista, viaja constantemente.
Su prestigio en el mundo intelectual va en aumento. Hacia 1628, ya se declara capaz de
afrontar otras ciencias “más elevadas” que el álgebra. Se retira a Holanda y allí en los
primeros meses dice ocuparse de la demostración de la existencia de Dios y del alma
humana y piensa en publicar un pequeño tratado de metafísica.
Pero sus intereses científicos están siempre presentes y la información que le llega, a través
de Reneri, sobre la observación de los parhelios o falsos soles le lleva de nuevo a la física, y
planea escribir un tratado de meteorología como ejemplo de su filosofía. Aunque a finales de
1629 le dice a Mersenne que si publica algo al respecto será anónimamente “principalmente
a causa de la teología, que está de tal forma sometida a Aristóteles, que es casi imposible
explicar otra filosofía sin que en seguida parezca contraria a la fe.” (A-T, I, pág. 85)
“(...) si esto [el movimiento de la Tierra] es falso, todos los fundamentos de mi filosofía lo
son también, pues se demuestra a partir de ellos de modo evidente. Y está tan ligado con
todas las partes de mi tratado, que no podría eliminarlo sin convertir todo el resto en
defectuoso. Pero dado que no quisiera que saliese de mí un discurso en el que se hallara la
más mínima palabra que fuese desaprobada por la Iglesia, prefiero suprimirlo que hacerlo
parecer estropeado.” (A-T, I, pág. 271)
No existe, pues, el vacío. Además, Dios ha dividido esa materia en distintas partes -
Descartes distingue tres clases de corpúsculos diferenciados por su tamaño y forma-, no
mediante la interposición de vacío, sino a través de “la diversidad de movimientos que les
da”, haciendo que las partes se muevan en distintas direcciones y a distintas velocidades. A
partir de este momento inicial de diferenciación, continúan su movimiento:
“(...) siguiendo las leyes maravillosas de la Naturaleza. Pues Dios ha establecido estas leyes
tan maravillosamente que (...) son suficientes para hacer que las partes de este caos se
separen por sí mismas y se dispongan en tan buen orden, que llegue a tener la forma de un
mundo perfecto en el cual, no sólo podrá verse la luz sino también todas las demás cosas,
tanto generales como particulares, que aparecen en este verdadero mundo.” (A-T, XI, págs.
34-35; Descartes, 1991, pág. 104)
Descartes ha dejado claro que no se trata del mundo que Dios creó hace unos cinco o seis
mil años. Es decir, no se trata del mundo cuya creación se describe en el Génesis. Pero,
inmediatamente después del último texto citado, afirma que tampoco se trata del mundo de
los sutiles filósofos escolásticos, con su materia prima, y añade:
“Además, mi intención no es explicar, como ellos, las cosas que en efecto existen en el
verdadero mundo, sino sólo fingir uno a mi gusto, en el cual no exista nada que los espíritus
más burdos no sean capaces de concebir y que pueda, sin embargo, ser creado tal y como
yo lo habré fingido.”
(A-T, XI, pág. 36; Descartes, 1991, pág. 106)
Nadie puede creer que Descartes pensara seriamente que su física, por más apriorística que
fuera, y por más hipotéticamente que la presentara, no tenía ninguna pretensión de ayudar a
entender nuestro mundo. Pero, si ya en 1629-1630 Descartes era un filósofo “enmascarado”,
dispuesto a evitar problemas a toda costa, tras la condena de Galileo, su sinuosidad se
acentúa y hace mucho más difícil determinar cuáles son sus auténticas intenciones y
creencias.
Contenido complementario 94
“Bene vixit, bene qui latuit”, le escribe a Mersenne, citando a Ovidio, y se asombra de que,
en Francia, haya miembros de la Iglesia que se atrevan a escribir sobre el movimiento
terrestre. Pero quizás esto le anima a considerar la posibilidad de publicar algunas de sus
investigaciones, a las que frecuentemente se refiere como “rêveries”(fantasías), aunque no
tengan que ver con el heliocentrismo.
También los colores se explican fácilmente: vemos negro un cuerpo cuando su superficie
destruye totalmente los rayos de luz, blanco cuando los refleja sin modificación, y los demás
colores según las distintas modificaciones que la superficie produce al reflejarlos. Al tratar los
fenómenos de la refracción, utiliza la analogía de una pelota de tenis y afirma que la
desviación del rayo se debe a la diferente velocidad de la luz en los dos medios, y que es
mayor en los más densos.
Y a partir de los principios de esta óptica física afirma que si v i es la velocidad de la luz en el
medio superior, vr su velocidad en el medio inferior, y sen i y sen r son los senos de los
ángulos de incidencia y de refracción respectivamente, entonces vr / vi es una constante y
sen i / sen r = vr / vi.
Descartes presenta su ley como si la hubiera deducido de la naturaleza física de la luz, pero
hoy está claro que no fue así y hay muchas discusiones respecto a cómo la descubrió.
A continuación afronta el tema de la visión, tanto desde el punto de vista de la anatomía del
ojo y su funcionamiento como de la mecánica de la visión de los objetos distantes.
Después trata de los instrumentos ópticos para mejorar la visión: las formas o tipos de
curvas que deben tener las lentes para que los rayos divergentes converjan en un mismo
foco y cómo cortarlos.
Los últimos tres capítulos están dedicados a la explicación de meteoros como el arco iris -
cuya explicación considera clave para la de los otros-, las coronas y los parhelios, que son las
que explica de modo más cuantitativo y experimental.
Contenido complementario 95
El arco iris no sólo se formaba en el cielo sino también en las fuentes, en las salpicaduras de
agua, etc. Descartes tiene claro que la explicación ha de buscarse en las gotas de agua, y se
construyó una gran gota llenando de agua una especie de pecera de cristal esférica.
Figura 51
Figura 51. Imagen de la Dióptrica de Descartes (Descartes 1981, 247) con la que ilustra su
explicación de la formación del arco iris. Descartes tiene claro que la explicación ha de
buscarse en las gotas de agua, y se construyó una gran gota llenando de agua una especia
de pecera de cristal esférica. Con el brazo extendido y de espaldas al Sol la mueve arriba y
abajo y observa los efectos de la reflexión y refracción de la luz. En concreto observó que si
el ojo estaba situado en E y situaba la esfera en BCD, se formaba una mancha roja brillante
en el punto D. Además observó que, si las líneas DE y EM formaban un ángulo de 42 grados,
no importaba como moviera la esfera el punto D aparecía siempre rojo. Si aumentaba el
ángulo, es color desaparecía, pero si lo disminuía se dividía en dos partes brillantes en las
que se veía el amarillo, el azul y los otros colores. Además, dirigiendo la mirada al punto K
sucedía algo análogo pero inverso: aparecía una mancha roja cuando el ángulo KEM era de
52 grados, pero ahora un ligero aumento del ángulo producía otros colores, mientras que si
se disminuía desaparecían todos. La conclusión de Descartes es que si el espacio situado
hacia M está lleno de gotas de agua, en todas las que formen un ángulo de 42 grados con el
ojo E, las situadas en el círculo R, aparecerá un punto rojo intenso, y hacia S y T se formarán
círculos de colores más débiles hasta el violeta. Es decir se producirá el arco iris primario que
pasará por D. Mientras que en las gotas situadas en el círculo de los 52 grados se formará el
arco iris secundario con el rojo abajo y los colores hasta el violeta hacia arriba, donde están
Y y V. Este es sólo el inicio de una larga explicación que, aunque plantea numerosos
problemas, constituye un hito en la óptica.
Con el brazo extendido y de espaldas al Sol, mueve la esfera arriba y abajo y observa los
efectos de la reflexión y refracción de la luz. En concreto observó que, si el ojo estaba
situado en E y situaba la esfera en BCD, se formaba una mancha roja brillante en el punto D.
Además observó que, si las líneas DE y EM formaban un ángulo de 42 grados, no importaba
como moviera la esfera el punto D aparecía siempre rojo.
La conclusión de Descartes es que si el espacio situado hacia M está lleno de gotas de agua,
en todas las que formen un ángulo de 42 grados con el ojo E, las situadas en el círculo R,
aparecerá un punto rojo intenso, y hacia S y T se formarán círculos de colores más débiles
hasta el violeta. Es decir, se producirá el arco iris primario que pasará por D. Mientras que en
las gotas situadas en el círculo de los 52 grados se formará el arco iris secundario con el rojo
abajo y los colores hasta el violeta hacia arriba, donde están Y y V.
Éste es sólo el inicio de una larga explicación que, aunque plantea numerosos problemas,
constituye un hito en la óptica. Y ni Gassendi, ni Hobbes, ni Mersenne, ni Beeckman,
partidarios de una visión mecanicista, consiguieron nunca los fenómenos con un modelo
cuantitativo de física matemática mecanicista semejante.
Otra aportación fundamental a la ciencia la hizo Descartes en el tercer ensayo que publicó
junto con los dos anteriores, La Geometría, que redactó mientras se estaban
imprimiendo Los Meteoros. En la primera parte, Descartes aporta un nuevo método
algebraico de resolver problemas geométricos utilizando procedimientos matemáticos y
viceversa. En la geometría griega, si una determinada cantidad era representada por un
segmento de línea, el cuadrado de esta cantidad se representaba con el cuadrado construido
con el segmento de línea como lado, el cubo mediante el cubo que tenía el segmento por
arista. De este modo, la representación geométrica de operaciones algebraicas era muy
limitado. Descartes demostró que el cuadrado, el cubo, y otras potencias de una línea podían
representarse mediante otras líneas, y no ya figuras. Además, mostró que no se necesita
trazar las líneas. Introduce una nueva notación sustituyendo los segmentos de líneas
conocidas por las letras a, b, c... y las desconocidas o incógnitas por x, y, z... Consigue una
solución general de las ecuaciones con dos incógnitas: F (x, y) = 0, considerando x como la
abscisa de un punto y la correspondiente y como su ordenada; al variar x, para cada valor de
x corresponde un valor de y que puede ser determinado resolviendo la ecuación.
Con este método soluciona el famoso problema de Pappus (A-T, VI, pág. 377 y ss.).
Después lo extendió, primero distinguiendo las curvas que corresponden a las ecuaciones de
segundo grado, la elipse, la hipérbola y la parábola, después “a cualquier curva a la que sea
aplicable algún cálculo geométrico”, y finalmente a las ecuaciones de tercer o cuarto grado
que comprenden los problemas que Descartes llama “sólidos“, donde ya va mucho más allá
de los intereses de los matemáticos griegos, introduciendo no sólo raíces negativas, sino
también imaginarias.
En 1637 publicará los tres ensayos, con el Discurso del método como prólogo. Este último es,
en realidad, un texto muy poco metódico y su orden surge de la autobiografía intelectual y
no del pensamiento sistemático.
Contenido complementario 96
Poco después, con un cambio un tanto sorprendente, empieza a hablar de esta publicación
como una preparación para la de su física, que, hasta entonces, a pesar de la insistencia de
amigos como Mersenne o Constantin Huygens, se había negado siquiera a plantearse.
Considera los tres tratados publicados como muestras del funcionamiento y posibilidades de
un método que el Discurso del método no pretende enseñar, sino sólo comentar. Ha querido
mostrar que puede extenderse a la metafísica, a la física y a la medicina.
Contenido complementario 97
Tras señalar que, en la cuarta parte del Discurso, Descartes presenta una breve muestra de
la metafísica que estaba construyendo, Gaukroger afirma que es probable que su interés
por la metafísica hubiera adquirido un carácter de urgencia debido a la condena de Galileo.
(1997, pág. 304)
Entre 1637 y 1640, Descartes tiene numerosas discusiones científicas relacionadas con los
ensayos publicados. En Holanda, donde Reneri ha estado años enseñando la filosofía
cartesiana, la discusión es encendida, pero intervienen también filósofos o científicos de
distintos países europeos, coordinados por así decirlo por Mersenne.
Descartes no parece ser capaz de congeniar intelectualmente ni siquiera con los más
próximos teóricamente como Fermat, Gassendi o, sobre todo, Hobbes. La crítica de los
jesuitas le duele especialmente porque esperaba que fueran el vehículo para sustituir la
escolástica aristotélica por la escolástica cartesiana. Todo esto se pone de manifiesto en la
aparición de las Meditaciones Metafísicas, que publica en 1641, junto con las objeciones
de los críticos a los que previamente había dado a conocer su texto y sus propias respuestas.
Por entonces Descartes ya había decidido que, con los jesuitas o contra ellos, publicaría una
exposición sistemática de su pensamiento que, en un principio, decide presentar como
su Summa Philosophiae (A-T, III, pág. 523) al modo de los manuales escolásticos, cuya
primera parte, dice en diciembre de 1640, “contiene casi las mismas cosas que las
Meditaciones.” (A-T, III, pág. 276)
Contenido complementario 98
Galileo y Descartes reconocen como interlocutores a Aristóteles y al aristotelismo
medieval, cuyos puntos de vista van a combatir, prescindiendo de la filosofía
natural renacentista.
Aunque Dios hubiera reducido una parte de materia a una dimensión que ninguna criatura
pudiera dividirla, no podríamos concluir que es indivisible, “porque Dios no puede privarse a
sí mismo de subdividirla puesto que no le es posible reducir su omnipotencia.” (A-T, IX, pág.
74; Descartes 1995, pág. 85). Es decir, que la infinita división del espacio de la geometría y
la omnipotencia de Dios se alían para rechazar la otra tesis básica del atomismo clásico, que
en la segunda mitad del XVII recuperarían autores como Gassendi y otros oponentes de
Descartes.
Ni que decir tiene que los misteriosos poderes ocultos de la filosofía renacentista y las formas
sustanciales de la filosofía aristotélica y escolástica todavía quedaban peor paradas. Por una
parte, Descartes dice que ni siquiera entiende qué son tales formas.
Pero no sólo son innecesarias conceptualmente, sino que además, según Descartes, frente a
la capacidad explicativa de su filosofía mecánica -una afirmación que en aquellos momentos
es más bien dudosa-, la filosofía escolástica es totalmente estéril.
Contenido complementario 99
Y Descartes se apresura a aclarar que no se requiere más acción para producir movimiento
que para generar el reposo y que el movimiento y el reposo son simplemente dos modos o
formas del cuerpo en el que se dan. Es decir, que, como Galileo antes que él, Descartes
elimina la diferencia ontológica que existía entre movimiento y el reposo en la
física aristotélico-escolástica.
“En relación con la primera causa del movimiento, me parece evidente que no es otra que
Dios, quien en razón de su omnipotencia ha creado la materia con el movimiento y el reposo
y que ahora conserva en el universo, mediante su concurso ordinario, tanto movimiento y
reposo como el producido al crearlo.”
(A-T, IX, pág. 83; Descartes, 1995, pág. 96).
La siguiente ley cartesiana del movimiento trata del choque y, puesto que es el
único modo que tienen los cuerpos de actuar uno sobre otro, esta ley contiene el
verdadero fundamento de la física cartesiana. Se basa en la tendencia de los
cuerpos a perseverar en su estado de reposo o movimiento enunciada en la primera
ley, que ahora se define como la capacidad de oponer resistencia a cualquier
perturbación del propio reposo o de la continuidad del movimiento. Aunque no se
dice explícitamente, la tendencia a la perseveración viene determinada por la quantitas
materiae o masa. La ley dice así:
“Si un cuerpo en movimiento choca con otro más fuerte que él, no pierde nada de su
movimiento; ahora bien, si encuentra otro más débil y que puede mover, pierde tanto
movimiento como comunica al otro.”
(A-T, IX, pág. 86)
Descartes desarrolla esta ley básica en siete reglas que consideran distintos casos de
choque.
“(...) todo cuerpo que se mueve tiende a continuar su movimiento en línea recta.”
(A-T, IX, págs. 85-86; Descartes, 1995, pág. 100)
Como se ve, esta última ley junto a la primera contienen la formulación del principio de
inercia que después enunciará Newton en su primera ley. Descartes fue el primero que
afirmó el carácter rectilíneo del movimiento inercial, frente a la “inercia circular”
de Galileo. No obstante, en Descartes aún persiste cierta ambigüedad.
No se trata tanto de que en un mundo lleno el movimiento de cualquier parte tenga que ser
“en cierto modo circular”, en el sentido de que implica el de todo un circuito cerrado de
materia, sino de una cierta recaída en la idea de naturalidad del movimiento circular. Eso se
percibe cuando analiza la mecánica del movimiento circular de la piedra en la honda.
Figura 52
Figura 52. En el análisis del movimiento circular de Descartes hay varios puntos que llaman
la atención. Hemos visto que Descartes afirmaba que un cuerpo en movimiento, abandonado
a sí mismo, tiende a continuar dicho movimiento en línea recta. Pero analizar el movimiento
de una piedra en una honda, nos dice que la tendencia al movimiento inercial, de A a C, que
seguiría la piedra si quedara libre, “está compuesta de otras dos” tendencias: 1) a girar por
el círculo AB, porque “no es en absoluto obstaculizada por la honda “ a esta inclinación al
movimiento por AB; 2) la tendencia a alejarse de D por VXY, a la que la honda sí opone
resistencia. Es obvio, por tanto, que, después de formular correctamente el principio de
inercia, reintroduce en cierto modo movimiento circular como un movimiento natural. Por
otra parte, mientras que desde Newton la pregunta es qué es lo que hace que el cuerpo se
desvíe de su movimiento inercial rectilíneo para girar en círculo y el centro de interés es la
fuerza centrípeta, en Descartes el centro de atención está puesto en la fuerza centrífuga.
Afirma que, por distintas causas, la piedra tiene tres tendencias: 1) a moverse por la
tangente si tenemos en cuenta sólo la “agitación” de la piedra; 2) a moverse por el círculo,
que “no es en absoluto obstaculizada por esta honda” (A-T, XI, págs. 85-86; Descartes,
1991, pág. 146); 3) a moverse por el radio DA hacia E.
Como se ve, aquí el movimiento circular de hecho parece recuperar cierta naturalidad.
Además, según Descartes, el movimiento inercial, es decir, la tendencia a moverse por la
tangente, se compone de otras dos tendencias, una a moverse en círculo, la otra del centro
hacia afuera por el radio.
De hecho, estamos muy lejos aún de la física newtoniana. No se trata únicamente de que de
las siete leyes del choque de Descartes, seis sean erróneas, como ya señalaría Huygens,
sino de que, por ejemplo, Descartes no concibe un cambio únicamente en dirección,
sin ningún cambio de velocidad, como un cambio en la cantidad del movimiento.
Por otra parte, desde 1680, Leibniz pondría de manifiesto lo erróneo del principio de
conservación del movimiento cartesiano, mostrando que, por ejemplo, de él se derivaría el
absurdo de que se podría construir una máquina del movimiento perpetuo.
Pero lo cierto es que, a partir de elementos tan simples como la materia o extensión dividida
en partículas y las leyes del movimiento, Descartes explicaba paso a paso la formación del
mundo y todos los fenómenos naturales.
En concreto, en la tercera parte de Los Principios..., elabora su cosmología: el
universo de los vórtices.
Figura 53
Figura 53. Los vórtices del universo de Descartes. Los tres elementos es que se diferenció la
materia, a partir del movimiento que Dios impartió al universo, rotaban sobre sí mismas y en
torno a centros comunes organizándose en grandes vórtices. Sus ejes de rotación no podían
coincidir porque se habrían estorbado o un vórtice habría engullido al otro; por tanto, el eje
de uno solía estar próximo del ecuador de otro. El primer elemento entraba por los polos
hacia el centro y desde éste salía por el ecuador, entrando por el polo en otro vórtice. Las
partículas del segundo elemento, las que constituyen el éter, no pasaban de un vórtice a otro
porque no habrían podido conservar su movimiento. En todo caso, cuando las partículas del
primer elemento llegaban al centro empujaban las más lentas y mayores que tendían a
alejarse del eje de rotación en base a su fuerza centrífuga. Así, en el centro se concentró
materia del primer elemento que constituye el centro del vórtice que, en el caso de nuestro
vórtice, es el Sol. Las partículas más cercanas al centro eran más pequeñas y se movían más
deprisa, hasta una cierta distancia, en el caso de sistema solar, hasta Saturno, a partir del
cual la velocidad de revolución vuelve a aumentar, lo que quiere decir que las partículas eran
más pequeñas. A veces las partículas del primer elementos se aglutinan formando manchas
en el Sol. Si estas persisten y van formando una costra, la estrella o Sol correspondiente se
puede convertir en un planeta como o un cometa.
Dios ha creado toda la materia del universo y los astros en forma de partículas que,
a raíz del movimiento y el roce, se han ido diferenciando en tres clases, y siguiendo
las leyes del movimiento se han ido organizado en grandes vórtices o torbellinos
como nuestro sistema solar.
Las partículas giran en torno a su propio centro y, a la vez, en torno del centro del torbellino,
donde se forma el cuerpo fluido del Sol o de una estrella, dado que allí se concentran las
partículas más sutiles, veloces y penetrantes -Descartes lo llama a veces el primer elemento
o fuego-. Las más groseras, irregulares en su forma y lentas -el tercer elemento o tierra-,
van alejándose de este centro y constituyendo los distintos cuerpos sólidos, la Tierra y los
planetas. Las de tamaño intermedio, de forma esférica -el segundo elemento- forman el
fluido éter interestelar e interplanetario.
Toda la materia del vórtice gira en torno al centro, y los planetas que se han ido formando
acaban ubicándose en el estrato de éter que tiene su misma densidad y fuerza de perseverar
en el movimiento. El movimiento más rápido de las partículas, ocupadas por planetas de
menor densidad, de los estratos inferiores y el más lento de las partículas de los estratos
superiores mantendrán el planeta y el sistema planetario en su conjunto en equilibrio.
Pero a veces puede suceder que un planeta suficientemente alejado del centro sea empujado
y salga del vórtice. En este caso, pasa a convertirse en un cometa que atraviesa una serie de
vórtices.
Los vórtices tienen formas ovaladas debido a la presión que ejercen unos sobre otros. No
obstante, Descartes, por ignorancia o por desinterés, deja de lado las leyes de
Kepler. De hecho, resulta difícil imaginar como las leyes matemáticas de Kepler
hubieran podido ser integradas o deducidas en la teoría cualitativa de los vórtices.
En realidad, éste es un punto importante.
Está claro, por una parte, que aquí se plantean importantes problemas metodológicos. Por
otra, no es menos evidente que alguno de los mecanismos imaginados por Descartes
para explicar algunos fenómenos físicos fundamentales están muy lejos de ser
satisfactorios e ilustran muy bien la problematicidad del supuesto acuerdo de sus
explicaciones mecanicistas con la experiencia.
Pero surgía la lamentable consecuencia de que dado el giro del vórtice, los cuerpos deberían
caer no hacia el centro de la Tierra, sino hacia el centro de su paralelo, es decir, no por la
perpendicular a la superficie terrestre, sino por la perpendicular a su eje de rotación.
La explicación del magnetismo es aún más fantasiosa, y Descartes la propone sin haberse
molestado en realizar nunca series de experimentos como habían hecho Gilbert o Galileo, por
ejemplo.
Figura 54
Figura 54. Descartes observó que en torno a un imán esférico las limaduras de hierro se
disponen alrededor de los polos formando pequeños tubos curvados. A partir de ahí imaginó
un mecanismo de sus partículas que pudiera responder a estas observaciones. Las partículas
del primer elemento, debido a su forma irregular, se enganchan fácilmente y formaron
pequeñas columnas cuyas secciones transversales estaban formadas por triángulos
curvilíneos que así pueden pasar entre las partículas esféricas. Al salir se retuercen y toman
forma de tuerca de estrías dextrógiras o levógiras. Como hemos dicho, estas partes entran
en el Sol por los polos, y dado que el Sol y el vórtice entero gira en un sólo sentido, las
partes acanaladas que entran por el sur giran en un sentido y las que entran por el norte en
otro. Eso sigue sucediendo aunque el Sol se enfríe y forme un planeta como la Tierra, cuyos
poros permiten la entrada de la clase de partes acanaladas correspondientes al sentido de su
giro. Las que entran por el polo sur A pasan hasta el hemisferio opuesto, por canales
estriados, y cuando salen vuelven por el aire al punto de origen formando una especie de
vórtice. Las que entran por el polo norte B hacen lo mismo pero en sentido contrario. Dado
que los metales, como el hierro, se extraen del interior de la Tierra que está lleno de poros
estriados se magnetiza fácilmente. Abajo se ven dos imanes con los polos opuestos de uno y
otro cerca formando el vórtice magnético.
En este sentido, el triunfo de Descartes fue rotundo. Convenció más que ningún
otro a sus contemporáneos de que explicar un fenómeno físico era reducirlo al
movimiento de partículas. En este aspecto su éxito fue tal, que la imagen
mecanicista del mundo que acabó triunfando, la newtoniana, que incorporaba un
elemento esencial, el concepto de fuerza en particular y principios activos en
general, tuvo que luchar duramente con el cartesianismo antes de imponerse. Los
cartesianos del continente veían en la concepción de Newton el peligro de una vuelta a los
poderes ocultos del mago renacentista.
Historia Natural
Guía de lectura para el Tema 4
El apartado continúa explorando los orígenes del estudio de los seres vivos en la época de
Aristóteles. Un aspecto fundamental es el carácter ahistórico en el estudio de la naturaleza.
Aunque pensadores como Anaximandro o Empédocles propusieron una visión histórica del
desarrollo de la naturaleza, la visón de Aristóteles fue la que predominó. Para él, el universo
es eterno y no tiene historia. No existe un proceso evolutivo que de cuenta de un desarrollo
cronológico de las especies o las plantas. Tengan en cuenta el carácter cíclico que Aristóteles
le asigna a las formaciones geológicas.
De suma importancia fue la labor de catalogación y descripción que realizó Aristóteles sobre
diversas plantas y animales. Razón por la cual se le considera como el pionero de la zoología.
Tengan en cuenta que sus escritos al respecto no sólo se dedicaron a una mera descripción
de los animales, sino que utilizó su aparato lógico de la naturaleza (materia, acto, forma,
potencia etc.) para realizar una clasificación jerárquica de los animales y aportar una
explicación de su constitución. En este sentido la biología de Aristóteles ubica al hombre en
la cima de la escala de los seres vivos y demuestra el carácter teleológico de la naturaleza.
La naturaleza tiene una finalidad que se refleja en cada una de sus partes. Así por ejemplo,
el fin de una especie es perpetuarse como tal. Esta aproximación teleológica le permite a
Aristóteles desarrollar su teoría de la generación. Piensen en las características de esta
teoría.
El apartado sobre la historia natural en los siglos XVII y XVIII se inicia explorando el cambio
de percepción que ocurrió durante la revolución científica con respecto a la naturaleza. Si
hasta el Renacimiento la naturaleza se describía como un gran organismo, a partir de la
filosofía mecánica la metáfora central para describir el funcionamiento del universo será el
reloj. Este mecanicismo, desarrollado principalmente por Descartes, marginaliza los estudios
de historia natural y pone el énfasis en la nueva física y las matemáticas. Es fundamental
que tengan en cuenta la forma como el mecanicismo concibe la relación de Dios con la
naturaleza. Si en el continente se elabora una imagen deísta, en el contexto inglés la
presencia de Dios en los fenómenos naturales va a ser permanente. Tengan en cuenta cómo
los valores predominantes de la sociedad inglesa de la época: utilitarismo y la teología
natural, serán un gran aliciente para que los filósofos naturales estudien la naturaleza y su
historia.
Una de las principales teorías que se realizarán en el siglo XVII, será la de Thomas Burnet,
denominada la “teoría de la tierra.” Es importante que reflexionen sobre sus características y
cómo en algunos casos Burnet recurría a las Sagradas Escrituras para complementar su
teoría. Su investigación científica se vio limitada, en muchos casos, no por la evidencia
empírica sino por las Sagradas Escrituras.
El apartado continúa explorando el contexto religioso católico y la obra del gran naturalista
Buffon. Es importante que presten atención a las diferencias que se dieron entre el contexto
británico y el católico del continente respecto a la investigación científica, y a cómo la
radicalización de la Iglesia católica auspició en última instancia la autonomía y la
independencia de la ciencia con la religión. Bufón, en algunos puntos relacionado con los
filósofos de la Ilustración, desarrolló sus propias ideas sobre el origen del universo. Para
Buffon no era necesario, tal como lo proclamaba Newton, recurrir a causas divinas para dar
cuenta del origen del cosmos. Desde una posición deísta, que aceptaba la existencia de un
Dios lejano y con poca o mínima participación en el devenir del universo, Buffon abogaba por
explicar el origen del sistema solar sólo recurriendo a causas mecánicas, a causas dentro de
la naturaleza. Reflexionen sobre las teorías expuestas por Buffon, tanto cosmológicas como
geológicas. Tengan en cuenta que Buffon será un defensor del uniformismo en geología, lo
que a su vez lo enfrentará con los que defendía una lectura bíblica de la edad de la Tierra.
El módulo continúa con la búsqueda de un “sistema natural” que de cuenta del desarrollo de
la tierra y de los seres vivos. En el siglo XVII y XVIII buena parte de estos intentos se
enmarcan dentro de una visón fijista de la naturaleza. Reflexionen sobre esta concepción y
sobre sus principales exponentes, tales como John Ray, o Carlos Linneo. Desde el fijismo, la
taxonomía, esto es la clasificación sistemática de las especies naturales, será la labor
principal de la historia natural. Una de sus principales motivaciones, que se refleja en el
trabajo de Linneo, es poner de manifiesto el orden del Creador. La diversidad de la
naturaleza era clasificable dentro de un orden natural, aquel que demostraba la presencia de
una inteligencia superior en su diseño.
La obra de Buffon pondría en entredicho algunas de las ideas fijistas, al destacar una visión
autónoma y dinámica en el desarrollo del universo y de los organismos. Reflexionen sobre
sus ideas sobre los reinos vegetal, animal y mineral, sobre sus diferencias, sobre la
mutabilidad de las especies y sobre la generación espontánea. Igualmente tengan en cuenta
la discusión sobre si es lícito considerar a Buffon un precursor del evolucionismo o no.
Introducción
El término historia procede del término griego _στωρ, que en un principio significa “testigo
ocular”, “el que sabe algo porque lo ha visto”, y de ahí derivados que significan “informarse”,
“preguntar por algo”, “investigación”, “exposición” o “narración”. Pero, desde finales de la
antigüedad, el sentido predominante del término es el de inventario, descripción y
clasificación. Y éste es el sentido que conserva hasta finales del siglo XVIII.
Así, la Historia natural de Plinio (ca. 24-79 d. C), la Historia animalium (1551-1558)
de Conrad Gesner, o la Historia Natural y Experimental exigida por Francis Bacon en La
gran restauración (Bacon (1620) 1985, págs. 368-369), en el siglo XVII, son en primer lugar
exposiciones e inventarios de hechos e informaciones sobre los seres vivos o no, o dicho de
otro modo, de los objetos naturales.
La vida de las plantas y los animales, su fisiología, pertenece, en el período que nos ocupa,
al ámbito de la física. Pero, por otra parte, el decir simplemente que se ocupa de la
descripción o clasificación de los animales, plantas y minerales es inadecuado por defecto,
pues tampoco da una idea ajustada del alcance y naturaleza de su objeto de estudio.
Dos ejemplos bastarán para ilustrar nuestro problema. En su estudio de las piedras, Plinio
inicia el libro XXXVI de su Historia natural (Lapidario) con la parte correspondiente al
mármol. Empieza con unas consideraciones religioso-ecológicas sobre la barbaridad de cortar
las montañas, de lo descabellado del precio de esta piedra, de importar columnas para
dudosos usos estéticos y pasajeros, de la corrupción política y moral que acompaña a este
negocio, los escultores famosos de Creta y Quíos, la fama de Fidias y Praxíteles, etc., todo
ello aderezado con continuas disertaciones históricas, políticas, morales, míticas, etc. Y
cuando llevamos más de treinta páginas leídas, todavía no sabemos nada de las
características físicas que tiene el mármol, que es lo primero que un lector moderno
esperaría.
Más aun, lo característico de los lapidarios medievales es precisamente que no nos informan
en absoluto de las propiedades físicas de las distintas piedras, pero sí de sus poderes
mágicos, medicinales o de su historia mítica. En 1608, Edward Topsell seleccionó y tradujo
textos de la Historia animalium de Conrad Gesner (1551-1558). El título de la antología era
el siguiente:
La historia de las bestias de cuatro patas. Describiendo las figuras verdaderas y vivas de
cada bestia, con un discurso sobre sus varios nombres, condiciones, clases y virtudes (tanto
naturales como medicinales), condados donde se reproducen, su amor y odio por la
humanidad, y el maravilloso trabajo de Dios en su creación, preservación y destrucción.
Necesario para todos los sacerdotes y estudiantes porque la historia de cada bestia es
ampliada con narraciones extraídas de las Escrituras, los padres, los filósofos, médicos y
poetas; en donde son declarados varios jeroglíficos, emblemas, epigramas y otras buenas
historias. (Citado por Bowler 1998, págs. 55-56)
Pues bien, Gesner todavía era mucho más exhaustivo. Esto simplemente pone de manifiesto
el hecho de que distintas concepciones de la naturaleza consideran “hechos relevantes”
cosas muy distintas. Pero tanto Plinio como los autores medievales y los renacentistas
tomaban buena parte de sus informaciones de los filósofos griegos, y su historia natural debe
mucho a Aristóteles y sus discípulos y es necesario referirnos a ellos.
“Anaximandro de Mileto pensaba que del agua y la tierra calientes han nacido o bien peces o
bien animales similares a los peces: en éstos los hombres se formaron y mantuvieron
interiormente, como fetos, hasta la pubertad; sólo entonces aquellos reventaron y
aparecieron varones y mujeres que ya podían alimentarse por sí mismos”.
(Diels, Kranz, 12 A 30; Eggers, Lan, y otros Eds., I, pág. 128)
También en Empédocles hallamos ideas sobre la aparición de las especies actuales y, siglos
más tarde, Lucrecio, en Sobre la naturaleza de las cosas, recupera el enfoque histórico.
Dejando de lado los fenómenos de la esfera del fuego y las capas altas del mundo sublunar,
la Tierra, el agua y el aire constituyen un sistema dinámico cuyo principio motor dominante
es el movimiento anual del Sol, que es la causa básica de la generación y la corrupción. La
tierra permanece quieta, pero el agua que la rodea sufre un ciclo de transmutación
convirtiéndose en aire por el calor, y éste en agua por el frío. Este proceso está regido por el
movimiento diario y anual del Sol: cuando el Sol está más cerca, el río de vapor fluye hacia
arriba, mientras que cuando el Sol se aleja, el río de agua baja en un ciclo continuo.
“Es evidente, por tanto, dado que el tiempo no se acabará y que el universo es eterno, que
ni el Tanaís ni el Nilo han fluido siempre, sino que en una época estaba seco el territorio por
donde corren: pues su acción tiene un límite, pero el tiempo no. Algo semejante a esto
correspondería decir de los demás ríos. Pero puesto que los ríos se forman y se destruyen y
no siempre están cubiertas de agua las mismas zonas de la tierra, también han de cambiar,
necesariamente, el mar. Como siempre unas partes del mar retroceden y otras avanzan, es
evidente que no siempre las mismas partes de la Tierra son mar y las mismas tierra firme,
sino que todas ellas cambian con el tiempo.”
(Meteorológicos I, 353a, 15-25)
Aristóteles afirma que esto sucede “con cierto orden y periodicidad” y tras rechazar otras
hipótesis afirma la existencia de un ciclo de “grandes inviernos”:
“(...) hay que suponer, por el contrario, que la causa de todos estos <cambios> es que, al
cabo de unos tiempos determinados, igual que entre las estaciones del año <hay> un
invierno, así también <hay> un gran invierno y un exceso de lluvias dentro de un gran ciclo
temporal. Ahora bien, esto no <afecta> siempre a los mismos lugares (...)”
(Meteorológicos I, 352a, 28-35)
Pero su campo preferido parece ser el de los animales marinos, donde hizo o recogió
observaciones notables. Uno muy mencionado es su informe sobre una especie de tiburón
liso o cazón (Mustelus laevis), que presenta el hecho excepcional de que el embrión nace con
un cordón umbilical unido al útero de la madre, como en los cuadrúpedos. (Investigación
sobre los animales, VI, 565b, 1-18)
También informa, con cierto distanciamiento esta vez, aunque la información sobre el
hectocótilo es correcta, de que“hay quienes dicen que el macho [del pulpo] posee una
especie de miembro viril en uno de sus tentáculos.” (Investigación sobre los animales, V,
541b, 5-12).
No siempre fue igualmente escéptico y tomó en serio muchas informaciones erróneas, pero
eso no obsta para que su habilidad para la observación despertara gran admiración.
En esta enorme cantidad de información, Aristóteles introdujo algunos criterios de
clasificación, pero históricamente fue mucho más importante su imagen de la
continuidad de la naturaleza, que en los siglos XVII y XVIII retomarían numerosos
autores, por ejemplo Buffon, que los taxones que propuso, en el sentido del sistema natural
de Linneo.
El famoso texto de Aristóteles sobre la escala naturae, que la Edad Media llevaría más allá
del mundo natural, dice así:
"Así la naturaleza pasa gradualmente de los seres inanimados a los dotados de vida, de
suerte que esta continuidad impide percibir la frontera que los separa y que se sepa a cuál
de los dos grupos pertenece la forma intermedia. En efecto, después del género de los
inanimados se encuentra primero el de los vegetales. Y entre éstos, una planta se distingue
de otra porque parece que participa más de los caracteres de la vida. Pero el reino vegetal,
tomado en su conjunto, si se compara con otros cuerpos inertes, aparece casi como
animado, pero comparado con el reino animal, parece inanimado. Por otro lado, el paso de
los vegetales a los animales es continuo, como hemos indicado más arriba. En efecto,
respecto a algunos seres que viven en el mar, uno se puede preguntar si pertenecen al reino
animal o al reino vegetal, pues están adheridos a otros seres y muchos perecen si se los
separa."
(Investigación sobre los animales, VIII, 1, 588b, 5-25)
Naturalmente, los seres vivos están constituidos por los cuatro elementos que se han
mezclado dando lugar a las partes homogéneas -carne, sangre, huesos, esperma-, que
a su vez se unen para constituir las partes no homogéneas, que corresponden más
o menos a los miembros y órganos. Pero tampoco éstas pueden existir separadas
del conjunto al que pertenecen, que es el individuo identificable en cuanto que
posee una forma, un principio de organización y movimiento que es el alma.
El ser vivo es identificable por un conjunto de funciones vitales que Aristóteles llama
facultades o clases del alma. Todos los seres vivos, incluidas las plantas, poseen el alma
vegetativa, que se relaciona con las funciones básicas de la nutrición, crecimiento y
reproducción. Los animales poseen además el alma sensitiva, condición del movimiento que
tienen algunos. Entre las sensaciones el tacto es la más básica, mientras que el oído y la
vista pueden servir al pensamiento y no sólo sirven para sobrevivir, sino también para vivir
mejor.
Finalmente, el hombre se caracteriza porque es el único que además tiene una alma
intelectiva que, como dice Aristóteles, “es otro asunto” (Del alma II, 3, 415a, 14), "se
incorpora desde fuera" (Generación de los animales II, 3, 736b, 28) y no es tema de la
biología.
Esto sitúa al hombre en la cima de la escala de los seres vivos y es la referencia básica por la
que se analiza a los demás seres vivos y sus funciones, una idea dominante, con distintos
matices, en la historia natural hasta el siglo XIX.
"Y es que para todos los vivientes que son perfectos -es decir, los que ni son incompletos ni
tienen generación espontánea- la más natural de las obras consiste en hacer otro viviente
semejante a sí mismos -si se trata de un animal, otro animal, y si se trata de una planta,
otra planta- con el fin de participar de lo eterno y lo divino en la medida que les es posible:
todos los seres, desde luego, aspiran a eso y con tal fin realizan cuantas acciones realizan
naturalmente -la palabra "fin", por lo demás, tiene dos sentidos: objetivo y subjetivo-. Ahora
bien, puesto que les resulta imposible participar de lo eterno y divino a través de una
existencia ininterrumpida, ya que ningún ser sometido a corrupción puede permanecer
siendo él mismo en su individualidad, cada uno participa en la medida en que le es posible,
unos más y otros menos; y lo que pervive no es él mismo, sino otro individuo semejante a
él, uno no en número, sino en especie.
Por otra parte, el alma es causa y principio del cuerpo viviente. Y por más que las palabras
«causa» y «principio» tengan múltiples acepciones, el alma es causa por igual según las tres
acepciones definidas: ella es, en efecto, causa en cuanto principio del movimiento mismo, en
cuanto fin y en cuanto entidad de los cuerpos animados. Que lo es en cuanto entidad es
evidente: la entidad es la causa del ser para todas las cosas; ahora bien, el ser es para los
vivientes el vivir y el alma es su causa y principio. Amén de que la entelequia es la forma de
lo que está en potencia. Es evidente que el alma es también causa en cuanto fin. La
naturaleza -al igual que el intelecto- obra siempre por un fin y este fin constituye su
perfección. Pues bien, éste no es otro que el alma en el caso de los animales, de acuerdo con
el modo de obrar de la naturaleza. Todos los cuerpos naturales, en efecto, son órganos del
alma, tanto los de los animales como los de las plantas: lo que demuestra que su fin es el
alma.”
(Acerca del Alma, II, 4, 415a, 26 - 415b, 20)
El pneûma o calor vital también explica la generación espontánea: el calor vital puede hacer
que de la materia húmeda en putrefacción se generen animales y plantas, aunque de este
modo sólo se generan unas pocas especies inferiores: especialmente insectos, lombrices,
algunos pececillos, testáceos, esponjas y algunos inquilinos de los humanos como la tenia.
(Investigación sobre los animales, V, 19, 55a y ss.; Generación de los animales, III, 762a, 8
y ss.)
Esta breve muestra de los temas desarrollados por Aristóteles proporciona sólo una mera
idea de la amplitud de su trabajo en los distintos campos de la historia natural. Su programa
fue ampliado por su discípulo Teofrasto (ca. 373-275 a.C.) que estudió principalmente las
plantas y los minerales.
En su Historia de las plantas, Teofrasto describe más de 500 plantas, no sólo de Grecia sino
también de los países conquistados por Alejandro, y recoge y e intenta organizar el
conocimiento acumulado en distintos ámbitos sobre las plantas, de modo parecido a como lo
había hecho Aristóteles con los animales.
Al iniciar su trabajo dice: “Los primeros y más importantes géneros que abarcan todas o casi
todas las plantas son éstos: árboles, arbustos, subarbustos y hierbas.” (Historia de las
plantas, libro I, cap. 3, par. 1); y “las partes más importantes y que, además, son comunes
a la mayoría de las plantas son: la raíz, el tronco, la rama y los brotes.” (Historia de las
plantas, I, 1, 9)
Pero, por más que reflexiona sobre las partes y géneros esenciales de las plantas, y sobre su
morfología y anatomía, utilizó otros criterios de clasificación: fisiológico, la relación con el
hombre (doméstico o silvestre), ambiental, de comportamiento. Su obra Sobre los
minerales describe numerosos minerales, que divide, como su maestro, en metales(aquellos
en los que predomina el elemento agua) y tierras (en los que predomina el elemento tierra).
Pero, ya a principios de la Edad Media le siguieron muchos otros. Se ha dicho que, dado el
interés de los boticarios para la identificación adecuada de las plantas, se proporcionaban
muchas ilustraciones, cuyo uso había estimulado Dioscórides. De todos modos, durante toda
la Edad Media, en la mayor parte de los casos, los dibujos eran meramente decorativos y es
difícil pensar que tuvieran utilidad alguna de cara a la identificación médica.
Figura 55
Figura 56
Figura 56. (a) A la izquierda: “Saxifraga”. Ilustración procedente de un manuscrito del siglo
IX del Herbarium Apuleii Platonici, Codex Casinensis 97; a la derecha ilustración de la misma
planta, en la versión impresa, (1481 ?) del mismo herbario. (b) “Dracontea” ilustración del
texto impreso del Herbarium Apuleii Platonici (1481?). Si se comparan estas ilustraciones
con las de la figura anterior, se pone de manifiesto el resultado de las sucesivas copias a lo
largo de los siglos, sin tener en cuenta para nada las propias plantas. Como señala Arber, “la
historia de la ilustración de plantas en la era del manuscrito es una historia de degradación
más que de progreso.” Arber 1986, 186. (Arber 1986, 187 y 189)
Figura 57
Figura 57. Tras la invención de la imprenta
de tipos móviles a mediados del siglo XV, se imprimieron numerosos textos que habían
tenido una larga vida como manuscritos, por lo que su fecha de publicación no debe
engañarnos respecto a su antigüedad. Uno de ellos es el Herbarium de Apuleius Platonicus
que hemos comentado en las figuras anteriores. De gran importancia en el ámbito que nos
ocupa fueron también tres obras alemanas, la última de las cuales fue el Ortus sanitatis de
1491, al que pertenecen estas dos ilustraciones características. En (a) se muestra un árbol
llamado “Bausor” del que se creía que exhalaba un veneno narcótico, lo cual se daba a
entender dibujando dos hombres acostados bajo sus ramas que, según parece, literal o
figuradamente, están muertos de sueño . Pero, el “Ambar” dibujado en (b) es un buen
ejemplo de información condensada. En el texto se señala que algunos escritores afirman
que esta sustancia es el fruto o goma de un árbol que crece en el mar, mientras que otros
afirman que es producido por un pez o por la espuma del mar. Por tanto, en el dibujo se
representan las dos posibilidades a la vez, con un árbol creciendo en el mar ¿espumoso? y
un pez nadando en él. (Arber 1986, 31 y 35)
Cabe señalar aquí que las instituciones educativas, escuelas y universidades, tanto
medievales como renacentistas, consagraron el protagonismo de la medicina no
sólo en la botánica, sino en todo lo que tuviera que ver con la biología, en especial,
naturalmente, la anatomía y la fisiología, de las que no nos ocupamos aquí. Los
profesores de medicina eran lo que se especializaban en el estudio de la botánica o de la
anatomía, y sólo ellos podían ganarse la vida con estos intereses intelectuales.
Los bestiarios se publicaron en gran cantidad en las distintas lenguas, hasta mucho después
de la recuperación de las obras biológicas de Aristóteles. Alberto Magno, el iniciador de la
cristianización de la obra aristotélica, se ocupó especialmente de los temas de historia
natural, y sus obras De vegetalibus et plantis y De animalibus son comentarios a las
traducciones de la Investigación sobre los animales de Aristóteles y al De
plantis pseudoaristotélico. Desarrolló con entusiasmo la idea aristotélica de la escala continua
del ser. Él mismo hizo trabajo de campo, describiendo, por ejemplo, especies del norte de
Europa desconocidas para Aristóteles y sin duda ocupa un lugar importante en la historia
natural de la Edad Media.
Efectivamente, se concibe como una trama de fuerzas ocultas y virtudes de todo tipo que
producen toda clase de “efectos admirables”. El principio de que lo semejante mueve y
orienta a lo semejante, la combinación de simpatías y antipatías, se concreta de mil maneras
a través de las partes y del todo, según la especie o el individuo, mediante ligaduras, filtros,
sahumerios, colirios. He aquí algunos ejemplos:
“Existen antipatías (...) las panteras no atacan a los que se han untado con salsa de gallina,
sobre todo si en ella se hubiera cocido un ajo (...) Hay virtudes que se manifiestan en toda la
sustancia o cuerpo. La rémora, por ejemplo, que detiene a los navíos con sólo tocarlos, lo
hace con todo su cuerpo, no con una sola parte. La hiena, también con todo su cuerpo, hace
que los perros se callen cuando se acercan a su sombra (...) Hay quien cura el dolor inguinal
con un hilo de tela arrancado, anudándolo con siete o nueve nudos, dando a cada uno el
nombre de una viuda (...) Escupiendo en la boca de una rana que sube a un árbol, y
dejándola marchar, se cura la tos.”
(Agrippa, Filosofía oculta, págs. 97, 101, 193)
Naturalmente, esta naturaleza puede producir y dar cobijo a toda la teratología de Plinio y de
los bestiarios.
Figura 58
Figura 58. En su Libri de piscibus marinis, in quibus verae Piscium effigies expressae
sunt (1554), Guillaume Rondelet incluye estos dos ejemplares de “pez con hábito de monje”
(izquierda) y “pez con hábito de obispo”. Dice que obtuvo las ilustraciones de la reina
Margarita de Navarra. En estos casos casi nunca falta el testimonio de algún personaje
importante, “de fiar”, noble o de la realeza, que da testimonio del hecho. Lo cierto es que
Rondelet muestra ciertas dudas, pero Ambroise Paré los incluye en su obra Monstruos y
prodigios (1585), y asegura que Rondelet “vio en el mar de Noruega a un monstruo marino
al que todos dieron el nombre de fraile en cuanto fue capturado”; y del pez obispo dice que
“fue visto en Polonia en 1531, según lo describe Gesnerus”. No deja de ser curiosa la
descripción de la ilustración que hace Paré, pues lo que le parece de fraile o monje es la
cabeza: “Monstruo marino con cabeza de fraile, armado y cubierto de escamas de pescado.”
En cambio en el caso de la “Imagen de un monstruo marino semejante a un obispo revestido
de sus prendas pontificiales”, no le parecen dignas de mención las robustas piernas
descubiertas del obispo. Paré (1585) 1987, 93-94.
Más aun, los naturalistas del Renacimiento, como Conrad Gesner (1516-1565) o Ulises
Aldrovandi (1522-1605), por ejemplo, estaban animados por la misma aspiración
enciclopédica que Plinio y como éste incluían en sus obras descripciones y representaciones
de animales de todo tipo, incluso cuando dudaban de su veracidad.
Además, los relatos y las descripciones de los viajeros y descubridores del momento
ampliaron sustantivamente las especies conocidas, reales o fantásticas, y en el marco de esa
imagen de la naturaleza no había razones de peso para rechazar informaciones sobre seres
extraños.
Figuras 59 y 60
Figura 59. A lo largo de la Edad Media y sobre todo en los siglos XV y XVI los monstruos y
prodigios se ven como presagios, premoniciones o signos que hay que interpretar
alegóricamente. Y a menudo se utilizan en los enfrentamientos políticos o religiosos. Lutero,
por ejemplo, en uno de sus líbelos hablaba de un Fraile-Becerro nacido en Friberg am Misne
en 1528 y afirmaba que era un signo de la ira divina contra la Iglesia romana corrompida.
Paré ofrece una ilustración de este “Monstruo”, aunque dice que nació en la aldea de Sajonia
llamada Stecquer. Lutero lo había presentado para fustigar la hipocresía de los frailes. Pero
unos años después, Monseñor Sorbin hizo su propia interpretación, según la cual este
monstruo significaba que “Lutero «sería transformado de fraile en becerro» como así ha
ocurrido”. (Citado por Paré 1971, 166 nota 67). Paré, (1585) 1987, 46-47.
Figura 60. (a) “Arbol de las ocas” y ”Cordero vegetal” (b) “Cordero vegetal” descrito por
numerosos viajeros, por ejemplo Odorico de Pordenone y Jean de Mandeville. El primero dice
que en las montañas caspias “crecen unos frutos maravillosamente grandes. Cuando están
maduros, se los abre y se encuentra una bestezuela de carne viva, como un corderito, y se
comen esos frutos y esas bestezuelas... Muchas gentes no lo quieren creer, y sin embargo
esto es tan posible y tan creíble como las ocas que en Irlanda nacen en los árboles”.
Mandeville opina que esto no tiene nada de maravilloso porque afirma que también en
Inglaterra hay árboles cuyas flores al caer a tierra “se tornan pájaros volantes y son buenos
para comer”. (Citado en Kappler 1986, 68) En (a), una miniatura del Libro de las maravillas,
se ilustra una especie de competición de maravillas: a los dos orientales que muestran el
cordero vegetal, tres occidentales les muestran una rama de la que penden aves. Kappler
1986, 70 y 155)
Pero esos mismos naturalistas compartían en ocasiones la exigencia humanista de la
pulcritud filológica. Querían determinar con exactitud qué habían dicho los naturalistas de la
antigüedad que tanto admiraban y, para ello, un requisito básico era identificar de modo
preciso el animal, planta o mineral descrito.
De este modo, vemos que Gesner, por ejemplo, da gran importancia, por una parte, a las
cuestiones de nomenclatura y sinonimia y, por otra, a la representación gráfica realista y
precisa. Su trabajo sobre los fósiles, al que nos referiremos más adelante, es pionero y
ejemplar en este sentido. También son destacables sus ilustraciones de su Historia
plantarum (1541-1542) y su Historia animalium (1551-1558).
De hecho, esta exigencia de la historia natural del Renacimiento ya se había iniciado con
anterioridad. Pero, incluso en los herbarios, la exigencia de realismo no se debía sólo a que
era una condición para la identificación adecuada de las plantas de los autores antiguos, sino
que provenía cada vez más de la propia historia natural.
En 1530, Otto Brunfels publicó su Herbarium Vivae Eicones (1530), en el que las
ilustraciones en grabados de madera son muy fieles y se presentan explícitamente como lo
más importante del libro.
En este sentido destaca también el trabajo de Leonhard Fuchs, que, al igual que Gesner,
contrató y supervisó a los dibujantes de las ilustraciones de su De Historia Stirpium
Commentarii (1542).
Pero, además, a lo largo del siglo XVI, empiezan a abrirse vías que serían importantes en las
transformaciones posteriores de la historia natural. Algunos naturalistas empezaron a insistir
no ya en la fidelidad al auténtico sentido de los textos y referencias de los clásicos, sino en la
fidelidad a la naturaleza, insistiendo en la importancia de la propia observación.
Figura 61
Figura 61. En (a) “Helleborus Niger”, H. viridis L., Eléboro. Otto Brunfels, Herbarium vivae
eicones (1530), aunque ésta y las demás ilustraciones, que son mucho mejores que el texto,
se deben al pintor Hans Weiditz. En (b) “Brassicae quartum genus”, Col. Leonhart Fusch, De
historia stirpium, 1542., También en el caso de Fusch la calidad de las ilustraciones se debe
a que trabajó con todo un equipo de dibujantes y grabadores. Junto con Jerome Bock y
Valerius Cordus, Brunfels y Fusch son los llamados “padres alemanes de la botánica”. En sus
ilustraciones, al igual que en las de Gesner, puede observarse claramente que ya se ha
recuperado la tradición clásica y se dibuja con gran escrupulosidad y precisión a partir de la
planta, animal o fósil observados directamente. (Arber 1986, 54 y 66)
Los viajes y descubrimientos ampliaron considerablemente la información de los distintos
campos de la historia natural y se fue poniendo de manifiesto la limitación y los errores del
conocimiento de las grandes autoridades de la antigüedad.
Cuando, casi cien años después del herbario de Brunfels, Gaspard Bauhin publica sus
grandes obras, Prodomos theatri botanici (1620) y Pinax theatri botanici (1623), el progreso
es obvio. Frente a las 500 especies descritas por Fuchs en 1542, Bauhin describe más de
6.000 clases de plantas.
Figura 62
Figura 62. “Solanum tuberosum esulentum”, Patata. Gaspard Bauhin, Prodomos Theatri
botanici (1620). Perteneciente a una familia de médicos botánicos, Gaspard Bahuin, en
su Pinax theatri botanici (1623) intentó introducir orden en la gran confusión que reinaba
entonces en la nomenclatura. Muchos autores daban diferentes nombres a las mismas
especies e identificaban de distinto modo las plantas descritas por los antiguos. Bauhin
introdujo en su obra una completa y metódica concordancia de los nombres de las plantas.
En 1730, Linneo recibió un ejemplar de la segunda edición del Pinax como pago a sus
lecciones de botánica . Está claro que lo utilizó mucho porque en el margen hizo más de
3000 anotaciones. (Arber 1986, 115)
Cada naturalista utilizaba su propio sistema, y no siempre de modo coherente, para agrupar
especies, y en sus publicaciones muchos, como en el caso de Gesner o Fuchs, simplemente
las presentaban ordenadas alfabéticamente. El desorden taxonómico expresaba
seguramente el carácter laberíntico y prolífico de la imagen de la naturaleza
dominante.
Desde Aristóteles al siglo XVI, el término "fósil" (fossilis en latín) significaba simplemente
"excavado" e incluía todo lo que distinguimos como minerales (un componente de la corteza
terrestre, homogéneo y que se ha originado de modo natural), rocas (una mezcla de
minerales), y fósiles (restos de organismos petrificados).
En la Edad Media, hasta el siglo XIII, el conocimiento de los "fósiles" se expone en los
Lapidarios. Análogos de los herbarios, suelen ser tratados breves que normalmente recogen
la información de los anteriores, y en especial de las grandes enciclopedias clásicas como las
de Plinio, San Isidoro, etc. En ellos no se dice nada en absoluto de la composición de las
fósiles sino que se enumeran los caracteres mágicos, medicinales o míticos de los distintos
fósiles.
Los más famosos son el llamado lapidario atribuido a Aristóteles (en realidad un texto de
origen persa de mediados del siglo IX); el de Marbodus (fl. 1061-1081); el De
mineralibus de Alberto Magno, escrito en 1260; el de Alfonso X, del que se dice que es un
lapidario caldeo de fecha desconocida traducido primero al árabe y después al español en
1278.
Pero además de la preocupación utilitaria de los lapidarios, por las propiedades medicinales y
mágicas de los «fósiles», que continuó en el Renacimiento, en éste se desarrollan
también intereses más teóricos que ya habían ocupado a Aristóteles y que, en el
siglo XVI, experimentaron un cambio cualitativo con la creación de colecciones de
especímenes, museos, las ilustraciones cada vez mejores de las publicaciones, y la
exigencia de la observación personal a que ya hemos aludido.
Figura 63
Figura 63. A la derecha puede verse el “Arca” de Johann Ketmann (1518-1574) que
prácticamente inició, junto con su amigo y colega Gesner, la preservación y colección de
fósiles sin lo cual difícilmente habría podido iniciarse la paleontología. A la izquierda, el
catálogo del de Ketmann, que como puede verse contenía los más variados objetos 1.
“tierras”, 6. piedras de animales, 8. pedernales, 14. oro. El armario de Ketmann, con sus
cajones numerados, fue Inmediatamente seguido por otros gabinetes y museos tanto
personales, que tendrían un gran auge, como institucionales, mucho mayores. (Rudwick
1987, 33)
Con todo, los problemas planteados y las soluciones propuestas hasta mediados del siglo
XVII sobre los «fósiles» tienen poco que ver con lo que un lector actual esperaría. Aquí
mencionaremos sólo algunos puntos.
En Meteorológicos III (378a 12 - 378b 9), Aristóteles explica que los fósiles, en el sentido
lato indicado, se forman a partir de dos clases de exhalación, seca y húmeda, que produce el
calor del Sol en el interior de la tierra. A partir de ahí, Avicena habló de una "virtud
petrificadora" y Alberto Magno de una “virtus mineralis” o poder de formar minerales. Se
suponía que el calor del Sol o de las estrellas actuaban como elemento masculino sobre los
elementos que constituyen la tierra, generando las piedras y metales. Ésa fue la doctrina
común entre los escolásticos.
Entre las “piedras”, que son fósiles simples, incluye los fósiles que tenían formas
características o que parecían imitar objetos. Por ejemplo, los belemnites que imitaban la
cabeza de una flecha, o la ammonis cornu, o amonites, que se asemejaba al cuerno de un
carnero. Respecto a estos tenía dudas porque, si bien pensaba que podían ser efectivamente
restos orgánicos, no veía ninguna razón clara para no pensar que habían crecido en el
interior de la tierra como las demás piedras.
Figura 64.1. Tabla de clases de fósiles según Conrad Gesner, De rerum fossilium...
figuris (1565). (a) De formas geométricas. Piritas. (b) De formas parecidas a cuerpos
celestes. Crinoideos. (c) Caídas del cielo. Sílices. (d) De forma parecida a objetos terrestres.
En este caso, una piedra caliza de grano del tamaño de un guisante. (e) Parecidos a objetos
artificiales, en este caso un dardo. Belemnites. (f) Objeto fabricados artificialmente de metal
o piedra. Lápiz. Es el primer dibujo de un lápiz, cuya mina no parece de grafito sino metálica.
Figura 64.2. Continuación de la Tabla de clases de fósiles según Conrad Gesner, De rerum
fossilium... figuris (1565). (g) Parecidos a plantas o hierbas. (h) Parecidos a árboles o partes
de árboles. En este caso frutos, que en realidad son equínidos (erizos) cidaroideos. (i) Como
partes de animales. En este caso cabello, que es plata en estado nativo. (j) Piedras que
derivan su nombre de pájaros o batracios. En realidad, este caso, se trata de euínidos
fósiles. (k) Parecidos a seres que viven en el mar. Pecten. (l) Que se parecen a insectos o
serpientes. Incluye aquí los ammonites y nummulites sin distinguirlos. En el dibujo supuestos
huevos de serpiente, que son equínidos fósiles. (Adams 1938, 180-181)
Más aun, los naturalistas del Renacimiento tenían explicaciones satisfactorias de las
semejanzas en general y no tenían ninguna necesidad de recurrir al origen
orgánico de algunos fósiles. Ya hemos mencionado que en la concepción mágico-
naturalista de la naturaleza las semejanzas son fácilmente interpretables en términos de
manifestaciones de la trama de analogías, afinidades y correspondencias que recorría la
naturaleza y no había ninguna razón para considerarlas fortuitas.
Por otra parte, desde la perspectiva aristotélica, las similitudes con animales o plantas eran
igualmente explicables. Ya hemos visto que Aristóteles explica fácilmente la generación
espontánea. Pues bien, ésta puede producirse también en el interior de la tierra, sólo que en
este caso el calor vivificaba materia pétrea.
En el caso de organismos más complejos, podía suceder que la semilla de un pez, por
ejemplo, fuera llevada por una corriente subterránea al interior de la tierra y allí informara la
materia disponible, es decir pétrea, y que de este modo se desarrollara un pez de piedra,
que no sería en absoluto un resto orgánico petrificado.
Así pues, como se ve, tanto desde la teoría más tradicional aristotélica, como desde
el neoplatonismo renacentista también se disponía de explicaciones de la forma de
los fósiles, de sus semejanzas, que no implicaban en absoluto el reconocimiento de
su origen orgánico.
Este apartado se inicia explorando el cambio de percepción que ocurrió durante la revolución
científica con respecto a la naturaleza. Si hasta el Renacimiento la naturaleza se describía
como un gran organismo, a partir de la filosofía mecánica la metáfora central para describir
el funcionamiento del universo será el reloj. Este mecanicismo, desarrollado principalmente
por Descartes, marginaliza los estudios de historia natural y pone el énfasis en la nueva
física y las matemáticas. Es fundamental que tengan en cuenta la forma como el
mecanicismo concibe la relación de Dios con la naturaleza. Si en el continente se elabora una
imagen deísta, en el contexto inglés la presencia de Dios en los fenómenos naturales va a
ser permanente. Tengan en cuenta cómo los valores predominantes de la sociedad inglesa
de la época: utilitarismo y la teología natural, serán un gran aliciente para que los filósofos
naturales estudien la naturaleza y su historia.
El siguiente apartado explora diferentes aproximaciones con que se abordó el estudio de la
tierra, su génesis y su desarrollo. Una vez que la tierra dejó de ser el centro del universo y
se convirtió en un planeta más, diferentes filósofos naturales empezaron a proponer teorías
que describían el origen del cosmos y de la tierra, en muchos casos alejándose del relato
bíblico mosaico. Para muchos, la filosofía mecánica de Descartes prescindía de Dios, y
presentaba el universo como regido exclusivamente por leyes naturales. Es importante que
presten atención al esfuerzo de diferentes filósofos naturales por armonizar el mecanicismo
cartesiano con las descripciones del Génesis y las diferencias que se dieron entre el contexto
protestante británico y el católico del continente.
Una de las principales teorías que se realizarán en el siglo XVII, será la de Thomas Burnet,
denominada la “teoría de la tierra.” Es importante que reflexionen sobre sus características y
cómo en algunos casos Burnet recurría a las Sagradas Escrituras para complementar su
teoría. Su investigación científica se vio limitada, en muchos casos, no por la evidencia
empírica sino por las Sagradas Escrituras.
El apartado continúa explorando el contexto religioso católico y la obra del gran naturalista
Buffon. Es importante que presten atención a las diferencias que se dieron entre el contexto
británico y el católico del continente respecto a la investigación científica, y a cómo la
radicalización de la Iglesia católica auspició en última instancia la autonomía y la
independencia de la ciencia con la religión. Bufón, en algunos puntos relacionado con los
filósofos de la Ilustración, desarrolló sus propias ideas sobre el origen del universo. Para
Buffon no era necesario, tal como lo proclamaba Newton, recurrir a causas divinas para dar
cuenta del origen del cosmos. Desde una posición deísta, que aceptaba la existencia de un
Dios lejano y con poca o mínima participación en el devenir del universo, Buffon abogaba por
explicar el origen del sistema solar sólo recurriendo a causas mecánicas, a causas dentro de
la naturaleza. Reflexionen sobre las teorías expuestas por Buffon, tanto cosmológicas como
geológicas. Tengan en cuenta que Buffon será un defensor del uniformismo en geología, lo
que a su vez lo enfrentará con los que defendía una lectura bíblica de la edad de la Tierra.
El módulo continúa con la búsqueda de un “sistema natural” que de cuenta del desarrollo de
la tierra y de los seres vivos. En el siglo XVII y XVIII buena parte de estos intentos se
enmarcan dentro de una visón fijista de la naturaleza. Reflexionen sobre esta concepción y
sobre sus principales exponentes, tales como John Ray, o Carlos Linneo. Desde el fijismo, la
taxonomía, esto es la clasificación sistemática de las especies naturales, será la labor
principal de la historia natural. Una de sus principales motivaciones, que se refleja en el
trabajo de Linneo, es poner de manifiesto el orden del Creador. La diversidad de la
naturaleza era clasificable dentro de un orden natural, aquel que demostraba la presencia de
una inteligencia superior en su diseño.
La obra de Buffon pondría en entredicho algunas de las ideas fijistas, al destacar una visión
autónoma y dinámica en el desarrollo del universo y de los organismos. Reflexionen sobre
sus ideas sobre los reinos vegetal, animal y mineral, sobre sus diferencias, sobre la
mutabilidad de las especies y sobre la generación espontánea. Igualmente tengan en cuenta
la discusión sobre si es lícito considerar a Buffon un precursor del evolucionismo o no.
Y del mismo modo que en Aristóteles las ciencias de la vida eran las ciencias fundamentales,
en Descartes pasa a serlo la mecánica, que explica todos los fenómenos a partir de la
materia corpuscular y las leyes del movimiento. Es decir, la nueva física y las ciencias
matemáticas son las grandes protagonistas del cambio científico, mientras que
otras ramas del conocimiento se reorganizan en función de éstas y, por así decirlo,
padecen esos cambios revolucionarios.
Pero, en el ámbito que nos interesa aquí, una diferencia decisiva es su distinta
concepción de la relación de Dios con el mundo. Se trata de uno de los problemas
filosóficos básicos del momento que, en Inglaterra, ocupa un lugar central desde Bacon.
Ahora bien, desde el punto de vista científico, puede considerarse que la naturaleza
tiene una total autonomía. Ni siquiera puede decirse propiamente que Dios cree el
mundo. En realidad, Dios crea sólo la materia en movimiento y establece sus leyes.
Después, según nos cuenta Descartes en El Mundo y en Los principios de la filosofía, son
esas leyes naturales las que, de modo autónomo, actuando sobre los corpúsculos materiales,
irán originando y generando el mundo tal como lo conocemos y nos explicarán todos los
fenómenos naturales.
La figura de Bacon o el baconismo son un buen ejemplo de ello. Francis Bacon había
muerto en 1626, pero había ido convirtiéndose en una especie de santón de la filosofía
inglesa. No formuló ninguna teoría científica, pero su influencia en su entorno cultural en
general y en la ciencia en particular fue enorme. Los puntos básicos de su pensamiento son
bien conocidos. Una idea central era la necesidad de elaborar una “historia natural
universal” y, a partir de ese material, su método inductivo permitiría formular las
leyes de la naturaleza.
Un aspecto básico de este proyecto era el utilitarismo. Frente al saber estéril de los
antiguos, frente a su palabrería y sus bibliotecas, se oponía el experimento y los laboratorios
que posibilitarían alcanzar un conocimiento que permitiría manipular la naturaleza para
dominarla y aprovechar sus recursos. Para muchos baconianos era cierto que el
mecanicismo cartesiano había dado a la ciencia una fundamentación más sólida de
la que había tenido nunca, pero todavía no tenía la base empírica y experimental
necesaria.
Pero ésta se explica, en buena parte, por su asociación con el puritanismo y sus ideas
religiosas. La Instauratio Magna de Bacon era un llamamiento a un proyecto
colectivo de investigación de filosofía natural que tenía que conseguir
la Restauración del saber, y por tanto del poder, perdidos por Adán en el paraíso
con la caída. Y para que la ambición de saber no hiciera recaer en el mismo error de Adán,
Bacon dejaba claros los límites: "Todo el saber debe tener sus límites en la religión, y debe
estar dirigido al uso y a la acción."
Este programa entroncaba perfectamente con los proyectos utópicos de la reforma del saber
que ocupaba un lugar importante en la ideología milenarista de los puritanos y se convirtió
en su filosofía oficial.
“Al abrazar la filosofía corpuscular o mecánica, estoy lejos de suponer con los epicúreos que
los átomos encontrándose accidentalmente en un vacío infinito fueran capaces, por sí
mismos, de producir un mundo y todos sus fenómenos. Tampoco creo que, cuando Dios
hubo puesto una cantidad invariable de movimiento en toda la masa de materia, no
necesitara hacer más para hacer el universo, siendo capaces las partes materiales, por sus
propios movimientos sin guía, de organizarse en un sistema. La filosofía que yo propongo
sólo abarca las cosas puramente corpóreas, y distingue entre el primer origen de las cosas y
el subsecuente curso de la naturaleza; enseña que Dios, efectivamente, dio movimiento a la
materia, pero que, en el principio, también guió los distintos movimientos de las partes de
ésta para lograr que compusieran el mundo que el había diseñado; y estableció esas reglas
del movimiento, y el orden de las cosas corpóreas que nosotras llamamos leyes de la
naturaleza. De este modo, una vez que el universo ha sido estructurado por Dios y
establecidas las leyes del movimiento, y mantenido todo por su perpetuo concurso y general
providencia, la misma filosofía enseña que los fenómenos del mundo son físicamente
producidos por las propiedades mecánicas de las partes de la materia y que actúan unas
sobre otras de acuerdo con las leyes mecánicas. Éste es el tipo de filosofía corpuscular que
yo propongo.”
En otro lugar, insistiendo en la incapacidad de la materia y las leyes del movimiento para
hacer este mundo, insiste en que, tras establecerlas, Dios
“(...) guiando los primeros movimientos de las pequeñas partes de la materia, hízolas
reunirse según el modo requerido para componer esas curiosas y elaboradas máquinas, los
cuerpos de las criaturas vivas, dotando a la mayoría de ellas del poder de propagar la
especie”.
Está claro que, para Boyle, la máquina del mundo no se ha generado a partir del caos
inicial mediante las leyes naturales, sino que ha sido diseñado y construido por
Dios y, sólo a partir de este punto, podemos utilizar nuestra filosofía mecánica para
entenderlo.
La ciencia estudia este mundo tal como es y ha sido creado por Dios, no le compete su
origen y génesis. En contra del antifinalismo de Descartes, aunque no pretende explorar
“todos los fines divinos”, Boyle considera legítimo, incluso como un deber, “conocer al
menos algunos fines de Dios, en algunas de sus obras”.
La "teoría de la Tierra"
Al hacer de la Tierra un planeta más, la revolución copernicana permitió
considerarla como un todo independiente en cuyo interior podía producirse
actividad. Sólo a partir de este momento pudo la Tierra ser objeto específico de
ciencia. Hasta entonces estaba indisolublemente ligada a la estructura geométrica del
cosmos, al centro del universo, como mera acumulación del elemento tierra que, una vez
llegado a su lugar natural, permanecía amasado en reposo.
En realidad, nos consta que Descartes pensaba que el texto del Génesis era prácticamente
incomprensible y que por ello no tenía ningún interés para la cosmología o cosmogonía.
En todo caso, fuera cual fuera su creencia íntima, el hecho es que Descartes
describe la formación del mundo y de la Tierra hasta su estado actual con total
independencia del relato mosaico. Y esto permitía interpretaciones extremas que,
efectivamente, se dieron. Algunos afirmaron que su mecanicismo prescindía de
Dios y postulaba la absoluta autonomía de la naturaleza, llevando así a la
destrucción de la fe y la religión.
Pero lo cierto es que hubo quien, efectivamente, creyó que el mecanicismo cartesiano
podía explicar el relato del Génesis y así, con la Telluris Theoria Sacra (1681) de
Thomas Burnet, nació esa curiosa fusión entre las Escrituras y el mecanicismo que
se denominó “teoría de la Tierra”. Trataba de dar una explicación física e histórica
de la formación de la Tierra como un todo y en especial de su relieve superficial.
Además, la observación del terreno en Inglaterra y las informaciones sobre otros lugares, así
como los testimonios del pasado conservados le inducen a pensar que los terremotos -en
un sentido lato que incluye cualquier desplazamiento vertical de la superficie de la corteza
terrestre- han sido los principales agentes de estos grandes cambios y de la
configuración actual de la superficie terrestre.
Figura 65
"Es contrario a cualesquiera otros actos de la naturaleza, que no hace nada en vano, sino
que siempre apunta a un fin, hacer dos cuerpos exactamente de la misma sustancia y figura,
y que uno de ellos sea totalmente inútil, o al menos sin ningún designio que nosotros
podamos imaginar con cierta plausibilidad. Para nuestra razón, las conchas de los animales
parecen haber sido hechas con el mayor consejo y diseño, y con la más excelente
planificación, tanto para la conveniencia como para el ornamento del animal al que
pertenecen, y adecuado a la estructura particular y constitución del animal. Mientras que si
no fueran conchas de animales marinos, no serían sino deportes de la naturaleza, como algo
elegantemente lujoso, o los efectos de la naturaleza burlándose de sí misma, lo cual parece
contrario a su gravedad." (Hooke, 1668, pág. 318)
En cuanto a Stenon, por una parte llevó a cabo un minucioso estudio (1667) de
las glossopetrae, que identifica como antiguos dientes de tiburón, y de otros
objetos marinos hallados lejos de mar, que ya le plantean problemas sobre la historia de
la superficie terrestre.
Figura 66
Figura 66. Dibujo de una cabeza y dientes de tiburón que Stenon hizo a partir de un enorme
tiburón que los pescadores de Livorno habían capturado. Tras su disección y estudio escribió
su Canis Cachariae dissectum caputpublicado en Nicolai Stenonis Elementorum myologiae
specimen, seu musculi descriptio geometrica (1667). Tradicionalmente, los dientes de
tiburón fosilizados se habían considerado glossopetrae, o piedras-lengua por su parecido a la
forma de la lengua. Stenon, muy cauteloso metodológicamente, toma en cuenta las demás
hipótesis, pero tras su atento análisis de todos los puntos relevantes, en especial el hecho de
que estas piedras se hallaran a menudo lejos del mar, su conclusión es que “dado que las
glossopetras se parecen a los dientes de Canis Carcharias(tiburón) como dos huevos entre sí,
y no convenciendo de lo contrario ni el número de éstos ni su ubicación, me parece que no
se alejan mucho de la verdad aquellos que sostienen que las glossopetrae más grandes son
dientes de Canis Carcharias.” Morello 1979, 143. Al igual que Hooke, también Stenon
relacionó los fósiles y la historia de la superficie terrestre.
Así lo expone en Prodomus, de 1669. Stenon señala que podemos determinar cuál de los
dos sólidos se endureció primero en función de la impresión que uno deje sobre el otro. Y
comparando los modos de crecimiento por acreción partículas por precipitación de un fluido
exterior en el caso de una pirita, por ejemplo, con el modo de crecimiento de la concha de un
molusco, siguiendo el borde de la concha por la actividad vital del animal y sus fluidos
internos, puede establecer criterios para determinar el origen orgánico de determinados
fósiles.
Pero el mismo tipo de criterios le sirven para llegar a la conclusión de que, no sólo la
Toscana, sino toda la Tierra, es un sedimento que se depositó en estratos que
después se han roto, inclinado, y sufrido una serie de transformaciones hasta
formar la superficie terrestre actual.
Figura 67
Figura 67. Dibujo esquemático de las seis fases de la historia geológica de Toscana, de
Stenon en su Prodomus (1669). Stenon parte de la observación del estado actual del terreno
y, a partir de ahí, infiere los estados pasados. Así pues, el dibujo 20 describe el estado actual
de la superficie de Toscana. Dibujo 21: Los estratos rotos A, B, C, que ahora forman valles y
colinas, con corrientes de agua y marismas estuvieron un día a la misma altura, pero las
aguas subterráneas socavaron los estratos inferiores provocando el derrumbe. Dibujo 22:
cuando el estrato B, A, C se estaba formando estaba cubierto por las aguas que
sobrepasaban las montañas más altas de esta área. Los tres siguientes pasos representan
una repetición del mismo ciclo, sólo que ahora afectan a una región mayor. Dibujo 23: antes
de que se formara el plano B, A, C, los planos F, G, I estaban en la misma posición que
conservan hoy. O, lo que es lo mismo, antes de que se formaran los estratos de las colinas
arenosas, en estos mismos lugares existían valles profundos. Dibujo 24: Hubo un tiempo en
el que el estrato I estaba a la misma altura que F y G y constituían una cubierta sólida sobre
grandes cavidades: Dibujo 25: cuando el estrato FG se formaba un fluido acuoso se extendía
sobre él, o lo que el lo mismo, hasta las más altas montañas estaban cubiertas por las
aguas. Para las diferencias entre el dibujo original, aquí presentado, y el que usualmente se
reproduce, presentando en un continuo todas las fases, sin desdoblar los dos ciclos, puede
verse Gould, 1992, 69-77.
Resulta muy difícil determinar qué papel tuvo el texto bíblico en la génesis de su
teoría. Porque, si bien al final de su reconstrucción se preocupa explícitamente de señalar el
acuerdo entre su teoría y las Escrituras y las dificultades que podrían plantearse, también es
cierto que los argumentos naturales que da al hacerlo podrían haber sido suficientes y
autónomos.
Ésta será una característica básica de la teoría de la Tierra. Su utilización del relato
bíblico será la otra. En el Continente, Gerauld de Cordemoy ya había hecho intentos de
presentar la teoría cartesiana como una “descripción filosófica” de “las maravillas que Moisés
había descrito históricamente”. Pero eso requería de una libertad respecto a la lectura del
relato bíblico que en el mundo católico era impensable. Por ello, no es extraño que el
desarrollo de la teoría de la Tierra se iniciara realmente en la Inglaterra protestante, donde,
en este sentido, había mucha más libertad, por obra de Burnet, un admirador de Descartes.
Hubo quien creyó que el mecanicismo cartesiano podía explicar el relato del
Génesis y así, con la Telluris Theoria Sacra (1681) de Thomas Burnet, nació una
curiosa fusión entre las Escrituras y el mecanicismo que se denominó “teoría de la
Tierra”. Trataba de dar una explicación física e histórica de la formación de la
Tierra como un todo y en especial de su relieve superficial. Los trabajos
consagrados a la erosión y a la sedimentación, a las estratificaciones y a los fósiles,
a la orogénesis y a la vulcano¬génesis, cobran su sentido de la teoría de la Tierra.
Sus principales representantes son Nicolás Stenon y Robert Hooke.
"Los textos de las Sagradas Escrituras son los mejores monumentos de la antigüedad, y a
ellas nos vemos ligados principalmente para la historia de las primeras edades, sean de la
historia natural o de la civil."
En todo caso, y éste es un punto característico de su obra, para Burnet es evidente que la
divina sabiduría no puede haber creado ese sucio, feo y ruinoso mundo en el que vivimos. El
estado actual de la Tierra es el producto de una catástrofe que ha dejado señales obvias que
podemos observar. A partir de la observación, pues, con la ayuda del relato bíblico y el
mecanicismo cartesiano, Burnet inferirá cómo se produjo el Diluvio, así como el estado
anterior de la Tierra paradisíaca.
Por eso el libro I se ocupa del Diluvio y el II del Paraíso. En todo caso, su historia de la Tierra
tiene siete momentos:
1) A partir del caos inicial de partículas se constituye la Tierra primigenia y fluida que
progresivamente se ordenará en capas elementales. En torno a un fuego central, se dispone
una masa líquida en cuya superficie se va solidifiando una frágil costra perfectamente
esférica.
2) Es la Tierra paradisíaca -lisa, regular y uniforme, sin montañas y sin mar, es decir bella-
en cuyo hemisferio sur, cerca del Ecuador, se ubica el jardín del Edén. (1965, pág. 60)
3) Para explicar el Diluvio -universal, frente a los que lo consideran una mera inundación
local- recurre al mecanismo cartesiano de quiebra de la corteza superficial por el calor del
Sol y de los vapores subterráneos que dan salida a las aguas del "abismo". Éstas cubren por
un instante toda la superficie terrestre. Cuando el violento movimiento de las aguas se calma
quedan al descubierto los restos de la corteza terrestre que constituyen las islas y
continentes, llenos de irregularidades y montañas.
6) la nueva Tierra que reproducirá la paradisíaca, por las mismas causas físicas, durante un
millar de años,
Figura 68
Figura 68. Portada de The Sacred Theory of the Earth (1684) de Thomas Burnet, que ilustra
perfectamente la integración del drama cristiano y la historia de la Tierra. El texto bíblico
proporciona los hechos fundamentales que, cuando pertenecen al pasado, en parte pueden
inferirse a partir de la observaciones actuales. Y el mecanicismo cartesiano ayuda a explicar
cómo se produjeron los grandes cambios de la historia del globo terrestre. Bajo el pié
izquierdo de Dios-Jesus, que como dice la leyenda en griego es el principio y el fin, está
representado el caos. A continuación la tierra paradisíaca, perfectamente lisa y esférica.
Después está representada la Tierra cubierta por las aguas del Diluvio. El arca de Noé
aparece en la parte central guardada por dos angelitos. Cuando se retiran las aguas, aparece
“sucio y ruinoso planeta” actual en el que habitamos. Se representan a continuación la
conflagración universal anunciada antes de la segunda venida de Cristo, y la Tierra
paradisíaca recuperada durante el milenio. Tras el juicio final, los justos suben a los cielos y
la Tierra, ya innecesaria, se convierte en una estrella.
Pero Burnet nos deja claro que está narrando la historia “de la Tierra y sus
dependencias”, es decir, del mundo sublunar, no la del “gran universo”. “¿Cómo
podríamos describir el origen de éste?” pregunta Burnet, que afirma que la
providencia nos ha capacitado para entender sólo el mundo sublunar. (1965, págs.
23 y 25)
Pero en su texto queda claro que lo que determina los límites de la investigación no
son tanto las limitaciones empíricas respecto al mundo celeste, como las Sagradas
Escrituras. Burnet sólo es capaz de imaginar la historia de los demás planetas en los
mismos términos de la historia de la Tierra que, por el relato bíblico, es inseparable de la
historia humana. Por otra parte, Burnet es consciente de la variabilidad de la naturaleza,
pero cree que los procesos de denudación de los continentes son irreversibles y, además, no
presta ninguna atención a los fósiles esquivando así problemas obvios.
La obra de Burnet inició una polémica que involucraría a los más importantes científicos,
naturalistas y otras personalidades contemporáneas como Jonathan Swift o Alexander
Pope. En un primer momento, aparecieron algunas críticas muy laudatorias. El propio
Newton le escribiría algunas cartas que, a pesar de las reticencias y desacuerdos, no dejaban
de reconocer la calidad de su obra.
Pero tanto las alabanzas como las críticas negativas se centraban básicamente en el tema de
su tratamiento de las Escrituras. Erasmus Warren especificaba en su Geology or a
Discourse concerning the Earth before the Deluge, de 1690, que se trataba de saber si las
“infundadas fantasías filosóficas de Burnet” debían preferirse a las “verdades sagradas y
reveladas”. Otros, le acusaban de libertinismo y spinozismo. Richard Bentley calificaría la
teoría burnetiana de “mecanicismo ciego y azar”. Pero en esta polémica tiene un papel
protagonista, el gran naturalista y teólogo John Ray.
En todo caso, la continuidad de este aspecto en la cultura inglesa es diáfana: Ray inicia el
desarrollo del tema de su famosa obra en unas lecciones de 1659-1660, comentando
el Antidote Against Atheism de More.
Medio siglo más tarde, William Derham le tomará a él como modelo, centrándose
ahora en el ámbito de la astronomía y cosmología, inspirándose en la obra de
Newton, que participa plenamente de estas ideas.
Ray presenta su The Wisdom of God, publicada en 1691, como un comentario al Salmo
104.24. “¡Cuán innumerables son tus obras, oh, Señor. Hiciste todas ellas con sabiduría”. La
primera parte, dice, admira la multitud de las obras del Señor, que Ray ve como una
ilustración del principio de plenitud. Las innumerables estrellas con sus planetas habitados
por innumerables criaturas, el enorme número de criaturas, la variedad de diseños para una
misma función -para volar, por ejemplo- cantan “la ilimitada generosidad del Creador”.
Empieza con un extenso examen y crítica de las hipótesis mecanicistas sobre la formación
del mundo, y las ideas igualmente ateas de Aristóteles, en una línea que le acerca más a los
platónicos que a Boyle. No sólo no cree que la “materia estúpida” sea capaz de organizarse
por sí misma, sino que está dispuesto a aceptar que Dios utiliza algún tipo de “naturaleza
plástica”, y principios vitales como la gravedad, o los movimientos del diafragma al respirar o
del corazón al latir.
Pero su centro de interés está en la segunda parte del Salmo. Tras un recorrido general por
las obras de la naturaleza, se detiene en la consideración más concreta de dos aspectos: el
globo terráqueo y la naturaleza del hombre. El diseño inteligente y la finalidad se manifiestan
en todas partes. Por ejemplo, es obvio que el Sol está en la situación idónea para el hombre
y la Tierra, o que la Luna nos libra de la total oscuridad y provoca vivificantes mareas.
Y ¿qué decir de los elementos? Sin el fuego y el calor no hay vida, además nos sirve para
cocinar, trabajar el vidrio y los metales, hacer instrumentos, nos ilumina en la noche y en las
minas. “Un objeto o utensilio de tan variado e inexplicable uso, ¿quién podría haberlo
inventado y formado, sino una infinita Sabiduría y Eficiente poder?” (Ray, 1691, pág. 54)
Obviamente, la adecuación de la partes de los animales a sus usos ocupa numerosas páginas
en la ilustración del diseño inteligente del Creador que muestra la naturaleza. Además, tanto
el cuerpo de la Tierra, como el cuerpo del hombre, rey de la creación, ilustran de múltiples
maneras la sabiduría del diseño divino. El que el eje de la Tierra se mantenga paralelo a sí
mismo tiene enormes ventajas, pues determina la adecuada variación estacional. En cuanto
al hombre, “puede probarse que el cuerpo del hombre es el efecto de la Sabiduría porque en
él no hay nada deficiente, nada superfluo, nada que no tenga su fin y su uso.” (pág. 155)
La primera manifestación de esto es la postura erecta. Siendo tan cortos nuestros brazos
sería muy incómodo tener que andar a cuatro patas, y además nos permite usar las manos.
(pág. 154) Aquí es donde Ray muestra más entusiasmo. Considera una enorme muestra de
previsión y sabiduría que tengamos no uno, sino dos ojos, dos manos, dos pechos, dos
piernas, o dos riñones. “También puede observarse que los sumideros del cuerpo están tan
lejos como pueden de la nariz y los ojos.” (pág. 158)
Para nosotros, hoy resulta claro que es la concepción teológica la que constituye las
cosas más heterogéneas como observaciones o hechos relevantes, y no éstos los
que ilustran el diseño y sabiduría divinos. Pero lo que importa destacar es que esta
concepción respondía a cambios sustantivos, que tenían relevancia para la historia
natural en general y en los temas de la teoría de la Tierra en particular.
Pero, tras la Restauración, esta concepción puritana se había ido debilitando y, con ella, la
creencia en la decadencia del universo. Con la iglesia anglicana restaurada, después de 1660
eran muchos los que interpretaban que el período de 1650 a 1660, con su radicalismo, había
amenazado con poner al mundo del revés y con destruir el orden social y político sobre el
que se fundaba la Iglesia, y se trataba de canalizar los esfuerzos para que esto no pudiera
volver a suceder.
“Observad que con la expresión «Obras de la Creación», que puse en el título, quiero decir
las obras creadas por Dios en el principio, y conservadas por Él hasta este día, en el mismo
estado y condición en que fueron hechas.”
Pero si es así, ¿cómo aceptar los procesos de erosión, la denudación que podía
allanar montañas y continentes, o cómo aceptar la extinción de algunas especies?
El “dilema de la denudación”, como lo ha llamado Davies, sería fundamental en el
siglo XVIII, pero ya se dejó sentir a finales del XVII.
Más aun, provocaba dudas respecto a la cronología de las Escrituras y la estabilidad de las
especies:
“(...) por otra parte, surgen tal serie de consecuencias, que parecen atacar la historia
relatada en las Escrituras acerca de la juventud del Mundo; al menos refutan la opinión,
normalmente aceptada entre los teólogos y filósofos, y no sin buenas razones, de que desde
la primera Creación no se ha perdido ninguna especie animal o vegetal, ni se ha producido
ninguna nueva.”
Pero tan sólo fueron dudas que se quedaron en el terreno privado y que no llegaron a
cambiar su idea de la estabilidad. La imagen de la naturaleza que Ray transmitió en
sus obras publicadas y que pasaría a ser dominante en la historia natural fue la de
una naturaleza diseñada por Dios y conservada por Éste, básicamente idéntica a sí
misma, desde la creación.
En su obra, pretendía que había sido “guiado totalmente por los hechos”. Su interpretación
del texto bíblico no deja de tener componentes que le acercan peligrosamente a Toland o
Spinoza. Por ejemplo, cuando afirma que en tiempos de Moisés el mundo no estaba
totalmente establecido, las artes técnicas estaban en sus inicios, sólo se conocía una
pequeña parte del mundo, Moisés no disponía de informaciones de países remotos y, por
tanto, como historiador, le concederá la misma autoridad que a Beroso, Manetón, Herodoto o
Livio.
Pero aun así, la teoría de la tierra de Woodward dependía del texto bíblico incluso más que la
de Burnet. Según explica, en el caos inicial, Dios habría dirigido la gravedad de las partículas
de modo que se habían organizado en tres esferas: el núcleo terrestre ígneo; a su alrededor
el reservorio de aguas y, finalmente, en la superficie se habría consolidado una costra por
precipitación en capas horizontales que el calor interior habría fracturado y elevado en
algunos puntos, formando las montañas.
Pero, para Woodward, el hecho determinante fue que los fósiles de Inglaterra que
había estudiado eran una especie de mezcla de formas de vida de todas las partes
de la Tierra, y que los restos de organismos nativos se encontraban yuxtapuestos a
los de los elefantes y animales marinos tropicales. Hooke ya había comentado el
descubrimiento de grandes cornamentas de alces gigantescos en Irlanda, y de enormes
huesos de elefantes y de hipopótamos en Inglaterra.
Toda la teoría de la Tierra de Woodward parte de un intento de explicar cómo las distintas
partes de la Tierra han adquirido la forma de estratos que contienen una variada ordenación
de fósiles nativos y exóticos. Woodward pensó que esto no podía explicarse invocando
simples cambios en la distribución de la tierra y el mar, que tenía que haber estado
implicado un proceso mucho más drástico y, naturalmente, esto le condujo al Diluvio. Como
en el caso de Burnet, Woodward lo considera “la más horrible y portentosa catástrofe que la
Tierra haya visto jamás” con la que la Tierra paradisíaca, “bella, ordenada y habitable, fue
trastocada, hecha pedazos y se transformó en un amasijo de ruinas.”
Vemos, pues, que en principio hay muchos elementos comunes entre Burnet y
Woodward. Pero, como hemos señalado, hay un elemento central radicalmente
distinto en uno y otro que hace que incluso los elementos comunes tengan una
función muy distinta. Woodward compartía la teología natural expuesta por Ray,
hasta el punto de que se sintió inclinado a buscar no sólo la justicia, sino también
la divina benevolencia también en el Diluvio. Incluso en medio de la eclosión del
Diluvio, Woodward aclama “al más sabio e inteligente arquitecto”que trabaja “con
exquisita previsión y sabiduría.”
El mundo paradisíaco, en el que la naturaleza era fértil , lujuriosa y daba sus frutos sin tener
que trabajarla, era un mundo adaptado al estado de prístina inocencia del hombre. Pero todo
este mundo fue violado por el pecado. No se trata como en Burnet de que el hombre caído
no fuera “merecedor” del mundo paradisíaco. Para Woodward no se trataba de
merecimientos. Simplemente, a la larga, la tierra paradisíaca y la maldad humana se habían
mostrado incompatibles.
“Cuán fácil sería mostrar que las rocas, las montañas y cavernas, contra las que se hacen
estas objeciones, son indispensables y necesarias para la Tierra como para el hombre y para
el resto de los otros animales, e incluso para el resto de los productos de la Tierra; que sobre
la Tierra no hay imperfecciones ni defectos; nada que pudiera ser cambiado para mejor;
nada superfluo, inútil en toda la composición del globo; y así sacar finalmente a la luz las
huellas e indicios de la presencia e intervención de un sapientísimo e inteligentísimo
arquitecto en toda esta construcción realmente maravillosa.”
Sin embargo, como ya hemos comentado, esta concepción hacía difícil explicar las
transformaciones, tanto las provocadas por terremotos como por los procesos de
denudación, sufridas por la Tierra después del Diluvio. Y, de hecho, Woodward se
negó a aceptar que desde entonces hubieran existido eventos catastróficos. En
cuanto a la denudación, afirmaba que las partículas llevadas al mar eran elevadas y
devueltas con la lluvia a la Tierra. Es decir, se limitó a afirmar dogmáticamente la
estabilidad y el equilibrio de la tierra desde el Diluvio.
John Ray deploraba el modo arrogante y presuntuoso en que la teoría había sido
presentada. Y Edward Lhuyd consideraba la obra de Woodward un cúmulo de
absurdos y fantasías. Otro de sus críticos fue William Whiston.
Woodward escribió An Essay towards a Natural History of the Earth, una obra que
prestaba especial atención a un aspecto básico descuidado por Burnet: los
“minerales” y fósiles, a partir de los cuales describe las transformaciones de la
tierra, haciendo coincidir su teoría con episodios bíblicos como el Diluvio universal.
Whiston era un destacado exponente del grupo newtoniano. Fue el primer sucesor de
Newton en la cátedra “lucasiana” de Cambridge y, junto a Richard Bentley o Samuel
Clarke, compartía el propósito anticartesiano y antideísta de mostrar la íntima
correspondencia entre el libro de la revelación y el libro de la naturaleza.
Las Boyle Lectures fueron el vehículo utilizado para la propagación de esta ideología y el caso
de Whiston, que se encargó de estas conferencias en 1707, es un buen ejemplo. En ellas no
sólo hacía propaganda en favor de los ingleses en su guerra contra Francia, que veían como
una etapa hacia la culminación de la Reforma, sino que además mantenía que el mundo sería
destruido por un diluvio universal, distinto de la conflagración universal de Burnet, y que
poco después de esta destrucción seguiría la segunda venida de Cristo.
En los siguientes cuatro días o años siguientes los vapores de su cola nebulosa se
habrían enfriado, condensado y dispuesto en capas sucesivas alrededor del núcleo
sólido, dando nacimiento a la Tierra, un planeta apto para la vida. El quinto día,
Dios habría creado las semillas de las plantas y animales. Whiston expone una
versión de la teoría de la preformación de los gérmenes, según la cual estas
semillas no son otra cosa que los mismos cuerpos enteros de plantas y animales
sólo que de tamaño microscópico. Es decir, que la generación no es en realidad más
que nutrición y crecimiento.
Pero el pecado del hombre, al comer del fruto del bien y del mal, trajo fatales
resultados a este mundo feliz. Dios hizo que un pequeño cometa pasara cerca del
ecuador terrestre y, a consecuencia de ello, la Tierra inició su movimiento diurno y
se acható por los polos convirtiéndose en un esferoide oblongo.
Con la disminución del calor interno y externo las condiciones climáticas cambiaron
y la atmósfera se volvió más grosera e insalubre. Dicho sea de paso, según
Whiston, en la conflagración final este mundo actual nuestro será destruido
también por un cometa que devolverá la Tierra a su estado inicial. En aspectos
básicos como el tema de los fósiles y los estratos Whiston se inspira en Woodward
y no vale la pena detenernos en estos puntos aquí. Por otra parte, Whiston
tampoco aporta nada respecto al modo en que se sincronizan la historia moral de la
humanidad y las causas mecánicas que producen eventos como el Diluvio. Al igual
que Woodward considera los progresivos cambios de la Tierra no como una
degeneración, sino como una adecuación del hábitat terrestre a una humanidad
pecadora.
La teoría de Whiston tuvo una considerable influencia en la Alemania del siglo XVIII y recibió
grandes alabanzas de John Locke y, en un primer momento al menos, también del propio
Newton. Ray se mostró mucho menos entusiasta y la consideraba “extravagante”.
Pero su obra, como la de los restantes teóricos de la Tierra, despertaba un profundo recelo
porque se pensaba que atribuían gran autonomía a la naturaleza y dejaban a Dios en un
plano secundario. John Keill expuso estos temores en su An Examination of Dr. Burnet's
Theory of the Earth together with some Remarks on Mr. Whiston's New Theory of the
Earth de 1698, que constituía un durísimo ataque a los world-makers y a los flood-makers,
constructores de mundos y diluvios imaginarios cuyo inicio sitúa en Descartes.
“1) la historia de la Tierra y la del cosmos no son enteramente explicables sobre bases
científicas. Tal historia ha estado determinada también por algunos eventos milagrosos. 2) la
verdad del relato bíblico está totalmente fuera de discusión. 3) es necesario reconocer la
presencia, en la naturaleza, de las causas finales, y la asunción de un punto de vista
antropomórfico es, incluso en la filosofía natural, del todo legítima.”
(Rossi, 1979, pág. 97)
Ya hemos mencionado que, en su correspondencia con Burnet, por ejemplo, Newton no dejó
de proponer hipótesis en la línea de los teóricos de la Tierra. Pero está claro que compartía
elementos básicos de la crítica de Keill que, de hecho, ya estaban presentes en la crítica a
Descartes de More o Boyle. En la Cuestión 31 de su Óptica, Newton escribe:
“Ahora bien, con la ayuda de estos principios, todas las cosas materiales parecen haber sido
formadas a base de las partículas duras y sólidas antes mencionadas, diversamente
asociadas en la primitiva creación por consejo de un agente inteligente, pues corresponde
ordenarlas a aquel que las creó. Habiéndolo hecho así, no es filosófico buscar otro origen al
mundo o pretender que podría haber surgido del caos por las meras leyes de la naturaleza, y
que, una vez formado, podría continuar durante muchas eras gracias a esas leyes (...) el
ciego destino nunca podría haber hecho que todos los planetas se moviesen en una y la
misma dirección (...) una uniformidad tan maravillosa en el sistema planetario exige el
reconocimiento de una voluntad e inteligencia. Lo mismo su puede decir de la uniformidad de
los cuerpos de los animales (...) Así mismo los instintos de los brutos y de los insectos no
pueden deberse más que a la habilidad y sabiduría de un agente poderoso y siempre
viviente.”
(Newton, 1977, pág. 347)
La gran autoridad de Newton venía a coronar las directrices -anticartesianas- que, desde
More y Boyle, e incluso desde Bacon, había sentado la ciencia inglesa respecto a la relación
entre la naturaleza y Dios, entre la ciencia y la religión, entre las teorías científicas y el texto
bíblico, especialmente el Génesis.
Whiston escribe una obra titulada New Theory of the Earth donde pretende
desarrollar el programa newtoniano de lectura literal y realista del Génesis. “El
caos” inicial no refería toda la materia, ni nuestro sistema solar, ni siquiera el
mundo sublunar en su conjunto, sino única y exclusivamente el globo terrestre,
cuya historia estaba marcada por tres grandes cometas. Fue un hombre muy
polémico cuya obra llegó a cuestionar el mismo Newton.
Sea como fuere, resulta cuanto menos curioso que lo que los protestantes ingleses
consideraban el peligro más serio contra la religión en el mecanicismo cartesiano -la
autonomía de la investigación científica y de la naturaleza- procedía, en última instancia, de
una imposición de la Iglesia católica. En todo caso, también en el Continente los hubo que
trataron de compatibilizar el mecanicismo cartesiano con el texto bíblico. Ya nos hemos
referido a Cordemoy, y podrían mencionarse el Cartesius mosaizans, atribuido a Johan
Amerpoel, o las obras de Christophe Wittich y A. Gueulincx, todos ellos en el siglo XVII.
Especialmente famosa fue la obra del abad Pluche, Spectacle de la nature. Pero el
movimiento de la Ilustración seguía otras directrices. No deja de ser significativo que Denis
Diderot, cuyo pensamiento se caracteriza por un materialismo vitalista y ateo, que
rechazaba totalmente la posibilidad de las estructuras estables en la naturaleza, empezara -
en sus Pensées Philosophiques (1746)- defendiendo una concepción deísta.
También D´Holbach tenía una concepción dinámica de la naturaleza y afirmaba que nada
en ella es permanente.
Pero, en el campo que nos ocupa, e incluso en la historia natural en general, Buffon
(1707-1788) es sin duda el más importante. Tenía puntos básicos en común con
los philosophes, pero nunca se quiso alinear con ninguna tendencia concreta y trazó su
propio camino. Por el momento nos interesa destacar que, en física, era un newtoniano
entusiasta, pero en el tema de la teología natural estaba mucho más cerca de
Descartes -y de los enciclopedistas-, y desarrolló precisamente los puntos que
Newton criticaba al cartesianismo.
Como Descartes, Buffon está dispuesto a aceptar la presencia de Dios en un origen lejano,
en el ámbito indeterminado del “érase una vez”. Pero, en lo que parece una respuesta
directa a Newton, afirma:
“Ciertamente, esta fuerza de impulsión fue comunicada a los astros por la mano de Dios,
cuando puso en marcha el universo. Pero, puesto que en tanto sea posible, en física
debemos abstenernos de recurrir a las causas que están fuera de la naturaleza, me parece
que en el sistema solar se puede dar razón de esta fuerza de impulsión de una manera
bastante verosímil, y que se le puede encontrar una causa cuyo efecto esté de acuerdo con
las leyes de la mecánica y que, por otra parte, no se aleje de las ideas que debemos tener a
propósito de los cambios y de las revoluciones que pueden y deben darse en el universo.”
(Buffon, 1954, pág. 66)
Es decir, Buffon hace, precisamente, lo que Newton considera “no filosófico”, buscar
un origen natural, es decir acorde con las leyes de la mecánica, al sistema solar. El
punto inicial, posible científicamente, es el del sistema de cometas que orbitan el Sol. Uno de
ellos, desviado de su órbita, choca oblicuamente con el Sol, arrancándale una 650 ava parte
de su materia, que es fluida debido al calor. Este torrente de materia en rotación se divide
formando los globos esféricos de los planetas que, a su vez, darán lugar a los satélites.
Ese origen común es el que explica la uniformidad mencionada del sistema planetario frente
a los cometas. Debido a su movimiento de rotación, planetas y satélites se achatan en los
polos y se hinchan en el Ecuador. Ha nacido nuestro actual sistema solar. Y así se inicia la
historia de la Tierra, que en estos momentos es un globo fluido de materia enormemente
caliente, que va enfriándose progresivamente.
“Como historiadores nos negamos a estas vanas especulaciones (...) las causas cuyo efecto
es raro, violento y súbito, no deben ser tomadas en cuenta, no pertenecen al curso ordinario
de la naturaleza. Por el contrario, los efectos que se dan cotidianamente, los movimientos
que se suceden y renuevan sin interrupción, las operaciones constantes y siempre
reiteradas, éstas son nuestras causas y nuestras razones.”
(Buffon, 1954, pág. 56)
Pero volvamos a los inicios de la historia de nuestro planeta. El esferoide en fusión que
constituye la Tierra está rodeado de vapores. Al condensarse, éstos se precipitan sobre la
superficie, que, dada su alta temperatura, los rechaza una y otra vez. Pero a partir de un
momento determinado del proceso de enfriamiento y solidificación, la superficie terrestre ya
no los vaporiza de nuevo, y se forman el agua y el aire.
El agua, con sus violentos movimientos, erosiona la costra terrestre. Y el creciente océano
primigenio va depositando sus sedimentos en estratos horizontales sobre el fondo vítreo y
esculpe el relieve de los futuros continentes. En efecto, el agua, además del movimiento de
las mareas que actúa como escultor de las cuencas marinas, tiene un lento movimiento
general de este a oeste, que hace que los continentes emerjan por oriente y se sumerjan por
occidente.
Contenido complementario 147
Cuando los estratos de los nuevos continentes se secan se forman fisuras y a veces se
produce el hundimiento de cavernas interiores, formando precipicios y fallas. Los terremotos
y volcanes contribuyen también a la conformación de la superficie. Pero en todo caso el
proceso es siempre gradual y Buffon destaca que lo que produce los mayores cambios y más
generales en la superficie terrestre son las lluvias, los ríos y torrentes.
Está claro que el agua es el gran protagonista de las transformaciones de la superficie del
globo. En esto Buffon todavía está ligado a los grandes teóricos de la Tierra que tanto critica.
Por otra parte, en 1749, influido por la autoridad de Woodward en el tema, Buffon está
convencido de que se han encontrado fósiles incluso en la cimas de las montañas más altas,
hasta el punto de que deja de lado algunos informes contrarios a esta tesis.
Cree que toda la superficie terrestre que hoy conocemos, incluso las montañas más altas, ha
estado sumergida en el océano y ha sido esculpida por las aguas, en un ciclo no sabemos
cuantas veces repetido. Consecuentemente no hay modo de establecer ningún tipo de
cronología. Su teoría se aproxima sospechosamente a la aristotélica y a su eternalismo. En
este momento, Buffon no plantea ninguna dificultad al marco cronológico tradicional que, en
base al texto bíblico, sitúa la creación entre 4.000 y 6.000 años a. C.
Pero eso no engañaba a nadie. Los mecanismos uniformistas estipulados por Buffon
requerían mucho más tiempo del que aceptaba la teoría tradicional y los teólogos de la
Sorbona se sintieron obligados a intervenir. No obstante, todo había cambiado mucho desde
la condena de Galileo. Y Buffon, por su parte, no tenía ninguna intención de meterse en
problemas por esta cuestión. Nos consta, en efecto, que Buffon y la Sorbona llegaron a un
acuerdo clamoros¬mente hipócrita, que evitó los problemas por ambas partes.
“Así pues, para dar razón del origen de estos animales [del nuevo mundo] debemos
remontarnos a los tiempos en que los dos continentes aún no estaban separados, hay que
recordar los primeros cambios que acontecieron sobre la superficie de la Tierra. Al mismo
tiempo debemos imaginar las doscientas especies de animales cuadrúpedos reducidas a
treinta y ocho familias. Éste no es el estado de la naturaleza tal como nos ha llegado y lo
hemos representado, sino que por el contrario es un estado mucho más antiguo que apenas
podemos alcanzar sólo con inducciones y relaciones casi tan huidizas como el tiempo que
parece haber borrado sus huellas. Sin embargo, trataremos de remontarnos a estas primeras
edades de la naturaleza mediante los hechos y los monumentos que aún subsisten, y de
presentar las épocas que nos parezcan claramente indicadas.”
(Buffon, 1954, pág. 413)
Otro elemento decisivo fue la lectura, por estas mismas fechas, de la Dissertation sur la
glace de Dortous de Mairan, reeditada en 1749. Buffon tenía claro que, en última instancia,
la constitución de animales y plantas terrestres está en función de la temperatura general de
la Tierra y que ésta “depende (...) de la distancia a la que se encuentra del Sol.”
Pero ahora la tesis de Dortous de Mairan permitía a Buffon recuperar la idea que venía a
encajar perfectamente con su teoría de la formación de los planetas. Que la Tierra tenga un
calor propio se explicaba por su naturaleza original: era materia solar incandescente que aún
seguía enfriándose de la superficie hacia el interior. Pero entonces Buffon debía revisar
su Teoría de la Tierra. Frente al papel del agua que, en la teoría de 1749, diluía la historia en
una cíclica construcción y destrucción de los continentes, ahora el fuego adquiere el
protagonismo, proporcionando “los vestigios de un principio y los indicios de un fin.”
Más aun, la acción del fuego hace posible, en principio, establecer una cronología absoluta de
una auténtica historia de la Tierra, orientada por el proceso irreversible de su progresivo
enfriamiento. A partir de 1771, Buffon se concentra en el estudio de los minerales y su
trabajo desembocará en la publicación de Las épocas de la naturaleza. La geogonía de Las
épocas... seguirá prácticamente como en 1749.
Pero ahora Buffon sí cree que las montañas más altas sin fósiles son restos visibles de su
estado inicial de solidificación. Y la historia se desarrolla en un encadenamiento teórico y
cronológico cohrentes:
- En la cuarta época, los inmensos bosques primitivos arrastrados por las aguas
formaron grandes depósitos de materias combustibles, que al inflamarse
produjeron los volcanes.
Tabla 3
Formación
0 0 0 0 0 0
de los
planetas
Fin de la
consolidaci 2.936 (II, 117.440 2.936 (II, 2.936 (II,
ón de la 71) (II, 71) 71) 71)
Tierra
Asentamien
25 ó
to de las 700.000 ó 35.000
26.000 100.000 25.000
aguas y 1.000.000 (IV,
(II, 73) (III, 97) (II, 73)
aparición de (III, 93) 131)
(III, 93)
la vida
Tierra
enfriada
37.500 37.500
hasta el 34.270 1.370.80
aprox. aprox.
punto de (II,73) 0 (II, 73)
(II, 73) (II, 73)
poder ser
tocada
Estabilizaci
ón del nivel
del mar. 50 ó 7a 50 a
2.000.00 200.000 50.000
Desaparició 60.000 800.000 55.000
0 (III, 97) (III, 97) (III, 97)
n de (III, 97) (III, 97) (III, 97)
especies
primitivas
Aparición
de los 60.000
elefantes en (VI, 204)
Siberia
Separación
65.000
de los dos
(VI, 206)
continentes
Fin de la
emigración
70.000
de los
(VI, 205)
elefantes
hacia el sur
2.993.280
Siglo XVIII 74.832 1.000.000 75.000 75.000
(II, 73)
d. C. (II, 73) (I, 67) (II, 73) (I, 67)
(VI, 205)
Final de la
7.000.000 168.000
naturaleza
(VI, 205) (I, 67)
viva sobre
la Tierra
Pero eso no importaba demasiado por lo que hace a la ruptura con la cronología tradicional.
Por otra parte, haría falta tiempo para asimilar el “descubrimiento del tiempo geológico”,
pero desde un principio estuvo claro que afectaba elementos esenciales de la tradición. La
sincronía entre la historia humana y la de la naturaleza postulada en las teorías de la Tierra
de finales del XVII estaba estrechamente emparentada con la concepción del diseño y el
finalismo antropológico. Pero todo esto, desde Las épocas..., ya no tenía sentido.
La Sorbona consideró inconciliable la obra con el texto bíblico. A partir de ahí, todo tiene
un patético aire de familia con lo acontecido en 1751. Se pactó de nuevo una
retractación que, redactada por los propios miembros de la Sorbona, evitaría la
censura. Buffon la firmó encantado de zanjar así la cuestión y la Sorbona le felicitó.
En Las épocas... los hechos se ordenaban dócilmente bajo las grandes ideas. Su grandiosa
visión de una historia de la naturaleza en el marco de una “historia natural universal”
contrastaba con la creciente especialización que estaba surgiendo en los distintos campos, en
los que se exigían explicaciones precisas a hechos concretos desde un enfoque
rigurosamente empírico. Y en el de la geología esto era muy evidente en la gran polémica
iniciada a finales de siglo, a la que debemos referirnos aunque sea brevemente.
Neptunismo y plutonismo
El neptunismo nació en un contexto y en el marco de unos intereses totalmente ajenos a los
de los teóricos de la Tierra hasta Buffon: las escuelas de minas alemanas. El rendimiento
de las minas era un elemento básico de la economía de los estados alemanes que,
por ello, estimularon y cuidaron la creación de estas escuelas.
Werner desarrolló con más detalle la clasificación de las rocas de Lehmann, distinguiendo
rocas primarias, que dan lugar a las de transición, después a las secundarias y
posteriormente a las aluvionales o terciarias; por último están las rocas volcánicas, las
únicas que tenían un origen ígneo. Y aunque no propuso nunca una teoría general de la
Tierra, sus discípulos explicaban sus tesis al respecto.
El supuesto general entre los neptunistas era que, inicialmente, la tierra estuvo
completamente cubierta por un océano primordial en el que estaban en suspensión
o solución todos los materiales que después formaron la corteza terrestre. Según
Werner, primero se formaron depósitos -que habrían incluido sobre todo el granito, que
cubriría toda la superficie- por precipitación química. Este tipo de precipitación, el relieve
irregular de la superficie terrestre original y lo agitado de las aguas en aquellos momentos
explicarían lo inclinado de estos estratos primitivos.
Figura 69
Figura 69. Formación de las rocas según la teoría neptunista de Werner. (1) El océano
primitivo cubre la Tierra y las grandes cantidades de material en suspensión se depositan por
cristalización en el lecho marino, formando las rocas primarias que recubren toda la
superficie terrestre. (2) Cuando el nivel del océano disminuye y emergen localmente las
formaciones primarias, tanto la cristalización, que continua, como la erosión empiezan a
formar rocas de transición. (3) El océano sigue descendiendo y emergen grandes porciones
de tierra. Las montañas más altas está formadas por rocas primarias, pero las rocas de
transición, ahora parcialmente al descubierto, también sufren los efectos de la erosión y los
sedimentos que se van depositando en el fondo del mar forman estratos de rocas
secundarias o Flötz, en el fondo marino. Finalmente, el progresivo descenso del mar puede
exponer las rocas secundarias a la erosión y así se depositan las formaciones aluvionales,
que en el presente empiezan a quedar expuestas a la erosión en algunos lugares. (Esquema
de Bowler 1989, 43)
Así se suponía que, en general, las rocas más jóvenes se superponían sobre las más
primitivas. Este principio estratigráfico hacía de la suya una geología histórica y constituye
un antecedente claro de los actuales “períodos geológicos”. Los volcanes serían muy
recientes y apenas habrían tenido papel alguno en la conformación de la superficie terrestre.
Werner aceptaba que no podía dar respuesta a una seria dificultad: de dónde procedían y a
dónde habían ido las aguas del océano primitivo, pero afirmaba que eso no es una cuestión
que competa al científico. La observación obligaba a aceptar que toda la tierra estuvo
sumergida y lo demás era secundario y no pertenecía a la ciencia geológica. Y,
sobre todo, para Werner y los neptunistas había un punto fundamental: el supuesto
de que las rocas con estructuras cristalinas tenían que proceder de la solución en el
agua, porque el enfriamiento de una roca en fusión como la lava volcánica, por
ejemplo, no producía estructuras cristalinas ni permitía la cristalización. De hecho,
incluso sus críticos aceptaron durante mucho tiempo que el granito era la roca primitiva por
excelencia. Pero, desde los trabajos de Guy de Dolomieu (1750-1801) empezó a
acumularse evidencia en favor de la idea de que el granito no era una roca primitiva y que su
origen era ígneo.
Por otra parte, desde mediados de siglo se había ido acumulando evidencia de la
importancia del fuego y las erupciones volcánicas en la conformación de la
superficie terrestre. En 1740, Antonio Lázaro Moro contaba que el 23 de marzo de
1707, dos días después de un terremoto, todos los presentes pudieron ver como, al sur de
las islas del Mar Egeo, nacía y crecía durante días, la isla de Santorín, y presentaba el hecho
como un apoyo para su idea de que todas las islas habían nacido de volcanes.
Así entró en crisis la creencia de los neptunistas de que ninguna fuerza, incluidos terremotos
y volcanes, era capaz de elevar la superficie terrestre que consideraban absolutamente
rígida.
El supuesto general entre los neptunistas era que, inicialmente, la tierra estuvo
completamente cubierta por un océano primordial en el que estaban en suspensión
o solución todos los materiales que después formaron la corteza terrestre.
En un segundo momento, cuando las aguas empezaron a descender, siguió el
mismo proceso, pero también se depositaron formaciones rocosas de transición por
precipitación mecánica, en las que ya aparecen restos fósiles.
- La erosión de los continentes producida por la lluvia, el viento y los ríos va arrastrando
materiales al mar que se van sedimentando en estratos regulares.
- En segundo lugar, los estratos se van consolidando debido a la combinación del calor y la
presión procedentes del interior del globo terrestre.
- En tercer lugar, el calor y la presión interiores elevan los estratos solidificados, formando
los nuevos continentes, y a veces se liberan a través de volcanes. Y el ciclo recomienza.
Figura 70
Figura 70. Teoría vulcanista y uniformista de Hutton. (1) Los distintos procesos erosivos
arrastran los materiales de la superficie terrestre hasta el fondo del mar donde se depositan.
La presión y el calor del interior de la Tierra endurece los estratos de rocas sedimentarias
que forman distintos estratos en función de la naturaleza del sedimento arrastrado por la
erosión. (2) La presión acaba elevando el lecho marino que con los terremotos se convierte
en tierra exponiendo las rocas sedimentarias a la erosión. En este proceso la roca fundida
puede alcanzar la superficie y formar un volcán, o bien puede suceder que las rocas ígneas
simplemente se incruste en los estratos de rocas sedimentarias donde se enfría más
lentamente produciendo rocas cristalinas como el granito. En todo caso, la erosión empieza a
actuar sobre la nueva superficie terrestre. (3) La erosión desgasta la roca sedimentaria y
deja el granito al descubierto. En el lecho marino se van formando nuevos estratos de roca
sedimentaria y se reinicia el ciclo. En todo caso, en la teoría de Hutton, (1) sería
simplemente un momento más del ciclo y no su inicio absoluto. (Esquema de Bowler 1989,
47)
Figura 71
Figura 71. El amigo y discípulo de Hutton, John Palyfair cuenta que, en una finca del duque
de Atholl, en Glen Tilt, Hutton pudo comprobar personalmente que los filones de granito rojo
(punteado en negro en el dibujo) atravesaban los negros micaesquistos (parte rayada).
Posteriormente, Charles Lyell en su famosa obra Principles of Geology (1830) publicó una
ilustración de aquellas vetas que ponía de manifiesto que los estratos sedimentarios eran
más antiguas que el granito intrusivo. (Gould 1992, 90)
Pero con Hutton estamos de nuevo en la cultura de las islas, en este caso en el Edimburgo
que se había convertido en uno de los centros culturales más importantes de Europa. Allí
Hutton gozaba de la compañía de David Hume, Adam Smith o James Watt. En todo
caso, en Escocia, como en la Inglaterra de finales del siglo XVII, el tema de la
teoría de la Tierra recupera un tipo de preocupación y polémica típico de esta
cultura.
“Pues habiendo visto en la historia natural de la Tierra, una sucesión de mundos, a partir de
esto podemos concluir que hay un sistema de la naturaleza, del mismo modo que, viendo las
revoluciones de los planetas, se ha concluido que hay un sistema por el que están destinados
a continuar sus revoluciones. Pero, si la sucesión de mundos está establecida por el sistema
de la naturaleza, es inútil, respecto al origen de la tierra, buscar algo más allá. Por ello, el
resultado de nuestra investigación física es que no encontramos ningún vestigio de un
principio, ni ningún indicio de un final.”
(Hutton, 1795, I, pág. 200)
Hutton estaba especialmente orgulloso de haber encontrado un lugar a las causas finales.
Pero eso no fue suficiente y no impidió que fuera duramente atacado por las fuerzas
conservadoras que, tras la Revolución Francesa y el terror inmediatamente posterior,
asociaban la impiedad y el libre pensamiento y veían en la teoría huttoniana y otras teorías
geológicas “sistemas de ateísmo o infidelidad” que “habían favorecido la turbulencia y la
infidelidad”.
Pero con la acumulación de información, a medida que se iba conociendo el Nuevo Mundo y
las historias naturales locales iniciadas ya en el siglo XVI daban sus frutos, se acentuaba esta
premisa y la idea de que no era el momento de pensar en la formulación de leyes generales
análogas a las de la mecánica. Recordemos que, en The Wisdom of God, Ray empieza
glosando “la ilimitada generosidad del Creador”, sus “innumerables obras”, lo cual venía a
añadirse al precepto metodológico en la exigencia y necesidad de una historia natural.
Además, un punto fundamental es que esas innumerables obras fueron “creadas por Dios en
el principio, y conservadas por Él hasta este día, en el mismo estado y condición en que
fueron hechas”, como hemos citado más arriba. Pero esa imagen de una naturaleza
diseñada hasta sus últimos detalles y fija desde la Creación se veía reforzada por
las limitaciones del mecanicismo en la explicación del mundo orgánico.
Todo esto permite entender que los naturalistas del siglo XVIII concibieran como su
tarea fundamental y primordial el ordenar la rica diversidad de la naturaleza
clasificándola. Había “observadores” como René-Antoine Reaumur (1682-1757) que se
limitaban a la historia natural particular, a la descripción morosa y detallada de un reducido
número de especies. En el caso de Reaumur, a la sombrosa diversidad de estructuras de los
insectos y su maravillosa adaptación a los modos de vida y al medio, sin ningún afán de
introducir orden general alguno. Al igual que en el caso del Espectáculo de la naturaleza del
abad Pluche, se trataba de “teología experimental”.
Pero los naturalistas que dominarían la escena fueron los que pretendían descubrir
el orden que Dios ha impuesto en la naturaleza. A lo largo de la mayor parte del
siglo XVIII, la clasificación es sinónimo de ciencia y la historia natural es
básicamente taxonomía.
Con lo dicho hasta aquí, no es extraño que, en este ámbito, destacara, en primer lugar, John
Ray.
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John Ray y el concepto de especie
En un principio, John Ray había planeado que él se encargaría de clasificar todas las
especies de plantas conocidas -llegó a reunir unas 18.600- y su colega Francis
Willoughby se ocuparía de los animales. Pero la muerte de este último hizo que Ray se
ocupara también de los cuadrúpedos e insectos.
Pero, influido por Locke, llegó a la conclusión de que no hay modo objetivo de
determinar cuáles son los esenciales y cuáles los accidentales. De ahí que, a
diferencia de Cesalpino, o de Joseph de Tournefort (1650-1708), que basaba su
clasificación de las plantas únicamente en la estructura de las partes florales, Ray
abogó por un método que pudiera tomar en consideración todos los caracteres de
las especies y no sólo las flores y los frutos.
En un terreno más teórico, Ray hizo una aportación sumamente importante con su definición
del concepto de especie o, al menos, de un criterio para distinguir las especies de las
variedades. Lo formula explícitamente en su Historia Generalis Plantarum (1686 1704),
afirmando en general que “una especie no nace jamás de la semilla de otra especie ni
viceversa”. Es decir, la filiación, la ascendencia común es lo que proporciona el único criterio
seguro para identificar la pertenencia a una especie, independientemente de las diferencias
individuales.
Se trata de un concepto de especie que sería aceptado y reformulado por los naturalistas
hasta el siglo XIX. Cuando Cuvier, que, en esta línea, definía la especie como “los individuos
descendientes de padres comunes”, comentaba: “Imaginamos que una especie es la
totalidad de la descendencia de la primera pareja creada por Dios” no hacía más que
parafrasear a Ray, poniendo de manifiesto hasta qué punto esta definición se conformaba
con el creacionismo fijista.
Parece que en algún momento Ray tuvo dudas respecto a la perfecta fijeza de las
especies y a la posibilidad de elaborar una clasificación nítida de las especies.
Pero lo cierto es que finalmente reafirmó con contundencia la fijeza de las especies:
“(...) como hemos dicho a menudo, el número de las verdaderas especies es fijo y limitado
y, como podemos creer razonablemente, constante e inmutable desde la primera creación
hasta el día de hoy.”
Contenido complementario 166
Pero lo dicho hasta aquí pone de manifiesto que este orden es subyacente, no inmediato
y, por tanto, descubrirloexige construirlo. Pero, ¿es capaz la construcción racional
del naturalista, es decir, su construcción lógica y artificial, de descubrir el
orden empírico y natural? Linneo aclara muy bien su postura cuando en su Philosohpia
Botanica escribe:
“Además de todos los sistemas y métodos de distribución de las plantas mencionados arriba
(...) hay un método natural, o sistema de la naturaleza, que nosotros debemos esforzarnos
diligentemente en encontrar (...) Que este sistema no sea una “quimera”, como algunos
podrían imaginar, se verá, además de por otras consideraciones, sobre todo por el hecho de
que todas las plantas, de cualquier orden, presentan semejanzas respecto de algunas otras a
las que son estrechamente afines. En espera de que el método entero de la naturaleza sea
completamente desvelado (cosa muy deseable), debemos contentarnos con hacer uso de los
mejores sistemas artificiales hoy en uso.”
Desde el punto de vista formal, estos problemas remiten al de los universales. Y no es casual
que Linneo use con clara conciencia los conceptos centrales de la lógica aristotélico-
escolástica y todo su sistema esté basado en los géneros y las especies que, naturalmente,
se distinguen en base a la diferencia específica.
Linneo construye un orden lógico para cada reino (mineral, vegetal y animal) compuesto por
cinco taxones: clase, orden, género, especie y variedad, en estricta analogía con las
categorías aristotélicas. En la botánica, ninguna de estas categorías taxonómicas era nueva y
de Gesner a Tournefort todas habían sido definidas. Pero nadie antes de Linneo las había
utilizado a la vez y menos aún en un sistema articulado.
Ahora bien, en este punto se pone de manifiesto que Linneo, como Ray, se mueve en el
contexto de la Revolución Científica y las transformaciones introducidas por el mecanicismo,
cuando dice que los órganos de la reproducción se clasificarán en base a “cuatro sólidos
principios mecánicos” que no son otros que el “número, figura, posición y tamaño
relativo” de los estambres y pistilos, especialmente porque “la esencia de la flor consiste en
los estambres y pistilos.”
Éstos son “el único fundamento indiscutible” para la clasificación botánica. No se trata en
absoluto de consideraciones pragmáticas de “comodidad”, aducidas por Tournefort
especialmente, sino de identificación inequívoca de características esenciales de las plantas.
Aun así, cabría tener en cuenta la diferencia entre la práctica real del Linneo taxonomista y la
teorización o presentación de su sistema.
Pues, según afirma Mayr, refiriéndose a los géneros, “es bastante obvio que Linneo, como
Cesalpino, primero reconocía tales grupos por inspección visual y elaboraba la definición
(esencia) sólo posteriormente. Esto es confesado abiertamente por Linneo en su Philosophia
Botanica.” (1982, pág. 179; ver también págs. 175-177)
Nótese, por otra parte, que se trata de la reivindicación de las cualidades primarias -número,
figura, etc.- que también aquí, como en la nueva ciencia en general, desde Galileo, se
supone que determinan lo ontológicamente pertinente, el campo de lo que realmente hay.
Estamos ante un curioso cruce y confluencia de ideas aristotélicas y mecanicistas. En todo
caso, se trata del famoso “sistema sexual” con el que Linneo estableció las famosas
veinticuatro clases de plantas.
Figuras 72 y 73
Figura 72. Dibujo de Georg Dionys Ehret, el pintor de flores más famoso de su tiempo, que
ilustra el “sistema sexual” de las plantas de Linneo. Ehret lo realizó a partir de las
explicaciones que le había dado Linneo y lo publicó en 1736, haciendo constar que se trataba
del sistema de Linneo. La lámina tuvo mucho éxito entre los botánicos. Linneo la incluyó
primero en su Species plantarum y después, en forma algo diferente en su Genera
plantarum, pero no incluyó ninguna nota de agradecimiento a Ehret.
Figura 73. “Clave del sistema sexual” de Linneo, en la que se especifican en la columna de la
derecha, las veinticuatro clases de plantas, correspondientes al dibujo de Ehret en la
ilustración anterior, en función de sus órganos masculinos, es decir el número, longitud
relativa, etc. de los estambres. Abajo aparecen los órdenes divididos según los órganos
femeninos.
Pero sobre todo, en 1753, introdujo la nomenclatura binomial para todo el reino
vegetal y, en la décima edición del Systema Naturae, de 1758-59, también para
todo el reino animal. Dos términos, el que indicaba el género y el que indicaba la especie
eran suficientes para denominar e identificar cualesquiera plantas o animales.
El éxito de la taxonomía linneana fue clamoroso, entre otras cosas porque era
enormemente útil y fácil de usar.Tan sólo aprendiendo los nombres de las partes
pertinentes de las flores y los frutos cualquiera podía hacer la identificación precisa de
cualquier planta. Su triunfo quedó consagrado cuando, en 1739, Bernard de Jussieu, la
máxima autoridad en aquellos momentos de la botánica francesa, proclamó su preferencia
por el sistema de Linneo sobre el de su compatriota Tournefort. En la primera edición de
1735, la famosa obra de Linneo, Systema Naturae, era un opúsculo de 14 páginas tamaño
folio. Tras ser sucesivamente ampliado, en la décima edición de 1758-59 superaba las
2.300 in cuarto. “Dios creó y Linneo sistematizó”, se decía. Y el propio Linneo, cuya
autoestima era mayor aún que su talento, afirmaba:
En todo caso, lo cierto es que, con los criterios dominan¬tes, podía presentarse con
razón como el paradigma del naturalista. Pero Linneo era una personalidad
compleja cuyos intereses no se limitaban a la clasificación. Aunque ésta fuera su
gran objetivo, se enmarcaba en una concepción general de la naturaleza cuyos
elementos básicos nos resultarán familiares. Su estudio de la reproducción sexual de
las plantas, con su gran número de semillas y la observación del número creciente de seres
de cada especie que podía observarse, le llevaron a distintos tipos de reflexión.
Un equilibrio impuesto que, como afirma el propio Linneo, “las manos del Creador quisieron
añadir.” (“Discurso sobre el incremento de la tierra habitable”, 1744; 1982, pág. 62)
Además, la naturaleza ha sido creada por Dios como un sistema jerárquico de fines en el que
el hombre, que “ha sido puesto en este mundo para indagar devotamente los propósitos de
la sabiduría infinita, ocupa el lugar privilegiado.” (“El gobierno de la naturaleza”, 1760; 1982,
págs. 108 y 109).
Linneo se explaya al respecto en su “¿Con qué fin?” de 1752, que empieza afirmando
que “los tres reinos de la naturaleza han sido creados para el hombre”, y termina el texto
cerrando el círculo:
“Tú ves, lector mío, y debes convenir en que, conforme a cuanto han afirmado los teólogos y
los filósofos, todo ha sido creado para uso del hombre y el hombre para la gloria de Dios, tal
como se manifiesta en la obra de la creación.”
Como en el caso de Ray, también Linneo tuvo sus dudas, pero jamás llegó a poner en
cuestión su idea de la naturaleza como un orden de estructuras permanentes. Y
siempre consideró su sistema natural, su taxonomía, como su aportación más
importante.
Linneo pondría nombre a las especies e intentaría poner de manifiesto el orden del
Creador, es decir, mostrar que, por debajo de la variopinta diversidad y confusión,
existe un orden en la naturaleza, un “sistema naturae”.
Los dos aspectos clave de sus aportaciones fueron: su idea de la naturaleza como
un orden de estructuras permanentes, por una parte, y su sistema natural, su
taxonomía, por otra parte.
No es la curiosidad lo que censuro aquí, son los razonamientos y las exclamaciones (...) es la
moral, es la teología de los insectos lo que no puedo oír predicar; son las maravillas que los
observadores ponen en ellos y sobre las que a continuación excla-man como si
efectivamente estuvieran en ellos (...)
Pero se trataba tan sólo de la continuación de una crítica global que apuntaba más alto.
Como hemos visto, Linneo, que ya en 1739 era idolatrado incluso en Francia, encarnaba
paradigmáticamente al naturalista. Pues bien, en las primeras páginas del primer volumen
de su Historia natural, Buffon considera a Linneo y su obra como el mejor paradigma
de un enfoque timorato, estéril y erróneo. La crítica de Buffon se da en el marco de una
reflexión general:
“Creo que es fácil darse cuenta de que, en nuestro propio siglo, en el que parece que las
ciencias se cultivan con esmero, la filosofía se deja de lado, quizás incluso más que en
ningún otro siglo. Las artes que se decide llamar científicas han ocupado su lugar. Los
métodos de cálculo y de geometría, los de botánica y de historia natural, las fórmulas, en
una palabra, y los diccionarios ocupan a casi todo el mundo. Se imagina saber más porque
se ha aumentado el número de expresiones simbólicas y de frases cultas. Y no se presta
atención al hecho de que todas estas artes no son más que andamiajes para llegar a la
ciencia y no la ciencia misma.”
(“Sobre la manera de estudiar y tratar la historia natural”, 1954, pág. 23)
Los botánicos son los que más han contribuido a introducir esa arbitrariedad, y Buffon
lamenta que no se haya prestado suficiente atención:
“(...) a este error de principio que les es común a todos. Consiste en querer juzgar un todo,
y la combinación de varios todos, por una sola parte y por la comparación de las diferencias
de esta única parte. Ahora bien, querer juzgar la diferencia de las plantas únicamente por
sus hojas o sus frutos es como si se quisiera conocer a los animales por la diferencia de sus
pelos o por la de las partes de la generación.” (“Sobre la manera de estudiar y tratar la
historia natural”, 1954, pág. 11)
Como vemos, frente a la subordinación de caracteres del reduccionismo esencialista
de la taxonomía de Cesalpino a Linneo, Buffon entronca con otra tradición en la que
se afirma la equivalencia de los caracteres que él remonta a naturalistas como
Aristóteles, Plinio o Ulises Aldrovandi. ¿Por qué hemos de aceptar que la esencia de los
seres vivos radica en los aspectos morfológicos, en las estructuras anátomo-
fisiológicas? Buffon es claro en este punto al defender un criterio globalista que
presta especial atención a elementos que hoy denominaríamos etológicos y
ecológicos:
Pero no se trata sólo de que Linneo aísle un solo carácter y pretenda aplicarlo a todas las
especies. Además, como hemos visto, lo hacía con la ayuda de “sólidos principios
mecánicos”, “número, forma, posición y tamaño relativo”, que venían a reforzar a un nivel
más profundo ese uniformismo inventado.
En opinión de Buffon, con su uso de las cualidades primarias Linneo se ha quedado anclado
en el mecanismo caduco, demasiado ingenuo y radical, que excluye de la realidad natural
todo lo que no sea la materia determinada por las cualidades primarias y el movimiento.
“Parece que todo lo que puede ser es”, dice Buffon. Se trata del principio de plenitud,
característico de la naturaleza entendida como “cadena del ser” o “escala de la naturaleza”,
que en el siglo XVII había sido teorizada con especial claridad por Leibniz, y que Buffon
expone claramente.
“Recorriendo a continuación sucesivamente y por orden los diferentes objetos que componen
el universo, y poniéndose a la cabeza de todos los seres creados, [el hombre] verá con
asombro como se puede descender, por grados casi insensibles, de la criatura más perfecta
hasta la materia más informe, del animal mejor organizado al mineral más bruto.
Reconocerá que esos matices imperceptibles son la gran obra de la naturaleza. Encontrará
esos matices no sólo en los tamaños y en las formas, sino en los movimientos, en las
generaciones, en las sucesiones de toda especie. Profundizando en esta idea, se ve
claramente que es imposible dar un sistema general, un método perfecto, no sólo de toda la
historia natural, sino ni siquiera de una sola de sus ramas.”
Pero Buffon tiene una evolución mucho más compleja. Por una parte, a partir de
1755, en su “Tabla del orden de los perros”, sustituye la imagen de la cadena del ser por la
de “mapa” o “red de relaciones”.
Más aun, en 1770 Buffon plantea una especie de síntesis de las tres imágenes
mencionadas.
Figuras 74-78
Figura 76. “Mapa geográfico” de los órdenes de plantas según Linneo, elaborado por Paulus
D. Gieke, uno de sus últimos discípulos, en su Praelectiones in ordines naturales (1792).
Incluso entre los naturalistas que utilizaban la imagen de la escala del ser, como el propio
Linneo, se tenía una clara conciencia de que las relaciones entre los seres vivos eran
múltiples, que había afinidades, cruces y variaciones distribuidas de modo que una escala
lineal no era capaz de reproducir fielmente. Ya en su Philosophia botanica, Linneo había
dicho que los seres vivos están “como el territorio sobre un mapa geográfico”. Es decir que
no se trata simplemente de que unos precedan o sigan a otros en una escala, sino que cada
u no está en relación contacto con mucho otros “por todos los lados”. En 1789, Gieke
represento fielmente el caso de las órdenes de plantas según Linneo. El tamaño de los 56
círculos, que representan los órdenes vegetales, es directamente proporcional al número de
géneros que comprenden, mientras que la distancia que los separa es inversamente
proporcional a sus afinidades. Cuando se tocan significa que la especie de uno se “difumina”
en la especie de otro. En el original se incluían los nombres de los órdenes dentro de los
círculos y, en los casos en que los órdenes tenían una frontera de contacto, se indicaban las
especies difusas. Aunque en la presente reproducción no se percibe, he resaltado la
numeración de algunos órdenes colindantes que son ilustrativos. Así por ejemplo, el orden
10, Coronariae, tiene en su frontera difusa con el orden 6, Esantae, los
géneros Lillium y Martagon; en su frontera con el 9, Spathaceae, el género Tulipa; y con el
11, el género Amaryllis. Además, generalmente, los conjuntos de círculos unidos entre sí
suelen indicar provincias próximas. Por ejemplo, los primeros trece órdenes se hallan más
estrechamente correlacionados entre sí, entre otras cosas porque son monocotiledóneos, que
con los otros. Para estos temas véase Barsanti 1992. (Barsanti 1992, fig. 37 sin numeración
de página)
Figura 77. Buffon, “Tabla del orden de los perros” (1755) En 1749 Buffon afirmaba con
énfasis la imagen de la escala del ser. Pero en el vol V de su Histoire Naturelle, en 1755,
publica esta tabla que tiene las propiedades señaladas del mapa en la figura anterior Pero,
mientras que en el mapa de Linneo-Gieke no hay orientación posible, simplemente se puede
recorres en todas direcciones, la tabla de Buffon tiene un punto de partida, “el perro del
pastor”, que es “la raza originaria, madre de todas las demás”, y hilo conductor,
la degeneración, es decir los procesos de diferenciación que sufren las poblaciones al
difundirse en distintos medios. Si a ello se añaden los efectos de la domesticación, se ve que,
procedente de las frías tierras del norte el perro pastor en general se ha empequeñecido, ha
perdido su aspecto salvaje, su tamaño, su pelo espeso, a medida que descendía a climas
más templados. Este mapa orientado tampoco presenta un avance lineal como la cadena del
ser, sino más bien varias cadenas y distintos eslabones finales. No es el evolucionismo, pero
es una imagen dinámica de la naturaleza. Sobre todos estos puntos puede verse, Barsanti
1992. Barsanti 1992, fig. 24 sin nº de página)
Figura 78. Charles Bonnet, Idée d´une éxhelle des êtres naturels, 1745. La escala de los
seres naturales de charles Bonnet constituye la primera visualización de la escala del ser en
la Francia del siglo XVIII. Consta de cincuenta y dos niveles de la realidad que desde las
materias más sutiles hasta el hombre avanza gradualmente sin discontinuidad alguna. Y,
aunque se presenta como osada, en realidad, la escala de Bonnet es totalmente tradicional.
Más aún, aunque la figura no lo incluye su imagen de la naturaleza sugería la continuidad de
la escala en el ámbito sobrenatural, como en el caso de Llull. Pero, por otra parte, en
su Contemplation de la nature (1781), antes su dudas respecto a la ubicación de ciertos
animales Bonnet se pregunta si la escala no se ramificaría, con los insectos y testáceos, por
ejemplo, como ramas paralelas al tronco, lo cual sugeriría la imagen del árbol. Véase
Barsanti 1992.
Como vemos, la crítica de Buffon a Linneo muestra claramente la relación de los aspectos
metodológicos, ontológicos y teológicos que rechaza. Está claro que se trata del
enfrentamiento de dos modos de hacer historia natural ligados, naturalmente, a distintas
concepciones de la naturaleza. Frente a la concepción linneana de la naturaleza creada como
un orden de estructuras estables diseñadas por Dios y organizadas como un sistema de
fines, Buffon concibe la naturaleza como un orden de procesos, como un “sistema de leyes”
en el que Dios ya está ausente, como ya hemos visto al referirnos a su Teoría de la Tierra.
Pero la autonomía y el dinamismo de esta naturaleza están claros desde 1749. Entonces
Buffon afirma que los reinos vegetal y animal se distinguen radicalmente del
mineral. Mientras que este último está regido únicamente por las leyes de la
mecánica, sin organización, los animales y vegetales se distinguen por tener
una organización animada, es decir, la facultad de crecer y reproducirse. Y aquí
Buffon introduce, con una naturalidad sorprendente en su contexto, un principio materialista
fundamental de la biología posterior. Refiriéndose a vegetales y animales dice que la
observación muestra:
“(...) que estos dos géneros de seres organizados tienen muchas más propiedades comunes
que diferencias reales; que a la naturaleza la producción del animal no le cuesta más, y
quizás menos, que la del vegetal; que en general la producción de seres organizados no le
cuesta nada; y que, en fin, lo vivo y lo animado, en lugar de ser un grado metafísico de los
seres, es una propiedad física de la materia.”
(“Historia general de los animales”, cap. I, “Comparación de los animales y los vegetales”,
1749; 1954, pág. 238)
“(...) las moléculas orgánicas no se producen más que por la acción del calor sobre las
materias dúctiles.”
La materia produce la vida de modo natural y parece integrarse sin fisuras en la historia de
la naturaleza. Ya hemos visto que la Tierra se formó a partir de la materia arrancada al Sol.
Desde entonces el progresivo enfriamiento del globo lo gobierna todo. Primero produce la
aparición de la vida vegetal y animal en el mar, y después la aparición de los animales
gigantescos en el norte, que emigrarán hacia el sur. En el norte seguirán apareciendo nuevos
animales, más pequeños en función del calor en disminución.
Por otra parte, a lo largo de los años Buffon ha ido constatando la mutabilidad de las
especies por distintas causas. El clima, por ejemplo, es un factor determinante, aunque los
cambios que provoca en las especies “se producen lenta e imperceptiblemente. El gran
obrero de la naturaleza es el tiempo.” (1954, págs. 361-362). Los animales del Nuevo Mundo
son un buen ejemplo de esta mutabilidad (1954, pág. 382).
En 1749, polemizando con Linneo, Buffon había formulado su famoso criterio para “reconocer
y distinguir las especies” de animales sexuados:
“(...) debe considerarse como la misma especie la que, por medio de la copulación, se
perpetúa y conserva la similitud de esta especie, y como especies diferentes las que unidas
por estos mismos medios, no pueden producir nada.”
(1954, pág. 236)
“La especie es, pues, una palabra abstrac¬ta cuyo referente no existe en la realidad más que
considerando la naturaleza en la sucesión de los tiem¬pos. Sólo comparando la naturaleza
de hoy con la de otros tiempos, y los individuos actuales con los pasados, hemos llegado a
una idea clara de lo que se llama especie (...) No siendo la especie más que una sucesión
constante de individuos parecidos y que se reproducen.”
(1954, págs. 355-356)
Como puede verse, el tiempo irrumpió muy pronto en la concepción de la especie de Buffon.
Realmente suena moderno y parecía un paso claro hacia el evolucionismo. De hecho, dos
artículos de 1753, “El caballo” y “El asno”, indujeron, en el pasado, a considerar a Buffon un
evolucionista. En ellos se introduce una idea tan crucial como la existencia de un “diseño
primitivo y general” del reino animal en su conjunto, que permite decir que, en cierto
sentido, todos los animales pertenecen a la misma “familia”.
La comparación de los esqueletos del hombre y del caballo pone de manifiesto que su
estructura es idéntica. Pero puede verse que la analogía se prolonga del hombre a los
cuadrúpedos, de éstos a los cetáceos, a las aves, a los reptiles, a los peces, etc., en los que
encontramos las mismas partes esenciales como el corazón, los intestinos, la espina dorsal,
los sentidos... Pero el problema realmente interesante es si esa simplicidad de la naturaleza
que descubrimos analíticamente y que analíticamente permite hablar de degradación del
diseño, puede llevarse hasta postular que, dentro del reino animal, existen
“otras pequeñas familias, proyectadas por la naturaleza y producidas por el tiempo”. Y la
respuesta de Buffon es clara y decididamente negativa:
“Si estas familias existieran en efecto, no habrían podido formarse más que por la mezcla, la
variación sucesiva y la degeneración de las especies originarias. Y si se admite una vez que
existan familias en las plantas y en los animales, que el asno sea de la familia del caballo y
que no difiere de éste más que porque ha degenerado, podría decirse también que el mono
es de la familia de hombre, que es un hombre degenerado, que el hombre y el mono han
tenido un origen común como el caballo y el asno, que cada familia, tanto entre los animales
como entre los vegetales, no ha tenido más que un solo tronco, e incluso que todos los
animales proceden de un solo animal que, con la sucesión de los tiempos, ha producido,
perfeccionándose y degenerando, todas las razas de los otros animales.”
“(...) una sola especie puede haber sido producida por la degeneración de otra especie (...)
no habrá límites al poder de la naturaleza y se podrá suponer que ésta, a partir de un único
ser, ha podido sacar con el tiempo todos los otros seres organizados.”
(1954, pág. 355)
Creo que puede afirmarse que Buffon fue hasta el límite que su aparato conceptual
le permitía. Era un aparato que había rechazado muchos de los elementos básicos de las
concepciones tradicionales dominantes. Se había negado a entregar la ciencia, apenas
iniciada, a los teólogos y comentadores del texto bíblico. Por ello había rechazado la
preexistencia de los gérmenes y había reintroducido una especie de generación espontánea.
Había querido rechazar la ingenuidad del mecanicismo, pero había propuesto la existencia de
una especie de corpúsculos de la vida, las moléculas orgánicas. Había rechazado el
esencialismo linneano que confundía la lógica con la realidad, pero había introducido el
concepto de “molde interior”, que comportaba algunas consecuencias muy próximas a las del
sistema de Linneo. Su enfoque globalista le permite suponer un “diseño universal primitivo”,
que le lleva a plantearse explícitamente la posibilidad de la evolución del reino animal a
partir de un tronco común. Pero, como hemos visto, esa posibilidad es rechazada de pleno.
En realidad, su naturaleza, por dinámica que sea, trabaja siempre sobre:
“(...) un prototipo invariable de existencias (...) un modelo siempre nuevo que el número de
moldes o de copias, por más infinito que sea, no hace más que renovar.”
(“Sobre la naturaleza. Primera perspectiva”, 1764; 1954, pág. 31)
Buffon es capaz de preguntarse por el origen de las moléculas orgánicas y afirmar su génesis
desde la materia bruta. Pero el naturalista aristotélico que ha introducido el “molde interior”
no es capaz de imaginar la pregunta por el origen de estos “moldes”, es decir, sus ideas no
le llevan jamás a preguntarse por “el origen de las especies”.
En 1779, cuando en su concepción la naturaleza tiene una historia, las especies siguen en la
eternidad aristotélica, como en 1749. No cabe preguntarse por el origen o la formación de un
determinado molde interior. Está claro que este concepto sólo tiene sentido dado un animal
adulto, exactamente igual que en el caso de Aristóteles con el concepto de forma esencial o
especie.
Por otra parte, se da el hecho curioso de que cuando Buffon llega a una auténtica historia de
la naturaleza, en Las épocas..., la degeneración ha dejado de ser fuente de cambios
realmente relevantes. El texto que acabamos de citar insiste más bien en que la
degeneración no introduce ninguna modificación sustantiva. Ha sucedido y puede seguir
sucediendo que unas especies sustituyan a otras, pero en ningún caso unas especies han
evolucionado a partir de otras, a través de la filiación.
Pero esto está muy lejos de significar que Buffon no hiciera ninguna contribución relevante
en este sentido. Hubo philosophes como Diderot y D´Holbach que, desde su materialismo
radical, formularon ideas más claramente evolucionistas. Pero, posiblemente ni ellos, ni el
médico y poeta Erasmus Darwin (1731-1802) que, desde otros presupuestos, también
afirmó un cierto tipo de evolucionismo, tuvieron la influencia que tuvo Buffon en el
pensamiento evolucionista.
Historiadores de distintas perspectivas, como Mayr o Roger, por ejemplo, coinciden en este
punto al señalar que “no hay contradicción entre las afirmaciones de que Buffon no es un
evolucionista, y la de que es el padre del evolucionismo.”(Mayr, 1982, pág. 335)
Para profundizar
Para profundizar 1
• ¿Por qué empezar con los griegos, al estudiar la emergencia de la ciencia moderna?
• ¿Cuáles fueron las motivaciones de los babilonios para realizar observaciones astronómicas
rigurosas?
• ¿Qué eran los parapegmata y cuáles eran sus objetivos?
• ¿Por qué las ideas de Parménides representaron un desafío a la filosofía natural iniciada por
pensadores como Tales, Anaximandro y Anaxímenes?
• ¿Cuál fue la razón de la transición de la aritmética –representada por los pitagóricos- a la
geometría como la base matemática para explicar el mundo físico?
Para profundizar 2
¿Cuáles serían los puntos fuertes y los puntos débiles de la filosofía natural de
Aristóteles, las características de su física y cosmología, su actitud intelectual y la
razón de la hegemonía de su filosofía durante siglos?
Aristóteles, basándose en la experiencia y el sentido común de su época, se alejó de algunos
de los supuestos de Platón y desarrolló un aparato conceptual para explicar el orden del
cosmos. El movimiento (una de las formas de cambio) fue un aspecto clave en la filosofía de
Aristóteles que influiría la forma de entender la naturaleza durante siglos. Igualmente su
cosmología, que se dividía en el mundo sublunar y el mundo celeste ejerció una gran
influencia posterior. La negación al vacío, basándose en el rechazo de una de las
características básicas del movimiento inercial fue un aspecto esencial de su filosofía y un
ejemplo claro de su actitud intelectual.
¿Cómo valorar las relaciones entre ciencia y religión a lo largo de la Edad Media,
teniendo en cuenta que esta relación es mucho más compleja que la de un simple
antagonismo o armonía?
Al igual que con los filósofos griegos, conceptos religiosos estuvieron presentes en el
desarrollo de la ciencia durante la Edad Media. Evidentemente, el cristianismo como
institución incidió de forma negativa en la investigación científica durante su proceso de
consolidación cultural. No obstante, dentro del mundo cristianismo y sus universidades
medievales, se produce una recuperación de la cultura clásica en el que el pensamiento
aristotélico ocupará un lugar central. En la búsqueda de armonizar teología y filosofía,
algunos pensadores encontraron una motivación adicional para estudiar la naturaleza,
cristianizando la cosmología aristotélico-ptolemaica. Adicionalmente, algunas de las
discusiones teológicas de la época permitieron que las teorías aristotélicas se exploraran a
fondo discutiendo algunos de los principios fundamentales que durante siglos habían
permanecido inamovibles.
Para profundizar 3
¿Cuáles serían los factores positivos y cuáles los negativos de la revolución
copernicana? ¿Cómo valorar su ruptura con la cosmología antigua, sus
continuidades, los problemas de su sistema y la forma como fue recibida e
interpretada?
El sistema copernicano no sólo defendió el heliocentrismo, sino que refleja tradiciones
filosóficas y estéticas más generales. A pesar del atractivo de este sistema, en términos
prácticos siguió siendo igual de complicado que el de Ptolomeo y contuvo problemas físicos y
astronómicos. La forma más sencilla de aceptar sus teorías fue interpretándolas de una
forma instrumentalista.
Para profundizar 4
¿Cuáles serían las características del contexto inglés posterior a Bacon que
fomentaron un renovado interés por la historia natural?
A diferencia de Descartes y sus seguidores, muchos de los pensadores ingleses, influidos por
Bacon, buscaron en los valores propios de su sociedad, la legitimación de la actividad
científica. El utilitarismo y la teología natural fueron los principales valores.