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República Bolivariana De Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior


Colegio Universitario De Administración y Mercadeo (CUAM)
Seminario II
Caracas

EL LADRON DE LAS
PALABRAS

Profesora: Alumna:
July Cotoix Adaliannys Goitia
V-26801987

Marzo de 2019
El ladrón de las palabras gira en torno a la literatura, al hecho de crear jugando con las
palabras, a las ficciones que se mezclan con la realidad y a los asuntos verdaderos que
son adornados con los elementos de la ficción. Adopta, consecuentemente con ello, una
estructura con tres capas narrativas: Dennis Quaid, un brillante novelista, lee las dos
primeras partes de su última novela ante un auditorio entregado / Bradley Cooper,
protagonista de la ficción urdida por el personaje de Quaid, vive su propia historia
intentando triunfar como novelista hasta que encuentra un manuscrito original y anónimo,
lo hace pasar por suyo y se convierte en escritor de moda / Jeremy Irons, el verdadero
autor de este libro, se encuentra con él y le cuenta las razones por las que lo escribió y
cuanto de realidad y tan poco de ficción hay en ese relato.

Tres personajes, tres historias, dos novelas. Todos los relatos conllevan una relación
amorosa más duradera o más fugaz (Irons y la esposa que perdió, Cooper y la esposa
que está a punto de perder, Quaid y la estudiante de Literatura que le seduce porque en
realidad quiere saberlo todo sobre su novela) y se conjugan en función de esas palabras
que uno roba al otro según la historia que el tercer personaje masculino ha decidido crear,
aunque siempre nos quedará la duda de si el escritor encarnado por Quaid no ha
usurpado también las palabras escritas por otro, su personalidad literaria, de modo que el
bucle nunca llegaría a cerrarse.

El ladrón de las palabras es interesante por sí misma -aunque un poco parca dado el
caudal de ideal que desprende en torno a la vida y la ficción– y por aquello que deja
entrever, por sus sugerencias más que por sus certezas. El filme ha necesitado de dos
directores, los debutantes Brian Klugman y Lee Sternthal, algo no muy habitual a no ser
que se trate de dos hermanos (los Taviani, los Coen, los Farrelly, los Hughes, los Pang).
Con todo, quien parece llevar las riendas del proyecto es Bradley Cooper en su doble
función de actor y productor ejecutivo, estableciendo una distancia entre su primera
imagen (la de la teleserie Alias) y la que le ha instaurado como una de las estrellas de la
comedia hollywoodiense (Resacón en Las Vegas).

En un momento del relato, cuando todos los elementos de la historia van cuajando, el
anciano personaje de Irons asegura que todos tomamos decisiones, pero lo difícil es vivir
con ellas. El ladrón de las palabras es también una película sobre esta idea impregnada
de lucidez y de dolor: los tres protagonistas masculinos del filme han tomado decisiones,
sumamente drásticas en dos de los tres casos –una ruptura no deseada y el hurto de un
libro ajeno–, pero no alcanzan a conocer la dimensión de sus actos hasta que deben
enfrentarse a la idea de una existencia marcada por esas decisiones. Aquí la película se
crece aunque esté, paradójicamente, llegando a su fin.

A favor: la buena vertebración entre las tres historias que fluyen en paralelo narrativo.

En contra: el exceso literario, la dificultad de conjugar esas palabras robadas con las
imágenes creadas.

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